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Breve estío de florecimiento por Marbius

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6.- Orquídeas: Seducción, sensualidad, belleza suprema.

 

Días después de su pequeño experimento social, Bill se encontró con la vista fija en un punto en la distancia y la mente pérdida en otro sitio conocido como el mundo de los sueños. Frente a ella, su desayuno de pan tostado con mermelada y licuado de frutas acumulando polvo sin que ella se percatara.

Hacía ya rato que tanto Simone como Gordon habían salido apresurados con rumbo al trabajo, y como Tom todavía dormía, Bill era la única persona en toda la casa que estaba despierta. Bueno, ella y Kasimir, su gato de toda la vida que en esos momentos tomaba el sol en el alfeizar de la ventana y jugaba con las cortinas.

—Ah, qué aburrido —masculló Bill entre mordiscos a su tostada ya fría. Apoyando un codo sobre la mesa, Bill prosiguió con su única labor en los últimos días: Tratar de adivinar quién era el nuevo interés romántico de Tom. Énfasis en el ‘tratar’ porque seguía sin saber contra quién se enfrentaba.

Después de que Bastian le confesara de sus sospechas, Bill había pasado el resto de aquel día un tanto callada (muy por fuera de su habitual parlanchín ser), y hasta Tom que nunca se daba cuenta de nada, se lo había hecho saber con cierto deje de preocupación. Bill había intentado hacer un mejor trabajo para disimular su estupor, y Andreas había sido de gran ayuda, pero al final de aquella reunión, había terminado por dejarse caer de cara en la cama de lo fuerte que le había impresionado.

De poco le había ayudado el tiempo transcurrido, puesto que desde entonces nada más había cruzado su mente que posibles candidatos por el afecto de Tom. ¿Sería alto o bajo? ¿Lo conocería ella también? ¿Se parecería a Bastian o tendría una apariencia por completo diferente? ¿De dónde se tratarían? ¿Sería un compañero de la escuela? ¿Dónde y a qué horas se verían? Las posibilidades eran variadas, y el abanico de opciones le terminaba dando dolores de cabeza que a la hora de dormir le hacían tener pesadillas.

Simone ya había preguntado por qué semejante cantidad de aspirinas consumidas en tan corto lapso de tiempo, y Bill se había escabullido excusando el calor del verano como culpable absoluto. De momento estaba salvada, pero si seguía así, ella misma se iba a ocasionar un tumor cerebral si no se cuidaba.

—Asco de vida… —Prosiguió Bill con su monólogo solitario. Qué más daba si sus acciones la hacían parecer una loca, porque estaba sola y nadie podía juzgarla. Era libre de ser tan demente como le viniera en gana y nada ni nadie se lo iba a impedir.

Suponía ella, lo primero sería elegir un plan a seguir y trabajar con ello, pero Bill no se sentía con ánimos. Para lo único que sentía arrojo suficiente era para subir las escaleras de dos en dos, abrir de golpe la puerta del cuarto de Tom y exigir una explicación razonable que cumpliera con sus estándares.

«O tal vez debería darle el beneficio de la duda y tachar a Bastian de mentiroso por tratar de meter intriga entre las dos», pensó Bill, desechando en el acto que esa fuera la cuestión central de su dilema. Sin darse cuenta, había convertido el problema de Bastian en suyo, y definitivamente, suyo no era. No era de ella la relación que peligraba con Bastian, sino de Tom, que había estado actuando de manera tal para que éste creyera que ella tenía su corazón puesto en otro individuo.

Oh sí, líos gordos en los que ahora estaba entrometida sin que Tom fuera consciente de ello.

—Y de algún modo, me convertí en la tercera de su relación, o mejor dicho, la cuarta si es que Tom tiene la mira colocada en alguien más —murmuró Bill, asqueada ya del todo de los restos de su desayuno.

Poniéndose en pie porque ahí sentada se sentía de lo más inútil sin hacer nada, Bill se ocupó de vaciar el resto de su leche en el fregadero y tirar lo que quedaba de sus tostadas a la basura. De los platos se encargaría más tarde cuando estuviera de humor.

Presa de una repentina energía eléctrica que le cosquilleaba en la yema de los dedos y en la planta de los pies, Bill decidió que si al menos no iba a tomar el camino más directo, es decir, confrontar a Tom a base de gritos y jalones exigiendo la verdad y nada más que la verdad, al menos sí iba a utilizar el aproximamiento gradual.

Sin perder un minuto más, Bill subió a la planta alta, y se ahorró la cortesía de tocar a la puerta de Tom, en su lugar, introduciéndose a la oscura habitación sin importarle que estuviera a punto de interrumpir el sueño de Tom. Qué más daba, si de cualquier modo el reloj ya casi marcaba mediodía. “Le estoy haciendo un favor”, razonó Bill, y sin más se lanzó sobre el bulto que descansaba en medio del colchón.

—¡Ohmph! —Rezongó Tom, arrancada de los brazos de Morfeo para aparecer en la cruel realidad—. ¿Bill?

—Ajá —canturreó su gemela, sacándose los zapatos y metiéndose bajo las mantas.

