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Estoy a tu lado por Roronoa Misaki

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Notas del capitulo:

¡Hola de nuevo, chicos!

Ya les tengo aquí la segunda parte que les había prometido. Una vez más, disculpen la demora. 

Esta será mi semana de exámenes ;-; Así que la comenzaré dejándoles esto para que lean, espero lo disfruten. 

[Capítulo 13 ─ Miedo, amor y algún otro sentimiento (Segunda Parte)]

«Dile que sí, aunque te estés muriendo de miedo, aunque después te arrepientas, porque de todos modos te vas a arrepentir toda la vida si le dices que no» ─Gabriel García Márquez

Después de haberse colocado una camiseta y un short como vestimenta para dormir, Sanji se dirigió al baño de su habitación y fue directo al lavamanos para remojarse la cara. Había sido un día bastante abrumador, y esperaba poder descansar bien esa noche, pues desde hacía un tiempo atrás el dormir no parecía serle de mucha ayuda. Cuando regresó a su habitación con la intención de ir directo a acostarse, lo detuvo un extraño repiqueteo que se escuchaba contra la ventana. Alzó una ceja, confundido. Las cortinas negras estaban cerradas, así que no podía ver nada en el exterior como para hacerse una idea de a qué se debía ese sonido. Entonces el repiqueteo volvió a escucharse, y él se acercó, un tanto vacilante, y abrió las cortinas de un rápido movimiento. Una pequeña piedra golpeó el cristal, y los ojos casi pudieron habérsele salido de sus cuencas al ver lo que había del otro lado.

—¡¿Marimo?!

Zoro estaba ahí, parado sobre una de las gruesas ramas del árbol fuera de su habitación y sosteniéndose del tronco. Le hizo una seña para que abriera la ventana.

Sanji, aún anonadado por la vista, dio un paso al frente y botó el seguro para abrir—. ¿Pero qué demonios estás haciendo?

—Shh —musitó Zoro, colocándose un dedo sobre los labios para indicar que no subiera la voz—. Tu padre no me dejó pasar, pero necesitaba verte.

Él se alegró cuando, de hecho, logró evitar que sus mejillas se sonrojaran, ese no era el momento para ello—. ¿Y por eso trepas por el árbol hasta mi ventana? ¿Has perdido la cabeza?

—Desde hace mucho tiempo —contestó Zoro con seriedad, mirándolo directo a los ojos. Sanji se contuvo de dar un paso atrás, de sonrojarse o de siquiera respirar. Entonces el de cabello verde desvió la mirada hacia el cielo—. ¿Puedes dejarme pasar? Está a punto de comenzar a llover aquí.

—No, ¿sabes qué? Tal vez debería dejarte allí afuera para que te empapes.

—¡Oh vamos! Tú no harías eso, ¿no, cocinero?

—¿Eso es un reto?

—No en realidad. Anda, déjame pasar.

Sanji gruñó por lo bajo y, a regañadientes, se hizo a un lado para dejarle espacio al otro. Lo observó saltar la distancia entre la rama y su ventana como si en realidad no le supusiera ningún esfuerzo, dar otro pequeño salto al llegar al alfeizar para después caer hincado en el suelo, y trató de no pensar demasiado en el hecho de que Zoro estaba entrando a escondidas en su habitación. ¡Él no debía inventarse una situación romántica aquí!

—Eso fue peligroso idiota, pudiste haberte roto algo si caías —regañó una vez el otro estuvo de pie frente a él.

—Oh, ¿te preocupas por mí? —preguntó Zoro esbozando una sonrisita ladeada.

Sanji enrojeció—. ¡Por supuesto que no, marimo imbécil! —replicó al instante, arreglándoselas para sonar muy molesto sin la necesidad de subir la voz, no fuera siendo que su padre subiera hasta su habitación y arrojara a Roronoa por la ventana—. Pero ya tenemos suficiente con Ace en el hospital como para que tú hagas estas estupideces arriesgadas, ¿acaso quieres ir a hacerle compañía en su convalecencia?

 —Si con eso voy a conseguir que me escuches, entonces tal vez debería hacerlo.

Él apretó los labios y cruzó los brazos sobre su pecho, dando un paso hacia atrás—. Bien, ¿qué quieres? Que sea rápido, no tengo todo tu tiempo.

Zoro dio un paso adelante, acortando la distancia que él había dispuesto entre ellos, y lo miró a los ojos con más seriedad de la que estaba acostumbrado a verle—. No estoy de acuerdo.

Sanji parpadeó, confundido—. ¿Con qué?

—Con lo que me pediste. ¿Eso de hacer como que nada sucedió y volver a ser los idiotas de antes? Bueno, no estoy de acuerdo. No lo haré.

Su corazón se saltó un latido, y él comenzó a sentirse mareado y enfermo. “Mierda, mierda, mierda” era lo único en lo que podía pensar—. ¿Por qué no? Ya habías aceptado, además es lo mejor para nosotros.

—No es cierto. —Zoro volvió a dar un paso más cerca, y Sanji estaba comenzando a entrar en desesperación, pero no retrocedería, no estaba dispuesto a demostrarle a Zoro cómo le afectaba su cercanía—. Accedí, sí, pero porque tú me lo pediste, porque creí en ese momento que era eso lo que necesitabas. Pero no es lo que quiero. Dijiste que todos estaríamos tranquilos y felices, ¿recuerdas? Pues yo no lo estoy. Y quiero creer que tú tampoco.

La expresión en el rostro del rubio se endureció junto con sus facciones, y su mirada casi parecía querer taladrarle el cráneo—. No te atrevas a venir aquí ahora y decirme que te interesas por lo que siento, cuando no te ha importado un comino desde hace tiempo.

A Zoro le dolió eso, vaya que le dolió, pero más que las palabras, fue el rostro del cocinero lo que rompió algo dentro de él, fue el dolor en su mirada lo que le hizo dudar de nuevo, porque él ya no quería seguir causando eso, no quería hacerlo sufrir más… pero tampoco podía irse ahora, no podía sólo retroceder y salir por esa ventana, porque ya no soportaba lo que había sido de ellos desde que no estaban juntos. Si él podía causar tanto daño en el rubio, entonces eso quería decir que todavía podía hacerlo feliz también, ¿verdad? Sólo tenía que hacer las cosas bien.

Sanji dio un respingo cuando los dedos de Zoro rozaron su mano, se deslizaron con lentitud y suavidad por todo lo largo de sus propios dedos, esparciendo una chispita de calor, tentativos y cuidadosos. Quiso apartarse, alejarse de esas caricias que lograban hacer a su corazón saltar con violencia, gritarle en la cara que no podía venir a su hogar y hacer de su interior todo un revoltijo de sentimientos, y arrojarlo por la maldita ventana. Pero no lo hizo, no podía porque, irónicamente, él extrañaba tanto que Zoro le hiciera sentir de esa manera. Si podía tenerlo, aunque fuera por un pequeño instante, aceptaría esa hermosa mentira. Así que no se movió, se quedó quieto hasta que la mano de Zoro se cerró alrededor de la suya propia. Era áspera y algo tosca, pero su agarre suave y muy cálido. Había sido así desde el primer momento.

—Me equivoqué —dijo con su voz grave y baja, acercándose un paso más. Sanji reprimió un estremecimiento al escucharlo, pues ese par de ojos oscuros  lo veían con algo muy parecido al arrepentimiento—. Estaba estresado, tenía muchas cosas en la cabeza de las que preocuparme, y se me hizo fácil simplemente descuidar nuestra relación; ese fue mi peor error. Di por hecho que siempre estarías ahí a mi lado, que yo era lo único que necesitabas y que por eso no me dejarías. Pero, como todo un completo idiota, olvidé un detalle muy importante; que yo también te necesito. Lo hago, Sanji, porque sin ti a mi lado, nada me sabe bien. No es lo mismo.

Por un momento creyó que había dejado de respirar, que esa profunda mirada le había robado el aliento, pero su pecho temblaba con cada inhalación. Así que respiraba, sí, pero eso no parecía ser suficiente. ¿Eso de verdad estaba pasando? ¿Zoro en serio estaba ahí, frente a él, diciendo todas esas cosas que tanto tiempo había estado esperando escuchar? ¿No era todo sólo un sueño que se desvanecería en cualquier momento? Pero… el tacto de Zoro era tan cálido, tranquilizador y agobiante, todo aquello que pensó que no volvería a tener viniendo de él. Era real, de verdad.

—¿Por qué? —preguntó en un casi murmullo, sin poder tan sólo aceptar el hecho de que eso en realidad sucediera, no cuando él ya había decidido que lo dejaría atrás—. ¿Por qué vienes y me dices todo esto ahora?

—Porque soy imbécil, me ha costado demasiado darme cuenta de que, en realidad, no puedo seguir así —contestó Zoro, apretando un poco más su mano—. Ver a Marco sufriendo por el estado de Ace me ha abierto un poco los ojos, porque sé que yo no podría soportar estar en su situación, que sería incapaz de sobrellevar la simple posibilidad de perderte para siempre, de ya no poder verte más y apreciar una sonrisa en tu rostro o escuchar tu voz… pero nuestra situación actual no me hace sentir mucho mejor, porque siento que me han arrancado una parte de mí, una demasiado importante, y ha dejado un vacío por demás doloroso; porque nada puede hacerme feliz ahora ni distraerme lo suficiente como para evitar pensar en ti y en nuestros recuerdos; porque lo único que quiero es poder volver a verte sonreír, no me importa si es incluso para burlarte de alguna idiotez que yo haya dicho, mientras pueda ver ese gesto en tu rostro y sentir que yo he logrado que esté ahí.  Sanji de verdad, de verdad necesito recuperar esa parte de mí que ya no está, porque sin ella no puedo ser yo mismo, y para eso te necesito a ti, porque tú me la has robado hace mucho tiempo, y en realidad no deseo que me la regreses si no viene acompañada de ti.

