Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Segundas Partes por Rising Sloth

[Reviews - 109]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Sí, sé que ha pasado mucho tiempo desde la ultima vez... no tengo escusa. Pero yo también estaba impaciente por coger de nuevo la historia. De hecho, empecé este capitulo con muchas ganas y lo de disfrutado mucho, espero que a vosotros o pase lo mismo al leer ;)

Esta vez les toca al duo dinámico, lo que creo que pondrá a todo el mundo muy contento porque, por lo que veo en los reviews, gusta más esta pareja que la otra, incluso a algunos que empezaron a leer el fic por la otra xD

Capitulo 13. La novia

 

Que alguien viniera y le dijera qué mierda estaba pasando. Que le explicara porqué su vida cada día iba más cuesta abajo hacia la demencia y el sinsentido. Que le pusiera un revolver del calibre 38 entre ceja y ceja y le pegara un tiro. Por favor.

Siempre había tenido una habilidad innata para entender las cosas, para analizar la situación hasta diez pasos por delante; eso le permitía mantener la calma pasase lo que pasase, poner solución de manera inmediata a sus problemas e incluso, a veces, sacar provecho de ello.

¿Cómo he permitido dejarme hacer esto? Se preguntaba desquiciado con su asiento tomado en el metro. Desde hacía bastante, su gesto había acogido una incredulidad permanente y, si los transeúntes del vagón no hubiesen seguido su historia de desamor todos los días, hubiese pensado, nada más que por su cara, que se trataba de un loco.

No entiendo nada, se volvió a decir pero, ¿quién lo hubiese entendido? Las personas que estaban dentro un tipo de lógica estándar, por lo general, cuando no correspondían los sentimientos del prójimo que se les acaba de declarar, tomaban distancia con el dicho, al menos por un tiempo hasta que se calmasen los ánimos. ¿Por qué mierda Luffy no respondía a esa lógica?

Jodido mono retrasado, ¿qué coño le pasaba en la cabeza? A estas alturas, Law ya habría pasado una buena temporada sin verle y de esa manera hubiese aceptado las calabazas y hubiese podido seguir perfectamente con su vida. Pero no, ¿para qué? ¿para qué darle esa facilidad? Era mucho mejor hacerle putada tras putada hasta que paulatinamente perdiera la cordura y acabara sentado en la acera calle mayor con ninguna prenda más que unos calzoncillos en la cabeza y tirando entre maldiciones sus propios excrementos al cristal delantero de los coches que pasasen por delante. Había que joderse.

Se llevó la mano a la frente. Esa mañana se había tomado una de las pastillas mas potentes que tenía para eliminar esa jaqueca que le martilleaba en el entrecejo, pero había sido inútil. Mierda. Aún le costaba creerse que todo eso se lo provocase una única y sola persona, pero así era. Luffy, desde ese día en el piso en que se auto-nombró su más íntimo y aférrimo amigo, no se separaba de él. Antes de su desafortunada declaración, las veces que Law veía al niño eran imprevisibles y esporádicas, y por ello le traían de cabeza; si hubiese sabido que esto iba a pasar, no se hubiese quejado tanto. Todos los días, sin excepción, se veía con el chico. O dicho de otra manera, todos los días, el chico se empeñaba en verle. No faltaba a coger el metro y lo días que no llegaba a tiempo se pasaba por casa al llegar la tarde. A veces, incluso, había vuelto a rondar por el hospital; Law se había puesto estricto con él, pero eso no quitó que, aun sin meterse en su consulta, Luffy le esperara a la salida de su trabajo para volver juntos o tomar algo. Ah, y los sábados, también estaban los dichosos sábados; que para colmo no podía contar con el apoyo de Zoro porque el jodido cabeza musgo había tomado la manía de no dejarse ver en todo el fin de semana, como si advirtiera la tormenta. Resopló y quedó cabizbajo. Apenas le quedaban fuerzas, capaz era de estar sufriendo una anemia. Hubiese sido lo que le faltase.

–¡Torao! –levantó cabeza como si le hubiesen mentido una descarga eléctrica por el culo. Esto, como es normal, pasaba totalmente desapercibido para Luffy, que al juntarse sus miradas le enseñó las encías en una sonrisa y se lanzó hacia él para atraparlo en un abrazo. Porque esa era otra, ahora le había dado por abrazarle, más veces de lo que le hubiese gustado–. ¡Buenos días! ¿Que tal hoy? –se apartó un poco, sin soltarle, para volver a sonreirle.

En ese momento, Law, mostraba una de esas miradas de basilisco que tanto acojonaba a sus compañeros de trabajo, pero por alguna razón o por otra, Luffy era inmune.

–Bien.

–¡Estupendo, así me gusta! –le dio dos palmadas en cada hombro y se incorporó con los brazos en jarra, divertido–. Siempre hay que empezar el día con alegría y el estómago lleno –rió acrecentando el malhumor y la jaqueca del otro.