—Joder, ¿qué haces? Son como las cinco de la mañana, es muy temprano para que vengas a molestar.

—Qué va. Son las once y media, y si sigues así te vas a enmohecer. Además… —Bill se mordisqueó el labio inferior a la búsqueda de un argumento sólido con el cual proseguir.

—¿Sí? —Inquirió Tom, sacando la cabeza de debajo de su almohada.

—Yo sólo quería saber… Si acaso tú…

—Puedes continuar —la apremió Tom conforme los segundos pasaban y Bill seguía muda como una tumba.

—Sabes qué, mejor lo dejamos para luego, ¿sí? Porque no me siento muy bien.

—Yo tampoco —dijo Tom—. Tengo una pesadez de piernas insoportable, y desde anoche me duele el estómago como si quisiera… no sabría explicarlo. Me duele y es todo.

—Ahora que lo dices, yo también me he sentido rara desde ayer —secundó Bill con sus padecimientos—. Justo aquí —agregó, presionando con sus dedos el área de debajo del ombligo—. ¿Y tú?

—Igual, y en ese sitio exacto. Mmm, no creo que sea nada grave, pero…

—¿Tal vez sea eso.

—¿Eso? —Utilizó Tom el mismo tono misterioso que Bill había utilizado para la palabra.

Bill rodó los ojos hasta ponerlos en blanco. —No finjas no saber a qué me refiero. Eso.

La expresión de Tom se volvió una de desconocimiento total cuando su dueña frunció las cejas y se delató con un “ehhh” prolongado.

—No estoy fingiendo nada. ¿A qué te refieres?

—Ach, Tomi… Por supuesto que a nuestra visita mensual. Porque ya somos mujeres, ¿recuerdas?

—¡Y dale con eso! —Refunfuñó Tom, rodando hasta quedar de espaldas con un halo de rastas rubias alrededor de la cabeza. A pesar del mohín de sus labios y que no se hubiera lavado los dientes desde al menos doce horas antes, Bill la encontró tan hermosa que las palmas de la mano le empezaron a sudar de nervios por tenerla cerca y al alcance de sus dedos. Si ella quería, hasta podía tocarla...

—Pero es que-…

—¡Estás peor que mamá con ese asunto! ¿Qué sigue? ¿Tú también me vas a intentar prohibir que me vista así y que salga a patinar porque de pronto ahora soy toda una damita? —Remedó Tom lo último para dejar en claro que aquella había sido la frase exacta con la que su madre había dejado en claro su parecer—. ¿Pues sabes qué? ¡Me importa un pepino!

—Tomi…

—Hablo en serio, ninguna estupidez de ese calibre me va a impedir ser quien soy. Porque soy atlética y me gusta mantenerme activa, y tengo talento para el skate tanto como para la guitarra, así que no voy a cambiar, es definitivo.

—Voy a dar por sentado que ya olvidaste lo mucho que dolió la vez pasada, y de paso a recordarte que todo esto que has dicho es cierto, pero… que también puedes tomarme un respiro cuando sientas que te vas a desangrar hasta morir y los cólicos te hagan llorar.

—Ugh, Bill… Qué asco.

—Lo sé, pero nos toca lidiar con eso, juntas —enfatizó—, de aquí hasta, no sé, ¿la menopausia?

—¿La menopausia? ¿En serio? —Rió Tom, rompiendo la atmósfera tensa que se había estando formando a su alrededor—. Qué bobada.

—Ja, ja, búrlate si quieres —ironizó Bill—, pero ten por seguro que así será. Después de treinta años sufriendo, nos tocará pasar por los bochornos y sofocos.

—Ya que lo mencionas y estamos en confianza… —Se removió Tom en su sitio, poniendo cara de asco—, creo que pasó. Siento húmedo en mi ropa interior.

A punto estuvo Bill se tacharla de repugnante, cuando ella misma experimentó la misma sensación en sus pantalones. ¿Qué demonios…? Porque lo entendía, por supuesto, eran gemelas y yada-yada con la misma mierda de ser idénticas hasta la muerte, pero ¿a tal extremo? ¿Era posible tener los periodos sincronizados por el simple hecho de compartir el mismo ADN?

En su lugar, Bill suspiró. —Creo que yo igual.

Tom la acompañó con un suspiro de su propia cosecha. —Odio ser una chica. Nuestras vidas serían mejores si en lugar de mujeres, hubiéramos nacido con pene. Al menos así mamá no me estaría dando la lata cada dos por tres porque me gusta vestir como lo hago.

—Ugh, paso —dijo Bill, estremeciéndose por lo repulsivo de ese panorama. Desde que había descubierto por causa de Andreas que lo suyo no era el sexo opuesto, la simple mención de sus partes íntimas la hacía sentir náuseas—. Incluso con todos los inconvenientes, me gusta quien soy y no lo cambiaría ni por todo el oro de los siete mares, muchas gracias.

—Si eso piensas… pero deja te recuerdo que estás acostada en un charco de tu propia sangre, así que arriba o me mancharás las sábanas y te haré lavarlas.

