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Estoy a tu lado por Roronoa Misaki

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Notas del capitulo:

Hola hola chicos!! Misa-chan ya está de vuelta! :3

Quería tener este cap listo para mi cumpleaños, pero estuve demasiado ocupada antes y después así que... bueno, hasta ahora se pudo :/

Éste no es tan largo como el anterior pero sí más que los otros xD Yo dije que sería muy díficil hacer otro igual de largo :3 

Bueno, los dejo para que lean...

[Capítulo 11 ─ Felicidad cada vez más lejana]

«El amor que no demuestres hoy, se perderá para siempre» ─”El esclavo”, Francisco J. Ángel

«Viernes, Mayo 30 ─ 5:34 p.m.»

Se aseguró de que la puerta del departamento hubiera quedado bien cerrada y se giró para caminar por el pasillo hacia el ascensor mientras jugaba un poco con el llavero haciéndolo girar en su dedo.  Estaba feliz, no podía negarlo, las cosas con Troy y Melanie por fin parecían ir por buen camino, el pequeño estaba adaptándose bastante bien a su presencia constante, y aunque aún no podía hablar sus balbuceos parecían ser bastante animados cuando lo cargaba en sus brazos. Y ella era fabulosa, toda un ángel en realidad, y debía admitir que si no estuviera a su lado habría perdido la cabeza desde el principio. Él no sabía cómo cuidar a un niño tan pequeño, después de todo, pero gracias al cielo ella estaba ahí para ayudarlo y enseñarle lo que debía aprender.

Salió del elevador ya en el recibidor del primer piso y en su camino hacia la puerta principal el celular comenzó a vibrarle desde el bolsillo. Al ver el nombre del contacto sólo pudo pensar, con una sonrisa divertida dibujada en su rostro, que ella debía tener alguna especie de poder mental para leer sus pensamientos aún a la distancia.

—¡Melanie!, qué coincidencia, justo ahora estaba pensando en ustedes —contestó con voz animada, sonriente mientras las puertas corredizas se abrían a su paso para dejarlo salir al exterior.

Ella soltó una pequeña risa del otro lado de la línea—. Bueno, me alegra que nos tengas tan presentes, Marco.

—Claro que sí, ¿cómo no hacerlo? ¿Y Troy? ¿Cómo está?

—En éste momento dormido, pero no debe faltar mucho para que despierte. ¡Ése pequeño duerme muy poco para su edad! Salió tan energético como tú, no me sorprendería que en un par de meses ya esté corriendo por todos lados. Tú serás quien lo corretee, ¿entendido?

Marco rió abiertamente, colocándose junto a la puerta del piloto de su coche y recargándose un poco en ella—. Por supuesto, yo me haré cargo de eso. La energía no puede durarle para siempre, ¿cierto?

—Tratándose de él, ya no estoy tan segura. Y mira que ni siquiera ha cumplido el año. —Ella soltó un profundo suspiro y Marco rió de nuevo. Él pensaba, o más bien esperaba, que tal vez ella estuviera exagerando un poco las cosas. Aunque fuera un poco, eso lo dejaría más tranquilo.

—Gracias por el apoyo, Melanie. De verdad no sabría qué hacer sin ti.

—¡Oh, tonterías! Para eso soy su tía favorita…

—Su única tía en realidad —agregó Marco.

—…y sabes que me encanta cuidar de los pequeños, ¡mi Bill está creciendo tan rápido! Cuando menos lo piense ya no necesitará de su mamá —continuó ella ignorando su intervención—. Y hablando de eso, mi niño está esperándote impaciente, dice que quiere jugar a los policías con el tío Marco.

El rubio sonrió enternecido. Bill era encantador, todo un chico aventurero que le recordaba a él mismo cuando se encontraba en tan tierna edad, energético e inocente, corriendo por todos lados con la única preocupación de encontrar algo con lo que divertirse. Melanie hacía un gran trabajo con él, educándolo y cuidándolo de la mejor forma posible. Pero Marco sabía que tenía que encontrar un juego nuevo para entretener al chiquillo, no fuera a ser que de tanto jugar a los policías al chico le entrara el amor por el oficio cuando fuera grande, porque entonces la mujer lo perseguiría hasta el fin del mundo para acabar con su existencia. Él todavía quería vivir mucho más y disfrutar de su propio hijo, muchas gracias.

—Dile que llegaré pronto, justo estoy saliendo del edificio.

—Bien, yo le diré. Si te apresuras quizá llegues a tiempo para alimentar a Troy.

—Oh, haz lo posible por esperarme, ya voy en camino. —Con esa sonrisa pintada en el rostro cortó la llamada y se metió en su coche, sin notar en ningún momento al chico que lo observaba desde el otro lado de la calle, medio oculto tras un poste de electricidad.

No tardó más de unos quince minutos en llegar a su destino. Una casa de dos pisos color crema, con un bonito jardín frontal bastante colorido que era atravesado por un pequeño sendero de piedra guiando hacia la puerta principal, tan blanca que parecía haber sido pintada recientemente. Después de todo, era imposible que permaneciera en un estado tan pulcro con un pequeño revoltoso de seis años apenas cumplidos en casa. Sí, en definitiva era sólo cuestión de tiempo para que estuviera llena de la evidencia de sus inocentes travesuras o juegos infantiles. Tocó el timbre y antes de que la ligera melodía dejara de sonar la puerta se abrió dejando ver a un niño pequeño, que con suerte le llegaba hasta la altura de la cadera, de cabellos castaños tirando a negro, con una sonrisa alegre iluminando su tierno rostro y un par de brillantes ojos verdes saludándolo con emoción. 