Él no tenía palabras, no sabía qué debía decir, todo era tan repentino, había dado por perdido a Zoro y ahora él venía y le decía todas esas cosas sin siquiera titubear, con tanta seguridad y decisión que hacía temblar todo dentro de él.

—Dime, ¿aún me amas? —Sanji tragó saliva y apartó la mirada, incapaz de saber lo que saldría de su boca si seguía observándolo a los ojos—. Si es que lo haces, dame otra oportunidad para demostrarte que yo también lo hago.

[Si Zoro te pidiera perdón e intentara arreglar las cosas entre ustedes, ¿lo perdonarías?]

Se mordió el labio inferior y, con lentitud y un poco de miedo, tiró de su mano, alejándose poco a poco de ese cálido tacto hasta que se desvaneció en el aire—. No —contestó, negando con la cabeza y retrocediendo, aterrado. Zoro sintió como si el tiempo se hubiera detenido y el aire hubiera dejado de correr, porque Sanji estaba alejándose de él otra vez—. No podemos Zoro, ya lo intentamos una vez y no funcionó y sólo nos hicimos daño el uno al otro…

—Sanji, por favor —interrumpió el mayor, intentando volver a tomar su mano. Su corazón se estrujó con un doloroso crujido cuando el otro lo esquivó. ¿Era así como Sanji se había sentido cuando él lo dejó de lado? ¿Había sufrido el mismo dolor por el rechazo, por su culpa? ¡Dios, ¿pero qué idiotez había hecho?!—. Por favor, no me hagas esto. Sé que lo merezco, ¿de acuerdo? Que me equivoqué de la peor forma y te lastimé, que fue mi culpa que las cosas terminaran de esta manera y que seguro debes odiarme por ello, pero…

—No te odio. —Zoro se quedó sin palabras, sorprendido ante lo que el rubio había dicho de repente. Sanji aún permanecía unos pasos alejado de él, con la cabeza inclinada hacia el frente de modo que su flequillo le cubría el rostro. Él no podía ver su expresión, pero podía escuchar su voz, que delataba cada sentimiento que intentara ocultar—. No podría odiarte, no fue tu culpa. Yo también me equivoqué. No… no sabía nada acerca de cómo se supone que debe ser una relación entre dos hombres, y cuando las cosas se volvieron complicadas creí que sólo tenía que aguantar, tragarme lo que sentía y sólo esperar a que todo volviera a ser como antes. Pero nada mejoró, y yo me sentía tan frustrado, porque veía a Law y Luffy ser felices juntos, veía la forma en que convivían y en que se trataban, el cómo se acoplaban, y entonces entendí que no se trata de soportar, sino de disfrutar. Y eso me destrozó, porque no podía recordar la última vez que disfruté estar a tu lado, Zoro. —Sanji apretó sus manos en puños, agachando aún más el rostro con la única finalidad de evitar que Zoro notara el par de lágrimas que lograron escapar de sus ojos. Él no debía dejarse llevar ahora—. Quizá, si hubiera hablado de eso… pero no lo hice, y al final no lo soporté. Así que fue mi culpa también. Lo sé, pero… pero no quiero volver a sentirme de esa forma.

Zoro respiró profundo, tratando de controlar todo el huracán de emociones que se desarrollaba en su interior. Tal vez Sanji pudiera ver las cosas de esa forma pero, en realidad, el chico no habría tenido que soportar nada si él hubiera prestado la suficiente atención a su relación en primer lugar.

—Sí, es verdad. Ambos cometimos errores, pero ¿y qué? Cualquiera lo hace. Tuvimos problemas, sí, al igual que todas las parejas los tienen. Nos hicimos daño, tal vez, pero ninguno lo hizo a propósito. Jamás quise lastimarte, y me odio a mí mismo por haberlo hecho. Pero, ¿no crees que merezcamos una segunda oportunidad, para remediar todo eso que hicimos mal? Sólo hay que darnos otra oportunidad, sólo una más, no más secretos, no más mentiras, sólo tú y yo, en el estado más sincero posible.

Sanji se envolvió a sí mismo en un frágil abrazo, y negó con la cabeza—. Tal vez, simplemente no fuimos hechos para estar juntos.

—¿Y si te digo que no me interesa? —Se sorprendió cuando escuchó la voz de Zoro tan cerca de él, y levantó el rostro de golpe, sólo para toparse frente a frente con esos ojos oscuros. En algún momento en medio de la conversación y aprovechando que él no estaba observando, Roronoa había vuelto a acercarse, y ahora estaba a tan sólo un paso de distancia—. Me importa una mierda si no fuimos hechos para estar juntos, o si el destino nos quiere separados. Nada de eso es relevante para mí. Lo que me importa es lo que siento, aquí —colocó una mano en su pecho, justo donde debería estar su corazón, sin apartar la mirada de él, con la seguridad inundando sus pupilas y cortándole el aire—. Tu nombre está tatuado en este lugar, cocinero, y eso no es algo que se pueda borrar.

Sanji ya no podía respirar, y en cualquier momento terminaría cayendo de bruces al suelo, estaba seguro de eso, porque su mente daba vueltas, todo su interior temblaba y el suelo bajo sus pies parecía estar cada vez más lejano. Y todo por culpa de él—. Me estás matando, Zoro.

Pero el de cabello verde no retrocedió ante esas palabras. Tan sólo dio el último paso para acortar toda distancia entre ellos, y colocó con suavidad ambas manos en las mejillas del rubio, sosteniéndolo para que lo mirara directo a los ojos, para poder leer lo que había en su interior—. Aún no me has contestado la primera pregunta que te hice. —Sanji lo miró sin comprender, y él se inclinó más cerca, hasta el punto en que podía sentir sus respiraciones chocar entre sí—. ¿Todavía me amas?

Ese era el momento indicado para perder la consciencia. Porque las manos de Zoro acariciando con sutileza su piel se sentían demasiado bien, su aliento rozando con suavidad su rostro era abrumador, sus ojos, su voz, su tacto. Todo. Todo era más de lo que podía soportar—. Sí…

Y eso fue lo único que Zoro necesitó para salvar los centímetros de distancia que aún quedaban entre ellos y atrapar esos suaves y rosados labios con los suyos. Fue un contacto leve y tentativo, apenas un roce pues no estaba seguro de cómo reaccionaría Sanji, esperando que tal vez lo apartara de un empujón o le diera un golpe en la entrepierna. Pero eso no pasó, el chico no lo apartó y él presionó un poco más contra su boca, aún un poco inseguro, hasta que sintió las manos del rubio colocarse en sus costados, casi con miedo, y cerrarse sobre su camiseta, tirando para que estuviera más cerca de él.

Zoro borró con sus pulgares el camino que las lágrimas habían trazado antes por las mejillas de su rubio, mientras se inclinaba más hacia él probando el sabor que tanto había extrañado, ese que era una mezcla de muchas cosas y que le encantaba. Acarició con sus labios los de Sanji, saboreándolos, delineándolos, suspirando sobre ellos porque los había deseado con locura y ahora podía tenerlos una vez más.

Sanji tenía miedo. Estaba aterrado, más bien. Temblaba por dentro como si en cualquier momento fuera a colapsar. ¿De verdad estaba bien eso? No quería volver a sufrir tanto como lo había hecho, dudaba de volver a entregarle todo a ese chico de cabello verde porque, ¿y si todo terminaba igual, o incluso peor? Pero él lo sabía. Sabía que, aunque llegara a arrepentirse después, justo en ése momento Zoro era lo único que quería tener a su lado. Porque no contaba con la fuerza suficiente para alejarse de él, mucho menos para sacarlo de su corazón. Eso, ya lo había comprobado más de una vez.

Zoro terminó el beso antes de siquiera profundizarlo, pero en su lugar le rodeó con sus brazos y lo estrechó contra su cuerpo, apoyando la cabeza sobre su hombro—. Yo también tengo miedo —susurró junto a la piel de su cuello. Sanji se quedó paralizado, porque no había esperado eso, porque Zoro se había dado cuenta de su inseguridad aun cuando había tratado de ocultarla y ahora le decía eso, como si no hubiera tocado ya cada fibra sensible que tenía dentro—. Estoy aterrado de volver a equivocarme y herirte de nuevo… pero, justo ahora, lo único que quiero es hacerte feliz. Déjame intentarlo.

Esta vez no sólo tembló su interior, sino que todo su cuerpo se estremeció en una leve sacudida, y él sólo atinó a deslizar sus brazos por el torso de Roronoa y apretarse contra él, hasta que estuvieran tan juntos como fuera posible y un poco más. No hubo respuesta verbal, pero él esperaba que Zoro supiera interpretar sus acciones. Seguro lo hizo, porque volvió a besarlo, robándole el poco aire que aún le quedara, pegándolo a su cuerpo hasta que parecía que eran una sola persona, aferrándose a él como si no quisiera volver a soltarlo jamás, inundándole el pecho de una gloriosa felicidad que estaba dispuesto a aceptar.

En algún momento entre toda su conversación había comenzado a llover en el exterior, y ahora las gruesas gotas golpeaban el techo y mojaban la ventana, que Zoro apenas había recordado cerrar antes de empezar a hablar. Pero eso ellos ni siquiera lo sabían, porque en ese momento no les importaba nada más que la persona a la que sostenían cerca, a la que se aferraban porque no querían volver a pasar por la tortura de pensar que la habían perdido. 

Los besos que compartían eran una mezcla de todo, había cariño, amor, anhelo y muchas otras cosas. En un momento eran lentos y suaves, y al otro intensos y profundos, pero todos tenían algo en común: les aceleraban el corazón, les calentaban la sangre y les robaban el aliento.

