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Breve estío de florecimiento por Marbius

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3.- Ramio: Reproche. “No aprecio lo que has hecho”.

 

Por desgracia para Bill, la rutina de las siguientes dos semanas incluyó a Tom yendo a diario al parque de skate, a Bastian llevándola de vuelta a casa, y con ello, a más besos frente a la puerta de entrada que ella espió con un desasosiego tal, que su relación con Tom se empezó a resentir más de lo que ya estaba.

Para colmo, la tarde anterior Georg había aparecido en el garaje donde ensayaban con la muñeca vendada y una nota del doctor que explícitamente le prohibía tocar el bajo por al menos lo que le restaba del mes, si es que quería sanar del todo y sin complicaciones. Bill le gritó como nunca antes, y Georg se defendió igual, alegando que no era su culpa si vivían en un mundo donde los accidentes (por muy bobos que fueran) ocurrían. Bastante le dolía el ego por haberse esguinzado la muñeca por culpa de un jabón traicionero y la superficie resbalosa de su bañera, como para aparte soportar las recriminaciones de las que era víctima.

El saldo final de ese día acabó en números rojos, con Bill y Georg haciendo las paces por el bien de la banda (aunque con remanentes de rencor de por medio) y Tom comentando de regreso a casa que por ella estaba bien porque así tendría cero compromisos y más tiempo libre.

Según la traducción que Bill entendió de ese comentario: Tiempo que utilizaría para ocupar cada segundo de su día despierta al lado de Bastian, y el prospecto a futuro de que así fuera le hizo rechinar los dientes durante todo el camino a casa.

—Deja de fruncir el ceño y alégrate —le dijo Tom como si nada, manos en los bolsillos y vista al frente—, son vacaciones de verano y nos merecemos un descanso de todo, la banda incluida. De cualquier modo, no has escrito ninguna canción nueva, ¿qué sentido tiene entonces ensayar tanto? Me tienen fastidiada las mismas tonadas de siempre. Cambiemos eso un poco, eh.

Bill abrió la boca, lista para una réplica mordaz… que jamás llegó. En su lugar, arrugó más las cejas.

—Tú qué sabes. Ahora mismo estoy trabajando en una nueva canción que seguro será nuestro primer sencillo una vez que firmemos contrato con una disquera. Sólo necesito ultimar detalles y que la acompañes con tu guitarra para ver cómo marcha.

—Ok, es un trato —concedió Tom, por una vez sin su veta proclive a la pelea a flor de piel, y el resto del camino ella y Bill guardaron sus distancias.

Una vez en casa y más relajada, Bill consideró el proponerle a Tom pasar la tarde juntas. Por amor a la música y a su sueño de fama, quizá sacar su cuaderno de letras y la guitarra, y tantear un poco en busca de una nueva melodía, pero antes de que pudiera articular la primera sílaba, ya iba Tom escaleras abajo con la patineta colgando de un costado y las rastas rebotándole en la espalda por la prisa de sus pies.

—No me digas que vas a volver a salir.

—Ajá, todavía es temprano y no quiero quedarme encerrada en estas cuatro paredes asfixiantes. Necesito aire fresco para variar —dijo Tom, de frente al espejo que colgaba frente a la entrada y arreglándose el cabello en una coleta a la altura de la nuca.

—Pero… —Bill suspiró—. Había pensado que por una vez podrías quedarte en casa, y hacer algo juntas.

—¿Cómo qué?

—Cualquier cosa. Tú dilo y así será.

Tom terminó de retocarse frente al espejo y se encogió de hombros. —Nah, mejor paso. Lo que más me apetece ahora mismo es salir un rato. Bastian está enseñándome un giro nuevo y quiero practicarlo.

El labio inferior de Bill le sobresalió del rostro en un pequeño puchero, y Tom no fue ajena a ese hecho.

—Llama a Andreas si tanto te aburre pasar la tarde sola —sugirió—. Vean películas o algo.

—Estoy harta de ver películas. Ya las vi todas. Al menos tres veces.

Tom bufó. —¿Y ese es mi problema porque…? —Se giró a la puerta y la abrió—. Haz lo que quieras. Yo volveré más tarde. Dile a mamá que salí y que no sé a qué horas regreso, ¿sí?

Y sin esperar respuesta, salió dejando tras de sí el ruido de un portazo y a Bill dolida por su rechazo.

 

Bill no llamó a Andreas. En su lugar, pasó escasos diez minutos tendida de espaldas sobre su cama y golpeteando el colchón con un puño, impaciente. ¿Tan terrible era su compañía que por ello Tom prefería pasarse la tarde en el parque con el calor que hacía en lugar de con ella? Luego de darle mil vueltas al asunto, Bill concluyó que no, que no era posible. Es más, que era imposible, porque eran gemelas, y hasta hace poco, inseparables.

—Bueno, éramos inseparables… —Masculló Bill para sí. En pasado y por lo que se deducía, sin pronóstico de cambio a corto plazo.