—¡Tío Marco! —exclamó el chiquitín con felicidad. 

—Eh, pequeño. —Marco le sonrió y se acuclilló frente a él para estar a su altura y revolverle el cabello con cariño—. ¿Cómo estás?

—¡Genial! Mamá preparó mi comida favorita hoy, ¡estaba deliciosa! 

—Oh, ¿en serio? 

—Por supuesto que lo estaba —contestó una voz femenina, perteneciente a la hermosa mujer castaña que acababa de colocarse detrás de su hijo con una suave sonrisa instalada en su rostro—. Vamos cariño, ve a jugar, el tío Marco te acompañará en un rato. 

—¡Sí mami! —Bill se adentró de nuevo en la casa y desapareció en la entrada a la estancia. 

—Es un chico adorable —comentó el rubio reincorporándose de pie. 

—Sí, me lo dices todos los días cuando llegas —contestó ella riendo un poco por lo bajo—. Vamos, entra de una vez.  

Él le regresó la cálida sonrisa y entró hacia el recibidor. La casa en el interior no era demasiado grande ni ostentosa, pero tampoco era pequeña ni estaba descuidada. Se podía respirar el ambiente de familia que sus habitantes habían creado en el poco tiempo que llevaban ocupándola. El término acogedora le venía perfecto. 

Melanie cerró la puerta, y entonces un estridente y ruidoso llanto se dejó escuchar por todo el primer piso de su tranquilo hogar—. Vaya, justo a tiempo. 

Ambos se dirigieron hacia la habitación donde se encontraba el origen de aquél sonido un tanto lastimero y se acercaron a la sencilla cuna de madera que estaba instalada contra la pared a un lado de la puerta. Marco se paró junto a ella, apoyando ambas manos en el barandal del mueble, observando el pequeño cuerpo acostado en la mullida y acolchonada superficie, con su corazón dando leves vuelcos desde el interior de su pecho. Él no podía evitar sorprenderse a cierto grado cada vez que lo veía, el bebé era tan pequeñito y parecía tan frágil, tan dependiente de ellos que al principio él había estado casi muerto de miedo. Miedo de cometer algún irremediable error, de equivocarse de la peor forma, e incluso ahora, un par de semanas después desde la primera vez que lo vio, de vez en cuando afloraba de nuevo ese insistente miedo de que con sólo tocarlo le hiciera algún daño a su diminuto cuerpo. 

Era un niño hermoso. Su cabello castaño era lo suficiente largo como para poder pasar sus dedos a través de él, su cara redondita alojaba una diminuta nariz y un par de ojos azules que ahora estaban ocultos tras los parpados, pero que por lo general estaban inundados de vida y curiosidad, sus mejillas sonrosadas y su pequeña boca abierta dejando salir el llanto que no parecía querer parar. Él era su hijo, su pequeño y precioso hijo. Marco estiró su mano y con delicadeza acarició las mejillas del bebé, llevándose con su pulgar las lágrimas que brotaban de sus ojos.

Levantó la mirada hacia Melanie, como con inseguridad. Ella sonrió e hizo un asentimiento antes de salir del cuarto, y entonces él, con todo el cuidado del que era capaz, tomó al pequeño Troy para sacarlo de la cuna y arrullarlo entre sus brazos. Pero eso no fue suficiente para calmar al niño, que siguió llorando a todo pulmón hasta que la mujer regresó a la habitación con un biberón en mano que le entregó al rubio. Marco acomodó al pequeño en uno de sus brazos, apretándolo cuidadoso contra su pecho, y con su mano libre comenzó a alimentarlo, enternecido por la forma en que el castaño dejaba de llorar y se relajaba poco a poco mientras succionaba la mamila. En esos pocos días que habían transcurrido Marco descubrió que amaba darle de comer a su bebé, era más tranquilizante de lo que habría podido creer jamás. En realidad, si debía ser sincero, ya amaba muchas cosas que venían implicadas en tener a su niño y cuidar de él. Aunque cambiar pañales no era, en definitiva, una de ellas.

La castaña se quedó a su lado, observándolo con tranquilidad y algo muy parecido al orgullo asomándose por sus ojos color chocolate. Ella debía admitir que Marco estaba haciendo un mejor trabajo del que había esperado en un principio, por lo menos para el poco tiempo que había pasado desde aquella tarde en que había ido a buscarlo a su departamento. Después de esa charla y un par de días para que el hombre terminara de asimilar bien la noticia y arreglara su asunto personal del que en realidad no le había comentado mucho, habían llegado al acuerdo de que tomarían las cosas con calma. Ella seguiría manteniendo al pequeño en su casa y Marco los visitaría cada día al salir del trabajo o tener un tiempo libre, para que poco a poco el bebé se acostumbrara a tenerlo a su alrededor y a recibir su atención. De igual forma Melanie le instruiría en todo lo que necesitara saber sobre el cuidado de un niño de su edad, desde arrullarlo y darle de comer, hasta cambiarle los pañales, bañarlo y dormirle, entre otras cosas. El rubio estaba dando su mejor esfuerzo, ella podía notarlo, y el bebé también estaba convirtiéndose en la luz de sus ojos, o al menos eso era lo que cualquiera podría interpretar si lo viera cuidando de él con esa suave sonrisa instalada en sus labios y ese encantador brillo en sus orbes azules. Aunque ella sabía que no podía ser de otra forma, después de todo Troy era completamente adorable y no había nadie que pudiera resistírsele, y Marco era su padre, así que el encanto se triplicaba de forma automática para él.   

