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Breve estío de florecimiento por Marbius

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5.- Escaramujo: Felicidad efímera: “Los días felices pasan demasiado rápido”.

 

Por sugerencia de la propia Tom, Bill invitó a Andreas a su casa la tarde siguiente, y le previno desde un inicio que no estarían a solas.

—¿Qué, van a estar tus padres? —Preguntó Andreas sin comprender el tono enigmático con el que Bill se lo había comunicado—. Porque no hay problema en ello.

—Nop —dijo Bill recalcando la ‘p’ con un golpe que sonó como una burbuja al reventarse en el auricular del teléfono—. Es Tom, con Bastian. Los cuatro juntos.

—Uhhh… Erm… Qué cosas…

La línea se quedó silenciosa por espacio de varios segundos, por lo que Bill golpeteó la bocina con el dedo índice, intrigada de si Andreas había colgado o estaba en estado de shock que le impedía articular.

—Y-Yo… creo que tengo planes para mañana. Y antes de que preguntes, creo que también para el día siguiente, y el que le sigue a ese, y-…

—Andi, tranquilo —interrumpió Bill la retahíla de excusas que su rubio y falso novio le estaba dando—. Tom ya no está molesta contigo. Es más, fue su idea que nos reuniéramos mañana los cuatro, dijo que nos divertiremos mucho como en los viejos tiempos, así que… Tienes que venir. Es una orden de novia posesiva, o como quieras interpretarlo, pero ven. No me dejes pasar por esto sola.

—¿Qué? ¿Tanto miedo tienes de quedar traumada si los ves besarse en vivo y en directo?

—Peor. Temo por su integridad. Si Bastian intenta algo más que compartir el aire que Tom respira, te juro que hasta podría sacarle los ojos con las uñas.

—Eres capaz. Te creo —fue la sobria respuesta de Andreas, seguida de un suspiro de resignación—. Supongo que podría ir un rato y vigilarte… Eso si en verdad Tom promete no ponerse intensa y hacerme una llave de lucha libre en cuanto me vislumbre.

—Nah, qué va. Ya lo acordamos. No es que esté al cien por ciento convencida de lo nuestro, pero tampoco se te va a lanzar encima. Erm, sólo intentemos mantener el espectáculo de nuestro amor en niveles mínimos y decentes. O mejor aún, copiemos a Tom y a Bastian. Así será imposible fallar, y Tom no tendrá con qué reclamarme puesto que ella ya lo hizo antes. ¿A que es perfecto mi plan?

—Claro, porque si Bastian le mete la mano bajo la blusa, yo también estaré encantado de hacerlo —ironizó Andreas, y su tono no pasó desapercibido para Bill, que entrecerró los ojos y gruñó.

—No lo digas ni de broma, Andi…

—Entonces no me pidas más de lo que puedo darte, ¿ok? Porque marco mi línea con los besos. Hay una diferencia enorme entre cerrar los ojos y fingir que eres otro chico, sin ánimo de ofender, pero si tengo que tocarte por debajo de la ropa me voy a llevar dos grandes decepciones.

—Así que digas grandes, uhm… —Bill bufó—. Olvídalo, ¿va? Ya entendí tu punto, pero ayúdame, Andi. No podemos dejar que Tom nos presuma su noviazgo mientras nosotros dos parecemos críos de kindergarten a su lado. Tenemos que estar en su misma liga.

—Ugh… Ok, lo haré, pero contará como tu regalo de cumpleaños y también el de Navidad porque esto es inmenso. Y sólo puedes pedirme que repita lo que Bastian le haga a Tom-…

—Y yo te haré lo que Tom a Bastian —agregó Bill, sólo para captar a través de la bocina el ruido de lo que ella suponía era la cabeza de Andreas golpeando la pared más cercana.

—Lo que hago por ti… Esto no viene como parte del contrato de amigo gay. Una cosa es ir de compras contigo y darte consejos de maquillaje y chicos, y otro muy diferente… esto. Sea lo que sea.

—Te pagaré con creces, lo juro —se comprometió Bill, aliviada de que Andreas hubiera dado su brazo a torcer y juntos pudieran continuar con su charada frente a Tom.

—Ok, tenemos un trato —cerró Andreas, y durante el resto de su conversación él y Bill planearon minuciosamente cada pequeño aspecto de su siguiente encuentro. Desde la ropa que se iban a poner (coordinados para dar la apariencia de compenetración) hasta los motes cariñosos con los que se iban a llamar el uno al otro (Andreas terminó siendo ‘tesorín’ y Bill ‘gatita’). Del resto, ya se encargarían llegado el momento. Bill tampoco quería dar la imagen forzada de haberlo ensayado de antemano, así que se limitó a indicarle a Andreas que fuera caballeroso, y si todo fallaba, que al menos la tratara como esperaba ser tratado él en el futuro por su posible novio ideal.

