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Estoy a tu lado por Roronoa Misaki

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Notas del capitulo:

Hola chicos! Lamento mucho esta condenadamente larga espera. Les contaré, estoy a un par de meses de graduarme y las cosas están un poquito agitadas en la escuela, además de que ya he empezado con todos los trámites para la Universidad y también debo prepararme para mi examen de admisión, por eso es que no he tenido demasiado tiempo. Además de que me fui de vacaciones por un par de semanas para relajarme y visitar a mi familia. Me disculpo por tardar tanto pero la verdad es que no puedo descuidar mis obligaciones ahora, espero que lo entiendan.

Ahora, no los retengo más que ya han esperado demasiado para esto. ¡Disfrútenlo!

[Capítulo 16 ─ Sólo cierra los ojos]

«El sabio es sabio porque ama. El loco es loco porque piensa que puede entender el amor» ─Paulo Coelho

El silencio era insoportable. No sabía si en realidad todo estaba tan callado como parecía, o si sólo era el aturdimiento en sus oídos aislando todo sonido. Podría jurar que sería capaz de escuchar los latidos de su corazón, claro, si éste no se hubiera detenido segundos atrás. Sus pulmones no parecían estar trabajando tampoco, y además de eso, la expectativa podría matarlo de un minuto a otro.

Tanta incertidumbre por un simple movimiento, movimiento que bien podría ─o no─ cambiarlo todo.

Ace le había sujetado el brazo con el que le rodeaba la cintura, dejándolo paralizado ipso facto e incapaz de reaccionar al hecho.

A pesar de todo, los segundos siguieron corriendo en el reloj de la pared y nada más ocurrió. Ni una palabra, ni un ademán. Nada. Marco tragó saliva. ¿Habría sido tan sólo una reacción inconsciente?

Cuando estaba a punto de intentar recuperar su extremidad, Ace se movió. Enroscó su brazo sano con el que había secuestrado, acurrucándose cual niño con su mantita favorita para la siesta. Parecía profundamente dormido.

Marco pudo sentir el momento en que sus ojos se humedecieron y la manera en que su corazón caía al suelo hecho pedazos.

Si tan sólo Ace lo buscara de esa forma estando despierto, si pudiera abrazarlo y estrecharlo contra su cuerpo, susurrarle al oído cuánto lo amaba y besar cada parte de su rostro, él sería el hombre más feliz que alguna vez hubiera pisado la tierra.

Enterró aquél punzante dolor en el fondo de su alma y tomó una gran inhalación, intentando reponerse del golpe. Haló su brazo con cuidado, buscando el mejor ángulo para zafarse del agarre. Lo consiguió después de un par de intentos, deslizándose con suavidad fuera del calor corporal de su pecoso. Pero en lugar de aprovechar para alejarse corriendo, colocó la mano sobre el hombro del menor y le proporcionó una sutil caricia.

—No pretendo rendirme Ace —dijo con una voz que casi sonaba apretujada en el ahogamiento de su garganta—, volverás a estar entre mis brazos, consciente. Lo sé. —Plantó un último beso junto a su cuello —. Te amo.

Haciendo uso de toda su fuerza de voluntad se levantó de la cama y caminó sigilosamente hacia la salida, dejando tras de sí un vacío silencioso al cerrar la puerta.

Una solitaria y dolorosa lágrima se deslizó por los parpados cerrados de Ace, abriéndose paso entre sus numerosas pecas hasta perderse más allá de su mentón, donde ya nadie sabría de su existencia.

—Eres un idiota…

o~o~o~o~o~o~o~o~o~o~o~o~o~o

Tsubaki se despertó con un leve gruñido.

Aunque en realidad no le molestaba demasiado dormir en el tendido del suelo, tampoco era especialmente cómodo. Sobre todo si se movía lo suficiente como para terminar golpeándose la cara contra los pies de la cama.

Se incorporó sentado mientras sobaba su frente adolorida con una mano. Las cortinas de la ventana estaban cerradas, pero por la leve iluminación que se veía en la tela haría poco tiempo desde que amaneciera. Tomó su celular del buró y comprobó que aún era bastante temprano. Estaba sopesando la idea de volver a dormir cuando los escuchó.

Provenían de la cama, unos suaves jadeos mezclados con leves sollozos y una agitada respiración. Elevó la cabeza lo suficiente para dar un vistazo sobre el borde del colchón. Chopper parecía incómodo. Dormía con el ceño fruncido y se movía demasiado sobre las sabanas, murmurando entre sueños cosas que él no alcanzaba a entender.

Tsubaki se levantó del suelo y comenzó a sacudir a su amigo por los brazos.

—Chopper, despierta. Chopper. —El castaño no reaccionó, al parecer demasiado sumergido en el mundo de los sueños.

—No… no lo hagas… —sollozó.

—¡Chopper!

—¡NO! —Chopper despertó con un sobre salto. Respiraba aún más agitado que antes y miró hacia todos lados como si quisiera identificar el lugar en donde estaba. Cuando su mente pareció darse cuenta de que se encontraba a salvo se calmó un poco. Miró a su amigo, todavía un poco desorientado—. ¿Tsubaki-kun?

—¿Estás bien? —preguntó el mencionado con preocupación.

—S-sí, eso creo…

—¿Qué sucedió?

—Sólo… tuve un mal sueño —contestó el mayor, desviando la mirada hacia su regazo.

Kei se sentó a su lado en la cama—. ¿Quieres hablar sobre eso? —Chopper vaciló. No parecía cómodo respecto a ello—. No tienes que hacerlo si no quieres, fue sólo una sugerencia.

—No, yo… creo que sería mejor hacerlo.

—De acuerdo. —Tsubaki se sentó contra el respaldo de la cama y abrió los brazos hacia su amigo—. Ven aquí. —Chopper lo miró con duda, pero al final se deslizó por el colchón hasta quedar apoyado en el costado del otro y recostó la cabeza en su hombro. Kei rodeó su espalda con un brazo y comenzó a acariciar su cabello en un intento por relajarlo—. ¿Qué soñaste?