Cosa de una hora después el timbre de la entrada volvió a sonar. Estaban todos en la estancia, Marco sentado en el sofá de una plaza con Troy acomodado en su regazo mientras Bill jugaba en el suelo a un lado de la mesita de centro, hablándole al bebé de vez en cuando para enseñarle uno de sus juguetes y decirle cómo funcionaba, ocasiones en las cuales el pequeño sólo lo miraba con unos ojos llenos de curiosidad y sin entender nada, pero con una sonrisa en el rostro y una infantil risa escapándose de su boca. 

Melanie se levantó de su asiento en el largo sofá y se encaminó hacia la puerta para abrirla, dejando ver a un hombre pelirrojo y otro castaño del otro lado. 

—¡Mel! —exclamó Shanks con una sonrisa dando un paso al frente para brindarle un abrazo a la mujer con su único brazo, ella correspondió encantada—. Ha pasado tanto tiempo. Mírate, estás hermosa, la maternidad definitivamente te sienta fenomenal.  

—Muchas gracias, Shanks. 

—Melanie —dijo Thatch con una voz cariñosa, abriendo sus brazos hacia los lados en una clara invitación hacia ella, quien no tardó mucho en avanzar hacia su amigo y aceptar el gesto. Vaya, de verdad sentía que había pasado toda una vida desde la última vez que los había visto a ambos. 

Los tres entraron en la casa después del afectuoso saludo y la mujer los dirigió hacia la estancia para reunirse con los niños y Marco. En cuanto el pelirrojo ubicó al pequeño Troy, soltó un leve grito de admiración. 

—¡Es adorable! 

Pero Thatch lo tomó del cuello de su camisa para evitar que se abalanzara sobre el rubio para intentar arrebatarle al bebé—. Si corres hacia él lo asustarás y comenzará a llorar —dijo a modo de reprimenda.

Akagami soltó una risa nerviosa y se pasó la mano por la cabeza, avergonzado—. Tienes razón, lo siento, me emocioné demasiado. 

El castaño rodó los ojos con diversión y se acercó a darle un rápido beso a su pareja antes de soltarlo. 

Melanie sonrió al ver el gesto. Marco le había comentado acerca de la relación de esos dos, aunque no conocía los detalles, y le alegraba saber que sus amigos por fin habían tomado la decisión de buscar un poco de felicidad juntos después de tanto tiempo de estarse muriendo uno por el otro sin ser capaces de decírselo. "Hombres" pensó ella riendo por lo bajo. 

Shanks le dedicó una sonrisa al castaño y después se acercó a Marco con tranquilidad, hincándose en el suelo frente a él para quedar a la altura del bebé, quien lo observó curioso, como a todo lo que veía—. Hey, qué pequeño eres —comentó riendo un poco y acercando su mano hacia él para frotarle la pancita con un dedo, como si quisiera hacerle cosquillas—. Soy el Tío Shanks, seré quien te compre dulces cuando tu papá piense que ya has comido demasiados. —Marco le frunció el ceño a su amigo, pero su hijo comenzó a reír y balbucear alegremente como si hubiera entendido a la perfección lo que el adulto le decía, y se inclinó un poco hacia adelante para comenzar a palpar con sus pequeñas manos el rostro del hombre, toqueteándolo guiado por su infinita curiosidad. Akagami hizo una mueca cuando Troy le picó el ojo, probablemente atraído por la cicatriz que lo atravesaba como si fueran las garras de algún animal. Después el chiquillo tomó un mechón de su rojo cabello en su mano e intento metérselo a la boca, escupiéndolo de inmediato. 

Shanks y Marco rieron al notar su expresión de desagrado, una que el enano dejó casi al instante y sonrió también. 

—¿Quieres cargarlo? —preguntó el rubio. 

—Oh, me encantaría. —El pelirrojo se incorporó de pie para recibir al niño en su brazo con el mayor cuidado del que fue capaz. Marco sonrió y acarició la cabeza de su hijo. Mientras tanto Thatch se había acercado a Bill para jugar con él a alguna especie de carrera con sus coches de juguete. 

Al final Marco le había contado de toda la situación a su castaño amigo, y justo como había esperado Thatch estuvo a punto de molerlo a golpes, pero desistió de ello argumentando que ahora tenía un bebé que cuidar y que no quería que el pobre pequeño se asustara de él si lo llegaba a ver con toda la cara amoratada y magullada. Además, el rubio sabía que se merecía esos golpes, y eso era más que suficiente para él. 

—Voy a traer un poco de té —anunció Melanie levantándose de su asiento y caminando hacia el pasillo—. ¿Me acompañas, Marco? 

—Por supuesto. —Le echó un último vistazo al bebé en brazo de su amigo antes de ir tras ella a la cocina—. ¿A qué hora regresa Brian? —preguntó mientras abría una de las tantas gavetas altas para tomar unas cuantas tazas. 

—Oh, ya no debe de tardar mucho. Suele llegar temprano para jugar un rato con los niños antes de la cena —contestó con una suave sonrisa en los labios.

Marco sonrió a su vez al observarla. Debía admitir que, años atrás, cuando ella había comenzado su relación con el que ahora era su amado esposo, él mismo no habría apostado por que esa unión funcionara. Pero se había equivocado, al igual que muchos otros, y ambos los habían hecho tragarse sus palabras al mostrar los felices que eran juntos. Años después, seguían siendo igual de felices y con un hermoso hijo iluminando sus vidas.

