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Breve estío de florecimiento por Marbius

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4.- Ortigas: Crudeza. “No soporto tu maldad”

 

—Lo siento tanto…

Gruñido.

—En verdad que sí. Haré lo que me pidas para que me perdones.

Nuevo gruñido.

—Oh, vamos. No puedes estar enojado por siempre.

Tercer gruñido, esta vez acompañado de una mirada de muerte que lo resumía todo en tres palabras: No me retes. Porque sí que podía estar enojado en esta vida y en la siguiente por lo que acababa de ocurrir rato atrás.

—Andi… —Incapaz de seguir así a lo largo de la calle, Bill se detuvo, e hizo que Andreas parara su marcha furiosa a base de halarlo del brazo—. Te lo compensaré, lo juro. Haré tu tarea de sociales por un mes, te prepararé tu comida favorita cuando quieras, te haré masajes de pies si me lo pides, ¡hasta te depilaré las cejas!, pero por favor no me odies.

Andreas se llevó ambas manos a las sienes y su rostro se crispó. —¡No es tan fácil de perdonar! ¡El embrollo en el que me has metido sin decir agua va, entra en mi lista especial de problemas en los que no quiero tener una parte! Además, ¡¿qué tienen de malo mis cejas, eh?!

Billie se atrevió a sonreír un poco, nerviosa. —Están un poco rebeldes… nada que no pueda solucionar con las pinzas, si me dejas.

—Mmm… —Andreas se tomó su tiempo antes de ceder—. Vale, pero… —Alzó el dedo índice para que quedara casi sobre la punta de la nariz de Bill—. Te costará más que eso para que estemos bien de nueva cuenta. Porque has roto mi confianza, y esa no se gana de un día para otro.

—Lo que pidas —murmuró Bill, aliviada que a pesar de todo lo ocurrido, el enorme corazón bondadoso de Andreas había tenido cabida en su interior para no mandarla directo al infierno por su terrible falta.

Y vaya que no era una pequeña…

Luego de su abrupta confesión, Bill y Andreas habían tenido que soportar un interrogatorio largo en la cocina, y no había sido uno fácil con Gordon cruzado de brazos y exigiendo detalles relativos a su supuesta relación. Qué hacían, desde cuándo, dónde, y hasta un por qué, que Bill respondió con gran dificultad. A grandes rasgos, las mentiras habían salido de su boca como agua de una fuente, y en menos de diez minutos ya se había inventado una elaborada historia que los ponía a ella y a Andreas como novios por más de dos meses y enamorados como nunca. No contento con eso, Gordon había exigido saber por qué la necesidad de mantenerlo en secreto, a lo que Bill se había quedado con la mente en blanco y la boca cerrada. Hasta ella tenía su límite en cuestión de imaginación, y decir la verdad (que todo era ficticio hasta la última partícula, y que lo hacía como una retorcida venganza en contra de Tom) se convirtió en una posibilidad a la que no recurriría ni bajo amenaza o tortura corporal, por lo que en su lugar calló.

De ahí que la cena acabara en el silencio incómodo que se esperaba desde un principio, aunque no por las razones que se habían imaginado al inicio de la velada. Lo de Tom con Bastian quedó en segundo plano, y hasta cierto punto contribuyó a que Bill se encontrara con Andreas en el centro de una tormenta que no era suya desde un comienzo. Amén por la cagada que resultaba.

Al final, Gordon había cumplido su promesa de llevar a Bastian a su casa en automóvil, y Tom los había acompañado. En contraparte, Andreas se había marchado por su propio pie, y Bill se había salido sin permiso a acompañarlo para tratar de salvar lo que quedara de su vínculo casi de hermandad. De ahí que estuvieran a la mitad del camino y su amistad se viera peligrando en un punto de quiebre.

—Lo siento, Andi —repitió Bill en un murmullo—. Me dio pánico. Un segundo estaba bien y de pronto… ¡Boom! Mi boca fue más rápida que mi cerebro y en tres segundos ya estaba en un atolladero y te había arrastrado conmigo a mi locura.

—¿No lo es siempre? —Bromeó Andreas a medias, y se ganó un golpe en el brazo.

—Ja, ja, mira lo que me río —ironizó Bill.

De nuevo en marcha, aunque esta vez a paso lento, Bill y Andreas retomaron el camino hasta la casa de éste mientras ponderaban bien cuál iba a ser su plan de acción de ahí en adelante.

—Erm, sólo para dejarlo clarísimo como el agua, soy gay, ¿recuerdas? —Dijo Andreas mientras se jugueteaba el pelo de la base de la nuca—. Así que…

—No te preocupes. No te pediré que me beses frente a mamá o Gordon, yuck —le aseveró Bill, sacando la lengua para expresar su similar descontento—. Bastará con que vengas un par de tardes a pasar el rato conmigo, que nos tomemos de la mano y hablemos de nuestros sentimientos. O sea, lo mismo de siempre, pero esta vez poniendo ojos de borreguitos desollados a punto de morir por el otro, ¿va?