Sanji no se dio cuenta de que habían comenzado a retroceder, hasta que sintió que sus piernas chocaban con el borde de la cama. Se sostuvo del cuello de Zoro, intentando acercarlo todavía más, y éste mismo le rodeó la cintura con un brazo mientras con el otro se apoyaba en el colchón al momento de recostarlo, quedando sobre él y presionándose un poco contra su cuerpo, sin dejar de besarlo en ningún momento. Sus piernas se enredaron casi al instante, reconociéndose entre ellas, y él suspiró cuando los tibios dedos de Zoro acariciaron la piel de su cadera que había quedado al descubierto gracias al movimiento de su ropa al acostarse. Entonces el mayor abandonó sus labios y bajó besando su mandíbula y su cuello, en aquella parte que era su debilidad, mientras su mano se escabullía bajo la camiseta recorriendo su costado con lentitud. Se estremeció de pies a cabeza, porque las caricias y besos de Zoro se sentían tan abrumadoramente bien, y él tenía tanto tiempo deseando sentirlas de nuevo que estaba aún más sensible de lo normal. Pero, una parte de él le decía que era demasiado. Y tal vez tuviera razón.

—E-espera Zoro —dijo con un poco de dificultad, porque de verdad que eso sentía bien. Sacudió su cabeza y colocó una mano en el hombro del otro, alejándolo un poco de él para así poder sentarse. Zoro quedó arrodillado frente a él, y lo miró con algo parecido al miedo en sus ojos. Él entendió que estaba pensando que quizá se había arrepentido de aceptarlo otra vez, que le pediría que se fuera y que no volviera a buscarlo. Le dedicó una sonrisa tranquilizadora y plantó un suave y casto beso sobre sus labios—. No es eso, idiota. Sólo… quisiera que fuéramos un poco más lento, que restablezcamos nuestra relación con calma, para poder sentir que esto funcionará.

El mayor suspiró, algo aliviado porque realmente no lo iba a echar de su casa a patadas, y asintió, comprensivo—. Claro, entiendo. Lo siento, me dejé llevar.

Sanji negó con la cabeza—. Está bien, yo… yo también lo hice. Pero habrá que controlarnos por un tiempo.  

—Bien, puedo hacer eso. Creo —dijo, tallándose la nuca con un poco de inseguridad.

El rubio sonrió y se inclinó para volver a plantarle un beso. Se sentía tan agradable tener esa seguridad de poder besarlo cuando se le antojara, que no podía dejar de hacerlo—. Bueno, igual podrías, tal vez, quedarte a dormir —comentó con un poco de nerviosismo, un ligero sonrojo instalado en sus mejillas—. Digo, si no es demasiado para ti.

Zoro no pudo evitar sonreír al notar al chico nervioso, y se inclinó para besarle en la mejilla—. Está bien, podré soportarlo.

Contentos y tranquilos, compartieron unos cuantos besos más antes de acomodarse bajo las mantas. Zoro quería conservar su pantalón, pero Sanji le aseguró que no le molestaba que durmiera en bóxer mientras mantuviera a su amigo dentro, a lo que él accedió. Se acomodaron juntos de frente, el rubio utilizando uno de los brazos del mayor como almohada mientras el que quedaba libre le rodeaba la cintura, apretándolo cerca, a lo que él respondió abrazándose también a su torso. Casi había olvidado lo cálidos y protectores que se sentían los brazos de Zoro alrededor de él, fuertes y a la vez delicados, apretándolo contra su cuerpo y obligándolo a enterrar la cabeza en su pecho, ahí donde podía escuchar los latidos de su corazón.

Alguna vez meses atrás, aquella en la que su mente había estado desinhibida gracias a la fiebre, le había dicho al chico, mientras estaban recostados en ésa misma cama y en una posición similar, que le encantaba estar entre sus brazos. No se lo había repetido en ninguna otra ocasión, pero ahí, sintiendo los labios del mayor posarse sobre su cabello con suavidad y cariño, arrebujándose contra él y aspirando su aroma hasta que le quedara impregnado en las fosas nasales, pensó con seguridad que el sentimiento seguía vigente, y que lo más probable era que no tuviera fecha de caducidad.

—Te he echado de menos —susurró Zoro cerca de su oído, provocando que se estremeciera y se hundiera aún más contra su pecho, si es que eso era posible en realidad.

—Entonces no vuelvas a alejarte de mí, marimo idiota —masculló él, con su voz un poco amortiguada contra la tela de su camiseta.

—No lo haré —aseguró Zoro, acomodando la cabeza junto a la suya.

No supo en qué momento se quedó dormido, ni si es que había soñado con algo. Lo único que supo después, fue que esa noche descansó como no lo había hecho en mucho tiempo, relajado, cómodo y feliz.

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«Domingo, Junio 1»

«Hospital General Sabaody ─ 2:12 p.m. (32 horas después de la operación)»

De alguna forma, Sabo había convencido a Marco de ir a la cafetería junto con los demás. Luffy negó la invitación, y por lo tanto Law se quedó con él en la habitación de su hermano, mientras ellos dos se reunían con los otros. No se quedaron mucho tiempo ahí, tan sólo unos minutos en lo que se tomaban un café para bajarse un poco el cansancio y tranquilizarse.

Marco esbozó una sutil sonrisa que con facilidad pasó desapercibida, cuando en cierto momento se dio cuenta de que Zoro y Sanji estaban sentados uno junto al otro, y llevaban las manos entrelazadas por debajo de la mesa. Ya todos habían notado, desde el momento en que ambos chicos habían llegado al hospital juntos, con el brazo de Zoro rodeando los hombros del rubio y éste mismo abrazado a su cintura, que al parecer habían arreglado sus problemas y reanudado su relación. Nadie hizo comentario al respecto ni mostraron indicio de haberse enterado, excepto Nami, que se lanzó a los brazos de Sanji con lágrimas de felicidad en los ojos. También le dio un buen golpe a Zoro en la cabeza, argumentando que se lo merecía. El chico no lo negó. 

Él se alegraba por ellos, de verdad lo hacía, y era alentador ver que algo bueno sucediera en medio de todo lo que estaba pasando. También esperaba poder arreglar sus propios asuntos con Ace, cuando el pecoso estuviera en condiciones de hablar con él, cosa que por el momento no era posible, por obvias razones.

Sabo, que estaba sentado junto a Bascud, notó que el chico estaba más tenso de lo que había estado durante el día anterior, su ceño fruncido se notaba a kilómetros de distancia, y su vaso para el café bien podría terminar con un enorme hoyo en medio si el castaño no dejaba de apretarlo con tanta fuerza. Le dio un leve golpe en el muslo con la rodilla para llamar su atención, para después hacer un ademan con la cabeza hacia la salida de la cafetería.

—Acompáñame un momento, Bascud.

Nojiko les envió una mirada preocupada mientras se levantaban de la mesa y caminaban hacia la salida. El castaño no se percató de ello, pero Sabo sí.

Se quedaron en un solitario pasillo, Bascud apoyó la espalda contra la pared y cruzó sus brazos sobre el pecho, su expresión molesta sin borrarse de su rostro.

—¿Sucede algo? —preguntó el rubio, acercándose para colocarse a su lado—. Digo, además de lo obvio.

El castaño suspiró, dejando caer su cabeza hacia el frente—. Hablé con la policía. Al parecer, el desgraciado de Williams tiene una coartada.

—¿La tiene? —preguntó escéptico. 

—Ha estado fuera de la ciudad desde el viernes en la tarde, supuestamente visitando a sus padres durante el fin de semana, y apenas regresó esta mañana. Él jura y perjura que no tenía idea del estado de Ace.

Sabo frunció el ceño, molesto—. Vaya, qué conveniente.

Bascud asintió—. Es lo mismo que yo pensé. Pero la verdad es que no hay pruebas en su contra, y no pueden detenerlo sólo por suposiciones.  Así que, todo depende de lo que Ace pueda decirnos cuando despierte. Pero yo estoy seguro de que ese malnacido tuvo algo que ver, no pudo haber sido alguien más. ¿Qué probabilidad hay de que unos pandilleros tan sólo hayan decidido que la existencia de Ace les molestaba e intentaran asesinarlo? Por favor, yo no voy a tragarme esa historia —bufó.

El rubio tampoco se la tragaría, en realidad. Colocó una mano en el hombro del otro, tratando de tranquilizarlo—. Te entiendo Bascud, pero no te preocupes por eso, cuando mi hermano despierte todo esto se aclarará y podrán atrapar al desgraciado que quiso deshacerse de él. Y si no lo hacen, siempre podemos tomar unos bats e ir a practicar un poco, ¿no te parece?

Bascud sonrió, cómplice—. Seguro, suena bien.

Un poco más tranquilos, ambos regresaron a la mesa con los demás, sólo para notar que sus cafés se habían enfriado. Bueno, tampoco era que fuera una pérdida demasiado lamentable.

Cuando Sabo y Marco decidieron volver a la habitación, Perona, Bascud, Zoro y Sanji los acompañaban, hablando por lo bajo sobre cualquier cosa que lograra distraerlos un poco. A todos se les heló la sangre cuando llegaron al pasillo, quedando paralizados por la visión que los recibió. Law estaba forcejeando con Luffy, tratando de retenerlo mientras el chico lloraba e intentaba alejarse, al momento en que una enfermera entraba corriendo a la habitación de Ace. Sólo había una explicación para eso.

Los primeros en reaccionar fueron Sabo y Marco, que corrieron la poca distancia que los separaba de la habitación, y se detuvieron a los lados de la puerta. Pareció que el tiempo dejó de correr y el mundo se detuvo, al igual que su respiración.