Coincidió que en la siguiente parada, el asiento a la vera de Law quedó libre para Luffy, que no se tardó en tomarlo y pegar, así, codo con codo con su "amigo". Hablaba y hablaba sin parar como de costumbre. Antes de que empezara todo ese teatro del absurdo, cuando solo eran dos personas que compartían trayecto, Law escuchaba atentamente todo lo que decía; pero ahora eso le resultaba una acción de titanes. Solo podía pensar en las ganas que tenía de que se terminase el viajecito, de no escucharle, de no estar tan pegados como para que sus brazos no estuviesen juntos. Debido a esto, sus oídos y atención se aliaron para que la siguiente frase le cayese como un bomba:

–Pues mi novia quiere conocerte.

Law oyó claramente como en el interior de su cerebro se habría una grieta. Miró al chico.

–¿Y eso por qué? –dijo con un halo de irritación.

–Le hablé de ti.

La grieta se hacía más grande, su cabeza se estaba desquebrajando por dentro.

–¿De mí? ¿Acaso le has dicho algo de mi para tenga interés en conocerme? –siendo sinceros, solo había una cosa de Law que pudiese llamar la atención de la tal novia: su declaración de intenciones.

–Pues... Nada. Que eres mi nuevo amigo –se encogió de hombros con naturalidad–. Y como pasamos mucho tiempo juntos sintió curiosidad por ti.

Vaya, para variar, eso tenía sentido. Era normal que la pareja de Luffy quisiera conocer al que de repente acaparaba el tiempo de su novio, aunque en realidad fuese al revés. Le chirrió un poco eso de que no le hubiese comentado a la tal chica nada de su desastrosa puesta en escena de sentimientos, pero era posible que el chico no lo viera tan importante como para comentarlo. Su boca formó una mueca. Fuera como fuese, pasar una agradable velada con Luffy y la novia de Luffy; los dos haciendo manitas, dándose de esos horriblemente ruidosos besos chuponas y dedicándose apelativos cariñosos a la par que denigrantes; no era un plan que le apeteciese.

–No.

–¿Qué? –le hizo un puchero bastante alargado e infantil–. ¿Por qué?

–Porque no.

–¡Venga, hombre! –le insistió agarrando la manga de su abrigo para traquetearle de un lado a otro–. ¡Si ella es una risa! ¡Seguro que nos lo pasamos bien los tres! ¡Venga, venga!

–¿¡Quieres dejar de menearme!? –hizo un aspaviento con el brazo para apartarlo.

–¿Eso significa que sí?

–¿Desde cuando "deja de menearme" significa que sí?

–Pues no lo sé. Como eres tan confuso. A veces me cuesta entenderte –respondió con simpleza.

Law sintió una vena bombearle fuerte en la frente.

–Mira, a lo mejor no te ha quedado suficiente claro, pero tengo una agenda bastante ocupada. No puedo ni pienso estar todo el día pendiente de ti –al menos no más de lo que ya estaba.

–Ah, pero por eso no te preocupes. Quedamos un fin de semana, que sé que los tienes libres, y ya está.

De verdad, ¿qué tipo de retraso mental tenía ese niño?

–Te he dicho que no. No decidas por tu cuenta.

–¿Pero por qué? –y otro puchero, se estaba esforzando por tocarle las narices.

–Porque te he dicho que no –su voz se alzó en ese último "no".

–¡Eso no es una respuesta!

–Claro que lo es –se burló–. Lo que pasa es que no es la que quieres oír.

–¡O me explicas porqué o te sigo al hospital!

–Mira niño tú a mi no me amenaces.

–¡Pues deja de hacer el tonto! ¡Que ni siquiera sabes decirme porque no quieres pasar un rato conmigo!

El colmo.

–¡Porque no me da la gana de estar ni un segundo de sujeta-candelabros! –saltó su voz, tal vez demasiado fuerte porque el resto del vagón se calló y dejó todas sus miradas sobre ellos dos.

Luffy, por su parte, pareció que la información le venía de golpe, que de verdad no se había parado a pensar en algo tan sencillo. Luego, empezó a reír y a darle palmadas amistosas en las espalda.

–¡Anda, hombre, pero haberlo dicho antes! ¡Mira que preocuparte por esa tontería! ¡Nada, nada! ¡Si ella y yo no somos pegajoso! –y liberó otra carcajada antes de que el interfono le avisara de que se tenía que bajar–. ¡Ahí va! ¡Mi parada! Bueno, Law, te dejo. Yo ya hablaré con ella para ver si nos vemos este finde, ¡bye!

–¿¡Qué!? ¡Espera un momento! ¡Yo no...!

Luffy desapareció tras la puertas automáticas y se alejó sin girarse ni una sola vez hacia él. El metro reanudó su marcha. Law se había quedado con la mano alzada, la que había intentado detener al chico, y con la palabra en la boca.

 

 

 

Había ido a trabajar y hecho su día como si tal cosa. Sin embargo, nada más llegar al piso se desplomó. No sobre su cama como en anteriores ocasiones tuvo la decencia de hacer, sino con lo puesto, directamente sobre el sofá; en realidad, mucho fue que no se dejara caer sobre el suelo. Allí permaneció, en estado vegetativo, hasta que el sol dejó de colarse por las ventanas, las sombras se alargaron cubriéndolo todo y Zoro abrió la puerta.

