Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Corazón congelado por AndromedaShunL

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Los personajes no me pertenecen a mí, sino a Masami Kurumada.

Notas del capitulo:

Una pequeña historia donde se describe cómo el corazón de Hyoga se va congelando hasta sumirle en un profundo sueño.

Espero que lo disfrutéis :3 Hacía mucho que no publicaba ningún one-shot *o*

Descubrió a lo lejos, sobre la montaña nevada, una tenue luz que se confundía con los destellos del hielo reflejando los haces del sol.


    Dio unos pequeños pasos hacia ella, pero era muy empinada y estaba demasiado lejos. Además, cuanto más se acercaba, más se alejaba la montaña de él. Empezó entonces a correr para no perderla, pero tenía la sensación de que no estaba avanzando nada. Se resignó, por fin, y se dejó caer sobre la tierra cubierta de nieve, despertando del pesado sueño que le había consumido esa noche.

    Se levantó de la cama aturdido, con el cabello revuelto y el corazón agitado. Se desperezó y se sentó sobre el borde tratando de recuperar el aliento. Poco después salió de la habitación para ir a darse una ducha y quitarse el frío del invierno y del sueño. Salió al pasillo y se chocó con Seiya que también iba al baño bostezando.

—¡Ay! Perdóname Shun, acabo de despertar y estoy muerto de sueño —se disculpó.

—No te preocupes, yo también —le sonrió, quitándole importancia—. ¿Vas al baño? Yo iba a darme una ducha.

—Sí, a eso iba —hizo una mueca.

—Entonces iré al otro a ver si está libre.

    Dio la vuelta hacia el otro lado del pasillo y llamó a la puerta del baño que estaba cerrada. Le contestó la voz de Hyoga desde el interior diciéndole que enseguida acababa. Unos minutos después abrió la puerta y salió con la ropa de calle ya puesta y una toalla cubriéndole el pelo. Shun se alegró de verle, pero Hyoga no parecía tener muy buen aspecto: se le notaban los ojos cansados y los hombros abatidos.

—¿Has dormido mal? —Le preguntó preocupado.

—No —contestó, y se fue por el pasillo bajando las escaleras hacia la cocina.

    Shun lo miró alejarse extrañado. Hyoga siempre solía darle los buenos días como mínimo todas las mañanas. Aún así, no le dio mayor importancia y entró para ducharse.

    Bajó un rato después mientras se frotaba el pelo con la toalla y vio que ya estaban todos abajo junto con Saori esperando por él para desayunar.

—Perdón, me alargué demasiado la ducha.

—No pasa nada —dijo Shiryu—. De hecho nos acabamos de sentar.

—¡Sí que pasa! —Exclamó Seiya—. ¡Me muero de hambre!

    Terminaron de desayunar y cada uno se fue por su lado. Shun se puso la ropa de deporte para salir a correr por el jardín de la mansión mientras Seiya y Shiryu jugaban en el salón con la consola. Sus gritos se escuchaban casi desde fuera del edificio. Cuando cansó de correr, se encontró con Hyoga, quien estaba sentado en los escalones de la entrada con la mirada perdida en el cielo. Se sentó a su lado, pero este pareció no inmutarse.

    Shun se acercó más a él y le posó la mano en el brazo para preguntarle qué tal estaba y captar su atención, pero la retiró inmediatamente sintiendo que un frío glacial cubría la piel del rubio, como si el frío del invierno se le hubiera calado hasta los huesos. Le miró preocupado, pero Hyoga no dio muestras de haberse percatado de ello.

—Hyoga... ¿cómo es que estás tan frío? —Le preguntó.

—¿Lo estoy? —se tocó el cuello con la mano izquierda y se encogió de hombros—. Yo no noto nada.

—Pero lo estás —insistió—. Sé que siempre estás muy frío, pero no tanto como hoy —el rubio no le contestó—. Igual deberías hablar con Atena —al ver que Hyoga no le prestaba atención, le dejó solo no sin mirarle varias veces antes de entrar en la mansión de nuevo.

    Subió las escaleras y pensó en darse una ducha, maldiciéndose a sí mismo por habérsela dado por la mañana sabiendo que luego iba a salir a correr.

—Hoy no tengo el día lúcido —se dijo mientras suspiraba con reproche.

