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Breve estío de florecimiento por Marbius

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8.- Dalia: Reconocimiento.

 

Todo y más fue lo que le contó Bill a Andreas de su recién cambiada relación con Tom.

Empezó no desde el inicio como era lo más lógico, sino que en idas y venidas desordenadas le narró el beso, y retrocedió a cuando eran pequeñas, y de vuelta a esa tarde en el garaje y luego a la semana en que se habían escondido del mundo. Un relato inconexo en cuestión espacial y temporal, aunque acostumbrado como estaba a los monólogos interminables de Bill, Andreas se limitó a asentir y a exclamar de vez en cuando los ‘ahhh’ y ‘ohhh’ que se necesitaran según correspondiera en la pausa. De su propia cosecha, al cabo de un rato también repitió algunas frases como ‘ajá, tienes razón’ y ‘ay Dios, no me cuentes eso’ hasta llegar al ‘demasiado información personal, pero prosigue’ cuando Bill se adentraba en las partes subidas de tono.

Bill rió, lloro, se sonrojó, y acabó con sed de camello después de casi dos horas de habla ininterrumpida.

Sólo entonces expresó Andreas la única idea verbal que se le vino a la mente.

—Wow. Sencillamente… wow.

—Lo sé —dijo Bill desde su lugar en el piso de su habitación. Ella y Andreas se habían pasado al alfombrado, y desde entonces no se habían movido de ahí aduciendo pereza—. Así que…

—Terminamos, entiendo. —Andreas suspiró con cierto deje de resignación—. Pero quiero que sepas que serás mi primera y única novia en el mundo. Para la próxima vez, tendré el valor de que sea novio o no sea nada. Lo juro.

—¡Hecho! —Selló Bill con él la promesa uniendo sus dedos meñiques en el aire—. Y lo mismo va para ti. En definitiva y sin ofensa, no me gustan los chicos. Y aunque técnicamente no cuentas porque eres gay y todo eso, ocuparás el único sitio en mi lista.

—Olvida eso y ponte a analizarlo. ¿No te resulta asombroso que nosotros tres seamos así? Es decir, ¿cuál era la probabilidad? Por ahí leí que sólo tres de cada cien personas mostraba tendencias no heterosexuales y resulta que en todo Loitsche resultamos ser nosotros.

Bill se mordisqueó la uña del dedo pulgar. —No estoy segura de Tom. Mmm, ella no ha dicho nada al respecto, así que igual podría ser que sólo es porque se trata de mí o…

—¿Crees que le gusten los chicos? Porque si alguien me hubiera pedido que eligiera a una de ustedes dos para ser lesbiana, habría ganado Tom con ese look de marimacho.

—Más bien creo que no le disgustan como a mí —dijo Bill, visualizando sin problemas todas esas ocasiones en las que la había espiado detrás del perchero de la entrada y la había encontrado satisfecha besando a Bastian. Ni entonces le había dado la impresión de desagrado, aunque tampoco es que se le viera saltarina de felicidad. Si acaso, resignada.

—Entonces… ¿Qué vas a hacer ahora? Terminamos, ok. ¿Pero qué les dirás a tus padres? ¿Cuál es la historia que les contaremos? ¿Terminaste tú conmigo o yo contigo?

Bill arrugó la nariz; ninguna de las dos opciones le parecía adecuada. —Sólo digamos que fue mutuo por diferencias irreconciliables y así nos ahorramos el drama. Que lo intentamos, fue divertido mientras duró, pero que quedamos como amigos porque en realidad no nos sentíamos tan enamorados como creímos en un principio, ¿qué tal suena?

—Excelente. Muy maduro y creíble.

—Y… ¿Les vas a decir a tus padres que eres gay?

Andreas denegó sacudiendo la cabeza de lado a lado. —¡No! Uhm… todavía no. Preferiría mantenerlo oculto unos meses más, si no te molesta. Quiero asimilarlo yo primero y soltar un par de indirectas aquí y allá antes de dar el gran salto. Presiento que papá es quien mejor lo tomaría, pero tratándose de mamá… Ella puede ser un poco más intensa. Supongo que con el resto del mundo será más fácil una vez que mis padres lo sepan, y en el caso de los G’s… Es una fortuna que no les hayamos dado la buena noticia de nuestro noviazgo, aunque no es como si se lo fueran a creer… Bueno, Georg por descontado que se habría partido de risa. Será un bruto, pero tiene un gaydar funcional para estos casos. Aparte de ellos, no se me viene a la mente a quién más le puede interesar mi sexualidad.

—Seh… —Pasándose la mano por la nuca, Bill le confió a Andreas un secreto—. ¿Sabes? Yo… estoy indecisa si le digo a mamá y a Gordon que no me gustan los chicos.

—¿Les dirás también lo de Tom?