—Va, pero presiento que no será tan fácil. Es decir, ¿qué va a opinar Tom de todo esto? Apenas si la he visto desde que salimos de vacaciones, y ahora con este lío, dudo siquiera que crucemos saludos. Me va a aborrecer.

—Pues la ignoras y ya, que merecido se lo tiene.

—¿Ah sí? ¿Y por qué según tú? —La retó Andreas—. Tanto si quieres mi opinión como si no, aquí la tienes: Estás actuando como una loca celosa.

—¿Moi celosa? —Exageró Bill su reacción con la palma de la mano derecha abierta sobre el pecho y los labios formando un perfecto círculo—. No jodas, Andi.

—No, no jodas tú, Bill —le regresó Andreas la frase—. Eres transparente, y te conozco de toda la vida. Por supuesto que estás celosa, y la cuestión que te falta comprender es de quién.

Bill rodó los ojos y agradeció por la oscuridad de la noche para proteger su vulnerabilidad. Ok, tal vez sí estaba un poquitín celosa y Andreas tenía la razón, ¿y qué con eso? ¿En qué cambiaba su situación actual, excepto en agregar un valor desconocido más a una ecuación sin solución? Mejor no darle vueltas y pasar de ello, pero Andreas pensaba diferente y así se lo hizo saber.

—Puedes correr todo lo que quieras, pero al final todo este asunto te va a alcanzar y morder el trasero —sentenció su amigo con cierto cariz burlón—, y entonces me darás la razón.

—Andi…

—¿Qué?

—¿Podemos sólo…? No sé, ¿dejarlo ir por hoy? Estoy harta de todo este asunto, y todavía me espera en casa mamá para darme una de sus charlas de madre a hija de cómo todos los hombres, excepto Gordon, son unos cerdos, y que la verdad quisiera evitar. Es que… Mierda —gruñó por lo bajo—, me equivoqué a lo grande, ¿eh?

Andreas se encogió de hombros. —Ni idea. Faltaría saber qué querías lograr en primer lugar.

—Mmm.

Recorriendo la última calle en silencio, pronto Andreas se encontró frente a la cerca de madera blanca que coronaba su casa, y el momento de la despedida se hizo inevitable.

—Bueno… —Rió nervioso el chico—, no creo que esperes un beso, ¿o sí? Nadie está para ser testigo y así de nada serviría.

Bill ladeó la cabeza. —¿Y si…? —Carraspeó—. ¿Y si de cualquier modo lo haces y ya?

Andreas tragó saliva audiblemente. —Era una broma —susurró asustado—. Lo entiendes, ¿verdad? Soy gay, ¿recuerdas?

—Tom ya recibió su primer beso, y el décimo… Probablemente también el número un millón —musitó Bill bajando el mentón hasta casi apoyarlo en el pecho—, y sé que es la tontería más grande del mundo pero… odio cuando somos diferentes en situaciones como ésta.

—Ok, pero hay una diferencia enorme entre pedirme que sea tu novio ficticio a… eso. Porque no te ofendas, eres una chica linda y todo, pero de nuevo, soy gay.

—Andi…

—Gay, gay, gay —repitió éste cada vez un poco más alto, pero no tanto como para que un tercero se enterara—. Pídeme lo que quieras, hasta te llevaré a una típica cita un sábado por la noche, pero no eso.

—¿Por qué no? —Exigió Bill una explicación. Andreas reconoció en ella la terquedad que tanto la caracterizaba, y con ello llegó la revelación de que uno de los dos iba a ganar, y no iba a ser él—. ¿Tan repulsiva te resulto?

—¡¿Qué?! ¡Por supuesto que no! Somos amigos, mejores amigos, hasta hemos comido helado con la misma cuchara, ¿por qué dices eso tan horrible, joder? No me das asco, ya te lo dije.

—Es porque eres gay —musitó Bill monocorde, y Andreas asintió.

—Exacto.

Bill hesitó antes de hablar, y previa a la primera palabra, se humedeció los labios. —Yo… yo siempre creí que Tom y yo seríamos iguales en todo, que así debía ser porque somos gemelas y nuestro vínculo es tan… tan nuestro. En cambio ahora… Y no me refiero sólo al cabello o a la ropa, sino que nuestros gustos se han vuelto diferentes. Ella escucha una música que yo no soporto, y lo mismo dice de las canciones que me agradan a mí. Tom tiene nuevas amistades, y mamá dice que eso es sano, pero yo no lo creo así. Y en verdad odio que ahora ella ha besado a alguien y yo no.

—¿Por qué? —Preguntó Andreas, preocupado de lo que Bill le acababa de revelar—. ¿Por qué lo odias tanto? ¿Se trata de Tom o de Bastian?

