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Breve estío de florecimiento por Marbius

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2.-Ranúnculo: Reproche. “Me has decepcionado”.

 

Cinco días más tarde y todo parecía haber vuelto a la normalidad de siempre.

Aquella misma mañana, tras haber comprobado que su toalla sanitaria se encontraba limpia de cualquier rastro de sangre, Bill había entrado a la habitación de su gemela y saltado sobre su cama de la emoción, alegando que dicho acontecimiento merecía celebrarse en grande.

Tom difería; bostezando sin que le importara cubrirse la boca, con las rastas de punta y los ojos pesados aún por el sueño, se limitó a murmurar algo ininteligible y a desplomarse de vuelta sobre el mullido colchón.

—Oh, vamos, Tom —se coló Bill por debajo de las sábanas, abrazando a su gemela desde atrás—. ¡La pesadilla sangrienta por fin ha terminado!

—Y volverá en exactamente un mes —gruñó Tom—, no veo qué se puede celebrar de eso.

—Pues… —Se mordisqueó Bill el labio inferior—. Celebraremos que no estamos embarazadas.

—¡Ugh, Bill! Eso es… No puedo creer… Pfff, estás loca, en serio —se cubrió Tom la cabeza con la almohada—. Jamás tendremos que preocuparnos porque jamás haremos… ¡Eso!

—¿Eso?

—Ya sabes, sexo —susurró Tom por lo bajo, de pronto alerta a lo silenciosa que se encontraba la casa—. ¿Y mamá? ¿Dónde está Gordon?

—Duh, ya es tarde —apoyó Bill el rostro entre los omóplatos de su gemela—. Casi mediodía. Mamá está en la galería y Gordon tendrá práctica hasta tarde con su banda. Lo oí decirlo antes de salir.

—¿O sea que…?

—Sip, estamos solas hasta después de la cena. Así que podríamos pasar la tarde viendo televisión o-…

—Olvídalo —la desdeñó Tom, sacudiéndosela de encima y saltando fuera de la cama—. Tengo planes para el resto del día. Planes que no te incluyen —agregó fingiendo no sentir culpa cuando desde la cama, su gemela hizo un puchero que convencería a cualquier adulto de comprarle lo que quisiera.

—No me puedes dejar sola todo el día, ¿qué voy a hacer? —Con la vista clavada en su regazo, Bill supo que era una batalla perdida; Tom, su Tom de toda la vida, llevaba los últimos meses alejándose más y más de ella, al grado en que los únicos momentos que tenían para estar juntas eran los que pasaban en la escuela (que ya no contaba porque el curso había finalizado y eran vacaciones de verano), ensayando con Georg y Gustav en el garaje abandonado donde se reunían a tocar, y a veces un rato en las noches antes de dormir, pero sólo si Bill convencía a su gemela de dejarla pasar el rato en su cama y no siempre lograba salirse con la suya. A veces ni eso, porque la nueva afición por Tom de practicar sobre la patineta y con su nuevo grupo de amigos, reducía aún más su tiempo al grado en que podía considerarse con suerte si a la hora de la cena intercambiaban un par de frases antes de tener que irse cada quien a su habitación.

—Tú problema, no el mío. Busca un pasatiempo que no me incluya por una vez; aprende a ser independiente de mí como yo lo soy de ti —le dijo Tom distraída, mientras revisaba los contenidos de una de sus gavetas y se decidía al fin por una camiseta roja al menos tres tallas más grande de lo que necesitaba en realidad—. De cualquier modo, volveré temprano. Es sólo que quiero probar la nueva rampa que colocaron la semana pasada. Me han comentado que está genial. Ahora que no tengo esa porquería de la menstruación, daré un par de vueltas con los chicos o algo. Sólo espero no haber perdido la práctica —murmuró para sí.

—Vale, ya encontraré yo qué hacer sin ti —musitó Bill a su vez, entristecida ante la perspectiva de pasar ella sola toda la tarde.

Apenas era el comienzo del verano y quedaban frente a ella tres meses por delante, pero algo en su interior, con una vocecita aguda y chillona que desde ya aborrecía por tener la razón, le decía que no sería tan divertido como había planeado en un principio. Sin Tom, los ensayos con su pequeña banda de garaje no llegarían muy lejos y el mundo, su mundo, colapsaría de alguna manera bizarra.

—Llama a Andreas, quizá él quiera venir contigo a pasar el rato, arreglarse el cabello y las uñas, yo que sé —le sugirió Tom al ver que su gemela parecía sumida en un pozo de desolación. Recogiéndose las rastas en una apretada coleta que después cubrió con una gorra a juego con su camiseta, apenas si prestó atención a la respuesta que Bill le dio.