–Joder, Law. Estás en la mierda –dijo nada más encender la luz y sobresaltarse de encontrarselo ahí y en ese estado.

–Cállate y tráeme la primera caja de pastillas del armario de la cocina.

–¿Te quieres suicidar?

–No es de tu incumbencia.

–Era solo para saber cuanta agua le echo al vaso. No es lo mismo tragarse una que veinte.

–Trae una botella de un litro y medio.

Se la trajo, pero tuvo la sensatez de no seguir con la broma y traerle solo una pastilla de la caja que había perdido. Después examinó la nevera, no había nada contundente que echarse a la boca.

–Voy a bajar a comprarme una hamburguesa, ¿quieres una? –su ojeroso compañero de piso había logrado sentarse, pero su cabeza seguía lánguida sobre el respaldo. Hizo una especie de gruñido lastimero como respuesta–. Me lo tomaré como un sí.

A la media hora o así, estaban cenando. Law de manera mecánica y sin gracia, con tenedor y cuchillo porque le había quitado el pan a la hamburguesa para comérsela; Zoro con verdadera hambre y sentado en el suelo, sin hacer comentario alguno sobre el conocido disgusto de su compañero con el pan.

–¿Cómo lo consigues? –le dijo el moreno al peliverde–. Tú también pasas mucho tiempo con él.

–Le mando a la mierda las veces que haga falta.

–¿Te crees que yo no lo hago ya?

Zoro le echó una mirada de arriba abajo.

–¿Lo haces?

Law boqueó para responder, pero luego recordó de que, en contra de su voluntad, había quedado con Luffy y con su novia.

–Le digo que no infinitas veces. Me desgañito y él pasa, como si hablara en marciano.

–¿Has pensado que el problema es que no se lo dices claro?

El médico miró al periodista, con los ojos entrecerrados de indignación.

–Luffy no entiende de sutilezas –siguió el peliverde–. Pero si se lo explicas bien no creo que sea tan tonto como para no comprender que ahora mismo necesitas deja verle por un tiempo –Law frunció el ceño y le apartó la mirada–. ¿O es que piensas que así Luffy cambiara de opinión?

Se le abrieron los párpados.

–¿Cómo voy a pensar algo así? –resopló más que harto–. Me absorbe, es lo único por lo que sigo de esta manera. Antes de que me de cuenta ya estoy haciendo lo que el dice.

–Sí, Luffy tiene esa capacidad –reconoció–. Es un secuestrador en potencia. Pero no puedes dejar que te arrastre.

Siguió comiendo. Law también dio un par de bocados antes de volver a hablar.

–¿Tú sabías que tenías novia?

Zoro tragó un trozo y le dio un sorbo a su cerveza en lata.

–Sí, lo sabía. Me la presentó poco después de que nos conociéramos, hemos quedado juntos varias veces. Pero no pensé que eso te pudiese interesar.

–Ya, yo tampoco lo hubiese hecho –calló un momento–. ¿Cómo es ella?

–Esa es un pregunta un poco masoquista.

–No es lo que te piensas –aclaró–. En otro contexto no la hubiese hecho pero... –resopló por la nariz–. Luffy se ha empeñado en que la conozca y prefiero saber con que me voy a encontrar.

Zoro casi se atraganta con un nuevo sorbo.

–Joder, ¿y porqué no le has dicho que no?

–Se lo he dicho.

–... –se quedó un poco a cuadros–. Valiente cuelgue que tienes. Será que es como la varicela que cuanto más tarde te pille peor.

–¿Y tú que eres, un experto? Si no quieres decirme nada de su novia no me lo digas pero no me sueltes más gilipolleces.

–Es una chica normal, Law, no te vas a encontrar nada raro. Aunque bueno, por si acaso cuídate de su carácter.

–¿Tiene mal carácter?

–Digamos que es algo intensita cuando se habla de dinero.

 

 

 

Considerar a Law una persona religiosa sería algo erróneo; era tan ateo como solían ser los hombres de ciencia. Sin embargo, cuando ese viernes no vio a Luffy ni en el metro, ni en su trabajo, ni en la casa, se acostó en la cama diciendo "gracias" como si un ente todopoderoso le hubiese dado un poco de cuartelillo. Enamorado o no, la presencia del chico conseguía que todos sus músculos se contrajesen, por lo que estar mas de doce horas sin verle suponía un alivio para su cuerpo aún mas grande que para su mente. Además, esa misma noche se tomó un somnífero, y estuvo durmiendo hasta bien avanzada la mañana del sábado. Recordaba pocas veces en las que se hubiese levantando tan desorientado, con los pelos revueltos y bostezando con sonoridad; esas pintas eran más de Zoro que de él. Que hablando del peliverde, cuando Law salió de su habitación, se lo encontró vestido, aseado y con una pequeña maleta deportiva al hombro, muy predispuesto a todo.

–Ah, ya estas despierto –le dijo con el picaporte en la mano–. Yo ya me iba.