 

 

Cayó temprano la noche y con ella llegaron miles de estrellas al cielo. Shun pensó en salir al balcón para contemplarlas durante un largo rato, pero nada más abrir la puerta el frío le hizo temblar y la cerró con rapidez, echándose bruscamente sobre la cama y tapándose hasta la cabeza.
Sacó un libro de uno de los cajones de su mesita y se puso a leer para pasar el tiempo y no dormirse tan pronto, pero el sueño le fue abordando sin que se diera cuenta.

    Abrió los ojos y se descubrió a sí mismo en un claro cubierto de nieve que rodeaba todo hasta donde alcanzaba la vista a excepción de un cumbre montañosa en mitad de la nada en frente de sus ojos. No había árboles por ninguna parte, ni hierba ni aves cantando ninguna canción. Estaba todo desierto y blanco, y sobre el pico de la montaña brillaba una tenue luz como el reflejo del sol en el hielo.

—Otra vez este sueño —murmuró, y sintió cómo se le congelaban los labios al hablar.

    Caminó con el corazón latiéndole fuertemente y se vio a sí mismo moviéndose en círculos por el suelo. Cada paso que daba le hacía girar hacia la derecha y no le dejaba avanzar. Cuando por fin se dio por vencido, se echó sobre la nieve y cerró los ojos aguardando al día siguiente.

 

 

Fueron pasando los días y todas las noches sufría el mismo sueño. Ese día amaneció con una lluvia espesa y persistente que golpeaba sin descanso los cristales de todas las ventanas de la mansión.

    Shun se levantó con los ojos llorosos y tiritando por el sueño del que se acababa de despertar. Se acurrucó bajo las sábanas para apaciguar el frío, pero entonces tuvo miedo de volver a dormirse y tener de nuevo esa pesadilla donde sus pasos le llevaban siempre al mismo lugar, y salió de la cama dando un fuerte estirón.

    El pasillo estaba vacío y no se escuchaba ni el mínimo sonido, lo cual le extrañó mucho y se preguntó si se habrían ido a alguna parte, pero entonces la puerta de la habitación de Hyoga se abrió y salió Shiryu de ella con expresión sombría. Se acercó a Shun con la mirada baja y le pidió que entrase él también en la habitación.

    Cerraron la puerta tras de ellos y Shun vio que estaban todos allí reunidos, incluído Hyoga, quien se encontraba tumbado boca arriba sobre la cama, con los ojos cerrados y la piel tan pálida como el hielo. Desvió la mirada asustada hacia su pecho y descubrió que el frío le apresaba el corazón con un prisma de hielo que se extendía por todo su cuerpo como ramas congeladas y emitía leves destellos de luz azul y blanquecina.

—¿Qué... qué ha pasado? —Preguntó con terror.

—Seiya le encontró en este estado hace unas horas... —dijo Saori, quien estaba sentada sobre el borde de la cama mientras acariciaba con dulzura la frente de Hyoga—. He intentado sofocar el frío con mi poder, pero ni siquiera he podido derretir un poco del hielo que le ciñe —añadió con culpabilidad.

—Ayer apenas salió de la habitación, solo para comer —dijo Shiryu.

—Y hoy me levanté preocupado por él y vine a su habitación para preguntarle qué le pasaba... y así me lo encontré.

—¿Y qué haremos? —Preguntó con nerviosismo.

—No os preocupéis, caballeros —dijo Saori—. Yo me quedaré a su lado velando por él. Intentaré derretir todo el hielo con mi poder. No os preocupéis —insistió con una sonrisa—. Haré todo lo que esté en mis manos.

    Por el resto del día trataron de hacer como si no hubiera pasado, pero el ambiente de preocupación se sentía aún con los ojos cerrados. Shun estaba tan pensativo que Seiya creyó que le iba a estallar la cabeza, y muchas veces intentó abrazarle para que se calmase, pero Shun siempre le devolvía una sonrisa cargada de tristeza.

 

 

La noche llegó como todas las demás. La lluvia seguía repiqueteando contra los cristales con la misma intensidad que el resto del día. Shun se fue a su habitación temprano, pero no se atrevió a dormir todavía. Se tumbó sobre la cama con la mirada perdida en el techo y las manos sobre la cabeza. Entonces, se levantó y salió de su habitación para entrar en la de Hyoga. Saori todavía se encontraba allí velando por la seguridad del rubio.

—Shun —dijo—. Aún no ha despertado —clavó la mirada en el hielo que cubría el corazón de Hyoga.

—Te noto cansada —se sentó a su lado y le acarició el cabello, apartándoselo del rostro—. ¿Por qué no vas a descansar? Yo me quedaré con él para cuidarle —le sonrió.