—Puede ser —aceptó ésta con desgana; Andreas era el mejor amigo de ambas, pero no se equiparaba a lo que Tom significaba para ella. Con todo, tendría que funcionar a menos que se planteara en serio lo de pasar el resto del día sin más compañía que la pelusa de debajo de su cama y otro entretenimiento que ver las motas del aire danzar a contraluz.

—Bien, me voy —se despidió Tom sin más, caminando fuera de su habitación, ya vestida del todo con su atuendo normal de ropa skate, tenis que le hacían juego, y la patineta que durante los últimos meses había usado hasta el cansancio, sujeta bajo un brazo.

Bill la escuchó por unos minutos en el baño, adivinó ella que lavándose los dientes y la cara para quitarse el aspecto de dormida, pero antes de que tuviera ánimos de moverse de su posición y hacer un último intento de ruego para que su gemela no la dejara sola, la puerta principal se abrió y se cerró, dejándola con la certeza de que estaba sola del todo en casa.

Sola y sin Tom.

—Vaya asco de vacaciones —masculló para sí, suspirando con dramatismo pero no tan decepcionada como podría esperarse; Tom había cambiado desde las vacaciones de Pascua, justo después de que Georg le presentara unos amigos de clase que se dedicaban a pasar el rato sobre sus patinetas en el parque se encontraba a las afueras de Loitsche, y al menos a Bill le había dado oportunidad de acostumbrarse a lo largo de los últimos tres meses. Dolorosamente, pero ahí estaba.

Lenta pero segura, la menor de las gemelas decidió quitarse de encima las nubes oscuras que parecían rondarla y hacerle caso a Tom de llamar a Andreas para pasar la tarde juntos. Su amigo seguro traería la mitad del dinero para pedir una pizza y podrían entonces dedicarse a un maratón de películas o a ponerse al tanto en los chismorreos más recientes.

Convencida de que sus planes sonaban mejor que los de Tom, Bill al menos logró sonreír mientras marcaba el número de su amigo y lo invitaba a su casa.

Actitud positiva y resignación, era todo lo que le quedaba.

 

—Sabes… —Dijo Andreas con cautela, viendo a Bill por el rabillo del ojo y atento a cualquier ataque de su parte—. Pensé que estabas molesta conmigo.

La menor de las gemelas se encogió de hombros. —¿En serio? Mmm, ¿y eso por qué? Sabes que cuando me enojo se nota, no es como si… Bah, olvídalo —se revolvió incómoda.

—Es porque, no sé —titubeó Andreas, depositando su rebanada de pizza de vuelta en el plato y ponderando bien qué iba a decir y cómo—. Hace una semana que salimos de vacaciones y no supe de ti o de Tom en todos esos días. Bueno, de Tom sigo sin saber nada, aunque en su caso es diferente por su nuevo grupo de amigos, pero tratándose de ti… ¿Hice algo mal? ¿Están molestas conmigo o ya no quieren que seamos amigos? —Preguntó al final de su soliloquio con las orejas rojas.

—¿Qué? ¡No, por supuesto que no, Andi! —Bill arrugó la nariz, indecisa de dar o no sus razones personales para evadirlo desde finales del curso—. Sabes que eso no ocurriría jamás. Eres nuestro mejor amigo —enfatizó el ‘nuestro’, dejando muy claro en ello que hablaba por sí misma tanto como por su gemela, y que su  palabra era de fiar—. Tom tampoco está molesta, es sólo que… —Fue su turno de sonrojarse.

—Vamos, sólo dilo —la instó su amigo—. Nada puede ser peor de lo que yo voy a confesarte.

—¿De qué hablas? —Se distrajo Bill.

Andreas suspiró con dramatismo. –Uhmmm…

—¿Andi?—Bill tomó el control remoto y le bajó el volumen a la película—, ¿qué pasa? ¿Es grave? —Una cantidad impresionante de posibles escenarios aparecieron en su cabeza en rápida sucesión, cada uno peor que el anterior—. ¿Tienes cáncer? ¡No, ya no tendrías cabello! Mmm… ¡Lo tengo! ¿Te vas a mudar o…?

—¡¿Qué?! No, nada de eso –respondió Andreas—. Santo cielo, Bill. Al menos déjame hablar antes de que saltes a las peores conclusiones.

—Pf, pues perdóname por mortificarme, pero que es has puesto una cara tal que hasta parecía ibas a revelarte como un asesino en serie o que estabas por desembuchar que te quedan seis meses de vida.

—Tal vez exageré, o tal vez no. Hasta había planeado un poco de antemano, y ésta no es la escenografía que tenía en mente para sincerar mis más oscuros secretos. También me habría gustado que Tom estuviera presente para ahorrarme este rollo por segunda ocasión, pero ya qué. La cuestión es que para mí es grave, y no quiero adelantarme a tu reacción, ya sea buena o mala, pero… —Andreas se mordisqueó el labio inferior, y al cabo de unos segundos, clavó la vista en el techo y lo soltó de golpe—: creoquesoygay —farfulló en un mismo engrudo de palabras.