–Ya veo –bostezó otra vez–. Supongo que no nos veremos hasta mañana.

–Sí, hasta mañana –respondió, muy sonriente, de muy buen humor. Abrió la puerta y se fue.

A ver si esta vez no vuelve deprimido, pensó. Desde que al peliverde le había dado por pasar los fines de semana donde fuese, lo más seguro con alguien, siempre ocurría lo mismo. Se iba contento, pero volvía sin querer hablar ni mirar a nadie. Eso para que después se creyera con el derecho de darle consejos y sermones a Law. Cretino...

Inspiró para llenar sus pulmones y expiró. La casa estaba silenciosa, tranquila. Adelantó los pies hacia la cocina para prepararse el café. Volvió al salón con la taza hecha y se sentó en el sofá. Sobre la mesa había un libro, lo recogió a abrió por donde estaba el separador. Empezó a leer mientras, poco a poco, desayunaba. Disfrutó de ese pequeño oasis de paz; al menos hasta que se lo permitieron.

Desvió su atención de las pagina que leía al oír el timbre del portal que daba a la calle; cerró el libro, de nuevo con el separador, y lo dejó con cuidado en la mesa, al lado de la taza de café.

–¿Diga? –dijo una vez descolgado el telefonillo.

–¡TORAO! –el grito estalló tan fuerte en su oído que tuvo que apartar el aparato todo lo que permitió la longitud de su brazo–. ¡Buenos días! ¿Has desayudando fuerte? ¡Vamos que se nos hace tarde!

–¿Tarde? ¿Tarde para qué?

–¿¡Qué!? ¡Pero si habíamos quedado para hoy!

–Yo no recuerdo nada de eso.

–¡Que sí! ¡Te dejé ayer un montón de mensajes!

–Ayer... ¿A que hora?

–Sobre las diez o las once.

–A esa hora estaba acostado.

–¡Venga ya! ¡A esas horas no se acuestan ni los viejos! ¡Tuviste que verlos!

Su ceja empezó a padecer cierto tic nervioso. Viera o no viera los mensajes parecía ser que Luffy se había tomado su silencio como una respuesta afirmativa. Por muy poco que Zoro se aplicase el cuento así mismo, no vio porque en ese momento no debía de hacerle caso.

–¡Vete a tomar por culo!

Le colgó de un contundente golpe, recuperando así el silencio de la habitación. Suspiró, pero el alivio le duró poco puesto que el timbre volvió a sonar, reiteradas veces, como si de hubiese vuelto loco.

–¿¡Es que quieres que llame a la policía!? –volvió a descolgar.

–¡Venga ya, Law! Que si no me doy prisa Nami me matará.

–¿Nami? ¿Quién mierda es Nami?

–Mi novia.

Su mente se quedó en pausa durante tres segundos.

–¿Tu novia está ahí?

–No, aquí no. Pero ya tiene que estar esperándonos.

–¿Esperandonos? ¿A nosotros dos?

–Sí.

No supo que enfermedad mental se activó en su cabeza en ese momento; el caso fue que, al instante, le dijo a Luffy que esperase un momento, que aún tenía que vestirse. Corrió a su cuarto y escogió un conjunto de ropa en tiempo récord; sí, escogió, lo que quería decir que no tomó el primer manojo de ropa práctica que se le apareció como era normal en él. También se peinó y afeitó un poco. Bajó las escaleras pensando que el ascensor tal vez sería demasiado lento y se reencontró con el chico, que le saludó con otro abrazo. Solamente en el metro, compartiendo la misma barra de metal con Luffy para sostenerse, se dio cuenta de lo que había hecho, que no era otra cosa que el imbécil.

¿En que estaba pensando? Ni que pretendiera competir con la novia, ¿no? ¡Joder, a ver si iba a ser verdad el comentario de la varicela que le hizo Zoro!

–Torao, rápido. Ya estamos.

Salieron a la calle. Law reconoció el sitio, no es que lo visitara muy a menudo, pero si que lo estuvo investigando cuando quiso independizarse. Se trataba del distrito de Water Seven, situado justo a mitad de lo que era el centro de la ciudad y las afueras. No era un mal sitio. Bullicioso por la calle principal, pero relajado por las laterales. Los edificios de apartamentos eran pequeños, de tres o cuatro pisos máximo, convivían con pequeños parque y enormes rascacielos empresariales. Si no hubiese encontrado el piso que ahora compartía con Zoro, en condiciones muy parecidas solo que más barato, posiblemente se hubiese instalado por allí. Además, a parte de todo lo dicho, el distrito contaban con puntos de interés cultural, siendo uno de estos el sitio al que le guió Luffy. Un museo.

Decir que se esperaba algo como eso sería mentira; Luffy no parecía una persona que gustase de ir a esos sitios.

–¡Luffy! –les llamó una chica parada delante de las escaleras que daban a la puerta principal del museo. Su gesto y tono era de reproche–. Otra vez llegas tarde, te dije que cerraban la exposición a la hora de comer.