Y no es que Bill fuera un ser egoísta y monstruoso que se negara a que Tom, su Tom, saliera de casa y se separara de su lado por más de medio segundo. No, para nada. Cada una era una extensión de la otra, cierto, pero independientes y sin ningún tejido vivo o imaginario que las uniera a la altura del esternón como para que el apelativo de gemelas siameses tuviera sentido. Pero… Estaba Bastian, y su simple existencia en el planeta tierra, ni hablar en Loitsche, le venía sentando mal desde que los vio besarse frente a la ventana.

Que el espectáculo se repitiera cada vez sin falta tarde tras tarde, no había hecho sino empeorar lo que Bill llegó a considerar (y a dar nombre) como sus episodios de mal humor incontrolables.

Rodando hasta quedar sobre su vientre en la cama, Bill aporreó el colchón con los puños cerrados y pataleó igual que había hecho a los tres años cuando en el supermercado su Oma se había negado a comprarle unos dulces. Era infantil, y le ardía en el ego como una raspadura el comportarse así, pero no podía controlarse. Aborrecía a Bastian por haberse aposentado en la vida de Tom, y por ende en la suya aunque formalmente no se habían siquiera presentado, al grado en que sentía un dolor físico cada vez que su nombre salía de los labios de Tom.

Incapaz de tolerar más de esa tortura autoinflingida, Bill saltó fuera de la cama, y con pisadas firmes se dirigió hacia la planta baja, al estudio de Gordon.

Sin molestarse en llamar a la puerta entreabierta, Bill se presentó frente a su padrastro y esperó a que éste terminara de tocar la melodía en la que trabajaba con su guitarra.

—¿Qué pasa? —Preguntó el adulto, no sin cierto grado de distracción. Bill no se lo tomó a mal; igual que ocurría con Tom, Gordon quedaba hipnotizado por su instrumento apenas caía en sus manos.

Aquella pregunta le sirvió a Bill como pauta para sentarse a su lado en el desgastado sofá en el que le gustaba componer sus propias canciones, y cruzarse firmemente de brazos para que no hubiera dudas acerca de su estado anímico actual.

—Es Tom.

—Ok. —Gordon no se inmutó. Bastante acostumbrado estaba ya a que cualquiera de sus dos hijastras se presentara en su estudio a cualquier hora del día o la noche, y proclamara quejas en contra de la otra. Suponía él, era parte del proceso de tener dos niñas problemáticas entre sí bajo el mismo techo que el suyo.

—Ella está… Uh… —Bill arrugó la nariz—. Tom salió y me dejó para que me aburriera sola.

—¿No habían ido con Georg y Gustav a ensayar?

—Sí, pero el idiota del hobbit se ha lastimado la muñeca y no va a tocar por lo que resta del mes. Los ensayos se han cancelado, y Tom hasta pareció alegrarse como si… como si fueran buenas noticias. ¡Y por supuesto que no lo son! Es una tragedia, o algo así…

—Mmm…

—El punto es que, ¿por qué?

—¿Por qué qué? —Inquirió Gordon sin perder el ritmo que mantenían sus dedos sobre las cuerdas de su guitarra. Años de práctica -con el instrumento y como padre- lo habían hecho un experto en el arte de manejarse con dos o más tareas sin perder la concentración.

—¿Por qué tenía que irse al parque sin mí?

—Pudiste haberle preguntado si podías ir con ella.

Bill encogió un hombro lentamente. —Ya, pero es que yo no quería ir al parque. Habría preferido si nos quedábamos en casa y trabajábamos en nuestra música en lugar de… eso.

Gordon suspiró. —Justo creí haberla oído en la entrada con la patineta. Más le vale no haber rayado el parqué o tu madre se enfurecerá.                                                                                                                                        

—Odio esa patineta —murmuró Bill, sin exagerar ni un ápice. De no ser porque estaba segura de que no se saldría con la suya sin recibir a cambio una cucharada de su propia medicina, haría ya tiempo que esa tabla ya habría acabado en la hoguera.

—Pero Tom no —señaló Gordon lo obvio—, y es importante que cada una tenga sus propios pasatiempos. Así como a ti te gusta ir al centro comercial y comprar todos esos accesorios macabros y delineador negro, Tom también está en su derecho de explorar otros intereses además de la banda. Es lo justo.

—Supongo… —Concedió Bill a regañadientes—. ¿Pero por qué tiene que salir todas las tardes? Ya casi nunca pasamos tiempo juntas, y siempre habla de esa maldita patineta como si se tratara de lo mejor en el mundo cuando no lo es.

—Tal vez porque ahora mismo lo sea para ella —dijo Gordon con sencillez.

Bill gruñó, porque a regañadientes, no le quedaba de otra que aceptar el razonamiento de Gordon como verdadero. Y la cuestión era, que en sí, el problema no era la patineta, sino el que Tom la utilizara de pretexto para verse (a escondidas, por omisión) en el parque con Bastian.