A los oídos de Bill sonó como si Andreas le hablara desde debajo del agua, pero a la vez, captó la palabra clave en ese asunto: Gay. ¿Acaso Andreas era gay? ¿De eso se trataba?

—Uhhh… —Abriendo la boca para responder, Bill se quedó con la mente en blanco—. ¿Gay como en… gay, de que te gustan otros penes además del tuyo? —Cuestionó, a falta de un mejor argumento.

—¡Lo sabía! ¡Me odias! ¡Mierda, mierda, mierda! —Malinterpretó Andreas. Aterrado, se puso en pie, y en dos segundos ya tenía puestos los zapatos y estaba con la mano en el pomo de la puerta principal. Antes de que pudiera poner un pie en el exterior, Bill le atajó y como jugadora de futbol americano, lo tacleó al suelo.

Juntos rodaron sobre la alfombra, y cayeron en un sonoro ‘thud’ que hizo retumbar el suelo. Andreas luchó contra lo que él creía que era un ataque homofóbico, por lo que el primer golpe que recibió Bill le dio de lleno en el ojo.

—¡OUCH! ¡Andi!

En respuesta, Bill usó una sus defensas, y con fuerza bruta le dio a Andreas entre las piernas. El chillido agudo que éste liberó desde las entrañas se asemejó al de un animal herido de muerte. Tan largo cual era, Andreas se encogió en un pequeño ovillo, apoyando la frente sobre las rodillas mientras gruesas lágrimas le corrían por el rabillo de los ojos.

—Jo, Andi… —Se arrodilló Bill a su lado. Hizo amagos de tocarlo, pero Andreas lloriqueó como si temiera por otro golpe.

—N-No me la-lastim-mes m-más… —Suplicó en un hilillo de voz—. Déj-jame mar-marchar…

Bill bufó. —No lo volveré a hacer, lo juro, pero recuerda que tú empezaste. El que tira el primer golpe no tiene derecho a retractarse.

—Es porque te lanzaste sobre mí.

—¡Porque huías! No era mi intención tumbarte, sólo quería detenerte. Maldición… —Gimoteó Bill, cubriéndose el ojo herido y alarmada comprobar que ya se estaba hinchando—. ¿Era necesaria tanta violencia? No me diste tiempo de explicarme ni nada. ¿Qué clase de confesión es esa donde sueltas una bomba de ese tamaño y después quieres salir por la ventana? No jodas, Andi. Ten más huevos…

—¿Para que me los vuelvas a machacar? Ow. Además, pensé que me ibas a masacrar —reiteró su amigo, más pálido que de costumbre—, ya sabes, por ser…

—¿Gay? —Bill suspiró—. La próxima vez al menos dame tiempo de digerirlo.

Andreas calló, y lo mismo hizo Bill. Sentados en el piso de la entrada, pasaron largos minutos hasta que los dos se sintieron con fuerzas para mantenerse en pie. Primero Bill, y después Andreas, quien necesitó de ayuda para no doblarse sobre sí mismo.

—Lo siento, Andi… —Se disculpó Bill, abrazándolo por el costado con un brazo alrededor de su cintura y guiándolo al sillón donde hacía menos de un cuarto de hora reían y se divertían como si nada fuera a ocurrir. En cambio ahora… qué desastre—. ¿Puedo hacer algo por ti?

—Uhm, ¿hielo? —Pidió Andreas, pero se apresuró a clarificar—; no para mí, erm, que mis testículos ya están encogidos de más, sino para tu ojo.

—¿Tan mal está? —Bill se presionó el dedo índice contra el hueso de la ceja, e hizo una mueca de dolor. Ok, mala idea, mejor no repetir.

—Digamos que ya no necesitarás maquillaje por el resto de la semana, al menos no de ese lado —bromeó Andreas, pero sin que la sonrisa alcanzara a cubrir la culpa que lo invadía—. Yo también lo siento.

—Bah, estamos a mano —cortó de raíz Bill la tensión incómoda que crecía entre ambos—. Ahora, ni se te ocurra moverte-…

—Como si pudiera —masculló Andreas, todavía con una mano cubriendo su entrepierna.

—… iré por hielo para mí y después hablaremos de… esto —finalizó Bill.

En la cocina, no se tardó nada en meter una docena de hielos en una bolsa de plástico y cubrirla con una toalla de tela para no ponerla en contacto directo con su piel. Para Andreas, metió al microondas el calcetín relleno de arroz que Gordon había hecho, uno para ella y otro para Tom, y que en circunstancias normales utilizaban para aliviar dolores. A pesar de lo rudimentario, el invento de Gordon les había venido de maravilla durante su periodo, ya que después de dos minutos, se calentaba y duraba así por horas. Bastaba con ponerle sobre la superficie afectada (en su caso, el bajo vientre, en el de Tom, la espalda a la altura de la cadera) y cualquier malestar desaparecía como por arte de magia.