Law se fijó en ella. Debía rondar la edad de Luffy, si no tenían la misma; melena corta y pelirroja al natural, bien vestida y, lo que más le molestó, de aura femenina y agradable a pesar de estar en medio de una regañina.

–Lo siento, lo siento –se disculpó el chico medio en broma y divertido mientras se acercaban a ella–. Es que ha Torao se le han pegado las sábanas y tiene un mal despertar... qué pa qué te cuento.

El médico le echó una mirada afilada, pero tuvo que parar al percatarse de que era observado por la chica, de arriba a abajo, varias veces. Se preguntó, incómodo, si de verdad Luffy no le había dicho nada sobre su declaración, pero al segundo siguiente, ella sonrió a amable.

–Hola, soy Nami, encantada –se le acercó para darle dos besos en la mejilla en forma de saludo, él pudo corresponder con una reacción de último momento–. Así que tú eres Torao.

Se alivió, no notaba ninguna aspereza por parte de ella, de verdad Luffy no le había dicho nada. Mejor así, bastante era estar en esa situación para añadirle además una adolescente celosa, esperando la oportunidad para clavarle un cuchillo en la nuca.

–En realidad me llamo Law. Lo del Torao es cosa suya, más bien.

–¿Ah, sí? –le echó una ojeada a Luffy–. Bueno, no me sorprende. Siempre hace lo que le da la gana –se encogió de hombros y sonrió–. Llamar a la gente por un nombre que él se invente no me parece lo más surrealista que salga de su cabeza.

Por ahí supo que no era una chica cualquiera, que se sabía bien de que iba Luffy, debían de conocerse desde hacia bastante tiempo. Law no dio muestras de desagrado de cara al público, pero las sintió en su propia boca.

Entraron en el museo, donde descubrieron una exposición temporal de mapas antiguos de todas las partes del mundo y de todas las fechas posible. Como supuso, era la chica, Nami, la interesada en estar allí. No tardó ella en dejarse enfrascar con admiración por cada uno de los mapas que se les iban apareciendo; al poco rato dejó de atender a sus acompañantes, como si en realidad estuviesen sola.

A Law, por su parte, le pareció interesante aquella exposición, pero no al nivel de la pelirroja. Si tenía que ser sincero, estaba más intrigado por la chica que por los mapas. Acaba de descubrir no solo que era guapa y agradable, también era inteligente; o por lo menos se notaba que tenía inquietudes intelectuales. Además, se la veía calmada, sensata.

–¡Waaah! –el niño mono gritó al otro lado de la galería.–. ¡Esta armadura es inmensa, la tuvo que llevar un gigante! –le brillaban los ojos.

Law miró con los ojos abiertos hacia el chico, no tanto por el jaleo que estaba haciendo como por el hecho de que lograra divertirse en un sitio que le pegaba tan poco.

Un guarda se acercó a llamarle la atención al chico, este se disculpó y aunque el uniformado lo dejara estar y se fuera por su camino, Nami le vino por la espalda y le dio un capón. La cara de Law tomó un deje de aprensión. La chica podía mantener en vereda a Luffy igual o mejor de lo que hacía Zoro, como podía también llevarle a un museo sin prejuicios, porque le conocía y sabría que el chico encontraría su manera de divertirse. Sus personalidades se complementaban y sumaban a la perfección.

Al pasar a la siguiente sala, Law ya iba varios pasos por detrás. La pareja no estaba pegajosa, tal y como Luffy le había prometido, pero no dejaba de sentir que sobraba y empezó a revisar las exposición por su cuenta. Se acabó aburriendo de tanto mapa, no obstante, en medio de la galería, en una vitrina, había una colección de monedas antiguas que le llamaron la atención y no pudo evitar estar un buen rato inspeccionándolas.

–¿Te diviertes? –le preguntaron a su lado. Al girar la cara se topó con Luffy.

–Sí –dijo a los segundos.

–Menos mal –suspiró–. A mi estos sitios me ponen nervioso, no puedo coger o probarme nada –hizo un mohín a su espalda, hacia donde estaba la armadura que tanto le había impresionado–. Además, Nami me dijo que habría mapas del tesoro pero aún no he encontrado ninguno. Por eso me he preocupado por si te aburrías o si no –le mostró las encías en una sonrisa.

Law notó un poco de calor en las mejillas. Se pasó la mano por la boca y volvió su vista a las monedas. Se fijó en una.

–Vaya.

–¿Que ocurre?

–Nada. Es... la casualidad. Cuando me has llamado esta mañana estaba leyendo un libro de numismática, lo dejé justo por una página con la foto de una moneda igual que esta –la señaló.

–Hala, así que te gusta la nutismática –rió con cara de tonto–. Que guay, yo soy también muy nutismático, ¿sabes? –volvió a reír.

–No tienes ni idea de lo que significa numismática, ¿verdad? –sobre todo porque ni había dicho bien la palabra.

–Ni la más remota –confesó sincero.

Law resopló. A esas alturas no debería sorprenderse de no tener nada en común.

En ese momento, pasó por su lado una visita guiada del museo, la señorita hablaba con elegancia mientras dejaba con soltura sus tacones sobre el suelo.

