Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Breve estío de florecimiento por Marbius

[Reviews - 9]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

9.- Prímulas: Primer amor. “Sólo te he amado a ti”.

 

Eliminado Bastian de su futuro tanto a corto y largo plazo, Bill descubrió que el resto de las piezas entre ella y Tom caían bajo su propio peso. Sin un novio que le limitara su tiempo libre, Tom retomó los ensayos de las banda con renovado brío, y a lo largo de julio y gran parte de agosto se enfrascó en su guitarra con una obsesión casi enfermiza como antes lo había hecho con su patineta.

Bill ya casi había olvidado lo divertido que era desvelarse juntas hasta llegar a ver el amanecer, mientras componían canciones y fantaseaban con las aventuras que iban a vivir una vez fueran descubiertas por una disquera y a sus pies se rindiera el mundo entero, pero la emoción de entonces volvió, y era la misma de los últimos años.

En otros aspectos, su relación con Tom también cambió, pero siempre para bien.

Atrás habían quedado las discusiones bobas entre hermanas, y en su lugar, reinaba una extraña armonía que vino a ser el eslabón perdido entre las dos. Si ya antes creía que eran unidas, Bill tuvo que redefinir su concepto, porque ahora habían cruzado la línea entre gemelas directo a siamesas, exceptuando la parte de estar unidas por la carne y órganos, aunque según fuera el juicio del espectador, no era tan insólito afirmar que estaban conectadas a la altura de la cadera por voluntad propia, ya que donde iba una, la otra la acompañaba sin dudar.

Hasta su familia inmediata notó el cambio, y éste fue recibido con alegría, porque como Gordon dijo: “Ya estábamos hartos de verlas pelear a cada rato por tonterías. En cambio ahora…”, seguido de elogios por la conducta ejemplar demostrada a lo largo del verano.

Ante todo, la transformación más significativa se dio a puertas cerradas.

Sin novios que se entrometieran de por medio, Bill y Tom prosiguieron explorando su recién descubierta faceta como… Eso. Eso, que incluía escabullirse a medianoche a la habitación de la otra y acariciarse en la oscuridad hasta que el sueño las vencía. Eso, que implicaba un remolino de emociones en las que Bill perdía la noción del arriba y el abajo mientras Tom hundía el rostro entre sus piernas y la besaba ahí, justo ahí, para su gran mortificación y excesivo deleite. Eso, que a su manera, simbolizaba amor con las infinitas promesas que se podían hacer sin abrir la boca, sólo mirándose a los ojos sin que nadie más lo sospechara.

Eso, sin un título concreto no porque Bill fuera incapaz de pedirlo, sino porque Tom lo era para explicarlo en palabras. Y bastantes intentos realizó Bill sin que ninguno de ellos llegara a buen puerto.

Simplemente, Tom prefería seguir adelante sin tomar en cuenta las etiquetas de identificación, y en el proceso, Bill comenzó a frustrarse.

—Es que… —Susurró ella una tarde a finales de agosto, pegándose el auricular del teléfono a la boca, modulando la voz para no delatarse mientras se escondía de Tom en el armario de la planta baja.

—¿Sí?

Bill suspiró. —Me cuesta decirlo. Quiero verte, necesito decírtelo a ti para que me aconsejes —acabó Bill confesándoselo a Andreas.

—Ya, pero sabes bien por qué no se puede. Tu carcelera no nos lo autoriza.

—Ach —gruñó Bill—, ni me lo recuerdes.

Bastante tenía ella con tener que sentarse en cuclillas bajo los polvorientos abrigos de invierno y sufrir el calor del reducido espacio, como para además traer a colación el único tema que infaliblemente le ocasionaba dolor de cabeza instantáneo.

«Maldita sea su terquedad», maldijo Bill la veda que Tom había puesto sobre las dos y que impedía a Andreas ir de visita, llamarlas, enviar una tarjeta y hasta reconocerlas si se encontraban en la calla. Todo ello porque  seguía sin superar que Bill y Andreas hubieran tenido un corto e insignificante noviazgo, y de nada servía sacar a colación el rompimiento porque Tom se cruzaba de brazos y desaparecía por horas.

Bill ya había llegado a un punto en el que prefería rendirse, o más bien, darle a Tom por su lado y en su lugar desobedecerla a escondidas, porque muy gemelas y todo, pero ella era su propia persona, y ni Tom ni nadie mandaba en su vida sin importar qué. De ahí que casi a diario se escabullera dentro del armario a hablar con Andreas cuando todavía era temprano y Tom seguía durmiendo en la cama.

—Esto es ridículo —dijo Andreas, su tono hastiado como nunca antes—. Vale, entiendo que transgredí esa estúpida regla no escrita de jamás mirar a la hermana de un colega como material de novia, pero deberían existir excepciones, o puntos a mi favor porque soy gay, tú igual y lo mismo Tom. ¡Nosotros somos unas jodidas excepciones a cada regla!

—Pues explícaselo tú a Tom porque a mí no me hace caso. He intentado de todo para atraer su atención, y nada. Lo único que le falta es cubrirse las orejas con las manos y gritar.