Chopper respiró profundo. Su mirada se perdió en algún punto frente a él mientras comenzaba a hablar.

—Estaba en mi habitación, escondido bajo la cama, como si allí estuviera seguro. Fuera de ahí podía escuchar los gritos de mi padre; estaba realmente molesto. También oía los golpes, todos y cada uno de ellos. Pude contarlos —comentó con sorna, como si ése hecho le pareciera despreciable. Sus ojos se humedecieron, y la lentitud con la que hablaba fue incrementando conforme avanzaba con su relato—. Ahora no recuerdo con exactitud cuántos, pero sé que fueron demasiados. Y cosas, cayendo al suelo, haciéndose pedazos. Entonces, todo se detuvo. Creí que había terminado, así que me dispuse a salir de mi escondite, pero en ése momento la puerta de mi cuarto se abrió y alguien cayó al suelo. Había… muchísima sangre —Chopper se ahogó con las palabras y Kei sobó su espalda como para ayudarlo a continuar—. Pude ver, justo frente a mí, los ojos de mi hermano. No había luz ni vida en ellos, sólo… estaban vacíos.

Chopper sollozó y se refugió en el pecho de su amigo, donde se permitió derramar unas cuantas lágrimas. Tsubaki lo abrazó con fuerza, apretándolo contra su cuerpo, y plantó un beso sobre su cabeza para en seguida susurrarle palabras para intentar tranquilizarlo. Le dolía demasiado verlo de esa forma, no le gustaba que sufriera en absoluto.

Cuando Chopper se calmó, un rato después, se separó del pecho del menor y talló sus ojos, intentando borrar el rastro de las lágrimas—. Lo siento.

—No lo hagas —dijo Kei, estirando la mano para acariciarle la mejilla con el pulgar, secándola en el proceso—. Está bien.

—Parece que últimamente he tomado la costumbre de llorar en tu pecho —comentó el mayor con una sonrisa avergonzada.

—No me molesta —le aseguró, mirándolo a los ojos con seriedad—. Si necesitas desahogarte, aquí estaré.

Chopper creyó hundirse en la profundidad de esa mirada. No comprendía cómo Tsubaki podía poseer unos ojos tan intensos y a la vez tan tranquilizadores.

—Gracias —dijo por fin.

Tsubaki le dedicó una sonrisa cargada de ternura—. No es nada. —Le acarició el cabello con suavidad—. Sobre esa pesadilla… —Chopper apretó los labios y desvió la mirada. Volvió a apoyarse en el respaldo y atrajo sus piernas hacia sí para abrazarlas—. No es la primera vez que te sucede, ¿verdad?

Chopper negó con la cabeza, colocando la barbilla sobre sus rodillas—. Solían ser bastante frecuentes cuando era más pequeño, aunque fueron cesando con el tiempo. Pero estos últimos días ya he tenido varias, no sé por qué.

—Lo lamento, quizá sea culpa mía. Te hice recordar el pasado la otra noche.

—No, está bien. En realidad creo que me ayudó hablar sobre eso con alguien más. Sólo… debo estar algo nervioso por la presencia de mi padre.

—¿Estás seguro de que no quieres pedir ayuda a alguien? —insistió Kei.

—No tiene caso. No nos ha tocado un pelo desde que llegó. Tengo la esperanza de que continúe así hasta que se vaya de nuevo.

—¿Y ya ha dado fecha para ello? —preguntó el menor, resignado.

—No. Pero ya se ha quedado demasiado tiempo, no debe faltar mucho.

“He escuchado eso antes” pensó para sí mismo—. Bien. —Tsubaki suspiró y se pasó una mano por entre el cabello. Chopper seguía abrazándose a sí mismo. Kei respiró profundo. Se metió bajo la cobija, acomodándose sobre su costado, y haló la muñeca de Chopper para indicarle que hiciera lo mismo. Una vez frente a frente lo atrajo hacia sí, envolviendo sus brazos alrededor de él. No terminaba de comprender ese instinto protector que el castaño despertaba en él, pero quería hacer que se sintiera seguro a su lado. Parecía que lo estaba logrando, dado que Chopper se acurrucó contra él en lugar de apartarlo.

—¿Por qué no intentas volver a dormir? —sugirió, hablando en voz baja como si estuviera contándole uno de sus más importantes secretos—. No te preocupes por las pesadillas, las ahuyentaré para ti.

Chopper sonrió, enternecido—. Está bien. —Levantó la cabeza lo suficiente para plantarle un beso en la mejilla a su amigo—. Gracias —dijo antes de volver a acurrucarse en su pecho.

Tsubaki agradeció que no pudiera notar lo extremadamente rojo que su rostro se había puesto por la acción afectiva—. No hay… de qué.

Chopper ya estaba dormido otra vez.

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«6:13 a.m.»

Antes, cuando era pequeño y demasiado despreocupado (más de lo que era en ése momento) los silencios solían ser tranquilizadores. Sobre todo en situaciones como esa. Sentado como estaba en el asiento del copiloto, con la ventanilla abajo y la ligera y fresca brisa golpeando en su rostro, desordenándole el cabello. Antaño, disfrutaba del silencio de su padre mientras éste conducía, le hacía sentir seguro, como si sólo tuviera que ir a donde el mayor lo guiara, como si eso fuera lo único que necesitara en la vida.

Ahora, en cambio, ése mismo silencio le parecía incómodo. Demasiado pesado, demasiado tenso, como si se tratara de una bomba de tiempo esperando explotar y acabar con todo.

Odiaba sentirse así, en especial después de todo el tiempo que había pasado sin ver a su padre. Quería que las cosas volvieran a ser como antes, quería que esa tensión entre ellos desapareciera. Pero habían pasado días y nada parecía mejorar. Dragon no se veía como en disposición de arreglar las cosas, tampoco.

Suponía que entonces todo dependía de él.

—Hmm... ¿Papá?

—¿Qué sucede, Luffy?

—Me gustaría que habláramos... sobre Law.