—Gordon… —Atrapó Bill la atención de su padrastro una vez más—, ¿qué dirían tú o mamá si…?

—¿Ajá?

—Uhhh… —Bill se mordió el labio inferior y bajó la vista hasta sus manos apoyadas en el regazo. ¿De verdad iba a delatar a Tom? «Bah, ella se lo buscó», se dijo con malicia, y siguiendo un impulso de destrucción, Bill reveló la verdad—. Si alguna de nosotras dos se estuviera viendo con un chico…

Los dedos se Gordon se resbalaron en las cuernas, y un rechinido discordante emanó de la guitarra. A la par, Gordon siseó cuando el dolor en la yema de su dedo índice se hizo presente. Un breve vistazo confirmó su temor: Se había cortado, y de la herida manaba una gota de sangre.

—Ok, ¿estamos hablando de un caso hipotético o real? —Preguntó con cuidado una vez que se limpió la sangre del dedo usando su lengua.

Bill ladeó la cabeza hacia el lado opuesto de Gordon, de pronto arrepintiéndose por haber abierto su bocota, pero de igual modo, volviéndolo a hacer.

—No preguntaría si se tratara de un chico imaginario, ¿sabes?

Gordon se rindió. No estaba preparado para esa clase de charla. Porque iba a necesitar de todo su cuidado y atención, depositó la guitarra en su regazo y se enfocó en Bill, quien para entonces parecía muy interesada en el diseño geométrico del empapelado de la pared.

—Es… un poco pronto, creo. No tuve mi primera novia sino hasta que cumplí catorce años, y tú y Tom apenas tienen doce.

—Cumpliremos trece en menos de dos meses —le recordó Bill, tal como venía haciendo a lo largo del último año cada vez que quería conseguir permisos o privilegios más acordes a su nuevo estatus de adolescente. Gracias a ello, Simone había accedido a permitirle perforarse la ceja, aunque le había costado lo suyo en ruegos y unas cuantas amenazas de igual hacerlo por ella misma si era necesario, aunque con ello se le infectara el agujero por hacerlo en condiciones poco higiénicas. Bajo el mismo argumento, Tom había conseguido su propio piercing, aunque en su caso particular, en el labio.

—Ya, todas unas mujeres maduras, ¿eh? Pero no sé… ¿De qué clase de chico estamos hablando? —Preguntó Gordon—. ¿Es alguien que yo conozca o haya visto de antes?

Bill hizo un sonido que se quedaba a medio camino entre el sí y el no, y del que esperaba ella no comprometerse.

—Vale —aceptó Gordon que de momento, aquel dato se iba a quedar oculto—. ¿Es un chico con tatuajes? ¿Ha tenido líos con la policía? ¿Consume drogas? Dios, pero si acaban de tener su primera menstruación hace un par de semanas y ahora esto… ¿Qué será lo siguiente? Porque no estoy listo para verlas llegar al altar.

Bill enrojeció y se cubrió el rostro con ambas manos. —¡Argh, Gordon! Lo estás llevando al extremo.

—Tsk —le reprendió el adulto—, si tú y Tom ya tienen la visita mensual de toda señorita, también es hora de que tengamos esa charla importante.

—¿Cuál charla? —Preguntó Bill, arrepintiéndose en el acto cuando una repentina realización se cernió sobre ella—. Ay no, no esa charla. Por favor no esa maldita charla —siseó entre dientes.

—En efecto —reafirmó Gordon su mayor temor—, porque tanto tu madre como yo odiaríamos que por una tontería como evitarnos un bochorno, a cambio fuéramos abuelos antes de cumplir los cuarenta. Y no estamos para semejante barbaridad. Nada de Opa Gordon u Oma Simone por lo menos en quince años.

—Ugh, ni pensarlo. ¡Eso jamás! —Replicó Bill, por ella, pero en gran medida por Tom, a quien defendería de Bastian y de cualquier otro chico que quisiera pretenderla con esas intenciones—. ¡Yuck! ¡Asco!

Poniéndose en pie, Bill hizo además de sacudirse de encima la sensación repulsiva que de pronto le había invadido como una especie de bandada de mosquitos revoloteando a su alrededor.

—Olvida siquiera que dije algo. Me retracto —dijo Bill, enfilando a la puerta que todavía permanecía abierta.

—¡Pero…! —Sin darle tiempo para replicar, Gordon se quedó con las palabras en la boca y la extraña sensación de que una nueva etapa en la vida familiar Kaulitz acababa de dar comienzo. Una que por desgracia, nadie de los implicados quería padecer.

El portazo que siguió a la salida intempestiva de Bill se sumó al segundo del día, pero no por ello el último.