Mientras ella terminaba de preparar el té y colocaba todo lo necesario en una charola para llevarlo a la sala, la sonrisa de Marco decayó un poco. Se asomó por la puerta de la cocina, alcanzando apreciar a Melanie dejando su carga en la mesita de centro y uniéndose a Thatch y Bill en lo que sea que estuvieran jugando, y a Shanks por completo embobado en hacerle mimos al pequeño Troy mientras el bebé reía con alegría por tal atención. Todo parecía ser tan alegre, tan lleno de vida y tan colorido, como si estar ahí fuera lo que en realidad debería hacer. Pero tan sofocante y abrumador a la vez, porque todo eso debería tenerlo rebosando de felicidad y tan ensimismado en esa imagen como para ser incapaz de pensar en cualquier otra cosa, pero ahí estaba él, observando desde fuera un cuadro que parecía incompleto. Un puzle que no terminaba de encajar, porque la última pieza no había sido agregada aún. Era como un café amargo, al que le hacía falta la última pizca de azúcar para conseguir ese sabor dulce y sutil, perfecto.

Sin pensarlo mucho sacó el celular del bolsillo de su pantalón, buscó casi en modo automático entre los contactos guardados y, dando una profunda inhalación, presionó la tecla para llamar. Casi pudo sentir como se le desinflaba el pecho al escuchar la monótona voz del otro lado.

El número que usted marcó está apagado o fuera del….

Marco suspiró, con un poco de desilusión en el gesto, y cortó. En realidad, aunque la llamada hubiera entrado, no había esperado que Ace le contestara el teléfono. O tal vez lo hiciera para decirle algo parecido a «Vete a la mierda» antes de volver a colgar, pero aun así no había podido evitar intentarlo.

—Entonces, ¿ya te decidiste?

El rubio dio un respingo al escuchar, de repente, la voz de su amigo junto a él. Se giró sólo para encontrarse de frente con el rostro serio del castaño, observándolo con un toque de impaciencia en el brillo de sus ojos. Él sonrió de lado, comprendiendo lo que su compañero debía de estar sintiendo, antes de asentir con convicción.

Porque sí, aún le faltaba ese gran detalle en su vida para poder decir que su felicidad estaba completa. Ése chico de rostro pecoso y cabello negro que hacía a su corazón girar desbocado y a su sangre correr a toda velocidad por sus venas. Ese joven energético y orgulloso que había tenido la dicha de tener a su lado y a quien había perdido por su propia mano. Y ya iba siendo hora de que lo recuperara.         

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«Sábado, Mayo 31»

Todo fue tan inusualmente rápido y confuso, tan irreal que parecía imposible el que estuviera sucediendo, y aún más el hecho de que él fuera parte de ello. Ni siquiera podía recordar gran parte de lo acontecido durante las últimas horas transcurridas, tan sólo el timbre de su celular rompiendo con el habitual silencio presente a las 2:30 de la madrugada, una fugaz llamada avisando de la agresión, una carrera hacia el cuarto de su hermano menor para despertarlo y salir ambos a toda prisa hasta subirse al coche y manejar por las casi desiertas calles de la ciudad más allá del límite de velocidad establecido, llegar al hospital y apenas alcanzar a mal estacionarse antes de  bajar casi de un salto y de nuevo correr hasta la recepción para encontrarse con el chico y que éste le dijera a grandes rasgos lo que había ocurrido, mientras lo único que podían hacer era ir a la sala de espera y sentarse hasta recibir noticias. En su mente todo eso había sucedido en menos de cinco segundos y el tiempo se había detenido desde el momento de tomar asiento, pero el reloj en la pared  indicaba que ya llevaba cosa de tres horas esperando y ningún doctor se había acercado a ellos para informarle acerca del estado de su hermano.

Sabo enterró las manos en su rubio cabello y tiró de unos cuantos mechones, conteniendo un gruñido de desesperación. Se levantó de su incómodo puesto y caminó hacia el lado opuesto de la sala. No era usual que el lugar estuviera tan vacío, pues además de ellos sólo había un par de personas esperando información sobre sus propios familiares, pero aun así él sentía que el espacio era demasiado pequeño para albergarlos a todos y la abrumadora tensión que emanaba de cada uno inundando el lugar. Estaba seguro de que terminaría ahogándose si tenía que quedarse ahí esperando por mucho tiempo más.

Desde su posición observó a Bascud sentarse al lado de su hermano y darle un par de palmadas en el hombro—. Estará bien, él es fuerte.

Luffy le dedicó una débil sonrisa y un asentimiento. Tenía los ojos rojos y un poco hinchados, pues se había soltado a llorar en los brazos del rubio por un rato, cuando la incertidumbre y el miedo habían logrado sobrepasarle, pero por el momento ya estaba un poco más tranquilo. Sabo no había querido decirle todo lo que el castaño le había mencionado a él acerca de la manera en que encontró al pecoso en aquél callejón, pero el chico sabía que Ace estaba grave. Aunque ignoraba el hecho de que había sufrido un infarto durante su camino en la ambulancia y que los paramédicos habían estado intentando reanimarlo cuando se lo llevaron a urgencias, Luffy no necesitaba saberlo.

