Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Corazones entre hielo por AndromedaShunL

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Ayer me aburría mucho por la tarde y me marqué una especie de reto: le dije a mi mejor amigo que pensase una historia con los personajes que él quisiera, y que me dijera dónde quería que se desarrollase y más o menos qué tenía que pasar. Total, que la pareja que me dijo fue Camus x Hyoga, y jamás de los jamases había leído nada de ellos dos y mucho menos escrito sobre ellos. Pero como soy demasiado optimista y creída, después de mandarle a tomar por culo con mucho amor, me puse a escribir y salió esta primera parte. Se supone que iba a ser un one-shot, pero me acabé motivando tanto que le pregunté si querría que escribiese una segunda parte :D. 

Espero que lo disfrutéis :3 y espero que me haya salido decente ^^.

Gracias amigo, te quiero

Notas del capitulo:

Los personajes no me pertenecen a mí, sino que se los tomo prestados a Masami Kurumada.

Abro los ojos intentando recobrar las fuerzas que me acaban de arrebatar, pero siento pesados los párpados y mi respiración es irregular. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan cansado, pero sé que lo peor aún está por llegar.

                Me levanto con cuidado para no perder el equilibrio y caerme de nuevo sobre el frío suelo. No tengo ni idea de a qué casa he ido a parar, y miro a mi alrededor con la intención de adivinarlo, pero nada me da ni una mísera pista. Entonces, escucho los pasos tranquilos de alguien que se acerca a mí. Escudriño en la oscuridad y abro los ojos como si estuviera viendo un fantasma. Y en realidad pienso que así es.

                Camus, mi maestro, el hombre que me convirtió en el caballero que soy ahora, se queda parado frente a mí observándome con indiferencia, con esa mirada que siempre le caracterizó. Su cosmos es tan elevado que me es imposible saber cuántas veces me derrotaría antes de que yo llegase siquiera a rozarle.

                Mi corazón se acelera y mi cuerpo comienza a temblar. Hacía mucho tiempo que no le veía, y una parte de mí siempre le echó demasiado de menos.

—Hyoga —dice, y siento que me llama con cierta emoción en su tono de voz.

—Maestro —le respondo en un susurro, como guardándome todos los sentimientos para mí soledad.

—Has venido por Atenea —afirma con decepción y desviando la mirada.

                Me quedo sin saber qué decir. Mi maestro, Camus, es un caballero de oro, y mi misión, al igual que la de mis amigos, es derrotarlo. Pero algo me impide reunir fuerzas. Algo que está más allá del deber. Y no puedo hacer más que contemplarle en silencio, aguardando a que, de un momento a otro, sea él quien lo rompa. Sin embargo, comienza a caminar hacia a mí, impasible, hasta colocarse en frente. Extiende un brazo y me apoya la mano sobre el hombro. Está muy fría.

—El destino ha querido que nos reencontremos en este lugar —dice—. En efecto, soy el caballero de oro de acuario, pero esta no es mi morada, sino la de libra.

                Noto cómo su voz se va apoderando de todos mis sentidos y me invade la ciega necesidad de echarme sobre sus brazos. Aún con el frío de su cuerpo, es como si un sol brillase sobre mi cabeza. Intento recomponerme, pero es imposible. Sus ojos severos me miran con una intensidad e indiferencia que no soy capaz de dejar de observarlos, y sin darme cuenta levanto mi brazo para pasarle la mano por la mejilla, y él no se aparta. La retiro inmediatamente recobrando el sentido y me separo de él con brusquedad.

—Da igual de quién sea este hogar, si hay un caballero de oro, mi deber es derrotarlo —digo con decisión, y me pongo en posición de combate.

—Demuéstrame todo lo que has aprendido, si tanto lo deseas.

                Antes de darme cuenta, Camus está a mi lado mirándome de reojo, y como si viajase a la velocidad de la luz, me asesta un golpe que me hace caer al suelo sin ninguna posibilidad de reaccionar. Me da de lleno en el estómago, y siento un frío glacial que se va apoderando de mi cuerpo como finos riachuelos de hielo. Me doy la vuelta y, resoplando con fuerza, me abalanzo sobre él, pero me esquiva sin esfuerzo. Su expresión es tan seria que me infunde terror, pero no me puedo dar por vencido. De nuevo, agarrando fuerzas de donde sea, me echo sobre él e intento darle un puñetazo, pero su mano es más rápida que yo y consigue pararlo con facilidad.

—¿Cuándo te he enseñado yo a perder? —Me pregunta con decepción, pero antes de que consiguiese contestarle, me golpea de nuevo y me tambaleo sujetándome a una columna—. Pensé que había hecho un buen trabajo. Me has defraudado, Hyoga. Mucho. Jamás pensé que un joven como tú tuviese tan poco nivel.