—De los dos, supongo. No sé —estalló Bill—, ¡no lo sé!

—Ok —la sorprendió Andreas posando las manos sobre sus hombros—. Lo haré.

—¿Uh?

—Te voy a besar, así que cierra los ojos o algo. No me veas, y tampoco me critiques. Recuerda que también es mi primera vez.

Bill asintió una vez, y su labio inferior tembló en un pequeño tic nervioso.

Aspirando aire a profundidad, Andrea no midió la fuerza con la que unió sus bocas, y los dos se retiraron apenas rozar los labios a causa del golpe.

—¡Ough! —Gimoteó Bill, y Andreas se expresó en términos similares.

—No es porque lo seas, pero… ¡no mariconees, Andi! Bésame como un hombre —dijo Bill, sujetando a su amigo por las mejillas y volviendo a juntar sus bocas en un beso más calmado y provisto de delicadeza que el anterior.

Si Andreas opuso resistencia, ésta se desvaneció cuando al cabo de unos segundos sus párpados se cerraron por inercia. A escondidas del otro, cada uno pensó que el beso era agradable, nada fuera de este universo, pero decente, aunque húmedo… Y con el cuidado del cual su primer roce había carecido, se separaron hasta quedar a escasos centímetros el uno del otro.

—Wow…

—Sí, wow…

—Pero sigo siendo gay.

—Oh, uhm… —Bill se cubrió los ojos con una mano—. Creo… que yo también. O mejor dicho, estoy segura de que así es. Jo-der.

—¿En serio?

—Sí.

Andreas suspiró. —Eso… explica mucho.

Bill suspiró. —Y que lo digas.

Sus problemas no habían hecho sino enredarse en torno a su cuello un poco más.

 

No es que Bill esperara de Tom la repentina aceptación a su ficticio noviazgo con Andreas así como si nada y de buenas a primeras, pero de ahí a recibir la ley del hielo y un total rechazo a cualquier intento suyo por enmendarse… Decir que se sentía ofendida era poco.

Apenas regresar a casa después de haber acompañado a Andreas a la suya, Bill se encontró con que Tom había vuelto primero, y ya ocupaba el baño lavándose los dientes y lista para irse a la cama a una hora por lo demás razonable, pero que no era la habitual en ninguna de las dos.

Bill sólo alcanzó a musitar ‘Tomi’ antes de que ésta le cerrara la puerta en la cara, y de nada sirvió hacer plantón afuera del baño, porque en cuanto terminó con sus asuntos, Tom se dirigió como bólido hacia su habitación y cerró con pestillo, algo que en los doce años que tenían de vida jamás había hecho.

El rechazo tuvo un toque de humillación que hizo a Bill sentirse desnuda y expuesta. Por orgullo, permitió que Tom se saliera con la suya, y fue así como ella terminó acostada bocabajo en su cama y forzándose a no llorar.

Esa noche, y las que le siguieron a lo largo de la semana, se contaron entre las peores de su vida.

 

—Así que, Bill… —Inició conversación Simone con su hija menor días después mientras ésta le ayudaba a lavar los platos del desayuno—, ¿qué tal va todo con Tom? ¿Ya hicieron las paces?

—Uhhh… —Bill hesitó antes de responder. Fingiendo gran interés en tallar con el estropajo una pegajosa mancha de huevo, optó por el camino fácil—. Algo así.

Simone no se rindió. —¿Te importaría explicar un poco eso? Y quiero la verdad, no la versión censurada.

—Nosotras… no hemos peleado —dijo Bill, lo cual era cierto. Salvo que Tom la eludía como la peste negra, el resto marchaba sobre ruedas.

—Cierto, pero tampoco las he visto en la misma habitación por más de tres segundos. ¿Se trata de Andreas? ¿Él y Tom también quedaron en malos términos?

—¿Qué con Andreas? —Saltó Bill a la defensiva. Porque sabía que estaban a punto de tener una de esas irritantes charlas de madre e hija en donde se suponía que iban a abrir su corazón a la otra, Bill cerró la llave del agua y depositó la esponja en su sitio—. Si Tom puede tener novio, entonces yo también.

—Sabes bien que no se trata de eso.

—¡¿Entonces de qué?! Porque es injusto —bufó Bill, corta de paciencia—. Es ella la que no habla conmigo, así que por favor ve y dale este sermón a ella, que lo necesita más que yo.

—Ya la tuve —dijo Simone sin más—. Tom ya sabe cuáles son las reglas en esta casa y lo que se espera de ella ahora que tiene novio formal, y ahora es tu turno.

—¡Ma-má! —Gimoteó Bill, a punto de cubrirse la cara con las manos mojadas—. Por favor, no.