Sabo sólo podía hallarle un aspecto positivo a la situación; el hecho de que nadie se acercara a darles un informe quería decir que por lo menos su hermano seguía con vida.

Nojiko regresó de la cafetería con cuatro vasos de café en manos, le entregó el correspondiente a los hermanos antes de sentarse junto a Bascud y darle el suyo.

—Gracias —dijo el castaño. La chica sólo respondió con una leve sonrisa.

Él le había dicho, desde poco después que llegaran al hospital, que no era necesario que se quedara, que hasta podía llevarla a su casa si así se lo pedía, pero ella había insistido en que no quería dejarlo ahí solo y que por lo menos esperaría a que alguien más llegara a acompañarlo, pero incluso horas después de que se les unieran Sabo y Luffy él no le veía ninguna intención de retirarse. No que le molestara, en realidad.

—¿Tus padres no estarán preocupados por ti? —preguntó después de darle un trago a su café.

Ella hizo un gesto de mano como para restarle importancia—. Les dije que me quedaría a dormir en casa de mi amiga.

—¿Y ella? —insistió, elevando una ceja.

—Probablemente piense que me fui por ahí con algún chico. En realidad no importa, después le explicaré.

Bascud esbozó una pequeña sonrisa y volvió a tomar de su café.

Un rato después ─Sabo no sabría decir con exactitud cuánto tiempo, quizá media hora, tal vez más— se acercó a ellos una mujer de edad mayor enfundada en su bata blanca. Si la situación hubiera sido otra Sabo no habría pasado por alto la ironía impresa en el hecho de que la encargada del caso de su hermano fuera la misma que había atendido a Marco durante su estadía en el hospital meses atrás, pero en ese momento no tenía cabeza para pensar en ello.

—Doctora Kureha, ¿cómo está Ace?

Ella pasó su mirada por los cuatro rostros expectantes que esperaban su respuesta y después clavó sus ojos en él, con una seriedad que, Sabo pensó, no presagiaba nada bueno.

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«Marine Ford ─ 7:13 a.m.»

—Te tiene por completo comprado —comentó Thatch con una pizca de diversión en la voz.

—No es mi culpa, ¡es demasiado adorable! —replicó el pelirrojo. Sus dos acompañantes se echaron a reír. Marco le palmeó el hombro en un gesto de ánimo, pero sin borrar del todo la sonrisa burlona de sus labios.

Se encontraban los tres reunidos alrededor de la máquina de café de la estación, cada uno con una taza de la bebida en mano, hablando un poco acerca de la visita que habían hecho a casa de Melanie el día anterior, pues la mañana hasta ese momento se encontraba más bien tranquila y no había mucho qué hacer. El rubio estaba complacido de saber que sus amigos habían terminado por adorar a ambos niños, aunque él ya se imaginaba que sería así. Shanks en especial parecía tener una debilidad por el pequeño Troy.

—Sólo no vayas a consentirme demasiado a mi hijo, Akagami.

—¿Yo? Por supuesto que no —contestó con una expresión inocente instalada en su rostro. Marco sólo suspiró con un dejo de resignación.

En ese momento Takahashi se acercó, los observó un poco desconcertado por un par de segundos, como si no pudiera comprender que anduvieran con esas sonrisas alegres pintadas en el rostro, y con un asentimiento a modo de saludo se aproximó a la cafetera para servirse una taza del líquido.

—Pensé que estarías en el hospital, Marco —comentó al momento de agregarle un sobre de azúcar a su bebida.

Los tres amigos compartieron una confusa mirada—. ¿Por qué habría de estar allá? —preguntó el rubio dirigiéndose a su colega recién llegado.

—¿No estabas tú saliendo con el nieto del Oficial Garp?

Marco contuvo la respiración, su corazón comenzando a golpear con una fuerza brutal contra su pecho y sus manos temblando. Por suerte había dejado su taza de lado, sino era seguro que habría terminado hecha pedazos sobre el suelo.

—Ace… ¿Q-qué… qué tiene que ver él? —preguntó con la voz entrecortada, inundada de un terror absoluto que se propagaba por su pecho. Thatch y Shanks lo miraron con preocupación.

Takahashi levantó la mirada hacia su compañero, con el ceño ligeramente fruncido. Observó a los otros dos hombres que los acompañaban con la misma incredulidad—. ¿No lo saben?

—¡Habla sin rodeos, maldición! —gruñó Marco, dando un paso hacia el otro casi de forma amenazante.

Shanks se acercó a su amigo y le colocó la mano en el brazo—. Marco, tranquilízate, no ganas nada perdiendo el control.

El rubio cerró las manos en puños y apretó la mandíbula. Takahashi le dedicó una mirada comprensiva.

—Lo siento, creí que ya lo sabrían. El chico fue internado en urgencias a temprana hora de la madrugada, estaba bastante grave por lo que sé, no podría darte muchos detalles en realidad, no llevo el caso y todavía no se ha hecho un informe al respecto, pero, por lo que parece, alguien no quería que sobreviviera.

—Pero, ¿cómo está? —urgió el rubio, rayando en la desesperación.

Takahashi hizo el amago de una mueca. De verdad que preferiría no tener que ser él quien le diera la noticia—. Pues… vivo, apenas.

Shanks dejó escapar un jadeo y Thatch alguna maldición por lo bajo, pero él no les prestó atención. El suelo bajo sus pies parecía haber desaparecido, dejándolo a él flotando a la deriva, vagando por el vacío eterno. “No… no Ace, por favor…”. Al segundo siguiente ya se encontraba corriendo hacia la puerta principal de la estación.

