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BECAUSE WE ARE INFINITE por KyoYuy

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Notas del fanfic:

Existe un fanfic con el mismo título, pero está escrito por mi y es la adaptación de esta novela original. 

PRIMERA PARTE: EL BAILARÍN FANTASMA

Observó cómo las luces se extendían con rapidez a lo lejos tras su ventana. La vista de Seúl por las noches era como contemplar una paleta de colores fluorescentes y pequeñas luciérnagas mecánicas corriendo con libertad propia por un paisaje urbano.

Los matices de colores se mezclaban como en un arcoíris de luces centelleantes y llenaban de vida una ciudad que nunca dormía. En muchas ocasiones se había imaginado volando entre aquellos remolinos de colores, rápidos y fugaces, como si de un sueño se tratase, en el cual podía acariciar las formas de los dorados más brillantes y de los rojos más intensos.

El día había sido demasiado caluroso. La proximidad del verano era inminente y el haber estado fuera de su habitación dejando la cortina abierta y la ventana cerrada había convertido su pequeño dormitorio en un horno.

Apoyó la cara contra el cristal y dejó que el vaho lo empañase. Se separó y realizó pequeños dibujos en espiral con su dedo índice; sin sentido predefinido, sin una explicación, simplemente porque necesitaba hacerlo. Abrió la ventana y permitió que el aire fresco de la noche relajase un poco el calor que se acumulaba en el cuarto de su residencia.

Cogió su cuaderno de dibujo y un lápiz. Adoraba dibujar, siempre le había encantado. Cuando cogía un lápiz y lo acercaba al papel todo desaparecía; se sumergía en un mundo aparte, viajaba a un lugar lejos de los problemas, lejos de las dificultades, más allá de las malas palabras, de las falsas miradas, y de las injusticias sin perdón. En el mundo de sus sentimientos donde solo estaba él y nadie más.

Como si de una plantilla predefinida se tratase, los enormes ojos de Taemsoo absorbían cada matiz de lo que veía y lo plasmaba en sus cuadernos. Como en una fotografía, cada detalle, cada pizca escondida del cuadro en su mente era copiada a la perfección. Los maestros admiraban aquello, lo llamaban un don, pero Taemsoo, en algunas ocasiones no podía vivir con ello.

Taemsoo, el alumno más joven de la clase de primero en la Universidad de Artes de Seúl en la sección de diseño artístico, pintura y dibujo; era un alumno sobresaliente. Clavaba los exámenes teóricos con las mejores notas. No le costaba nada estudiar, cualquiera de los géneros artísticos y sus características eran de sumo interés para el joven dibujante. Tanto el renacimiento, como el gótico o el barroco. No hacía ascos ni si quiera a los dibujos casi carentes de humanidad del románico. Pasaba horas analizando los detalles pulcros y sumamente recargados del barroco y sonreía plácidamente al observar la belleza canónica de los cuerpos redondos del renacimiento.

Podría considerarse un Miguel Ángel en su tiempo, pero él en muchas ocasiones, se sentía más bien como un atormentado Goya en busca de su obra perfecta. Bien podría decir que sería también como un Da Vinci, llevando consigo a su Gioconda a todas partes en busca de la perfección absoluta de su mística sonrisa.

Pero Taemsoo, al igual que un drogadicto, se había vuelto un adicto a plasmar casi todo lo que veía en busca de esa satisfacción de lograr encontrar la belleza que los demás no veían.

Aquel joven de unos veinte años, pelo corto y revuelto de color castaño; de mirada ausente y divagantes ojos enormes; de labios gruesos y piel clara. Aquel chico excepcional dentro de lo corriente no amaba el arte por el arte, no buscaba la perfección de las formas, las líneas y los colores, no pretendía crear un nuevo canon de belleza, ni perfeccionar o elaborar una nueva técnica como Rafael lo había hecho con el esfumato. Aquel joven de mirada abstraída solo quería ver alma en sus retablos.

Por ello, donde todo el mundo veía una obra de arte, él tan sólo podía ver líneas deformes carentes de sentimiento. La gente aplaudía sus perfectas composiciones y él tan sólo podía aborrecerlas. Destrozaba cuadros por los que los demás pagarían grandes sumas de dinero, rompía sus pinceles y daba portazos en medio de la clase. La gente lo ignoraba, todos saben que los genios son bastante incomprendidos y Taemsoo parecía seguir la regla pre-establecida.

Paisajes meticulosos como si se tratasen de fotografías colgaban uno tras otros de las paredes de la sala de exposiciones, retratos con arrugas minuciosamente detalladas adornaban los pasillos de camino a las aulas de pintura y anatomía. Bodegones y silenciosos ensayos de muebles se apilaban en el fondo de su armario con escasa ropa. Y sobre la cama, una pila desbordante de cuadernos desquebrajados caía en cascada desquiciando su obsesiva búsqueda de capturar un alma.

Admiraba a los grandes genios del arte, donde veía los ojos brillando en sus recuadros, Rembrandt, Monet...Artistas que dejaron su huella en el arte por romper las normas, por marcar el alma, la música y el sentimiento en sus obras. Y Taemsoo lo adoraba, lo añoraba. Lo deseaba con tantas fuerzas que se había vuelto su mayor obsesión.

Recordaba sus primeros esbozos llenos de líneas superfluas y desinteresadas, obsoletas de dominio artístico, de un canon establecido pero llenas de sentimiento, de viveza, de garra y de emoción. Deseaba volver al antes, sin perder la calidad del ahora, pero como en una pieza circular sentía que cuanto más se acercaba más volvía a encontrase de nuevo en el comienzo.

Taemsoo garabateó y garabateó sin cesar hoja tras hoja en su cuaderno lleno de dibujos, pero ninguno de ellos fue de su agrado.

Los arrancó y los lanzó por la ventana.

Basura, basura, todo era basura, jamás volvería a dibujar como lo había hecho.

Todo estaba perdido.

Y así había pasado, casi sin darse cuenta, en un momento de su vida se había olvidado del arte y se había centrado en la corrección de su composición. Todo había sido elogios desde aquel momento, pero no todas las personas se sentían contentas con aquel trabajo. Él lo odiaba.

Ya no había alma. Y cuando lo explicaba, las sonrisas se cubrían con pereza con una mano demasiado delgada. Las miradas de soslayo, los susurros mal disimulados, la envidia y los malos entendidos. Y así Taemsoo se fue quedando sólo, lejos de la gente que podría haberle admirado, que lo veían como un loco.

Ya no le importaba, caminaba por los pasillos con sus cuadernos bien amarrados entre sus brazos, con los lápices a medio afilar y los ojos abiertos absorbiendo ideas a su paso. Una silla que provocaba una sombra rectangular, la caída de una hoja al comienzo del otoño, las gotas de lluvia sobre su ventana. Línea tras línea su mano, su muñeca, sus ojos y su corazón se volvían uno y comenzaban el vals del pintor que sueña.

Tan solo él conocía la melodía, sonaba profunda en su mente y encaminaba los movimientos de su extremidad, bajaba corriendo por su brazo y pintaba de miles de colores un blanco y negro profundo e intenso. Mil y una líneas sin orden que juntas formaban una historia, un cuento que se contaba en una canción silenciosa murmurada a susurros entre los esbozos de una idea plasmada en papel.

Pero necesitaba más, contar una historia mayor, algo más allá de sus propios sentimientos, de su propia alma. Necesitaba volar más alto, alcanzar la melodía de otras personas, otras almas.

Observó cómo las hojas se elevaban en el aire de aquella noche de principios de verano y las siguió con la vista. Las observó danzar con timidez descendiendo hasta un pequeño claro cerca de un árbol y fue entonces cuando sus ojos se fijaron en la silueta que, entre las sobras de aquel árbol, parecía danzar.

Aquel ser, que parecía sacado de un sueño, elevó las manos sobre su cabeza. Tenía los dedos largos y delgados, pero aun así sus manos eran pequeñas y de aspecto dulce. Cuando las bajó contempló que sus brazos eran fuertes y atléticos, los llevaba desnudos y cuando la luz de la farola más cercana le iluminó, pudo ver que eran de un blanco extremadamente pálido y fantasmal.

Estaba bailando; no había melodía alguna, no por lo menos alguna que Taemsoo pudiese escuchar, pero aun así aquel misterioso extraño estaba bailando en medio de la noche bajo la sombra de un árbol cerca de una farola, justo delante de la ventana de su cuarto en la residencia.

Taemsoo se apoyó en el balconcillo y continuó contemplando la escena.

La posición tan clara y perfecta de sus líneas corporales, alargando la pierna tras su espalda sin perder la línea con su cabeza y la cadera; las manos colocadas en la posición adecuada, como si se tratase de ave dispuesta a alzar el vuelo en cualquier momento. El giro de cuerpo sin tambalear, la fuerza de su posición, la presencia de sus gestos, la garra, la pasión...el alma.

El aire se atascó en los pulmones de la emoción y se mordió con nerviosismo los labios. Necesitaba dibujar aquello, lo necesitaba con urgencia. Aquella persona, todo aquello tenía que ser suyo. Corrió con rapidez lanzándose a la cama en busca de uno de sus cuadernos sin usar, lanzó los que no vio convenientes y agarró el primero que encontró con una hoja en blanco. Metió la mano en el bolsillo y sacó un lápiz que estaba afilado a media punta, le dio igual y corrió de nuevo hacia la ventanilla de su cuarto.

Cuando llegó no había nadie. Como si su imaginación le hubiese jugado una mala pasada, el bailarín fantasma ya no se encontraba ahí. Pero al contrario de desilusionarle aquello le hizo sonreír como hacía mucho tiempo que no sonreía, había encontrado un reto, y no se rendiría hasta hacerlo suyo.

# # #

La luz del sol entró por la ventana e iluminó el cuarto. Un rayo travieso chocó contra el cristal del espejo y le golpeó en la cara. Taemsoo se despertó al momento, molesto por la claridad. Desvió la mirada hacia la ventana y descubrió que la había dejado abierta y con las cortinas sin pasar. Se levantó y contempló su cuarto intentando asimilar si lo que había visto la noche pasada había sido un sueño o real.

La mesilla al lado derecho de su cama continuaba como siempre, el cuaderno medio usado se movía inestable en el borde. Los lápices esparcidos por el suelo en cascada cayendo de los estuches mal colocados. Un vaso a medias con la marca de sus dedos reflejó su imagen aún somnolienta en la mesilla de la izquierda, lo agarró y le dio un trago. El agua estaba caliente y al momento de llevárselo a la boca lo dejó en donde estaba.

Las cortinas ondulantes por la brisa danzaban cubriendo la cómoda a juego delante de la cama. El movimiento de ir y venir de la tela traslúcida le hizo pensar en lo sucedido la noche anterior. Se levantó y apoyándose en el marco de la ventana dejó que los recuerdos volviesen a él al igual que hacía el viento acariciando su cara. La imagen de aquella persona parecía dibujada en tinta invisible en su mente, nadie podía verla pero estaba ahí.

Recordaba cada movimiento con exactitud. Era raro, pero si cerraba los ojos todo volvía a él al igual que un vídeo que hubiese visto miles de veces. Necesitaba hacerlo: se lanzó sobre el colchón de su cama y agarró uno de los cuadernos; movió con rapidez las hojas dejando atrás los viejos bocetos a medias y, en cuanto encontró una hoja en blanco, cogió su lápiz y dejó que las sensaciones fluyesen de su mente al papel recorriendo su sistema nervioso y erizando a su paso el vello de su cuerpo.

Las líneas se precedían una tras otra buscando el mejor lugar para asentarse como si cada una de ellas supiese dónde colocarse. Bailando la melodía escondida en los recuerdos de una noche reciente en los gestos apasionados de un bailarín anónimo. El sonido de la alarma en su teléfono móvil le trajo de vuelta al mundo real. En pocos minutos comenzaría la clase de Historia del arte moderno y sabía que el maestro era muy estricto con la asistencia.