—Sí, claro que sí. Anda, ven y siéntate conmigo —le indicó Simone una de las sillas del pequeño comedor que tenían en la cocina, y Bill se dejó caer en el asiento con desgana—. No te voy a regañar. Tampoco quiero darte una monserga interminable como hizo tu abuela conmigo porque es claro que no le funcionó a ninguna de las dos… —Aludió Simone al hecho de que ella y Jörg habían sido padres con apenas veinte años recién cumplidos—. Pero tampoco me apetece dejar este asunto ir sin más porque entonces me sentiré como la peor madre en el mundo. Si igual tenemos que hacerlo, mejor antes que después, ¿correcto?

—Si se trata de sexo —barbotó Bill lo más rápido posible y con los ojos clavados en su regazo—, te juro que no ha ocurrido ni va a ocurrir entre Andreas y yo. Nosotros… no estamos preparados —endulzó a su modo la verdad. Mejor eso que admitir su estatus de posible (muy, muy probable que sí) lesbiana y sacar en el proceso a Andreas de su propio clóset—. Es más, creo que no daré ese enorme salto hasta cumplir los treinta años, así que puedes estar tranquila hasta el día de mi boda, que será por allá en el año en que Tom se corte sus rastas y use un vestido con encajes, o sea nunca.

Simone suspiró. —Cariño, no se trata de eso. Y créeme, no es la clase de conversación que esperaba tener contigo tratándose de Andreas, pero más vale ahora que nunca.

—¿Por qué tratándose de Andreas? —Preguntó Bill de lo más suspicaz—. ¿Sería diferente si fuera alguien más?

—Mmm, cómo decirlo… No es que quiera acusarlo de nada, pero ¿no has notado en Andreas unas ciertas vibras de que tal vez las chicas no sean lo suyo?

Bill fingió desconcierto. Bajo la nueva luz de que Andreas era en efecto gay, por supuesto que sí, pero no era momento de compartir con su madre semejante noticia justo cuando había anunciado su noviazgo con él con bomba y platillo. En su lugar, optó por defenderlo a capa y espada, si acaso por su propio beneficio.

—¡¿Qué?! Ay, mamá…

—Sólo digo. Es que a veces él tiene esos gestos tan extraños con las manos y-… También es expresivo de más. ¿Recuerdas cuando el invierno pasado usó ese abrigo del departamento de mujeres? Ese con los botones dorados y tan llamativo.

—Lo haces sonar como gay.

—Precisamente…

—Oh. —«Quizá yo era la única que no se había dado cuenta hasta ahora», pensó Bill, atando cabos de cómo el comportamiento de su mejor amigo había sido tan obvio. Pero incluso así, era su deber defender su supuesta heterosexualidad si es que iban a seguir con la pantomima de ser novio y novia como cualquier otra pareja—. ¿Y qué con eso? No es una señal de que por fuerza sea gay. Afeminado un poco, sí, pero es porque pasa la mayor parte de su tiempo libre conmigo y no tiene amigos hombres con los que hacer esas cosas como escupir y pasarse balones, pero no es prueba de nada. Si lo fuera, ya me lo habría dicho. Así que no, gay no.

—Puede que tengas razón —concedió Simone—, no es la primera vez en estos días que me equivoco al respecto con mis predicciones...

Bill frunció las cejas. De nuevo un comentario que dejaba mucho en el aire y que antes que pudiera cuestionar de qué se trataba, su madre ya había derivado la charla a otros derroteros—. Aclarado ese punto…

Por espacio de quince minutos, Bill soportó de lo más estoica la tan temida y capitalizada ‘Plática de Madre a Hija’ de la que tanto había aprendido en la televisión y que resultó ser un tanto diferente a lo esperado. En lugar del típico ‘no sexo la casa de los padres’ y ‘tu toque de queda es antes de las diez’, Simone les pidió mantener lo suyo a niveles decentes mientras se encontraban bajo su techo. Es decir, nada de besos de lengua frente a ella o Gordon, y tocamientos por debajo de la cintura prohibidos. Además incluyó una nueva regla en la que podían estar en su habitación pero con la puerta abierta en todo momento. Y en cuanto al tema del sexo, para mortificación de Bill, Simone le pidió primero hablar con ella antes de tomar semejante decisión. En sus palabras “sea conmigo o con Gordon con quien te sientas más en confianza, nos informas primero y no habrá regaños de ningún tipo… nos encargaremos de que estén protegidos, porque Dios sabe que no tenemos edad para ser abuelos”, dicho con total resignación. Por el resto, no se realizó ningún cambio. Bill y Andreas podían ir y venir a su antojo, siempre y cuando avisaran dónde estarían y una hora tentativa de regreso.

—Y recuerda —cerró Simone con broche de oro su monólogo—, de ser necesario… Gordon todavía tiene su bat de béisbol a la mano.

—Ugh, mamá… —Hizo Bill una mueca—. ¿También le dijiste eso a Bastian?

—Bueno, ese fue Gordon y a él le salió mejor la amenaza. El pobre chico hasta palideció.