—¡Marco, espera! —exclamó el pelirrojo. Pero él no se detuvo, no había forma de que lo hiciera, no cuando se trataba del amor de su vida corriendo peligro.

o~o

Marco se apresuró a llegar a la habitación que la enfermera le había indicado, tanta era su prisa que ni siquiera se acordó de la existencia de los elevadores y subió por las escaleras saltando los peldaños de dos en dos, mientras que en su mente había lugar para un solo pensamiento «Ace». Pero al doblar la esquina del tercer pasillo en el cuarto piso se detuvo de golpe. Sabo y Luffy estaban ahí, sentados en una banca frente a la que supuso era la habitación de Ace, Sabo abrazando a su hermano menor mientras éste hundía el rostro en el hombro del mayor, presumiblemente llorando.

El policía no había pensado en que tendría que encontrarse de frente con los hermanos del pecoso, lo único que daba vueltas en su mente era el hecho de Ace en el hospital, debatiéndose entre la vida y la muerte, nada más le había importado hasta el momento. Inhaló con profundidad y tragó saliva. La incomodidad de ver a los chicos no era suficiente para hacer que saliera de ahí, Ace era mucho más importante que cualquier otra cosa. Exhaló el aire, y justo cuando ya iba a dar el primer paso hacia ellos el ascensor que estaba a su lado abrió sus puertas, dejándole paso a Law.

El de ojos grises pareció sorprendido al encontrarlo ahí, pero después lo miró, inexpresivo, por un segundo para acto seguido pasar por su lado sin mediar palabra. En cuanto Luffy se percató de la presencia de su novio se levantó de su asiento y se arrojó a sus brazos, enterrando la cabeza en su pecho. Law lo apretó contra su cuerpo y después comenzó a acariciarle la espalda, y Marco pudo ver que intercambiaba un par de palabras con Sabo antes de que el chico rubio girara el rostro hacia él.

Trafalgar se llevó al menor a algún otro lugar donde pudiera ayudarle a tranquilizarse un poco y Marco volvió a respirar para comenzar a acercarse hacia el otro chico, quien ya se había puesto de pie, al parecer esperándolo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo notar su rostro con mayor claridad; estaba más pálido que de costumbre, con los ojos algo rojos e hinchados. Sabo también había derramado sus propias lágrimas.

—¿Cómo… cómo está?

El menor le dedicó una mirada cargada de tristeza e hizo un gesto con la cabeza hacia la ventana de la habitación frente a ellos. Marco se acercó con pasos inseguros, y el alma se le salió del cuerpo cuando vio ahí a Ace, tumbado en la cama, con una mascarilla en el rostro para poder respirar y conectado a otros aparatos que estaban a su alrededor, pero sin moverse ni un ápice.

—Está bastante grave, parece que quien sea que lo haya atacado no tenía la intención de dejarlo con vida. Tuvieron que operarlo para evitar que una costilla rota le perforara el pulmón y para detener algunas hemorragias internas. Sufrió un infarto en la ambulancia, tiene muchas heridas cortantes y perdió demasiada sangre, así que también han tenido que hacerle una transfusión, pero por suerte nada que haya dañado de gravedad algún órgano vital, aunque estuvo bastante cerca en unos casos. El brazo izquierdo roto. Afortunadamente no tiene un daño permanente en la columna vertebral, pero lo que más les preocupa es la herida de su cabeza. Tuvieron que darle dieciséis puntos, pero ya no pueden hacer más, ahora todo depende de él. Los doctores dicen que estas 48 horas son críticas… —Sabo no pudo hablar más sin ahogarse con las palabras y, sin quererlo, una solitaria y dolorosa lágrima abandonó su ojo mientras observaba frente a él el cuerpo inconsciente de su hermano—. Hay que esperar… a que despierte… es decir, si es que él…

Marco asintió levemente para que el chico no tuviera que terminar la oración, dado que tampoco quería escuchar cómo acababa. Colocó la mano en el cristal y clavó la mirada en el aparto que monitoreaba los latidos del corazón de Ace, sintiendo que todo el mundo se reducía a eso.

—Puedes entrar, si quieres. —Sabo se había colocado a su lado y hablaba mientras veía a su hermano en el interior de la habitación—. A Luffy le afectó mucho el verlo, así que consideré mejor que no entrara, pero si tú quieres puedes hacerlo.

Marco volteó a verlo, sorprendido. Ciertamente no había esperado que los hermanos de su… ex novio ─diablos, cómo odiaba ese estúpido término─ lo echaran a patadas del lugar, pero sí un trato un poco más hostil de su parte, era lo menos que se merecía.

—Tú… ¿no estás molesto conmigo?

Sabo negó con la cabeza, aun viendo hacia el frente—. No sé cuáles hayan sido tus razones para terminar con mi hermano, pero ahora estás aquí, y puedo darme cuenta de lo mucho que te duele verlo en ese estado. —Ahora sí, Sabo se giró hacia él, y aunque Marco no pudo identificar muy bien la expresión de sus ojos se alegró de no encontrar odio en ellos—. Anda, entra.

—Gracias. —El menor asintió y se dio la vuelta para comenzar a caminar y desaparecer al final del pasillo. Marco miró hacia la puerta de la habitación, y el aire abandonó sus pulmones cuando tomó la perilla en su mano.