—Eso si no lo hiciste tú primero —le chanceó Bill, y se enfrascaron en un símil de lucha tirándose manotazos hasta que una de las dos (Bill) pidió clemencia.

Una vez en paz, tomaron turnos utilizando el baño, y en efecto, una vez comprobaron que el hada de las alas rojas las había visitado a las dos, tomaron cada una de los analgésicos que su madre les había aconsejado el mes anterior y se devolvieron a la cama para acampar ahí por lo que les quedaba de día.

—¿Te vas a quedar conmigo en lugar de ir a tu cuarto? —Le preguntó Tom a Bill, las dos recostadas en su colchón y escuchando de fondo la radio.

—Sip, suena como un buen plan —murmuró Bill, exagerando un sueño que poco a poco la iba arrastrando a inconsciencia—. ¿Te molesta?

—Nah, por mí está bien —dijo Tom, pasándole posesiva desde atrás un brazo en torno a la cintura y una pierna a la altura de la cadera—. Y cuando llegue mamá, o mejor si se trata de Gordon, nos haremos pasar por las nenitas indefensas que sufren y quieren pizza de cena. ¿Estás conmigo?

Bill sonrió. —Siempre.

 

Como si los hados estuvieran de su parte para salirse con la suya, a mediodía el primero en llegar a casa a la hora del almuerzo fue Gordon, y entre Bill y Tom lo convencieron de estar pasando por un periodo traumático en sus vidas, por lo que necesitaban de la tienda toallas femeninas, skittles, un parche caliente para cada una, y de comida una pizza grande para ellas dos solas.

La única respuesta de Gordon había sido un ‘ugh, ok’ audible, y en cuestión de media hora ya había vuelto de la farmacia con sus pedidos en una bolsa de plástico, y haciendo malabares con la pizza en la otra mano. Después se había regresado al trabajo y la casa había pasado a ser suya, eso hasta la hora de la cena en que tanto él como Simone volvieran del trabajo.

Y mientras tanto, Bill y Tom habían permanecido en la cama de ésta última, holgazaneando hasta que la espalda les dolió de tanto estar acostadas.

Hartas de ver televisión y dormir, habían optado por jugar a las cartas, y durante los últimos veinte minutos, Tom se había empeñado en enseñarle a Bill cómo jugar al póker, sin grandes resultados… Y no es que Bill fuera mala memorizando las reglas, pero su concentración no era la mejor cuando frente a ella tenía a Tom vestida con una camiseta de tirantes también tres tallas más grande de lo que necesitaba, y que se le deslizaba por el hombro casi hasta la altura del pecho.

Ante otras personas, ni loca Tom se habría permitido ser vista así. Ella era más del tipo que se protegía bajo capas y más capas de tela, pero así como encontraba un alivio en esconderse bajo su camiseta cuando salía a la calle, tratándose de Bill, se regocijaba en mostrarse como era, sin tapujos o falsas vanidades. Tal vez no al grado de pasearse desnudas, por muy idénticas que fueran, pero sí en ropa interior sin que por ello se cortaran en lo más mínimo.

Bueno… con respecto a eso último, Bill ya no estaba tan segura.

Con cinco cartas en la mano y aparentando concentración cuando en realidad tenía los ojos fijos en el escote de Tom, Bill tuvo una repentina epifanía en la que se visualizaba a sí misma mandando todo al cuerno y lanzándose sobre su gemela. ¿Para qué? No lo sabía con certeza, hasta que una nítida imagen mental de ellas dos besándose le provocó un cortocircuito neuronal y la puso en apuros.

—Bill —llamó Tom su atención chasqueando los dedos frente a su nariz—, ¿estás en el planeta tierra o los aliens te abdujeron sin que me diera cuenta? Parpadea, una para sí y dos para no.

—Basta, no juegues con eso —gruñó Bill, apartando la mano de Tom con un manotazo.

—No es mi culpa que parecieras perdida en Lalalandia. ¿En qué pensabas?

Bill enrojeció de golpe. —N-Nada.

—Ya… —Le dedicó Tom una mirada de burla—. Y por eso te has puesto como tomate. Te juro que no le comentaré nada a Andreas si me cuentas los sucios detalles.

—Cállate —ordenó Bill, bajando su mazo de cartas—. No quiero jugar más, esto es aburrido.

Tom hizo lo mismo. —Seh, no es divertido cuando tu contrincante no sabe ni las reglas básicas. No hay desafío en ganar sin esfuerzo todas las partidas.

—¡Gane una vez!

—Porque te dejé ganar.

—Oh. Igual no me importa —desdeñó Bill, sacándole la lengua a Tom.

—Bah, no seas boba —dijo Tom, dejándose caer de costado en la cama—. ¿Puedo preguntarte algo?

—Supongo que puedes…

—El otro día, cuando hablabas de lo importante que eran las primeras veces y todo eso…

Bill alzó las cejas. ¿A dónde quería llegar Tom sacando a colación ese tema? Porque si planeaba mofarse, mejor que tuviera cuidado o le iba a arañar hasta dejarla desfigurada.