—Con Andreas no será necesario, ¿ok? —Le aseveró Bill—. Nuestra… relación es de lo más equilibrada, con respeto y esas cosas. Gordon puede ir guardando su bat. —«O mejor no», pensó Bill con cierta malicia, imaginando a su padrastro detrás del rastro de Bastian—. ¿Es todo?

—Es todo —finalizó Simone—. Ahora ve y disfruta de tu primer amor, ¡pero con moderación! Recuerda que soy muy joven para ser abuela.

Bill se forzó a no poner los ojos en blanco ante lo irrisorio de la idea; no quería echar a perder su actuación tan burdamente.

Enfilando escaleras arriba a su cuarto, Bill dio por finalizada esa parte de su plan. Un punto menos en su lista de pendientes, y seguía enterrar el hacha de la guerra con Tom. Ya que el abordaje sutil no había dado resultados, era hora de sacar sus mejores armas.

Resoluta a que de ese día no pasaban sin reconciliarse, Bill se sentó sobre la cama de Tom y fijó su vista en el reloj digital que ésta tenía sobre el buró. Apenas eran pasadas de las diez, y Tom seguramente no volvería hasta muy en la tarde, pero daba igual.

Bill no se iba a mover de ahí; costara lo que costara, Tom tendría que hablar con ella.

 

Tras acampar toda la tarde en la habitación de Tom, Bill terminó por quedarse dormida en la cama de ésta, y así fue como Tom la encontró cuando regresó a casa, ya pasadas de las ocho. Cubierta de sudor y polvo tras varias caídas queriendo perfeccionar un nuevo truco con la patineta, Tom no se molestó en tomar un baño antes, sino que directo se plantó al lado de la figura dormida de su gemela y la sacudió bruscamente por el hombro hasta hacerla notar su presencia.

—Hey, despierta. Largo de mi cuarto.

—T-Tomi… —Balbuceó Bill con modorra. En la habitación no se veían sino sombras alargadas, y un levísimo tono naranja quemado que anunciaba los últimos minutos del atardecer. Bill no recordaba haberse quedado dormida, pero por la pastosidad en su boca, supuso que de eso hacía ya un par de horas.

—¡Fuera de aquí! —Tiró Tom de ella con más brusquedad que antes—. Vete a tu habitación de una vez por todas.

—No —le plantó cara Bill—, no me iré hasta que no hagamos las paces.

Tom bufó. —No es una pregunta. He dicho, ¡largo de aquí!

Bill denegó con la cabeza, y presa de la desesperación por verse rechazada con tal aspereza, se incorporó a medias hasta que sus brazos rodearon a Tom por la cintura. Su gemela olía a césped recién cortado, sudor y un cierto deje a desodorante de hombre (que ella supuso era el de Bastian), y no la dejó ir a pesar de que Tom lanzó contra ella golpes con el puño cerrado.

Bill lloró cuando un puñetazo le dio directo en una costilla, pero ni así osó soltar a Tom. Antes prefería cortarse un dedo que dejarla ir.

—No me lastimes —suplicó cuando sobre su espalda llovieron más golpes—. ¡Tomi, por favor!

Su gemela se detuvo con los puños en alto y la respiración agitada. De poderla ver, Bill la habría encontrado irreconocible con las mejillas húmedas de sus propias lágrimas y el rostro rojo por la rabia.

—¡¿Por qué?! —Exigió Tom saber—. ¡¿Por qué, maldita sea, Bill?!

—Lo siento, lo siento —repitió con ella la retahíla de disculpas que días antes le había dado a Andreas. En su nueva vida como mentirosa, ese patrón parecía proclive a repetirse. Con exactitud, no descifraba cuál era en concreto el problema que Tom tenía con ella, pero daba igual, porque Bill haría lo que fuera necesario para enmendarse, incluso implorar de rodillas si Tom así se lo exigía como ofrenda de paz.

—¡Lo siento no basta! —Retrocedió Tom con el peso de Bill colgando de su cintura. El movimiento resultó ser torpe y por poco cayeron al suelo; incluso así, Bill se mantuvo tenaz en su propósito de no dejarla ir a cualquier precio. —¡Es que-…! ¡Andreas era nuestro mejor amigo! ¿No pensaste al menos en eso?

—Andreas es nuestro mejor amigo —replicó Bill, enfatizando lo que ella creyó que era el punto crucial.

Tom por su parte, le demostró cuán equivocada estaba. —No, era nuestro mejor amigo, ahora es tu maldito novio y todo se ha echado a perder entre los tres.

—¿Por qué? —Exigió Bill saber, apretando más los brazos en torno a Tom.

—Por qué —ironizó Tom como si la pregunta fuera de lo más estúpida para una respuesta por demás obvia—. ¿Es que acaso te estrangulaste con el cordón umbilical al nacer y naciste idiota? ¿Todo te lo tengo que explicar con manzanitas y naranjas?