 

Fiel a su nueva tradición, apenas Bill vio que el reloj estaba a punto de marcar las siete de la tarde, bajó corriendo las escaleras desde su habitación y ocupó el lugar que había llegado a considerar como suyo al lado del perchero de la entrada, a la espera de que Tom regresara con, ugh… Bastian.

Tom no tardó mucho en aparecer, apenas quince minutos después de que Bill aguardara su arribo, y bendita fuera su madre por haberle pedido llegar temprano ese día, porque para entonces Bill tenía calambres en ambas piernas por estar esperando en una posición por demás incómoda.

Desde atrás de la cortinilla de gasa, Bill movió un poco la tela para tener una vista privilegiada de lo que sabía, estaba a punto de ocurrir.

Para entonces, y con varios días de práctica a su espalda, Tom ya no se hacía la sorprendida cuando Bastian la arrinconaba contra la puerta de entrada y le acariciaba el cabello, o la mejilla, o el labio inferior usando el pulgar. Bill al contrario…

—Anda ya, a tu casa, malnacido —siseó entre dientes Bill. Desde su ángulo, el rostro de Tom quedaba por su mayor parte oculto, no así el de Bastian, quien sonreía pagado de sí mismo antes de inclinarse sobre Tom y besarla con la confianza de quien lo hace bien y seguido.

Ser espectadora silenciosa de tal suceso hizo a Bill sentir un dolor de estómago tal, que pronto se le extendió por el cuerpo. Las extremidades también le dolieron, y lo mismo los ojos al llenársele de lágrimas, pero quien más se resintió fue su corazón que con cada latido le pulsaba como una herida abierta.

Lo peor de todo, era que Tom había pasado de mantenerse totalmente pasiva a corresponder. Primero con pequeños besos de su parte, y después un brazo que se cernió sobre el cuello de Bastian y los unió en un abrazo largo que pegaba sus torsos.

—Vete de una vez, vete… —Musitó Bill, tan absorta en lo que Tom hacía con Bastian, que no se dio cuenta del par de pies que se habían colocado a su lado.

—Así que se trataba de esto —dijo Gordon de pronto, y Bill se cubrió la boca con una mano para no gritar.

—¡Shhh! —Lo amonestó, tirando de su camiseta para ver si con ello postergaba que éste tomara cartas en el asunto, pero sin éxito—. Ay no, Gordon, no… —Pidió, pero era tarde. Su padrastro ya había colocado su mano en la perilla y había hecho girar el mecanismo.

Abierta la puerta de par en par y sorprendidos in fraganti, ni Tom ni Bastian atinaron a reaccionar de otra manera que separándose de un brinco y poniendo expresiones culpables que iban a juego con lo que antes hacían sin pudor alguno.

—Bu-Buenas tardes, señor —dijo Bastian primero, con un aplomo que hasta Bill le concedió. Un punto a su favor por no haber puesto los pies en polvorosa.

—¿Y tu nombres es…? —Inquirió Gordon, parado tan alto cuan era y sacándole buenos veinte centímetros al adolescente.

—Bastian, señor. Uhm, Bastian Brauer, señor.

—Él sólo me acompañó a casa, Gordon —aclaró Tom, la barbilla en alto y desafío en su faz—, pero ya se iba. ¿Verdad que sí, Bastian? —Corroboró con el adolescente, y éste asintió.

—Sí. Se hace tarde. Debería marcharme cuanto antes.

—Alto ahí —dijo Gordon—. ¿Es tu novio?

Tom torció la boca. —No —respondió, al mismo tiempo que Bastian le pasó el brazo por los hombros y dijo ‘sí’ con seguridad.

Gordon alzó una ceja, divertido a pesar de que su intención era asustarlos un poco. —¿Entonces es un sí o un no? Y es mejor que me lo aclaren en este instante.

—Es mejor que te vayas, Bastian —ignoró Tom la pregunta y se sacudió al brazo del chico de encima—. Nos vemos después.

—¿Vendrás mañana al parque?

—Uh, no lo sé…

—O mejor aún, ¿por qué no vienes tú y cenas con nosotros mañana? —Propuso Gordon, sorprendiendo por igual a Tom y a Bastian, pero más a Bill, que desde atrás de Gordon, había contemplado la escena con dosis iguales de ansiedad y morbosa satisfacción—. A Simone y a mí nos gustaría conocerte un poco más si es que en verdad estás saliendo con Tom.

—No creo que sea buena idea, Bastian no tiene tiempo para estas tonterías y-… —se apresuró Tom a disculparlo, pero éste tomó una decisión por su propia cuenta.

—Me encantaría, señor. ¿A qué hora estaría bien?

Tom hizo una mueca, pero no volvió a intervenir cuando Gordon y Bastian quedaron de acuerdo en verse a eso de las ocho con la promesa de que a éste último lo llevarían después a su propia casa en automóvil. Para entonces, Tom ya se había cruzado de brazos y parecía tener la barbilla pegada al pecho con pegamento de tipo industrial.