—Despejen. —La descarga del desfibrilador provocó que el pecho de Ace se elevara, pero no hubo cambio alguno en el sonido del electrocardiograma que monitoreaba su corazón.

—No tenemos pulso —informó la mujer encargada de revisar los signos vitales del paciente.

Los ojos de Marco se humedecieron en el acto, mientras sentía la desesperación apoderándose de él con cada milésima de segundo—. No, no, por favor no…

—Vamos de nuevo. ¿Listo? —preguntó la doctora Kureha a quien se encargaba de programar el aparato.

—Listo.

—Despejen.

o~o

Cuando abrió los ojos, parpadeando un par de veces para enfocar su vista, se sintió muy desubicado. Sobre él había un techo pintado del color de la noche, con muchas estrellas fosforescentes pegadas en él. Confundido, intentó incorporarse, dándose cuenta de que estaba acostado en la cama de lo que parecía ser una habitación infantil. Había ropa pequeña, como para un niño de cuatro o cinco años, tirada por el suelo, juguetes y muñecos de acción en la estantería frente a él, y un balón de futbol en una de las esquinas.

—¿Pero, qué rayos? —Se frotó la cabeza, que hasta un momento atrás le dolía horrores y ahora se sentía más ligera que nunca, y se puso de pie. Recorrió el lugar, que en realidad no era muy grande pero para un niño debía ser enorme, tratando de averiguar por dónde salir. Porque, extrañamente, no había ninguna puerta o ventana ahí—. ¿Qué mierda es esto? ¿Dónde...?

—Ace.

Al escuchar esa voz detrás de él, suave, dulce y cariñosa, la garganta se le cerró al instante y sus ojos se abrieron desmesuradamente. Con lentitud y un poco de miedo comenzó a darse la vuelta, su corazón retumbando cada vez más fuerte contra su pecho, hasta que estuvo frente a frente con su nueva acompañante, y entonces olvidó cualquier pensamiento sobre querer salir de ahí.

—¿Ma-mamá?

o~o

—Nada aún.

—Una vez más. —Kureha volvió a mandar una descarga por el pecho de su paciente, pero su corazón seguía sin reaccionar. “Maldición, chico, no te rindas ahora”—. De nuevo.

Fuera de la habitación todo el mundo era un caos. Law seguía intentando retener a Luffy para que no entrara corriendo en el cuarto, mientras Zoro intentaba ayudarlo a tranquilizarle, tragándose su propia angustia y sólo aferrándose a la mano Sanji como si fuera un bote salvavidas. Bascud, mareado, se sujetaba de la pared para mantenerse en pie, sintiendo que en cualquier momento caería al suelo sobrepasado por sus emociones. Perona se había colgado del brazo de Sabo, quien tan sólo se había quedado inmóvil con la mirada clavada en su hermano, e incluso parecía que había dejado de respirar. Marco, por su parte, estaba apoyado en el borde de la puerta, reprimiendo el impulso de entrar ahí, mientras lágrimas silenciosas resbalaban por sus mejillas y rogaba una y otra vez que no le arrebataran al chico que amaba.

“Vamos Ace, por favor. Por favor amor, no te vayas”.

o~o

—Mírate, cómo has crecido —dijo su madre, sonriéndole con cariño al momento de acercarse a él y tomar sus manos entre la suavidad de sus dedos—. Ahora eres todo un hombre.

Él seguía observándola con perplejidad. No podía creerlo, pero estaba justo frente a él, a unos cuantos centímetros y sosteniendo sus manos—. ¿De verdad eres tú? —Cuando sus padres murieron él tenía cinco años, y cuando había escapado del orfanato no llevó nada consigo, por lo que en realidad no tenía ningún recuerdo de ellos, y naturalmente con el tiempo fue olvidando sus rostros, voces y muchas otras cosas, pero siempre imaginó que su madre sería una mujer muy hermosa. Justo en ése momento, podía comprobarlo por fin.

Ella lo miró con comprensión. Con esa suave sonrisa, y las pecas adornando su rostro, se veía casi tan joven como el mismo Ace, aunque el chico sabía que era unos cuantos años mayor cuando se embarazó de él—. Por supuesto que sí, hijo, soy yo.

Entonces él no esperó más y la estrechó entre sus brazos, hundiendo el rostro en su hombro como muchas veces había deseado hacer en todos esos años. Ella le regresó el gesto, acariciando su espalda de manera tranquilizadora y susurrándole al oído. Justo en ése momento se sintió como si tuviera cinco años otra vez y su madre estuviera consolándolo por haber tenido una pesadilla. 

Pasó un rato antes de que Ace se apartara un poco de ella, tan sólo lo suficiente para verla a la cara de nuevo—. ¿Dónde estamos?

—Ace, ¿no reconoces tu propia habitación?

Sorprendido, el chico volvió a pasear su mirada por todo el lugar con más detenimiento que antes. Era verdad, si agregaba una puerta y una pequeña ventana en los lugares indicados, sería igual a la habitación que él había ocupado cuando niño, antes de que sus padres…

Ace se mordió el labio inferior, girándose nuevamente hacia la mujer que lo acompañaba con un nuevo sentimiento de tristeza inundando sus pupilas—. ¿Por qué me dejaron solo, madre?

—Oh cariño —Rouge le acarició la mejilla con gentileza, mirándolo con melancolía—, nosotros jamás quisimos dejarte, no lo habríamos hecho de haber podido evitarlo, tu padre y yo te amábamos y te amaremos siempre. —Sonrió, pasando su pulgar por sobre las pecas de su rostro con cariño—. Estamos orgullosos de la persona en la que te has convertido.

Él sonrió, con los labios temblándole un poco sin que pudiera evitarlo, hasta que cayó en cuenta de algo. Bueno, quizá debió haberlo notado desde el principio, pero la conmoción emocional no le había dejado hasta ahora. Estaba en su habitación de cuando era niño, pero no había puerta ni ventana por la cual salir. ¿Por qué? ¿Qué estaba haciendo en ése lugar? Y, en primera, ¿por qué su madre estaba ahí con él? Lo último que recordaba, era que había estado envuelto en una pelea en un callejón.

Su corazón se saltó un latido.  Él… él no había salido muy bien parado de ese encuentro, ¿verdad?

—Ma-mamá —tartamudeó con nerviosismo, observando sus propias manos como si creyera que en cualquier momento desaparecerían—. Yo… ¿es-estoy muerto? —preguntó en un hilo de voz, tragando saliva—. ¿Por eso has venido? ¿Me llevarás contigo?

Ella le sonrió, apretando los labios en una fina línea—. No Ace, aún no estás muerto. Pero podrías estarlo, si es lo que quieres, sólo tendrías que rendirte y acompañarme. Claro, también puedes quedarte aquí.

—Te extraño tanto madre, quiero que volvamos a estar juntos —dijo el chico al instante, sin pensárselo ni un segundo.

La mujer lo miró con un dejo de tristeza, y sin contestar a su comentario deslizó su mano por su rostro y su cabello. Ace no entendía por qué los ojos de su madre se veían tan tristes. Ellos estarían juntos de nuevo, para siempre y nada los volvería a separar, debería estar feliz, ¿no?—. Mira atrás.

Frunció el ceño en un gesto de confusión. No quería apartar la mirada de su madre, tenía miedo de que desapareciera y se fuera sin él. Pero ella se lo estaba pidiendo, y él no podía decirle que no. Así que se dio media vuelta hacia la pared detrás de él. Oh vaya, ahora había una ventana ahí. ¿En qué momento apareció? Volvió a mirar a su madre, interrogativo. Ella sólo asintió, alentándolo, y entonces él se acercó a ver lo que había del otro lado.

—Despejen.

Abrió los ojos como platos. Ese era él, en una habitación de hospital, rodeado de doctores que estaban intentando regresarlo a la vida una y otra vez. Un tanto más allá, en la puerta del cuarto pudo ver a Sabo, tan pálido como una hoja de papel y más quieto que el tronco de un árbol. Vio a Law forcejeando con Luffy, a Zoro repitiéndole que eso no era más que un simple obstáculo que él superaría, a Sanji tomando la mano del otro y apretándola, a Bascud casi derribado con la espalda contra la pared y el rostro cubierto con sus manos. Y a Marco, que lloraba en silencio sin apartar la mirada de su cuerpo, con el miedo oscureciendo sus ojos azules. Por un momento no entendió por qué estaba Marco ahí, según él recordaba el hombre lo había dejado y era muy feliz sin su molesta presencia a un lado, ¿qué tanto de eso pudo haber cambiado, mientras él estaba inconsciente? Pero esa no era su mayor preocupación en ese momento.

—¿Qué es...?

—Eso es lo que está sucediendo ahora, mientras nosotros hablamos aquí —aclaró Rouge, adelantándose a la pregunta de su hijo y colocándose a su lado. El chico la miró consternado, y ella no supo hacer más que colocar la mano sobre su brazo y apretarlo, como si estuviera tratando de darle ánimos—. Es tu decisión Ace; puedes venir conmigo y entonces estaríamos los tres juntos de nuevo, o puedes quedarte aquí a seguir luchando hasta lograr despertar. Debes decidir entre acompañarnos, o regresar con todos ellos, que te están esperando, y seguir viviendo. Tienes la oportunidad de elegir, no muchos pueden hacerlo.

Ace regresó su atención hacia la ventana, y sus ojos comenzaron a humedecerse conforme observaba a todos los que estaban en ese pasillo. Él no había pensado en eso, en lo que sucedería con todas las personas que lo esperaban, si es que se iba junto a su madre. No había pensado en sus hermanos, en su familia, en sus amigos, en Marco… en ninguno. Pero ellos estaban ahí, sin abandonarlo. Esperando que regresara, para estar todos juntos de nuevo.

