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El ladrón de corazones. por Maira

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Su empleo de medio tiempo consistía en limpiar la zona del hospital asignada por el jefe. A ninguno de los dos le gustaba demasiado, era un trabajo pesado y riesgoso si no se hacía correctamente, pero al menos podían darse el lujo de disfrutar unas horas entre charlas entretenidas con el único compañero que les simpatizaba de toda la cuadrilla. Había días que resultaban realmente pesados, en especial aquellos de pleno verano cuando ni siquiera el aire acondicionado era suficiente.

Además de trabajar, Kei era un aspirante a periodista. Le faltaban muy pocos créditos para poder sujetar el añorado diploma en sus manos, hecho que realmente lo ilusionaba. Era el tercer año que pasaba sus tardes y parte de la noche entre trapeadores y carritos repletos de productos químicos bactericidas, estaba harto. El aburrido uniforme azul era lo que más detestaba, pues le quedaba enorme, la tela era demasiado gruesa y cada vez que sudaba, unas oscuras aureolas aparecían en la zona de su espalda. A él le gustaba vestirse como todos los jóvenes. Al menos un par de cómodos jeans no habrían estado mal para trabajar.
Podría decirse que la única razón por la cual conservaba el empleo, era por Mao. Lo encontraba un muchacho con el que poder mantener una conversación extraña y divertida sin que nadie lo tachara de infantil o ridículo. Sí, Mao era un chico cool. Sus charlas solían rondar en torno a la música, pero más tarde, sin saber cómo terminaban por hablar acerca de cualquier estupidez que les viniera a la mente. A Kei le agradaba Mao por el hecho de que lo animaba y lo hacía reír auténticamente, cosa que no todo el mundo podía lograr.

Allí se encontraba, el día más caluroso del año, transitando las calles de Tokyo con una raída mochila a los hombros. Bajarse del metro unas estaciones antes no le había sentado tan bien como pensaba, era pleno mediodía y el Sol le asaba los sesos.
Se metió a la primera cafetería que encontró, una pequeña que de no ser por el cartel color rojo que pendía sobre la puerta, habría pasado desapercibida ante sus ojos. Buscó una mesa vacía al fondo del local, se dejó caer sobre la silla con un profundo bufido. Luego de mantenerse inerte unos instantes en los que casi podía visualizar un termómetro marcar la temperatura de su cerebro, dejó resbalar la mochila por su hombro, su brazo, hasta que la misma cayó al suelo.
Pidió a la camarera, una mujer de aproximadamente unos cuarenta años, una soda bien fría y un par de sándwiches; nada de otro mundo. Sentía que si no comía y no bebía algo urgente se desmayaría allí mismo. Luego se quedó absorto en las noticias que pasaban por el viejo televisor de cuatro canales… menudo lugar, ni siquiera tenían televisión por cable.
Los sucesos eran los de siempre: suicidios en las vías del tren o las autopistas principales, algún que otro ladronzuelo atrapado con las manos en la masa, el discurso de tal o cual político, el nacimiento de trillizas en un hospital dónde había trabajado el año pasado, una tragedia a causa del cambio climático, un accidente automovilístico con varias muertes como consecuencia; sin embargo, una noticia lo dejó prendado como si en el mundo no existiera más que el aparato electrónico, se trataba de un tema bastante turbio. Esa mañana tras la denuncia de una vecina a causa de un persistente olor nauseabundo, la policía había hallado el cadáver de una mujer sobre la mesa de su casa. El cuerpo estaba desnudo, dispuesto tal cual una rana en un laboratorio. Los típicos alfileres que sostendrían la gelatinosa piel del animal habían sido reemplazados por clavos, de manera que los órganos quedaran al descubierto. El periodista anunciaba sin apartar la vista de la cámara que de acuerdo a la declaración del forense, el asesino se había llevado consigo el corazón.
Kei se irritó bastante cuando la camarera pasó por delante de sus ojos el plato con los sándwiches antes de depositarlos sobre la mesa, al igual que la soda, pero no le dijo nada al respecto. En cuanto la noticia llegó a su fin, mientras masticaba un gran bocado y lo pasaba con un poco de refresco para no atragantarse comenzó a pensar en que si el caso de ‘El ladrón de corazones’ continuaba su curso, podría conformar su trabajo final de Investigación. Vamos que el siguiente período comenzaría en cuanto terminara el verano, luego venían los exámenes. No tenía nada que perder.