—Ok, entonces nos vemos mañana a la hora acordada. Hasta entonces, Bastian —dijo Gordon, intercambiando con él un apretón de manos—. Tom, no te tardes mucho aquí afuera. Mantengan la despedida corta y con las manos por encima de la cintura, por favor.

Como única respuesta, su hijastra gruñó fuerte.

—Vamos, Bill —se llevó Gordon consigo a la menor de las gemelas, y juntos enfilaron dentro de casa después de cerrar la puerta principal—, no es para nada apropiado espiar a Tom.

—¡Pero…!

—Ella merece su privacidad —continuó Gordon—. Cuando llegue tu turno, entenderás de qué hablo.

—Lo dudo mucho —murmuró Bill, mirando hacia atrás con anhelo, pero Gordon la hizo seguir caminando—. Uhm, pensé que estabas ocupado en tu estudio.

—Lo estaba, pero entonces te vi bajar las escaleras con tanta prisa… Y luego bajé por un vaso de agua y ahí estabas asomándote por la cortinita como un vulgar mirón. No hizo falta ser un genio para sumar dos más dos.

—¡Hey!

—Honestamente, llegué a creer que hace rato hablabas de ti y de un noviecito secreto, pero que se tratara de Tom… Voy a admitir que no lo vi venir.

Bill siguió caminando al lado de Gordon, y lo acompañó a la cocina donde su padrastro sirvió un vaso de agua y otro para Bill, quien lo recibió con desgana y musitó un quedo ‘gracias’.

—Gordon…

—¿Sí?

—¿A qué te referías con eso de que no lo esperabas de Tom? ¿Por qué?

Su padrastro chasqueó la lengua y se apoyó contra el fregadero. Bebió dos sorbos de agua antes de articular la primera sílaba.

—Lo entenderás cuando seas mayor.

—Ach, Gordon… —Bill depositó su vaso sobre la mesa con un fuerte golpe que hizo salpicar líquido sobre el mantel—. ¿De qué se trata?

Su padrastro pareció considerarlo unos segundos, pero terminó sacudiendo la cabeza de lado a lado. —Olvídalo, eres muy joven para hablar de esos temas contigo. Vuelve en un par de años y entonces veremos.

Bill no aceptó esa respuesta, y por espacio de cinco minutos insistió para obtener siempre la misma negativa. Gordon no soltaba prenda, pero Bill no era conocida por ser una persona que se rindiera al primer, segundo o los que hicieran falta de intentos. De vuelta a la carga, Bill estaba a punto de ponerse en serio pesada cuando el tercer portazo del día se dejó escuchar desde la entrada delantera.

—Esa debe ser Tom despidiéndose de su novio —comentó Gordon sombrío, antes de un sorbo más de agua.

Bill no necesitó de más para abandonar su asiento y subir las escaleras corriendo detrás de su gemela, pero no fue tan rápida como ella, y antes de poderla alcanzar, ésta le cerró la puerta de su habitación en las narices.

Un cuarto portazo, pero de todos, el que más le afectó a Bill.

—Tomi…

—¡Ahora no! ¡Largo!

—Pero Tomi…

—¡No, Bill! ¡Déjame en paz!

En el piso de abajo y captando las voces airadas que se escuchaban en la planta alta, Gordon suspiró. Tener un par de hijastras gemelas ya era difícil, pero en plena adolescencia y con la revolución hormonal a toda marcha, ni hablar. Y pensar que todavía faltaba informar a Simone que a la noche siguiente tendrían una visita a la hora de la cena…

—No tengo edad para esto, estoy muy joven todavía —murmuró para sí, bebiendo lo último de su agua y cerrando los ojos.

Arriba el ruido aumentó de intensidad, pero Gordon las dejó ser. Si algo había aprendido a base de experiencias pasadas, era a no entrometerse donde no le llamaban. Razonó él, mientras no hubiera violencia física mayor a un tirón de cabello o lanzarse objetos de un peso superior a los dos kilogramos, Tom y Bill estaban en su derecho de pelear como cualquier par de hermanas.

Gemelas o no, se recordó Gordon, ellas también tenían sus desavenencias, y que el cielo lo protegiera, porque sus peleas eran épicas. Para prueba, los pies que sobre su cabeza hacían ruido al moverse de aquí a allá en la planta alta y los gritos plagados de frases hirientes que se lanzaban con asombrosa facilidad.

Gordon consultó su reloj e hizo una nota mental de darles diez minutos para sacar al vapor y después intervenir, antes de que pudieran hacerse o decirse algo de lo que pudieran arrepentirse después.

Y mientras tanto… A planear lo que le diría a Simone al respecto. En su papel de padre y esposo, de algún modo sacó energías para continuar.

Así era la vida en su no-tan-normal familia, y tenía que confesarlo… No la cambiaría por nada en el mundo.