—¿Ya lo olvidaste? —Preguntó Tom, con una ligera sonrisa curvándole la comisura de los labios.

—¿Qué? —Inquirió Bill a su vez, la garganta seca y las rodillas temblándole a base de nervios que no lo eran, porque en lugar de hacerla sentirse mal, le estaban produciendo chispazos en el estómago. Un espectáculo de fuegos artificiales estaba por comenzar cerca de su páncreas.

—Que Andreas no fue para nada tu primer beso. Y ya que estamos, técnicamente Bastian tampoco fue el mío, así que no hay resentimientos.

La expresión de Bill pasó de sorpresa a confusión, y después a pánico. ¿A qué se refería Tom? ¿Y por qué seguía manteniendo esa sonrisa que con cada segundo se volvía más y más traviesa?

—No sé qué insinúas con eso, porque yo no soy de las que va por ahí besando a cualquiera, pero-…

—No insinúo nada, sólo digo la verdad —desechó Tom las palabras de Bill—. Pero haz memoria. Porque Andreas no fue el primero.

—Si tratas de acusarme de algo, mejor dímelo de una vez o-…

—Fui yo, ¿ok? —Interrumpió Tom lo que pronto podría haberse convertido en una retahíla de reclamos—. Si no lo recuerdas, no te culpo. Fue hace años, cuando estábamos pequeñas. Ni yo tenía memoria de que así había sido, pero después de aquel día lo pensé mucho y entonces todo volvió de golpe.

—Yo… no entiendo de qué hablas —murmuró Bill con la boca pastosa. De pronto, la casualidad, por muy remota que resultara, de que Tom hubiera sido su primer beso en lugar de Andreas, y ella el suyo, le hizo doler en el pecho como nunca antes le había ocurrido. Y dolía, sí, un corte por el que se metiera el viento frío en invierno, pero ese sentimiento no lo cambiaría por nada en el universo.

—Es una bobada —empezó Tom con su relato—, pero ¿recuerdas cuando íbamos en kindergarten y lo difíciles que fueron aquellas semanas de inicio de curso?

—Y que lo digas. ¿Porque cuándo han sido fáciles? —No en vano tenía Bill un par de cicatrices en las rodillas por lo mal que lo habían pasado en aquel entonces. Con vívida claridad, Bill podía describir los rostros de las niñas que como pequeñas harpías la habían empujado en el camino de grava a la hora del recreo. Tom había salido en su defensa, y todas habían resultado castigadas, lo que dio pie a una guerra declarada entre todas las involucradas.

No fue sino hasta que le sacaron sangre a Bill de la boca que la directora decidió que era prudente separarlas de grupo, y ahí había terminado la primera (pero no última) historia que tenían con el bullying que habían sobrellevado a lo largo de los años en Loitsche.

—Pues… aquel día que te lastimaron, nosotras… No parabas de llorar y yo…

—¿Tú qué, Tomi?

—Yo te besé para que te detuvieras. Y fue un beso de esos inocentes de críos, pero contó como el primero, ¿sabes? Y estoy casi segura que no fue el primero, porque mamá tiene fotos de cuando éramos bebés y ya desde entonces nos besábamos a cada rato.

—Uhm, pero no es lo mismo —masculló Bill. La burbuja en la que se había convertido su estado de ánimo, desinflándose como balón viejo—. Esos eran besos entre hermanas, y en cambio esos otros… es amor de lo que hablamos cuando se trata de Andreas o, Bastian —agregó el segundo nombre tras una pausa.

—Qué patraña de argumento tienes ahí, porque lo nuestro es amor —refutó Tom—. ¿O acaso seríamos tan cercanas si no hubiera amor de por medio?

—No esa clase de amor, Tom —clarificó Bill—. Sabes bien a qué me refiero. Hablo de romance, mariposas en el estómago y besos de lengua, no besos porque me lastimé el labio al ser golpeada por un balón.

Tom bufó. —Pues me mantengo en mi argumento. Por siempre y para siempre, tú serás mi primer beso, y yo el tuyo aunque no te guste admitirlo.

—No se trata de eso, pero… —A sus propios oídos, aquel razonamiento sonó más falso que un billete de ocho euros. ¿A quién trataba de convencer? Mil y un veces prefería que fuera Tom y no Andreas quien tuviera el título de ser su primer beso, y si tanto empeño tenía ella en reclamarlo...

—Y es por eso que entiendo lo importante que resulta para ti. Ahora también lo es para mí —dijo Tom con sencillez—. Aunque…

—¿Sí?

—Me gustaría una repetición. Sólo para refrescar mi memoria, sabes…

—Oh. —Bill se mordisqueó el labio inferior—. Puede ser… si tú quieres.

—Yo… quiero —confirmó Tom sus sospechas.

Humedeciéndose los labios con la lengua, Bill entrelazó las manos sobre los muslos y esperó. Y siguió esperando… Hasta que Tom se tardó tanto que Bill hizo una mueca. ¿A qué esperaba su gemela, la próxima glaciación o qué?

—Se trataba de una broma, ¿es eso?