Cuando volvió a mirar a su madre, ya las lágrimas se escapaban de sus ojos y corrían con libertad por sus mejillas. La extrañaba tanto, quería poder abrazarla todos los días y contarle lo que había hecho, darle un beso en la mejilla cuando saliera de casa y también cuando volviera, y cargarla en sus brazos sólo para que ella dejara de pensar que era un niño. Quería estar con ella por siempre.

—¿Cuándo volveré a verte?

Rouge sonrió, borrando con sus suaves dedos el camino que las lágrimas habían formado en el rostro de su hijo. Él ya había tomado su decisión—. Cuando sea el momento, te prometo que vendremos a buscarte.

Ace la abrazó de nuevo, llorando en su hombro, apretándola con toda la fuerza de la que era capaz. No quería soltarla, pero no podía quedarse con ella. Porque había muchas personas que contaban con él, y no quería decepcionarlos—. Te amo mamá.

—Y yo a ti, mi niño. —Ella acarició su espalda y besó su mejilla antes de romper el abrazo, volver a borrar sus lágrimas, y sonreírle con cariño—. Debes esperar un poco más, no será fácil despertar, pero no debes rendirte, no dejes de luchar en ningún momento. Sé que podrás lograrlo.

Ace asintió—. Lo haré, te lo prometo.

—Suerte, cariño.

La imagen de su madre se desvaneció en el aire, y de repente Ace ya no estaba en su habitación. No sabría decir dónde se encontraba, porque no lograba ver nada a su alrededor, parecía estar en algún lugar rodeado de oscuridad. Quiso dar un paso al frente, quizá caminar a tientas hasta encontrar una salida, pero cuando su pie volvió a tocar el suelo se dio cuenta de que, en realidad, estaba húmedo hasta un poco más arriba del tobillo.

—¿Pero qué…? —Antes de que pudiera terminar su pregunta se hundió de golpe en lo que parecía ser un profundo lago, y sintió que era casi arrastrado hacia el fondo, como si éste estuviera intentando tragárselo vivo.

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—Tenemos pulso.

Con esas palabras, todos parecieron recuperar la respiración. Bascud se dejó caer en el suelo, pero no se quedó ahí por más de unos cuantos segundos antes de levantarse e irse, seguramente a buscar algo que pudiera golpear hasta cansarse. A Luffy le tomó un momento, pero cuando dejó de forcejear contra Law y le permitió abrazarlo, no atinó a hacer más que soltarse a llorar sobre su pecho, aferrándose a él en busca de un poco de tranquilidad.

Zoro se apartó un par de pasos, tallándose la cara con la palma de su mano y apretando la mandíbula, como si estuviera tratando de aguantarse todo dentro de él. Sanji apretó su agarre una vez más y colocó una mano sobre el pecho del mayor, acariciándolo como si quisiera con eso regresarle la calma. El chico le envió una débil sonrisa en agradecimiento y, colocándole una mano en la nuca, hundió el rostro en su rubio cabello, inhalando su aroma que, en ciertas ocasiones, llegaba a actuar como si fuera su calmante personal.

Sabo tomó una profunda inhalación, como si estuviera tratando de recuperar todo el aire que no había tomado durante esos angustiantes segundos, y le dio un apretón en el brazo a Perona en agradecimiento antes de acercarse a Luffy y comenzar a frotar su espalda mientras el chico seguía llorando.

Marco también respiró con alivio, y no pudo mantenerse más en pie por lo que se deslizó por la pared hasta quedar sentado en el suelo, dejando caer su cabeza hacia atrás. “Dios, si esto no acaba pronto voy a morir yo”.

Pasó un poco más de tiempo para que las enfermeras salieran del cuarto, llevándose el equipo de reanimación consigo. La doctora Kureha se acercó a Sabo, pues el chico era el responsable de su paciente, además de que parecía ser el más tranquilo en ese momento.

—Su corazón está latiendo de nuevo y es estable, pero esto no ha terminado, él sigue luchando ahí.

El rubio asintió en señal de comprensión, y entonces ella se dio la vuelta y se alejó por el pasillo.

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“Mierda, ¿por qué es tan difícil esto?” se preguntó a sí mismo, moviendo sus brazos y piernas tan rápido y fuerte como le era posible. En ese extraño lago, o lo que fuera en lo que estaba sumergido porque la verdad no le importaba, no había corrientes ni nada parecido, el agua estaba tranquila, por lo que nadar debería resultarle bastante sencillo, pero sentía como si algo estuviera empujándolo hacia el fondo, hundiéndolo más rápido de lo que él podía subir a la superficie.

No supo cuánto tiempo estuvo ahí, intentando salir sin conseguirlo, pero sintió que ya habían pasado horas cuando los ojos comenzaron a cerrársele. Ya no tenía aire ni fuerzas para seguirse moviendo, y lo único que había conseguido fue hundirse todavía más. “Mierda… no puedo… terminar así…”

La imagen de su madre apareció en su cabeza. Él se lo había prometido, que no se rendiría. Y no lo iba a hacer. Así que sacó fuerzas de donde no le quedaban, y se obligó a seguir braceando, a pesar de que no podía ver qué tan lejos estaba la superficie, pero no se detuvo, un movimiento tras otro sin parar.

Y entonces se encontró a sí mismo fuera del agua, que había desaparecido de la nada, tosiendo y escupiendo lo que había logrado entrar a sus pulmones, hincado en alguna especie de superficie empedrada y algo irregular. Se dejó caer de espalda a lo que debía ser el suelo, respirando con agitación y más confundido de lo que había estado en toda su vida. ¿Qué diablos había sido eso? ¿Y a dónde había ido el endemoniado lago? Aunque no era como si él quisiera encontrarlo de nuevo, en realidad.

Para cuando estuvo calmado, con la respiración y el pulso normalizados, se incorporó sentado y notó que, de hecho, su ropa estaba seca por completo.

—Vale, esto ya no puede ser más extraño. —A lo lejos comenzaron a escucharse unas maliciosas y sombrías risas, junto con el sonido de varios objetos de metal chocando entre ellos. “Perfecto, Ace, ¿algún otro comentario?”.

Se puso de pie en un instante, y justo como le había sucedido en el callejón, un grupo de hombres armados con diferentes cosas se acercó y le cerraron el paso por todas direcciones. Bueno, él creía que eran hombres, porque la verdad sólo podía distinguir unas oscuras siluetas moviéndose a su alrededor.

Dio un salto hacia atrás cuando una de las indefinidas figuras intentó atacarlo con una navaja, alcanzando a hacerle una herida superficial en el brazo izquierdo. Bien, hombres o no, esas cosas podían herirlo. Todos comenzaron a agruparse aún más, tratando de encerrarlo. Miró su mano cuando sintió algo duro y frío contra ella, encontrando un tubo de metal como el que había utilizado en la pelea que lo había traído aquí en primer lugar.

—¿Quieren pelear? Bien. —Se aferró al tubo con ambas manos, y cuando el primero de ellos se abalanzó contra él logró esquivar el ataque, para después golpear lo que debió haber sido su rodilla, derribándolo, y acto seguido atravesar su cabeza. La oscura silueta se desvaneció en el aire. En ese momento y por sólo un segundo, apareció en su mente el recuerdo del día en que llegó al orfanato, para enseguida disiparse como si no hubiera salido de la nada. Sacudió su cabeza y se colocó en guardia—. Pelearemos.

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«6:24 p.m. (36 horas después de la operación)»

Sabo estaba dentro de la habitación de Ace, sin hacer más que tan sólo acariciar con su pulgar el dorso de la mano de su hermano, cuando Perona ingresó por la puerta tratando de no hacer mucho ruido. Él esperó a que se colocara a su lado para hablar, sin apartar sus ojos del rostro del pecoso.

—No ha habido cambios aún.

Perona asintió, colocando una mano en el hombro de su amigo. Sabo llevó hasta ella su mano libre, acariciándola también, agradeciendo en silencio por el gesto.

—¿Cómo lo llevas? —preguntó ella por lo bajo, con un tinte de preocupación en su voz. Desde que unas horas atrás habían estado bastante cerca de perder a Ace, Sabo no se había alejado del lugar más allá de sentarse en la banca junto a la puerta.

—Bien, creo. No estoy a punto de tirarme por la ventana, así que… —Ella le dio un ligero golpe en la cabeza por el comentario—. Auch, ya vale, perdón. Pero estoy bien —aseguró dedicándole una débil sonrisa. Perona no pareció borrar su preocupación con eso. Fue por la segunda silla que estaba en la habitación, apoyada contra la pared, y la acercó para poder sentarse a su lado.

—¿Has dormido algo?

Sabo hizo una mueca y desvió la mirada, pues sabía que su amiga acababa de notar las ojeras que se habían formado bajo sus ojos. No eran demasiado notorias, pero a ella nada se le escapaba. De verdad nada, jamás.

—Er, un par de horas, tal vez…

—¿Un par de horas? —repitió Perona con desaprobación—. ¿Acaso eres idiota? Sabo, lo último que necesitamos ahora es que vayas a desmayarte por ahí por la falta de sueño. Eso sólo hará que todo el mundo aquí se preocupe.

Él agachó la mirada, decaído, dejando caer sus hombros—. Estoy bien, Perona, de verdad. Dormiré cuando Ace despierte.

Ella sólo suspiró, y dirigió su mirada del rubio al azabache. Era extraño, tan sólo presenciar la tranquilidad de su cuerpo, que el chico no se moviera en absoluto, que no hablara, cuando normalmente no dejaba de ir de un lado a otro, persiguiendo a Luffy o molestando a Sabo o haciendo cualquier otra estupidez. No estaba acostumbrada a esto.

De repente Sabo soltó una suave risa. Perona lo miró alzando una ceja, desconcertada. ¿No estaba él hasta hace un momento muy preocupado por su hermano?