 

Tarde, ya muy tarde en la noche, cuando su reloj digital ya marcaba después de medianoche, Bill salió del sueño ligero en el que se encontraba y regresó a la realidad. A su lado en la cama estaba Tom, y en sí, el hecho de que así fuera la sorprendió como nunca antes, puesto que horas antes se habían separado cada quien a su habitación en malos términos, y además, no era su costumbre ser ella quien visitara a Bill cuando ya las luces estaban apagadas, sino al revés.

—Yo… no quise decir lo de antes. No pienso que seas una traidora —murmuró Tom, sacando a flote el tema central de su discusión.

Bill se humedeció los labios con la lengua, y con voz ronco por el sueño, admitió su parte de culpa.

—Yo no le dije a Gordon de lo tuyo con… Bastian. Nada que te comprometiera, al menos.

—Te creo, pero la cuestión es que mañana vendrá a cenar y será incómodo, y no quería que así fuera, y en cambio ahora hasta mamá lo espera y… Ugh. Todo se ha vuelto un lío.

—Tomi… —Bill rodó para quedar de costado, con la cabeza apoyada en el brazo de su gemela—. Lo siento tanto…

—Nah, no es tu culpa, sino mía. Fui una idiota por pensar que nadie nos iba a ver besarnos si estábamos en la entrada de la casa como si nada. Definitivamente, no el mejor de los planes.

—Mmm.

—Bastian y yo…

—¿Sí?

—Él me pidió que fuéramos novios. Hace rato, me refiero, después de que Gordon nos pillara.

—¿No lo eran antes?

—No.

—¿Y qué le dijiste?

A duras penas por la falta de iluminación, Bill fue testigo del gesto nervioso con el que Tom se mordisqueó el labio inferior antes de responder.

—Que sí.

—Porque te gusta y eso…

—No, porque no me desagrada y punto. Bastian besa rico, creo. Y es amable, y me agrada. Nunca me presiona para llegar más lejos, y yo…

—¿Estás enamorada de él? —Preguntó Bill con voz chillona, tensa, porque cualquier contestación positiva la haría llorar sin control.

—No sé, es probable… Me gusta, pero así decir que estoy enamorado, nop, no lo creo. No aún al menos.

—Oh.

—Supongo que tendré que marcar este día en mi calendario como una fecha importante y celebrar nuestro aniversario… —Ajena a los sentimientos de Bill, Tom la abrazó contra sí y ahogó un bostezo contra su cabello—. Vamos a dormir… Mañana me espera un día de porquería y necesito fuerzas.

—Sí, duerme bien.

—Lo mismo digo.

Cerrando fuertes los ojos, Bill se forzó a no manifestar el miedo que le daba la posibilidad de que Tom, en un futuro, tuviera una respuesta diferente a la de esa ocasión.

Por el bien del vínculo especial que compartían, cruzó los dedos porque ese día no llegara.

 

Porque no quería pasar por eso sola, Bill le preguntó a Simone y a Gordon si a su vez podía invitar a Andreas a cenar, y estos aceptaron. Así que a la hora de ocupar sus asientos, Bill se sentó con Andreas a su mano derecha para apoyo moral, y Tom con Bastian a la izquierda.

Sin expectativas de qué esperar, la cena transcurrió sin momentos tensos y una gran cantidad de bromas e historias de la infancia de Bill y Tom, las suficientes como para que la propia Tom bajara la guardia y se abochornara hasta las orejas.

—… y es por eso que hasta los seis meses vistieron como niños —finalizó Simone su explicación de por qué sus hijas se habían visto obligadas a llevar ropa en tonos azules—. Luego de nueve meses de embarazo en los que habíamos creído que eran gemelos, creí que la enfermera se había equivocado cuando me informó que eran ‘mis hijas’ las que traía en brazos. Todo un shock.

—Eso explica el nombre —señaló Bastian entre bocados de puré de papa.

—Sí, Jörg insistió como toda nuestra familia en que eligiera otros nombres, pero ninguno me convenció. Y después fue él quien sugirió al menos feminizarlos un poco, así que aquí las tienes: Tomi y Billie. Ah, pero no te atrevas a llamarlas así porque puedes desencadenar su enojo. Sólo ellas entre sí tienen ese extraño privilegio, pero antes muertas que admitirlo.

—Argh, mamá —gruñó Tom sin desmentirla.

—Así que también debemos culpar a papá por estos nombrecitos que tenemos… —Retomó Bill el tema.

—¿Entonces usted no es su…? —Inquirió Bastian a Gordon, y éste denegó con la cabeza.

—Soy su padrastro desde hace cinco años, pero eso sí, dejo de ser Gordon y me convierto en ‘papi’ cuando una de ellas dos quiere un favor o salirse con la suya cuando ha hecho mal.

—¡Cierto! —Apuntó Andreas, y Bill le dio un codazo—. Ouch…

—En todo caso, Bastian —cambió Simone el hilo de la conversación—, según lo que me ha dicho Gordon, tú y Tom son novios, ¿es eso cierto?

