Me sorprendió mucho la fuerza de mis sentimientos por él. Al principio me dejé engañar por mi propia mente, que insistía en que era imposible que me hubiera enamorado de mi mejor amigo.
Intenté con todas mis fuerzas que las cosas funcionaran con Sayu, eso lo juro por el Dios del Mar... pero no lo conseguí. Mis sentimientos por Chisaki se habían desvanecido como la nieve cálida (a fin de cuentas, ella estuvo siempre enamorada de Hikari cuando todos éramos niños, y ahora que ella creció era lógico que eligiera a Tsumugu porque él creció con ella), pero otros nuevos habían nacido en su lugar.
A raíz de todo lo que pasó con Manaka pude conocer, de un modo que creía imposible, el corazón de Hikari. Y eso fue lo que más me dolió cuando supe la verdad acerca de mi sexualidad: eran una pareja destinada a perdurar. Basta ver lo que ocurrió con la pobre de Miuna: ella también sucumbió a los encantos de mi adorable amigo, pero él se mantuvo siempre fiel a sus sentimientos por Manaka.
¡Cómo entiendo a la pobre niña! Tener a su lado al objeto de su deseo todo el tiempo, pero al mismo tiempo estar a océanos enteros de distancia... Ay, Miuna, si supieras quién sufre los mismos dolores que tú...
Pensé en ir a ver a Uroko-sama, pero lo descarté casi al instante. Lo mío no era un maleficio ni se podía resolver con magia. No era una enfermedad que se aliviara con hierbas o medicinas de abuela. Aunque... bueno, enfermedad sí que era, porque el amor es la enfermedad más dulce de todas, pero yo no me quería sanar.
Yo, Isaki Kaname, soy homosexual y estoy enamorado de Sakishima Hikari. Y eso no debe saberlo nadie. Y mucho menos él.
Cavilando sobre estas cosas, quise subir a Oshiooshi para ver si una caminata en tierra me despejaba la cabeza y me quitaba las ganas de llorar. Pero apenas había entrado en la zona de las corrientes cuando una que fluía con una fuerza inusual me arrastró con ella alejándome de Shioshishio. Quise luchar, pero me di cuenta de que mi tormento emocional también había mermado mi fuerza física. Además, la fuerza del agua me hacía daño, robándome el aire de los pulmones y, por alguna razón desconocida, destruyendo mi Ena.
"El único consuelo que te queda en el mundo es la muerte. Mientras sigas viviendo, el dolor de estar a un paso del amor te destrozará el alma un poco más cada día. Yo sé lo que es eso, hijo mío."
¿De quién era esa amable voz que me hablaba con ternura en medio de mi agonía? Ah, claro, era el Dios del Mar. Y me concedía, ya que no mi deseo, la redención final: el olvido.
-Quizá sea mejor así- dije en voz alta, abandonándome a la inercia de la corriente y sintiendo las lágrimas correrme por la cara y la vida escapárseme del cuerpo-. Así nunca sabrás lo que siempre quise decirte. Adiós para siempre, Hikari de mi vida. Descansaré en el Dios del Mar...
Hikari y Manaka paseaban juntos por la superficie. Los vi entre el remolino de burbujas que formaba la corriente que me tenía prisionero. Pero ellos no me vieron a mí. Y qué bueno que pasé desapercibido. Imagínense el escándalo, arriba y abajo del océano, si hubieran llegado a ver el beso que le lancé a Hikari. El beso que nunca logré depositar en sus hermosos labios. Un beso que las aguas arrastraron consigo y se deshizo en escamas que solo el Dios del Mar será capaz de recoger.