—Tampoco es para tanto, al menos por ahora, pero… me gustaría ser franca con ellos dos. Mamá conoce a muchos amigos gays por su trabajo en la galería así que no me preocupa, pero en el caso de Gordon… No me sentaría bien que me tratara diferente sólo porque, ya sabes, soy lesbiana.

—¿Estás del todo segura? Y no me malinterpretes, pero ¿alguna vez te has sentido atraída por otra persona además de Tom? Puede que no seas gay del todo, sino bisexual, o curiosa, o experimentando. Hay variantes y puntos medios, no sólo blanco y negro. Por algo su bandera es un arco iris, creo.

—Ay, Andi —dijo Bill—. Estoy segura. Tal vez sólo se trate de Tom, pero después de lo que ha pasado entre las dos estas vacaciones… no me veo capaz de sentir por alguien más lo que ahora mismo siento por ella. Va más allá de ser gemelas o que ella sea una chica y yo también. No quiero sonar cursi, pero ella es mi alma gemela, y el resto no importa cuando se trata de amor.

Andreas sonrió. —Rematada de cursi, pero… tienes razón.

—El problema será encontrar el momento idóneo para hacerlo. No me agrada la idea de que en unos años se me conozca por ser la idiota que salió del clóset en la cena familiar o una escena igual de dramática y cliché. Tengo que hacerlo especial.

—¿Y si simplemente colocas unas sillas aquí? Les pides que esperen un momento, entras al armario, cierras las puertas y cuentas hasta diez en voz alta. Y cuando menos se lo esperen, ¡zaz!, suena la música de Village People, brincas sobre ellos en tacones de punta de aguja, una peluca a lo Marilyn Monroe y una boa de plumas al cuello. Si acaso son densos, les aclaras que eres gay y ya, aunque con semejante show…

Bill rompió a reír a carcajadas. —¡De dónde sacas esas ideas tan disparatadas! Jamás he usado tacones, y en casa no tenemos ningún disco de Village People.

—Es lo que yo fantaseaba como salida triunfal del clóset, pero presiento que seré ese crío tonto que rompe a llorar por la presión a la hora de la comida y lo suelta todo, estómago incluido.

Limpiándose el borde de los ojos de la excesiva humedad que le había producido reírse hasta que le doliera la barriga, Bill le dio unas palmaditas a Andreas en la espalda y lo consoló con la única frase que se le ocurrió:

—No te preocupes, ya pensarás en algo más estrambótico y acorde a tu personalidad. Lo planearemos juntos.

—¡Gracias, muchas gracias! —Dijo Andreas, abrazándola con fuerza y juntos rodando sobre la áspera alfombra. Después se arrepentirían al untarse loción en las partes irritadas, pero de momento hicieron caso omiso y se divirtieron como era antes que de todo ese lío diera comienzo.

De vueltas a ser los mejores amigos en el mundo tras un breve y muy complicado noviazgo, Bill y Andreas pasaron hoja a esa etapa de su vida y reanudaron la anterior como si nada hubiera ocurrido.

Y porque así era entre ellos dos, no tardaron en enfrascarse en su próxima aventura. Misión: Convencer a Tom que actuaba como idiota y eliminar cualquier rastro de celos por su parte.

Como era de suponerse: Más fácil decirlo que hacerlo…

 

A cambio de la rutina que ya se había establecido entre las dos, Bill despertó la mañana siguiente a solas y sin rastros de que Tom la hubiera visitado en la noche. No es que ella lo esperara, puesto que era domingo, y sus padres estarían bajo el mismo techo todo el día haciendo imposible escabullirse, pero la noción de que su almohada no oliera al cabello de Tom cuando presionó su rostro contra ella le sentó mal.

Para colmo, apenas poner un pie en el suelo su madre le regañó por no haber lavado el tazón y los vasos que ella y Andreas habían ensuciado la tarde anterior, y la obligó a hacerlo a la de ya bajo su ojo supervisor. Justo entonces Tom bajó apresurada las escaleras, y al grito de “Ya me voy, vuelvo a eso de las siete” desapareció detrás de la puerta de entrada.

—¿Va tu hermana con Bastian? —Le preguntó Simone a Bill mientras ésta secaba los vasos y los colocaba de vuelta en su lugar.

—No sé… Supongo que sí —disimuló Bill. Porque si Tom cumplía su promesa de ayer, hoy sería el día en que ella terminara con Bastian, lo que la llevaba a ese otro punto—. Oye, mamá…

—¿Sí? —Levantó Simone la vista de su lista del supermercado.

—Hay algo que me gustaría conversar contigo.

—Oh, cariño. ¿Tiene que ser ahora? Estoy por salir, y si no me apresuro, no alcanzaré a comprar pan recién hecho, y mañana no tendré tiempo de volver hasta allá. A menos que quieras acompañarme y lo hablamos en el camino.