—Me la pones un poco difícil con tantas prohibiciones de por medio. ¿Qué hago? ¿Le envío mis disculpas por medio de señales de humo, código Morse o por radio? Bueno… eso de la radio no suena tan descabellado, ¿crees que escuche la estación de polka? Porque hay una hora de peticiones los domingos a las seis de la mañana, y podría dedicarle una canción que me gane su perdón…

—Olvídalo, Tom preferiría darse por muerta que escuchar eso, o a ti con ese rollo de colegas y hermanas ya que estamos. Que admítelo, Andi, sigue siendo una excusa muy barata.

—Tsk, pues te recuerdo que fue tu idea y no la mía el fingir todo eso de nuestro apasionado idilio, así que por lo menos un cincuenta y un porciento de este lío te pertenece.

Bill se mordió el labio inferior. —Lo sé, lo sé, y ya me disculpé mil veces. ¿Qué quieres que te diga? Nunca creí que aterrizaríamos en estos extremos. Tom puede llegar a ser intransigente y cabeza dura, pero esto ya es demasiado hasta para ella.

—Bueno, si lo piensas un poco… en realidad Tom es bastante flexible si le llegas con argumentos convincentes, y en ocasiones le gusta hacerse la interesante antes de dar su brazo a torcer, pero cuando estás tú de por medio o llanamente se trata de ti, pfff… Antes se tiraría de un barranco que admitir lo idiota que puede llegar a ser si la dejan llegar a las últimas consecuencias.

—Genial… —Masculló Bill—. ¿Pues sabes qué? Me niego a seguir así ni un minuto más.

—Eso ya lo dijiste antes al menos unas tres veces…

—¡Pero esta vez va en serio! Tom tiene que entender por las buenas, o a las malas, que no hay motivo para sentir celos porque somos nosotros dos, y sin ofender, eres nuestro mejor amigo en todo el mundo, pero tú no te comparas a su lado.

—Oye, pues gracias —bufó Andreas, con todo, sin tomárselo a pecho porque bien discernía él que el vínculo entre las dos iba más profundo de lo que su comprensión le permitía apreciar—. Y temo ser un aguafiestas con tus planes, pero eso ya lo intentamos antes… y fallaste. Tal vez… lo mejor sería dejar pasar un tiempo y que Tom misma se dé cuenta por sí sola lo infantil que está actuando.

—Lloverán sapos y culebras cuando así ocurra.

Andreas chasqueó la lengua, y el sonido le recordó a Bill el restallido de un látigo.

—Pues que lluevan. O no. Lo que sea, porque francamente ya me cansé. Si Tom no quiere seguir siendo mi amiga, y de paso me impide que tú lo seas mientras tú lo aceptas, ¿qué más me queda por hacer? Este verano ha sido un asco sin ustedes a mi lado. Bastante tenía antes luchando contra los gamberros de la escuela y soportando sus burlas, pero al menos las tenía a ustedes dos. En cambio ahora… Yo no tengo ningún hermano gemelo en el cual apoyarme, ¡ni siquiera tengo un hermano! ¿Te parece justo?

—Andi…

—Déjalo. Todo esto me asquea. Que Tom no quiera ser mi amiga, vale… ¿Pero tú?

—Soy tu amiga, Andi. Siempre lo hemos sido —musitó Bill, apretando fuerte el auricular contra la oreja—. En las buenas y en las malas.

—¿Sí? Porque estamos viviendo ahora mismo las dichosas ‘malas’ y no te creo nadita. No me demuestras nada. Es más, que tú misma te creas esa patraña que seguro te repites para tener la consciencia tranquila, me revienta. Según tú eres mi amiga, pero no eres diferente de esas personas que sólo me hablan cuando estamos a solas porque les da vergüenza que los vean conmigo. Ahora ya eres como ellos, y todo por no plantarle cara a Tom. Vale que sea tu gemela, ¿pero y yo qué? Es… —Andreas se sorbió la nariz, y al instante Bill comprendió que lo había hecho llorar—. Es una patada en el trasero la que me has dado, y todo por una novia. Y nos juramos que nunca sería así…

—Pero…

A pesar de todo, Bill no encontró poder o razonamiento para refutar las acusaciones de Andreas. Cierto, Tom era su gemela y el lazo (todavía sin nombre oficial) que ahora las unía era una extensión de las bases sobre las que se construía esa nueva relación entre las dos. Técnicamente eran novias, y bajo esa nueva luz, había atentado contra la amistad que Andreas y ella habían mantenido por tantos años.

—No me apetece pelear, pero tampoco quiero seguir dándole vueltas a lo mismo —dijo Andreas, patente cierta frialdad en su tono de voz—. Hablemos después.

—Andi, lo siento tanto…

—Ya, seguro…

Y sin darle tiempo a Bill de proseguir, Andreas finalizó la llamada y la dejó con el teléfono en la mano y un nudo en el estómago imposible de sobrellevar.

Pendiente quedaba una gran disyuntiva: ¿Amigos antes que novias o…?

