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Contigo por HokutoSexy

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CONTIGO

 

 

 

Intret amicitiae nomine tectus.

Que el amor entre disimulado bajo el nombre de amistad.

Ovidio, fragmento de El arte de amar.

 

 

 

Para Lesath Al Niyat

 

 

 

Moribundo entre nubes recurrentes, un mar muerto de imágenes, palabras abandonadas, sombra absoluta, prisión sin salida… sí, prisión sin salida. De una manera despiadada Milo Kyrgiakos vivía ciego, ciego a sus propias emociones, ciego a las de los otros, y muy tarde se dio cuenta de que de nada le servía vivir quebrado y solo tras una máscara de absoluta autosuficiencia, de sembrador de semillas de fracaso.

 

Su soberbia no lo dejaba ver, y nunca lo haría. Pasarían muchos años, muchos más, antes de que Milo se quebrara, sólo se quebró delante de dos…

 

Pero es justo decir que el primero… el que empezó a abrir una grieta en ese corazón mezquino… fue él… cuando lo llamó “estúpido e hijo de nadie”, cuando soltó esa espantosa sentencia “no sé cómo te aguanto”, y que se quedó grabada por siempre, a partir de entonces estaban expuestos y contrapuestos. Y siempre sería así.

 

Sólo él pudo ver entre toda esa enmarañada personalidad del melio… bien decían que los guardianes del fuego de Prometeo tenían la capacidad de ver en los recovecos más oscuros… y también tenían la capacidad de incendiar todo aquello que tocaban, de brillar con tal fuerza que deslumbraban.

 

A veces sentía tanta furia contenida, donadora plena y robadora insaciable de lo poco que tenía de cordura. Sus celos… era suyo, era su amigo, era su amante… suyo, suyo, suyo… ¿Quién se creía Aioria para fijarse en nadie más que no fuese él? ¿Quién? No, señor, eso sí que no… así como Camus era tan suyo, lo mismo Aioria. Suyos, punto.

 

—Voy a suplicar que no salga el sol —le dijo el rubio al oído, saturando la imaginación de Aioria y la propia, de imágenes sensuales, de un sentimiento que no requiere declararse para ser comunicado.

 

—Eso es mucho, Milo —comentó con una sonrisa, clavando sus ojos verde esmeralda en los azules de su compañero.

 

—Mucho, pero contigo… —le confesó, y de entre las muchas mentiras que decía, esa, era una verdad.

 

—Y yo te voy a creer eso, embustero.

 

Se volvieron a enredar entre las sábanas, entre los besos de fuego, entre las brasas ardientes del embate amoroso, con el gusto de la palabra “contigo”, de lo que primordialmente significaba, de su precisión y resalte. Llenaban el vacío subiendo y bajando, con la esperanza volátil de que lo compartido, además del sexo, incluyera la noche sin tregua de sus años adolescentes, y después de la madurez impoluta antes del final de sus días.

 

Para Milo ese “contigo” significaba la desaparición de la soledad irremediable, al menos por una noche, por un instante, pero con él. Para Aioria… era el futuro cargado de posibilidades salvadoras, para él, y para ese a quién amaba de una forma sin dimensiones, en una amistad rara, donde la frontera de lo profano y lo filial se borraba…

 

FIN


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