Tom gruñó y se cubrió los ojos con una mano.

—Bueno —apuró Bastian el bocado—, oficialmente somos novios desde ayer, pero nos hemos estado viendo desde hace un mes al menos.

—Georg nos presentó hace unos meses —admitió Tom a regañadientes—, y nos volvimos a encontrar en el parque de skate así que…

—¿Y cuántos años tienes? —Prosiguió Simone con sus preguntas—. Te ves un poco mayor que Tom, no son del mismo curso, ¿o sí?

—Oh no, nuestras clases no coinciden en lo absoluto. Tengo quince, aunque pronto será mi cumpleaños.

Gordon tosió cuando un trozo de pollo se le atascó en la garganta. —¡¿Has dicho quince?!

—Uhm, sí —dijo Bastian, por una vez, perdiendo el aplomo que lo caracterizaba—. ¿Pasa algo con eso?

La mortificación de Tom llegó a niveles estratosféricos, y en un hilo de voz, confesó un pequeño detalle que había estado ocultando para los ahí presentes.

—Cuando nos conocimos le dije a Bastian que era un año menor que Georg… No quería que me trataran como una cría cuando me vieran patinar, así que mentí.

—Tom, eso que has hecho está muy mal —le reprochó Simone.

—¿Cuántos le dijiste que tenías? —Preguntó Andreas, divertido por el drama que se desarrollaba a su alrededor mientras él comía.

—Catorce…

Bill se soltó riendo. —¿Catorce? Genial, entonces yo también tengo catorce y en septiembre serán quince.

—Basta, Bill —le advirtió Gordon—. Tom, por favor dile la verdad a Bastian.

Tom apretó los labios en una delgada línea. De su boca salió un galimatías.

—Repite eso, Tom —le pidió Simone.

—Tengo doce, ¿contentos ya? Y qué más da, si en septiembre cumplo los trece.

Sin esperar respuesta, Tom lanzó la servilleta sobre su plato y se puso en pie con tanta fuerza que su silla se volcó. En dos zancadas, ya había salido el comedor, y al cabo de unos segundos ya se encontraba fuera de la casa, si es que el portazo con el que se cerró la puerta principal era un indicador de fiar.

Nervioso, Bastian depositó el tenedor con el que comía sobre su plato y tragó saliva de manera audible. —En verdad que no sabía nada de eso. Disculpen, ahora vuelvo.

A paso rápido, Bastian salió en busca de Tom, y Bill hizo amagos de seguirlos, pero Gordon la detuvo poniendo la mano sobre su brazo.

—Déjalos. Necesitan estar a solas.

—Pero-…

—Haz caso, Bill —secundo Simone las órdenes de Gordon—. Increíble… Esto no lo habría esperado de Tom.

—Y de mí sí, ¿o qué quieres insinuar? —Refunfuñó Bill.

Hundiéndose más en su silla, Andreas finalizó de comer y se quedó quieto sin apenas respirar.

—Lo que tu madre quiere decir… —Empezó Gordon, pero al quedarse con la mente en blanco, calló—. Pues ni idea. Que te lo explique ella, que seguro lo hace mejor que yo.

—Qué gran ayuda, Gordon —ironizó Simone—. No nos compliquemos tanto. Después de este episodio, es posible que no volvamos a ver a Bastian, así que por favor, ten sensibilidad, Bill. Tu hermana está pasando por una etapa de extremo estrés, así que sé empática.

—Bah —masculló ésta, pese a todo, luchando contra la sonrisa que se quería formar en sus labios.

Por una parte, detestaría saber que Tom la pasaría mal si a menos de veinticuatro horas perdía a su primer novio por una tontería tal como una mentira blanca acerca de su verdadera edad, pero por otro lado… Ya lo superaría, y si bien Bastian había demostrado no ser tan terrible como había temido en un inicio, tampoco era lo que ella esperaba como candidato para su gemela. Antes que juntos, prefería verlos separados, ¿para qué mentir al respecto?

—No te hagas ilusiones —le susurró Andreas para que ni Simone ni Gordon lo escucharan—. ¿Qué no viste como la miraba durante toda la cena?

—¿Y qué? —Protestó Bill, igual lo más bajo posible.

—Mmm, yo sólo digo que no cantes victoria antes de tiempo. Este Bastian no parece el típico paleto de pueblo a los que estamos acostumbrados aquí en Loitsche. Y Tom es Tom, no se habría fijado en él si no valiera la pena, ¿no lo crees?

—Bah —repitió Bill su desdén—, incluso si así ocurre, ni mamá o Gordon permitirán que ella esté de novia con un chico tan mayor. Ya lo escuchaste, ¡tiene casi dieciséis! Casi cuenta como pederastía.

—Tom casi trece, ¿y qué? Tus padres siempre las han apoyado en todo, son bastante permisivos si me permites señalar lo obvio. ¿Qué te hace pensar que esta vez va a ser diferente? Además, les ha caído bien.