—No sé qué hacer, Shun. He probado tantas cosas ya... no sé qué le pasa, no sé por qué está así. No entiendo qué podría hacer para salvarle...

—No te preocupes. Ve a descansar, Atena, yo lo intentaré —volvió a sonreírle con más intensidad y Saori le devolvió una sonrisa cansada.

—Está bien. No te agotes demasiado. Mañana volveré a intentarlo —se levantó tambaleante del borde de la cama y Shun la ayudó a sujetarse para que no se cayera.

    Cuando Saori salió de la habitación, Shun dirigió su atención hacia Hyoga y ocupó el sitio donde esta se había sentado. Pasó la mano por la mejilla de Hyoga y la retiró rápidamente por el frío que emanaba de su piel. Haciendo acopio de valor, llevó la mano hacia el corazón de Hyoga y la posó suavemente sobre él, sintiendo cómo el frío se apoderaba también de su cuerpo. Aún así, esta vez no se apartó. Poco a poco, un sueño profundo le fue invadiendo y luchó contra él para poder mantenerse despierto toda la noche, pero a medida que pasaban los minutos este se iba haciendo cada vez mayor.

   Por unos momentos pensó que el hielo que cubría el pecho de Hyoga comenzaba a aumentar de temperatura, por poco que fuera. Entonces, y tras meditarlo, Shun se echó sobre la cama al lado de su amigo y le abrazó todo el cuerpo, apoyando la cabeza sobre el pecho del rubio y cerrando los ojos para una mayor concentración. Su respiración se fue relajando hasta que su mente se sumió en un profundo y frío sueño.

 

 

Cuando abrió los ojos, descubrío delante una enorme tierra cubierta enteramente de nieve con una montaña a los lejos desde cuya cima se emitía una tenue lucecilla azulada con destellos como el sol reflejado en el hielo.

    Su corazón se encogió al contemplar, como todas las noches, aquel lugar, y se preguntó de nuevo qué significaba todo aquello y por qué nunca podía moverse hacia la montaña.

    Se armó de valor como había acostumbrado a hacer, aunque con las esperanzas congeladas, e intentó dar un paso, pero este no le dejó avanzar, sino que le obligó a retroceder como si caminase de espaldas. Aún así, el paso que había dado se dirigía hacia la montaña.

    Volvió a dar otro paso, insistente, pero por cada paso que daba hacia adelante, sentía como si diera dos hacia atrás.

    Estuvo intentando acercarse a la luz durante un largo rato, pero al ver que lo único que conseguía era separarse de ella, se echó sobre el suelo, abatido, y cerró los ojos queriendo despertar de aquella pesadilla. Entonces, se acordó de Hyoga y de cómo se había acostado a su lado para salvarle, y algo en su interior le dijo que no debía despertar hasta que lograra alcanzar la cima de la montaña y descubrir qué era lo que emitía esa luz tan hermosa y fría.

    Se levantó y se sacudió la nieve de su ropa. Pensó durante unos instantes y, decidido, se dio media vuelta y comenzó a caminar en dirección contraria a la montaña, pero sus pasos le llevaban directamente hacia ella, y cada paso que daba para alejarse de la cumbre, equivalía a cientos de pasos que le acercaban con velocidad.

    Después de varios minutos caminando de espaldas, sintió la fría ladera de la montaña contra su espalda y fue entonces cuando se atrevió a darse la vuelta sin temor a regresar al punto de partida o de verla desaparecer ante sus ojos.

    Era mucho más alta de lo que había imaginado, y apenas le alcanzaba la mirada para vislumbrar la cumbre de le montaña congelada. Por ello, sus esperanzas se redujeron otra vez y se apoyó contra la pared de hielo, derrotado, tratando de encontrar la manera de escalar hasta el final.
Suspiró varias veces y colocó las dos manos sobre le roca intentando aguantar el frío que emanaba de la nieve que la cubría. Cerró los ojos, agotado, y cuando los abrió de nuevo, descubrió ante él una gran escalera de hielo que subía por la montaña hasta perderse en la cumbre. Quedó asombrado y paralizado, al tiempo que su corazón volvía a latir con fuerza. Casi por inercia, apoyó el pie derecho sobre el primer peldaño, pero este resbaló y perdió el equilibrio, cayéndose al suelo.

    Intentó numerables veces comenzar a subir por la escalinata, y cuando por fin había avanzado más de diez escalones tras haber resbalado más de veinte veces, una sonrisa asomó a su boca y se dio fuerzas a sí mismo para continuar. Pero tenía la sensación de que cuanto más ascendía, más resbaladizo se volvía el hielo de los escalones. Así, tuvo que emplear toda su concentración y toda su fuerza en continuar escalando por ellos.