—Uhm. —Bill esbozó una mueca. Por experiencias pasadas, bien sabía ella que lo mejor era quedarse en casa que salir con Simone a hacer la compra. Lo que en un principio era un simple viaje a la tienda de víveres por leche y huevos casi siempre se convertía en una odisea interminable en la que visitaban cada una de las tiendas de Loitsche hasta vaciar la billetera. Por alguna extraña razón, su progenitora acababa multiplicando su lista de la compra por diez, y regresaban horas después con los pies hinchados de tanto caminar y cargadas hasta las cejas de bolsas y más bolsas. Por salud mental, prefería no unírsele—. Mejor me quedo aquí.

—¿Tiene que ver con la banda? ¿O es la escuela? Mmm, a menos que se trate de Tom, pero no han peleado últimamente, ¿o sí?

—Nah, nada de eso. Todo va bien, es otra cosa de la que preferiría hablar, pero ya será después —desdeñó Bill la noción. Para entonces ya había terminado con los vasos y había colocando la toalla en su sitio—. Creo que mejor conversaré con Gordon.

—Mientras no sea nada de tu periodo… Sabes que no le importa echar una mano y hacer un viaje rápido a la farmacia, pero tú y Tom procuren no abusar de su paciencia.

Bill sonrió culpable. —Fue sola una vez.

—Sí, y el trauma le duró toda la noche, así que no lo repitan, ¿vale? No anhelo tener que explicarle otra vez la diferencia entre toallas con alas y sin alas. —Simone dobló la hoja donde escribía y se la guardó en el bolsillo trasero de sus jeans—. Última oportunidad por si cambias de parecer, ¿te vienes o no conmigo?

Bill denegó. —Paso.

—Conste, tú te pierdes la diversión de ir conmigo al supermercado y a la tienda de tapices —se despidió Simone de la menor de sus hijas con un beso en la frente, y pronto Bill escuchó su automóvil salir de la cochera y el ruido del motor perderse en la lejanía de la calle.

Ya que era domingo y el único día libre a la semana que se daba para trabajar en sus pasatiempos, Bill no perdió tiempo en buscar a Gordon en su estudio de la planta baja. Tal como se lo esperaba de él, Bill lo encontró puliendo la superficie de su guitarra más vieja, un modelo del que ella no recordaba el nombre por más veces que su padrastro se lo hubiera repetido, pero al parecer, una guitarra de lo más exclusiva si es que tomaba como referencia la infinita cantidad de veces que Tom le había pedido a Gordon que se la heredara al morir. Entre uno y otro extremo, Bill al menos le daba el beneficio de la duda al instrumento porque sonaba bien, y se guardaba su opinión al respecto.

—Hola, Gordon —atrapó la atención del adulto y esperó a que éste le indicara pasar a sentarse en una de las butacas que él tenía ahí para las visitas.

Como ocurría en cada ocasión que le era otorgado permiso entrar en esa habitación, Bill dio rienda suelta a su curiosidad al dejar vagar sus ojos por las paredes del cuarto, decoradas tres de ellas con las guitarras que Gordon coleccionaba desde los doce años cuando posó sus manos sobre la primera, un regalo de sus padres, y desde entonces quedó enganchado a la música. De ahí que Gordon se hubiera empecinado en darle lecciones de Tom en cuanto ella demostró interés, y con orgullo le narraba su padrastro a cualquiera que prestara atención que Tom ya tocaba escalas desde los nueve años. Sin llegar al extremo de ponerse verde de envidia, algunas veces Bill deseó no haberse rendido cuando Gordon les daba clases a ambas, pero de eso hacía ya casi cuatro años, y no podía lamentarse, porque a cambio se había concentrado en el canto y la composición de letras. Tal y como Tom le repetía: Una banda necesita de una vocalista que escriba las canciones y una guitarrista que pueda interpretarlas, y Bill había terminado por darle la razón.

—En un segundo estoy contigo —interrumpió Gordon las remembranzas de Bill, dándole los toques finales a la capa de cera que le untaba a su guitarra—. Listo. Como nueva.

—Debo admitir que si no la puedo apreciar como instrumento, al menos es una guitarra muy bonita —elogió Bill el trabajo de su padrastro mientras éste la devolvía a su sitio en la pared y descolgaba otra.

A veces podía pasarse el fin de semana completo limpiando sus instrumentos, puliendo hasta reflejarse en su superficie inmaculada, por lo que Bill aguardó a que Gordon diera la pauta para hablar.