El ceño de su padre se apretó ante la mención de su novio, pero por lo menos no frenó de golpe o hizo un movimiento brusco con el volante. Eso ya era algo.

—Sé que no te agrada mucho, pero...

—Luffy, en verdad no creo que sea el momento adecuado para hablar sobre eso.

—¡Pero nunca es el momento adecuado! —reclamó el menor—, siempre estás trabajando, si te pido que lo hablemos después sólo me darás largas. Es importante para mí, por favor.

Dragon apretó ambas manos alrededor del volante, soltando el aire con cansancio—. Bien, tienes cerca de dos minutos antes de que lleguemos al restaurante. Habla.

Luffy inspiró profundamente. Ahora que tenía luz verde no estaba seguro de cómo comenzar.

—Entonces... decía que Law no te agrada mucho...

—Preferiría no tener que cruzarme con él, sí.

El menor hizo una mueca de disgusto—. Eer, sí. Supongo que puedo entenderlo, pero... papá, tú no lo conoces como yo.

—Luffy, se mudaron a la ciudad hace poco más de siete meses, ¿cuánto puedes conocerlo realmente?

—Más de lo que crees. —Dragon no pudo evitar mirar a su hijo de reojo. Mentiría si dijera que no se sorprendió por la seriedad que se detectaba en sus palabras—. Tú no estuviste aquí para verlo, pero yo lo viví. Conozco a Law de la misma forma en que él me conoce a mí. Sabe todo por lo que he pasado (Sí, papá, también eso). Incluso vio cómo me derrumbaba de nuevo, y no salió corriendo para evitar complicaciones. Él se quedó a mi lado, me tendió su mano para ayudarme a seguir adelante. Me ha apoyado como no tienes idea. Es por eso que lo amo.

—Me parece que son demasiado jóvenes para hablar seriamente del amor.

—Quizá lo seamos —dijo el menor después de unos segundos de silencio—, pero eso no quiere decir que mis sentimientos no sean verdaderos.

Dragon prefirió guardar silencio, pues en realidad no había mucho que pudiera decir. Si su hijo menor creía amar a ése chico, no habría nada que él dijera para hacerlo cambiar de opinión. Después de todo, Luffy era obstinado y algo más. Mejor se lo dejaría al tiempo. Eran adolescentes, unos cuantos meses más y la novedad de la situación se acabaría, se interesarían por alguien más y se separarían. Así era como tenía que ser.

Aparcó el coche en un lugar libre junto a la acera. Del otro lado de la calle, El Baratie se preparaba para abrir sus puertas al público por un nuevo día.

Luffy tomó la mochila donde llevaba su uniforme de mesero y abrió la puerta, deslizando primero sus piernas al exterior. Antes de salir por completo se giró una vez más hacia su padre.

—¿Podrías, por lo menos, darle una oportunidad? No lo juzgues sin conocerlo, es lo único que te pido.

El menor le dedicó una última mirada a su padre, que bien podría pasar por una súplica silenciosa, antes de salir al exterior y cerrar la puerta.

Dragon soltó el aire (algo muy parecido a un suspiro cansado, pero sin llegar a serlo, porque él no suspiraba) y regresó el coche al camino en dirección a Marine Ford.

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«Hospital General Sabaody ─ 12:06 p.m.»

Aunque Sabo no estaba seguro de qué había pasado, sabía que algo no iba como de costumbre. Su hermano cargaba una actitud bastante extraña desde que él había llegado esa mañana. Parecía ausente, como perdido en sus pensamientos. Sabo tenía una casi insana curiosidad acerca de qué podría ser tan importante como para distraer a Ace del hecho de que en unas cuantas horas estaría fuera del hospital y de regreso en casa, porque conociéndolo debería estar ansioso e impaciente, como si fuera un niño pequeño en un largo viaje que no puede dejar de preguntar si han alcanzado el esperado destino. Pero el pecoso sólo estaba ahí sentado, con la mirada posada en la pared frente a él sin siquiera enfocar. Respondía a sus ocasionales comentarios con una particular falta de interés y atención. Él ya no estaba seguro de si debía preocuparse o qué más hacer, pues por lo regular no solían pasar cosas buenas cuando Ace estaba así de callado.

Ace salió por un momento de sus conflictivos pensamientos cuando escuchó el celular de su hermano sonar. Alcanzó a notar la mirada de soslayo que Sabo le envió antes de contestar el teléfono casi en medio de susurros, para acto seguido salir de la habitación, dejándolo solo y un poco confundido, aunque en realidad el extraño comportamiento del rubio parecía ser la menor de sus preocupaciones.

Cuando la puerta volvió a abrirse, un par de minutos después, Ace supo que se había equivocado, pues en realidad el sospechoso actuar de su hermano iba acompañado de la problemática avalancha que venía persiguiéndolo durante los últimos días.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó una vez que pudo recuperar su voz.

Verlo de frente era mucho peor que sólo escucharlo o sentirlo cerca, lo que ya era bastante decir. Esos intensos ojos azules estaban turbios, como es el océano en medio de una violenta tormenta. No brillaban con felicidad, no llevaban dentro esa luz incandescente que él tanto amaba presenciar.

—¿Podemos hablar? —preguntó Marco, dando unos vacilantes pasos dentro de la habitación y cerrando la puerta a su espalda.

—Creo que todo lo que había que decir entre nosotros ya ha sido dicho. —En cierta forma era verdad; él ya había escuchado todo lo que Marco sentía, aunque el hombre no estuviera al tanto de ello. Claro que, después de haberlo hecho, Ace no podría asegurar cuál de todos los sentimientos que bullían en su interior apuntaba a ganar: estaba demasiado aturdido como para decidirlo.

—Ace, por favor… sólo dame unos minutos.

Después de lo que había sucedido, cualquiera podría pensar que él se regodearía en el sufrimiento de Marco, quizá fuera lo más lógico, pero era imposible que lo hiciera. Ver la tristeza reflejada en su rostro le causaba un terrible retortijón en el estómago, como si fuera capaz de enfermarse sólo con esa visión. Siendo sinceros, no le parecía una idea tan descabellada.