    Mucho tiempo después, y con la respiración agitada y el corazón a mil revoluciones, encontró un saliente al lado izquierdo de la montaña donde se echó a descansar. Clavó la mirada en el cielo azul y comprobó que aún le quedaba más de la mitad de la montaña para conseguir llegar al final. Se tumbó sobre un costado y suspiró con fuerza, cerrando los ojos y dejándose llevar por el despertar. Porque no había nada que desease más en ese momento que despertar bajo las sábanas de su cama y seguir leyendo el libro que guardaba en el interior del cajón.

—Pero no estoy en mi habitación —murmuró—. Estoy en la habitación de Hyoga —suspiró—, tumbado a su lado... para salvarle...

    Notó una molestia en la espalda, a la altura de los omoplatos, que le hizo ponerse de pie. Se dejó llevar por la sensación y cuando abrió los ojos se contempló a sí mismo volando sobre el abismo con unas alas grandes y blanquísimas moviéndose acompasadamente en su espalda.

    Gritó. Pero no era un grito de terror, de confusión o de vértigo. Era un grito de alegría, como una risa resonante que rebotó contra todos los lugares de su sueño y le devolvió el eco apasionado de su voz.

    Las alas del ángel le hicieron llegar hasta la cima y le posaron suavemente sobre el hielo. Entonces, comenzó a nevar con dulzura y sus alas se fueron borrando de su cuerpo como polvo llevado por el viento. Las vió partir al tiempo que se daba la vuelta y clavaba la mirada en el pórtico congelado que había delante de él, del cual se desprendían destellos de una luz que se asemejaba a los rayos del sol sobre un pedazo de hielo.

    Dio el primer paso hacia él temeroso de que no pudiese alcanzarlo, y comenzó a correr hacia la entrada de la cueva como si le fuera la vida en ello.

—La mía no, pero sí la de Hyoga —murmuró.

    Entró en la cueva sintiendo que las piernas le pesaban y dolían demasiado. Se llevó las manos a las rodillas y las apartó con dolor. Se miró las palmas y vio que se había clavado varios cristales de hielo en ellas, y mirándose las piernas descubrió, con horror, que estas estaban llenas de esos pequeños cristales atravesándole la piel, los cuales ya empezaban a derretirse.

    Aún en ese estado, no dudó y siguió avanzando siguiendo la estela de la luz azulada, la cual se hacía cada vez más intensa. De súbito, se encontró en el interior de una caverna cuyas paredes de roca emitían destellos de luz semejantes a las estrellas en el cielo nocturno, y no pudo evitar admirar toda aquella belleza durante unos eternos instantes. Entonces, estas estrellas se fueron juntando por encima de su cabeza y formaron entre ellas una especie de flecha que se movió por el techo de la caverna guiándole hacia una estrecha grieta que había al fondo por donde salía la luz azulada que llevaba tanto tiempo persiguiendo.

    Entró en la gruta y llegó a una caverna mucho más pequeña que la anterior, de apenas unos metros de ancho y alguno más de largo. Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando fijó su mirada en la pared del fondo y descubrió allí a Hyoga, atrapado por sendas ramificaciones de hielo que salían de su pecho constantemente e iban cubriendo toda la pequeña caverna. Su corazón emitía los destellos azulados que en ese momento se le asemejaron a grandes gritos de ayuda que el rubio no lograba pronunciar con sus labios.

—Hyoga —murmuró con la voz quebradiza y las lágrimas resbalándole por las mejillas—. ¿Qué te ha pasado, Hyoga? —Le preguntó, aunque sabía que nadie le iba a contestar.

    Se acercó a él titubeante y notó el frío calándosele hasta los huesos, pero eso no le frenó. Alzó una mano para acariciar la fría mejilla de Hyoga y pensó que se iba a quedar sin lágrimas en los ojos para seguir llorando. Se abalanzó sobre él, desesperado, y le abrazó con todas las fuerzas de las que disponía, ignorando el dolor de sus piernas y todo el cansancio que le consumía y le torturaba.

—Hyoga, despierta por favor —le pidió, pero éste no podía escucharle—. Por favor. Te necesitamos. No nos dejes, por favor —le sinsitió.