Después de terminarse todo lo que había pedido y encontrar que aún le sobraba tiempo, sacó de su mochila un cuaderno junto a un bolígrafo. Hizo todas las anotaciones necesarias acerca de la noticia, de esa manera redactar su propio artículo no le presentaría dificultades. ¿Qué pensaría Mao si le hablaba acerca del proyecto? Quizá hasta le pudiera dar una mano con los recortes periodísticos, pensó, nunca venía mal un poco de ayuda.

Al abandonar el lugar dejó los suficientes billetes como para pagar dos almuerzos. El dinero no le sobraba, pero tampoco le faltaba. Además, supuso que en ese lugar los precios no serían tan elevados.

Llegó justo a tiempo al hospital, corrió a cambiarse la ropa informal por el insulso uniforme de trabajo y por último empujó apresuradamente el carrito hasta donde el jefe le había indicado dirigirse, las ruedas ejecutaban un sonido infernal que le dañaba los dientes. Mao ya se encontraba allí, trajinando con la papelera entre pequeños resoplidos. Durante la jornada Kei le habló tímidamente acerca de su proyecto, pues no solían tocar el tema del estudio. Le comentó todo lo que tenía en mente, cómo podría manejarlo para al final obtener dos o tres artículos valiosos; incluso podría visitar la corte si hallaban al asesino y el juicio era de carácter público, se sentía muy capaz de redactar un par de columnas de lujo.
La reacción de Mao fue muy pobre, una simple sonrisa seguida de un asentimiento. Kei pensó que estaba bien ya que después de todo, el muchacho no entendía ni la mitad del lenguaje específico que había utilizado. No volvieron a hablar acerca del tema. Continuaron con las charlas de siempre. Ya tendría tiempo de consultarle a alguien más diestro en el asunto.

Las semanas transcurrieron a su propio ritmo, los crímenes continuaron. Todas y cada una de las víctimas eran halladas sin el corazón. Con el paso del tiempo Kei comenzó a interesarse cada vez más en el asunto, hasta el punto de sólo dedicarse a escribir acerca de eso en sus tiempos libres. ‘El ladrón de corazones’, así lo había llamado por iniciativa propia. Le atraía demasiado su curiosa manera de obrar.
Resultó ser una época muy productiva a la hora de relatar artículos o grabar notas en su pequeño grabador de voz. Poco a poco, comenzó a obsesionarse.
Con la valiosa ayuda de un contacto de la universidad y un par de billetes en el bolsillo de su camisa a cuadros, solía acceder de incógnito al sistema del computador del forense. A cada nuevo crimen encontraba nuevas pistas, las fotos le fascinaban de una manera morbosa. El asesino debía de ser un hombre metódico, pues los pasos a seguir resultaban claros como el agua. Tal vez no conociera otra forma de obrar, quizá esa fuera la única manera correcta de extraer el órgano en el que estaba interesado. Los signos de lucha eran casi nulos en las últimas víctimas, eso significaba que se estaba perfeccionando en el arte de robar corazones. El bolígrafo de Kei no dejaba de moverse sobre las cuadrículas en la libreta, llenaba páginas enteras sin siquiera echar un vistazo al papel.