—¡Cállate! —Le grito perdiendo el control y me preparo para atacarle con mi Polvo de Diamantes.

—No puedes derrotarme con la técnica que yo mismo te he enseñado.

                Sin hacerle caso, le lanzo el hielo de mi cuerpo con toda la intensidad de la que soy capaz. El aire se llena de finísimas motas de polvo plateado que brilla con la luz del sol que llega del exterior. Cuando se despeja, miro en frente y descubro, con terror, cómo Camus sigue de pie en la misma posición que tenía antes de atacarle. Me dejo caer sobre mis rodillas y mi rostro se cubre con mi cabello. Escucho los pasos de mi maestro, que se detiene ante mí, agachándose y cogiéndome de la barbilla con una suave y fría mano.

—¿Por qué eres tan débil? —Me pregunta, pero en su voz ya no está el ápice de decepción, sino más bien un sentimiento de tristeza—. Déjame mirar dentro de tu corazón.

                Veo cómo cierra los ojos y cambia su expresión a una más serena y distante, y un frío mortal recorre mi alma como mil cuchillas, como si estuviese penetrando en lo más hondo de mi ser. Y lo veo. Veo lo que está haciendo dentro de mí. Observa desde fuera el barco donde está hundida mi madre, descansando en paz por toda la eternidad. Y siento que un escalofrío recorre su cuerpo mientras investiga el mío.

                Se separa de mí con una mueca, sin mirarme directamente a los ojos como lo hago yo. Se levanta y se da la vuelta, dándome la espalda, con la capa blanca rozando el suelo de piedra.

                Mi corazón se acelera mientras contemplo todo su esplendor. El caballero de oro de acuario, mi maestro, mi Camus. Jamás pensé que llegaría un día en el que tuviéramos que enfrentarnos. Y había soñado con este reencuentro durante largas noches durante toda mi vida desde que me separé de él. Porque mirar sus ojos es como chocar contra un iceberg. Te atrapa, te lleva consigo a un lugar donde solo está permitido pensar en él. Luego te abandona y deja que tu corazón se destroce poco a poco, sintiendo que una infinidad de agujas de hielo te lo traspasan y lo congelan hasta romperlo. Amarle es resquebrajarse lentamente.

—He encontrado aquello que te hace débil —dice a media voz—. Nunca conseguiste olvidarte de su recuerdo, pero yo puedo hacer que dejes de sufrir por ello y te hagas mejor caballero.

                No entiendo muy bien a lo que se refiere, aún así, una pena se apodera de todo mi ser y siento la necesidad de irme de aquí y regresar a Siberia, pensando que nunca debí salir de allí. Es en ese lugar donde descansa en paz la única persona que me puede hacer feliz de verdad, y noto que está en peligro de hundirse por completo en la oscuridad. No lo puedo permitir.

                Grito con todas mis fuerzas y empiezo a correr hacia Camus, con el puño preparado para asestarle un nuevo golpe helado, pero mis esperanzas se reducen con cada paso y mi maestro parece inmóvil como una estatua. Llego a su vera y con un ligero movimiento de brazo, me coge por la muñeca y me hace parar en seco. Acerca sus labios a mi oído y me susurra:

—Olvídala.

—Jamás —le gruño con rabia, e intento, en vano, sacar a mi madre de mi mente.

—Te haré olvidar —dice, y con un rápido movimiento me tira al suelo y se pone encima de mí, inmovilizándome por completo.

                De pronto, veo cómo todo cambia a mi alrededor. Las columnas están dejando de ser nítidas. Mi maestro me lleva lejos del Santuario, a un sitio frío y desolado, y veo con claridad, bajo las aguas congeladas de Siberia, el barco donde duerme eternamente mi madre.

—¿Qué vas a hacer? —Le pregunto sin dejar de mirar el barco.

—Haré que la olvides —levanta los brazos hacia el cielo de mi sueño y unos largos crujidos se apoderan del ambiente.

                El barco comienza a descender a lo más hondo del abismo, y mi corazón se encoje con cada chasquido del hielo. Intento correr hacia él para sujetarlo, pero no me puedo mover. Solo puedo observar cómo lo único que me atañía a la vida se va para no volver mientras mi maestro observa la escena con indiferencia.

                Mis ojos se llenan de lágrimas que no puedo controlar y mis brazos tratan de aferrar cualquier cosa, pero no encuentran nada en su camino. Me volteo para mirar a Camus, pero este sigue frío como el hielo bajo nosotros. Su rostro no muestra emoción ninguna, pero sus ojos brillan como si quisieran llorar.

                Me devuelve a la casa de libra sin que apenas me dé cuenta. El barco hundiéndose en la oscuridad es lo único que ocupa mi mente en estos momentos. Aún así, su voz me despierta de la pesadilla. Aún sigue sobre mí, con el rostro muy cerca del mío y conteniendo las lágrimas que le llegan a los ojos.