 

—Tom, por favor.

—No.

—Es tan injusto.

—Sigue siendo no.

—¿En verdad eres tan pueril?

—Lo soy. Así que no jodas con lo mismo.

—¡Pero…!

—¡No, caray!

Golpeando una almohada con el puño, Bill se giró sobre la cama de Tom para darle a ésta la espalda.

—Y ahora la pueril eres tú, no jodas —amagó Tom en tocarle la espalda desnuda, pero Bill se retiró del toque de su mano—. Anda, ¿qué pasa?

—Extraño a Andreas… —Musitó Bill—. Extraño como éramos antes los tres.

Antes —dijo Tom, usando un tono paciente similar al que los adultos usan con los niños cuando montan su berrinche— implica que esto no existiría.

Esto, en sustitución al eso. Daba igual. Sin un título concreto, cualquier mirada cargada bastaba para señalar lo obvio y tener por ello pase automático como tema prohibido.

—En ese caso…

—No lo digas.

Bill suspiró. —Y no lo hago, pero quisiera.

—¿No estás feliz de lo que tenemos?

—Quiero más, Tomi. Anhelo más. Cuando se trata de ti, lo quiero todo —musitó—. Pero esa no es la cuestión.

—De nuevo con el tema de Andreas hasta que te canses y me fastidies en el proceso.

—No, hasta que entiendas lo importante que es él para nosotras. Todavía no puedo creer la facilidad con la que lo rechazaste y me obligaste a hacer lo mismo. ¿Qué pasa con todas esas promesas que nos hicimos de ser amigos por siempre?

—Debió pensarlo dos veces antes de ser tu novio.

—Lo mismo aplica para mí, pero no te veo dándome la ley del hielo.

—Ya… pero es diferente.

—¿Cómo? —Exigió Bill saber, dedicándole a Tom una mirada por encima de su hombro, y ésta al menos tuvo la decencia de mostrarse avergonzada.

—No creo que sea el momento oportuno para hablar de esto —evadió Tom la pregunta.

«Claro, para ti nunca lo es», pensó Bill, entrecerrando los ojos hasta hacer de ellos dos rendijas. Pero muy para su pesar, algo de razón tenía Tom en su justificación, porque según comprobó en el reloj que ésta tenía sobre su mesita de noche, faltaban menos de diez minutos para las seis de la mañana.

Pronto la casa se llenaría del ruido matutino que su madre y Gordon harían al prepararse para ir al trabajo, y eso implicaba abandonar el sitio que ahora ocupaba para irse a refugiar a su propia habitación, y así evitar preguntas incómodas acerca de qué hacía de madrugada saliendo del cuarto de Tom con el pelo desaliñado y aspecto culpable.

Tensa en sus movimientos, Bill se semiincorporó en la penumbra del cuarto, y a tientas buscó el pijama que horas antes vestía. Sin molestarse en comprobar si se estaba subiendo las bragas con las costuras para dentro, Bill no se demoró ni un minuto en estar lista y preparada para partir.

A punto estaba de irse sin dignificarlo con una despedida, cuando Tom la interceptó a los pies de la cama y le pasó los brazos por la cintura. Dándole la espalda, Bill se estremeció cuando los dedos de Tom se colaron por voluntad propia por debajo de su camiseta y acariciaron la piel de su estómago con la familiaridad que sólo se obtiene a causa de la exposición repetida.

—No —pidió, jadeando levemente. Ajena a su petición, Tom le había alzado la prenda y le besaba la protuberancia de su espina con besos húmedos.

—¿Por qué tienes que hacerlo todo tan difícil? —Murmuró Tom contra su piel caliente—. ¿Por qué no podemos seguir… así? Tal cual como estamos.

—Porque… —Bill suspiró—. Porque esto es el limbo. No le das nombre a eso que hacemos, y tampoco nos permites avanzar o retroceder en este asunto con Andreas. Es casi como si esperaras que estas vacaciones de verano durasen para siempre, y no va a ser así, ¿lo sabes?

—Uhmmm… No pierdo nada con fantasear.

A escasos diez días de finalizar agosto, Bill recordó de pronto lo rápido que habían transcurrido los últimos meses. A la vuelta de la esquina se encontraba no sólo su décimo tercer cumpleaños, sino también el inicio de un nuevo año escolar, y lo que esperaba ella, fuera una nueva etapa a la cual enfrentarse. El que a su vez Tom no tuviera deseos de ir a su par en este nuevo camino, la frustraba y desanimaba en partes iguales.

—¿Qué vamos a ser cuando empiecen las clases? Porque detesto recordarte que seguimos sin amigos salvo por Andreas, o quizá ni él después de lo mal que lo hemos tratado. No estamos en condiciones de perderlo, te lo repito por si no te habías percatado.

—No empieces.

—¿Y qué, me mandas a callar y ya está? ¿Tantán y se acabó? No lo creo, Tom. Por una vez, escúchame.