Se levantó de la cama de un salto y contempló desde lejos su obra inacabada sonriendo. La sombra de unos brazos y un torso a medio construir le saludaron. Taemsoo se sentía orgulloso de su nuevo proyecto, todavía no había tomado forma pero ya veía en él más vida que en cualquier otra de sus obras más actuales y completas. Apartó la libreta colocándola encima de los libros que le tocaban ese día y caminó canturreando una canción en dirección al baño.

Desde que había entrado en la Universidad Nacional de Artes de Seúl, Taemsoo había estado viviendo en la residencia que estaba construida al lado del centro. Las habitaciones eran un ejemplo de la sociedad coreana y actual en la mayor parte de las civilizaciones modernas del mundo, espejo de una sociedad comercial globalizada. Pequeños cubículos clónicos minimalistas y cuadriculados, una especie de gigantesco enjambre de cemento donde los zánganos obedientes no eran otros que artistas de todas las clases. En aquel lugar no sólo estudiaban pintores y dibujantes, también había actores, modelos, cantantes, músicos, diseñadores gráficos y muchas otras clases de artistas. La gran parte de ellos solía hospedarse en la residencia y todos tenían la misma clase de cuarto. Tenía mesillas a ambos lados de la cama y en frente una cómoda a juego sobre la que colgaba un espejo; un armario para la ropa y un escritorio que solía colocarse cerca de la ventana. La estancia tenía una habitación externa pegada que hacía el papel de cuarto de baño. Una ducha, un lavamanos y un inodoro cubrían todas las funciones necesarias; aparte tenía un armario pequeño con espejo en el que había toallas y productos de higiene.

La familia de Taemsoo podía permitirse un gasto como aquel pero también podía conseguirlo con beca. Taemsoo pensaba que la beca sería lo más cómodo ya que no tendría que depender de sus padres para nada pero al mismo tiempo pensaba que le estaba negando la posibilidad de entrar en los programas de estudio a una persona que no tuviese un nivel económico como el de su familia.

Salió del cuarto de baño prácticamente preparado: el cuerpo y el pelo seco y peinado, la ropa interior puesta y perfumado. Do Taemsoo era una persona pulcra y ordenada y todo en su cuarto y sus acciones eran un buen ejemplo de ello. Los pocos artículos decorativos de la habitación estaban colocados con perfecta armonía geométrica; la ropa, en sus cajones, estaba doblada, sin una sola arruga y separada por estilos y colores, incluso la ropa interior y los calcetines. Tan sólo había una parte que podría describirse como desordenada dentro de la perfecta estructura vivencial del muchacho y eso era su espacio para dibujar. Los estuches se esparcían por el suelo y los muebles acompañados de montones de folios y cuadernos mostraban proyectos, cuadros y láminas en las que estaba trabajando. Cuando Taemsoo trabajaba en su arte no quedaba sitio para la persona esquemática en su mente, el artista soñador acaparaba todo el espacio posible y, en ocasiones, mucho más.

Una vez vestido revisó de nuevo la hora en su reloj de pulsera, se aseguró que lo llevaba todo y salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí con el código numérico. Caminó por el pasillo en dirección al comedor revisando las notificaciones en su teléfono móvil. Le gustaba apagarlo por las noches para que no se recalentase y, ya de paso, para desconectar del mundo. Se encontró con dos actualizaciones que automáticamente se activaron y con una llamada perdida de su madre. Revisó bien la hora en la que la había recibido y dio por hecho que era la clásica llamada de su madre para asegurarse de que todo estaba bien. Escribió un rápido mensaje de texto «Voy a clase. Luego te llamo» y lo envió mientras tomaba asiento para desayunar en el comedor.

Se tomó un café cargado con rapidez, tanto que casi se quema la garganta. A Taemsoo no le gustaba el sabor del café y menos cargado pero todos días volvía a cogerse uno porque a pesar de lo amargo de su sabor sabía que necesitaba la cafeína para mantenerse despierto y atento. Cuando tenía más tiempo, al principio de sus días como estudiante solía tomar un desayuno mucho más clásico con arroz y kimchi entre otras cosas. Aquello le recordaba un poco a su infancia cuando su abuela le cocinaba gim, pero con el paso del tiempo y el ajetreo de la gran ciudad su familia se fue occidentalizando. Por ello, cuando entró en la K-art quiso tomar un desayuno más coreano como si tratase de recordarse su propio origen. Pero como solía pasar, la falta de tiempo y las prisas le habían vuelto, quisiese o no, un chico de café en el desayuno.

Se terminó su taza y salió de la sala, caminó entre las mesas llenas de estudiantes ruidosos como si realmente no estuviese ahí. Taemsoo tenía amigos pero no en ese lugar; y la verdad es que tampoco hablaba mucho con la gente para intentar relacionarse así que su presencia en la universidad era un poco extraña. Esta clase de forma de ser era el resultado de su vivencia en otros centros escolares. Taemsoo siempre había sido el niño raro y poco hablador, el joven con el que todos se metían. Sacaba buenas notas y no causaba problemas, pero su forma distante era siempre malinterpretada. Taemsoo era tímido y lleno de complejos, tenía mucho miedo a estar solo o a que le hiciesen daño y por ese motivo había optado por esa forma de defensa, protegerse del mundo construyendo un muro invisible a su alrededor. Los psicólogos suelen llamarlo la táctica del erizo, se va haciendo una bola en sí mismo rodeándose con sus púas, apartando a la gente para evitar que le dañen. Funcionaba pero al mismo tiempo él mismo se dañaba con esas púas metafóricas, pues alejando a la gente de él tan sólo conseguía que los rumores aumentasen a su alrededor y que la gente le prejuzgase. Taemsoo pensaba que el mundo le odiaba y el mundo pensaba que Taemsoo los odiaba y sin hablar los unos con los otros el día a día continuaba avanzando.

Llegó a la clase el primero, como solía hacer, y su maestro le saludó con aquella sonrisa perfecta y brillante que tanto tranquilizaba al joven artista. Taemsoo no se llevaría bien con sus compañeros, pero los profesores le adoraban y él, cuando se trataba de profesores como el maestro Kim, también los adoraba.

— ¡Buenos días Taemsoo! —le saludó el maestro con amabilidad y confianza—.  Hoy pareces más cansado que otros días. ¿No has dormido bien?

Taemsoo sonrió, aunque normalmente no lo hacía aquel maestro siempre conseguía arrancarle una sonrisa.

— He estado trabajando en un nuevo proyecto, Maestro Kim —le contestó acercándose al lugar que ocupaba entre las mesas de clase.

— ¡Excelente! —exclamó el profesor revisando sus notas—.  Tratándose de ti seguro que será algo digno de ver.

Taemsoo asintió sin perder la sonrisa y sin poder evitar sonrojarse.

El maestro de esa asignatura se llamaba Kim Jonmyeon, era un chico joven y delgado. Con la piel muy clara y buena apariencia física, ojos pequeños y brillantes que se hacían más pequeños cuando sonreía cosa que sucedía bastante a menudo. Había entrado como maestro el año anterior y Taemsoo y él se habían hecho algo parecido a amigos. O a conocidos con cierta confianza ya que Taemsoo no se sentía del todo cómodo charlando con tanta sinceridad con un profesor. Pero el maestro Kim era tan agradable y joven que a veces se le olvidaba de que él era también un profesor.

A pesar de que la clase se presentaba entretenida y que Taemsoo intentaba mantenerse atento a ella su mente se evadía más rápido que de costumbre hacia la imagen del bailarín misterioso. Junmyeon le miró de reojo y le encontró perdido en sus propias ensoñaciones sonriendo con ternura, Taemsoo era el mejor de sus alumnos así que podía permitirle un momento así, aunque tampoco le parecía bien. Carraspeó con fuerza para intentar traerle de vuela a la realidad de la clase pero lo único que consiguió fue que fingiese de mala manera que le estaba prestando atención mientras garabateaba en una esquina del folio un pequeño esbozo de unas manos.

« ¿Quién eres? »

Murmuró para sí mismo en voz baja mientras una sonrisa algo tímida se dejaba asomar por la comisura de sus labios.

Tras la clase salió corriendo a la siguiente con bastante tiempo para poder llamar a su madre. Los padres de Taemsoo no eran personas controladoras pero su madre necesitaba saber de él todos los días; quizás porque se había acostumbrado a ello en el primer año viviendo solo y continuaban haciéndolo un año después. A Taemsoo no le importaba llamarla para que se sintiese más tranquila, así que en cuando pudo le dio a rellamada y esperó a oír su voz al otro lado.

Su madre era una mujer tranquila, se había criado de manera modesta en un pequeño pueblo costero. Ella también había estudiado en una universidad de artes, pero en aquella época no existían becas y tampoco era muy común ver mujeres en las universidades. La señora Do había sido la princesita de su padre, un pescador bastante trabajador el cual había ahorrado para poder pagarle los estudios. Por eso mismo ella había dado siempre más del 100% en devolverle agradecidamente su esfuerzo. Allí, en esa misma universidad, había encontrado al que ahora era el padre de Taemsoo y tras dos años de noviazgo se había casado.

En muchas ocasiones la mujer solía contar con orgullo cómo el joven que ahora era su marido había pasado por alto su condición social y había ido a pedir su mano al destartalado barco de su anciano padre. Taemsoo adoraba esa historia y, a pesar de haberla oído más de mil veces, no se cansaba de escucharla una y otra vez.

Sus padres eran dueños de una famosa galería de arte y creadores de grandes diseños arquitectónicos conocidos por todo el mundo. Al principio, cuando él y su hermano eran más pequeños, se encargaba de cuidarlos su abuela ya que sus padres viajaban mucho por temas de negocios. En aquellos días Taemsoo solía correr hasta el muelle y esperar a su abuelo con la luna brillando en lo alto. Mientras clavaba sus enormes ojos en la esfera celeste reflectante y jugueteaba nervioso con sus dedos entre los huecos de la mano de su hermano mayor, Taemsoo soñaba con poder ser un día como sus padres y viajar por el mundo capturando con sus dibujos escenas preciosas.

Cuando sus padres regresaban Taemsoo corría siguiendo el sonido de la voz de su madre. No recordaba mucho del aspecto que ella tenía en aquellos tiempo, pero sí su voz. Para el pequeño aquel sonido le traía paz y alegría, como miles de grillos arrullándole en las noches de verano. Aquella voz llena de decisión y ternura era la misma que ahora le hablaba a través del teléfono y, como siempre que la escuchaba, Taemsoo no podía evitar sonreír rememorando todas aquellas viejas experiencias y sueños.

— ¡Buenos días cariño! —le saludó ella con amabilidad—.  Me tenías preocupada, te llamé ayer a la noche y tenías el móvil apagado.

— Lo lamento mucho, madre —contestó con respeto—. No he pasado una buena noche.

— ¿Has tenido pesadillas? —le preguntó mientras el eco se hacía más sonoro, por lo que Taemsoo intuyó que lo más probable es que estuviese entrando en la cocina.

— Para ser sincero, no lo sé con seguridad.

La mujer al otro lado rió como un cascabel quitándole importancia al asunto y su hijo suspiró aliviado, sonriendo a pesar de que ella no podía verle. Se despidió con la misma ternura y corrió a su siguiente clase.

La mañana en clase pasó tan rápido que cuando quiso darse cuenta ya era la hora de comer. No parecía un día normal, apenas había tomado apuntes y ni se acordaba de lo que habían estado exponiendo los maestros en sus asignaturas. En realidad, Taemsoo hubiese sentido que ese habría sido un día perdido salvo por los miles y miles de pequeños dibujitos que adornaban los marcos de sus hojas. Manos, perfiles, torsos y piernas correteaban por su mente pidiendo a gritos ser dibujados, y Taemsoo se había vuelto un esclavo de aquella sensación. El bailarín fantasma, el danzante anónimo se había convertido en una obsesión y tan sólo habiéndolo visto una noche nada más. Las horas pasaban rápidas pero una pequeña voz en su cabeza rezaba incansablemente porque pasasen todavía más y más rápido en espera a la noche.