De regreso a la sala, Bill le tendió a Andreas el calcetín y le indicó con señas que se lo apoyara en sus partes nobles. Andreas se resistió, pero apenas el calcetín tocó su área lastimada, dejó de resistirse.

—Uhhh, qué rico… —Musitó con los ojos entrecerrados y la expresión de agonía que hasta entonces le perduraba se fuera desdibujando de sus facciones.

—Agradécelo a Gordon, es su invención.

—Lo haré —prometió el adolescente.

Bill esperó a que fuera Andreas quien trajera de nueva cuenta el tema a colación, pero al cabo de un rato, se hizo evidente que sería su obligación si es que quería que ocurriera ese día.

—Así que… Gay —dijo sin más—. Vale. Digamos, ¿en la escala del uno al diez…?

—Once —aclaró Andreas con rapidez y sin titubeos—. Yo… es algo en lo que venía pensando desde el año pasado, pero no estaba seguro más allá de una loca teoría donde no era gay, sino… ¿Qué estaba confundido? Yo qué sé. El caso es que ahora lo sé y no tengo ninguna duda: Soy gay y no me mentiré más.

—Así que… ¿ahora tengo un mejor amigo gay? Woah, qué monada —rió Bill, y Andreas le dio un golpe en el brazo.

—Hey, no te burles. Me tomó una tonelada de valor decírtelo, así que no me hagas arrepentirme.

—Mira mi ojo y dímelo de nuevo; yo soy la que se arrepiente y el gay eres tú —le retó Bill con ligereza—. Mierda, Andi. ¿No pudiste ser un poquitín menos dramático? Lo hiciste sonar como una sentencia de muerte. De paso, te hubieras ahorrado la confrontación física.

Andreas gruñó. —Ya dije que lo sentía, ¿vale? ¿Qué más querías? No contaba con tanto presupuesto. No es como si… tuviera un condenado arco iris listo para un sketch rápido en donde salía del armario de blancos para mayor gozo del público, en este caso, sólo tú.

—Nuestro armario de blanco no es tan grande para que quepas dentro y hagas tu salida triunfal, te informo. Y mamá se pondría histérica si desorganizas sus toallas.

—Lo que sea, el punto es que… quizá me extralimité reaccionando tan…

—¿Idiota? —Suplió Bill la palabra faltante—. ¿Falto de cabeza? ¿Mentecato?

—Tsk… Lo siento, lo siento, ¡lo siento! ¿Cuántas veces más debo decirlo?

—Las que sean necesarias hasta que mi ojo vuelva a ser el de antes —dijo Bill tomándole el pelo, pero abandonó si papel en cuanto vio que los hombros de Andreas se hundían y éste apoyaba el mentón contra el pecho en un inequívoco gesto de derrota—. Ay, Andi. Está bien, hagamos una tregua de paz.

—Es fácil para ti, porque es Tom la que me va a matar cuando vea tu aspecto y se entere que es por mi causa.

—Pf, pf, pf —desdeñó Bill las acciones de su gemela—. Eso déjamelo a mí. Le diré que me golpeé contra la puerta y santo remedio. En todo caso, yo también tuve mi momento de brutalidad policiaca contigo y, uhm, si por mi culpa resulta que quedas estéril, me pasas la factura.

La piel de Andreas adoptó un tono sonrosado. —Mmm, ok.

—Retomando el tema… —Bill carraspeó—. ¿Te gusta alguien? ¿Algún chico que yo o Tom conozcamos?

—Sí, puede ser… —Aceptó Andreas—. Pero es un tonto crush sin futuro. ¿Recuerdas al chico rubio de gafas con el que llevo matemáticas en el tercer periodo? El que se sienta dos bancos delante de mí.

Bill abrió grandes los ojos. —¿Él?

—Él mismo —confirmó Andreas—. De no ser por la manera tan increíble que tiene de juguetear con su cabello cuando se aburre… De pronto un día no pude dejar de verlo, y entonces me sorprendí a mí mismo pensando que le vendería mi alma al demonio por la oportunidad de pasar mis dedos por su cabeza, entre otras cosas…

Bill frunció el entrecejo. —¿Qué otras cosas?

—Ya sabes, cosas… —Dijo Andreas, lanzando al aire un deseo que podría costarle un par de dientes rotos si cualquier otro compañero de grupo se enteraba de su secreto—. Como que…

—¿Sí? —Acercándose más a Andreas, Bill subió las piernas al sillón y se sentó en cuclillas a menos de diez centímetros de su mejor amigo.