Bill tragó a pesar del nudo que le cerraba la garganta. —No me llames idiota… —Balbuceó con el rostro pegado al estómago de Tom.

—Pues lo eres, que lo sepas. Y lo has arruinado todo. Ahora no podré ver a Andreas a la cara sin sentir extraño, y cuando ustedes dos terminen se habrán ido por el caño todos estos años de amistad.

—No es cierto.

—Sí lo es —replicó Tom mordaz—. Nada volverá a ser igual y será tu culpa y la de nadie más. Siempre vas y lo arruinas todo para mí, Bill. ¡Todo!

—¡Jódete, Tom! —Soltó Bill a su gemela y la empujó con fuerza. El enojo que de pronto corría por sus venas al sentirse agraviada le dio la energía necesaria para lanzar a Tom contra la pared—. Si tanto piensas eso, pues continúa. Para lo que me importa. No tengo que demostrarte nada a ti ni a nadie.

Tom la miró con ojos grandes y asustados. Usualmente era de ellas dos Bill la que mantenía la compostura hasta el final; sin necesidad de expresarlo en forma verbal, Tom entendió que se había pasado de la raya.

—Billie…

—Y una mierda, Tom. No me llames así —resopló Bill, limpiándose con rabia las lágrimas que todavía tenía en las mejillas—. Y tienes toda la maldita razón del mundo: Soy una idiota. Una completa y total idiota por venir aquí a hacer las paces contigo cuando la del problema eres tú. ¿No te gusta que Andreas sea mi novio? Pues bienvenida al club, ¡porque yo odio que estés con Bastian!  

—No es lo mismo… —Murmuró Tom, desviando la mirada en otra dirección—. Si terminamos no habrá consecuencias, será un adiós y ya. En cambio tú y Andreas…

—No tienes idea de nada —dijo Bill con voz monocorde—, pero tampoco le voy a explicar porque tu dura cabezota de concreto no te permitiría entender.

—¡Muy bien entonces, porque no quiero saber nada de ese asunto! —Cruzándose de brazos, Tom apretó la mandíbula—. Haz lo que quieras; tú y Andreas hagan lo que quieran. No me interesa. Pero cuando se arrepientan, no quiero que vengan llorando conmigo.

Las aletas de la nariz de Bill se contrajeron. Alzando la barbilla, Bill le dedicó una expresión de desdén. —Así será, no te preocupes.

Sin darle tiempo a Tom de reaccionar, abandonó la habitación, y ésta permaneció pasmada, incrédula de lo rápido que había escalada su castillo de naipes y la facilidad con la que se había desmoronado.

Sin ser consciente de sus acciones, Tom golpeó la pared con un puño cerrado, y de sus labios emanó una única palabra: “Bill”.

Ahora era su turno de hacer una jugada.

 

Bocabajo y con el rostro hundido entre dos almohadas, Bill se llevó una agridulce sorpresa cuando antes de la marca de los quince minutos, Tom apareció en su habitación, y contrita, expresó en tres sílabas lo que desde un inicio habría servido para terminar la guerra entre las dos antes de que escalara a esos niveles.

—Lo siento…

Bill inhaló hasta el límite de sus pulmones, aire tibio de su propia respiración, y salvo ese pequeño gesto, no dio muestras de reconocimiento. Si Tom quería enmendarse, tendría que esforzarse un poco más.

—Sé que actué como una lunática, ¿vale? —El colchón se hundió a su costado, y Bill adivinó que Tom se había sentado—. Y no debí golpearte o decir esas cosas… Porque no eres ninguna idiota. Somos gemelas. No similares en apariencia, pero idénticas en el resto, y si yo no soy una idiota, tampoco tú.

—Mmm.

—Bueno, tal vez yo sí lo soy un poco, pero es que…

—¿Sí? —Se atrevió Bill a girar la cabeza de tal manera que bajo su flequillo se veían sus ojos y la punta de la nariz roja de tanto llorar—. Prosigue.

—No me gusta para nada que salgas con Andreas —dijo Tom con fastidio, como si para ella ese asunto estuviera por demás zanjado y sólo estuvieran dándole vueltas innecesarias—. Ya está, lo he dicho.

—Es tu opinión —apuntó Bill—, y no por ello estás en lo correcto.

—Pero-…

—Y además —prosiguió Bill un par de octavas más alto para hacerse escuchar—, a mí no me gusta que seas novia de Bastian, pero toca joderse, ¿eh? —Sentenció con tal amargura, que Tom terminó por compartir con ella el regusto.

—No es lo mismo.

—¿Ah sí? —La retó Bill a demostrarlo. Incorporándose sobre uno de sus codos, Bill arqueó una ceja y exigió una respuesta—. ¿Y según tú por qué es eso? Porque desde mi perspectiva, es el mismo caso.

—Hay una muy buena lista de razones… —Murmuró Tom, vencida por la tenacidad que Bill estaba demostrando, y desviando la mirada hacia su regazo.