Por aquella misma época, Mao había comenzado a actuar extraño. No sólo le sugería que comieran juntos durante el descanso, sino que también insistía en invitarlo a cenar o almorzar. Kei siempre declinaba sus invitaciones, no le parecía correcto involucrarse con un compañero de trabajo. Sin embargo, al poco tiempo comenzó a recibir numerosos correos de su parte.
Había momentos que se le hacía una carga, no estaba acostumbrado a que lo acosaran de esa forma. Si mucho antes hubiera conocido esa faceta de Mao, jamás le habría hablado. Llegó el momento en que, agobiado, bloqueó el correo. A partir de ese entonces las llamadas llegaron sin cesar durante altas horas de la noche. Sí, estaba a punto de dormir. No, no tenía tiempo de conversar. Sí, estaba un poco ocupado. Siempre era lo mismo.
Mao ni siquiera quiso comprender aquella mentira tan común de quienes rechazan indirectamente a los acosadores, no le importaba que ‘tuviera pareja’. El día que su compañero de trabajo intentó seguirlo a casa fue cuando en verdad comenzó a preocuparse. ¿Qué debía hacer? Tenía un poco de miedo, pues nunca se sabía cómo podían reaccionar ese tipo de personas. Pensó en dar aviso a la policía, pero luego lo encontró un poco exagerado. Tal vez mediante una conversación lo solucionaran todo.

Mao parecía muy dolido ante su rechazo. En cuanto lo vio apretar su puño, Kei se alarmó. Esa noche escapó lo más rápido que pudo con su mochila al hombro, pidió hablar con el jefe para que le asignara un nuevo compañero de trabajo o en su defecto, un nuevo lugar.
El intercambio con otro compañero tuvo éxito durante las horas hábiles, pero al terminar la jornada, todo volvía a convertirse en el mismo infierno. A finales del invierno, harto, canceló su número y pidió uno nuevo a la compañía telefónica.

Procuraba ser cuidadoso, no permitir que lo viera. Se escurría como una rata por las salidas de emergencia, hacía un par de rodeos en los que no dejaba de mirar hacia atrás durante el camino de vuelta a casa. Se estaba volviendo loco, incluso tenía problemas para dormir. Y cada vez que lo lograba, tenía horribles pesadillas con él.
Aún así, sus trabajos acerca de ‘El ladrón de corazones’ tenían mucho éxito entre sus compañeros y profesores. Más de uno lo había felicitado con unas palmadas en la espalda de por medio, gesto al que no estaba del todo acostumbrado pero no le molestaba.

Todos los días veía el noticiero de las horas pico, compraba periódicos de los que extraía recortes, incluso escuchaba diferentes estaciones de radio. Había tenido que comprar muchos cuadernos desde que su investigación había comenzado, también se tomó la costumbre de llevar siempre una pequeña libreta en el bolsillo para poder anotar las ideas que se le vinieran a la mente. Había noches en las que Mao abandonaba sus pensamientos y tenía pesadillas con el criminal, soñaba que el mismo se infiltraba en su departamento o en el hospital donde trabajaba y le hacía lo mismo que a sus víctimas. Luego de despertar en aquellas ocasiones, se veía obligado a tomar una ducha caliente para poder relajarse. Tal vez las pesadillas fueran demasiado lúcidas, quizá fuera el stress de no poder saber quién era el criminal lo que lo atormentaba. Los músculos de su cuello y hombros terminaban hechos polvo.    

El invierno transcurrió sin novedades e incluso comenzaba a olvidar a Mao, hasta que una madrugada, aproximadamente a las cuatro, recibió un nuevo correo de su parte. Aquel era diferente, pues aún entredormido se le hacía un texto amenazador. Era sábado, decidió ignorarlo, hundir la cabeza en la almohada y continuar durmiendo.