Las manos de Tom se tornaron posesivas en torno al medio de Bill, y ésta exhaló por la presión ejercida. Ahí dentro de ella donde una parte de sí encontraba el gesto de lo más primitivo, que se guiaba por el instinto y marcaba lo suyo a base de garras y colmillos, también había una porción que le exigía mantener la cordura y no ceder.

Y ella no iba a ceder. Por una vez, plantaría sus pies en concreto y se iba a mantener en sus metafóricos trece, a falta de un cumpleaños que todavía se encontraba a la vuelta de la esquina.

—Me zumban los oídos de pensar lo que pudiste hacer con Andreas.

—Nada, la respuesta sigue siendo nada.

—Se besaron.

—Sólo porque quería cobrarme todas esas veces que te vi a ti y a Bastian.

—Cierto, por eso es que mi furia se dirige hacia él y no hacia ti.

—Entiendo tu manera de pensar, pero… No me das nada a qué aferrarme. Por una vez ponte en mis zapatos y reflexiona si en verdad vale la pena tanto caos por un par de besos que nos dimos sin intenciones de nada.

Tom aflojó el agarre de sus manos por una fracción de segundo, y Bill aprovechó para soltarse. Dando dos pasos al frente, se prometió no retroceder ninguno para así demostrar cuán firme estaba en su resolución.

—¿Sabes que soy tuya, verdad? Sólo tuya.

Sin darse media vuelta, Bill no esperó una respuesta porque ya sabía cuál era.

—Por una vez, usa esa cabezota tuya y razona, ¿es Andreas una amenaza real para ti, para nosotras?

—Bill…

—Hazme un favor y no me contestes aún.

5:58 en punto, y Bill salió del cuarto de Tom procurando hacer el menor ruido posible.

Al salir, sólo el ‘clic’ de la puerta al cerrarse reverberó en el desierto corredor, pero para ella que se lo jugaba todo en una bravata, vino a tener la fuerza de una bala al impactarse contra el metal.

Tocaba esperar. La siguiente jugada la correspondía a Tom.

 

Para ser honesta, Bill no esperaba de Tom nada en al menos una semana. Ya se había resignado a lo que vendría a ser su primera pelea desde que eso estaba en marcha, por lo que le fue difícil disimular indiferencia cuando apenas pasadas las diez, Tom abrió la puerta de su habitación, y sin molestarse con frases de cortesía, apartó las cortinas de su ventana para permitir que el sol entrara al cuarto en todo su esplendor veraniego.

—Ugh… Qué horror —gruñó Bill, usando una almohada como escudo para protegerse del exceso de luz—. ¡Cierra eso! ¡Me vas a dejar ciega!

—Nop —dijo Tom, inclinándose sobre ella para impedirle que se escondiera bajo las mantas. De un tirón le quitó la almohada, y con otro, apartó la sábana con la que se cubría—. Vístete. Vamos a salir.

—¿De qué hablas?

Sentándose sobre la cama, a Bill poco le importó que su postura fuera esa que su madre solía catalogar como ‘poco femenina’ por la manera en la que acomodaba las piernas (abiertas) y el torso (desgarbado). Toda su atención se encontraba en Tom y en el modo en que ésta mantenía su mejor rostro de póker. De no ser porque eran gemelas y la conocía de pies a cabeza, a Bill le habría costado descifrar su estado de ánimo.

—Sólo vístete, te lo explico en el camino.

—Tom… ¿Por qué presiento que tu repentina locura tiene que ver con Andreas?

—Porque lo es, y punto. Así que hazlo antes de que me arrepienta, ¿va? —Pidió Tom, esto último una octava más bajo que lo demás—. No te tardes mucho. Te esperaré abajo.

Haciendo gala de una rapidez con la que normalmente no contaba, Bill sacó de su armario una camiseta cualquiera y un par de jeans desgastados que esperaba le vinieran bien a pesar del calor. Una breve escala en el baño para usar el sanitario, lavarse la cara y los dientes, así como pasarse dos golpes de cepillo le bastaron para darse por bien servida. El primer par de zapatos que encontró bajo la cama le parecieron los ideales, y sin molestarse en elegir accesorios que le combinaran a su conjunto, descendió las escaleras en un tiempo récord de ocho minutos con dieciséis segundos.

—Woah, pensé que te demorarías más, por lo menos una hora. Ya me había puesto cómoda —dijo Tom en cuanto la vio. Probablemente por experiencias pasadas en las que Bill la había hecho esperar hasta lo indecible, era que se había sacado los zapatos y comía una naranja a la que le quedaban por lo menos cuatro grandes gajos jugosos.

—Pues no. Así que mueve el trasero que no está en mis planes dejar pasar esta oportunidad, porque de verdad vamos a ir con Andreas, ¿cierto?

—Ajá —respondió Tom, parsimonia patente en cada movimiento suyo, desde el lento anudar del cordón de sus tenis hasta la deliberada pasma con la que se metió el último gajo y lo paladeó por casi un minuto.

—¡Carajo, Tom! Muévete de una vez —la empujó Bill fuera de la casa—. Con prisa o no llegaremos sino hasta mañana por la noche.