No contestó a la petición del rubio, pero tampoco le dijo que se fuera. Tan sólo adoptó una postura indiferente a su presencia. Marco supuso que era lo mejor que podría conseguir, y que en realidad debería considerarse afortunado.

—Quisiera disculparme contigo…

—¿Por qué, exactamente? —preguntó el pecoso, dedicándole una gélida mirada—. ¿Por romperme el corazón, o por no darme una razón para ello?

Marco hizo una mueca—. Por ambas, podría decirse. Más que nada quiero disculparme por todos los errores que he cometido que alguna vez te causaran dolor.

—Me gustaría saber cuáles son esos errores en realidad —replicó Ace.

Por un segundo Marco pareció dudar—. No estoy seguro de que sea prudente decírtelo ahora.

Ace soltó una ligera risa sardónica—. Eres imposible.

—Ace…

—Yo sólo quiero saber por qué, Marco —interrumpió el menor, dejando sin querer que cayeran sus barreras, permitiéndole a su acompañante distinguir la vulnerabilidad en sus ojos—. ¿Por qué me dejaste? ¿Por qué estás aquí ahora?

—Supongo que ambas cuestiones conllevan una misma respuesta. —Ace alzó una ceja y lo observó con apremio, instándole a que se la dijera. Marco dejó salir el aire y tomó valor para mirarlo a los ojos—. Es bastante simple, creo yo: te amo.

El pecoso bufó y se pasó la mano derecha por entre el cabello con frustración—. No logro comprenderte.

—No tienes que hacerlo, no en verdad. De eso se trata el amor, ¿no?

Ace desvió la mirada hacia el lado contrario, pero aun así Marco alcanzó a notar la expresión molesta y confundida en su rostro, y a riesgo de estar lo suficientemente cerca como para que lo golpearan, se aventuró a sentarse en la silla junto a la cama.

—Creo que sí puedes entender que cuando una persona ama a otra lo único que quiere es que sea feliz, que tenga lo mejor.

—¿Esperabas hacerme feliz terminando conmigo? ¿De verdad consideras que eso es lo mejor para mí? —replicó Ace, dedicándole una mirada dolida.

—Creí que sería más como un beneficio a largo plazo. —Marco dejó caer sus hombros, casi como si estuviera aceptando su derrota—. Que al dejarte como lo hice podrías superarlo más rápido y salir adelante.

—¿Y qué hay de lo que yo pienso? ¿Eso no te importa una mierda? —Ace arrojó la sabana lejos de su cuerpo y salió de la cama, rodeándola para llegar al lado donde se encontraba el mayor.

Marco se puso en pie de inmediato, preocupado por que Ace estuviera alterándose y llegara a hacerse daño. Eso era justo lo que había intentado evitar que sucediera.

Cuando Ace se colocó frente al rubio golpeó su pecho con el dedo índice, como si quisiera llegar a clavárselo—. Debiste haber tomado en cuenta lo que yo quería, ¿acaso no tengo voz ni voto en ésta situación? ¡Me afecta directamente, maldita sea! ¡No tienes idea de lo que he sufrido por esto!

—Lo sé —aseguró Marco, tomando con suavidad la mano que golpeaba su pecho entre las suyas. Ace lo veía con dolor, pero no se apartó. Marco le dio un apretón—. Lo sé porque yo lo he sufrido también.

—Sabías que sucedería y aun así… —Ace negó con la cabeza—, ¿por qué lo hiciste?

—Porque estaba confundido, asustado, desesperado. Mi vida se convirtió en un caos de la noche a la mañana y yo me perdí en él. No quería arrastrarte conmigo y que quedaras atrapado. Se trata de algo mucho mayor a lo que alguna vez podría pedirte que hicieras por mí.

—¿No confías en mi fuerza, en que pueda manejarlo?

—Por supuesto que sí. Pero no confío en la mía. No sabía si podría hacerte feliz aún sobre esto. Supongo que mi peor temor era… descubrir que no.

Abrumado por el torrente de sentimientos que rugía dentro de él, Ace dio un paso al frente y dejó caer su cabeza en el hombro del mayor. Parecía derrotado. Marco se tensó por un segundo, quizá por la sorpresa, pero enseguida su cuerpo se relajó. Con vacilación le rodeó el cuerpo con un brazo, como si tuviera miedo de tentar demasiado a su suerte.

—¿Por qué no dejaste que yo lo decidiera? —preguntó en un murmullo. Siempre le había gustado el aroma que Marco desprendía, esa mezcla varonil y embriagadora que se escabullía por sus fosas nasales acompañado de un agradable estremecimiento. En ése momento, también le entumecía bastante los sentidos.

—Porque soy un idiota —respondió Marco, apoyando la frente sobre su cabeza.

—Bueno, al menos en eso estamos de acuerdo.

Marco esbozó una leve sonrisa, sin atisbo de alegría en ella. Ambos guardaron silencio por un largo rato,  o al menos así se sintió para ellos. Ser los primeros en dar el siguiente paso los asustaba. Era simple, o arreglaban las cosas, o las arruinaban irremediablemente.

Ace cerró los ojos y, por un breve instante, se permitió disfrutar el presente. Inspirar con profundidad y llenarse de la esencia de Marco, sentir tan sólo su brazo rodeándole la cintura con sutileza y su aliento rozando su cabello, apenas logrando agitarlo. Escuchó su suave respiración y observó el movimiento de su pecho en consecuencia. Poco le faltó para enterrar el rostro en su cuello y plantarle un dulce beso, para percibir la presencia del hombre con cada uno de sus sentidos, y cuando el corazón comenzó a latirle desbocado no pudo frenar la pregunta que saltó de sus labios.

—¿Era verdad eso que dijiste? Sobre que no pretendías rendirte.

Marco se apartó de él, sin retirar las manos de sus hombros, y lo observó cara a cara, confundido—. ¿Cómo sabes…? —Dejó la pregunta al aire y abrió los ojos de par en par—. Sí estabas despierto esta mañana —afirmó.