No sabía qué hora era cuándo despertó gracias al delicioso aroma del pan tostado, el arroz con verduras, pescado frito y el característico de la sopa de miso. Durante unos momentos sonrió como un idiota, hasta que al fin recordó que vivía solo. Se sentó de repente, con el corazón latiéndole rápidamente. Una sensación gélida le invadió desde la punta de los pies hasta el último cabello en su cabeza al escuchar la voz que tarareaba una de sus canciones favoritas. ¿Era ese un disco de su amplia colección el que sonaba? Apartó las mantas despacio, pero en medio del proceso de abandonar el futón se quedó como de piedra. No podía creer lo que sus ojos veían, tal vez aún estuviera soñando. Era por completo imposible que a un sujeto como él le sucedieran esas cosas. De repente se sintió como en esas películas policiales en las que el asesino le daba a la víctima una sorpresa mortal. Se restregó los ojos con los dedos, sacudió la cabeza y volvió a mirar: alrededor suyo se alineaban diversos frascos con algo dentro, algo que en un principio no reconoció y su forma se le hizo grotesca, repugnante; hasta que al fin dio un respingo y estuvo muy cerca de soltar un alarido. Los corazones de las diversas víctimas del asesino que se había transformado en su obsesión, aparecían flotando en el formol teñido de un suave color rojizo. Pasó mucho tiempo antes de que se levantara. Sorteó los frascos y se acercó a hurtadillas al angosto pasillo que conectaba su habitación con el resto del departamento.

Desde esas alturas podía ver la puerta con el pomo y la cerradura por completo destrozados, el aroma era cada vez más intenso, más suculento; pero el hambre se le había desvanecido. Sus pies descalzos avanzaron a través del tatami, dejaron atrás la primera minúscula arcada. Conocía esa voz, no podía creer que al fin había averiguado dónde vivía; aunque lo más probable era que lo supiera desde hace mucho tiempo.

─¿Qué estás haciendo en mi departamento? No eres bienvenido aquí, Mao ─Kei se plantó firme en el marco de la puerta, con los ojos fijos en la espalda del más bajo. No quería que su mente viajara por los confines más oscuros en esos momentos tan tensos, la situación era por demás obvia. Tenía que concentrarse en echar a Mao de allí sin salir herido, el cuerpo le temblaba como una hoja. Necesitaba concentrarse, no llegar a utilizar la violencia física.

─El desayuno casi está listo ─ignoró por completo sus palabras, totalmente dedicado a la elaboración del desayuno.

─Yo no te pedí que cocinaras, ni siquiera te pedí que vinieras ─negó con su cabeza lentamente─. ¡Destrozaste mi puerta! ¡Estás loco! ¿Por qué pusiste eso alrededor de mi futón?

─Preparé sopa de miso, tu favorita ─continuó mientras daba vuelta el pescado para que se cociera en la cara cruda.

─¡Me importa una mierda! ─explotó, por completo furioso y asustado─. Vete de aquí o llamaré a la policía.

─Kei, cálmate. Mira, el desayuno ya está listo ─de manera rápida pero precisa, sirvió la sopa de miso en un par de bol. Más tarde colocó el arroz en otros cuencos más grandes, sirvió el pescado frito en pequeños platos junto a las rodajas de pan tostado─. Le di un toque distinto porque me gustaría que pruebes algo nuevo… ─sin siquiera reparar en el desconcierto de Kei, sirvió todo en la mesa con especial cuidado de no derramar nada.

─Estás demente ─le espetó a la vez que retrocedía─. Llamaré a la policía para que te saque de aquí.

─¡No! No… sólo… mira, lo he cocinado para ti. Cómetelo, Kei. Es una lástima que hayas despertado antes y no me hubieras dejado la oportunidad de hacerlo, te veías muy bonito mientras dormías.