—Besos —barbotó Andreas, cerrando los ojos porque sólo así era capaz de soportar el bochorno que lo consumía—. Muchos besos. A veces hasta imagino lo genial que sería tocarle el rostro, y después el cuello, y uh… el pecho.

—Pero si no tiene nada —susurró Bill en secretismo. A pesar de estar solos en casa porque Simone y Gordon todavía no regresaban del trabajo y Tom seguía sin regresar del parque, las confidencias que intercambiaban les hacían temer por oídos indiscretos que se escondían en todos lados, como detrás del empapelado de la pared y hasta debajo del sofá.

—Ya, pero no hablo de tetas redondas y eso, ugh, qué aburrido. No, me refiero a su pecho huesudo y a más besos, y poner mis manos en su-… —La voz de Andreas disminuyó hasta perderse—. Tú me entiendes.

—Creo que sí… —Lo cierto es que no. Imaginándose en su lugar, Bill desechó la idea de un pecho plano porque le resultaba igual o más aburrido que a Andreas la presencia de senos desarrollados. En su lugar, imaginó un torso similar al suyo, con pezones de color rosa frambuesa y al menos una copa b para que sus manos estuvieran llenas.

Justo como el de ella, y por ende, como el de Tom… Y la comparación le hizo doler el estómago.

—Si te molesta hablar de esto sólo dilo y ya —interrumpió Andreas sus pensamientos.

—N-No, nada de eso —trastabilló Bill. Por alguna extraña razón, las mejillas y las orejas le ardían como si tuviera fiebre—. Tú sigue.

—Vale, pues… —Durante el resto de la hora, Andreas escondió gran parte del rostro detrás de un cojín, pero su boca no dejaron de salir respuestas a las preguntas de Bill.

Por razones que ni ella misma comprendía, Bill quería saber específicamente todos los qué, cómo, cuándo, por qué y con quién que acudían a su cabeza. En especial, el si había sido o no una epifanía el momento clave en que Andreas había descubierto que su inapetencia, casi total desinterés por las chicas, se debía a su condición sexual o era porque hasta entonces no había llegado la persona indicada.

—Qué va —se aclaró Andreas—. Así lo que se dice una revelación donde estallan cohetes y salen volando las palomas, pues no, pero… Dentro de mí había una pequeña vocecita que a ratos susurraba y otras veces gritaba que no era normal ser el único que no iba corriendo detrás de Sophié Brachner.

—Vaya que sí eras el único… —Confirmó Bill su afirmación. Sophié Brachner no sólo era la chica más linda en el Gymnasium, sino también la más popular y la que cada catorce de febrero recibía de todos los grupos cartas y chocolates al por mayor. Ya antes había encontrado Bill curioso que Andreas no demostrara ni la mínima predilección por ella, pero en su momento se lo atribuyó a un despertar tardío que al del resto de sus compañeros y no a otra razón.

Bajo una luz diferente, el misterio se había aclarado sin tantas complicaciones. Gay, gay, gay. Andreas era gay y no había problema alguno, ninguno. Porque él era así y estaba dentro de su naturaleza. Además, Bill lo aceptaba, y estaba segura que Tom haría lo mismo una vez se enterara. Porque ser gay estaba bien y punto.

«Gay», paladeó Bill la palabra, y sus labios se curvaron en una sonrisa enigmática.

Sí, más que bien, pero de eso sabría más adelante.

 

Pasado el gran bache y reafirmada su amistad, Bill y Andreas reanudaron su tarde de películas y comida chatarra, que más bien se convirtió en una tarde con película de fondo, eructos con sabor a coca-cola y locos planes para hacer a Tom partícipe de su nuevo secreto.

En esas estaban cuando escucharon pisadas en la gravilla de la entrada. Por la hora, casi a punto de la cena por lo que olían desde la cocina, Bill supo que se trataba de Tom, y en calcetines corrió hasta la entrada principal para ser la primera en recibir a su gemela. Luego de largas horas sin su presencia, lo que más anhelaba en el mundo era saltarle encima y cubrirla con sus brazos, aunque por ello se ganara un gesto burlón y el mote de ser todavía una niña pequeña. No le importaba, porque por breves segundos antes de apartarla, Tom correspondería el cariño, y eso le bastaba.

Perdida en ensoñaciones estaba Bill cuando se paralizó de pronto con la mano rozando el pomo de la puerta y el corazón en una nueva locación, más cerca de la garganta que nunca.

Afuera estaba Tom, pero no sola.

A su lado apareció Andreas, quien calló, consciente de que algo ocurría y de él dependía esperar para saber de qué se trataba.

—… no sé, se hace tarde y tengo que entrar —escucharon los dos decir a Tom en lo que podría suponerse, era su tono normal. Excepto que Bill no lo consideraba como tal, y su instinto le instaba a abrir la puerta de golpe y enfrentarse a quienquiera que estuviera a su lado.

Su acompañante no tardó en hacerse presente.