—¿De qué te ríes? —preguntó, confundida.

Sabo se detuvo, aun manteniendo la sonrisa risueña en su rostro, y miró a su amiga de reojo antes de regresar la atención a su hermano—. Sólo estaba pensando, en todas las veces que Ace hizo algo por nosotros. Y recordé una conversación que tuvimos hace tiempo. Me reí porque, ahora que lo pienso, esa fue la única vez que lo vi casi temblando de nervios.

Perona abrió los ojos hasta el tope—. ¿Ace? ¿Temblando de nervios? —preguntó incrédula.

Sabo volvió a reír por su reacción, pues sabía muy bien que imaginarse al pecoso de esa forma era algo muy extraño.

—Sí, aunque no lo creas. Teníamos quince años, y fue a tocar la puerta de mi habitación mientras no había nadie más en casa. Desde ese momento supe que algo extraño pasaba; Ace nunca tocaba la puerta.

Así, con la sonrisa instalada en el rostro, Sabo le contó lo que había sucedido aquel día.

Él estaba recostado contra el respaldo de su cama, leyendo un texto para su clase de inglés, cuando escuchó los ligeros toques contra la puerta de su habitación.

—¿Sabo? ¿Puedo pasar?

Elevó una ceja con curiosidad. ¿Desde cuándo Ace tocaba la puerta, en lugar de sólo entrar sin pedir permiso?

—Adelante.

La puerta se abrió un poco—. Hey —saludó el pecoso asomando la cabeza en el interior, antes de entrar por completo en la habitación y volver a cerrar tras él.

Su curiosidad aumentó al notar que, de hecho, Ace se quedó recargado contra la puerta, con la mirada clavada en la manera en que jugaba con sus dedos pulgares, nervioso. Cerró su libro y lo dejó a un lado, sentándose derecho en su lugar—. ¿Sucede algo, hermano?

El azabache lo miró, mordiéndose el labio inferior, y se acercó a la cama un poco titubeante, hasta sentarse en el borde—. Quería, hm, hablar contigo… es importante.

—Seguro, ¿sobre qué?

—Eh, bueno… esto tal vez te parezca algo repentino, porque en realidad nunca antes hemos hablado al respecto, pero… —Ace gruñó por lo bajo, frotándose la nuca con una de sus manos, haciendo muecas con los labios—. Bueno, en fin. Quería preguntarte… ¿qué piensas, sobre la homosexualidad?

Lo observó con perplejidad, sus ojos y boca ligeramente abiertos por la sorpresa, y tardó un momento en reaccionar—. Aaah… pues, la verdad es que no lo he pensado mucho pero, no creo que sea algo malo. Digo, sólo son personas, que se sienten atraídas y se enamoran de otras personas, ¿no? —dijo, aun un poco desubicado por el tema.

—Sí, supongo que lo son —contestó su hermano, sonriendo distraído y volviendo a mirar hacia sus manos.

Frunció el ceño en un gesto de confusión. Ace estaba actuando de forma muy extraña ese día—. ¿Por qué es la pregunta, Ace?

—Pues… verás, yo… tú sabes… —tartamudeó el azabache.

—No, no sé. Dímelo.

El pecoso suspiró, derrotado. Inhaló con profundidad, reteniendo el aire por un momento antes de dejarlo salir, y levantó la mirada para verlo a los ojos, sin expresión alguna en su rostro—. Sabo, soy gay.

Su mandíbula cayó un poco más esta ocasión, y sin saber realmente qué decir ante la declaración de su hermano, comenzó a boquear, hasta que logró pronunciar palabra—. ¿D-de verdad? —Se dio un golpe mental. Como si el comportamiento nervioso de su hermano no fuera ya suficiente confirmación. En realidad, él debió haberlo imaginado desde el momento en que Ace abordó el tema. Idiota.

Portgas hizo un gesto de obviedad con las manos, como diciendo «¿En serio hermano?»

—Claro, entiendo. Entonces, eres gay. —Ace asintió—. Pues, eso está bien. Creo —comentó, volviendo a fruncir el ceño—. ¿Tú estás bien con eso? —preguntó con preocupación, pues en realidad no sabía cómo se sentía su hermano al respecto.

—Sí, ya superé la etapa de la negación y todas esas cosas. Sólo, quería que lo supieras.

—Ya, entiendo. —Asintió, más para sí mismo que para su acompañante. Ace, por alguna razón, seguía mirando hacia su regazo. Tal vez en realidad no estaba muy seguro de lo que le había dicho. No podía culparlo tampoco, estaba tan sorprendido que su voz quizá había sonado insegura también. Suspiró y se deslizó por la cama hasta quedar sentado junto al azabache, colocando una mano sobre su hombro para llamar su atención—. Y, ¿desde cuándo lo sabes? Porque dices que «ya superaste la negación y todas esas cosas», ¿no?

—Pues, desde hace tiempo comencé a darme cuenta, porque todos los chicos hablaban sobre chicas y quiénes eran más bonitas, o quiénes tenían mejores atributos y esas cosas, pero a mí no me interesaba ni un poco, es más, me aburría. Y también, en clase de Educación Física o los partidos de deportes, mis ojos estaban más concentrados en seguir a los jugadores que al jodido balón, así que… bueno, creo que en realidad no fue muy difícil descubrirlo.

—Pues si lo pones de esa forma, creo que no. —Sabo rió por lo bajo, aunque por dentro se preguntaba a sí mismo por qué nunca había notado nada de eso que su hermano le contaba. ¿Él de verdad era tan distraído con lo que pasaba a su alrededor? Qué idiota—. Yo… lamento no haberlo notado, Ace, debí haberme dado cuenta por mí mismo.

El azabache negó con la cabeza—. Está bien, hermano. En realidad había estado intentando ocultarlo, así que yo debería disculparme contigo por eso.

—¿Disculparte tú? ¿Por qué? No has hecho nada malo.

—Debí haber confiado en ti. Tenía miedo de que lo supieras, porque no sabía cómo reaccionarías y no quería por ningún motivo que esto fuera un problema entre nosotros.

Sonrió con cariño y rodeó los hombros del pecoso con su brazo—. Ace, no tienes nada de qué preocuparte. No me interesa si te gustan los chicos, las chicas o ambos. Sigues siendo el mismo chico que entró por la puerta de mi habitación hace menos de cinco minutos. Tú eres mi hermano, y eso no va a cambiar por nada del mundo.

—Lo sé —contestó Ace, sonriendo también—, sólo digo que debí haberlo sabido desde el principio, me habría ahorrado muchos problemas.

—Debiste, sí. —Le dio un ligero golpe en la cabeza, y rió al oír el quejido que salió de sus labios—. Listo, ahora estamos a mano.

Ace rió, negando con la cabeza. Un momento después, volvió a ponerse serio. Sabo lo miró confundido, ¿ahora qué pasaba?—. Sabo, tú… ¿qué crees que piensen el abuelo y Dragon al respecto? —Oh, era eso. 

Sacudió el cabello del azabache con la palma de su mano, para después darle un ligero golpe en el brazo—. No creo que debas preocuparte por eso tampoco. Digo, a ellos no les importó que fuéramos un par de ladrones de la calle cuando nos adoptaron, no creo que les interese mucho que seas gay, ¿no te parece?

El pecoso sonrió—. Sí, creo que tienes razón.

—Por supuesto. Es que, no puede ser peor que el que hayamos sido criminales, lo veas por donde lo veas. Porque, causamos muchos problemas en ese entonces.

Ace rió, recordando unas cuantas de sus aventuras de cuando eran más pequeños. Le sonrió al rubio, ahora con el alma más tranquila—. Gracias por esto, hermano.

Le dio una ligera palmada en la espalda—. No hay problema.

—Vaya, jamás lo habría imaginado —comentó Perona, aun sorprendida por lo que su amigo le acababa de contar.

—Lo sé. Lo gracioso fue que, cuando Ace se los dijo al abuelo y a Dragon, ambos aseguraron que ya lo sabían.

Perona no pudo evitar soltar una ligera risa también—. ¿Es en serio?

Sabo asintió—. Debiste haber visto la cara que puso en ese momento. Él estaba aterrado de que la familia lo rechazara, cuando en realidad no tenía nada que temer. Eso, hasta a él le provocó un estallido de risa. 

—Sí, me puedo imaginar eso.

El rubio, ahora sonriendo con un poco de melancolía, colocó la mano de su hermano con suavidad sobre su abdomen—. Si lo pienso bien, fue gracias a él que yo no tuve problemas conmigo mismo.

—¿Eh? ¿De qué hablas? —Perona ladeó la cabeza. La forma en que el estado de ánimo de su amigo cambiaba tan aprisa le estaba preocupando un poco, primero estaba triste, después riendo con diversión, y ahora melancólico. De verdad, Sabo necesitaba descansar un poco.

—Creo que no te he comentado acerca de esto, pero antes de Killer yo en realidad nunca tuve una novia o una pareja, ni siquiera alguien que me gustara, ¿sabes? No me interesaba mucho en ello, y no había nadie que llamara demasiado mi atención, así que no le daba importancia. Por eso mismo fue que, de hecho, no me preocupé por pensar en cosas como mi sexualidad, no era algo que me hiciera perder la cabeza. Como le dije a Ace ese día, tampoco había pensado mucho acerca de la homosexualidad, pero desde que tuvimos esa conversación, me fui acostumbrando a ella, a pensar en que mi hermano es gay y que eso no es nada malo, que en realidad es algo muy normal, y que nadie tiene derecho a juzgarlo por eso. Tuve mucho tiempo para idealizarme de esa forma, y cuando llegué aquí y comenzó a gustarme Killer, yo en realidad no tuve problemas en pensar que, de hecho, me sentía atraído por un chico. Y no los tuve porque ya estaba acostumbrado a verlo con normalidad, y porque sabía que mi familia no me haría a un lado por ello, que no habría problemas entre nosotros y todo sería igual que siempre, porque Ace ya había pasado por eso. E incluso cuando Luffy se enamoró de Law, él ni siquiera llegó a pensar que hubiera algo extraño en eso, tan sólo se lanzó a sus brazos, sin miedo.

