Si hay algo de lo que siempre estuvieron seguros, fue de su amor. De su irracional e irremediable amor.
Desde que tenían uso de razón, desde que se conocían, ya luchaban el uno con el otro. Pero claro, nadie, absolutamente nadie sabía que peleaban uno por el otro.
Nunca ninguno de los dos había pronunciado la palabra "amor" ni ninguna otra que se le pareciera o la diera a entender.
Nunca ninguno de los dos se lo había dicho a nadie, ni a ellos mismos. Pero ambos lo sabían, sí, siempre lo habían sabido.
Pero pasaron cosas. Pasaron muchísimas cosas. Cosas que ninguno hubiese podido evitar o prevenir.
Y la separación fue inevitable y sin anestesia.
Ambos sufrieron. Si existe una palabra para describir mínimamente lo que ambos sintieron, es sufrimiento.
El tiempo no curaba sus heridas ni en lo más mínimo. A cada minuto se amaban aún más, y a cada minuto sufrían aún más.
Anhelo, amor, desesperación, ansias, sufrimiento.
Se anhelaban el uno al otro. Anhelaban el tiempo juntos.
Amaban cada uno de sus recuerdos juntos, de las cosas vividas, y amaban el imaginar cómo sería estar juntos ahora mismo.
Se desesperaban de tantas ansias que tenían de verse, de hablarse, de tocarse, de amarse.
Sufrían a causa de todo ello y más, mucho más. Sufrían de sufrir, sufrían por y para sufrir.
"Esto es suficiente" pensaron ambos al mismo tiempo, aunque en diferentes lugares.
Uno estaba en su aldea, en su hogar, donde se esperaba que estuviese.
El otro se encontraba en una aldea pequeña y escondida, huyendo de todo y de todos, como de costumbre.
Decenas de kilómetros los separaban, aunque no lo sabían, aunque lo deseaban.
Porque deseaban que fueran sólo decenas y no miles. Porque deseaban encontrarse aunque su paradero exacto era indefinido e imposible de averiguar.
Pero no les importó, claro que no les importó. Nunca les importó ni les importaría.
Corrieron con desesperación, corrieron sin dirección ni sitio al que ir.
Corrieron, saltaron, se toparon con enemigos y lucharon contra bestias.
60 kilómetros, por parte de cada uno, después, se vieron llegar a lo lejos.
Apenas unos 200 metros los separaban.
Uno hizo salir rayos de luz de su mano, el otro una esfera de viento.
50 metros los separaban, y ambos sonreían.
"-¡Naruto!"
"-¡Sasuke!"
En los últimos 10 metros todo se deshizo. El aire ya no parecía aire, el suelo ya no parecía suelo y la gravedad y el sonido habían dejado de existir.
Sus ataques ya no existían, y todo pensamiento racional había salido despedido hasta caer a kilómetros de distancia.
Y se amaron.
Se besaron con desesperación, sin entender del todo qué hacían.
Se abrazaron de manera violenta, haciendo parecer que quisieran inmovilizar a un enemigo.
Lloraron de felicidad, de tristeza, de alivio y de simplemente ganas de llorar.
Ya nada les importaba, claro que nada les importaba, nunca les había importado ni les importaría.
Y se amaron, claro que se amaron.
Siempre se habían amado.
Y siempre lo harían.