Enfrascado con un trapo en la mano y el bote con cera de aroma a cereza frente a él, Bill pensó que incluso mil años después, sin esforzarse, podría cerrar los ojos y describir sin errores un cuadro que capturara ese instante. Desde la concentración de Gordon con las cejas unidas en el punto más alto de su nariz, el cabello largo que le caía sobre la frente por más veces que se lo pasara detrás de las orejas, y el suave rechinido de la cera al deslizarse sobre el cuello de la guitarra. Todo en conjunto hasta formar una estampa que para ella significaba mucho más de lo que podía explicar con vulgares palabras.

—Dudo mucho que no haya nada más divertido en la televisión que verme a mí pulir mis guitarras un domingo en la tarde, así que, ¿qué pasa? —Preguntó Gordon a la marca de los diez minutos, justo cuando Bill ya había empezado con su tic nervioso de golpetear con el pie el suelo.

—Verás… —Pasándose la lengua por los labios, Bill se detuvo, indecisa si tomar el camino corto o el largo.

Los ojos de Gordon atentos a ella por detrás del flequillo de su dueño acabaron por intimidarla, así que Bill le dio un rodeo al asunto que la traía ahí.

—Digamos, hipotéticamente hablando, o tal vez no tanto, pero tú me entiendes…

—Ajá. Ya empezamos con los supuestos, así que pinta para ser un problema gordo.

—Vale. —Bill se mordisqueó el labio inferior—. O sea, Tom y yo te queremos como un padre, y no es que papá no lo sea, pero pasa tan poco tiempo con nosotras, y luego se toma esas largas temporadas entre visitas que el puesto se ha ido haciendo tuyo sin siquiera planearlo.

—Para mí ustedes son como hijas, así las presento siempre, ¿o no? Aunque su madre y yo no estemos casados ante el gobierno, ella es mi esposa y ustedes dos mis hijas.

—Sí, y lo agradecemos, en serio. Así que… en base a ese amor, ¿se podría decir que seguirá así sin importar qué hagamos Tom y yo, verdad? Amor incondicional y eso.

Gordon levantó la vista de su guitarra. —Eso mismo le dije yo a mi padre la vez que rayé su carro nuevo al primer intento de meterlo a la cochera sin que se diera cuenta.

—¿Y se enojó?

—No tanto como cuando vio el golpe que le di al segundo intento, pero… —Gordon se rió para sí—. Lo que cuenta es que somos familia, y puede ser de sangre como yo con él, o por nuestra propia decisión como ocurre conmigo y ustedes, pero familia al final de cada día.

Bill asintió. —Gracias, y por si hace falta aclararlo, no hemos hecho nada de eso. El auto sigue intacto en la cochera como lo dejaste ayer.

—¿Entonces por qué me temo que sea algo peor?

—Peor lo que se dice peor… —Murmuró Bill, tensándose por inercia a la espera de ser rechazada.

—¿Hay alguna razón en especial por lo que me lo digas a mí primero antes que a tu madre?

—Bueno, mamá iba con prisa al supermercado y no me pareció inteligente de mi parte encerrarme con ella en el auto durante tres horas.

—Muy de acuerdo contigo. —Prosiguiendo con su labor manual, Gordon giró la guitarra y se dedicó a la parte trasera, dándole a Bill el tiempo necesario para organizar sus pensamientos y transformarlos en oraciones.

Al cabo de otros diez minutos de idas y vueltas en las que elegía cuidadosamente sus palabras y después se arrepentía ya cuando estaba con la boca abierta, Bill apretó las manos en puños sobre sus rodillas y se lanzó con todo.

—¿Crees que la homosexualidad está mal? Ya sabes, eso de sentirte atraído a tu propio sexo y no comprender qué hay de maravilloso en el otro.

Gordon detuvo el movimiento de sus manos y se paralizó. —¿A qué viene esa pregunta? Por supuesto que no, y si alguna vez di la impresión de que sí, me disculpo, porque no soy quién para dictar sobre la vida de los demás a quién y cómo desean amar.

—Es que… —Parpadeando para eliminar la humedad repentina en sus ojos, Bill prosiguió—. Andreas y yo terminamos y-…

—Oh, ya entiendo.

—¿En serio?

—Era difícil no verlo cuando se trataba de algo tan evidente. Es sólo que no quise comentar al respecto porque consideré que no era mi asunto inmiscuirme, y tu madre pensaba igual.

Los labios de Bill se curvaron en una pequeña sonrisa. —¿Era tan obvio? No me daba esa impresión, claro, pero ya que lo dices…

—Temo decir que sí. Andreas no es un chico que lleve estampada en la frente una etiqueta de varonil, así que tu madre y yo ya lo sospechábamos cuando anunciaron su noviazgo.

—¿Uh? Pero… Andreas no es gay —mintió Bill por su amigo con tan mal tino, que al instante Gordon arqueó una ceja de incredulidad—. Uhm… Ok, sí lo es, pero se supone que es un secreto y tengo prohibido comentarlo con nadie Tom incluida, así que no digas nada, Gordon.