—No, por supuesto que no —exclamó Tom ofendida—. Pasa que no puedo hacerlo si te quedas ahí con los ojos abiertos como loca a la espera de que sea yo quien tome la iniciativa.

—¡Tú eres quien pidió besarme!

—¡Pero también has dicho que sí! ¡Podrías ser más proactiva, sabes, y no aguardar a que sean los demás los que marquen la pauta! ¿Pero qué digo? Pf, olvídalo.

—No, no. Yo lo haré. —Bill rompió a sudar, y con el corazón latiéndole como si hubiera corrido un maratón, se acercó a Tom hasta que ésta perdió los estribos por su demora y le sujetó el rostro con ambas manos para reducir el espacio entre las dos.

Si Bill esperaba un primer (o el número que fuera a esas alturas del partido) beso mágico tipo cuento de hadas en el que lloverían pétalos de rosas y a su alrededor titilarían luciérnagas, no se pudo haber equivocado peor. En su lugar, Tom unió sus bocas con tanta brusquedad que Bill se lastimó con uno de sus dientes y el dolor la hizo chillar.

—¡Ough, cuidado!

—Mierda —se retiró Tom a su vez, cubriéndose el labio inferior a la altura donde descansaba su piercing—. Eso no fue un beso, más bien un… golpe de box. Hasta la puerta me ha dado con más delicadeza que tú.

—Fue tu culpa —le reclamó Bill, palpándose con la yema del dedo índice alrededor de la boca en busca de sangre. Bastante gracioso sería que aquel beso que Tom reclamaba como el primero, y luego éste, tuvieran en relación el que de por medio ella estuviera herida, aunque dudaba ella que fueran capaces de reírse o verle el lado humorístico cuando estaban que sulfuraban que enojo.

Por fortuna no había sangre, y al cabo de un minuto, Tom también concluyó que su piercing estaba bien y en su sitio, así que de por medio quedó el incómodo dilema de besarse antes de que ocurriera otra catástrofe o mejor dejarlo para nunca.

—¿Hay… alguna razón en especial por la que quieras besarme? —Preguntó Bill a su gemela cuando quedó claro que Tom era demasiado testaruda, tanto para dejarlo ir, como para ser ella quien diera el paso crucial.

—Porque… quiero. ¿Necesito a fuerzas una lista de razones válidas o te basta con esa?

—Calma, no te cabrees. Es sólo que… No sé, no conozco otro par de hermanas gemelas que lo hagan, es todo. Simple curiosidad mía.

—Bill —dijo Tom poniendo los ojos en blanco—, somos el único par de gemelas en todo Loitsche, ¿vale? Cualquier cosa que hagamos estará bien porque no hay otras gemelas que nos desmientan. Además, nos besábamos todo el tiempo cuando éramos bebés. Hasta mamá creía que era lindo.

—Sí, porque teníamos puré embarrado en la barbilla, pero esa época ya pasó y no volverá, así que resígnate —masculló Bill, a punto de pegarse en la frente por ser tan idiota. Sin querer en realidad, ella misma estaba arruinando la que podría ser su única oportunidad para llevar a cabo un deseo imposible.

—Querer es poder, ¿o no dice eso mamá cada vez que nos ve desanimadas? Sólo… déjame besarte. Una vez más y no volveré a insistir.

—Ok —cedió Bill.

—Va, pero en esta ocasión lo haremos a mi manera. Ahora… Uhm, recuéstate en la cama.

Bill fingió fastidio y se colocó en posición supina, apoyando la cabeza en la almohada más mullida. Posando una mano encima de la otra sobre su estómago y cruzando los pies, mantuvo los ojos fijos en Tom, atenta a como su gemela se tironeaba del lóbulo de la oreja izquierda mientras reunía valor.

—¿Puedes cerrar los ojos?

—Puedo… ¿Quieres que lo haga?

Tom bufó. —No te pases de lista, Bill.

—Bah, no eres nada divertida —rió Bill, en todo caso, obedeciendo la orden.

Sin saber qué hacía Tom, Bill contó los segundos transcurridos por puro nerviosismo. Con cinco, el área alrededor de su cabeza se hundió a cada lado, y supuso Bill, era Tom buscando soporte para inclinarse sobre ella; con nueve, sintió la respiración de Tom contra la pequeña sección de piel entre su nariz y labio superior; con catorce, los labios secos, suaves y calientes de Tom rozaron los suyos, y el toque la hizo perder la noción del tiempo.

El beso no duró nada, y antes de que Bill pudiera reclamar una devolución, Tom volvió a hacerlo… una y otra vez, en cada ocasión, alternando la fuerza y duración con la que unían sus bocas.

Después de la sexta vez, Bill dejó a lado la cuenta, y por inercia, sus manos sujetaron a Tom del cabello, forzándola a permanecer más tiempo.

Sin que ninguna lo planeara, lo que empezó como un pequeño experimento, creció a pasos de gigante. Tom usó lo aprendido con Bastian y besó a Bill moviendo los labios hasta que ésta le correspondió.

—Tomi, ah… —Musitó Bill, el corazón latiéndole en el pecho como un pajarillo asustado.