Ya que iban a salir las dos, Bill se aseguró de llevar consigo la llave, y una vez cerró la puerta principal con el pasador de rigor, haló a Tom de la mano y guió sus pasos calle arriba en la dirección en la que se encontraba la casa de Andreas.

—Pf, pf, pf —resopló Tom por la velocidad de sus pasos—. ¿Por qué tanta prisa? ¿Tantas ganas tienes de encontrarte con Andreas, eh?

—Por supuesto que sí, y no pienses que reaccionaré a tus insinuaciones, Tom —afirmó Bill con vehemencia, los ojos clavados al frente como si ante ella se encontrara una línea de meta en la que se jugara su destino—. Tenemos que llegar antes de que te arrepientas de disculparte con él por lo idiota que te has comportado.

—Alto ahí, que yo no mencioné nada de disculparme. —Tom se paró de golpe, y por más que Bill lo intentó, no logró apartarla de su sitio ni un milímetro.

—¡Por Dios Tom! ¿Si no es a eso, a qué vamos? Y no me digas que vas a luchar con él porque no está en mis planes presenciar una pelea de puños.

—Yo… —Tom se mordisqueó el labio inferior, justo donde se encontraba su piercing—. Voy a comprobar algo.

—¿Algo?

—Sí, algo.

—Duh. Sólo dime de qué se trata.

—Lo entenderás una vez que estemos ahí.

Las fosas nasales de Bill se estrecharon cuando ésta aspiró hasta el límite de sus pulmones. —Tom… Más te vale no comportarte como un bruto cavernícola.

—Tenme un poco más de fe, ¿ok? Hice lo que me pediste, lo consideré y… —Tom se ensañó con su labio, y a punto estuvo de sacarse sangre por la presión ejercida entre sus dientes—. Tal vez diste en el clavo con esa palabra que usaste para describir a Andreas.

—Uh… ¿Cuál? —Inquirió Bill, porque con el corazón trepado en su garganta, le costaba lo suyo articular sin sonar como si hubiera corrido un maratón.

—Amenaza —dijo Tom, resoluta—. Y tenías razón. Odio admitirlo, pero ahí está. Siento que Andreas es una amenaza, y hasta que no compruebe que no lo es, no podré reconciliarme con él.

—Oh, comprendo…

—No, nada de eso —denegó Tom con la cabeza—. No tienes ni la menor idea de lo que siento. Para mí, todo este asunto es… Ugh. Me dan ganas de vomitar, de estrangularlo por su descaro… La piel se me eriza, y es como si un animal salvaje dentro de mí enseñara los dientes y se preparara para atacar a cualquiera que pretenda apartarte de mi lado. Especialmente ahora que tú y yo… uhm. Ya antes había sentido eso, pero ahora me resulta imposible de controlarlo porque te deseo sólo para mí.

—Tomi… —Avanzando hasta quedar frente a su gemela, Bill se olvidó de su alrededor. Poco le importaba que pudieran verlas desde alguna casa porque por la hora y el día, lo más probable es que sus residentes se encontraran trabajando. Bill extendió su mano y rozó con las yemas de sus dedos la mejilla de Tom—. ¿Eres consciente de lo ridículo de tus miedos? Soy tuya como tú eres mía. Desde siempre y para siempre. Incluso desde antes de eso, ya era así. Dejémoslo claro, ¿sí?

Pequeña y temerosa, esa sonrisa en el rostro de Tom vino a significarlo todo para Bill.

—Sí.

Domada la fiera dentro de Tom a base de caricias y frases dulces de reafirmación, pronto Bill y Tom reemprendieron la marcha en dirección a la casa de Andreas, esta vez tomadas de la mano y en una marcha menos forzada que antes. De pronto era como si una luz apareciera al final del túnel, y la esperanza de reconciliación estuviera presente.

Bill habría deseado no llegar, pero todo camino tiene su meta de llegada, y el suyo se encontraba frente a una casa que se encontraba protegida detrás de una pintoresca cerca de madera blanca y unos setos de lis.

—Prométeme que no harás nada demasiado drástico o exagerado —pidió Bill a su gemela mientras cruzaban el camino de césped y gravilla en dirección a la puerta principal—. Es más, júrame por nuestra madre que te morderás la lengua antes de hablar.

—Jo, ¿tan poca fe me tienes?

—Te conozco… Sólo prométemelo. Hazlo por mí, ¿sí?

—Vale pues, te lo prometo. Pero también dependerá de Andreas, así que no me pidas imposibles.

Gruñendo por lo bajo ante tan poca cooperación de su parte, Bill presionó el timbre y esperó. A su lado, Tom se tironeó de una rasta y se removió incómoda en su sitio. Sus manos todavía seguían unidas, por lo que Bill le dio un apretón que esperó fuera reconfortante para ella tanto como lo había sido para sí.

—Tranquila…

—Más fácil es decirlo que hacerlo-… Oh, Andreas —murmuró Tom cuando la puerta se abrió, y nadie más que su rubio amigo les plantó cara a ella y a Bill. A su favor al menos se podía decir que su expresión de sorpresa era tan genuina como la suya, así que estaban empatados.