–Y si los amables señores me siguen a la siguiente sala podrán ver nuestra amplia recolección de instrumentos bélicos orientales usados por los guerreros mercenarios nipones, más conocidos como ninjas.

–¿¡Ninjas!? –soltaron Luffy y Law en el acto y a la vez.

Se miraron el uno al otro, sorprendidos de haber coincidido. Luffy volvió a sonreír. Law volvió a enrojecer. Una tos cortó el momento. Nami había vuelto.

–He terminado de ver lo que quería ver. Si queréis salimos ya a comer.

–¡Comida! –el chico no se lo pensó dos veces antes de salir corriendo.

 

 

 

Fueron, sin complicarse demasiado, al restaurante de comida rápida más cercano que había, una hamburguesería. Allí pidieron nueve menús; dos para Law y Nami, siete para Luffy; y empezaron a comer mientras charlaban. La chica le contó que conocía al monito del instituto, que habían sido compañeros de clase, solo que ella ya estaba en su primer año universitario mientras que Luffy seguía en segundo de bachillerato.

–Siempre ha sido un desastre para los estudios.

Law le contó después que era médico y que trabajaba en el hospital de Flevance. Conoció a Luffy porque compartía piso con Zoro.

–Eso fue gracioso –intervino el chico–. Vamos en la misma linea de metro todos los días, pero ni nos olimos hasta que Zoro se hizo mi amigo ¡A saber si no seguiríamos todavía cada uno por su lado! –rió. Law no le vio la gracia–. Oye, Torao. Solo estas comiendo patatas. ¿No te gusta la hamburguesa?

En sus ojos se reflejaba la gula. Law alegó que no le apetecía, sin mencionar que ahí no tenía cubiertos para comérsela sin pan como había hecho el otro día que el peliverde había olvidado sus gustos culinarios, y se la ofreció. Luffy no se lo pensó dos veces.

–¿Y cuántos años tienes? –le preguntó la chica.

–Veinticuatro.

–Vaya, eres muy joven para ser médico. Quiero decir... que ya tienes tu licenciaturas, doctorados... e incluso estás ejerciendo. Debes de ser todo un coco.

–Bueno, si se cuenta de esa manera parece que tengo más merito, pero mis padres también son médicos y que crecido aprendiendo de ellos. Por eso entré en la carrera con cierta ventaja. Además, si ahora tengo un sitio donde ejercer también es gracias a su ayuda.

–¿Hum? ¿Alguno de tus padres te echó un cable para que te contrataran en Flevance?

–Mas o menos.

–¿Mas o menos?

–...

–...

–Mis padres son los directores del hospital.

–¿¡Qué, qué!? –le escupió Luffy toda la comida en la cara–. ¡Pero eso es genial ¡No sabía que fueras una persona tan importante!

–Luffy –le empezó a regañar la chica mientras Law iba a por una servilleta–. Deja de hacer el guarro con la comida y termínatela–le estiró de uno de sus mofletes a su mayor capacidad– , que se me está haciendo tarde y tengo muchas cosas que hacer.

–Si, señora.

Aspiró el resto de comida que le falta y se la tragó de una sola vez. Después se dejó caer en la silla con felicidad.

–Buff, que bien he comido. Estoy lleno. O casi... ¡Ah, no! ¡Se me ha olvidado el postre! –dijo como se se le hubiese muerto la mascota.

–Pues pídelo y te lo vas comiendo por el camino.

–Vale... –se llevó la mano al bolsillo para sacar la cartera. Al abrirla, se le quedó cara de poker durante medio minuto.

–¿Y ahora que te pasa?

Los ojos de Luffy se deslizaron suavemente hacia Law.

–¿Me dejas pasta?

En un suspiro, Law bajó los hombros, estaba agotado. Puso una mueca de resignación. Sacó su propia cartera. Podía haberle dicho que no y discutir a voces, pero el resultado hubiese sido el mismo, solo que hubiesen tardado más en llegar a él. Y Law hacía un rato que quería irse.

–¡Weeh! –fue corriendo Luffy con el dinero en mano a la cola de pedidos.

–Lo mimas demasiado –dijo la chica.

El médico, al volver a fijar su vista en ella, dio un repullo. El gesto amable de Nami había desaparecido; había recelo en sus ojos, incluso odio se podría decir. Casi no le da tiempo de apartarse hacia atrás, en la silla, cuando la chica le intentó clavar en su entrepierna el tacón de sus botines por debajo de la mesa.

–Bien, las cartas sobre la mesa, medicucho de tres al cuarto –le sonrió con sadismo–. A Luffy puedes engañarle porque es medio imbécil, pero a mi no me la vas a dar.

–¿Engañar? –se le frunció el ceño, lo último que iba a hacer era achantarse–. Ni sé de que me estas hablando.

–No te hagas el tonto conmigo. A la vista está lo encandilado que tienes a Luffy. Por su parte es normal que tenga a alguien de turno con quien entretenerse, pero lo tuyo no. ¿Qué hace un médico aplicado, que le saca siete años, andurreando todo el día con él?