—No me hagas clavarte el tenedor en el ojo, Andi —siseó Bill—. No digas tonterías, eso no va a pasar.

—Ajá, ya veremos quién ríe a lo último —fue la respuesta de Andreas.

—Está bien, al menos comeremos el postre que preparé —anunció Simone, y de la cocina trajo un pay de queso que había horneado para la ocasión. El favorito de Tom, y ese hecho no pasó desapercibido para nadie de los presentes.

—Debería avisarle… —Comentó Bill, nuevamente haciendo intentos de levantarse de la mesa, pero en esta ocasión la detuvo Simone.

—Quédate donde estás.

—Argh, mamá… —Rezongó Bill, pero sus protestas cayeron en saco roto.

Dos bocados del postre bastaron para llenarle el estómago que para entonces traía hecho nudos por la tensión de no saber qué ocurría con Tom en esos instantes. ¿La había alcanzado Bastian? Y si así era, ¿habían terminado o estaban haciendo las paces? Contra su voluntad, una imagen clara de ellos dos besándose apareció tras sus párpados, y Bill torció la boca hacia abajo.

—Esto es tan injusto.

—Bill, ya basta. Una palabra más y te castigaré por una semana sin televisión y salidas.

—¡¿Qué?! ¡Pero si yo no-…!

A media frase, la puerta principal se escuchó abrirse y luego cerrarse, y el eco de dos pares de pies confirmó el peor de los temores de Bill; Bastian no se había ido. Y lo que era la gota que derramaba el vaso, era que su brazo se ceñía en torno a la cintura de una Tom que traía el rostro arrebolado y los labios húmedos e hinchados, supuso Bill con náuseas, por haberse besado con Bastian durante los últimos diez minutos que juntos habían estado ausentes de supervisión adulta.

—El postre. Pay, tu favorito, Tom —dijo Simone cuando se hizo evidente que nadie de los presentes quería ser el primero en hablar.

—Gracias —musitó la mayor de sus hijas, regresando al lugar de antes, y Bastian la siguió.

Al sentarse a la mesa, él soltó el agarre que tenía en su cintura, pero sus manos permanecieron unidas, y así lo hicieron saber al dejarlas sobre la mesa.

—Uhm… —Carraspeó Tom para hacerse escuchar ante los presentes—. Nosotros…

—Seguimos juntos —prosiguió Bastian por ella cuando resultó obvio que Tom no podía continuar—. Espero mi edad no sea un impedimento para que así sea. Yo respeto a Tom, y de ser posible nos gustaría contar con su aprobación para seguir con nuestro noviazgo.

—Si lo ponen así… —Murmuró Gordon, complacido por la seriedad con la que el chico se comportaba.

—Por mí no hay ningún problema si Tom así lo desea —secundó Simone—. Aun así, me gustaría que después nos sentáramos los cuatro a establecer un par de reglas de lo que es y no apropiado dentro de una relación romántica.

«¡No, no, no!», chilló Bill mentalmente mientras contemplaba la escena que se desarrollaba frente a ella sin que pudiera hacer algo para detenerla. Dentro de ella, una desesperación hasta entonces desconocida estalló como bomba molotov y lo salpicó todo del más puro tono rojo.

—¿Ah sí? Pues qué bueno que van a implementar reglas porque… —Bill aspiró hondo, y se forzó a mantener la calma a pesar de los cinco pares de ojos que de pronto la miraban como si le hubiera crecido una segunda nariz—. ¡Yo también tengo un novio!

A la velocidad de un milisegundo, cada uno de los presentes expresó su sentir. Gordon abrió grandes los ojos, en contraste a Simone que frunció las cejas. A Andreas se le cayó el bocado de pay de queso que iba a medio camino hacia su boca. De todos, el que menos pareció tomarle importancia a semejante revelación fue Bastian, pues apenas movió un músculo facial; justo la antítesis de Tom, a quien se le crisparon todos los nervios del cuerpo en una fuerte descarga eléctrica.

—S-Sí, y es… —En pánico, Bill pronunció el único nombre que se le vino a la mente en tan corto tiempo, y con ello selló su suerte y la de esa persona en tres simples sílabas—. Es… Andreas.

El silencio total que siguió a su mentira duró escasos dos segundos, y después el aluvión de palabras cayó sobre ella y Andreas como una tromba.

«Oh Dios, mierda, mierda…», repitió frenética para sí, en shock por el lío en que acababa de meterlos a los dos; y ahora ¿qué iba a hacer?

 

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Notas finales:

Nas~
Nuevo drama en puerta ;D La bocota de Bill es grande, ¿eh? Pero esperen a lo que se avecina, porque como podrán suponer, Tom no va a encontrar tan divertida esa pequeña broma de Bill.
Dudas, quejas y/o sugerencias, ya saben dónde.
Besucos y graxie por leer~!


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