Ace se mordió el labio con culpabilidad—. Digamos que no estaba tan inconsciente como aparentaba.

—¿Por qué no dijiste nada?

—Supongo que… estaba asustado.

—¿De qué? ¿De mí?

Ace negó con la cabeza—. No, o al menos no exactamente. Era más bien de lo que sea que podría haber pasado si te enfrentaba en ése momento. De perder la tranquilidad… de perderte a ti para siempre. Sólo quería… guardarme la ocasión.

—Entonces, ¿sabías que venía a verte? —preguntó, incrédulo.

—Lo descubrí en lo que yo supongo que fue la primera mañana. ¿En verdad creíste que no me daría cuenta?

—Bueno, sueles tener el sueño bastante pesado, pensé que si me iba antes de que despertaras todo estaría bien.

—Podría haberte funcionado, pero puedo reconocer cuando has dormido a mi lado, Marco. Además, aún recuerdo tu aroma.

Marco soltó el aire en una suave sonrisa. Parecía presagiar que eso era una buena señal—. Es increíble en verdad. Pensé que si llegabas a enterarte me echarías a patadas de la habitación.

El menor no sonrió ante el comentario, con la mente un tanto perdida en algún otro lugar—. Quizá debí haberlo hecho —comentó distraído, apartándose un poco del rubio con la mirada enfocada en algo que estaba más allá de la ventana, en el mundo exterior—. Supongo que pensé en ello, sólo que… no pude. No tuve la fuerza necesaria para alejarte de mí, pero tampoco para pedirte que te quedaras.

—¿Por qué? —preguntó el mayor, colocándose a su espalda.

Ace se encogió de hombros—. Vulnerabilidad, probablemente. La verdad es que, aunque no quisiera aceptarlo, te perdoné hace tiempo. Después de todo, no puedo odiarte, ni guardarte rencor. Perdoné que me dejaras, y perdoné el dolor que me causaste al hacerlo. Pero a pesar de que lo hice, seguía asustado. Me aterraba permitir que regresaras a mi vida, que la ilusión de tenerte me hiciera feliz, y que después volvieras a irte. Aún me aterra, en realidad. Ese fue, tal vez, uno de los momentos de mayor fragilidad que he tenido en mi vida. Me sentí débil y destrozado. No fue agradable, y no deseo volver a sentirme de esa forma.

Marco dio un paso al frente y sujetó el brazo sano de Ace, haciendo que girara de frente a él—. Te aseguro que no volveré a dejarte, no por voluntad propia.

—Ya una vez prometiste algo así. ¿Cómo saber que ahora lo cumplirás? ¿Cómo puedo siquiera confiar en ti?

Los ojos azules se inundaron de tristeza y se desviaron hacia el suelo al momento en que el hombre soltaba su brazo. Aparentemente no tenía una respuesta para él.

—Decirte que te amo más que a mi propia vida ya no es suficiente, ¿verdad?

A Ace se le formó un asfixiante nudo en la garganta. Le gustaría contestar que sí, pero la verdad era que no lo sabía. No podía estar seguro de nada.

—Marco —murmuró, acariciando la mejilla del mayor con su mano derecha, acto que captó su atención—. No sé cuál es esa situación que llevó a que te alejaras de mí, pero yo era tu pareja, debiste haber confiado en que te apoyaría, decirme la verdad para afrontarlo juntos.

El rubio posó su mano sobre aquella que le acariciaba el rostro—. No quería que te sacrificaras por mí.

—Ése es el problema, grandísimo idiota —replicó Ace con exasperación—. Yo te amo, estar a tu lado no es un sacrificio. Necesitas entender eso, maldita sea. Yo no te habría abandonado… así como tú no me abandonaste cuando te necesité.

Marco lo miró con un poco de sorpresa, a lo que contestó dedicándole una leve sonrisa.

—Me tomó  unos días, pero pude recordarlo todo. Me refiero a todo lo que dijiste mientras estuve inconsciente. Recuerdo cada una de las veces que me pediste despertar, que me pediste volver a tu lado. No tienes idea de lo mucho que deseo hacerlo… pero no puedo. Necesito seguridad, Marco. Necesito sentir que las cosas están solucionadas, que no se van a derrumbar a la primera brisa que corra entre nosotros.

—Me gustaría poder decirte que no lo harán, pero…

—No quieres hacer promesas que no sabes si puedes cumplir —completó Ace. Marco lo observó con una profunda tristeza inundando sus ojos—. Entonces, supongo que eso es todo.

Ace hizo el amago de darle la espalda, pero Marco lo detuvo y lo atrajo hacia sí, manteniéndolo a menos de un centímetro de su cuerpo. Al pecoso se le cortó la respiración debido a la cercanía y a la profundidad de esos ojos azules que lo observaban con la más absoluta determinación.

—No puedes vivir teniéndole miedo al futuro. Es justamente eso lo que nos ha traído hasta aquí, mi propio miedo a que terminara arruinando tu vida o que no fueras feliz a mi lado. Te alejé de mí porque quería protegerte y mira cómo resulto, ¡casi te asesinan! —Marco negó con la cabeza y colocó la mano en la nuca del menor, inclinándose hasta que sus frentes se apoyaron una en la otra—. Cometí un error, no voy a cometerlo de nuevo. Si algún día decides que ya no quieres seguir a mi lado, respetaré esa decisión, pero no voy a adelantarme a ella. No lo hagas tampoco.

—Marco…

—No, sé que puedo hacerlo. Sé que puedo lograr que vuelvas a sentirte seguro a mi lado, que volvamos a estar unidos, sólo… sólo necesito tiempo. Y tú necesitas saberlo.

—¿A qué te refieres? ¿Saber qué? —preguntó el menor, confundido.

—Necesitas comprenderlo, el por qué hice esto. No  ahora, pero sí muy pronto. Debo explicarte todo, para que veas el panorama completo. Después de eso, aceptaré cualquier conclusión a la que hayas llegado. Yo ya tomé mi decisión Ace, sólo falta que tú lo hagas también. ¿Puedes darme tan siquiera esa oportunidad? ¿El beneficio de la duda?