Taemsoo recogió los últimos bártulos de su material para clase de óleo y colocó el lienzo en el caballete que se le había adjudicado. La imagen de un bodegón sin mucho sentimiento le saludó a bofetadas. Taemsoo odiaba los bodegones, casi tanto como odiaba dibujar paisajes, pero la clase de esa semana consistía en la naturaleza muerta y la necesidad de expresar con colores fríos y opacos la presencia del tiempo que lentamente mata el alma. Taemsoo lo observó llevando la mano al mentón. Las líneas correctamente trazadas expresaban con perfecta exactitud la temática sugerida, los colores deprimentes y tristes, aquel velo intrínseco de decadencia estética... Definitivamente odiaba los bodegones más que los paisajes.

Con todo en su lugar tal y como debía de estar se despidió de la maestra y compañeros de aula y salió corriendo de ella en dirección a su cuarto. Tenía prisa, casi alcanzaba la hora en la que el bailarín se había presentado la noche anterior y aunque era tan sólo una suposición y había una posibilidad entre un millón de que volviese a suceder, el joven pintor se aferraba a ella como un clavo ardiendo. Ni siquiera paró por el comedor para recoger algo de comer, fue directamente a su habitación, tecleó el número que le daba acceso a la entrada y entró quitándose los zapatos dejándolos en una esquina y los libros y apuntes sobre la cama.

Caminó hasta la ventana pero se detuvo justo en el borde antes de llegar. Su corazón latía con fuerza, parecía que quisiese salírsele del pecho, tomó aire y cerró los ojos intentando calmarse. La idea de que quizás lo hubiese soñado le pasó fugazmente por la cabeza, pero la necesidad de descubrirlo hizo que se marchase tan rápido como había venido. Dio los últimos pasos y se agarró al marco de la ventana pero al otro lado, justo debajo del árbol no había nadie.

Si el corazón de Taemsoo hubiese sido una cajita de música en ese mismo instante la canción se hubiese detenido a la mitad y no habría nadie que pudiese darle cuerda. El bailarín fantasma no estaba y quizás no hubiese estado nunca. Taemsoo se sintió engañado por su imaginación y bufó malhumorado.

— ¡Eres un estúpido Do Taemsoo! —se dijo a sí mismo— ¡Un tremendísimo estu ...!

El sonido de una melodía comenzó a sonar y la sonrisa de Taemsoo regresó a su rostro como un bumerán. Aunque la primera vez no había habido música alguna aquella melodía penetró con fuerza dentro del dibujante como si ya la hubiese escuchado mucho antes. Entre las sombras producidas por la luz y las ramas del árbol la imagen del bailarín anónimo se proyectó con más fuerza y visibilidad que nunca. Estaba ahí, no se lo había imaginado. Taemsoo corrió en busca de su libreta de dibujo y afiló varios lápices. Tenía que inmortalizar aquello antes de que se esfumase como si realmente se tratase de un fantasma.

Era un chico, de eso no cabía duda. No parecía muy alto, quizás un poco más que él mismo. De tronco fuerte y largo, cintura estrecha y pecho ancho. Los hombros fuertes y salientes, con la clavícula marcada de una manera seductora y atrayente. Los brazos eran musculosos pero dejaban ver características de que quizás, cuando había sido pequeño, podría haber sido un niño algo gordito; las muñecas eran estrechas y delgadas, los dedos largos y finos, como los de un pianista. Las piernas eran cortas pero fuertes, estrechas en la base con unos pies no muy grandes para ser un hombre y con unas caderas prominentes y unos muslos fuertes de experto bailarín. Tenía la nariz aguileña y algo grande, aplastada en el perfil con una pequeña chepa curvada que le daba un toque personal; los labios parcialmente abiertos con el inferior más ancho que el superior y cuando los cerraba cogiendo el aire parecía que estuviese dispuesto a besar el cielo. Llevaba el pelo corto por la nuca y escalonado hacia un lado en el flequillo. Cuando se movía con rapidez el pelo lacio y fino caía tapándole parcialmente el rostro como si cada hebra de su cabello estuviese bailando con él.

Taemsoo observó aquella imagen alimentándose de ella, bebiendo cada matiz de su impresión. Necesitaba hacerlo suyo, volverlo imagen impresa sin perder la fuerza de esos movimientos, necesitaba capturar aquel alma más que cualquier otra cosa en el mundo.

El bailarín danzó durante horas. El sonido de sus jadeos incansables, de su respiración agitada correteó por los conductos auditivos del joven pintor cincelando imágenes evocadoras en su mente y sus manos. Rápidas cómo águilas de presa, recorrían los circuitos imaginarios de su mente retratando lo que veía. Taemsoo sentía que no había hecho arte antes de aquello, que cada boceto a medias sin terminar de las imágenes esquivas de su musa anónima eran más hermosas que cualquier otra obra hecha por él y elogiada por sus maestros.

« ¿Quién eres? »

Continuaba preguntándose sin dejar de dibujar. Sentía que si lo decía, si alzaba la voz, aquel extraño ser se iría como quien intenta atrapar el viento entre las manos, o capturar un unicornio, igual que la luz se apaga si la retienes entre las manos.

# # #

Tenía frío y algo húmedo le mojaba la cara, parpadeó acostumbrando sus ojos a la luz y se dio cuenta de que se había quedado dormido sobre el escritorio frente a la ventana, apoyado parcialmente en él y babeando sobre las grandes cantidades de dibujos.

El brillo intenso de aquellos ojos de criatura mística le daban los buenos días con tanta amabilidad que Taemsoo sintió que todavía continuaba dormido y estaba soñando. Recogió y apiló los trabajos de toda la noche y los admiró uno a uno con contemplación. El último de los dibujos era la mano del bailarín anónimo. Recorrió con las yemas de los dedos la longitud pintada de sus falanges como si le estuviese acariciando realmente a él. Cerrando los ojos dejó que aquella melodía inundase sus recuerdos más cercanos e imaginó la sensación de sentir el contacto de aquella blanca extremidad tan lejana y próxima a la vez.

De nuevo el sonido de la alarma y él todavía no se había duchado. Contempló la hora y luego los dibujos. Tenía que hacer algo, intentar ordenar las ideas y esas extrañas sensaciones que comenzaban a despertar en él. Se lanzó a la cama y rodando por ella llegó hasta su teléfono móvil, marcó con rapidez el número de su madre pero esta no le contestó por lo que intuyó que posiblemente continuase durmiendo; así que le mandó un mensaje.

«Buenos días, madre. Hoy no creo que pueda llamarte, estoy muy ocupado. ¡Qué pases un buen día!»

Sin esperar una contestación dejó el teléfono sobre la mesilla y caminó hacia el baño para quitarse de encima la pereza y la mala postura de haberse dormido en una silla. Se deshizo de sus prendas y entró en la ducha abriendo el grifo del agua caliente y poco a poco graduándola con la fría.

La sensación de las gotas cayendo sobre el cuerpo ya de por si era muy relajante pero Taemsoo no solo disfrutaba de la suave sensación del agua sino también de la melodía enigmática del bailarín sin nombre. Canturreó inexactamente aquella canción sin perder la sonrisa, estaba seguro de que sería buen día. Desde ahí dentro oía la alarma pero esta vez pasó de ella, había algo más importante que ir a clase. Necesitaba hablar con Suyeol.

Suyeol era algo así como un hermano sin ser de sangre; un mejor amigo que no podía llamarse amigo pues el sentimiento de amistad se quedaba corto cuando se trataba de él. El día en el que se habían conocido había sido muy raro y la verdad, aquello había sido un reflejo exacto de la forma de ser de aquel extraño chico espontáneo de ojos inmensos.

Un día sin más, en el metro, un chico alto y delgado con una mirada insistente se había colocado a su lado y, sonriendo como un niño emocionado ante una tienda de dulces, le había saludado. Suyeol parecía no cansarse de hablar jamás.

Taemsoo lo describía para sí mismo como un muñequito de mirada inquieta al que nunca se le agotaba la cuerda. Suyeol siempre se mostraba optimista y confiado, esa actitud reconfortaba a Taemsoo y le había ayudado en muchas ocasiones.

A pesar de que un día cualquiera Suyeol había comenzado a hablar con él sin motivo aparente, su amistad se había reforzado poco a poco con encuentros casuales que, con el tiempo, se fueron volviendo más comunes y planificados. Suyeol le escuchaba y convertía sus miedos y preocupaciones en nimiedades y, en ese momento, era precisamente lo que necesitaba. Así que al salir del baño, sin vestirse todavía y tan sólo cubierto por una toalla en la cintura, cogió su teléfono móvil y le envió un mensaje a su amigo.

« Necesito verte, es urgente. »

Casi al momento recibió la contestación de su amigo.

« ¿Tanto me echas de menos? »

Al final había añadido un emoticono, una pequeña carita redonda y anaranjada que parecía estar sacando la lengua. Taemsoo suspiró sonriente, incluso por mensaje Suyeol hacía que las cosas fuesen más llevaderas.

« No hagas el bobo. Nos veremos en una hora en el bubble tea »

« Como usted mande comandante XD »

Bromeó el otro y Taemsoo dio por terminada la conversación. Terminó de arreglarse y se observó en el espejo, se colocó bien el flequillo elevándolo con algo de fijador y movió la cabeza a ambos lados desviando su mirada hacia arriba para contemplar bien su rostro y su pelo. Le gustaba ir bien arreglado. Guardó su teléfono móvil en el bolsillo y, agarrando su cuaderno de dibujo, salió por la puerta en dirección a la parada de autobuses.

Cuando llegó, por suerte, no había mucha gente a pesar de que muchas personas tomaban el transporte público en Corea para poder llegar a sus trabajos. Muy poca gente se desplazaba desde la zona de la universidad hacia el centro a esas horas por lo que se sintió aliviado de poder tener un amplio sitio en el que sentarse dentro del vehículo.

Cuando llegó, Suyeol ya le estaba esperando en la entrada del local, sin entrar, caminando de un lado para el otro y jugueteando nervioso con las teclas de su teléfono móvil. Bajó en la parada más cercana, que apenas estaba a unos pasos del local y caminó hasta él. Cuando llegó chasqueó con fuerza los dedos delante de su cara para llamar su atención. Suyeol abrió todavía más los ojos sorprendido y agarró con agilidad su móvil pues se le había resbalado ante la inesperada aparición de los dedos sonoros de Taemsoo.

Se saludaron y entraron al local. El Gong Cha Bubble Tea es una franquicia de Bubble Tea bastante diferente; es de origen Taiwanés pero tras afincarse en China y otros países de Asia finalmente se fueron abriendo algunos puesto en Corea del Sur. A Taemsoo le gustaba esta tienda de bubble tea porque la veía diferente a las demás, con un toque más personal y discreto y no tan colorido y juvenil como los otros. El Gong Cha tenía una gran variedad de tés, cafés y productos lácteos y, tanto su mobiliario como manera de atender, se parecía bastante a la conocida tienda de cafés Starbucks. Cuando tenía tiempo libre Taemsoo cogía el bus y se dejaba caer por ahí para garabatear en su libreta mientras se toma algo, y en otras ocasiones simplemente se pasaba para charlar con su amigo. Suyeol fue quien le había enseñado el local y ahí todos le conocían y le saludaban como a un miembro más del personal, pues desde que se había abierto el establecimiento Suyeol no solía faltar casi ningún día. El chico alto le había contado que un buen amigo suyo fue el que le había vuelto un poco adicto a aquella bebida pero que el muchacho se había marchado a China con un amigo por un asunto importante. Taemsoo no era un chico maleducado así que no había husmeado sobre el asunto preguntándole sobre ello. Si Suyeol quería dar detalles sobre algo no hacía falta preguntarle, ya los daba él sólo. Jamás se cortaba hablando y si había algún tema en el que no profundizaba o se quedaba sin palabras lo mejor era no insistir en ello, seguramente habría un espléndido motivo por el cual no hablar de eso.