—¿Tom? ¿Bill? —Andreas se cruzó de brazos—. ¿Qué hacen aquí?

—Andi, ¿podemos pasar? Uhm… —Bill esbozó una sonrisa nerviosa—. Por favor…

Andreas puso los ojos en blanco, pero se apartó para darles cabida en su casa.

—Adelante. Suban a mi habitación, en un momento las alcanzo.

Sin esperar a que Andreas se retractara de su ofrecimiento, Bill y Tom se despojaron de los zapatos, y con pies ligeros, subieron las escaleras hasta la segunda planta. A mano derecha en la segunda puerta encontraron el cuarto de Andreas, y como antes habían hecho en visitas anteriores, pasaron a ocupar sitio en la cama de éste.

—Qué buenos resortes —bromeó Tom, brincando un poco en el colchón.

—No lo arruines, Tom —siseó Bill a su gemela, propinándole un golpe en las costillas por su actitud aniñada—. Ésta puede ser nuestra última oportunidad para que todo este asunto quede en el pasado, así que piensa antes de hablar. O mejor aún, no hables y sólo discúlpate.

—Pfff…

—¡Estoy siendo seria!

—Ya pues…

A punto de propinarle un pellizco, Bill se contuvo cuando Andreas entró al cuarto y se sentó frente a ellas en la silla de su escritorio.

—Y bien… —Las instó a ser las primeras en dialogar. Desde dos semanas atrás que no se veían, Andreas no había cambiado nada, excepto por llevar el cabello un poco más largo de lo que acostumbraba, y ese detalle no le pasó por alto a Bill, que ahí deseó lanzarse a sus brazos y sólo dejarlo en el pasado.

—Tom —codeó Bill a su gemela, y ésta se quejó por la fuerza del impacto.

—Yo, uhm… —Tom enroscó un dedo en una de sus rastas, gesto que de ahí en adelante Bill asociaría no sólo a los nervios, sino también al temor de fallar—. He estado pensando y…

—¿Y? —Andreas arqueó una ceja.

—Y tal vez me pasé un poco con mi actitud.

—¡¿Un poco?! —Corearon Bill y Andreas en sincronía.

—Joder… Pues un mucho. Mierda. ¿Qué no tengo derecho a equivocarme? —Hundiendo los hombros hasta jorobarse, Tom se siguió tirando de la rasta hasta casi arrancarse el mechón de cabello—. Además también es culpa de ustedes dos por sacarse de la manga todo esto. Si al menos hubiera tenido pistas o algo, pero no… Un día son amigos y al siguiente novios. ¿Qué esperaban de mí? Así fuera una farsa, me sentó fatal.

—Que no actuaras como una psicópata habría sido genial —ironizó Andreas—. Además, nada de eso fue serio.

—¿Uh? —Alzó Tom los ojos.

—¿No le has dicho la verdad todavía? —Cuestionó Andreas a Bill, y ésta denegó con la cabeza.

—No, porque entonces tendría que decirle tu secreto y no me corresponde.

Andreas suspiró, y en un acto que los sorprendería a los tres por igual, se inclinó hacia Bill, y tomándole el rostro con ambas manos le plantó un beso apasionado en los labios.

—¡Andreas! —Se puso Tom en pie y se dispuso a embestirlo con la cabeza como un toro lo hace a la bandera roja en pleno ruedo.

—¡Soy gay, carajo! ¡Gay! —Exclamó Andreas, todavía sujetando a Bill—. Y este beso y cualquier otro que nos hayamos dado en el pasado, no significan nada para ella, y mucho menos para mí, ¡porque somos gay, tú, ella y yo, los tres somos gays!

Los ojos de Tom se desorbitaron en sus cuencas, y la mayor de las gemelas se congeló en su lugar.

—¿Tú eres… g-gay? —Corroboró por si acaso sus oídos la traicionaban—. ¿Así como en que… te gustan los chicos de la misma manera que a nosotras las chicas?

—Ajá —confirmó Andreas, esta vez usando su mano derecha para posarla sobre el pecho izquierdo de Bill y apretar—. ¿Lo ves?

—Hey, que no soy un experimento con el que puedan pasar sus prácticas —se sacudió Bill a su amigo de encima—. Vale que seas gay y mis indiscutibles encantos femeninos signifiquen para ti tanto como dos bultos de arroz pegados a la altura del esternón, pero no es necesaria tanta demostración.

—No, vuélvelo a hacer —exigió Tom, y Andreas obedeció, usando ambas manos sobre el frente de Bill—. ¿En verdad no sientes nada?

—Nada, ni una pizca. Bueno, quizá puedo admitir que Bill tiene un buen par y seguro que son espectaculares en bikini y todo eso, pero me a mí dejan frío —dijo Andreas, casi en un bostezo—. Es más, soy tan pero tan gay, que si alguna vez tuve vacilaciones de no serlo, al besarla se me quitaron. Y hasta donde sé, a ella le ocurrió lo mismo que a mí. Mejor epifanía ni planeada.