Kei se le quedó viendo, el corazón le latía rápido y sentía una dolorosa presión en las sienes. ¿Dónde estaba su móvil? En la habitación, por supuesto. Tenía que llegar hasta allí. Se soltó al ser tomado por la muñeca, le asestó un puñetazo certero en la mandíbula, luego otro en el lateral de su cabeza─¡Maldito loco! ─le gritó sin importar que los vecinos lo escucharan, de hecho pensó que sería lo mejor. Había sido un idiota al no sospechar de él, cada vez que ataba un cabo con otro, se sentía a un paso más de enloquecer. Retrocedió al ver la forma en la que Mao lo miró al incorporarse, al parecer lo había hecho enfadar. Por lo tanto, muy alarmado buscó a tientas el primer objeto contundente con qué golpearlo en cuanto volviera a acercarse; sin embargo sus manos no se toparon con nada que pudiera dañarlo: papel absorbente, una caja de cereales vacía, una esponja, periódico viejo. Mao intentó tomarlo por los hombros para plantarle un beso en los labios, pero él fue más rápido al empujarle en busca de escabullirse.
A los tumbos alcanzó el pasillo, cayó en la cuenta que lo mejor sería salir en busca de ayuda. Poco le importaba presentarse en camiseta y ropa interior frente a los vecinos, estaba desesperado. Corrió sin mirar atrás, con los ojos fijos en su único objetivo. Mao se le lanzó encima, logró derribarlo a mitad de camino. Él hizo todos sus esfuerzos por soltarle, entre quejas se arrastró un poco, de vez en cuando le arrojó un puñetazo al rostro. No comprendía de dónde el demente sacaba tantas fuerzas, las caderas y las piernas comenzaban a dolerle ante la presión que le ejercía. Al fin, luego de la larga lucha fue golpeado en la cabeza con algo que se hizo trizas ante el impacto. En un primer momento un poco confundido Kei no supo de qué se trataba, hasta que vio su móvil por completo destrozado en el suelo. Lo más probable era que Mao lo hubiera tomado mientras él dormía, muy astuto de su parte.
Con un quejido profundo se mantuvo en el suelo en busca de recuperarse. El golpe le había generado un corte en el cuero cabelludo, lo supo al verse las manos ensangrentadas. El loco no le dio demasiado tiempo antes de comenzar a arrastrarlo por las piernas. Él intentó liberar sus tobillos pero era imposible. Mao le hacía daño.

Gritó con todas sus fuerzas en un último intento de que lo escucharan, entretanto el más bajo lo arrastraba hasta la habitación. Fue arrojado sobre el futón de manera bruta, enseguida él se impulsó hacia atrás hasta toparse con la pared. Sentía que en cualquier momento el corazón se le iba a salir del pecho bajo las numerosas inhalaciones y exhalaciones rápidas. La habitación era demasiado pequeña y sólo tenía una puerta por dónde huir. Mao aprovechó esos momentos para quitarse el cinturón, se acercó a Kei quien otra vez buscó por un objeto con qué hacerle daño al notar que estaba dispuesto a hacerle algo perverso. No pudo hacer más que defenderse ante los inesperados y brutos golpes que Mao le proporcionó con la dura hebilla metálica. Terminó por cubrirse el rostro dolorido con las dos manos, el dorso de las mismas también le escocía. Luego fue arrancado de su lugar sin delicadeza alguna y amarrado con tanta habilidad, que ni siquiera tuvo tiempo de poner queja. Las oportunidades de moverse con sus manos sujetas por detrás de la espalda eran nulas, sabía que pronto dejaría de sentirlas debido a la constante presión.
No podía dejar que el demente se saliera con la suya. Tenía que hacer algo, debía luchar. Intentó golpearlo con sus piernas. Podría asestarle un golpe en la entrepierna, rodar, luego escapar de allí. Era un plan perfecto a pesar de no estar seguro de su capacidad física para llevarlo a cabo, sin embargo todo objetivo se desvaneció en cuanto el demente tomó el cinturón de los pantalones que se había quitado antes de dormir y le amarró con fuerza los tobillos. Por último fue amordazado con un pañuelo sucio de algo que Kei no quiso saber, que el más bajo sacó de su bolsillo; olía realmente mal. Era como si el contrario hubiera estado limpiando fluidos de cadáveres con aquel condenado pedazo de tela. Las náuseas le invadieron e intentó no pensar en la pestilencia, pues si vomitaba lo más probable era que se ahogara.