Taemsoo pidió un House Special Iced Coffe, su mala manía de necesitar cafeína de buena mañana a pesar del sabor le perseguía incluso en un lugar como aquel. Suyeol pidió uno de los favoritos, un Passion Fruit Green Tea. Pagaron su correspondiente recibo, recogieron su pedido y se sentaron en una de las mesas. Suyeol fue el primero en hablar mientras colaba la ancha pajita por el hueco de su té.

— ¿Qué es eso tan urgente que me tienes que decir?

Taemsoo tomó aire buscando la manera en la que decir lo que realmente quería sin parecer una especie de loco. Se imaginó a sí mismo explicándole a Suyeol que había encontrado una musa bailarina que aparecía todas las noches bajo el árbol cercano a su ventana, que era blanco como un fantasma y se movía como una ninfa atrayente e insinuante. Se vislumbró a sí mismo en su cabeza diciendo todo aquello y no pareciendo un loco y se dio cuenta de que, a pesar de que había salido corriendo con la idea de hablarlo con su amigo, en realidad no sabía cómo decirlo.

Suyeol le observó sin dejar de chupar por la pajita disfrutando de su bebida y lo comprendió. De manera opuesta a él, a Taemsoo parecía que siempre le faltasen las palabras o que, al contrario, estuviesen ahí, pero al ser tantas y no llevar un orden de salida se le atorasen en la boca del cerebro y no consiguiesen salir.

— Simplemente dilo, tío —le tranquilizó con una sonrisa amable que aniñaba su rostro.

Taemsoo se relajó y animándose mentalmente con "que sea lo que Dios quiera" dejó que las palabras saliesen de su boca sin meditarlas a penas.

— Cada noche desde hace dos días una persona se pone a bailar cerca de mi ventana —comenzó a decir Taemsoo, centrando la vista en su café. Si hubiese tenido rayos x en los ojos, ya habría derretido el recipiente de lo insistentemente que lo miraba—. Es una persona extraña, su manera de bailar es hipnotizante. Cuando le veo tengo un impulso enorme de dibujarlo y cuando lo hago —añadió levantando la mirada hacia su amigo y acercándole la libreta con los bocetos—  es como si mis dibujos cobrasen vida.

Suyeol agarró la libreta y echó un vistazo a lo que le enseñaba Taemsoo, aquellos trabajos era muy buenos, pero lo que estaba diciendo, no parecía tener sentido.

— ¿Has estado tomando demasiado café estos días? —le preguntó intentando bromear arqueando una ceja.

— No seas idiota Park Suyeol, te estoy hablando muy en serio.

Su amigo se rascó la nuca intentando buscarle sentido pero aquellas palabras no eran ni razonables ni propias del Taemsoo que conocía.

— Mira, no me malinterpretes —comenzó diciendo Suyeol devolviéndole los bocetos—. Pero creo que te estás obsesionando con esto. Llevas muchos días frustrado trabajando en eso que llamas "el alma del arte" y creo que la falta de sueño y el exceso de café te han jugado una mala pasada.

— ¡Pero lo he visto! —insistió el más bajo—  Han sido dos días seguidos Suyeol, no tiene que ser una alucinación, es real.

Suyeol le miró casi con pena y aquello a Taemsoo le molestó. No le gustaba aquella mirada, le recordaba a la que le daba su hermano cuando era pequeño. Una mirada que quería decir "pobrecillo, no lo va a conseguir". Y Taemsoo odiaba que pensasen que era un niño poca cosa, uno bueno para nada que había que proteger.

— Deberías buscarte una novia y dejarte de estas tonterías —añadió Suyeol desviando la mirada hacía unas chicas que acaban de entrar y parecían interesadas en ellos—. Pasas mucho tiempo solo entre libretas, lápices y colores, se te ha olvidado cómo es la gente de verdad y cómo es estar con una buena chica que te entienda y te divierta —Suyeol hizo una pausa para guiñarles el ojo a las chicas de la barra y estas se rieron divertidas, saludando con la mano—. Déjate de tonterías y sal un poco más; en serio, te vendrá bien.

Taemsoo no se enfadó con aquellas palabras. Suyeol era su amigo, jamás le decía nada a mal, pero no era una novia lo que necesitaba. Desvió la mirada a las chicas que también le saludaron con una sonrisa, devolvió el saludo con desgana y se hundió en la mesa chupando desinteresadamente su café, perdido en sus pensamientos.

El día transcurrió sin mucho cambio y tras el bubble tea se fueron a dar una vuelta. Suyeol había insistido en acompañar a aquellas chicas durante un rato, pero Taemsoo no tenía muchas ganas. Hizo un pequeño esfuerzo y estuvo con ellas unas dos horas pero al final, muerto por el aburrimiento y dejando que aquellas cosas en su cabeza diesen tantas vueltas, acabó por decidir que era mejor marcharse. Caminó por las calles sin prestar mucha atención a la gente con la que se encontraba, chocó contra algunos pero no se disculpó, tal y como estaba de inmerso en sí mismo le daba igual quedar como un maleducado.

El día fue pasando casi sin darse cuenta de ello y al final volvió a la residencia. Era casi la hora y necesitaba, más que la primera vez, volver a ver a aquel bailarín. Durante todo el día había llegado a esa conclusión, si esa noche le volvía a ver continuaría con esa obsesión y se centraría más en demostrar que su existencia no era producto de la necesidad y la imaginación en su mente. Pero en el caso de que no apareciera dejaría ese tema, tras oír las palabras de Suyeol, Taemsoo lo había entendido. Perseguir quimeras imaginarias no le daría las respuestas para sus problemas, solo eran excusas para no enfrentarse a la realidad y esta no era otra sino que ya no había alma en lo que hacía. Pero Taemsoo sabía que sí la había, que estaba en alguna parte de él, escondida esperando a que la volviese a encontrar, recobrando fuerzas para volver mejor que nunca. Y así como sabía que aquello era verdad, no dudaba en que aquel bailarín no sólo existía, sino que también tenía un nombre y una historia que quería conocer.

Expectante, se colocó con el cuaderno sobre la mesa y apoyando la espalda contra el marco de la ventana. Dio la hora exacta de las otras dos veces, pero nadie apareció. La sensación de haber sido un estúpido todo ese tiempo se apoderó de él. Las palabras de Suyeol regresaron a su mente como una maldición, golpeándole bruscamente contra la realidad. No había música sonando, no había bailarín bailando, ni la luz de la luna con reflejos místicos acariciando una piel blanca y desconocía que había hecho suya en sueños. No había nada más que Taemsoo contra la dura realidad; y la realidad era fría, opaca y dolorosa. Tomó el lápiz e intentó dibujar pero las líneas no tomaron forma y la imagen, aunque correcta, carecía de la sensación que las otras si poseían. Había sido un sueño precioso, pero ya era la hora de despertar, hacer la cama y vestirse de cordura.

« Do Taemsoo, eres un estúpido.»

Se dijo a sí mismo tomando aire y expulsándolo con pesadez. Recorrió de nuevo las imágenes que había estado dibujando las noches anteriores, los perfiles definidos, los costados cincelados, y aquellas manos de largos dedos, uñas cuadradas, piel blanca y aspecto trabajado. Las recorrió como la segunda mañana: lentamente con sus dedos, dibujando y perfilando cada línea con delicadeza, dibujando en su mente la presencia de un extraño, de un sueño efímero, de la mitología necesitada de su alma de artista hambrienta de ayuda. La musa invisible que se perdió en un suspiro.

Recogió sus cosas y cerró la libreta. Suyeol tenía razón, a la mañana siguiente tiraría todo aquello y volvería a lo que él siempre había hecho, retazos perfectos de imágenes plásticas carentes de alma, un reflejo de él mismo, estructura sin pasión.

# # #

Aquella mañana fue la más dura a la hora de levantarse. Le dolía la cabeza como si la noche anterior la hubiese pasado de juerga y la resaca le martillease el cerebro. Se tambaleó y observó los cuadernos. Una ducha invisible de agua fría le bañó por completo. Tenía que deshacerse de todo aquello. Recogió con pesadez sus dibujos del suelo y los contempló durante unos segundos antes de volver a lanzarlos con desgana. Todo aquello era basura, algo que debía desaparecer.

Por suerte aquella mañana no había clase así que se tomó con calma el arreglarse y luego llamar a su madre. Como siempre, la costumbre, aquella maravillosa estructura que daba sentido y estabilidad a su sencilla vida, continuaba incansable a su lado. Cuando dio todo por terminado salió a la calle con los dibujos a cuestas. El sol brillaba atravesando con su luz los huecos que se habían formado entre las hojas verdes de los árboles y se esparcían por el camino de la universidad.

Taemsoo sintió como si estuviese caminando hacia una condena y, a pesar de que su paso era firme, para el resto de las personas que le rodeaban, interiormente según iba avanzando más se le retorcía el estómago. Aquello era un punto y final, un “para siempre” que se ha terminado en sus idas y venidas de fantasía. Nada de eso existía, no había musas en sus sueños, ni alma en su arte porque, después de todo, el arte no era más que una continuación esquemática de conceptos geométricos y canónicos que se fueron perfeccionando con la evolución del ser humano. Si el arte quiere ser admirado debe ser arte correcto, no arte imperfecto.

Contempló por última vez aquella imagen idílica que había jugado con sus ilusiones y deslizó un triste adiós por sus labios permitiendo que los folios cayesen cual catarata de sus manos hacia el cubo de basura. Así era la vida real. Dolía, pero las cosas que duelen siempre te hacen más fuerte. Taemsoo avanzó alejándose de aquel lugar lentamente, no quería volver a ver nada que le recordase al extraño bailarín.

— ¿Son tuyos? —una voz a sus espaldas habló con un extraño acento. Taemsoo no se giró—.  Estos dibujos… —insistió el desconocido tras él—  ¿Son tuyos estos dibujos?

No necesitaba girarse para saber que le estaba hablando a él, nadie más había tirado sus dibujos a la basura. Aquella persona debía de ser nueva y extranjera, de ahí el extraño acento y que le estuviese hablando. Nadie le hablaba nunca.

— Sí — respondió con desgana—. Son míos.

— Son preciosos —contestó el otro—, aunque creo que no has sabido captarme del todo —continuó hablando el desconocido con una risilla.

— ¿Captarte? —un escalofrío recorrió la espalda de Taemsoo en aquel momento y entonces se giró.

Ahí estaba ante él. Ojeando los dibujos que había tirado. No sabía quién era pero le conocía muy bien. Era aquel bailarín, su bailarín fantasma. No cabía duda; las líneas de sus ojos, el brillo de sus labios, el movimiento de sus brazos, aquellas piernas tersas y duras, el dibujo que formaban sus omóplatos y clavículas bajo aquella camiseta básica de tiras. Sin duda, era él.

— Si continúas mirándome así, voy a tener que cobrarte —bromeó el bailarín elevando una ceja—. ¿Por qué me has dibujado?

A Taemsoo se le ahogaban las palabras en la punta de la lengua y las explicaciones parecían excusas bobas en su mente. No sabía qué decir. Era real, era tan real como él mismo. Eso o había perdido del todo el juicio y ahora su musa imaginaria se le había aparecido para continuar con su burla.

— ¿Eres de verdad? —le preguntó el dibujante con cierto miedo en su voz.

El chico no le contestó, se le quedó mirando con detenimiento como si no hubiese entendido lo que le había preguntado. Pero Taemsoo no insistió, alargó la mano hasta su cara y le acarició. Le estaba tocando; su piel era suave y blanca. La fragancia a jazmín llegó de pronto a su olfato como si recordase viejos tiempos. No se lo había imaginado, aquella persona era real y le estaba mirando como a un bicho raro.