—¿Por qué… lo has hecho? —Le pregunto con un hilo de voz, y él ladea la cabeza, dolorido.

—Porque si no jamás podrás ser el caballero que podrá superar a su maestro —responde sin mirarme.

—Ella me daba fuerzas —le digo con rabia.

—Ella era tu debilidad —me dice, y entonces me devuelve una mirada triste.

                Una lágrima culpable resbala por su mejilla y yo no puedo evitar sorprenderme. Jamás había visto a mi maestro llorar, y jamás pensé que lo haría.

—Además… —continúa—, no me perdonaría si te hicieran daño —dice, y sus ojos dejan escapar una lágrima más.

—Amar no es una debilidad —le digo, con el corazón latiéndome con fuerza.

                Siento como si una legión de sentimientos se me asentasen en el pecho, enredados, confusos, y no puedo soportarlo. Mis mejillas arden y mis lágrimas escapan rápidamente. Estoy inmovilizado y solo puedo observar los ojos de aquel al que amo. Pero esa persona que me apresa es la misma que acaba de separarme para siempre del ser que me dio la vida. Del ser que dio su vida por salvarme a mí.

—No solo tu madre lo era —susurra en mi oído.

—¿Qué…?

—Yo soy tu otra debilidad —dice cada palabra como si fuera una leve brisa acariciando mi piel.

                Camus se separa de mi oído y me mira a los ojos. Entonces, como si todos mis sueños y pesadillas se combinasen, acerca sus labios cuidadosamente a los míos y me besa. Y sus labios son cálidos. Y cierro mis ojos para disfrutar de aquella sensación, y le devuelvo el beso como si llevase cientos de años aguardando aquel momento.

                Pero ese momento mágico, de amor y de odio, no dura todo lo que me hubiera gustado.

—Tienes que olvidarme, Hyoga —dice mientras se separa unos milímetros de mis labios—. Si no me olvidas ni a mí ni a ella, nunca podrás pasar de esta casa.

—Me gustaría quedarme aquí contigo —le digo, sin saber el porqué de mis estúpidas palabras, y él ladea la cabeza, de nuevo decepcionado, pero aún así me vuelve a besar, esta vez con más intensidad.

—Tengo que matarte.

—Y yo tengo que matarte a ti.

                Camus se levanta, dejándome libre por fin, y me ayuda a ponerme en pie ofreciéndome una mano. Entonces, se separa de mí hasta estar a varios metros de distancia, y con una voz potente, me habla desde allí:

—Te doy una última oportunidad de derrotarme —alza sus manos y las junta, preparado para enviarme su último ataque.

                Me recupero de los besos que me ha dado y me pongo en la misma posición, concentrando todo mi poder en mis manos, con el recuerdo de mi madre a mis espaldas, y escucho su voz, tan suave como la seda, dándome fuerzas para vencer a mi maestro de una vez por todas.

                Gritamos al unísono y ejecutamos el Polvo de Diamantes, nuestro ataque más poderoso. Las motas de hielo comienzan a inundar toda la morada de libra, y el frío se hace dueño de sus paredes. Mis brazos y piernas tiemblan ante el poder de Camus, pero trato de no ceder y concentrarme aún más, manteniendo el recuerdo de mi madre a mi lado.

                Las lágrimas descienden de mis ojos y los cierro fuertemente, y es entonces cuando me siento desfallecer. Mis manos se congelan y caen hacia los costados, y el Polvo de Diamantes de mi maestro atraviesa mi cuerpo con violencia. Me doy de espaldas contra el suelo e intento mantenerme consciente, sintiendo cómo se congela toda mi piel y castañean mis dientes.

                Camus camina despacio hasta inclinarse a mi lado. Esta vez no llora, y vuelve a tener la mirada severa de mi maestro. No habla, no muestra ninguna emoción. Tan solo me besa una última vez y me alza en brazos con sus frías manos.

—Te construiré un ataúd de hielo. Y me jurarás que no saldrás de él hasta que me hayas olvidado —no le puedo responder, mis labios están tan congelados como mi corazón.

                De una de sus manos empiezan a brotar miles de cristales de hielo que se amontonan sobre el suelo, y allí me deja, casi inconsciente, y sella la caja donde me ha depositado. Y cierro los ojos con dolor, deseando jamás haberme convertido en caballero. Deseando jamás haberme marchado de Siberia, de mi hogar, del lado de mi madre.

                Deseando hasta la muerte jamás haberme enamorado de aquel que me enseñó a no rendirme nunca.

Notas finales:

Espero que os haya gustado, y sí, encima de no tener ni idea de cómo hacerlo, me dio por escribirlo, además, en primera persona del presente. Creo que necesito un psiquiatra XD.

Dejad comentarios si lo deseáis dando vuestra opinión, y muchas gracias por leer :3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).