—JinKi —KiBum gimoteó, tomando otra copa de la botella de vodka que se encontraba frente a él—. Bebe *hic* m-más. Aún te-tenemos un largo camino *hic* que recorrer.
El mayor suspiró a la diva que hipaba delante de él, mentalmente anotando mantenerlo lejos de cualquier bebida alcohólica por un tiempo (o por siempre). Porque hey, seamos sinceros, KiBum no era muy agradable cuando bebía.
No agradable en una forma diferente.
Si era una diva estando sobrio, se transformaba en un hombre lleno de aegyo, femenino al estar bebido. Ataba su pelo al estilo de una manzana y se sentaba con las piernas abiertas. A JinKi le tomó todo su poder detenerse a sí mismo de confesarse en ese momento.
De cualquier forma, ¿quién se resistiría incluso al chico de ojos felinos?
Ambos eran mejores amigos, JinKi y KiBum. Se conocieron cuando estaban en pañales y fueron inseparables desde entonces. Habían estado juntos en las buenas y en las malas y todos quienes los conocían se preguntaban por qué no estaban juntos como novios.
“Tú eres su mejor amigo”, pensaba JinKi. “Eso es lo que siempre serás, así que mantente en tu rol”.
Pero estaba enamorado de su amigo desde quién sabe cuánto tiempo.
—KiBum —comenzó—. Estás bebido.
—No *hic*, no lo estoy —el menor arrastró las palabras—. Yo sigo s-so… ¿Cuál era esa palabra? Uhh-
—Sobrio.
—Sí, eso. Yo sigo *hic* sobrio —dijo como si fuera un hecho.
JinKi no tendría nada de eso. Seguro mañana era sábado, lo que significaba “no clases”, pero no quería enfrentarse a una perra-KiBum* por la mañana.
—Suficiente.
—Tú eres *hic* m-malo —se encontró con la mirada del castaño, lágrimas cayendo de esos ojos felinos.
Un puñetazo directo al estómago de Lee JinKi.
—Eres muy malo. Te odio demasiado.
Las lágrimas caían desde sus ojos e hicieron que el mayor se sintiera enfermo y trastornado, hacia sí mismo.
—Oh, mierda. Lo siento —se acercó para abrazar a la diva hiperventilando pero ésta se movió.
—Mantente lejos, tú maldito. Te odio demasiado por hacerme sentir así. Te odio por darme falsas esperanzas de que podríamos ser más que esto. Y, lo mayor de todo… me odio a mí mismo por enamorarme de ti una y otra vez —al terminar su confesión, se paró abruptamente, corriendo directo al baño.
JinKi se quedó paralizado en su asiento, reflexionando. El tiempo se sentía como si se hubiera detenido y todo lo que oía era el errático latir de su corazón.
“¿KiBum me ama?” La confesión del más joven lo despertó. Se puso de pie y corrió hacia el rubio, quien parecía estar vomitando su interior.
Escuchó una falsa risa proveniente de KiBum.
—Soy patético, ¿verdad? Confesándome cuando estoy borracho y vomitando después —se enjuagó la boca con agua, tratando de liberarse del ácido sabor—. Pero era en serio, JinKi. Si lo que siento te molesta, con mucho gusto me iré a primera hora de la mañana y no dejaré rastro. Puedes estar seguro de que nunca verás ni siquiera mi sombra de nuevo.
JinKi continuó en silencio y el otro lo tomó como una señal de rechazo. Visiblemente desanimado, comenzó a alejarse. Sin embargo, una mano en su cintura lo detuvo.
—No te vayas —le dijo suavemente, haciendo que KiBum se preguntara.
— ¿No escuchaste lo que acabo de decir? Te amo. ¿Qué parte de eso es lo que no puedes entender? No puedo quedarme cuando no sientes lo mismo. No será nada bueno para ninguno de los dos.
Trató de liberar su cintura del agarre de su hyung, pero no cedía y se encontró a sí mismo siendo empujado hacia los brazos del mayor.
—No te vayas, KiBum. Quédate —enterró su rostro en el hueco de su cuello, aspirando su esencia—. Te amo.
—JinKi. Si sólo lo estás diciendo porque bebiste, entonces termina con esto. No jueges conmi-
El mayor lo empujó de pronto, más que sorpresivo para el rubio.
— ¡No estoy bebido! Con suerte tomé un vaso. Sé lo que dije porque es verdad —inspiró, calmándose—. Te amo desde quién sabe cuándo y me duele verte salir y citarte con cualquiera que no sea yo. Odio cuando lloras por culpa de esos chicos ya que ellos no merecen tus preciosas lágrimas —hizo una pausa—. Te amo tanto… que duele.
Por primera vez en la vida de KiBum, fue testigo un JinKi llorando, haciéndolo sentir inquieto y en pánico.
Lee JinKi era fuerte.
Él nunca lloraba, incluso cuando su perro lloró cuando tenía siete años. Pero… ¿JinKi llorando por KiBum?
Eso era algo completamente diferente.
—Shh~ Lo siento, hyung. No sabía —lo abrazó, esperando transmitirle sus propios sentimientos—. Realmente lo siento.
Sintió que se relajaba entre sus brazos, su llanto tornándose en suaves suspiros.
—Supongo que somos un atado de idiotas —bromeó.
Como se esperaba de JinKi, KiBum pensó.
Apretó su abrazo alrededor de su hyung, queriendo protegerlo en todo momento.
—Supongo que lo somos —se rió.
Un par de brazos se enlazaron en su cintura, su hyung empujándolo aún más cerca.
—Te amo, KiBum.
—Yo también te amo, JinKi.
Miraron a los ojos del otro y sonrieron. Se habían encontrado a sí mismos.
El mayor se acercó, intentando cerrar el espacio entre ambos, pero el castaño puso más distancia.
—Sin besarnos. Puedo seguir sintiendo ese agrio sabor persistiendo en mi boca. Es asqueroso, JinKi.
—Pero yo no lo querría de otra manera —le respondió, sonriéndole.
—Oh, cállate —y con eso, KiBum fue el que inició su primer beso.
Fue perfecto, sin embargo. Todo lo fue.
- Fin -