—Su secreto es mi secreto. Permaneceré tan silencioso como un muerto.

—Además… Andreas no es el único que tiene esas tendencias. Por dar un ejemplo, bajo el techo de esta casa también vive una persona gay.

—Oh, así que se trataba de eso… Presiento que ya sé de quién hablas. Esta vez no hay error posible.

—Seh.

—¿Pero por qué Tom no lo habló conmigo en lugar de enviarte a ti? ¿Así que a eso venía tanta charla de aceptación y quererlas como hijas en contra de viento y marea? Porque sin importar qué digan o hagan, ese sentimiento permanecerá intacto. No hay duda alguna al respecto, la aceptaré siempre como mi hija, y que le gusten las chicas no va a cambiarlo.

—¿Tom? ¿Gay? —Llevándose las manos al cabello, Bill por poco se atragantó con su propia saliva—. No, no. Yo soy… gay. Me refería a mí, no a Tom.

Fue el turno de Gordon para que el aire de sus pulmones le fuera insuficiente, y acabó tosiendo. —¿Tú?

—Yo. Sí. Bill —repitió Bill su nombre—. Soy gay. Me… gustan las chicas y sólo las chicas.

—¿Es una especie de crisis porque Andreas y tú terminaron, y él te confesó que es gay o…? Porque una decisión de esa magnitud es… enorme, y no debe tomarse tan a la ligera.

—No, ya sabía que Andreas era gay antes de que él y yo fuéramos novios, pero… No me pasaba por la cabeza que yo también lo fuera. Y resultó de lo más sencillo descubrirlo, porque cuando nos besamos, ewww… Tuve una especie de epifanía y ahí supe que prefería besar a mil chicas diferentes que a un chico más.

—¿Y Tom igual o estoy confundiendo todo? —Gordon bufó—. Qué embrollo.

—No puedo hablar por Tom en su lugar, pero quién sabe. Somos gemelas, ¿no se supone que seamos idénticas en una amplia variedad de características? Que a ella le guste el hip-hop y a mí el pop de los 80’s pero que las dos seamos gays, o no.

—Tu madre va a… tener un ataque si es así, pero de antemano les digo que todo va a estar bien. Sólo prométanle nietas en el futuro o algo así, y se le pasará antes.

—Uhm, es que no sé en el caso de Tom.

—De momento tiene a Bastian, así que hay una cierta esperanza de que me haya equivocado. Mi error, lo admito. Me dejé guiar por la estampa que pintan de las lesbianas, pero justifico a mi favor que de haber tenido que elegir una de ustedes dos, habría sido ella.

—¿Por su apariencia?

Gordon admitió caer en la trampa de los estereotipos, y alzó las manos enseñando las palmas como señal de rendición absoluta.

—Mea culpa, pero hey, tratándose de Andreas no erré, así que es un 50% de éxito ó 50% de fracaso, según mires el vaso medio vacío o medio lleno.

Bill se encogió de hombros. —Así que… ¿está bien si soy lo que soy?

—Siempre —confirmó Gordon con una sonrisa amplia—. Ven acá.

Sentándose en su regazo una vez que Gordon apartó la guitarra y la lata de cera, Bill se dejó abrazar y rodeó a su vez el cuello de Gordon con fuerza.

—Más tarde hablaré con tu madre y me encargaré de que este golpe le sea lo más suave posible. Después podrás reunirte con ella y los tres, o los cuatro, si prefieres que Tom esté presente, lo discutiremos y quedaremos como siempre, ¿ok? Nada va cambiar en esta casa si de mi depende, aunque… quizá se modifiquen un poco las reglas y corrijamos el novio por novia en las normas que ya conoces.

—Gracias, Gordon —musitó Bill, besando a su padrastro en la mejilla.

—No hay de qué. Pero hazme un favor y prepara a Tom. Tengo el presentimiento de que tu madre va a aprovechar que esta noche cenaremos los cuatro y a acosarlas con preguntas a las dos. No prometo que sea lindo, pero sí que haré lo indecible para que termine pronto.

—¿Ella también sospechaba que era Tom la hija gay de la familia?

—Eso y lo de Andreas también, así que toca esperar a que celebre lo que acertó y le importe poco el haberse equivocado de hija. De nuevo, todo saldrá bien.

—Esperemos que así sea…

—Y lo será —prometió Gordon a su manera.

—Ojalá…

Y porque no le quedaba de otras más que confiar en Gordon, Bill dejó que el peso que hasta entonces había llevado sobre los hombros se le deslizara hasta quedar ligera como pluma. Tal vez no estaban relacionados por sangre, pero Bill no habría cambiado a su padrastro por ningún otro, y para prueba de que el amor no requería de vínculos genéticos, ahí estaba él con la más grande muestra de aceptación que un padre fuera capaz de exhibir por sus hijos.