—¿Lo sabe? —Preguntó Tom a su gemela, y Bill resopló.

—Fue el primero en enterarse.

—Pero ¿cómo…?

—Andi ya lo dijo. Nos besamos, practicábamos para hacer todo esto engaño más real, y en el momento en que nuestros labios se unieron, con todo lo cliché que resulte, y sin ofender —se dirigió a su rubio amigo—, pero supe sin lugar a dudas que jamás volvería a besar a otro chico porque lo mío eran más bien las chicas.

—Y lo mismo me pasó a mí —secundó Andreas la noción—. De aquí en adelante buscaré un novio. Alto, bronceado y con un trasero que mmm… Eso en cuanto salga del clóset, por supuesto.

—Yo… —Tom se humedeció los labios—. También soy lesbiana.

—Lo sé, por eso el somos tan intenso —dijo Andreas con sencillez—. Bill me lo confesó, y también que…

Bill y Andreas intercambiaron una mirada plagada de intenciones. Dar ese gran salto de fe implicaba que todo iría bien, o que todo se iría a la mierda. Oh, decisiones, decisiones… Seguidas del impulso de lanzarse al vacío a la menor provocación.

—Tomi, no te enojes, pero… —Bill se acercó a su gemela y en igual selección de pasos, sujetó el rostro de Tom y la besó en los labios—. Andi lo sabe. Todo.

—¿Todo? —Musitó Tom, un cierto atisbo de pánico patente en el tono de su voz.

—Sí. Pero está bien. Lo acepta, nos apoya. No se lo contará a nadie, ¿verdad?

—Ni una palabra, hasta el día en que muera —les juró su amigo con solemnidad—. Su secreto es mío mientras así me lo permitan.

—Y es por eso… —Prosiguió Bill, plagando el rostro de Tom de pequeños y ligeros besos—, que no tienes nada de qué preocuparte. Ni de Andreas ni de mí.

—Porque él es gay y tú… ¿mía? —Se atrevió Tom a adivinar, y Bill la premió con nuevo beso, en esta ocasión, más largo y con un toque de lengua a modo de remate.

—Ewww… Que muy homo y todo, pero no me va el porno de lesbianas, chicas —dijo Andreas, interponiéndose entre ambas—. Respeten la santidad de mi sacrosanta habitación.

—Santidad, pf —remedó Tom—. Les preguntaré a estas paredes qué haces tarde por la noche y entonces sabremos con seguridad si es cierto o fanfarroneas.

Andreas enrojeció por las orejas. —Touché, Kaulitz.

—Antes de que empiecen con alguna de sus tontas peleas, ¿podemos declarar que estamos en paz y sin rencores? —Exigió Bill una confirmación de su estatus actual—. Porque no creo ser capaz de soportar estar enojados un minuto más.

Tom suspiró. —Admito que fui una idiota. Lo sé, lo sé, la gran Tom Kaulitz admite su derrota con el rabo entre las piernas. Vale, tomen una foto y guárdenla de recuerdo porque será la primera y última vez. Andi —se dirigió a su amigo—, perdón por desconfiar de ti.

—Perdonada —dijo Andreas, sorprendiéndola en el acto de lanzarse a sus brazos y abrazarla—. Y perdón por robarle a Bill esos besos y la manoseada de antes… No sé, ni quiero saber ya que estamos, qué tan lejos han llegado ustedes dos, así que si también fui el primero en llegar a segunda base con ella… Pues me disculpo por ello y puedes guardarme el rencor que quieras porque será permitido.

—En tus sueños —le chinchó Tom con una sonrisa arrogante en labios.

—Puaj, Tom —la soltó Andreas.

—¡Tomi! —Le reclamó Bill a su gemela—. Basta con las confesiones escandalosas. Andreas no necesita enterarse de todo.

—Caray… Y a mí que me apetecía anunciarle que fui la primera de nosotros tres en perder la virginidad. Un récord digno de presumirse, eh.

—Ay, Tom. Tú nunca cambias —masculló Bill, cubriéndose el rostro de un intenso color rojo con ambas manos para ocultar su bochorno.

—¿Es en serio? —Susurró Andreas, medio escandalizado y medio asombrado. Como respuesta bastó que el sonrojo se le extendiera a Bill hasta el cuello y que Tom inflara el pecho para expresar su orgullo—. Oh por Diosss… ¡Tienen que contarme los detalles!

—¿Qué no eras gay y el porno de lesbianas te da asco? —Le chanceó Tom, y Andreas se la sacudió con un gesto desdeñoso.

—Eso no implica que mi morbo sea nulo.

—Basta ustedes dos o me harán querer enterrarme viva. Es un asunto muy privado… del que te hablaré contigo Andi, cuando Tom no esté presente, porque si no empezará con sus exageraciones.

Como parte de su juego jactancioso, Tom alzó tres dedos y Andreas arqueó una ceja.

—Tres.

—¿Tres?

—Orgasmos. ¿Qué más si no?

—¡Ach, Tom! Maldigo el día en que esa célula se partió en dos y acabé contigo —gruñó Bill, mortificada por la desfachatez con la que Tom ventilaba sus asuntos íntimos.