—Será coser y cantar entonces —rió éste—, haberlo dicho desde un inicio. Te abriré las puertas y te ofreceré a cada rato comida, bebida y masajes en los pies.

—Deja los masajes de lado y estaremos bien —rió Bill a su vez.

Recordándole una vez más que viniera a las tres en punto y fuera puntual, Bill se despidió de Andreas y presionó el botón de finalizar llamada.

—Ay, Andi, siempre con tus cosas —murmuró para sí, divertida de las ocurrencias de su amigo.

Pensando todavía en lo de antes, Bill chilló de sorpresa cuando al darse media vuelta, se encontró con Tom, observándola cruzada de brazos y el ceño ligeramente fruncido.

—¡Maldita sea, Tom! —Expresó Bill su malestar, llevándose una mano a la altura del corazón, aunque a esas alturas, lo sentía más cerca de la garganta que en la cavidad torácica—. No me espantes así, caray.

Tom alzó ambas manos en señal de rendición. —Yo no hice nada, fuiste tú la que se alteró. Y ya sabes lo que cuenta el refrán: Si te asustas así, es tu consciencia la que te delata…

—Bah, qué tontería —la desdeñó Bill, para nada confiándose en la tranquilidad con la que Tom la estaba tratando. Por si acaso, y aparentando indiferencia, Bill dejó caer una pequeña bomba—. A todo esto, ¿qué hacías ahí? ¿Me estabas espiando?

Tom denegó con la cabeza, pero sus cejas se alzaron un poco, justo como ocurría cuando mentía. «¡Bingo!», celebró Bill su victoria.

—Anda, ¿qué escuchaste?

—Nada, nada, excepto que… ¿Tesorín? —Se burló Tom con una media sonrisa y jugueteando con su más reciente adquisición: El piercing que pendía de la esquina de su boca. La escena, si es que Bill era honesta consigo misma, resultó ser un tanto excitante.

—Uhhh, ya sabes… Él es mi tesorín y yo su —Bill carraspeó y el color escarlata del bochorno le subió por el cuello— su gatita —finalizó en un susurro.

—Oh.

—Sí, uhm, seguramente tú y Bastian también tienen apodos.

—No, yo Tom, él Bastian —bromeó Tom en el mismo tono en que lo haría Tarzán—. Pero es… lindo. Digo, un poco cursi y tiene una falla, pero quién soy yo para meterme donde no me llaman.

—¿Una falla? —Repitió Bill—. ¿De qué hablas?

—¿Gatita? Nah, más bien… Mäuschen. Ratoncita. —Ajena al repentino brillo que de pronto resplandecía en los ojos de su gemela, Tom prosiguió—. Es lo más lógico, ¿no? Porque tienes esa naricita tan tierna, eres igual de asustadiza y te emociones con facilidad… Por no hablar de tus dientes.

—Ow, Tom —se cubrió Bill la boca—, tenías que arruinarlo.

—Tus dientes están bien, no hagas drama.

—Eso lo dices porque los tuyos no son como los míos —rezongó Bill, molesta por no haber hecho caso de pequeña a su madre cuando ésta la advirtió que chuparse el pulgar traería consigo consecuencias funestas. Como cualquier otra madre, había tenido razón, y ahí estaba Bill pagando por sus errores con una dentadura que la hacía sentirse consciente de sus irregularidades. Nuevamente, Bill se juró que en cuanto fueran famosas y nadaran en dinero, se arreglaría los dientes sin falta.

—No, lo digo porque en verdad exageras. Son tuyos, parte de tu look y me gustan —dijo Tom, tirando de la mano de Bill hasta que ella se la retiró de la boca—. Lo siento si te hice sentir mal.

—Entonces no me digas Mäuschen… —Musitó Bill, bajando la mirada al suelo.

Grande fue su sorpresa cuando Tom la hizo mirarla a los ojos mientras le elevaba el mentón. —No puedo evitarlo. Andreas puede decirte gatita todo lo que quiera, para mí tú serás mi Mäuschen.

—Tomi…

Presa de un extraño impulso, Bill se acercó a Tom y redujo la distancia entre ambas hasta que sus pies colindaron. Si Tom encontró extraño el gesto, no lo demostró. En su lugar, usó su mano libre para posarla en la cintura de Bill y apretar con extrema cautela.

De haber contado con unos segundos de sobra, Bill no estaba segura de qué habría ocurrido. Su primer instinto le gritaba ‘¡bésala!’ como si fuera la mejor idea del mundo, y Bill habría obedecido, de no ser porque en ese momento el grito de su madre las alertó y las hizo separarse.

—Bill, ¿todavía estás utilizando el teléfono? Necesito llamar al plomero, cariño, y no puedo esperar más.