En paz consigo y con el mundo, Bill pidió unos minutos más en el regazo de Gordon y éste se lo permitió. Y una vez que Bill se sintió fuerte y lista para enfrentarse al mundo, Gordon tuvo el detalle de darle un último abrazo.

—¿Todo bien?

—Excelente —confirmó Bill con él—. Y… de nuevo, a riesgo de sonar como disco rayado, gracias por todo.

Gordon le acarició la cabeza igual que cuando era pequeña. —No hay de qué. Si acaso, espera a después de hoy para hacerlo, porque falta ver qué reacción o falta de reacción tiene tu madre cuando le demos la gran noticia.

—Esto promete —murmuró Bill un tanto lúgubre—, y promete mucho.

Por supuesto, no estaba equivocada.

 

Bill se encerró en su habitación el resto de la tarde, y en un arranque de locura temporal, lloró hasta congestionarse. Una vez que se le pasó la crisis de nervios, después se lavó la cara con agua fría para esconder lo rojo de sus ojos. No era su culpa, razonó ella, sino de estar en alguna parte de su ciclo menstrual. Daba igual en cuál, porque lo que contaba es que esa sería la gran noche en que anunciara su intempestiva salida del clóset y en juego estaba si su madre correría a abrazarla, estrangularla, o de plano se quedaría congelada en su silla, presa de un desequilibrio emocional.

Morbosa como era al respecto, Bill se alistó para la cena de esa noche con su mejor par de jeans y una camiseta negra con calaveras que había reservado para asistir a un concierto, pero que prefirió utilizar esa noche como amuleto de buena suerte. Se volvió a pintar las uñas de negro con una doble capa de laca, y se atusó el cabello hasta que su melena se esponjo quince centímetros y le dio un aspecto de haber sido electrocutada. Bill remató el conjunto con unas botas industriales que había comprado en su breve etapa de escuchar Rammstein, al menos diez pulseras de cuero alrededor de sus muñecas, y delineador negro por el contorno superior e inferior de sus párpados.

El resultado final lo definió Tom al ir llegando ella a casa mientras Bill bajaba las escaleras.

—¡¿Pero qué…?! —Pausa para cerrar la puerta de la entrada con el pie y arremeter de vuelta—. ¿Qué te has hecho en la cara? Parece que vas a la guerra.

—Es mi look de valor, así que shhh, porque lo arruinas —terminó Bill de descender la escalera, y juntas se dirigieron al comedor.

En un caso insólito para tratarse de ellos que usualmente comían en la cocina, o cada quien frente al televisor cuando le diera hambre, Simone había solicitado que esa tarde se reunieran a las siete en punto en el comedor para una cena familiar.

—Tom, Bill, no me hagan esperar —les gritó Simone desde la cocina—. No olviden lavarse las manos antes de sentarse a la mesa.

Con resignación de su parte, Bill y Tom hicieron una pequeña parada en el baño de debajo de las escaleras, y a pesar de lo reducido del espacio, se empecinaron en entrar las dos al mismo tiempo.

—Ugh, Tom. Qué asco —exclamó Bill cuando Tom se enjuagó la espuma de los dedos y ésta resultó ser de un color café oscuro—. ¿Qué, jugaste a construir canales en el lodo o qué?

—Para que lo sepas, estaba practicando unos trucos nuevos en la patineta, y esto —alzó las manos ahora limpias y sonrosadas— es parte de las caídas.

—Como sea, es asqueroso. No me pongas cerca esas manos ni en un millón de años, ¡yuck!

—Eso no decías cuando yo-…

—¡Tom! —Se estremeció Bill—. Shhh, silencio.

—Vale que sólo quería darte un recuerdito, pero si no quieres…

—¿Están listas? —Apareció Gordon en el resquicio de la puerta—. Su madre ha hecho chuletas de cerdo, puré de papa y ensalada de guisantes con zanahorias, así que mientan si es necesario, pero díganle que está delicioso.

—Ok —corearon las gemelas.

En el comedor ya estaba sentada su madre, y a juzgar por la línea delgada en la que se habían convertido sus labios, Bill supuso correctamente que Gordon ya había tenido oportunidad de hablar con ella y que Simone estaba informada acerca de su conversación de antes en el estudio.

—Tomen asiento —les indicó su progenitora, y señaló frente a sí las dos sillas que había reservado para ellas, mientras que Gordon ocupó el lugar a su lado. De ese modo, daba la impresión de que se fueran a enfrentar cara a cara, o al menos así lo sintió Bill.

La habitación estaba bajo el embrujo de un silencio tirante del que todos los presentes eran conscientes, excepto Tom, que apenas acomodar su silla, pidió a Gordon que le pasara la bandeja con puré de papa.

—Coman, y espero les guste —dijo Simone.