Ace inspiró profundamente—. ¿Te das cuenta de que en todo sentido me estás pidiendo que vuelva a confiar ciegamente en ti? Es muy difícil hacerlo, sobre todo para alguien a quien no le gusta bajar sus defensas. Sería como tropezar dos veces con la misma piedra.

Marco apretó los labios en una fina línea y dejó caer la cabeza hacia adelante, derrotado—. Sí, sería algo así.

El menor cerró los ojos y suspiró.

—Espero que valga la pena el golpe.

Marco levantó la cabeza al escucharlo. Ace lo miró a los ojos, y él supo que no estaba mintiendo. Sonrió todo lo amplio que era posible, aliviado y feliz, y no lo pensó antes de estrechar al chico contra su cuerpo. Ace no se quejó, así que lo tomó como una buena señal. Lo apretó entre sus brazos tanto como era posible sin llegar a lastimarlo, y juraría por Dios que sintió un par de lágrimas correr por sus mejillas. No le importó, porque Ace estaba rodeando su cintura con su brazo sano, y él casi podría morir de felicidad.

—Te odio —masculló el menor contra la tela de su camisa. Seguía sin apartarse de él ni un centímetro.

—No importa —aseguró Marco—, yo te amo lo suficiente como para pasarlo por alto, eso y cualquier otra cosa.

—¿Esa no debería ser mi línea, en todo caso?

—No te detendré si quieres decirla.

Ace negó con la cabeza, un tanto divertido aunque no lo admitiera—. Eres un tramposo —dijo  al momento en que se despegaba del pecho del mayor lo suficiente para mirarlo a la cara.

Marco dejó salir una sutil sonrisa—. No puedes culparme por intentarlo —replicó, acariciándole la mejilla con el pulgar.

No, suponía que no podía hacerlo.

—Te lo advierto, si me haces trampas te dolerá.

—¿No crees que ya me has torturado lo suficiente?

Ace se encogió de hombros—. Quién sabe, quizá te haga falta un poco más. Sólo para estar seguros.

Marco sonrió con diversión y acompañó la caricia en su rostro con la otra mano, acunándolo con dulzura, mientras lo observaba a los ojos con una intensa fascinación. Se tomó un momento para disfrutarlo. Cerró los ojos y dejó que sus sentidos lo guiaran. Percibió con cierto deleite la manera en que las yemas de los dedos del mayor se deslizaban por la piel de su rostro y a veces jugaban con algunos mechones de su cabello. Escuchó la pausada respiración de su acompañante y en un acto reflejo intentó sincronizarla con la suya propia. Alargó su mano derecha a tientas hasta que encontró el rostro del otro y se guió por él, delineando sus mejillas, su nariz y sus suaves labios.

Cuando volvió a abrir los ojos Marco estaba a menos de dos centímetros de distancia. Sus frentes se apoyaban entre sí y respiraban tan cerca que casi podía sentir la manera en que sus alientos se mezclaban. El hombre lo observó con añoranza.

—¿Puedo besarte?

Con ése simple susurro su corazón comenzó a latir como desquiciado.

—Siempre has hecho lo que has querido, ¿ahora vas a pedirme permiso?

Marco esbozó una pequeña sonrisa coqueta—. No es más que una mera formalidad, en verdad.

Ace rió suavemente y el mayor aprovechó para cortar la distancia que quedaba entre ellos.

Una suave descarga eléctrica corrió por su columna vertebral y erizó cada uno de los bellos en su cuerpo. Sus labios se presionaron con suavidad durante unos cuantos segundos antes de comenzar a moverse entre ellos, amoldándose, entrelazándose en medio de un cariño inconmensurable, permitiéndoles captar el sabor del otro en su propia boca. Suspiros brotaban sin importar a quién de los dos le pertenecieran, pues compartían cada uno de los aspectos de ese momento, así como el alivio y la felicidad del acto. Por ése momento no había inseguridades, ni problemas ni dudas. Eran sólo ellos dos y sus sentimientos sempiternos.

—Oye Ac-¡Oh!

Terminaron el beso cuando escucharon la voz de alguien más en la habitación. Ni siquiera notaron el momento en que la puerta había sido abierta, metidos como estaban en su propio mundo.

Bascud los miraba con los ojos más abiertos de lo normal, notablemente sorprendido. Ace no estaba seguro de si estaba sorprendido de encontrarlos besándose, o de que hubiera sido más pronto de lo que había pensado. No importaba mucho en realidad.

—Eem, yo… esperaré afuera —dijo el castaño, señalando con el pulgar hacia el pasillo a su espalda como si quisiera reafirmar su comentario, antes de salir y volver a cerrar la puerta.

—Bueno, eso fue inoportuno —comentó Marco. No había dejado de abrazar a Ace en ningún momento.

—Tienes suerte de que él ya no quiera asesinarte.

—Sí, lo sé. Lo que me recuerda, ¿le mencionaste a tu abuelo que terminamos? —preguntó con curiosidad—. Lo digo porque, bueno, sigo vivo.

El menor rió con diversión—. No, no lo hice. No hubo tiempo. —Ace colgó su brazo alrededor del cuello de Marco—. Espero no tener que hacerlo.

—Yo también lo espero.

—Sabes que esto aún no ha terminado, ¿verdad? No será tan fácil para ti.

—Lo sé. Pero valdrá la pena —aseguró el mayor, sonriendo e inclinándose para plantarle un beso un poco más corto que el anterior. Suspiró sobre sus labios—. Dios, te amo tanto.

Ace sonrió y haló de su cuello para que volviera a acercarse. Después de todo, Bascud podía esperarlo un par de minutos más.

o~o

Después de cerrar la puerta de la habitación, Bascud se permitió esbozar una pequeña sonrisa. Él ya no tenía dudas respecto a  los sentimientos de Marco por Ace. Como le había dicho a su amigo; verlo sufrir de la manera en que lo hizo le aclaró todo, y le alegraba ver a su amigo feliz. Claro que eso no significaba que Marco no fuera un idiota, y si cometía la estupidez de volver a romperle el corazón a Ace, él mismo se encargaría de enterrar su cadáver en el bosque.