—¿Es que no nos divertimos esta tarde? Pensé que yo te gustaba.

Pausa. Bill entrecerró los ojos hasta volverlos rendijas, al contrario que Andreas, que los abrió grandes y se cubrió la boca para no traicionarse.

—Uhm…

—Es un beso, Tom. Sólo un beso. ¿O es que acaso es tu primero?

«¡Claro que lo es, rata inmunda!», pensó Bill, decidida a darse a conocer y patearle el trasero a la persona que estuviera con Tom, pero antes de que cualquier músculo suyo entrara en acción, su gemela se le adelantó.

—Nah, qué va. ¿El primero tú? Qué bobada. ¿Por quién me tomas? Ni que tuviera doce años. Ya he besado a otros chicos antes. No me subestimes.

De pronto, todo lo que la visión de Bill abarcaba se tiñó de rojo. Ofendida de muerte, apretó los dientes y los puños a cada lado de su cuerpo. ¿Y qué de malo había en tener doce años y jamás haber besado a nadie? No era como si les llovieran pretendientes, ya que media escuela las detestaba y la otra mitad prefería ignorarlas peor que a los desechos de los perros. ¿Qué ganaba Tom con mentir?

La respuesta llegó en breve…

—Entonces bésame. Demuéstramelo —de nuevo, por el misterioso chico que estaba al otro lado de la puerta.

A base de señas, Andreas sacudió a Bill fuera de su estupor, y juntos se movieron con lentitud a una de las ventanas laterales. Claro y sin lugar a dudas, los dos observaron a Tom con la espalda rígida y la patineta en las manos, se dejaba besar por un chico más alto y con espaldas anchas para tratarse de su mismo curso.

—Mierda, ¿es eso su lengua? Qué pasada, va con todo…

—Shhh, calla —siseó Bill, pellizcándolo en el costado. Si al menos las miradas mataran… porque ya entonces ese imbécil estaría en el suelo retorciéndose de bien merecido dolor y exhalando su último aliento.

El beso, o más bien, los besos (en plural y todo porque fueron cuatro, y Bill los contó con morbosa pesadumbre) acabaron al cabo de unos minutos, y en un relampagueo, Tom se despidió de su acompañante con un escueto ‘hasta luego’ y la promesa de verse nuevamente la tarde siguiente en el parque de skate.

Andreas apenas tuvo tiempo de halar a Bill al rincón más alejado antes de que la puerta se abriera, y juntos permanecieron ocultos detrás del perchero repleto de paraguas y abrigos fuera de temporada. Por cuestión de centímetros y falta de atención, evitaron ser atrapados por Tom, y cuando ésta pasó por su lado, Bill reprimió un instinto asesino, que extrañamente, iba dirigido hacia el chico que le había robado a Tom su primer beso y no hacia ella como tal.

En cuanto Tom desapareció escaleras arriba, Bill se mordió el dorso de la mano y ahogó un grito histérico.

—Ya, que era atractivo, pero nada fuera de este mundo —malinterpretó Andreas su exagerada reacción.

—¡¿Qué?! —Estalló Bill con los ojos chispeando de rabia—. ¡Tienes que estar de broma! ¡¿Ese papanatas sin una pizca de cerebro?! ¡Por Dios santo!

—Oh, ya veo —captó Andreas—. Son celos.

—¿Celos yo de Tom por besarse con ese…? Ugh, no, nada de eso —renegó Bill, cruzándose de brazos y golpeteando frustrada el suelo con el pie.

—No, intenta de nuevo —dijo Andreas, y antes de que Bill pudiera entender a qué se refería, apareció Simone desde la cocina con expresión consternada.

—¿Era esa tu hermana? Creí verla subir por las escaleras, pero cuando la llamé no respondió.

—Seh, era Tom —masculló Bill.

—Qué bien. Justo a tiempo. ¿Te quedas a cenar con nosotros, Andreas? Después Gordon te puede llevar sin problemas en automóvil a tu casa —le preguntó Simone al amigo de sus hijas, y éste aceptó con gusto.

—Claro, Simone —respondió éste usando su nombre de pila, porque cualquier alusión a llamarla ‘señora Kaulitz’ le hacía merecedor de un azote en el culo con uno de sus pinceles. Si algo prohibía terminantemente la madre de las gemelas era que se le tratara con la distancia de la adultez, y de ahí que las formalidades estuvieran prohibidas bajo su techo.

—Perfecto. Entonces ayúdame a poner la mesa, esta noche cenaremos un platillo nuevo que encontré en mi recetario. No prometo resultados excelentes, pero si me guío por el aroma, tan malo no puede estar. Bill, cariño, ¿podrías ir por tu hermana y decirle que la cena estará en cinco minutos? Y no olviden lavarse las manos antes de bajar.