—Maravilloso en sabor y textura —respondió Tom con un trozo de carne todavía en la boca—. Deberíamos repetir esto más seguido.

Por debajo de la mesa, Bill le dio una patada. A diferencia de Tom que parecía disfrutar del banquete que Simone les había cocinado, ella a duras penas podía pasar bocado tras bocado por la garganta. Como si una mano invisible se hubiera cerrado en torno a su tráquea, daba mordiscos aquí y allá y jugueteaba con sus chícharos en el puré a enterrarlos y después bañarlos en gravy de champiñones.

—¿Billy? Uhm —atrajo de pronto Simone la atención de su hija menor, y se detuvo cuando la mano de Gordon se posó con suavidad en su hombro—. Sólo quería decirte que cociné esta cena para ti, por… ya sabes, cariño. Esta es mi manera de decirte que te querré siempre.

—¿For qué for esha y no for mi? —Rezongó Tom, escupiendo trocitos del pan que había estado masticando—. ¡No es justo! ¿Qué estamos celebrando? Porque si es por algo relacionado a su cumpleaños también debería ser por el mío.

Gordon le indicó a Tom que esperara un poco, pero ella prefirió ignorarlo. En su lugar se giró hacia Bill y bastó una mirada para saber de qué se trataba.

—¡¿Se los dijiste?!

—¡¿Tú lo sabías?! —Contraatacó Simone.

—¡Por supuesto que sí! ¡Soy su gemela! —Afirmó Tom vehemente—. ¡Lo sé todo de ella! ¡Todo! —Subrayó, por si acaso quedaban dudas de cualquier índole.

Simone golpeó la mesa con el puño, y los vasos de los que bebían se movieron tres centímetros fuera de su lugar. —¿Es que fui la última en enterarse?

—Amor, no es como si lo hubiéramos planeado para que fuera así. Sólo se dio, y ya —dijo Gordon, pasándole el brazo por los hombros para apaciguarla—. Era indudable que Tom sería su primera confidente, y si yo fui el segundo fue por azares del destino, no porque no tuviera confianza de hacerlo contigo. No te exaltes.

—¡Pero es que…! —Simone suspiró, y en el proceso se desinfló su ánimo un poco—. Está bien, ya entendí. Esta primicia no me correspondía a mí.

—Entonces… ¿Está bien que sea lesbiana? —Preguntó Bill.

—Más que bien, está perfectamente normal. No hay nada más que decir al respecto, a menos que quieras presentarnos a alguien especial en tu vida…

—Nah —dijo Bill, sus ojos traicionándola por una milésima de segunda al buscar a Tom—. No me siento preparada para otra relación. Con Andi me basta y sobra por una temporada. Por decisión mutua, coincidimos en que somos mejores amigos que novios, así que volveremos a lo de antes sin tanto embrollo.

—Mmm, y pensar que yo apostaba todo a que ese chico era… En fin.

Gordon se apresuró a beber agua, y a Bill no le costó adivinar que éste había cumplido su promesa y no le había revelado a Simone la verdadera naturaleza de Andreas.

—Vale, ya que estamos dando anuncios importantes, yo tengo el mío —atrapó Tom la atención de los presentes—. Hoy terminé con Bastian, o mejor dicho, él terminó conmigo.

—Oh, mi bebé —se compadeció de ella Simone—, cuánto lo siento. Debió haber sido un golpe muy duro para ti. Pero ¿qué ocurrió? ¿Te dijo sus motivos para romper contigo?

—Seh, verás… —Tom apuñaló su chuleta de cerdo con el tenedor y la arrastró por el plato con un cierto atisbo de frialdad—. Al parecer no le agradó cuando le dije que no veía futuro para nosotros porque me gustaban las mujeres y a él le sobraba una pieza crucial para serlo. Así que… no se lo tomó bien. Aunque tampoco mal, ya que estamos. Se quedó callado un rato y justo cuando pensé que ya le había dado uno de esos ataques de catalepsia en los que ni parpadean, va y me pide que se lo jure por lo más sagrado en el mundo porque sólo así me lo iba a tomar por cierto.

—¿Y se lo… juraste? —Parafraseó Gordon la expresión de su hijastra.

—Por supuesto que sí. Le dije: “Bastian, te lo juro por Bill”, ¿qué hay más sagrado que eso?, y tadán, funcionó mejor que una bofetada. Murmuró algo de que era demasiado bueno para ser verdad el que patinara y juntos tuviéramos nuestras competencias de eructos. Y luego entre todo eso, me terminó, como si importara que fuera él quien lo hiciera. Da igual, ya se acabó. ¿Me pasan las servilletas? Este gravy ya me salpicó.

Anonadada por la falta de emoción en su rompimiento, Simone le entregó el servilletero y a cambio recibió un escueto ‘gracias’.

—¿Así que tú también eres… lesbiana?