Decidió que les daría un poco más de privacidad, así que se dirigió a los jardines del establecimiento. Se acercó a la fuente que colgaba de una de las paredes y apoyó los antebrazos en la barda que la rodeaba. Le gustaba mucho ver el agua fluir, en cierta forma le parecía algo relajante.

Su celular vibró dentro del bolsillo de su pantalón. Era un nuevo mensaje. Internamente deseó que fuera la respuesta que había estado esperando. Desbloqueó la pantalla y abrió la conversación.

«(12:40 p.m) De: Bascud
Estaba pensando en que quizá podríamos salir después, quizá el próximo fin de semana. Ya sabes, tú y yo. Creo que te debo una noche en el club, después de cómo terminó la última.
»

«(1:04 p.m) De: Nojiko
Suena bien, me encantaría. Tú invitas los tragos.
»

«(1:06 p.m) De: Bascud
Hecho.
»

Bascud se permitió una leve sonrisa. No quería hacerse demasiadas ilusiones, pero quizá esta vez fuera diferente. Nojiko era fantástica, y no sólo por lo guapa que era, sino por la increíble persona que él estaba conociendo. Quizá ella era lo que necesitaba. Quizá con ella podría…

—¿Bascud?

Su línea de pensamiento se vio abruptamente interrumpida por el sonido de aquella voz femenina a su lado. Voz que él conocía muy bien. Tragó saliva y se giró para enfrentarla.

La chica era guapa, por supuesto, e iba tan despampanante como siempre. Su cabello rubio caía por su espalda como una cascada de oro y algunos mechones se enrollaban a los costados de su rostro, realzando el rubor de sus mejillas y sus deslumbrantes ojos celestes. Sus labios, tan rojos como un tomate maduro, se curvearon en una sonrisa al verlo de frente.

—Elizabeth.

—Sabía que eras tú —dijo ella, acercándose unos cuantos pasos más.

—¿Qué haces aquí? ¿Estás enferma? —Bascud no estaba seguro de cómo sonaba su propia voz, su mente seguía algo aturdida por la imagen de ella parada justo frente a él. No había cambiado mucho desde la última vez que la vio, lo que sólo hizo que los recuerdos se agolparan en su cabeza.

—Oh no, sólo vine por una revisión de rutina, pero estoy perfecta. Creí haberte visto cuando pasé cerca de aquí y decidí que sería buena idea saludarte.

Él apretó la mandíbula—. Claro, seguro. —Si ella captó el tono cortante en su voz, no dio señas de ello.

—¿Y qué estás haciendo tú aquí? —preguntó Elizabeth con amabilidad.

—Visito a un amigo.

—¿En serio? ¿A quién, si se puede saber?

—No lo conoces.

—¿De verdad? Vaya, creí que conocía a todos tus amigos.

“Sí, seguro que los conoces muy bien” pensó para sus adentros—. Ace es diferente. Es un nuevo y muy buen amigo. —Uno de verdad quiso añadir.

—Bueno, me alegra escucharlo. Espero que se recupere pronto. —Bascud se limitó a asentir. Ella dio otro par de pasos más cerca, terminando con la distancia que había entre ambos—. Ha pasado mucho tiempo desde que nos vimos. Tal vez puedas acompañarme a cenar o a beber algo, más tarde. Por los viejos tiempos.

—Lo lamento, pero ya tengo planes para esta noche —contestó, dedicándole una falsa sonrisa de disculpa.

—Oh, qué mala suerte. Quizá otro día entonces.

—No lo creo, Elizabeth —dijo el castaño dejando la condescendencia de lado. No le agradaba la manera en que ella actuaba como si nada hubiera sucedido—. Eso no va a pasar.

—Vamos Bascud, no seguirás enojado por lo que pasó hace tiempo, ¿o sí?

El chico bufó con desdén—. ¿Te refieres a haberte acostado con el que hasta entonces consideraba mi mejor amigo? —preguntó con un tono mordaz—. Lo lamento, pero no tengo muchos motivos para brindar por los viejos tiempos. En ése entonces no te importé un comino, ni tampoco todo el tiempo que llevábamos juntos. Yo te quería, te amaba, y decidiste echarlo todo por la borda cuando me engañaste.

—Yo no lo llamaría un engaño —replicó ella a la defensiva—. Fue sólo… un desliz.

—¿Un desliz? ¿Así vamos a llamarlo ahora? —resopló y la miró con el ceño fruncido—. Estuviste viéndome la cara de imbécil con él por dos meses. Si no los hubiera encontrado aquella tarde, quién diablos sabe por cuánto tiempo más habrían continuado así.

—Bueno, ¿y qué más da? —refunfuñó ella, mirándolo con una furia retadora—. No puedes guardar rencor por algo que pasó hace más de un año, Bascud. Es infantil y estúpido.

—No les guardo rencor —contradijo el castaño, irguiéndose cuan alto era—. Lo que ustedes hagan o dejen de hacer me tiene sin cuidado. Por mí, pueden montarse una orgía si quieren. Es simplemente que no soy idiota, Elizabeth. No te quiero devuelta en mi vida porque ya no figuras nada dentro de ella.

—Pues bien, como desees —masculló ella entre dientes—. Pero te lo advierto, no importa con quién salgas o dónde busques, jamás encontrarás a nadie como yo.

Bascud sonrió con socarronería—. Mira tú, es un gran alivio saberlo.

Elizabeth dio una patada al suelo, como si estuviera haciendo un berrinche, y le dio la espalda para retirarse tratando de mantener la cabeza en alto.

Internamente, Bascud se preguntó cómo fue que alguna vez pudo amar a alguien así. Debió haber sido un completo idiota.

Su celular volvió a vibrar en su mano, donde lo había mantenido durante todo el encuentro con su exnovia.