— Si le hablas así a toda la gente que acabas de conocer no creo que muchos te vuelvan a llamar —le respondió el desconocido apartándose un poco—. Claro que soy de verdad, ¿y tú? Pareces sacado de un drama estilo etéreo— río el otro chico.

Taemsoo apartó del todo la mano y la llevó junto a la otra moviéndolas nerviosas. Aquello le había puesto nervioso, su bailarín pensaba que era un bicho raro. Taemsoo le observó. No era muy alto, quizás un poco más bajo que él, tenía la piel clara tal cual la recordaba pero a la luz del sol parecía la de un niño pequeño. Quiso decir que lo sentía pero las palabras no brotaron de sus labios. El otro chico le miró intentando hacerlo directamente a los ojos pero Taemsoo se escondía como lo haría una tortuga encogiendo su cuello. El desconocido se río con dulzura y Taemsoo sintió que aquella risa le recordaba algo que le traía una buena sensación así que, saliéndose fuera de la norma, decidió levantar la cabeza y observarle a través de aquella barrera invisible que ponía entre él y la gente.

— No eres tú —se encontró diciendo de repente—. Es... es una persona imaginaria.

El bailarín observó de nuevo los dibujos, extrañado.

— Pues siento que se parece un poco a mí —añadió hablando de nuevo con aquel extraño acento y esa voz dulce y tierna. Taemsoo deseó que las palabras no se agotasen en sus labios pero el extraño no continuó hablando—. Debo irme —dijo de pronto, rompiendo el silencio y entregándole aquellos dibujos en las manos. El contacto con sus dedos era extrañamente electrizante y cómodo—. Adiós, dibujante raro —río el muchacho separándose de él y corriendo en dirección opuesta por el camino.

La mano de Taemsoo se sentía extraña, un hormigueo la recorría frenéticamente arriba y abajo en batallón por sus venas. A pesar de que sólo había sentido una vez el contacto con aquel chico deseaba volver a agarrarle la mano, y que esa vez no se tuviese que ir.

Cuando quiso darse cuenta ya no estaba y de él tan sólo quedaba la presencia de su tacto en la piel de su mano y el aroma a flores de su champú. Los dibujos en la mano de Taemsoo se arrugaban ante sus dudas mentales. Pero el hecho de que hubiese aparecido ante él no era otra cosa que una señal para decirle a Suyeol que se equivocaba y explicarle que en algunas ocasiones las cosas pueden salir bien. El bailarín fantasma existía, era tan real como él y eso significaba que podría dibujarle y sentir que el alma volvía a su arte.

Lo había decidido y no había vuelta atrás: le estaría esperando esa misma noche cerca del árbol. Le observaría desde cerca, contemplaría cada uno de sus movimientos y bebería de ellos como un sediento en el desierto alimentándose de su propia existencia en busca de la obra perfecta. Taemsoo sonrió sin poder controlarlo, tan ampliamente que le dolían las mandíbulas y los oídos pero, a pesar de ello, aquella sonrisa de bobo no se fue de su cara. Estaba feliz, muy feliz por primera vez en mucho tiempo y lo irónico es que se lo debía a una persona de la que no conocía si quiera su nombre.

# # #

Tan pronto como comenzó a hacerse de noche Taemsoo cogió del armario una mochila y la cargó con todo lo necesario: lápices, sacapuntas, gomas, folios y láminas gruesas, libretas de dibujo, su móvil, las llaves, algo de dinero por si era necesario y una pequeña linterna. Se aseguró de que no faltaba nada, revisó la hora y salió de su cuarto entrando en la zona del jardín de manera sigilosa. Observó a los lados y descubrió que el chico todavía no había llegado pero esperaba que esa noche sí que lo hiciese, no como la anterior que lo había dejado sin su presencia, plantado ante la espera de alguien que tampoco sabía que le estaba esperando.

Se colocó tras un arbusto y posicionó la linterna con la luz más débil hacia su libreta, donde colocó una de las láminas y esperó pacientemente a que llegase. Cuando ya casi estaba perdiendo la esperanza, un ruido cercano al árbol lo saco del sopor en el que comenzaba a caer y le hizo sonreír. El chico estaba ahí, tal y como había esperado.

El bailarín anónimo comenzó a prepararse. Taemsoo observó cómo colocaba su teléfono móvil en el suelo de manera segura y programaba la lista de reproducción. Le observó estirarse alargando las manos por encima de su cabeza, haciendo girar sus muñecas y tobillos, moviendo la cintura en giros y lateralmente. La imagen de aquellos brazos musculados elevándose sobre su cabeza, danzando a un lado y al otro, alcanzando la mayor capacidad de sus músculos, los lunges laterales y cruzados que daban forma a sus muslos y las sentadillas que formaban una imagen bastante definida de su terso trasero. Supo al momento que ese chico era un bailarín experto y dedicado. Estaba ansioso, más que en las noches anteriores de verle comenzar el baile.

La melodía era una composición de cuerda, violines y violas sonando acompasados al ritmo de un pequeño tambor de hojalata. En las zonas más marcadas sentía que quizás también podía sonar un chelo pero el oído musical de Taemsoo no era tan bueno como lo había sido tiempo atrás cuando era pequeño y jugaba a descubrir los instrumentos en las viejas grabaciones de vinilo de su abuelo. Pero, sin duda, aquella composición era algún movimiento de cuerda en orquesta. Y ahí estaba el bailarín dando lo mejor de sí mismo, danzando el lírico más hermoso que el dibujante había visto. Elevando sus piernas clavadas en el suelo a tiempo de ocho, contorsionando su cuerpo, alzando sus manos, convirtiendo más que nunca la música en arte.

Y, entonces, cada gota de sudor que se escapaba de su frente, cada gesto de dolor y de esfuerzo que se proyectaban en su rostro eran para Taemsoo como palabras de ánimo que encogían de emoción su ansioso corazón. Lo amaba, amaba el arte que desprendía, amaba el alma en cada latido de sus pasos danzarines, amaba la presencia inspiradora de aquella persona sin nombre ni historia. El bailarín dio un salto y la respiración se le paró. La imagen ante sus ojos pareció detenerse por un momento, bañada por la luz espectral de la luna, entonces el lápiz se le escurrió de la mano de Taemsoo, chocando con la linterna que se desvió en su foco y golpeó al bailarín en la cara, cegándole momentáneamente.

Taemsoo se apuró a apagar la luz pero ya era demasiado tarde, aquella persona ya avanzaba caminando hacia él. Intentó mantenerse sereno pero no pudo. Cuando el bailarín atravesó el seto que le ocultaba y le miró a la cara con una sonrisa pícara supo que ya no podría excusarse más.

— Ahora  —comenzó a decir el bailarín sin perder la sonrisa—  ¿vas a negar que me estabas dibujando?

# # #

Había huido, ni si quiera le había contestado. Se había cubierto la cara con la libreta de dibujos escondiéndose de manera penosa. El otro chico se había quedado parado mirando hacia él, posiblemente preguntándose el porqué de que actuase tan raro. Le había oído decir aquello pero no le quiso responder, tenía miedo a meter la pata, molestarle u ofenderle. Por eso se había comportado como un estúpido y se había quedado medio encogido en el suelo, en silencio y tapado por una libreta en la que claramente se veía que le estaba dibujando.

Taemsoo resopló con pesadez, dejando que su cuerpo cayese derramado por encima de la mesa del aula. Su compañero de la derecha le miró con mala cara pero aquello le importaba bien poco en ese momento. Tan solo podría pensar en el ridículo tan grande que había hecho aquella noche tres días atrás.

Cuando aquel extraño bailarín se acercó lo único que se le ocurrió fue interponer un escudo ante sus ojos impidiéndole ver directamente aquella mirada. Taemsoo lo entendió en aquel momento, el alma que estaba buscando se reflejaba en el brillo intenso de aquellos trocitos de cristal coloreados. No tenía donde esconderse y, la verdad, es que tampoco quería hacerlo. Por fin le tenía delante y el mundo pareció detenerse en su mirada aunque, como siempre, no paraba de girar, pero a Taemsoo eso le daba igual.

Cuando quiso darse cuenta y había vuelto en sí el muchacho ya no estaba, como tampoco su libreta de dibujos. Desde aquella vez se había topado con el bailarín por la universidad. Paseando por los caminos de fuera, en el comedor y en la biblioteca, pero en ninguna de aquellas ocasiones se había acercado a él para hablarle o pedirle de vuelta la libreta.

Ninguna de aquellas noches el bailarín había fallado a su cita no programada bailando bajo su ventana. Taemsoo no había dejado de dibujarle y él de bailar. El dibujante estaba convencido de que sabía que le estaba mirando pero, salvo en ciertas ocasiones en las que parecía que dirigía la mirada hacía su ventana, hubiese jurado que pasaba de él. Los dibujos iban mejorando y ya casi se conocía de memoria sus facciones pero todavía continuaba sin saber su nombre. Todos aquellos pensamientos daban botes en su cabeza apurándole a tomar una decisión que no pegaba con él, pero no podía continuar de brazos cruzados sin hacer nada más que admirarle desde lejos. Aquella noche se lo diría, le llamaría desde la ventana y se presentaría. De aquel día no podía pasar.

Llegada la noche Taemsoo se apresuró a prepararlo todo, igual que las noches anteriores, y como era costumbre el bailarín apareció. Le observó mientras calentaba, de nuevo sin decir nada, tan sólo esperando a que el momento justo llegase. Pero cuando se suponía que el chico debería de estar bailando no se movió. El bailarín anónimo permaneció quieto sin moverse, dándole la espalda.

El aire movía el pelo parcialmente largo que seguramente le cubría la cara, la luz de la farola se mezclaba con la de la luna otorgándole, como cada noche, una imagen un tanto espectral. Taemsoo se estaba preguntando por qué no se movía pero no dijo nada, continuó mirando la espalda ancha y musculada del chico, bajando los ojos por su figura marcada y su cintura estrecha.

El joven se giró levemente y, ante el hecho de volver a ser descubierto, la boca se le secó y un nudo se formó en su garganta. Pero el bailarín no se giró del todo y entonces la música comenzó a sonar.

A Taemsoo le hipnotizaba la melodía del cuerpo de aquel chico, cómo acariciaba el reflejo de las notas en cada movimiento. La silueta de sus pasos, la maestría en cada uno de sus actos. Convertía la música en una extensión de su cuerpo y la danza parecía sencilla realizada por él. Pero no era la perfección de sus actos tan bien coordinados lo que Taemsoo quería volver suyo, sino esa expresión en su rostro como si alcanzase el cielo con cada baile. Era algo que envidiaba, algo a lo que necesitaba sentirse más cercano.

Cuando el baile terminó sintió que el aire también se había ido junto con la música y el lápiz en su mano siquiera había trazado una sola línea sobre el papel. El perfil sudado del bailarín destelló bajo la luz encogiéndole el alma, el lápiz se resbaló entre sus dedos, cayendo en picado contra el suelo, rompiéndose la punta y rodando hasta perderse bajo su cama. Taemsoo no estaba seguro pero bajo aquella semioscuridad nocturna le pareció que aquel chico estaba sonriendo.

— Normalmente cuando tengo público suelen aplaudir si les gusta —comenzó a decir el extraño todavía sin girarse del todo—. ¿O acaso no te ha gustado? —añadió con una risilla traviesa.

Taemsoo pensó aquello de "tierra trágame" por segunda vez ante aquel chico pero no contestó. El bailarín se giró y elevó el rostro hacia la ventana, clavando sus ojos en los de Taemsoo sin perder la sonrisa que adornaba sus preciosos labios. El dibujante tragó saliva y le devolvió la mirada.

— Me ha encantado —le contestó con un hilillo de voz.

— ¿Vas a volver a negar que me estabas dibujando?