—Pues quiero escuchar esas razones que mencionas, Tom. Porque honestamente…

—Eres mi hermana pequeña —barbotó Tom al interrumpirla—. Y no tienes que recordarme que se trata de sólo diez estúpidos minutos, porque da igual; para mí se sienten como diez años. Así fuera un segundo, seguirías siendo mi hermanita… y yo quiero protegerte. Siempre. De quien sea. Incluso de Andreas, por muy mejor amigo que sea de las dos. Yo siento que no te merece.

Conmovida hasta el tuétano por la repentina muestra de afecto, a Bill le tembló el labio inferior, pero se reprimió puesto que no valía como razonamiento para una semana completa de indiferencia. Tom tendría que esmerarse un poco más.

—¿Y te das cuenta al menos de lo hipócrita que suenas? Me quieres proteger de Andreas, la única persona en el mundo aparte de ti, mamá o Gordon, que sería incapaz de lastimarme. Y en el proceso me haces sentir como una mierdecilla que ensucia tu zapato.

—¡Ya dije que lo sentía!

—Me golpeaste… —Dijo Bill en un susurro, y sus palabras tuvieron el mismo efecto en Tom que si ésta la hubiera abofeteado. Una expresión de aflicción empañó el rostro de Tom—. Yo también quiero lo mejor para ti, y sería capaz de las peores venganzas si Bastian se atreviera a tocarte un pelo sin tu consentimiento, pero…

—No es lo mismo.

—¿Porque Bastian no es nuestro amigo de la infancia? No, en eso tienes razón. Él es prácticamente un desconocido, pero ¿y qué?

—¿Cómo que ‘y qué’? —Chilló Tom, inclinando el torso al frente y reduciendo la distancia entre las dos—. ¿Realmente eres tan…?

—¿Tan qué, Tom? Porque si me vuelves a llamar idiota, juro que te romperé la nariz.

Tom bufó. Con una agilidad propia de ella, sujetó a Bill por las muñecas y la hizo rodar sobre el colchón hasta tenerla a su merced. Bill pataleó pero de nada le sirvió con Tom sentada sobre su estómago e inmovilizándola de cintura para arriba.

—Si no me sueltas, voy a gritar, y mamá vendrá y haré que te castiguen, Tom. Lo juro —siseó Bill, harta de ser siempre ella la que perdía las peleas una vez que pasaban a la parte física. Tom podía ser su gemela, y a simple vista ser iguales anatómicamente, pero al final del día era Tom y no ella quien vencía cuando pasaban a la fuerza bruta.

—No, escúchame de una vez por todas —apretó Tom el agarre de sus dedos, y Bill lloriqueó cuando la presión en torno a sus muñecas se volvió insoportable—. ¿No puedes al menos ponerte por un minuto en mis zapatos? ¿Entender esto desde mi perspectiva?

—Tú no lo haces desde la mía, no sé por qué debería de hacer por ti lo que no haces por mí —masculló Bill, ladeando la cabeza porque la cercanía con Tom se estaba volviendo abrumadora—. Sólo repites lo mismo como un perico. Que si Andreas es nuestro amigo, que lo voy a arruinar todo, pero ni por un segundo se te ha ocurrido en esa triste neurona solitaria que te queda que quizá…

—¿Quizá qué?

—Que quizá Andi y yo estamos destinados a ser… —Mintió Bill con una terrible opresión en el pecho. Los ojos se le humedecieron de nueva cuenta, y aunque su cerebro le pedía callarse de una vez por todas, su boca siguió por impulso—. Haciendo a un lado todo, ¿por qué tú puedes ser novia de Bastian y yo no de Andreas, uh? ¿Por qué?

—Porque… —Tom se humedeció los labios y el agarre de sus manos en torno a Bill se volvió laxo.

—¿Ves? Tus argumentos no tienen convicción. Cualesquiera que sean tus razones por las cuales no quieres que Andi y yo estemos juntos, no se trata de que seamos amigos de la infancia o que nuestro lazo pueda cambiar. E incluso si es así… es mi decisión, nuestra decisión, de Andreas y mía, y no te incumbe, Tom.

Inesperada, así definió Bill la lágrima que le cayó en el cuello y que pertenecía a Tom, y bajo la misma categoría entró la pregunta que su gemela le formuló al cabo de un rato de silencio.

—¿Estás enamorada de él? Es decir, ¿le quieres?

Bill suspiró. A pesar de lo mucho que deseaba cobrárselo a Tom, pudo más su conexión como gemelas que una venganza de lo más infantil.

—Le… le quiero, por supuesto. Es mi mejor amigo.

—Ya, pero ¿le amas? ¿Cómo mamá a Gordon?

—¿Amas tú a Bastian?

Tom desdeñó la posibilidad con un sonido gutural. —Por supuesto que no. Apenas empezamos a salir juntos, es demasiado pronto para decir siquiera que me gusta, ni hablar de eso otro.