Peep… peep… peep…

Los pitidos del electrocardiograma era lo único que podía escucharse en el interior, y no pudo evitar pensar que le parecían demasiado lentos. Cerró la puerta antes de acercarse más a la cama, deteniéndose a un lado de ella. El brazo izquierdo de Ace estaba enyesado, y su pecho vendado según alcanzó a ver sobresaliendo de la bata de hospital con la que estaba vestido bajo la sábana blanca. En realidad casi todo su cuerpo estaba vendado, incluida su cabeza, y su rostro presentaba algunos moratones. Su respiración debía ser en verdad débil considerando lo poco que su pecho se elevaba por reacción, casi parecía que ni siquiera respiraba. Ahora más que antes pudo sentir la ira bullendo por su sangre y quemando sus venas, como él llegara a tener enfrente al causante del estado del pecoso, lo mataba en ese instante.

Con mucho cuidado tomó la mano de Ace entre las suyas propias y se sentó en la orilla de la cama, acariciando con su pulgar el dorso del otro—. Ace… lo siento mucho… —Se mordió el labio inferior tratando de evitar que comenzara a temblar, pero no pudo hacer nada contra el que sus ojos se humedecieran, y tomó un poco más de aire para poder seguir hablando—. Perdóname Ace, no debí dejarte, terminar contigo fue una completa estupidez, no tienes idea de lo arrepentido que estoy, y no puedes escucharlo si estás dormido. Tienes que despertar Ace, para que yo pueda decirte lo idiota que fui, que cometí el peor error de mi vida al alejarte de mi lado, que te extraño como no tienes idea. Me haces falta, porque te amo demasiado. —Marco dejó salir un pequeño sollozo y estiró la mano para tomar un pequeño mechón de cabello que sobresalía entre las vendas y caía sobre la frente del chico, y acomodarlo en su lugar, como tantas veces había hecho antes cuando ambos se quedaban acostados en la cama, abrazados y enredados después de haber hecho el amor—. ¿Recuerdas que te dije que no quería verte en éste estado? Por favor, despierta, si no lo haces por mí, hazlo por tus hermanos. Sabo y Luffy te necesitan… Yo también te necesito. Despierta amor, por favor despierta.

Marco se quedó esperando que Ace abriera los ojos, moviera su mano o tuviera una pequeña reacción, algo que le dijera que sabía que estaba ahí, que él estaba consciente. Pero nada sucedió, y al final terminó enterrando el rostro en la cama junto al cuerpo del pecoso, derramando lágrimas incesantes que parecían hacerse cada vez más dolorosas—. Vuelve aquí amor, conmigo. Vuelve a mi lado.  

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Después de dejar a Marco en la habitación de su hermano, Sabo caminó sin rumbo fijo por los pasillos del hospital, bajó escaleras y cruzó puertas exteriores hasta terminar, sin darse cuenta, en los jardines del establecimiento frente a la banca de piedra que alguna vez Ace y él ocuparon. Dio un paso al frente y deslizó la yema de los dedos sobre la pulida superficie. Sin darse cuenta en qué momento las lágrimas comenzaron a caer desde sus ojos y deslizarse por sus mejillas en el mismo camino que habían recorrido antes y que apenas parecía haberse secado. Había sido demasiado débil, en realidad, se suponía que él tenía que ser fuerte, por Luffy, para que alguien cargara con esto, para sostenerlo y evitar que se derrumbara. Se suponía que había convencido a su abuelo de que no era necesario que regresara, que no lograría nada estando ahí sentado en una banca todo el día, que era mejor que siguiera con su trabajo, porque él se encargaría de todo, porque él cuidaría de su hermano menor, porque sería fuerte para sostenerlo y no se dejaría sobrepasar por la situación pero... no lo había logrado, ver a su hermano en tal estado, saber todo lo que le habían hecho y además la posibilidad de que no despertara, se había terminado quebrando también. Así que ahora la fuerza de Luffy dependía más del apoyo y la compañía que Law pudiera otorgarle en ésta situación, en lugar de la suya propia. Era un rotundo fracaso como hermano mayor. 

Estuvo un rato ahí, sentado acompañado de la soledad, tan sólo pensando en todos los buenos momentos y las aventuras que había vivido junto a Ace, recordando el día en que Luffy había llegado a cambiarles la vida, las tardes que pasaron corriendo por las calles de la ciudad causando problemas, las peleas que ganaron codo a codo, protegiéndose de forma mutua, juntos en todo momento. Incluso en ésa misma banca donde en ese momento se encontraba solo, habían estado ambos. Aquella vez él había tenido que sostener a su hermano, le había dejado llorar sobre su hombro ante la perspectiva de perder al hombre que amaba, le había abrazado con todas sus fuerzas para que supiera que no estaba solo, que él siempre estaría a su lado y no lo dejaría caer. Pero ahora Ace estaba allá dentro, sin más muestra de estar vivo que los pitidos de una estúpida máquina, y él estaba ahí, sentado en medio de lo que sentía era la peor oscuridad en la que hubiera estado jamás. ¿Quién se suponía que lo sostendría a él? ¿Quién tomaría su mano para evitar que cayera directo a un abismo oscuro, solitario y doloroso? 

"Killer... te necesito más que nunca".

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«Skypea»

—¡Chicos, el desayuno está listo! —exclamó al momento de dejar los platos en la superficie de la mesa. Cavendish y su padre no tardarían mucho en llegar al comedor.