Taemsoo negó con la cabeza apoyándose en el marco de la ventana.

— Entonces —continuó hablando el bailarín—, ¿por qué lo haces?

Si comerlo ni beberlo ahí estaba la pregunta, "¿por qué lo haces?". Ni si quiera él lo sabía bien, simplemente necesitaba hacerlo y no se lo había preguntado.

— Tengo que hacerlo —le contestó levantando algo más la voz.

— Y si tienes que hacerlo, ¿por qué te escondes?

Taemsoo no supo qué responder y, por tanto, no lo hizo. El silencio se interpuso entre sus cuerpos como una barrera de seguridad que se veía alterada por la guerra de miradas. Hasta que sin más el joven bailarín se dio la vuelta y comenzó a recoger sus cosas.

— Tengo algo que devolverte —continuó hablando mientras guardaba todo en su mochila morada—. Mañana nos veremos y, por cierto —añadió tras una pausa en la que se colocó la bolsa al hombro— me llamo Zhang JiaShuai.

# # #

Al día siguiente las palabras de aquel muchacho todavía resonaban en sus oídos, incapaces de ocultar la melodía divertida de la voz de aquel que dijo llamarse Zhang JiaShuai. Todavía con ese torbellino de sentimientos en su mente entró en el salón comedor, colocándose en la mesa de siempre con su ya clásico café cargado. La cucharilla daba vueltas en su taza y ni siquiera le había echado azúcar. El agua oscurecida y amarga giraba creando un pequeño remolino en su interior de la misma manera que los pensamientos lo hacían en su mente.

La sensación de un contacto sobre su mano le trajo de nuevo de vuelta al mundo. Una mano, de piel clara y dedo largos con uñas cortas y cuadradas se había posado con delicadeza y familiaridad sobre la suya. Taemsoo elevó la vista hasta llegar a la cara del dueño de la mano. Zhang JiaShuai le sonreía con ternura, dejando su cuaderno de dibujo sobre la mesa.

— Son muy buenos —comenzó a hablar el recién llegado, agarrando su bandeja con el desayuno—. Pero yo soy la única persona a la que has dibujado —continuó hablando mientras tomaba el arroz entre sus palillos algo más anchos y cortos que los que Taemsoo solía ver por la cafetería—. ¿Por qué?

Taemsoo tenía la respuesta pero la dichosa no quería salir, llevaba tantos años acomodada en su indiscreción que se había vuelto un tanto arrogante y no le apetecía salir. JiaShuai insistió con una mirada directa a sus ojos y Taemsoo, casi sin poder evitarlo, había comenzado a hablar.

— No puedo dibujar personas, creo que me falta alma —tragó saliva y agachó la vista de nuevo a su café, el reflejo de su rostro tembló sobre la superficie amarga.

— Pero en cambio —le contestó JiaShuai—, a pesar de que dices que te falta alma, a mí me has dibujado.

Taemsoo asintió y respondió elevando la vista.

— Sí, a ti te he dibujado.

La sonrisa de JiaShuai se dejó ver de nuevo con dulzura, acariciando su expresión facial. Se levantó con brusquedad desplazando tenuemente su bandeja de desayuno y agarrando la mano de Taemsoo. Sin perder la sonrisa se inclinó alargando su cuerpo por encima de la mesa y le susurró en el oído:

— Ven conmigo.

A penas tuvo tiempo de reaccionar, cuando quiso darse cuenta, él y JiaShuai estaban corriendo por entre los pasillos de la enorme universidad, subiendo tan rápido que se mareaba. La imagen de JiaShuai ante él se desvanecía entre las luces proyectadas tras los cristales, el apretón estable de su mano en la de Taemsoo, el calor de su presencia, el sonido de sus pasos acelerados y la respiración agitada. A pesar de no conocer de nada a aquel chico, Taemsoo deseó desde lo más profundo de su corazón que aquella mano no le soltase nunca.

Pero como la mayoría de las plegarias aquella tampoco se cumplió y cuando JiaShuai apartó la última puerta ante ellos y se encontraron en la azotea, los dedos de Zhang se aflojaron sobre los suyos y una extraña sensación de vacío comenzó a alojarse en su estómago con intención de extenderse.

JiaShuai caminó hasta el borde balanceando divertido sus piernas, cuando llegó dio un salto subiéndose al saliente, Taemsoo retuvo el aliento asustando.

— ¿Qué haces? —exclamó mirando nervioso a los lados aunque no había nadie más que ellos dos ahí—  ¡Te puedes caer!

JiaShuai rió elevando la voz y se agachó colocándose de cuclillas, haciéndole un gesto con la mano para que se acercase. Taemsoo dudó un momento pero luego caminó hasta él. JiaShuai le agarró la mano y le indicó que se sentase sobre el muro, dejando que las piernas colgasen sobre el pavimento varios metros más abajo.

— ¿Qué es lo que ves? —espetó de pronto JiaShuai, fijando la vista en el suelo y sentándose a su lado de la misma manera.

Taemsoo volvió a dudar pero miró hacia abajo. El paisaje esquemático y estructurado de la construcción se extendió ante sus ojos, decorado con pequeños puntos de colores que se movían apresurados de un lado para otro.

— La universidad —respondió de manera seca.

JiaShuai frunció el ceño e insistió.

— Sé que puedes hacerlo mejor —le susurró de nuevo al oído, dejando que las palabras acariciasen su cuerpo y su mente—. Abre los ojos, ábrelos de verdad y dime qué ves.

A pesar que no entendía muy bien aquellas palabras, Taemsoo lo hizo. Abrió los ojos, los abrió todo lo que pudo y contempló lo que estaba ante sus ojos. Estudiantes, profesores y empleados de la universidad caminaban apurados de un lado a otro. Directos a sus trabajos, a sus clases o algún lugar en sus agendas.

— Son personas. Gente, supongo —respondió con algo de confusión.

— Eso mismo —rió JiaShuai, todavía demasiado cerca de su oído—. En cada uno de ellos hay una historia, algo que contar, eso a la que tú llamas alma y otros llaman vida —las palabras del bailarín continuaban recorriendo su cuerpo acelerándole el corazón—. Tú tienes un don, ves esa luz que a la gente se le escapa. La ves en un árbol, en una taza, en un paisaje al anochecer; puedes verla también en las personas. Tan sólo tienes que abrir los ojos, como lo hiciste conmigo.

— Tú... —titubeó Taemsoo ante aquel discurso—  Eres diferente.

— Todos los somos —añadió con rapidez, apartándose de él y dirigiendo la mirada al horizonte—. Sólo tienes que intentarlo.

Taemsoo seguía sin comprenderlo, sin saber qué era lo que motivaba a aquel bailarín desconocido a animarle; pero del mismo modo que tampoco entendía aquella necesidad de dibujarle, no preguntó, simplemente dejó que aquel ánimo le envolviese y sonrió.

# # #

La sonrisa de JiaShuai era extraña, pensó para sí mismo Taemsoo mientras dibujaba de memoria los rasgos de esa cara de mofletes redondos. Era una sonrisa tierna y dulce, pero al mismo tiempo tenía una sombra de tristeza que no era capaz de descifrar y Taemsoo sentía que tenía que entender aquello, de la misma manera que tenía que hacer suya aquella necesidad de continuar viviendo que desprendía con sus movimientos. JiaShuai era el conjunto de los enigmas de la vida, una duda con patas que saltaba correteando dentro de su cabeza, moviendo y pulsando botones que le impulsaban a ir más allá, a pesar que no pudiese ver el infinito pintado en sus pupilas. Pensando en él se le iban las horas, trazando líneas sin sentido en su libreta que cobraban la imagen de su silueta casi sin darse cuenta de ello. Y cuando lo miraba de nuevo, se encontraba a sí mismo sonriendo como un idiota y no le importaba, lo disfrutaba como nunca antes había disfrutado algo.

La calidez de su mano sobre la suya propia, el olor a flores que esparcía el viento en la azotea, el sonido de su voz en su oído, la respiración llena de energía. Todo en JiaShuai era increíblemente adictivo, contradictorio y confuso. Era esa eterna pregunta cuya respuesta siempre se quedaba bailando en la punta de su lengua.

Desde que había hablado con él se había animado y había intentado pensar en lo que le había sugerido, ver más allá. Observaba a las personas que pasaban delante de él aquella mañana en el camino de piedra de la universidad, intentando imaginar la historia que contaban. Pero aquello resultaba más complicado de lo que le había parecido en un principio.

— Tiene un examen importante y su novia le ha dejado —escuchó que le decía una voz tras su espalda.

Taemsoo se giró sorprendido y se encontró con la mirada traviesa de JiaShuai. Éste dio por sentado que ya se había presentado y de un salto se elevó sobre el respaldo del banco de madera, ayudándose de uno de sus brazos y sentándose a su lado.

— Lo digo por cómo anda, fíjate —le indicó señalando a la persona de la que hablaba—. Va demasiado rápido y en su brazo derecho lleva muchos apuntes, algunos de ellos están mal colocados y doblados, como si hubiese tenido prisa de ponerlos ahí; y lo subrayado que se ve, aún brilla un poco, como si hubiese estado usándolos hace poco. En la otra mano lleva el teléfono y no deja de mirarlo, cada vez que le da a la pantalla aparece un nombre de mujer y añadamos que está despeinado y parece haber pasado una mala noche —continuó con su charla sin perder la sonrisa—. Es muy probable que me equivoque pero teniendo en cuenta lo que veo esa es la historia que me cuenta. ¿Y a ti?

Taemsoo se quedó perplejo ante aquella descripción meticulosa por parte de JiaShuai. A él jamás se le hubiese ocurrido fijarse en todos aquellos detalles de una persona. Se sentía como un idiota. Se supone que los dibujantes deben de fijarse en todos los detalles, pero él no podía hacerlo.

— No te estreses por ello —añadió estirándose y recostándose cómodamente sobre el respaldo, elevando la vista al cielo y apoyando la cabeza en sus brazos—. No es algo que suela hacer la gente, pero siempre me ha gustado saberlo todo. Aun así, todavía no sé cómo te llamas pequeño stalker.

— Do Taemsoo —pronunció con la voz muy baja.

— No tengo por costumbre comer personas, el canibalismo no es una práctica muy bien reconocida aquí —río JiaShuai sin apartar la vista de los enormes ojos de Taemsoo.

— No suelo... hablar con gente —continuó hablando, elevando algo más la voz hasta alcanzar un tono más corriente.

— Pero ahora estás hablando conmigo y yo estoy hablando contigo —el acento extranjero de JiaShuai fluyó entre su coreano como un tintineo.

— No soy una persona normal —resopló pesadamente, excusándose.

— ¿Y cómo es una persona normal Taemsoo? —preguntó JiaShuai, encogiendo sus ojos y contemplándole con complicidad; y Taemsoo sintió que también podría estar analizándole a él.

No respondió al momento, meditó sus palabras como si no le estuviese respondiendo a un cualquiera, sino a un juez o a un policía que le acusaba de algún asunto muy grave.

— Alguien normal —comenzó a decir con calma, llevando los ojos a la parte superior de sus párpados indicando que estaba pensando—  son las personas que hacen cosas comunes, que escuchan música que está de moda, que hablan con la gente, que caen bien.

— Entonces, estás diciendo que lo común es lo normal, que parecerse al resto de personas es… —JiaShuai se tomó una pausa para decir aquello sin perder la sonrisa—.   ¿Lo correcto?

Taemsoo no quiso evitar que el final de aquella frase había sonado interrogativo. JiaShuai le estaba probando, le estaba analizando intentando saber más de él, más de lo que quería mostrarle y esa sensación en el fondo de su cabeza le gritaba "huye" porque siempre le decía aquello ante el peligro, porque Taemsoo, el precavido y seguro Taemsoo, jamás se arriesgaba. La mano del bailarín volvió a posarse sobre la suya sin respetar su espacio personal y, como la otra vez, un escalofrío recorrió toda su espalda. No podía apartar la vista de aquellos dos ojos brillantes que le estaban perforando; entonces su sistema de defensa se desactivó y su barrera de seguridad se vino abajo. No podía huir.