—Uh, no. Ya terminé. Deja te lo llevo —respondió Bill, separándose de Tom. Sin darse media vuelta para corroborar cuál había sido la reacción de su gemela, Bill abandonó la habitación con el inalámbrico apretado fuertemente a la altura del estómago.

Como tenía que ser, Simone no pasó por alto lo agitada de su respiración y el temblor de sus dedos cuando le tendió el teléfono y musitó un escueto ‘aquí está’.

—¿Todo bien?

—Ajá —murmuró Bill, escabulléndose con prisa en dirección al segundo piso antes de que su madre tuviera oportunidad de iniciar un interrogatorio interminable.

Sin tener que esperar mucho, Simone pronto oyó una puerta cerrarse con excesiva fuerza, supuso ella, la del cuarto de Bill.

—Claro, nada pasa aquí —desdeñó Simone la afirmación anterior de Bill, pero lo dejó correr. Bastante tenía ella que hacer esa tarde como para agregar un problema más a su lista de pendientes.

Además, no transcurrió mucho antes de que Tom subiera también al piso superior y las voces alegres de las dos se convirtieran en un murmullo agradable. Muy a su pesar, Simone estaba convencida de que de haber sido ella, Bill se habría negado a abrir la puerta o puesto hosca. Y en cambio, con Tom su humor había dado un giro de ciento ochenta grados del que debía estar agradecida, porque prefería mil y un veces más el alboroto de sus hijas que las malas vibras de cuando éstas estaban de mal genio.

No siempre había estado Simone feliz por haber tenido dos hijas (la adolescencia siempre había sido su gran temor), pero mientras llamaba al plomero y a sus oídos llegaba el sonido de unas risas desaforadas desde arriba, agradeció que así fuera. Más que por su bien, por el de ellas, que en conjunto, se complementaban como nadie más en el mundo.

Simone estaba segura de ello como de que eran suyas; Tom y Bill eran la una para la otra.

 

La tarde siguiente llegó más rápido de lo que Bill hubiera deseado.

Impaciente porque ya faltaban cinco para las tres y Andreas no aparecía por ningún lado, Bill se dedicó sin mucho éxito a pasearse frente a la puerta de entrada, y cada cierto número de vueltas, asomarse por la ventanilla a la espera de captar los brillos dorados del cabello de Andreas.

A la quinta ocasión en que se repitió su patrón, Tom se paró a su lado y la detuvo autoritaria con una mano sobre el hombro.

—Hey, que le vas a hacer un surco al suelo y mamá se va a enojar. Relájate, ¿quieres?, que me contagias tus nervios de fideo.

—Mmm —respondió Bill, de nueva cuenta asomándose al exterior y golpeteando el suelo para expresar su descontento—. ¿Le habrá pasado algo? Un accidente, por ejemplo… Ya es tarde.

—Todavía faltan unos minutos —recalcó Tom lo ilógico del comentario de Bill al señalar el reloj del recibido con el pulgar—. Además, Bastian seguro llega tarde como es su costumbre, así que qué más da si Andreas se demora unos minutos. No será el fin del universo conocido.

Bill le dirigió una mirada tal de incredulidad, que de haberse podido definir con palabras, seguramente la transcripción textual sería “¡¿Pero es que me estás tomando el pelo o qué?!” que hizo callar a Tom con eficacia a mitad de la oración.

—Vale, vale, yo no dije nada.

Exhalando el aire de sus pulmones, los hombros de Bill se hundieron. —Lo admito, estoy actuando una pizca irracional con todo esto…

—… seguro, sólo una pizca —ironizó Tom.

—… pero entiende que esta es una primera vez importante para las dos, así que quiero que salga perfecto, y no será así si Andreas llega tarde, Bastian también, y en medio de eso nosotras peleamos.

—Le das demasiada importancia a todas esas ñoñerías de ‘la primera vez’, y en realidad… meh —desdeñó Tom las inquietudes infundadas de Bill—. ¿Qué más da si todo sale mal? Al menos tendremos una historia graciosa de la cual reírnos en un par de años.

Bill se cruzó de brazos. No es que esperara de Tom comprensión, pero de ahí a que su gemela se burlara por el valor que ella le daba a su situación actual… le afligía.

—¿Tan malo es que quiera recordar todas estas primeras veces? ¡Por algo son primeras veces, porque jamás se volverán a repetir en la vida! Es importante para mí. Tal vez para ti no, pero… ¿Sabes qué? Olvídalo, Tom —exclamó, harta de pronto por toda esa tormenta que se estaban montando en el mítico vaso de agua. Si así pensaba Tom, Bill no planeaba hacerla cambiar de opinión.