«(1:24 p.m) De: Nojiko
Entonces es una cita.
»

Sonrió. Ya era momento de dejar aquél tropiezo muy atrás.

o~o~o~o~o~o~o~o~o~o~o~o~o~o

Después de haber dejado el hospital, Sabo se dirigió a su casa. Marco prometió llamarle si la charla con Ace no salía especialmente bien, pero hasta entonces él tenía otros asuntos que atender.

Tuvo que tomar el bus, dado que su padre se había llevado el coche esa mañana. Las últimas cinco cuadras hacia su destino las recorrió caminando. Cuando llegó a casa soltó un suspiro mientras atravesaba el sendero de entrada. Quizá pudiera llamar a Perona para que le ayudara y le hiciera compañía. Por alguna razón, ése día la idea de estar solo le entristecía bastante.

Una vez frente a la puerta metió la mano en el bolsillo derecho de su pantalón, pero no encontró nada—. Oh, mierda. —Buscó en el bolsillo izquierdo, pero ahí sólo estaban su celular y su cartera. Tanteó los bolsillos traseros para ver si, por casualidad, encontraba un bultito en alguno de ellos, pero no halló nada. Iba tan distraído que no se dio cuenta del momento en que las llaves se le salieron del bolsillo—. Joder, no otra vez.

Todo pasó en un segundo. Una mano salió de la nada alargándose a un lado de su cabeza, mano que sostenía un juego de llaves que tintinearon al chocar unas contra otras. Llaves que eran las suyas.

—Creí que dejarías de guardar cosas en los bolsillos. (*)

Contuvo la respiración al mismo tiempo que su corazón se aceleraba como a unas cincuenta revoluciones por segundo.

Conocía esa voz. Era la misma voz que constantemente había escuchado en sueños durante los últimos seis meses.

Ignorando por completo las llaves que aún colgaban frente a él fue dándose la vuelta con lentitud, casi con miedo, para poder ver a quien estaba parado a su espalda.

Sus ojos temblaron al verlo. Era tan alto como lo recordaba, y vestía unos pantalones de mezclilla algo gastados y una camiseta azul marino que le quedaba un poco holgada. Su desordenada melena rubia seguía cayéndole por la espalda hasta rozarle la cintura. La única diferencia era, quizá, la manera en que su fleco iba recogido a un costado de su rostro por un par de broches, dejando a la vista unos hipnóticos ojos azules.

—Killer… —susurró en un hilo de voz.

El aludido sonrió, y dado que era obvio que las llaves habían pasado a un segundo plano, bajó el brazo—. Hola Sabo —dijo dando un paso más cerca.

—¿Hola? —repitió el menor en un tono que reflejaba indignación e incredulidad mezclados. La sonrisa de Killer desapareció. Sabo avanzó un paso y empujó al chico en el pecho, lo suficiente para hacerlo retroceder. Repitió el movimiento conforme hablaba—: Te vas por seis meses —empujón— en los que prácticamente —empujón— no he sabido nada de ti —empujón—, ¿y dices hola? ¡Tú, maldito idiota! —un empujón más fuerte—, ¡imbécil! —uno aún más fuerte—, ¡insensible!

—Sabo, ¡para! —Killer detuvo las manos del chico y forcejeó un poco con él, hasta que el menor resopló con molestia y se libró de él con un brusco movimiento. Bueno, al menos no volvió a golpearlo—. Escucha, yo…

El resto de lo que fuera a decir murió en su garganta cuando el menor se abalanzó hacia él, colgándose de su cuello al rodearlo con ambos brazos.

—No puedo creer que estés aquí —murmuró junto a su oído.

Killer, que se había quedado paralizado de sorpresa, tragó saliva y con una leve vacilación rodeó el cuerpo del otro con sus brazos. Al ver que no había resistencia suspiró de alivio y lo apretó contra sí, como  si tenerlo cerca fuera una cuestión de vida o muerte, y enterró el rostro en su cabello—. Estoy aquí, bebé, y no volveré a irme.

Sabo colocó las manos a los costados de la cabeza de su novio y se separó de él apenas un par de centímetros. Lo miró a los ojos, hundiéndose en las profundidades del océano que representaban. El anhelo era palpable en ambos, en la conexión de sus miradas no había otra cosa más que necesidad. La necesidad de su amor.

—En verdad te odio.

Killer esbozó una sonrisa ladeada—. Lo sé.

Entonces, por fin, Sabo se lanzó a besarlo. Sus labios se fundieron con cariño y dulzura, reconociéndose entre ellos. Reencontrándose, transmitiendo todo lo que no pudieron mientras estuvieron separados. Después, todo fue un poco más intenso. Se buscaban casi de forma automática, pues la atracción que existía entre ambos era tal que los empujaba hacia el otro. Se abrazaron y besaron con la desesperación que se había acumulado en sus pechos después de tanto tiempo sin tenerse, con la seguridad de que no volverían a permitir que sucediera. No lo soportarían.

Sí, era verdad que aún tenían muchas cosas de las que hablar, y que Killer le debía cerca de mil explicaciones. Pero eso sería después. Ahora, lo único que quería era disfrutar del momento.

Continuará...

Notas finales:

(*) Si lo recuerdan, los amaré por el resto de mi vida. Sino, bueno, aquí está la explicación: Referencia al capítulo 16 de Historia de Tres Hermanos, cuando Killer le regresa su celular a Sabo y éste dice que "dejará de guardar cosas en sus bolsillos".

 

¿Y? ¿Qué les pareció? ¿Era lo que esperaban o los he decepcionado enormemente? ¡No se muerdan la lengua (o los dedos, en éste caso) a la hora de comentar lo que piensan! Me encantará leer todas sus opiniones con respecto al capítulo, siempre y cuando las expresen de una forma respetuosa. Recuerden que todo tiene su manera de hacerse bien.

En fin, que espero que en realidad les haya gustado. Ojalá no tarde tanto con el próximo pero no prometo nada. Nos vemos en los comentarios, o hasta el siguiente capítulo.

Muchas gracias a todos por leer, besos~

Misa-chan. 


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