—No era lo que gemías anoche cuando-…

—¡Ahhh!

—¡Chicas, por favor! —Intervino Andreas, antes de que ese par se enfrentara en uno de sus famosos rounds de pelea—. ¿Por qué no mejor nos calmamos un poco, y no sé, comemos algo o vemos una película o nos ponemos al día en noticias? Cualquier cosa menos hablar de partes íntimas y todo eso que ustedes las mujeres tienen, yuck.

—Eres tan gay, Andi… ¿Cómo no me percate antes? —Se mofó Tom de su amigo—. Con razón Georg y Gustav me lanzaban tantas indirectas sobre ti.

—Seh, eso explica las miradas y las risitas. Vaya…

—Al diablo entonces —refunfuñó el aludido—, si creen que soy gay, pues les daré la razón. Y tengo un plan maestro para callar sus habladurías…

—Oh, esto me gusta —dijo Bill, y Tom se les sumó.

El resultado final no sólo incluyó una tarde de lo más divertida jugando con el peróxido de hidrógeno que la madre de Andreas guardaba en el baño, sino también un intenso cambio de look y muchas carcajadas. Y sumado a lo anterior, también una intempestiva y literal salida del clóset, porque Andreas se empecinó en dar el show completo y saltar fuera de su armario con su recién decolorado cabello rubio ahora platinado y lanzando purpurina en rojo y verde que le había sobrado de dos Navidades atrás para un proyecto escolar.

Tras semejante exhibición, las fantasías de Andreas por el melodrama murieron un poco cuando su padre de limitó a besarle la frente y su madre le pidió que limpiara todo al terminar, porque si no sería imposible sacar la purpurina de la alfombra si se metía más en el tejido.

En palabras de los dos “lo amaban como siempre, eso no cambiaría, pero que si quería sorprenderlos, que mejor utilizara esa energía extra en alguna actividad productiva, como limpiando las canaletas de hojas u organizando el ático antes del próximo año”.

—Bueno… Mejor suerte para la próxima vida —suspiró Andreas, ya con el sol del atardecer cayendo en destellos sobre su cabello ahora más rubio que antes.

—Eso te pasa por ser gay con pluma de más —dijo Tom.

—Pero si mira quién habla…

—Aquí de la única que pueden sorprenderse por mis preferencias soy yo —se alzó Bill victoriosa—. De mí todos se han quedado con la mandíbula al piso, así que jaque mate.

Despidiéndose por aquella tarde y prometiendo reunirse el día siguiente para ir juntos a los ensayos de la banda, Bill y Tom compartieron con Andreas un último abrazo, para después despedirse y proseguir por ellas solas el resto del camino hasta su propia casa.

Tan absorta iba Bill contemplando los tonos rojizos del ocaso, que casi pasó por alto cuando Tom atrajo su atención justo al cruzar la verja de su hogar. Escondidas de ojos curiosos detrás de un arbusto frondoso que protegía un seto repleto de prímulas en floración, Tom se confesó.

—Oye, Bill… Estaba pensando. Ok, más bien, Andreas fue el de la idea, así que si no te gusta es su culpa…

—¿Ajá?

—Yo… —Tom inhaló aire y lo soltó—. Te amo. Y no del tipo ‘eres mi familiar más cercano y te quiero’ sino de ese otro ‘me muero si no sientes lo mismo que yo’. Y me imagino-… ¡Al diablo con eso! que debe ser lo mismo para ti.

—Qué segura suenas.

—Desmiénteme entonces. ¿Estoy en lo correcto o no?

Bill se hizo la del rogar, pero en cuanto se giró a ver a su gemela, comprendió que era muy cruel hacerla esperar cuando de por medio estaban sus sentimientos pendiendo en vilo de una cornisa.

—No te equivocas.

—Entonces… ¿Serías mi novia?

Bill sonrió, tímida. Porque sin importar los casi trece años que llevaban de vivir lado a lado, de su respuesta dependía un nuevo comienzo.

—Sí.

—¿Sí?

—¡Qué sí! Idiota… Claro que seré tu novia —murmuró Bill, importándole un pepino que la penumbra no fuera total y enroscando los brazos en torno al cuello de su gemela—. Seré tu novia y tú la mía.

Plagando su rostro con pequeños besos, Tom se cuidó de eludir su boca. —Y en unos años… Lo juro… Ya lo verás… Será una gran sorpresa —afirmó Tom sin soltar prenda—. Tú espera y confía en mí.

Interceptando sus labios en el aire, Bill la dejó estar.

De momento, y bajo el conocimiento de saberse correspondida, Bill cerró los ojos y aspiró el aroma dulzón de las prímulas que las envolvían.

El beso que siguió después -no el primero y tampoco el último, pero sí uno muy especial- selló el pacto que entre las dos se había formado esa tarde de agosto y que se auguraba como pilar central de su felicidad.

Estaban juntas, y de ahí en adelante, era lo único que importaba.

 

/*/*/*/*


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).