–Creo que él mismo te lo ha dicho, coincidimos en el metro –dijo con fiereza, odiaba dar explicaciones.

–Si, ya, que fácil coincidir con el heredero de la mayor revista de deportes que se ha conocido en todo el país –ironizó.

¿Heredero? Un momento, de eso él no sabía nada. ¿No le dijo Zoro que Luffy era el hermano pequeño del entrevistador que le contrató?

–Pon esa cara de sorprendido, si quieres, eso no va a cambiar lo que he visto en ti. Se nota que tienes un ambición como una casa, seguro que quieres el premio doble de Flevance y Grand Line a la vez –hizo un pausa–. Pero te digo una cosa, más vale que la tengas en cuenta: yo voy primero.

Ahí fue cuando Law se tuvo que controlar para que la mandíbula no se le cayera al suelo. La Nami de antes acababa de morir y había sido sustituida por un alien cabreado.

–Llevo años currándomelo con Luffy –siguió ella hablando con orgullo–, primero su amiga, luego su novia. En algún futuro nos casaremos y pasaremos varios años de gloriosa felicidad; si él quiere, hasta le daré hijos –apretó el puño derecho, sus ojos se incendiaron de pasión–. ¡Y entonces me divorciaré de él y le sacaré hasta el último centavo que le quede en el bolsillo!

Law estaba a cuadros, jamás hubiese pensado que con "intensita cuando se habla de dinero" Zoro se refiriera a algo así. ¿Que clase de chica de su edad tenía una mente tan fría y pesetera? Él también era un calculador poco empático pero esa pelirroja era un monstruo.

–Así que ya lo sabes. Deja de hacerle ojitos –puso una sonrisa amable–. Después de todo, lo más importante para un médico es la salud, ¿no crees, Torao?

Le estaba amenazando, de verdad le estaba amenazando. Con todo su esfuerzo, Law, se colocó una sonrisa muy parecida a la de ella; ignoró la vena de su frente que bombeaba con la sangre hirviéndole.

–Ya veo, así que tienes todo futuro planeado. Pero ten cuidado con esos celos, no creo que a Luffy le guste una mujer que vaya por ahí atacando a cualquiera que se le acerque.

Nami volvió a su expresión seria.

–¿Todavía quieres fingir que no te le declaraste en plena linea de metro?

Law mantuvo su gesto, pero su cuerpo se volvió piedra.

–Te lo ha contado.

–Entraba dentro de tu descripción –explicó encogiéndose de hombros –. No paraba de hablar de ti, le pregunte quién eras y me dijo esto: "¿Torao? Torao es mi amigo. Se me declaró el otro día cuando íbamos en el metro, por mi culpa lo pasó fatal. Pero ahora ya estamos bien" –Nami volvió a mostrar sus sonrisa sádica–. Esperabas que no lo supiera ¿verdad? Bueno, yo si fuera tú tampoco querría haber hecho algo así. Tan ridículo y vergonzoso... La verdad es que tienes un valor admirable.

Estaba indeciso, no sabía que hacer antes, si sepultarse bajo tierra o despellejar vivo a ese jodido mono retrasado y a su novia. Quiso hablar, poder soltar alguna pulla con sarcasmo a él se le daba tan bien, pero se había quedado sin palabras. Mientras, la chica fijaba su vista en el con sorna y victoria.

–¡PREMIO!

Los dos se volvieron. Una sirena roja se había activado y hacía un ruido atroz, dos pistolas de confeti dispararon tres veces, una ristra de globos de colores llovió sobre Luffy, que miraba con asombro para todos lados con una tarrina de helado en la mano.

–¡Felicidades! –decía la señorita que le había tocado atenderle a través de un altavoz–. ¡Es nuestro cliente numero seis mil! ¡Y por ello y por nada menos se lleva nuestro primer premio a casa!

–¡De verdad! –se impresionó el monito.

–¡Luffy! –se levantó Nami entrelazando sus manos, ahora si parecía una adolescente completamente enamorada. Se abrazó a él y empezaron a dar sal titos de alegría–. ¡Qué maravilla, qué suerte! ¡Enhorabuena!

–¡Si! –dijo entre carcajadas y botes–. ¡Gracias Nami!

–Y bueno –dijo ya la pelirroja más recompuesta–. ¿Qué ha ganado señorita? ¿Un viaje a un lugar exótico, un deportivo rojo?

–¡Mucho mejor que eso! –respondió entusiasta.

–¿Mucho mejor? –a la chica le brillaban los ojos con avaricia.

–¡Una gorrita!

–¡SERÉIS RATAS! –rugió Nami cual monstruo del averno. Casi se carga a la chica del susto.

Sí, pensó Law, desde luego era algo intensita, por decirlo de una manera suave.

 

 

 

Le costó mucho seguir despierto de vuelta al piso. Si Luffy extirpaba de cuajo por si solo todas sus fuerzas, Nami era la guindilla del pastel que venía a rematarlo. Al final, lo más surrealista de aquella feria en la que se había convertido su vida era que seguía respirando.