A partir de ese entonces los minutos se le hicieron horas, tal vez hubieran pasado varias hasta que el demente dejara de besarle el rostro, de golpearlo, de quemarle con un mechero las piernas desnudas o el cuello y luego lamerle las enormes heridas. Tenía miedo, conocía sus métodos como la palma de su propia mano. Si al final Mao le iba a robar el corazón, que fuera una vez estuviera muerto. Rogó para sus adentros, ya que era lo único que podía hacer, porque alguien viniera en su busca. ¿Realmente podría ser salvado? ¿O era que el final del hilo que conformaba su destino estaba a punto de alcanzar ese extremo que tan alejado había sentido?

Las cosas se habían salido de control. A medida que las agujas del reloj avanzaban, sus esperanzas se marchitaban. Su mente atravesó los más profundos estados de la desesperación, más tarde torció su rumbo hacia la tristeza, el rencor, el odio, hasta que por fin ya no quedó nada más que el deseo de morir.
El ver cómo Mao abandonaba la habitación y al poco volvía con una cuchilla de cocina firmemente sujeta entre los dedos de la mano derecha, le hizo saber que el momento final le aguardaba. Sin embargo, ya no sentía nada al respecto. Sólo quería acabar con aquella tortura, deshacerse de esa sensación horrible que sentía al ser tocado en contra de su voluntad.
El dolor le atravesó el cuerpo, luego se concentró a la altura de sus costillas. Si ponía toda su atención en dejar de lado las punzadas, podía sentir la sangre fluir fuera de su cuerpo. Lo más probable era que el demente le hubiera atravesado un pulmón, pues pronto las dificultades para respirar llegaron con la desesperación que conllevaba. Era un dolor insoportable. La temperatura de su cuerpo comenzó a bajar, al igual que su presión arterial. Era irónico que terminara de aquella forma luego de haber pasado tanto tiempo tras las pistas de ‘El ladrón de corazones’. Como cualquier persona en su sano juicio, él jamás había pensado en terminar siendo víctima de un demente.

La sangre continuaba manando, se escapaba de su cuerpo sin que pudiera hacer nada, y con ella eran arrastrados sus sueños, sus metas, sus ideales, todo lo que había sacrificado. Ya nada de lo que había planeado sería posible, ni siquiera podría volver a ver a sus padres. Su cuerpo convulsionó un par de veces. Muy despacio cerró sus párpados cuando comenzaron a pesarle, estaba seguro de que de vez en cuando sus ojos se ponían en blanco. Fue entonces que se abandonó a aquella sensación fría, con el cuerpo tembloroso. Más tarde se sumió en una profunda oscuridad en la que las imágenes lejanas de la infancia se entremezclaban y se desvanecían, pasaban a formar parte de la misma, de la nada. Los recuerdos eran bonitos, algunos de ellos habían sido olvidados hasta ese entonces. Si así se sentía morir entonces no estaba tan mal. Él también decidió quedarse allí para siempre, entre la paz y el silencio que reinaba.

Mao esperó paciente, sólo le soltó las amarras cuando estuvo seguro de no sentir su pulso bajo sus dedos índice y corazón. Lo acomodó de manera que los brazos y las piernas quedaran cómodamente extendidos. De lo único que se arrepentía, era de haberlo hecho pasar por tantas angustias antes de acabar con su vida, pues los músculos estaban muy rígidos. Un somnífero o apagar la luz de su existencia mientras dormía habría sido una solución más correcta.