— No sé qué es lo correcto —le contestó sin pensar si quiera en lo que había dicho.

— Lo correcto, Taemsoo, es todo aquello que te aporta un beneficio y no molesta en nada al bien ajeno —le respondió JiaShuai, gesticulando sin prisa cada una de sus palabras.

Taemsoo admiró con plenitud el movimiento de sus labios, como un enfermo lo haría ante la cura de su dolencia mortal. Degustó las palabras de JiaShuai como si fuesen las propias palabras de Dios, e igual que un bobo, permitió que aquel extraño entrase en donde nadie más había entrado, en su mente, su opinión y su alma. Aquel rincón oscuro que el dibujante había alejado de todos para no sufrir. ¿Y por qué lo había hecho? Por una mirada y unas palabras profundas. No podía negar que JiaShuai, sin duda, era especial.

— Quiero ver tus dibujos —continuó hablando JiaShuai—, me gustaría seguir haciéndolo, quiero ver cómo me dibujas. ¿Podré hacerlo?

Taemsoo asintió. Aquella pregunta estaba de más, en ese momento tan solo pensaba en que no quería que las palabras de JiaShuai se fuesen. Le hacía pensar, sentirse de manera totalmente distinta y aquello no podía terminarse tan pronto.

# # #

Los días al lado de JiaShuai eran increíbles, nunca podía estar seguro de lo que iba a pasar o de dónde aparecería. A veces entraba en el comedor y se sentaba a su lado hablando de alguna persona a la que Taemsoo ni conocía; otras veces aparecía por el paseo y comentaba algo en clase. Nunca había un comienzo al que poder llamarle "el principio de la conversación", simplemente llegaba y hablaba. Nunca paraba de hablar.

Taemsoo comenzó a comprender la manera de ser de JiaShuai sin que él le dijese nada. Se había acostumbro a su extraño acento chino, a sus momentos en las nubes y sus diferentes arranques de energía. Le había tomado cariño a su espontaneidad y su curiosidad extrema, a su intenso ímpetu y su fuerza de voluntad. Había recorrido de memoria las líneas de su cuerpo en su mente, dibujando los hoyuelos en sus mofletes de papel sobre el cuaderno.

Podía definir a JiaShuai con mil palabras y, aun así, se quedaría corto pero al mismo tiempo se extendería demasiado. Pues JiaShuai era una espiral inversa lleno de contradicciones. A veces era vago y se quejaba de lo complicadas que eran las clases, pero aun así ni una sola vez le vio desistir en sus ensayos. Adoraba la comida, siempre estaba quejándose de que tenía hambre pero no se saltaba ni una sola vez su estricta dieta.

Le admiraba, de la misma forma que los estudiantes admiraban a sus maestros, pero aún así JiaShuai, a quien había puesto en un pedestal, continuaba cercano y dulce. Jamás le llamaba, pero JiaShuai aparecía día tras días a sus encuentros de dibujo y noche tras noche bajo su ventana para bailar; salvo una noche, la misma en la que en todo el día no le veía por el campus. Pasasen las semanas que pasasen ese día siempre faltaba, como si hubiese algo a lo que no pudiese evitar ir cada semana.

En alguna ocasión Taemsoo había pensado en preguntarle por ello, pero al final siempre abortaba la idea porque terminaba aprovechando el tiempo en otras cosas.

JiaShuai observaba por encima de su hombro un dibujo aquella tarde cuando el calor del verano era pegajoso y los mosquitos se caían muertos contra el suelo. El aire parecía recién salido del horno y las nubes se arremolinaban sobre sus cabezas con intenciones claras de estallar en lluvia. Taemsoo supo que estaba aburrido tan solo con notar el aliento sobre su hombro.

— ¿Qué dibujas? —le preguntó apartándose de detrás suya y dejándose caer en la hierba delante de él.

— A ti —le contestó Taemsoo sin apartar la vista del papel.

— ¿Y no te cansas de hacer siempre lo mismo? —le espetó con tono aburrido.

— No —contestó secamente Taemsoo—. Es lo que quiero hacer.

JiaShuai le observó de nuevo, elevando una ceja.

— Taemsoo —le llamó elevando algo más la voz—, pareces un viejo. Siempre estás ahí quieto sin hacer nada. ¿Acaso tienes miedo a vivir?

Taemsoo elevó una ceja molesto. Se le olvidaba que, a pesar de tener aquella preciosa carita de niño bueno, JiaShuai era bastante directo y ofensivo en algunas ocasiones.

— Esta es mi vida JiaShuai —le explicó con calma—. Tú eres bailarín y bailas, yo soy dibujante luego dibujo.

— No necesitas citarme disimuladamente a Shakespeare para intentar mandarme a la mierda —le cortó mordazmente el chino—, solo buscas excusas. Si no vives tu vida no voy a ser yo quien te cuente lo que te has perdido.

Taemsoo dejó el dibujo a un lado y le miró. JiaShuai estaba tumbado sobre la hierba, arrancando hierbajos del césped y dejando que se colasen por entre los huecos de sus dedos. A pesar de ser mayor que él, en algunas ocasiones engañaba muy bien a la vista sobre su edad.

— Está bien —cedió el dibujante—  ¿Qué es lo que tienes pensado hacer?

JiaShuai se levantó de un salto agarrándole de la mano.

— Tú déjame a mí. No te arrepentirás, te lo prometo.

A pesar de que JiaShuai estaba sonriendo Taemsoo no se sentía nada tranquilo. Aquel chico podría tramar muchas cosas en su cabeza, cosas que el dibujante todavía no podía descifrar y entender.

JiaShuai le había dicho que no se arrepentiría, pero en el mismo momento en el que ambos bajaron del autobús ya lo estaba haciendo. Pero en el poco tiempo que conocía a aquel bailarín había aprendido a no tomar decisiones apresuradas ante nada, porque todo lo que podría parecer A lo más probable es que acabase siendo B. Así que hizo de tripas corazón y se lanzó a la aventura.

Jamás había ido por aquella zona de Seúl, no era un barrio muy amplio, sino más bien uno alejado del centro de la ciudad, con calles poco uniformes y estrechas. Los edificios no seguían un orden estético; grandes construcciones se intercalaban a lo largo con pequeños apartamentos de escasos metros cuadrados, había poca iluminación en las calles y los coches que aparecían por aquellos lugares no era el ejemplo claro de primeras marcas.

Taemsoo pensó en preguntar en donde se encontraban pero no lo vio necesario, la distribución de la urbe le indicaba que seguramente se encontraban en el extrarradio, una de las zonas que sus padres le habían pedido que evitase. Dirigió una rápida mirada a su guía pero éste continuaba seguro de sus pasos delante de él, como si se hubiese olvidado de que llevaba a una persona consigo. Caminaron sin hablar durante unos cuantos metros, desplazándose por entre algunos callejones. El cielo oscuro y lejano volvía más lúgubre la zona y el aire helado que se desplazaba por entre las callejuelas hacía sentir una mala presencia al dibujante.

— Hemos llegado —exclamó de pronto el bailarín, girándose hacia él y sonriéndole con tranquilidad.

— Esto no me está gustado —le respondió Taemsoo con aire preocupado.

— Todavía no has visto lo que te quiero enseñar —añadió JiaShuai, agarrándole de la mano y corriendo arrastrándole con él.

Ante sus ojos se extendió una zona despejada de asfalto, justo delante de un almacén que tenía la puerta doblada a pesar de tener pasada una cadena como seguridad. Había unos cuantos coches viejos y aboyados a los laterales como si fuese un fuerte, amontonados unos encima de otros, y alrededor del lugar se encontraban algunos grupos de personas que charlaban animadamente. Cuando llegaron más o menos al centro de aquel lugar, JiaShuai soltó la mano de Taemsoo; la música R&B sonaba con fuerza por los altavoces que los grupos de muchachos tenían. Taemsoo sintió que todas las miradas estaban fijas en él y que todas decía lo mismo: "intruso". Tragó saliva y retrocedió un poco, mentalmente estaba maldiciendo a todos los familiares vivos y muertos de JiaShuai.

Un chico alto y de fibrosa figura caminó con una sonrisa descarada hacia el bailarín y ambos chocaron sus manos sobre la cabeza y juntaron sus hombros. JiaShuai le dijo algo al oído y este sonrió bajo la gorra que cubría su rostro mirando en dirección al dibujante. Aquello no pintaba bien. JiaShuai volvió hasta él y le agarró de la mano.

— Quiero que te relajes, Taemsoo —le susurró llevándole a uno de los grupos que estaba apoyado sobre el amasijo de coches—. Vamos a darle un poco de vida a esto, ¿no?

JiaShuai se apartó de su lado sin perder la sonrisa y sin apartar la mirada de sus ojos, Taemsoo tampoco perdió el contacto visual con él. Caminó hacia atrás llevando su mano derecha al bajo de la entrepiernas de sus pantalones demasiado anchos y algunos de los chicos que había en el lugar comenzaron a rodearle. Y entonces la música volvió a pertenecerle. Cada uno de esos movimientos era increíble, sin poder predecir cuál sería el siguiente; siguiendo la música, dejando que el cuerpo se moviese solo, golpes de cabeza con fuerza, agresividad, ira, pasión, y sensualidad.

JiaShuai se mordía el labio, Taemsoo se mordía el labio. JiaShuai echaba la cabeza hacia atrás, Taemsoo retenía el aliento. Le vio caer al suelo, dejando que su cuerpo resbalase por el aire lleno de polución de la zona, semejando ser de goma y apretó los dedos en sus puños; se levantó casi sin esfuerzo agarrándose la entrepierna y de un salto se colocó en su sitio mientras su flequillo largo y rizado se revolvía en su frente. Cualquiera con ojos no podría evitar apartar la vista del lugar.

Al terminar la canción todos los participantes se felicitaron chocando sus manos, gritando con alegría y golpeándose los unos a los otros. JiaShuai caminó con calma, colocándose bien la camiseta básica que se le había movido, cayendo un asa por uno de sus hombros. Se paró justo delante de Taemsoo y este rezó para sus adentros porque no pudiese oír lo rápido que latía su corazón.

— ¿Te ha gustado? —sonrió JiaShuai, Taemsoo asintió sin apartar la vista—  Entonces, ven. Y mírame solo a mí —añadió agarrándole la mano y llevándole al centro de la pista de baile callejera improvisada.

La música volvió a comenzar pero esta vez era algo diferente. Los bajos golpearon con fuerza los altavoces mientras las voces típicas de los cantantes de rap se acoplaban a los sonidos electrónicos de los arreglos; el marcado estilo de baile hip hop envolvió el lugar con un extraño ambiente personal. JiaShuai colocó su mano sobre su cadera y comenzó a moverla mientras chasqueaba los dedos, deslizó las piernas hacia un lado casi como si no pesase nada y fuese sencillo deslizarse de esa manera por el asfalto. Taemsoo no pudo apartar la mirada, de nuevo estaba hipnotizado ante ese bailarín hechicero. Le vio mover sus hombros tal cual lo haría un gato, articulándolos en un gesto demasiado sensual y JiaShuai se mordía otra vez el labio sin apartar la mirada. La canción era suya, el baile era suyo, Taemsoo era suyo.

— ¡Está lloviendo! —exclamó Taemsoo, alargando la mano recogiendo las gotas sobre su palma y echando a correr con el resto de las personas—  Venga, JiaShuai —le gritó para que se apurase, pero el bailarín no se movió, continuó bailando bajo la lluvia.

— La lluvia tan solo es agua, Taemsoo —le respondió sin perder la sonrisa—. Deja de pensar y ven a vivir un rato.