Tom alineó sus bocas, y Bill la sorprendió tanteando su labio inferior con la punta de la lengua. A causa de los skittles que habían comido antes, tenía un sabor dulce y ácido que la hizo salivar.

Soltando la almohada, Tom usó una de sus manos para afianzar su agarre en Bill a la altura de la cintura, y con la otra sujetó su mejilla hasta guiarla al ángulo perfecto para que sus labios siguieran unidos.

Cuánto tiempo duró aquello, Bill nunca lo supo.

La cabeza le daba vueltas, y la definición de arriba y abajo había perdido su significado. De lo único que podía estar segura es que adoraba lo que Tom hacía con su lengua, y que no le importaría permanecer así hasta el día de su muerte.

Por desgracia, Tom tenía otra sugerencia, y sin preguntar primero, recorrió con dedos ágiles la curva del mentón de Bill hasta deslizarse por su cuello.

—Ah —gimió Bill entre besos, los ojos entreabiertos por el placer que le picaba en los rincones más extraños, como detrás de las orejas y la parte interna de los codos—. ¿Qué haces?

Tom siguió su camino, y pronto esos dedos ya estaban trazando una línea sobre los pronunciados huesos de su clavícula. De haberse tratado de otra persona quien se tomara esas confianzas con su cuerpo, Bill ya habría gritado pidiendo que se detuviera, pero tratándose de Tom… En su lugar aguardó paciente a que su gemela descendiera, y ésta así lo hizo, bajando por el centro de su esternón hasta tironear de la tela de su camiseta y llegar al borde de sus pechos.

—Mmm, Tomi… —Jadeó Bill, presa de la vergüenza. Por una parte, deseaba que Tom prosiguiera, pero por otra… Temía decepcionarla. Apenas el año pasado se había graduado de vestir corpiños a usar sujetadores, pero incluso así, no era como si tuviera un busto suficiente como para presumirlo. Bill estaba consciente de que Tom se encontraba en su misma situación, ventajas de ser gemelas después de todo, y que no iba a encontrar nada de lo que ella misma no tuviera un par, pero…

—¿Puedo?—Pidió Tom permiso, y Bill se lo concedió respirando agitada.

Para su mortificación, Bill se vio de pronto sin el peso del cuerpo de Tom sobre el suyo, porque Tom se había incorporado sobre su costado, y usando la otra mano que tenía libre, había encontrado un camino más conveniente para las intenciones que tenía, por debajo de su camiseta. Los dedos de Tom contra su piel estaban tibios y húmedos de sudor, y subieron por su estómago hasta tantear el borde de su sostén de encaje.

—¿Qué es esto? —Preguntó, aparentando una seguridad de la que Bill carecía.

—Mamá me lo compró —croó Bill, enrojeciendo todavía más—. No es como si tú los conocieras, sé que usas sostenes deportivos todo el tiempo.

—Bueno… A veces también me pongo esos otros que mamá me regaló —admitió Tom, bajando el mentón hasta casi apoyarlo en su pecho—. Oye, Bill…

—¿Sí? —Respondió ésta, expectante. Porque si era ese instante el que elegía Tom para dar marcha atrás, iba a morirse de humillación—. ¿Qué sucede?

Tom carraspeó, apretó los labios y volvió a carraspear, pero su mano siguió firmemente apoyada sobre las costillas de Bill y jugueteando con el encaje de su prenda íntima. Lo fuera o no, Bill quiso creer que era una buena señal.

—Tú… Uhm, no tiene sentido que nos ocultemos cosas, ¿verdad? Porque de todos modos la otra se va a enterar, pacto de gemelas y todo eso, así que sería una bobada y… Mi pregunta es… ¿Tú ya…? Con Andreas, quiero decir.

—¡¿Qué?! —Cuestionó Bill, dándole tal impacto a la palabra que Tom se sobresaltó.

La siguiente oración de Tom se perdió en un bisbiseo imposible de descifrar. Hasta para Bill, que a veces tenía la confianza de ser capaz de adivinar el pensamiento de su gemela, le resultó inviable el querer dar un veredicto.

—Repite eso, Tom. Esta vez de manera que te pueda entender.

Tom gruñó, pero obedeció. —Mi duda es si tú… ¿Has hecho esto con Andreas?

Bill bufó. —¿Hacer qué con Andi?

—Esto. —Y para recalcar su punto, Tom ejerció presión con su mano directamente sobre el pecho izquierdo de Bill—. ¿Te ha tocado así?

Como única respuesta, Bill gimió sin inhibiciones y a tal volumen que se tuvo que cubrir la boca con el brazo para ahogar el sonido obsceno.

—Mierda, Tom. No hagas eso sin avisar.

—Perdón, perdón —hizo amagos Tom de retirar su mano, pero Bill la retuvo.

—No, está bien. Me gustó…

—Oh.

—Y… no. No lo he hecho ni con Andreas no con nadie, así que ahí lo tienes, también eres la primera en esto. Espero estés satisfecha —dijo, aparentando estar molesta, aunque en realidad las rodillas le temblaban de una felicidad que amenazaba con hacerla estallar mientras corría por sus venas.