Pasó las yemas de sus dedos por las diferentes quemaduras que le había hecho, todas y cada una de ellas muy bonitas. Luego sintió la poderosa necesidad de desnudar el cuerpo de Kei, cosa que no tardó demasiado en llevar a cabo. Primero le quitó la arrugada camiseta húmeda de sudor, la posó contra su nariz, aspiró profundamente. Lo mismo hizo con la ropa interior que llevaba puesta el muchacho, a la que luego se quedó examinando un par de minutos.
Continuó acariciándole el pecho, especialmente en la zona de sus pezones, se moría de ganas de probarlos. Le abrió los párpados. Luego pasó al abdomen, el vientre, el miembro y los testículos. Lo amaba tanto que deseaba que aquel momento fuera eterno. Quería a Kei, lo deseaba como nunca había deseado a nadie. Muy despacio se inclinó hasta tener el ya inservible miembro frente a su rostro, lo lamió en toda su extensión varias veces, lo adentró por completo en su cálida boca. Dentro de sus pantalones, la erección palpitante no lo dejaba en paz.
No le tomó demasiado trabajo voltearlo, sorprendido de cuán rápido las articulaciones de Kei comenzaban a ponerse rígidas. Mientras vivía lo había amado hasta la locura, pero no había sido capaz de obtener su corazón, ni siquiera en esos momentos podía pensar en esa atrocidad. Él, ‘El ladrón de corazones’, no podía extraer el más importante para su colección; aquel para el cual tenía reservado un frasco de cristal mucho más grande que los otros.

Besó la perfecta espalda a la par que suspiraba, el olor de la piel ajena le obligó a morderse el labio inferior. De repente sintió unas imperiosas ganas de reír. Sus caderas se juntaron a los glúteos del contrario y sólo pensar que un poco de ropa separaba el sentirlo por completo, terminó por hacerle perder la cabeza.

Afuera, las sirenas de las patrullas de policía se escucharon; pero él no estaba dispuesto a dejar sus deseos inconclusos. Se desnudó rápidamente, tanto así que se hizo un rasguño en la mejilla al quitarse la camiseta. Su miembro necesitaba con urgencia ese cuerpo, lo masturbó repetidas veces mientras observaba los ojos del cadáver fijos en el infinito. Una mirada opaca, libre de todo hálito del alma que la había animado. No, ese no era Kei, era el envase que lo había contenido.   

El eco del aviso de los oficiales a través de las escaleras del edificio no le produjo efecto alguno. Él sólo quería sentir ese cuerpo mientras aún estuviera tibio. Guio su miembro hacia el espacio entre los glúteos, empujó y dejó escapar un placentero gemido. Las paredes semi-rígidas le aprisionaron su hombría de una manera deliciosa, estaba seguro de que no tenían demasiado uso. Su cuerpo ardía en contraste con el del cadáver, a pesar de que no todo el calor se hubiera dispersado aún.
Ah, sí. Por dentro, la calidez de su amado aún permanecía intacta… 

Notas finales:

¡Buenas! Voy a presentarme para quienes no me conocen. Me llamo Maira, soy de Argentina, escribo fanfiction de JMusic, pero también tengo en proyecto/curso un par de humildes novelas con temática homoerótica.

Para los que ya me conocen por mis anteriores fics y en curso, pues, no hay que decir mucho(?)

La verdad es que me uní casi por casualidad a esto. No recuerdo quién me había invitado pero me pareció una propuesta interesante. Al one lo escribí hace ya un par de semanas cuándo consulté la agenda de Diciembre y encontré la data adjunta, menos mal que soy de anotar las cosas. Me tardé esta semana en corregirlo bien y pulirlo x_x fue como casi volver a escribirlo.

Ehm… ¿Qué decir al respecto? La verdad es que no tengo idea de si me quedó bien o mal xD prefiero creer que sí me quedó bien, aunque el temilla ‘turbio’ que rondaba en torno al fic sí estuvo liviano.

Para quienes siguen ‘Valiente’ y esperaban el día de hoy el capítulo final del fic lamento decirles que será la semana próxima QuQ no me dio el tiempo, lo siento.

Espero que les haya gustado el mini-escrito (?)

No tengo referencias para dejarles, porque no he utilizado ningún término ni nada extraño que nadie desconozca. Lamento si se me escapó alguna falta de ortografía o de redacción, pero es que no estoy con toda la batería del cerebro al 100% esta semana Uu. Un saludo para quienes me leen, también son bienvenidos los que nunca me han leído, espero que no se les haya hecho pesado de leer y les haya agradado mi estilo.

Yo aquí me despido. Nos estamos leyendo~ cualquier duda que tengan me la pueden dejar en los comentarios.  

Bye~


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