Taemsoo dudó por un momento pero al segundo se sorprendió a si mismo caminando en dirección a JiaShuai y sujetando su mano. Por una vez en su vida, quería vivir.

La música cambiaba de nuevo pero los pasos parecían continuar con la melodía anterior como si todo formase parte del mismo conjunto. JiaShuai se movía a su alrededor animándole con la mano, dejando que el agua de la lluvia les empapase, y Taemsoo comenzó a seguirle un poco el ritmo. No sabía bailar, no se sabía el baile, tampoco conocía la canción, estaba perdido en alguna parte de un mundo no hecho para él y que no era seguro, bajo la lluvia rodeado de lo que parecían pandilleros sacados de una película mala americana o del Bronx. Pero nada importaba, estaba viviendo.

JiaShuai comenzó a reírse, divirtiendo el momento, y Taemsoo le acompañó de manera explosiva.

— No pienses —le gritó bajo el chaparrón—. Déjate llevar —añadió tendiéndole la mano y acercándole algo a él.

La piel de JiaShuai estaba fría y mojada, sus dedos se escurrían entre los de Taemsoo, pero nada importaba. Taemsoo sintió que nunca había sido más feliz.

# # #

A la mañana siguiente, JiaShuai apareció como todas las anteriores en el comedor cargando con su bandeja en las manos. Su enorme cuenco de arroz asomaba por encima del borde de plástico humeante; el chino sonrió con ternura al encontrarse con la mirada dulce de Taemsoo. Un escalofrío se deslizó un breve segundo por su espalda al recordar la sensación de la piel mojada de JiaShuai contra la suya. Le saludó con un gesto de la cabeza y continuó con lo que estaba haciendo.

— Somos los chicos y yo —pronunció con cuidado de no elevar mucho la voz mientras tomaba asiento.

Taemsoo asintió y le pasó la libreta. JiaShuai siguió con la vista las líneas del dibujo mientras daba el primer bocado a su desayuno. Al otro lado de la libreta, sin que el bailarín pudiese verle, Taemsoo sonreía plenamente disfrutando de la vista sin dejar de dar vueltas a su café.

— Para ser un dibujante sin alma —comenzó a decir JiaShuai todavía sin mirarle—  veo mucho sentimiento en tu trabajo.

Taemsoo esperó a que el otro apartase la vista de su libreta y la fijase en él para devolverle una mirada llena de seguridad.

— Eso es porque, esta vez sí que lo he dibujado con alma —le respondió.

— ¿Me cuentas sus historias? —le preguntó JiaShuai, dejando la libreta a un lado y apoyando el mentón sobre su mano.

— Este chico —comenzó a decir Taemsoo, señalando al más apartado del grupo—  tiene varios hermanos a los que cuidar, dedica mucho tiempo a ellos y apenas puede estudiar, de ahí los callos en los dedos y la imagen cansada en su rostro; pero a pesar de ello disfruta de su tiempo con los amigos. Este otro —prosiguió hablando del muchacho al cual JiaShuai había hablado con complicidad—  es alguien orgulloso y fuerte, una persona decidida que no teme a nada y a nadie.

JiaShuai se pasó la lengua por los labios y señaló a la última persona en el dibujo, él mismo.

— ¿Y este chico? —le preguntó—  ¿Cuál es su historia?

— Este chico —comenzó a decir Taemsoo, sin apartar la vista del dibujo—  es alguien que nunca tira la toalla por mucho que se compliquen las cosas; es alguien decidido e impulsivo, lleno de vida y de alma. Es una persona digna de admirar, que sufre como todo el mundo pero que lo oculta en una sonrisa y que, por encima de todo, ama bailar.

JiaShuai no apartó la vista de Taemsoo y éste se la devolvió fijándose en el brillo de sus pupilas. De nuevo el tiempo se detuvo. Siempre sucedía aquello cuando le miraba a los ojos, como si la luz que el bailarín desprendiese le teletransportase a un universo aparte solo para ellos. Desde que JiaShuai había aparecido en su vida todo había cambiado, sus motivaciones, sus sueños, su alma.

— ¿Cómo lo haces? —murmuró casi en un susurro y JiaShuai le sonrió con ternura pero no le contestó.

« ¿Cómo lo haces? »

Se preguntó para sí mismo.

« ¿Con qué permiso has entrado en mi vida? ¿Quién te ha dejado revolverlo todo, cambiar las normas y estructurar un nuevo yo? Dime quién lo ha hecho porque yo no recuerdo haberte abierto esta puerta. »

El sonido del teléfono móvil de Taemsoo hizo que su atención se centrase en el aparato, rompiendo el contacto visual con su compañero de mesa. Su madre volvía a llamarle; se disculpó y descolgó el aparato.

— Buenos días, madre —comenzó a decirle, hizo una breve pausa en la que ella seguramente le estaba diciendo algo e hizo girar sus ojos hacia el techo distraído—. Por supuesto, no he tenido ningún problema. Claro, ¿por qué lo dices? —de nuevo esa pausa, esta vez un poco más larga y tras ella un profundo suspiro por parte del dibujante—  Pero madre, ya sabes que el maestro Kim es un poco exagerado a veces, no deberías de creer todo lo que te dice… —la mujer volvió a hablar y Taemsoo sonrió de una manera agradable, iluminándosele el rostro—  Si tanto te empeñas, por lo menos me tomaré un tiempo para pensarlo —se despidió de ella y colgó.

JiaShuai le observa terminando su última ración del desayuno y alargó la sonrisa como única respuesta dejando que los palillos se posasen en sus labios mitad fuera, mitad dentro.

— Era mi madre —explicó el dibujante, aunque era obvio—. Uno de mis maestros insiste en que vaya a la salida al campo para motivarme pero no suelo ir a las excursiones, no me gusta mucho eso de ir por medios salvajes.

— ¿Medios salvajes? —rió JiaShuai—  Ni que nos fuésemos a la jungla.

Taemsoo tomó un sorbo de su café.

— ¿”Fuésemos”? ¿Acaso vas a ir tú?

— Por supuesto —añadió sin más importancia—  Es una excursión libre para toda la universidad, una especie de salida al medio natural para tomar contacto con nuestro yo más profundo —rió JiaShuai como si estuviese citando en broma algo que quizás le hubiese dicho alguno de sus maestros de baile.

— Hablas como el maestro Kim —se carcajeó Taemsoo—. Quizás me piense eso de ir.

— Como ya te dije muchas veces, eso es cosa tuya, pero... —hizo una pausa para beber y luego prosiguió—  ¿Por qué no te gusta?

Taemsoo meditó un segundo lo que iba a decir pero, casi sin dudarlo demasiado, comenzó a explicarse.

— No me llevo muy bien con la gente, como habrás notado. Los profesores me tienen en muy alta estima y mis compañeros… Bueno, ellos no aprecian mucho eso. Además, mis padres son dueños de una galería de arte muy importante y creen que estoy aquí por asuntos familiares más que por talento.

— ¿Y qué? —exclamó JiaShuai sin demostrar el más mínimo asombro o repelo por lo que el dibujante había dicho—. La gente dice muchas cosas, Taemsoo, pero ellos no viven dentro de ti. Mira, si todos dejásemos de hacer lo que nos gusta por evitar las habladurías de la gente, tendrían que convertirnos en estatuas. ¿Tú eres una estatua, Taemsoo? —le preguntó, levantándose de la silla y estirando su cuerpo.

— No —le contestó el otro algo confuso y sorprendido.

— Entonces si no eres una estatua, muévete y haz lo que quieres hacer. Si no lo haces, no digas que es por los demás, sino porque tú no quieres hacerlo. Tú vida es sólo tuya, así que hazte responsable de ella.

JiaShuai se despidió y salió de la sala. Taemsoo se quedó sentado frente a la mesa con su café helándose, sin apenas parpadear. Aquellas palabras habían sido como una bofetada contra la realidad. Su vida siempre había sido suya, entonces... ¿Por qué no hacía algo con ella?

Llamó a Suyeol nada más terminar las clases, tenía que hablar con él y quedaron en el lugar de siempre. Cuando Taemsoo llegó, Suyeol ya le estaba esperando dentro.

— ¿Qué tal? —le preguntó Suyeol cuando le vio entrar. Taemsoo le saludó con la mano y caminó hasta él—  ¿No vas a pedir nada? —añadió sin dejar de hablar mientras le veía tomar asiento.

— Tengo que hablar contigo —comenzó a decir Taemsoo, pero en realidad no sabía por dónde empezar—. Han pasado algunas cosas, cosas relacionadas con ese bailarín... — intentó explicarse.

— ¿Todavía sigues con esa tontería? —rió Suyeol mientras desviaba la mirada hacia unas chicas en la mesa de al lado.

— Existe —le respondió Taemsoo—. He hablado con él, ya varias veces. Me trata como a un amigo más, es...—dudó por un segundo—  es alguien increíblemente indescifrable. Cuando creo conocerle sale con otra cosa que no he podido prever. Me está ayudando con mis dibujos a... A dibujar personas.

Las palabras de Taemsoo se secaron en sus labios, consiguiendo toda la atención de Suyeol con aquella frase. Sacó su libreta de dibujos y se la pasó colocándola sobre la mesa. Su amigo la cogió y comenzó a ojear sus nuevos trabajos, sin decir palabra, totalmente concentrado.

— Son... —Suyeol dudó, buscando una palabra para describir lo que estaba viendo—  Son lo mejor que te he visto. Taemsoo, lo has logrado, has conseguido volver a disfrutar de tu arte —la enorme sonrisa de Suyeol se extendió por todo su rostro, pero su amigo no sonreía.

— Me ha dicho que vaya a la excursión, con él —Taemsoo continuaba sin mirarle a los ojos—. Sabes cómo soy Suyeol, sabes que esa no será una buena idea. Volverá a pasar, volveré a meter la pata y, entonces, se irá para siempre.

Suyeol le miró con ternura y alargó la mano acariciando dulcemente el cabello castaño de Taemsoo. Después de todo a ellos les unía una amistad demasiado fuerte, eran como hermanos. Taemsoo era una persona maravillosa, lleno de pequeños matices especiales que no podían encontrarse en otras personas, un completo estúpido obsesionado con la perfección y lleno de complejos, alguien que sin duda podría comerse el mundo si tan solo lo quisiese.

— ¿Por qué no ir? Él es agradable contigo, ¿no? No tienes por qué tener tanto miedo — le consoló con amabilidad.

Taemsoo elevó la vista, clavando sus ojos de cachorro abandonado en los de su amigo.

— JiaShuai es lo mejor que me ha pasado en la vida. Cuando él está a mi lado siento que puedo lograrlo todo. Me anima sin pedir nada a cambio. Hace que me moleste, que luche, que me valore...

— Te gusta —terminó la frase Suyeol por él.

La cara de Taemsoo se volvió roja como las manzanas que tanto le gustaban a su madre y Suyeol sonrió, había dado en el clavo. El más bajo lo negó con la cabeza, pero no con las palabras. Volvió a agacharse y cogió aire con fuerza. Suyeol desvió la mirada hacia un punto alejado en alguna parte de la calle que se extendía por la ventana a su lado.

— No tiene nada de malo —continuó hablando el más alto sin perder aquella sonrisa melancólica en sus labios—. El amor, Taemsoo, nos llega a todos y, cuando aparece, no hay forma humana de cerrarle la puerta.

Las palabras de Suyeol se volvieron tan reales como la imagen de las personas que caminaban ajenas a su duda mental en aquel momento, atravesando la calle.

¿Amaba a Zhang JiaShuai?

 

FIN DE LA PRIMERA PARTE

Notas finales:

Si os ha gustado agradecería comentarios para saber en que puedo mejorar y en que os ha encantado. Si queréis saber más sobre mis obras y mi trajecto como escritora agradecería vuestros "me gusta" en https://www.facebook.com/EvocativaAnne.

 

Muchas gracias por su tiempo y besitos unicornianos.


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