—No es que no sea importante, si no que-…

Inoportuno como debía ser para la circunstancia en la que se encontraban, en timbre de la entrada repiqueteó haciéndoles saber que una de sus visitas había llegado ya.

—Mierda —masculló Tom, abriendo la puerta en su totalidad—. Hey, hola. Llegaron… —Saludó a las dos figuras que lado a lado traían idénticas sonrisas de cortesía, por si acaso un adulto era quien salía a recibirlos.

—Nos hemos encontrado en el camino, y por la descripción que me diste de él, supuse que se trataba de Andreas —dijo Bastian, siguiendo el protocolo de la casa Kaulitz de apenas cruzar el umbral, sacarse los zapatos y dejarlos en cualquier espacio libre de la repisa que tenían a un lado para esos casos.

Andreas lo imitó, y mientras se agachaba para aflojarse los cordones de sus tenis, aprovechó para intercambiar una mirada con Bill, que ésta le correspondió para dejarle saber que iban a seguir con el plan tal cual lo habían programado un día antes.

—No estaba seguro de qué íbamos a hacer, así que traje una película que me prestaron, no sé si les interese verla —dijo Bastian apenas pasaron a la sala donde se encontraba el televisor.

—¿Cuál es? —Preguntó Tom.

—El coleccionista de huesos. Es de suspense con toques de terror, y sale Angelina Jolie, así que es un doble plus.

—¿La actriz de Inocencia interrumpida? —Intervino Andreas—. ¡La conozco!

—Uhm —se tironeó Bill de la camiseta que vestía, incómoda porque de pronto Andreas hacía buenas migas con Bastian mientras que a ella le estaba costando horrores superar su aversión inicial—. Tom y yo vimos una película suya también, aunque no recuerdo bien de qué iba.

—Papá nos llevó a ver Tomb Raider la última vez que vino de visita, pero Bill se quedó dormida en la butaca del cine, por eso no sabe nada —clarificó Tom, para mortificación de Bill, que se sintió excluida.

—Podemos verla o podemos hacer algo más, ustedes deciden —dijo Bastian.

Bill lo consideró. Ver una película sonaba de lo más inocente, excepto una vez sentados y con las cortinas echadas, cualquier cosa podía ocurrir…

—Supongo que… sí, ok —cedió Bill a la presión de tres insistentes pares de ojos, seguida de Andreas y por último Tom.

Aprovechando que eran varios, Tom delegó para Bastian y Andreas la tarea de retirar los cojines del sillón grande y poner en marcha el reproductor de DVD, mientras ella y Bill preparaban los refrescos y un par de botanas para las siguientes dos horas.

Bill dio lo mejor de sí para fingir normalidad, pero como siempre, Tom vio a través de ella como nadie más en el mundo era capaz de hacerlo. Su fachada de tranquilidad se vino abajo en cuanto Tom la interceptó desde atrás apenas había terminado de poner en el microondas la bolsa de palomitas.

—¿Qué pasa ahora? —Inquirió Tom, apoyando el mentón en el hombro de Bill. Ésta se encogió de hombros y se mantuvo rígida como tabla.

—Nada, no sé de qué hablas.

—Esas mentiras te funcionan con mamá, no conmigo —le recordó Tom—. ¿Es por lo de la película? Porque si no quieres, les diré yo que mejor hagamos algo más.

—No se trata de eso, Tom —murmuró Bill. Pese a estar en lo correcto (al menos en cierto punto), Bill no quiso convertirse en la mala del cuento. ¿Qué sentido tenía montar un berrinche monumental si lo único que iba a conseguir era molestar a Tom?

En su lugar, Bill se forzó a sonreír y se sacudió a Tom de encima. —No me hagas caso. Debe ser que ya pasaron más de cuatro semanas desde aquella vez y estoy sensible.

—¿Aquella vez…? Oh, mierda —recapituló Tom que ya tenían un mes de vacaciones, y por lo tanto, ya estaba dentro de los límites de lo posible el volver a recibir una visita de alas rojas—. Jo, Bill… ¿Era necesario sacarlo a colación? Ahora ya no podré pensar en nada más en toda la tarde.

«Mejor, para que mandes al cuerno a Bastian», pensó Bill con cierta malicia.

Ocupándose de los refrescos mientras Bill llenaba dos tazones de palomitas de maíz y pretzels, pronto estuvieron listas, y con ayuda de Andreas y Bastian, movieron sus botanas de la cocina a la mesa de la sala. Para entonces la película ya estaba en marcha y pausada justo antes de los cortos, y las cortinas cerradas para darle a la habitación un toque de sala de cine.

Bill hesitó antes de tomar asiento. El sillón en el que iban a sentarse era tan amplio como para que los cuatro pudieran permanecer juntos, la cuestión era, ¿qué orden pasarían a reclamar como suyo?