Giró las llaves en la cerradura y entró en la casa, vacía puesto que aún tenía que pasar una noche entera y poco más para que Zoro regresase; era curioso, se habían despedido esa mañana, pero Law tenía la sensación que hacía cincuenta años que no le veía.

Se echó de espaldas sobre el sofá y cerró los ojos. Tenía que revisar unos documentos de un nosabiaqué que en ese momento no podía recordar, lo haría en unos minutos, en cuanto descansase un rato.

No había pasado ni la mitad de esos minutos cuando el timbre sonó, otra vez. Gruñó en un resoplo y se apoyó en sus manos para levantarse del sofá.

–¿Diga?

–¡Torao, soy yo!

–Luffy, ¿qué haces aquí? Te habías ido con Nami.

–Ya, pero te tenía que dar una cosa. Ábreme.

Su mano hizo el gesto de ir a colgarle, pero recordó como se había puesto esa mañana. Le abrió el portal esperando que lo que quisiera fuese rápido.

En poco, el monito subió por el ascensor, Law ya le esperaba en el vano de la puerta.

–Mas te vale que sea importante.

Luffy se paró delante de el, sin dar intención alguna que quería pasar. Se mordió el labio a la vez que alternó la mirada entre el suelo y Law un par de veces, aturrullado. Apretó los puños y tomó fuerzas.

–¿Estás bien, Torao?

–¿Hum? ¿Yo? Bueno, creo que sí, un poco agotado, nada más.

–Es que... Cuando nos hemos despedido te he visto un poco triste y pensado que... –se volvió a morder el labio–. No lo he hecho muy bien –quedó cabizbajo, su voz sonaba con un quiebro leve–. Esto no es justo para ti.

Law abrió los ojos. Su mente se detuvo en un punto muerto. Creía que había logrado cubrir todo lo que había sentido aquella tarde, toda la derrota que se le había echado sobre los hombros. Pero ahí estaba el chico, delante suya, preocupado por él. Preocupado por él cuando Law ya hacia bastante que había dado por hecho que a Luffy no le importaba nada que tuviese que ver con su persona.

–Luffy, yo...

–No es justo que me quede con la gorra –dijo, enseñándole la recién regalada gorra.

De repente volvió a querer despellejarlo vivo.

–Compré el helado con tu dinero, deberías quedártela tú.

–No la quiero –le dijo tajante y conteniendo hasta límites insospechados sus manos, dispuestas agarrar el cuello del niño hasta hacer papilla su traquea.

–No tienes que ser considerado conmigo –bromeó–. Ya bastante tienes con soportarme –mira, en eso estaban de acuerdo–. Entro un momento y te la dejo ¿vale? –Law le cerró el paso con su propio cuerpo por instinto, lo que al otro le hizo mucha gracia–. ¿Pero que haces? Déjame pasar.

Acabaron en un juego de forcejeo; para un lado, para otro; que acabó a favor de Luffy debido a que una vecina salió y les pilló haciendo el tonto, lo que despistó a Law por un momento y el monito aprovechó para meterse en el hueco que hacían su pierna y su brazo derechos.

–¡Eh, espera!

–¡Pasé, pasé! –corrió feliz al cuarto de Law–. ¡Vaya, que desordenado tienes todo! No me esperaba eso de un médico.

Law descartó decirle que su cuarto estaba desordenado porque esa mañana se había tenido que vestir deprisa y corriendo. Resopló aún más derrotado que antes, cerró la puerta, y dejó caer su culo sobre el sofá. Se llevó una mano a la frente. El chico era absolutamente irreductible.

Un revolver. Un revolver del calibre 38, por favor.

 

Continuará...

Notas finales:

Quiero decir, que en mi cabeza, había una escena más en este fic, pero cuando empecé a escribirla me di cuenta de que estos dos aún no estaban listos para vivir eso. La verdad, es que han avanzado muy poco en este capitulo :S Ha sido conocer a Nami más que otra cosa, pero bueno, un poquito si que se han hecho más cercanos, un poquito.

Mi primera idea de novia siempre fue Nami, aunque en estos meses que actualizaba que no, me plantee poner a Vivi, porque ella y Luffy me encantan juntos, pero después me di cuenta de que, precisamente por eso, no podía usarla de novia. Además, con las personalidades que tienen, no me hubiese quedado más remedio que usar igualmente a Nami de amiga apoyo que al final tiene más protagonismo que la novia.

Y lo de la numismática, para quien no lo sepa, no me lo he inventado xD en un SBS salió que era uno de los pasatiempos de Law.

PD: He reeditado el capitulo porque se me olvidó que Law no come pan, ni tan siquiera el de hamburguesa (?) Sin quere ofender pero este niño es peor para comer que un vegano. ¡Ya hay un montón de cosas que no puede comer! Hamburguesa, bocatas, pizza, cosas empanadas... ¡Hasta el gazpacho lleva pan! Y eso sin hablar de la magnifica costumbre de rebañar el plato. Sigo queriendo un montón a este personaje, pero esto de que no le guste el pan es un coñazo.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).