—Está bien, ya voy —aceptó Bill el encargo, no sin ciertas reticencias. No porque no quisiera ver a Tom después de tantas horas de separación, sino porque por una vez, no sabía cómo actuar en su presencia.

A diferencia de Tom antes, Bill subió los peldaños con una parsimonia exasperante. Un paso a la vez y siempre con el mentón bajo y la espalda encorvada. ¿Celos ella? Bah. ¡Recontra bah! ¿Qué se creía Andreas suponiendo semejante tontería? Aunque por otro lado… Bill aferró la baranda y los nudillos se le pusieron blancos. Vaaale, que quizá sí estaba un poquitín celosa, pero sólo porque odiaba la noción de que entre ellas dos existiera una brecha de tal calibre.

Ya bastante duro le había parecido en los últimos años desarrollar por su cuenta un estilo y apariencia contrastante al de Tom. Cada una tenía su grupo separado de amistades, y lo mismo se podía decir de sus pasatiempos. Salvo por Andreas, la banda y que compartían material genético, casi hasta daban la impresión de ser dos personas totalmente diferentes y no emparentadas entre sí.

«Vaya mierda», pensó Bill con el corazón en la base del estómago y un extraño miedo invadiendo sus venas hasta hacerle sentir que en lugar de sangre le corría concreto líquido. No quería encontrarse con Tom, porque temía ella, la marca de su traición sería visible como una quemadura en plena frente.

—¿Tom? —Tanteó una vez se encontró en la planta alta de la casa—. ¡Tom!

Eftoy en el baño —escuchó Bill la respuesta, y con cierto dejo de curiosidad se asomó para ver la imagen de su gemela lavándose los dientes con furia y exceso de paste de dientes—. ¿Qué quiefes? —Farfulló todavía con el cepillo en la boca y fija la vista en su reflejo del espejo.

—Mamá quiere que bajemos a cenar, uh… ¿Para qué te lavas si vamos a comer? —Preguntó.

Tom escupió y sacó la lengua. Con fuertes movimientos, se la raspó hasta provocarse arcadas. Nuevo escupitajo en el lavabo y se enjuagó con abundante agua. Sólo hasta entonces se molestó en responder.

—Traía un sabor asqueroso del que me quería librar. —Fingiendo una normalidad que Bill dedujo era ficticia, Tom se secó la boca con una toalla de mano y colocó su cepillo en su sitio—. Vamos. ¿Qué ha hecho mamá? Espero que no sean papas otra vez…

Oliendo el aroma mentolado y con una peculiar ligereza de sentimientos, Bill encogió un hombro. —No sé… amenazó con una sorpresa de su libro de recetas.

—Jo, qué miedo —dijo Tom, pasando a su lado en dirección a las escaleras—. Apúrate o te tocará sentarte en la silla con la pata coja.

—¡Ah no, eso sí que no! —Corrió Bill para alcanzarla, y en lugar de competir contra ella por ver quién de las dos llegaba a la cocina antes, Bill sujetó a Tom por la manga de su camiseta y le dio un tirón—. Tom…

Atenta al cambio de ambiente, Tom giró la cabeza y arqueó una ceja a la espera de que Bill hablara.

—¿Quién…? Mmm, ¿quién era el chico que te acompañó?

—¿Hoy? —Simuló Tom desconocimiento—. Sólo uno de los amigos que Georg nos presentó una vez en el parque. ¿Recuerdas a Bastian? ¿El de la patineta amarilla con pegatinas en azul? Resulta que me reconoció hace unas semanas en el Gymnasium y me preguntó si también patinaba.

—¿Y qué le dijiste?

—Duh, que sí —murmuró Tom, rascándose la nariz en cierto ademán nervioso—. Después me invitó a reunirme con él y sus amigos, así que…

—¿Fuiste?

—¡Argh, Bill! ¿Por qué haces preguntas tan estúpidas? —Gruñó Tom, sacudiéndose la mano de su gemela de la camiseta y bajando tres escalones antes de que ésta volviera a retenerla—. ¿Ahora qué?

—¿Cuántos años tiene? Es, uh, alto —comentó Bill sin apenas mover los labios.

—Bueno, tiene la misma edad que Georg, supongo… quince. No estoy segura del todo. El punto es que sabe lo que hace en la patineta y prometió enseñarme un par de trucos nuevos, así que… eso.

—Oh. —Bill se cuestionó si reprender a Tom por la diferencia de edades sería prudente, tampoco quería sonar como su madre… si es que Simone alguna vez hubiera sido del tipo de hacerlo. Estaba segura, su progenitora les tenía demasiada confianza y vería con normalidad que Tom fuera de aquí a allá con un chico tres años mayor que ella, así que no era su turno para suplantar su lugar.

—¿Tú…? —Tom hesitó—. ¿Me viste cuando llegué con Bastian?