Tom decidió por ella, y Bill contuvo un quejido cuando su gemela se sentó en una esquina y Bastian le siguió poniéndose a su lado. Como ella misma no quería tener a Bastian a tan escasa distancia, le cedió el turno a Andreas, y ella acabó en la otra esquina, frunciendo el ceño porque más lejos imposible para Tom.

La película dio comienzo, y Bill intentó todo lo que pudo en prestar atención, fallando miserablemente en el proceso. Ni qué hacer, la película ya le parecía un muermo. Así que recargando la cabeza todo lo que pudo hacia atrás, quedó frente a ella el cuadro idóneo en el que podía espiar a Tom y a Bastian sin problemas.

A la marca de los diez minutos, Bastian no perdió tiempo en poner su brazo sobre el respaldo del sillón, y con una naturalidad que seguro tenía por haber sido novio de tantas chicas antes, colocó su mano sobre el hombro de Tom, atrayéndola hacia él idéntico a como se veía en comedias románticas.

«Bah, al menos no simuló la farsa de bostezar, porque entonces sí me habría hecho gritar de tedio», pensó Bill con reprobación. Vaya con Bastian, que no era para nada original.

Atento a sus reacciones igual que estaba ella a las de Tom, Andreas le pegó un codazo en el costado y llamó su atención.

—¿Hago lo mismo? —Preguntó en voz baja para no ser atrapados.

Bill asintió, y Andreas así lo hizo. Victoriosa porque estaba demostrándole a Tom que ella también tenía el interés de su novio, Bill se giró hacia su gemela, y recibió el equivalente emocional de un puñetazo en el estómago cuando vio que Tom apoyaba su cabeza contra el cuello de Bastian y se quedaba ahí como si se tratara de la más acolchada de las almohadas.

—Inhala, exhala, y trágatelo. Resiste —le susurró Andreas, usando la mano que tenía en su hombro para empujar la cabeza de Bill y colocársela contra su costado—. Y al menos sonríe, parece que te estoy atormentando y en realidad ésta fue tu idea en primer lugar.

—Ya sé, ya sé —gruñó Bill con una voz elevada que le hizo ganarse un puñado de palomitas de maíz en el cabello, por cortesía de Tom que detestaba perderse las secuencias de pelea que incluían balas volando en el aire con extrema precisión.

—Shhh —la mandó callar ésta, y Bill hundió el rostro entre el hombro de Andreas y el sillón. Al diablo con la película, de todos modos ya se había perdido el inicio y no le interesaba. Más razones para desearle todo tipo de mal a Bastian.

A lo largo de la siguiente media hora, Bill tuvo que soportar los ‘ohhhs’ y ‘ahhhs’ que tanto Andreas, como Tom y Bastian soltaban cada tanto antes y después de las escenas de acción, que eran muchas y en su opinión sobraban por ridículas. Mientras tanto, Bill se ocupó de mordisquearse las cutículas, hacer crujir sus nudillos y después los de Andreas, comer tres cuartas partes del tazón de botanas ella sola, y una vez, eructar como macho en celo por culpa del refresco.

Tan perdida estaba en sus propios asuntos, que casi chilló por culpa de Andreas. Específicamente, por culpa del pellizco que éste le dio en el muslo y que la hizo saltar.

Antes de tener oportunidad de reclamar, Andreas la sujetó por cada mejilla y movió los labios enunciando una única palabra: “Bésame”.

«Oh, no, oh no, oh no, lo mato, ¡juro que lo mato! ¡Y después a ella!», pensó Bill frenética. Por un costado y con la oreja de Andreas estorbando en la camino, Bill se encontró con su más grande temor. No sólo Bastian besaba a Tom, sino que además ésta parecía disfrutarlo con la misma expresión que ponía cuando comía helado de zarzamora. Y Bill sabía que ese era su sabor favorito.

La rabia dio paso a la tristeza, y fue entonces cuando Andreas se hartó de esperar y tomó por su cuenta la iniciativa de unir sus bocas. Ese beso no tuvo ni la chispa de los primeros, ni la magia que se suponía existía entre dos personas que se querían románticamente, pero gracias a la penumbra de la habitación sirvió al menos su cometido de tapadera. De frente, lo más seguro es que sus ojos abiertos e inacción fuera una señal inequívoca de lo falso de su noviazgo, pero esperaba Bill, desde el ángulo que le correspondía a Tom, con suerte parecían una pareja de lo más enamorada y feliz.

La pantomima duró un minuto cronometrado por las dos partes (en eso habían quedado) y fue Bill la que rompió el contacto. Por el rabillo del ojo miró a Tom, y su estómago dio una voltereta cuando se encontró directamente con las pupilas de Tom, atenta a sus movimientos.