—Pues… lo estoy —admitió Tom, con una sonrisa que se curvaba sólo en la comisura de sus labios—. ¿Y sabes por qué?

—No.

—Porque Andreas debe respetar lo que no es suyo. Tú, tú eres mía. Y Andreas tiene prohibido tocarte.

Aquella muestra de posesividad hizo a Bill estremecerse por partes iguales de miedo a lo que Tom pretendía, y miedo por sí misma porque no le importaba.

—En ese caso, Bastian también debería recibir ese memorándum, porque hasta donde yo sé y no me equivoco, tú eres también mía, ¿o no, Tom? —La retó a contradecirla, y sobre esa nueva base se iba a establecer su relación de ahí en adelante.

Sí o no, nada más sencillo que una palabra de dos letras que cambiaría el curso de sus vidas.

La sonrisa de Tom creció, y ésta se inclinó sobre Bill hasta que sus bocas se encontraron a escasa distancia.

—Me gusta lo que dices.

—Y a mí lo que haces —volvió a gemir Bill cuando los dedos de Tom jalaron la delgada tela de su sostén y la hicieron a un lado.

Usando el dedo pulgar, Tom recorrió el pezón de Bill, y al instante Bill se retorció, porque salvo contadísimas ocasiones en las que ella misma se había acariciado al ducharse o antes de dormir, ese placer le había sido del todo desconocido.

—T-Tomi… —Gimoteó Bill, una de sus piernas moviéndose por voluntad propia contra el colchón—. ¿Qué haces?

—¿Me detengo? —Preguntó Tom, no por ello pausando el ritmo con el que su mano apretaba el pequeño pecho y conseguía con ello arrancarle a su gemela una serie de pequeños resoplidos encadenados uno detrás de otro—. ¿O prefieres que siga?

Ante la encrucijada, Bill rodeó a Tom por el cuello y la atrajo contra sí, usando su otra pierna alrededor de la cintura de Tom para que sus cuerpos estuvieran más cerca que antes.

Tom interpretó el gesto de Bill como positivo, y haciendo caso omiso de sus débiles protestas, le alzó la camiseta hasta descubrir su torso del todo. La cara de Bill se flameó de un intenso color rojo que decoraba en especial sus mejillas, pero que además bajaba por todo su frente hasta más allá del ombligo.

—En verdad somos idénticas en todo —murmuró Tom, recorriendo con su lengua el labio inferior—. Bueno… tal vez algunos lunares están fuera de sitio, pero por lo demás… idénticas.

—Duh —respondió Bill, tensa como un arco a punto de ser disparado, y a la par, extrañamente… tranquila por cualquiera que fuera el resultado.

Sin perder oportunidad, Tom pellizcó la punta de su pezón y Bill le dio un golpe en el costado con la mano.

—Compórtate —le previno—, porque lo que me hagas a mí…

—… ¿Me lo harás pagara con creces? —Adivinó Tom, los ojos brillantes de una energía que Bill reconoció como malicia.

—Sólo si tú quieres.

—Claro. Trato hecho.

—Entonces… —Enfocando todo gramo de concentración en la delicada labor que tenía entre manos, Tom siguió alzando la camiseta de Bill hasta que logró pasársela por encima de la cabeza y liberó sus brazos de la fastidiosa prenda que se interponía entre las dos—. Listo. ¿Puedo…?

Bill se cubrió el pecho descubierto con una mano, y rodó de su espalda hasta quedar sobre su estómago. Tom no hesitó en soltar el broche, y pronto el sostén de Bill se deslizó bajo sus hombros hasta que ésta quedó desnuda de cintura arriba y temblando como una hoja a merced del viento.

—Tranquila. No te muevas —le susurró Tom con voz ronca en una oreja, y Bill asintió su conformidad porque se había quedado sin voz. Más que eso, ya que la lengua se le había pegado al paladar y parecía imposible articular cualquier clase de sonido.

Subiendo desde su costado, las manos de Tom trazaron una ruta vertiginosa hasta posarse por completo en su pecho. Apoyada en sus codos, Bill respiró agitada mientras los dedos de Tom jugaban con sus pezones, ya fuera en pequeños círculos o con el ocasional pellizco.

—Ay… —Gimoteó cuando Tom ejerció más presión que antes y le hizo daño.

—Perdón, perdón… —Se disculpó su gemela, apoyando la frente en el área entre sus omóplatos—. Es que… tienes la piel tan suave y esto es…

—Lo sé, es increíble —admitió Bill a duras penas. Hasta la simple acción de pasar saliva era una tarea titánica cuando los dedos de Tom la trataban con tanta atención—. Me siento mareada, Tomi. La cabeza me da vueltas, pero quiero seguir.