—Sólo cuando abriste la puerta para entrar y que él se iba —torció Bill la verdad. Mucho mejor que confesar de sopetón que la había atrapado in fraganti en lo que esperaba, fuera su primer beso.

—Ah, ok —exhaló Tom con alivio, y por primera vez en su conversación, apareció una sonrisa en sus labios—. Da igual.

—¡Tom, Bill, bajen de una vez! —Gritó Simone desde el piso de abajo y Andreas no tardó en unírseles.

—¡Sí, que tengo hambre! O bajan de una vez o la silla mala le tocará a alguna de ustedes.

—Jo, no —dijeron a coro Bill y Tom, y a empellones y zancadillas, llegaron empatadas a la mesa del comedor.

Sin perder tiempo, se sentaron cada una frente a su plato y procedieron a servirse del estofado que humeaba con buen aroma frente a ellas. Andreas ya se les había adelantado y masticaba una gruesa rebanada de pan.

Fe tardaron muffo —dijo con la boca llena.

—Andi, eso es asqueroso —le empujó Bill y Tom le correspondió con una patada bajo la mesa.

—Tsk, adolescentes —murmuró Simone, ignorándolas sin más.

Pronto se les unió Gordon, y para decepción suya, la silla que le recibió se tambaleó hacia un lado.

—Lo siento, cariño —se burló Simone de él—, llegaste tarde a la mesa.

Gordon le plantó un beso en los labios. —Si es el precio por una cena familiar como ésta, que así sea. Aunque si te soy honesto… —Les dedicó una mirada a sus hijastras, que en eso momento le lanzaban a Andreas los chicharos de la comida y éste contraatacaba con bolitas de pan—. A veces siento que tenemos un par de varoncitos en casa.

Simone suspiró dramáticamente. —No eres el único.

Y sin más, la cena prosiguió como siempre en la casa Kaulitz.

 

Más tarde esa misma noche, Bill se deslizó fuera de su habitación hacia la de Tom, y ahorrándose las formalidades, entró sin tocar a la puerta y se metió a la cama con ella.

Los pies fríos y el aliento cálido de Tom contra la mejilla le dieron la bienvenida.

—Mmm, ¿Bill?

—No podía dormir —musitó, a la espera de que Tom le respondiera con un empellón y la mandara de vuelta a su propio cuarto.

—Ok. —Más dispuesta a dormir que a pelear, Tom acomodó mejor la cabeza en la almohada y permaneció inerte.

—¿Puedo abrazarte? —Pidió Bill al cabo de varios minutos de silencio. Cuando Tom no contestó, Bill se acomodó con su espalda hacia el frente de Tom y tomó una de sus manos para pasársela por el estómago. Así estaba mejor, concluyó, metiendo los pies entre las pantorrillas de su gemela y suspirando de puro gusto.

—Tú cabello… —Masculló Tom, y Bill se apresuró a apartarlo de su rostro, pero ésta se corrigió—. No, huele rico. Frutal.

—Uh-uh…

—Como a coco con… —A media palabra, Tom volvió a quedarse dormida.

En contraste, Bill permaneció despierta un rato más. No era ninguna sorpresa, su día y el de Tom habían sido muy diferentes. Mientras que ella había pasado su tarde viendo películas y comiendo palomitas de maíz, Tom seguro que había subido y bajado con la patineta  las rampas del parque hasta que cada músculo le doliera por cansancio y a causa de todos los golpes en las caídas. Que estuviera agotada no era entonces ninguna novedad.  Se merecía su descanso.

Entrelazando sus dedos con los de Tom, Bill se permitió cerrar los ojos y sumirse en un agradable sopor. Por momentos como ése, como era todo antes de que Tom decidiera que “era ñoño ser tan unidas como gemelas siamesas” (sus palabras exactas, y Bill las abominaba con todo su ser), Bill lo habría dado todo.

¿Qué más daba si ese tal Bastian había besado a Tom? Porque así debía de ser, no a la inversa, Bill estaba segura y podría jurarlo por el honor de su gemela. A Bill no le agradaba que ahora las dos se encontraran en planos diferentes, y por ello, se prometió que sin falta al día siguiente tomaría cartas en el asunto.

Después, y sólo después, podría perdonar a Tom. Incluso si ella no era consciente en primer lugar de haber cometido una falta…

Bill ya se lo haría saber, y con ello en mente y una sonrisa leve, no tardó en quedarse dormida.

 

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Notas finales:

Nas~
Nuevo martes, nuevo capítulo, y también nuevo drama en puerta. Por supuesto, nada como el drama de salir del clóset y también de atrapar a tu gemela besándose con alguien más, ¿eh? ;D Esperen y verán, que para DRAMA (así en mayúsculas), este fic lo tiene todo.
Dudas, quejas y/o sugerencias, ya saben dónde.
Besucos~!


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