»Ace fue el único de nosotros que tuvo que cargar con el miedo, la inseguridad y la angustia que quizá debieron habernos tocado a los tres, fue nuestro guía, nos abrió el camino y quitó todos los obstáculos para nosotros, como siempre lo ha hecho, y ni siquiera lo sabe. Él la mitad de las veces no se da cuenta de lo que hace por nosotros, y a la otra mitad no le da importancia, pero la verdad es que si no estuviera aquí, nosotros no seríamos quienes somos ahora. Al menos, sé que yo no lo sería.

Perona frotó con su mano la espalda del rubio. Ella era hija única, así que en realidad no podía comprender del todo lo que significaba tener un hermano o hermana, pero no era difícil para nadie notar el afecto que esos tres se tenían entre ellos. Los unía algo mucho más fuerte e importante, que unos lazos de sangre.

—Él despertará, Sabo, y todo estará bien.

—Lo sé —contestó el chico, asintiendo con ligereza—. Lo sé, porque él no nos abandonaría aquí sin luchar por quedarse, y es fuerte, así que no hay manera de que pierda esta pelea.

o~o

—Malditas… cosas… del infierno… —masculló entre jadeos, tratando de recuperar el aire que había perdido.

Su madre había dicho que esto no sería fácil, bueno, ella había tenido toda la jodida razón. Una vez que logró liberarse de la primera de esas cosas, las demás se habían puesto bastante agresivas, y estaban muy enojadas también, como que no les gustó mucho el hecho de que desintegrara a una de ellas. Así que en realidad vencerlas a todas había sido más difícil de lo que en un principio llegó a pensar. Lo extraño también era que, cada vez que lograba deshacerse de una, por un pequeño instante aparecía en su mente algún recuerdo de un mal momento de su vida, situaciones que, en su tiempo, pudieron haber destruido algo dentro él; algunas lo hicieron. Después de unos cuantos llegó a la conclusión de que, de hecho, las endemoniadas cosas estaban formadas en base a esos recuerdos.

Dejó caer su tubo al suelo, pues en ese momento ya no lo necesitaba, y se inclinó flexionando las rodillas para apoyar sus manos en ellas, respirando lo más tranquilo que le era posible. Estaba agotado, y aún no tenía ni idea de cómo se suponía que iba a salir de allí.

Entonces el entorno volvió a cambiar y se encontró a sí mismo en medio de la sala de entrenamiento de la academia. A lo lejos lograba escuchar el eco de unos zapatos chocando contra el suelo, acercándose cada vez más.

Gruñó con frustración—. ¿Y ahora qué?

La única puerta de la habitación se abrió con lentitud y por ella entró un chico de cabello azabache, caminando con altivez conforme se le acercaba, hasta quedar a menos de dos pasos de distancia, de modo que podía apreciar sin problemas las pecas que adornaban su rostro—. Hola, Ace —saludó el recién llegado con desdén, escupiendo su nombre como si le desagradara el tan sólo pronunciarlo.

—Esto es un jodido mal chiste —dijo, aún incrédulo. Frente a él estaba parado lo que podría ser considerado como su réplica exacta, dedicándole una fría mirada sin emociones.

—Oh, Ace. —Era extraño escuchar su propia voz hablarle con esa falsa amabilidad que en realidad le daba mala espina. Entonces su doble dio un paso más cerca, tan rápido que él no pudo reaccionar antes de que un puño se enterrara con fuerza en su estómago, obligándolo a doblegarse y soltar todo el aire que tuviera—. Aquí nada es un chiste.

Cayó al suelo después de que el impostor ─había decidido denominarlo así para no confundirse─ le propiciara otro golpe en el mismo lugar, y una vez derribado le clavó la punta de su zapato en las costillas. Apretó los dientes, pues no iba a dejar que alguna queja se le escapara.

—Así que intentando volver —comentó con burla, pateándolo con la fuerza suficiente para hacerlo rodar por el piso—, ¿cómo vas con eso, eh?

Ace tosió, y se apoyó en sus antebrazos para medio alzar su torso y observar al otro con furia—. Hijo de Perra.

—Oh, acabas de ver a mamá, ¿y ya la estás insultando? No creo que eso la haga muy feliz.

—No hables de ella como si fuera tu madre —gruñó enojado, intentando levantarse.

—Bueno, ¿quién más lo sería si no? —El impostor rió, un desagradable sonido que le hervía la sangre de pura furia.

Cuando logró colocarse de pie se abalanzó sobre el otro, quien lo esquivó con una relativa facilidad y le dio un codazo en la nuca. Ace logró mantenerse en pie esta vez, pero el golpe lo dejó mareado por un momento y tuvo que sostenerse de la pared frente a él para no volver a caer.

—¿Por qué haces esto, Ace? ¿Por qué desperdicias tu oportunidad de esta forma? —El chico ignoró sus palabras e intentó un nuevo movimiento, pero su contrincante esquivó el golpe que iba directo a su rostro, y lo tomó del brazo doblándoselo detrás de la espalda, causando que el dolor se esparciera por su extremidad. Su maldita copia colocó la barbilla sobre su hombro, y casi podía sentir su sardónica sonrisa al momento de hablarle—. Se te dio la opción de descansar, ¿y prefieres seguir sufriendo? ¿Qué ha hecho la vida por ti, para que quieras regresar a ella? Te arrebató a tus padres, te mandó a la calle, te convirtió en un sucio ladrón; te ha quitado cada cosa buena que alguna vez tuviste.

De alguna forma logró liberarse del agarre del otro, tambaleándose un par de pasos adelante antes de recuperar el equilibrio y girarse de nuevo a su acompañante, mirándolo con seriedad—. Me dio un hogar, y una familia.

Su réplica bufó con sorna—. ¿Esa familia a la que no has sabido cuidar?

Ace apretó la mandíbula. Esa maldita copia barata de sí mismo ya le estaba molestando bastante. Sin embargo, cuando quiso volver a acercarse, se esfumó—. ¿Pero qué demonios…?

—¿Cómo fuiste capaz de volver a ver a Luffy a los ojos, con tanta culpa dentro de ti? —Su voz seguía escuchándose, haciendo eco por toda la habitación. Provenía de todos lados y a la vez de ninguno—. Porque lo sabes Ace, está muy dentro de ti y no puedes ignorarlo por siempre.

El chico apretó los puños—. Cállate —gruñó entre dientes.

—¿De qué sirvió haber luchado durante tanto tiempo, si no puedes proteger a las personas que amas?

—Cierra la boca.

Entonces sintió junto a su oído un frío aliento golpeando su piel, provocando que su cuerpo se tensara de pies a cabeza—. Porque no estuviste ahí para ayudar a tu pequeño hermano, lo dejaste solo, lo descuidaste, no lo protegiste, y mira todo el sufrimiento que eso le causó.

—¡Cállate, maldita sea! —Se dio la vuelta lanzando un puñetazo, pero de nueva cuenta el impostor ya no estaba ahí. Su risa burlona se escuchó por todos lados, hasta que el chico se apareció de nuevo a un par de metros de él y comenzó a caminar a su alrededor, mirándolo con malicia. 

—¿Y qué hay de Sabo, eh? ¿Qué has hecho por él desde que lo conociste, además de causarle preocupaciones? ¿No eres tú el hermano mayor? ¿No se supone que deberías cuidarlos y sostenerlos, en lugar de sostenerte de ellos?

—¡Cierra tu puta boca! —Se lanzó una vez más contra el otro, queriendo que dejara de hablar de todo eso que él en algún momento había dejado muy enterrado dentro de su mente. Pero lo único que logró fue volver a ser derribado en el suelo. Maldita sea, ¿por qué no podía siquiera tocarle un pelo? Se tragó una queja cuando sintió la suela de un zapato presionando su cabeza contra el suelo.

—Mírate, eres patético —siseó con desdén, aplastándolo con más fuerza antes de retirar su pie—. Ni siquiera pudiste mantener a Marco a tu lado. ¿Por qué querría un hombre como él, estar con un mocoso como tú? —El chico intentó levantarse, y él le propinó una patada en el rostro volviendo a derribarlo—. ¿Por qué no sólo te vas? Todos ellos estarán mejor sin ti.

Ace escupió en el suelo, sintiendo el conocido sabor metálico de la sangre instalándose en su boca—. Tú qué sabes de eso —dijo con cierta dificultad.

Su doble se acuclilló junto a él, mirándolo como si fuera un asqueroso bicho que debía exterminar—. Sé todo acerca de ti Ace, soy tú. Conozco tus secretos y tus miedos, me alimento de ellos. Oh, y si te estás preguntando por qué no puedes vencerme, es simple: soy más fuerte. Soy parte de tu subconsciente, aquello que creaste en ese oscuro lugar al que envías todo en lo que no quieres pensar. —Lo tomó del cabello, tirando de él para levantar su rostro a la misma altura—. Soy la parte de ti, que te odia.

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Perona se levantó de su asiento, quería estar ahí para apoyar a su amigo, pero en realidad sentía que debería dejarle un poco de privacidad con su hermano—. Iré a la cafetería, ¿quieres que te traiga algo?

El chico hizo una leve negación con la cabeza—. Si ves a Marco ahí afuera, por favor dile que en un momento le cedo la habitación.