—A mí igual. Es como si quisiera vomitar, desmayarme, todo a la vez, y al mismo tiempo, nunca me había sentido mejor. Y Dios… hueles maravilloso —aspiró Tom la piel de su espalda, subiendo por la espina hasta hundir el rostro en el área de la nunca donde el cabello suelto de Bill se arremolinaba enmarañado—. Te quiero devorar…

—Tomi… —Musitó Bill, bajando la vista a la altura de su pecho y recibiendo una descarga de electricidad al ver las manos de su gemela tocarla tan íntimamente. Si la sensación por sí sola era placentera al grado de hacerle doler el vientre bajo, la sobreestimulación sensorial de sentir y ver lo que Tom le hacía en esos momentos, le convirtió las piernas en gelatina.

Rompiendo las leyes de la física, era como si el mundo parara de rotar alrededor del sol, y ellas dos fueran las únicas personas que se hubieran dado cuenta. El transcurso del tiempo a su alrededor pareció disminuir en velocidad, y Bill perdió la habilidad de prestar atención a lo que ocurría en su entorno. De pronto era como si sus oídos se hubieran tapado, y lo único que pudieran captar fuera el ritmo acelerado de su pulso en las sienes, lo laborioso de sus respiraciones y el tacto de la camiseta que Tom llevaba puesta rozando su piel desnuda hasta irritarla.

—¿Te gusta? —Pidió Tom saber, tendiendo su peso sobre el de Bill y besando su mandíbula aquí y allá con besos rápidos y exaltados.

—Tú conoces la respuesta, no me hagas decirlo —murmuró Bill, los párpados pesados y los labios entreabiertos. Sin ser consciente de ello, Bill contrajo los dedos de los pies y los presionó contra el cobertor cuando una oleada de placer le recorrió como un rayo las cuatro extremidades en dirección a su ombligo.

Igual que le pasaba a Tom, su cuerpo seguía sus propias pautas sin que de por medio se requiriera en el proceso el paso por el cerebro racional. Bill actuaba por puro instinto, y Tom igual, por lo que a partir de ese punto todo se volvió confuso y plagado de bruma.

Y nuevamente, Bill perdió cualquier percepción del tiempo transcurrido cuando Tom la hizo tenderse de espaldas, y con una pericia hasta entonces no descubierta, hundió su rostro en el pecho de Bill y se dedicó a lamerle los pechos, alternando su boca con su mano de uno a otro hasta que Bill se retorció de placer y creyó perder la consciencia si Tom seguía.

Nunca antes había sentido algo así, y se lo hizo saber a su gemela con una serie de gemidos que horas después le hicieron doler la garganta y enronquecer, muy para orgullo de Tom, que en años venideros, se pavonearía de su habilidad y presumiría de su talento innato.

Cuánto más habrían llegado a avanzar esa tarde de no haberse visto interrumpidas, sería un tema de conversación que Tom y Bill llegarían a repetir hasta el hartazgo.

Porque tan absortas estaban en su recién descubierto interés la una por la otra, que pasaron por alto el automóvil de Gordon estacionándose frente a la casa, pero no el ruido que hizo la puerta principal al abrirse, ni las inconfundibles pisadas de su padrastro al subir las escaleras.

Para entonces Bill ya se había puesto el sostén de vuelta, y Tom le tenía lista la camiseta para que se la pasara por la cabeza. Muy a tiempo se recostaron de vuelta en la cama, y así las encontró Gordon, una vez que tocó a la puerta y le concedieron el permiso de abrirla, un tanto sonrosadas, pero supuso él, se trataba de un levísimo aumento de temperatura por haber pasado todo el día recostadas en el pijama.

—¿Cómo va todo? —Les preguntó desde el marco de la puerta—. ¿Quieren más pizza o esta vez me pedirán helado de un sabor imposible de conseguir?

—Nah, estamos bien —dijo Tom con una voz más aguda de lo normal—. ¿Mamá todavía no ha llegado?

—No, hablé con ella y mencionó que volverá tarde de la galería, así que no la esperen antes de las diez. Yo iré a preparar la cena. Esta noche será pollo al horno con verduras, por si me quieren ayudar a cortar las zanahorias y a pelar las papas.

Bill y Tom aceptaron, y Gordon les dijo que las esperaba abajo.

Roto el encantamiento, Bill no sacó a colación el tema de lo que habían hecho antes, y Tom hizo lo mismo, pero durante la cena bastó una mirada cómplice para dejar en claro que podía haber sido la primera vez, pero que no sería la última.

Y Bill ya contaba las horas para que Tom la volviera a besar.

 

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Notas finales:

Fe de erratas, porque se me olvidó que Andreas y Bastian se habían conocido en el capítulo 4 durante la escena, y en el 5 cuando llegan a la casa Kaulitz al mismo tiempo dice que no se habían visto antes. Como me fue imposible cambiar el capítulo sin que se arruinara el formato, les dejo el fragmento tal cual es:

"—Nos hemos encontrado en el camino, y por la descripción que me diste de él, supuse que se trataba de Andreas. Tenía mis dudas porque en la cena del otro día hubo más drama que presentaciones así que… Sí, eso —dijo Bastian, siguiendo el protocolo de la casa Kaulitz de apenas cruzar el umbral, sacarse los zapatos y dejarlos en cualquier espacio libre de la repisa que tenían a un lado para esos casos."


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