Ocultando sus verdaderos sentimientos, Bill decidió ser espontánea, y en un acto que le sorprendió a ella y a Andreas por igual, subió las piernas sobre el regazo de su rubio amigo y se acurrucó contra su pecho como si fuera algo que hicieran a diario. Andreas supo mantener la compostura, y le rodeó la cintura con ambos brazos a la par que besaba su cabeza y le susurraba ‘gatita’ en el volumen justo para ser íntimo, y a la vez, que Tom los escuchara.

—Bill —siseó de pronto Tom como serpiente a punto de lanzar su ataque letal, poniéndose en pie—. Acompáñame, necesito ayuda con… ya sabes.

—¿Yo sé? —Aparentó Bill inocencia desde su lugar. El ceño fruncido de Tom no dejó espacio para más, así que Bill dio un suspiro dramático, y antes de obedecer, sujetó a Andreas por la barbilla y le plantó un beso húmedo y sonoro que hizo hasta a Bastian apartar la mirada del televisor. Si se iba a ganar una reprimenda, al menos haría lo que estaba en su poder para que fuera épica.

—¿Quieres que pause la película? —Preguntó Bastian por cortesía a Tom cuando ella y Bill ya estaban saliendo de la habitación, y Tom le respondió con un gesto vago que no era ni sí ni no y que él interpretó como lo segundo.

Una vez lejos de su rango de audición, Tom se dio media vuelta y enfrentó a Bill empujándola sin miramientos contra la pared con un dedo índice largo y acusador.

—¿Y a ti qué te pasa? —Le espetó—. ¿En serio era necesario que le revisaras a Andreas las amígdalas con tanta exactitud? Por Dios santo, era casi obsceno.

—Lo mismo hacías con Bastian, así que no veo cuál es el problema.

—El problema es que… —Tom bufó, y en ello reveló cuánto le molestaba lo ocurrido—. Odio verte así con Andreas. Hace que me den ganas de estrangularlo por siquiera atreverse a… —De improviso, Tom apretó las manos en puños, y poco faltó para que golpeara el muro. Como bastante tenían con Georg y su muñeca lastimada, Bill optó por detener a Tom antes de que su gemela cometiera un error que afectara no sólo su salud, sino también a la banda.

Adivinando sus intenciones, Bill la rodeó con los brazos, y en el roce sintió como la rabia se evaporaba del cuerpo de Tom hasta que ésta quedó laxa en su abrazo.

—Tomi…

Tom suspiró, y para asombro de Bill que últimamente había aprendido a acostumbrarse al rechazo de su gemela, entrelazó sus dedos por encima de la parte baja de su espalda.

—Sé que dije que iba a tolerarlo y todo eso, pero me hierve la sangre cuando te veo así con Andreas. Si aún se tratara del Andi de siempre no me importaría que te besara porque estaría segura que no sería más de una de sus estúpidas bromas, pero… cuando pienso en las intenciones que podría tener contigo ahora… —En sus brazos, Bill sintió el cambio cuando Tom la estrujó con fuerza, como si temiere que al menor descuido, Andreas fuera capaz de robarla de su lado.

Quitando lo posesivo y que en cualquier otra persona le habría repelido tanta obsesión insana, la idea de ser atesorada con tanto ardor hizo a Bill que tal vez, sólo tal vez, Tom experimentaba la misma clase de celos que la hacían sufrir a ella cuando la veía con Bastian.

—Andi es el mismo Andi de siempre.

—El Andi de siempre no se atrevería a tocarte porque…

—¿Por qué, Tom?

—Porque tendría bien claro que eres mía —finalizó Tom con un gruñido—. Maldito idiota que no sabe respetar lo ajeno…

—Sigo siendo tuya, en serio —murmuró Bill, respirando de su piel el aroma que para ella representaba la paz, la confianza, y a Tom—, de nadie más que tuya y yo-…

—¿Bill? —Las interrumpió Andreas, su semblante perdiendo el color en fracción de segundos—. Oh.

En presencia de un tercero, Tom volvió a ser la de antes, y eso implicaba no demostrar que su vínculo con Bill rayaba en lo simbiótico por medio de un cordón umbilical invisible para todos menos ellas dos. Apartándose con cierta rudeza en los ademanes, Tom se disculpó anunciando que necesitaba ir al sanitario y los dejó a solas en el pasillo que conectaba la sala con la cocina.

—¿Qué demonios fue eso? —Profirió Andreas son la boca ligeramente abierta—. Fue como si… woah.

Conmocionada por la intensidad del momento vivido, Bill se peinó el cabello con los dedos y rió de pura histeria. —Dime que no fui sólo yo testigo de sus celos. Porque eran celos… ¿verdad?

—Lo eran —compartió Andreas con ella su turbación—, no hay ninguna duda de ello. Celos, el demonio de los ojos verdes en acción.