Ella asintió, el hombre seguro estaría sentado en la banca frente a la puerta sin ninguna intención de ir a otra parte. Él tampoco se había alejado del lugar desde lo que sucedió horas atrás, y con Sabo habían estado turnándose para pasar a ver al pecoso. Era casi como si ambos tuvieran miedo de que el estado de Ace empeorara mientras estuvieran  lejos. Bascud, por su parte, había regresado de donde sea que hubiera ido con los nudillos bastante maltratados, incluso lo habían mandado con una enfermera para que le vendara las manos.  Al pequeño Luffy se lo había llevado Law con los demás para que pudiera terminar de tranquilizarse, lo sucedido le había afectado bastante.

—Está bien, nos vemos en un rato —dijo antes de dirigirse a la salida.

Sabo escuchó la puerta cerrarse, y por un rato se quedó tan sólo observando la lenta respiración de su hermano, acariciando su brazo con suavidad.

—Oye Ace, sé que eres un flojo y te encanta dormir, pero ya viene siendo hora de que despiertes, ¿no crees? 

o~o

Gruñó al sentir su espalda golpear con fuerza contra la pared, y no pudo evitar caer de rodillas al suelo, respirando con agitación y haciendo muecas ante  el dolor que eso le causaba. Rojas gotas caían sobre la superficie de la que se sostenía, su nariz y boca sangraban, quizá su frente también a juzgar por la manera en que punzaba dolorosamente, todo su cuerpo se sentía pesado y adolorido, y lo único que quería era poder arrojarse al suelo y descansar. Tal vez eso debería hacer, incluso el frío y duro piso se sentía cómodo en ese momento. Oh, no se había dado cuenta de que, de hecho, ya estaba tirado en el suelo. Pero no le importó, estaba demasiado cansado, intentar moverse dolía como los mil infiernos, y sus ojos ya comenzaban a cerrarse con pesadez. Sólo necesitaba dormir, por un muy largo tiempo.

Ya viene siendo hora de que despiertes, ¿no crees? —sonó una conocida voz en su cabeza, despejando un poco su ensoñación. “¿Sabo?”. Abrió los ojos con dificultad, y después de lograr enfocar bien  se paseó con la mirada por la habitación buscando a su hermano, pero ahí sólo estaba esa maldita réplica suya mirándolo con desdén—. Luffy está preocupado por ti —siguió diciendo la voz del rubio, y entonces entendió que el chico debía estar hablando con su inconsciente cuerpo allá afuera, lo que fuese que significara en realidad «afuera»—, no quiere irse a descansar, a pesar de que ya no puede ni con su alma. Nuestro hermanito siempre ha sido muy terco, ¿verdad? —Ace se mordió el labio, pues la voz de su hermano sonaba triste y desolada, casi quebrada en dolor. ¿Él había provocado eso? Sí, por supuesto que sí maldición, él y sus estupideces—. Todos han venido, ¿sabes? Incluso la hermana de Nami, ¿recuerdas que alguna vez nos habló de ella? Bueno, está aquí, y en realidad es muy bonita. Acá entre nos, creo que tiene algo con Bascud, los he visto muy juntos desde que llegamos. Bien por él, se lo merece. Aunque por ahora está muy enojado, creo que si no despiertas pronto irá él solo a arreglar el problema con el tal Williams ese, se meterá en un aprieto. Tú no quieres que eso suceda, ¿verdad?

No, por supuesto que no quería eso. Esperen un momento, ¿su hermano estaba intentando chantajearlo mientras estaba inconsciente? Su corazón se estrujó dentro de su pecho al notar que sí, de hecho, Sabo de verdad estaba tratando con todo lo que se le ocurría para hacerlo despertar—. Marco también está aquí, sé que lo sabes, ha pasado a verte muchas veces y tú no puedes hacer como que no te has dado cuenta, ¿captas? Yo entiendo que posiblemente ahora no quieras saber nada acerca de él, pero por lo menos podrías darle al pobre hombre la tranquilidad de saber que no te vas a morir, ¿no crees? De paso me la das a mí, y a todos los que estamos aquí. No puedes ser tan egoísta de quedarte dormido muy tranquilo mientras a nosotros nos mata la angustia aquí, tienes que despertar Ace, ¡ahora! —Pudo escuchar con claridad cuando su hermano se tragó un sollozo, y él no pudo hacer más que apretar sus manos en puños, furioso consigo mismo. “Este no es el momento de dormir, idiota, ¡levántate!” se gritó a sí mismo, obligándose a mover sus brazos, a apoyar las manos en el frío suelo manchado de su propia sangre e intentar levantarse, sin importar que sus músculos dolieran, que sus pulmones quemaran o que sus huesos crujieran. Él no iba a quedarse ahí tirado sin hacer nada, no cuando había tantas personas allá afuera que confiaban en él—. Te necesitamos aquí, hermano.

Su réplica, que seguía parado unos cuantos pasos frente a él, borró su molesta sonrisita sardónica al notar que seguía moviéndose e intentando levantarse una vez más. Al parecer había dado por hecho que estaba acabado.

—¿Aún no te rindes?

Ace sonrió, un tanto arrogante, aunque en realidad debía parecer una mueca deforme gracias al mal estado de su rostro y el gran esfuerzo que estaba haciendo—. Nunca.

El impostor negó con la cabeza, irritado—. No puedo comprenderte, Ace. ¿De verdad quieres volver? ¿Para qué?

Gruñó, apretando los dientes cuando sintió un agudo dolor punzante en su rodilla derecha al momento de apoyarlas en el suelo—. Para vivir.

—¿Y de qué sirve eso? Dime, ¿no te cansas de estar luchando todo el tiempo? ¿No te parece que ya has tenido suficiente? Desde que tenías cinco años, has estado en una guerra constante, en el orfanato, en la calle, en tu propia casa, contra otros o contra ti mismo, física o mentalmente, una y otra y otra vez, ¿no es algo extenuante? ¿No estás agotado?

¿Agotado? Sí. ¿Dispuesto a dejar que eso lo derribara? Ni loco—. No importa, ha valido la pena.

—Oh, ¿en serio? —dijo, de nuevo burlón, intentando retomar la estrategia para hacerlo caer—. ¿Por qué? Porque, a como yo lo veo, no tienes nada. No has conseguido nada en toda tu maldita vida, y seguirá siendo así si regresas.

—Te equivocas. Tengo a mis hermanos, al abuelo, a Dragon. Tengo amigos. Tengo una familia. Y tengo a Marco.

—¡JA! Creo que estás cometiendo un error en tus cuentas, tienes a una persona de más ahí —replicó, riendo con malicia.

Ace estiró el brazo y tomó el tubo que había dejado antes de que el otro apareciera y que, de alguna manera, había llegado a su lado. Con lentitud, en medio de jadeos y gruñidos entrecortados, logró colocarse de pie, apoyándose en el lado izquierdo para disminuir un poco el dolor en su torso—. No es cierto. No hay error. Porque ahí es donde pertenece, y con él donde yo pertenezco. Y voy a volver. Viviré, al lado de todos ellos, y haré todo eso que no he conseguido hasta ahora. Y tú, mi amigo, te irás.

Su doble, réplica, creación de su mente o lo que sea que fuera, borró todo atisbo de sonrisa al ver que estaba de nuevo en pie. Frunció el ceño, mirándolo con ira y aberración—. Suerte con eso, mi amigo.

Se incorporó derecho, ignorando el dolor que sentía de pies a cabeza y, pensando en todas esas personas que lo estaban esperando fuera de ahí, se aferró al tubo con ambas manos y una mirada determinada, lanzándose de nuevo contra su perfecta copia.

o~o

—¿Y si acordamos un intercambio? Si despiertas, haré lo que tú quieras, lo que sea —dijo Sabo, ya un poco desesperado porque se le habían agotado las estrategias de convencimiento que podrían funcionar con su hermano.

Esperó por un tiempo, pero el chico seguía tan inconsciente como minutos atrás. Suspiró derrotado y se inclinó hacia adelante, apoyando la frente en la superficie de la cama junto a la cabeza del azabache. Ni siquiera sabía si Ace era capaz de escuchar todo lo que él le decía, pero había tenido que intentarlo, no podía sólo seguir esperando sin hacer nada.

—Podrías cocinar —dijo una lenta, ronca y muy baja voz junto a él.

Sabo levantó la cabeza de su lugar tan rápido que creyó haber escuchado a su cuello tronar, pero en ese momento no le importó mucho—. ¿Ace? —preguntó en un hilo de voz.

Por un segundo pensó que en realidad había sido su imaginación jugándole una broma cruel, porque el chico seguía con los ojos cerrados y tan inmóvil como antes. Pero entonces sus parpados se apretaron, para acto seguido abrirse con lentitud, parpadeando repetidas veces mientras sus pupilas giraban hacia todos lados, tratando de enfocar su visión. El rubio sintió a su corazón paralizarse cuando ese par de orbes oscuros lo miraron directo, y entonces los maltratados labios del pecoso se curvearon en una débil y pequeña sonrisa.

—Hola hermano. 

Continuará...

Notas finales:

Y ahora sí, el capítulo ha terminado, espero que lo hayan disfrutado :3

Ahora, le voy a robar esta dinámica a otros autores de aquí que los he visto hacerla: diganme en su review de qué país son, veamos hasta dónde llega esta historia :3

Muchas gracias a todos por leer, los quiero. Cuídense mucho y nos vemos en el próximo capítulo. 

Misa-chan

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Curiosidades de este capítulo:

En tontal fueron  21,453 palabras de extensión. 

En éste capítulo 13 Zoro y Sanji regresan, lo que vendría siendo un capítulo después de cuando Zoro hace pública su relación entre sus amigos en HTH, en el capítulo 12.  Sim embargo, hay 165 páginas de Word de diferencia entre un evento y otro. 


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