Su amigo había insistido, desde unos días atrás, en que se quedaran a pasar un tiempo con él en su casa, argumentando que en realidad un poco de compañía no le vendría mal para llenar el casi vacío del lugar. Killer suponía que el chico había pensado más bien lo mismo que él; llegar al hospital desde ahí era mucho más fácil y rápido en caso de emergencia. Él se lo agradecía de verdad, pero no podía dejar de sentir que estaban invadiendo un hogar que no les pertenecía, a pesar de que el chico vivía solo, pues sus padres se habían divorciado cuando él apenas era un niño y ambos se habían vuelto a casar y tenían sus respectivas familias, y Cavendish siempre decía que no encajaba en ninguna de ellas, así que sus padres le habían comprado esa casa como alguna especie de compensación. El chico podía haberle contado aquello como si cualquier cosa, pero él había notado el trasfondo herido en su voz al describirle todo el asunto. Él no podía imaginarse cómo se sentiría, pues a pesar de que sus propios padres se habían divorciado hacía años, siempre tuvo a su padre de su lado y entregándole todo el amor que era capaz de demostrar, pero para los padres del chico parecía ser más bien una carga extra que les recordaba el error que habían cometido al intentar estar juntos. Nadie se merecía algo así, en realidad.

Pero bueno, Cavendish parecía bastante contento de tenerlos ahí, así que todo estaba bien en realidad, pero él era algo así como el encargado de cocinar cada vez que tenía oportunidad, puesto que él mismo había insistido en tomar para agradecerle por su hospitalidad. Tanto su padre como su amigo habían estado de acuerdo, con mucha más emoción de la que había esperado. El chico se la pasaba diciéndole que su comida era deliciosa, que era un gran cocinero y cosas así, aunque él en realidad no le encontraba nada del otro mundo, pero cada vez que hacía un comentario por el estilo no podía evitar terminar recordando aquella mañana que pasó al lado de su novio, después de haber tenido su primera noche juntos, cuando había cocinado el desayuno para él y Sabo había estado tan feliz al comerlo como si se tratara de algo preparado por el más famoso chef del mundo. Aquello siempre le sacaba una pequeña sonrisa nostálgica, y esperaba algún día poder repetir la escena, al igual que muchas otras cosas que quería volver a vivir a su lado.

Regresó a la cocina para tomar los vasos de jugo de naranja y llevarlos a la mesa, pero antes de hacerlo se detuvo al sentir que su celular comenzaba a vibrar desde el bolsillo de su pantalón. Se sorprendió un poco, puesto que casi nadie solía llamarle y mucho menos a tan temprana hora de la mañana.

Al sacar el aparato y revisar la pantalla no pudo evitar que su corazón comenzara a bombear sangre a toda velocidad.

«Llamada entrante: Sabo»

En menos de un segundo pasó de la sorpresa al nerviosismo a la preocupación. Sabo no solía llamarle, desde que él mismo había comenzado a poner distancias y trabas a su comunicación el chico prefería esperar a que lo contactara, llevaba bastante tiempo sin buscarlo por su propia cuenta, y que lo hiciera en este momento sólo le hacía pensar que algo grave podría estar pasando durante su ausencia. Una parte de él le decía que se estaba volviendo paranoico, que quizá su novio le estaba llamando porque al fin se había terminado hartando de toda esa situación y quería gritarle unas cuantas verdades al oído y muy probablemente terminar con él porque ya no podía soportar el rumbo que había tomado su relación desde un tiempo para acá ─Killer vivía todos los días con el terror acechante de que esto en realidad llegara a ocurrir, pero seguía siendo demasiado egoísta, débil y cobarde como para enfrentarse a su estúpida y dolorosa realidad, aunque sabía que en algún momento tendría que hacerlo─ pero algo dentro de él, alguna especie de sexto sentido si querían llamarlo así, le previno de que no era en realidad eso lo que sucedía. Pero Killer no podría saberlo en ése momento, porque justo cuando había tomado el valor suficiente para contestar la llamada un sonido sordo, proveniente de algún lugar en la estancia de la casa, lo detuvo.

—¡David! —gritó la alarmada voz de Cavendish.

Entonces él salió corriendo de la cocina, olvidando cualquier cosa que hubiera pasado antes de ese momento, y corrió hasta la estancia, sólo para encontrar a su padre tumbado en el suelo, inconsciente, y a su amigo arrodillado a su lado e intentando hacer que reaccionara. Se acercó con rapidez y tomó el liviano cuerpo de su procreador en sus brazos, como si el gesto no supusiera ningún esfuerzo.

—Cavendish, llama al doctor Genji y dile que vamos en camino —le indicó al chico con voz urgente mientras se dirigía a la salida.

Su amigo asintió al momento de abrirle la puerta para dejarle pasar y apresurarse en hacer lo correspondiente con la puerta del coche, y en menos de tres segundos él estaba contactando con el médico que llevaba el caso de David mientras sostenía la cabeza del hombre sobre su regazo en el asiento trasero y Killer manejaba a toda velocidad por las calles de la ciudad en dirección al hospital, un lugar al que se habían acostumbrado durante los últimos meses, pero al que nunca les agradaba ir a parar. 

Continuará...

Notas finales:

Y eso ha sido todo por hoy chicos! :D

Las cosas se complican cada vez más, ¿qué harán nuestros personajes ahora? :O

Muchas gracias a todos por leer! Los adoro chicos <3 

Espero sus reviews con sus comentarios, opiniones, sugerencias, críticas o lo que quieran escribir, los leo encantada :D 

Cuídense mucho y besos! Hasta la próxima. 

Misa-chan


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