Tom no sólo era más controlada que Bill, sino que su represión a veces le ganaba el mote de maniática, e incluso así, bien sabían ellos dos que lo único que Tom revelaba de sí era la punta del iceberg. Debajo de toda aquella impasibilidad, se encontraba un volcán que amenaza con estallar bajo la presión correcta. Haber presenciado tal arrebato de su parte era… asombroso.

Terrorífico, definió Bill, con las piernas temblorosas y el estómago contraído en un nudo.

Tom estaba celosa, y el conocimiento de que le había dado una cucharada de su propia medicina era poder. Ahora era turno de Bill de tener la jugada ganadora, e iba a reclamar su premio.

—¿Y ahora qué?

—Ahora continúas como si nada hubiera pasado. Demuéstrale que es un partida de dos y tú eres su contrincante rival —dijo Andreas, entrelazando su brazo con el de Bill y guiándola de vuelta a la sala donde la película seguía como si nada, y Bastian esperaba por ellos comiendo golosinas y atento a la pantalla.

—¿Y Tom? —Les preguntó al ver que eran ellos dos sin la presencia de la mayor de las gemelas.

—Baño —respondió Bill con un desagrado mal disimulado, pero al percatarse de que Bastian en realidad no tenía ninguna culpa en todo ese asunto, dulcificó su tono—: seguro que no tarda.

—Ah, ok.

Ocupando sus asientos de antes, Bill y Andreas optaron por mantener el contacto físico en lo mínimo (por salud mental de Tom, ya que una crisis sería contraproducente), a excepción de acurrucarse sin que por ello sus roles fueran diferentes a los de antes de ‘iniciar’ su noviazgo.

Así fue como los encontró Tom, y salvo por los labios apretados en una finísima línea, no dio muestras de verse afectada. En su lugar se sentó al lado de Bastian, y cuando éste hizo amagos de pasarle el brazo por los hombros como antes, Tom se lo sacudió con un cierto deje de irritación. Detrás de la impertérrita fachada de indiferencia, Bill distinguió la inconfundible llama que desde dentro la consumía. Sólo era cuestión para que su máscara cayera en mil pedazos, y Bill estaría ahí para presenciarlo.

No era lo que había planeado para la tarde, pero Bill lo aceptó como una especie de victoria, y se prometió para sí, que aquella sería una de tantas que la llevarían a ganar esa ‘guerra’ entre las dos.

 

Así como Tom la había sorprendido el día anterior al pedirle invitar a Andreas para así convivir los cuatro, Bill también obtuvo su venganza cuando una vez finalizada la película, propuso salir al patio trasero y practicar con la patineta.

—¿Tú también sabes patinar? —Le preguntó Bastian una vez se encontraron fuera y Tom le cedió su tabla con muchas reticencias y una breve advertencia de “ten cuidado, si te rompes una pierna no seré responsable”.

—Nah, soy torpe en cualquier deporte, pero siempre quise probar, así que allá voy mentón partido —mintió Bill con descaro.

De su parte, no esperaba aprender ningún truco, y le bastaba sólo con lograr mantener el equilibrio y con suerte deslizarse más de dos metros sin buscar apoyo en el suelo. En sí, su propósito no era otro que impedir a Tom pasar tiempo a solas con Bastian, y haría lo que fuera necesario para cumplir con su objetivo, así tuviera que falsear su entusiasmo.

Densa como ella sola, Tom ni se olió sus intenciones, y con fastidio sacó otra de sus patinetas de la cochera y se dedicó a enseñarle a Andreas lo básico, que si cabía decirlo, era incluso peor que Bill.

—Así que… ¿En verdad son gemelas? —Inquirió Bastian mientras servía como soporte para que Bill se montara sobre la tabla e hiciera su primer intento serio por deslizarse—. Porque no se parecen en nada, ni en la ropa o la personalidad. Tal vez sólo un poco en las facciones y eso.

—Sin maquillaje yo, y Tom sin sus rastas, seríamos idénticas —dijo Bill con sencillez—. De pequeñas, hasta mamá tenía problemas para diferenciarnos, y nos gustaba mucho jugarle bromas pesadas engañándola para que nos confundiera, pero luego… crecimos.

—Oh, supongo que jamás me habría acercado a Tom si tuviera tu mismo estilo, sin ofender, claro —agregó Bastian por si acaso Bill se lo tomaba como insulto, lo cual no fue ocurrió.

—Es difícil imaginar que Tom fuera como yo, o yo como ella. Así que me gusta creer que si somos tan diferentes es porque nos complementamos en lugar de ser una misma copia aburrida al carbón de la otra, ¿no crees?

—Tienes un punto a tu favor con eso —concedió Bastian.