—Ajá.

—¿Y no es ninguna etapa pasajera?

—Noup.

—Y hay alguna novia secreta de la que debamos de enterarnos?

Tom continuó masticando sus verduras, y tras unos segundos de deliberación, negó con la cabeza. —No por el momento. Ya les avisaré después.

Indecisa si tomárselo personal o no, Bill bajó la vista a su plato y ahí la mantuvo mientras duraba el interrogatorio al que sometieron su madre y Gordon a Tom.

A su vez, a ella también le tocó responder una amplia variedad de preguntas que iban desde “¿hace cuánto que descubriste que eras lesbiana?” hasta “¿ya has besado a otra chica?” para lo que ella mintió, no así Tom, que respondió con un vago ‘sí, algunas veces’ y siguió tan relajada como si nada comiendo.

La cena, que normalmente no duraba más de veinte minutos, se extendió por espacio de hora y media, y de no ser porque Simone había preparado un pay de queso con limón, Bill ya se habría fastidiado, puesto en pie y retirado de la habitación, pero aquel era su postre favorito, así que resistió tanto como pudo al interrogatorio mientras se comía su tercera rebanada de dulce.

—Oye, mamá —interrumpió Tom a Simone cuando las manecillas del reloj estaban a punto de marcar las nueve en punto—, deja un par de dudas para la próxima vez, ¿no? Me zumban los oídos de escucharte tanto rato sin parar.

—Pero si todavía no hemos hablado de esperar por lo menos a los quince años para perder la virginidad…

—Ugh —manifestaron Tom y Bill su desagrado por el tema.

—Yo entiendo que pueda parecerles de lo más inofensivo porque no hay riesgo de embarazo y las lesbianas se divierten como nadie más en el mundo, pero…

—Simone, basta —la detuvo Gordon antes de que pudiera traumatizar a sus hijas y de paso a él en el proceso—. Todavía no cumplen los trece. Seguramente, perder la virginidad es lo último que les pasa por la cabeza ahora mismo.

—¿Tú crees? —Susurró ella—. Por Dios, Gordon. Espero que así sea —prosiguió después para sí.

—Ay, mamá —le recriminó Tom a su progenitora—, que somos lesbianas, no un par de idiotas impulsivas. Ni Bill ni yo tenemos planes de cambiar nuestra prioridad número uno por unas noviecitas cualquiera.

—Sí, la banda va primero —enfatizó Bill ese puesto número uno, o quizá el segundo, porque al menos en su caso, Tom era la que se paraba muy erguida en el pódium de ganadores, y sobre su pecho se cruzaba una cinta satinada de ‘primer lugar, dueña del corazón de Bill’, no que por ello la propia Bill se lo fuera a confesar a su gemela, claro está.

—Quisiera creerles, pero tú, Tom, trajiste a casa a un chico de dieciséis años, y no quiero repetir esa escena con una chica de dieciséis, ¿lo entiendes? Mi corazón no está preparado para semejantes emociones. Otra vez.

—Ach, que Bastian tenía quince, y yo casi trece. Dos años de diferencia no son nada.

—Casi es la palabra clave aquí —dijo Gordon, interviniendo entre las dos antes de que estallara la disputa—. Y en cualquier caso, va a ser un tanto diferente el salir con chicos que con chicas.

—¿Por qué? —Gruñó Tom—. ¿Tendré que asumir el papel de macho en la relación y necesito aprender nuevos modales, o de qué se trata?

—Es… más complicado que eso, pero ya lo discutiremos cuando llegue el momento. Por ahora, preferiría que tomáramos un descanso y diéramos por terminada esta charla. ¿Qué les parece? ¿Simone?

La aludida suspiró. —No hagas que me llame otra madre reclamando que te acostaste con su hija, Tom. Lo digo muy en serio. Porque sé que eres capaz.

Tom puso los ojos en blanco. —Soy tu hija, ¿recuerdas? No tu varoncito el desflorador de vírgenes inocentes.

—¡Ugh, Tom! —Le regañó Bill—. No seas asquerosa. Todavía estamos en la mesa. Guarda tus guarradas para después.

—Bah —se cruzó ésta de hombros—. Sé comportarme. Que sea lesbiana no implica esas tonterías en las que piensan, ni que seré promiscua porque no hay bebés de por medio, ni nada más. Fin de la discusión.

Y como si hubiera sido la pauta que todos los presentes estaban esperando, así fue. Recogiendo cada quién su plato sucio y sus cubiertos, se retiraron a la cocina dando por zanjada aquella reunión familiar.

Menuda cena, y menuda salida del clóset por partida igual.

Gemelas hasta el final, ya fuera para la menstruación o para revelar su sexualidad, Tom y Bill iban entrelazadas la una en la otra para demostrarle al mundo cuán idénticas podían llegar a ser.

 

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