    Cerró los ojos con fuerza e intentó contener las lágrimas, pero estas resbalaban por su rostro y por el hielo que cubría a Hyoga hasta terminar cayendo en el suelo. Sintió entonces, tras los párpados, que una luz mucho más intensa que la que emanaba del corazón de Hyoga les rodeaba en el interior de la pequeña caverna, y abriendo los ojos observó con pánico que alrededor de ellos acababa de brotar un fuego de color rojo y azul que crepitaba como una pared derrumbándose.

    Se abrazó con mucha más fuerza al cuerpo inerte de Hyoga y apretó los dientes con miedo. Apoyó la mejilla izquierda sobre el pecho de Hyoga y rezó con todas sus fuerzas para que el fuego no les quemase.

—Hyoga, te salvaré. No sé cómo, pero te salvaré —le prometió con rabia en sus palabras.

    De pronto, el hielo que cubría el corazón de Hyoga emitió un destello cegador por toda la cueva que se esparció por todo el sueño de Shun, y entonces comenzó a derretirse llevándose consigo el resto del hielo que apresaba el cuerpo de su amigo contra la pared.

    Hyoga estuvo a punto de caerse al suelo, pero Shun consiguió sostenerlo a tiempo. El fuego, tras haberlo descongelado, se fue deshaciendo en el aire de la caverna y Shun pudo sentarse sobre la roca, abrazando a Hyoga entre sus brazos y hundiendo el rostro entre sus cabellos rubios y húmedos.

—Hyoga... dime algo, Hyoga... —murmuró al tiempo que un bostezo le acudía a la boca.

    Miró a Hyoga a los ojos y sintió que el despertar le consumía y le quedaba poco tiempo para regresar a la realidad. Sus ojos se llenaron de nuevo de lágrimas y sosteniendo el cuerpo de su amigo le dio la vuelta con suavidad y se acercó a él despacio y con el corazón latiéndole con la velocidad del viento.

    Los labios de ambos se tocaron dulcemente, y Shun notó el hielo de los de Hyoga deshaciéndose con el calor de los suyos propios. Entonces, el menor cerró los ojos y le invadió por completo la necesidad de despertar.

 

 

Abrió los ojos con estrépito y se incorporó exaltado sobre la cama. Miró alrededor y comprobó que se encontraba en la habitación de Hyoga, y fue recordando poco a poco todo el sueño que acababa de vivir.

    Miró hacia el rubio con todo el temor del mundo reflejado en los ojos y entre la oscuridad de la noche vislumbró la pequeña luz que emanaba del corazón de Hyoga, pero esta se hacía cada vez más pequeña, y el hielo que le había apresado el corazón ya casi se había derretido por completo, y ya ninguna ramita de hielo le cubría el cuerpo.

    Clavó la mirada en él con el corazón a punto de salírsele del cuerpo y el alivio y la felicidad lo consumió cuando vio cómo el pecho de Hyoga volvía a moverse con normalidad. Alargó una mano para acariciarle la mejilla y no notó en ella el frío del invierno de todo el universo, sino que volvía a ser el tenue frío característico de su amigo.

    Se echó a su lado y le abrazó temiendo que volviese a congelarse, pero entonces notó que Hyoga estiraba un brazo y le correspondía al contacto tratando de decirle algo. Shun se separó un poco de él y le miró con una sonrisa de oreja a oreja mientras los ojos azules de su amigo comenzaban a abrirse después de una larga pesadilla.

—¿Shun? —Murmuró, y el menor asintió con energía.

—Sí, Hyoga, soy yo —le dijo, sonriente—. Vuelves a estar en casa.

—¿Por qué... por qué hace tanto frío? —Le preguntó, intentando incorporarse sobre la cama, pero Shun no le dejó.

    En su lugar, buscó las mantas al fondo de la cama y las echó sobre ellos. Una vez bien tapados, volvió a abrazar a Hyoga para que no se volviera a escapar de la habitación a un lugar al que apenas había conseguido alcanzarle.

—No te vuelvas a ir de mi lado, ¿vale?

—Ni aunque me pagaran —contestó Hyoga.

—Si lo haces, no volveré a ir a buscarte aunque me lo pidas de rodillas —le juró.

—Lo tendré en cuenta —le dijo Hyoga riéndose, y atrayendo el rostro de Shun hacia él, le depositó un suave beso en los labios y le devolvió el abrazo intentando calmar el frío que le había consumido el corazón durante tanto tiempo.

Notas finales:

Muchas gracias por leer. Espero que les haya gustado y lo comenten si quieren, que ya saben que me hace muchísima ilusión :3 :3 :3.

Gracias de nuevo ^^


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).