—Pues… Ahí tienes mi respuesta —murmuró Bill, todavía con el rostro volteado para dar el perfil. Agotada después de una semana completa en malos términos con Tom, darle cierre a su pelea la dejó en la periferia de su resistencia.

Tom pareció quedarse satisfecha con esa respuesta, y en un estado similar al de Bill, se recostó sobre su cuerpo hundiendo la nariz en el área de su cuello, justo donde se le juntaba el cabello.

—No estoy diciendo que lo apruebe ni nada de eso, pero… está bien si tú y Andreas… uhm… —Tom se movió y al hacerlo sus labios rozaron la piel de Bill justo debajo del lóbulo; un escalofrío las recorrió a ambas como si empezara en la punta del pie de una y acabara en la yema de los dedos de la otra—. Sólo no se besen y hagan cosas de adultos, ugh…

—Demasiado tarde —dijo Bill, riéndose después ante la expresión horrorizada de Tom—. Ya nos besamos.

—Mierda, yo pensé que te referías a… eso otro.

—¿Después de tener la charla con mamá? Nah. Ni loca.

—Menos mal —gruñó Tom, enviando bocanadas de aire tibio contra el cuello de Bill y haciéndola temblar en el proceso—, porque si no tendría que enterrar un cadáver en el jardín de atrás y no creo que a Gordon o a mamá le pareciera apropiado, por la peste y eso.

—¿El suyo o el mío?

—No lo sé. No me apetece pensarlo, mmm… —Rodeando a Bill con sus brazos, Tom las maniobró hasta quedar de lado a lado y abrazadas.

—Estuvo bien.

—¿Uh?

—El beso, quiero decir —sacó Bill otra vez a colación el tema—. Andreas fue mi primer beso y yo el suyo.

—Ah.

—¿Bastian fue el tuyo?

—Sí, algo así… —Murmuró Tom sin ahondar—. Obvio que yo no el suyo, pero no me importa. No es como si… nah, olvídalo.

—Ahora me dices —exigió Bill saber, pellizcando a Tom en el costado hasta que ésta cedió.

—Ok, ok —se explicó Tom—. Lo que dice decir es que… en realidad no me importa. Soy la tercera novia que Bastian ha tenido, más otras dos chicas con las que salió pero nunca lo formalizaron. Igual podría ser la número veinte, y seguiría sin importarme.

—¿Es porque no lo quieres?

—Es porque… Exacto. Es divertido, nos la pasamos bien, y besa rico, pero… No sé, ¿qué ocurre con esas mariposas que supuestamente me aletearían en el estómago al estar con él? ¿Dónde se encuentran, hibernando en las costas de África o qué?

«Es porque no se trata del indicado», pensó Bill con satisfacción, acurrucándose contra su gemela hasta que sus cuerpos se amoldaron al de la otra.

—Sé bien a qué te refieres. Me pasa lo mismo con Andreas. O sea, me gusta pero de momento es eso, y está bien, ¿sabes?

—¿Sí? Qué bueno —dijo Tom, acompañando sus palabras de un bostezo largo—. Así que es una posibilidad que no estemos destinadas, ni yo a Bastian ni tú a Andreas. Quizá… porque ya lo estamos la una con la otra y un tercero, o cuarto, saldrían sobrando entre las dos.

Bill sonrió. —Me gusta tu idea, y de haber sabido que eso bastaba para tranquilizarte, te lo habría dicho desde aquella cena.

—Unf… Ni me la recuerdes. Todavía tengo pesadillas.

—Andreas es quien tiene pesadillas y te involucran, así que tranquilízalo, haz algo. No dejes que todo se ponga raro entre nosotros tres. Hagan las paces.

Tom abrió la boca dispuesta a alegar, pero en su lugar calló. —Está bien —concedió—. Mañana sin falta.

—Eso me gusta. —Bostezando a su vez, Bill entrelazó las manos por detrás de la espalda de Tom y deslizó una pierna suya entre las de Tom—. ¿Te quedarás esta noche conmigo?

La respuesta llegó como un beso largo y húmedo que se posó en la comisura de sus labios. Tom no se disculpó, y Bill no pidió explicación alguna. En su lugar, se contentaron con mirarse a los ojos en la penumbra creciente de la habitación hasta que se hizo tarde y el sueño las venció.

Sin que después fuera necesario explicarlo, esa noche la una soñó con la otra.

 

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Notas finales:

Nas~
Nuevo capítulo, un poco más dentro del nudo central, y por supuesto... Tom también se siente celosa, claro que sí. El pobre Andreas de por medio en todo, pero hey, que para eso están los amigos. Bill también ya dio su 'primer beso' y... Alto, que eso es spoiler.
Dudas, quejas y/o sugerencias, ya saben dónde.
Graxie por leer. B&B~!


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