Para entonces, Bill ya había recorrido un par de metros de su jardín trasero, y casi había considerado que no era tan complicado como había creído en un inicio. Casi, como palabra clave, porque a la menor inclinación de una de las ruedas delanteras, Bill perdió el equilibrio y tuvo que apoyar un pie en el suelo.

—Carajo… un poco más y lo hacía.

—Con práctica lo lograrás. No estuvo mal para un primer intento.

—Supongo que no… Aunque a Tom le fue mejor que a mí. Desde la primera vez que se montó en la patineta, ella ya parecía entender la mecánica para ir como entre nubes.

—Bueno, su talento es innato, pero también la práctica hace al maestro. Hasta Tom ha plantado cara contra el pavimento intentando hacer trucos avanzados.

—¿Ah sí? —Bill sonrió, recordando una o dos ocasiones en las que su gemela había regresado a casa polvorienta y con raspadas que todavía sangraban, y orgullosa como era, había soportado estoica que Bill se las limpiara con alcohol sin que ninguna lágrima la traicionara. De nueva cuenta, una prueba más de su terquedad por querer dar la imagen de serenidad absoluta.

—Sí, pero no le digas que fui yo quien te lo contó porque se enojará —dijo Bastian, guiñándole un ojo.

Por un segundo, entendió Bill qué había visto Tom en Bastian. Salvo que era el novio de su gemela y por lo tanto se interponía entre las dos, era… atractivo. Tenía esa clase de facciones honestas y alegres que pondrían a cualquiera de buen humor, y era gracioso, por no decir que divertido en todos los sentidos de la palabra. A pesar de sus ropas estilo skate (igual que Tom, vestía pantalones por lo menos tres tallas más grandes de la que en realidad necesitaba), tampoco es que fuera andrajoso o su higiene dejara de qué desear. Era educado además, aunque un poco besucón para el gusto de Bill.

En conclusión: De no ser ella Bill, su gemela Tom, y él novio de Tom, lo habría aceptado. Pero como el suyo no era el mundo perfecto…

—Vale, yo no diré nada —aceptó Bill.

Al otro lado del patio, Tom y Andreas ya estaban de culo sobre el suelo, y la patineta se había alejado de los dos con velocidad hasta irse a estampar contra la cerca del vecino. Una segunda inspección le dejó claro a Bill que ese par estaban limando asperezas, así que por nada del mundo se acercó, y en su lugar siguió disfrutando de las clases gratis de patineta que Bastian le daba con infinita paciencia.

—… ahora inclina la espalda hacia enfrente pero mantén la cadera como está… así… que tu centro de gravedad quede paralelo a las rodillas, ¡muy bien! —Elogió Bastian la recién descubierta destreza de Bill que le permitió a ésta recorrer de un lado a otro el patio de la casa Kaulitz sin caerse.

De no ser porque su verdadera pasión era cantar, y en compañía de Tom y su guitarra planeaba dar una gira mundial por los seis continentes (bueno, mejor cinco, que en la Antártica no había ningún pingüino al que ella quisiera convencer con su música de comprar sus discos), Bill en verdad habría considerado la patineta como una segunda profesión. Tal vez sin la auténtica afición que Tom le profesaba, pero entonces podrían ser las gemelas maravillas con trucos duales o…

—Uhm, Bill… —Interrumpió Bastian sus pensamientos—, ¿podría preguntarte algo personal?

—Mmm —hesitó Bill, rogando a cualquier deidad que quisiera escucharla, que no se tratara de un tema privado o vergonzoso en exceso—. Por supuesto, ¿de qué va?

—¿Hay…? ¿Acaso Tom…? Uhm —masculló Bastian, ladeando la cabeza y pasándose la mano por la nuca en un gesto que Bill reconoció como de ansiedad—. Tú eres su hermana, gemela además de todo, y entiendo si no me quieres confirmar nada, y puede que sean sospechas sin fundamento de mi parte pero… A Tom le gusta alguien más, ¿no es así?

La boca de Bill se desencajó, y a su dueña le dieron sudores fríos. ¿Tom, la misma Tom con la que había compartido un útero y en esos momentos bromeaba con Andreas? ¿Esa Tom… enamorada de alguien más?

—Yo… no sé… —Musitó Bill, un miedo nuevo con patas y asombroso parecido a una araña mutante reptando por todo su interior—. Lo siento tanto… —Y en verdad así era, pero no por Bastian, sino por ella misma, que ahora tendría otro rival contra el cual competir por el afecto de Tom.

Apretando los dientes, Bill se juró que a como diera lugar, llegaría hasta las últimas consecuencias para ganar contra ese tercero imaginario al que ahora detestaba más que a Bastian.

Era la guerra, y no había otra opción que obtener la victoria, y el premio (Tom) sin importar nada.

Costara lo que costara…

 

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