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Segundas Partes por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Espero que no haya muchas ganas de matarme por aquí. Siento tardar tanto, de verdad. Espero que os guste la actualización, la he hecho con mucho cariño.

Capítulo 14. Celos I

Mihawk le abrió antes de que él alzara el puño para llamar. Sonrió con una amabilidad suave.

–Oí tus pasos –se explicó–. Llegas pronto.

–¿Hum? –recogió su móvil del bolsillo de su pantalón–. Si son y diez –lo que quería decir, de hecho, que había llegado cuarenta minutos más tarde de la hora acordada.

–Para ti es pronto –bromeó con un suspiro cansado–. Supongo que hoy no te ha dado por perderte –hizo un pausa para luego añadir–. Demasiado.

A Zoro se le frunció el ceño y se le entrecerraron los ojos.

–¿Me dejas pasar o no?

Entre divertido y con aires de suficiencia le dejó pasar. El peliverde cruzó el pasillo hasta llegar al comedor, donde el atardecer se colaba a través de la cristalera que separaba la terraza del interior del piso. Soltó un pequeño suspiro por la nariz. Ahí estaban otra vez, otro fin de semana más, volviendo a mascar esa rara sensación silenciosa que impregnaba aquel apartamento. Las manos de Mihawk se ajustaron en sus hombros; nada más con eso, Zoro dejó que sus ojos se cerraran; éstas le procuraron un pequeño masaje antes de deslizarse por su pecho, rozando la placa colgada en su cuello, hasta que los brazos del mayor se entrelazaron. El cuerpo del peliverde quedó atrapado y envuelto por el moreno. Mihawk le besó la comisura de su ceja izquierda, después la mejilla y más tarde la curva del cuello. Zoro sonrió, abrió los ojos para mirarle.

–Estas muy impaciente. Ni tan siquiera me has dejado soltar la mochila.

El mayor le correspondió la sonrisa, le besó el lóbulo de la oreja y le susurró:

–Hay algo que no te he dicho sobre lo que pasó hace dos años.

El joven giró la cabeza un poco más hacia él, interesado. Mihawk le acarició la cara con el dorso de la mano y le besó.

–Nunca podrás imaginar las ganas que tuve de llevarme tu virginidad en esa bañera.

Zoro se ruborizó al instante, aún así ofreció al mayor media sonrisa carga de segundas y malpensadas intenciones.

–¿Qué me estás proponiendo? Ese barco ya zarpó.

–Pero en el cuarto de baño hay una bañera –volvió a besarle.

–¿Y a que esperas para llenarla? –esa vez fue él el que besó al mayor, a la vez que se daba la vuelta en el abrazo de Mihawk y se enganchaba a su cuello.

Les costó mucho separarse y no comerse vivos el uno al otro. El de cabello moreno tomó la cara del peliverde con ambas manos, la acarició con la yema de sus pulgares, sin dejar de mirarle a los ojos. Dio un último beso en su frente.

–Ponte cómodo, la iré preparando.

–Vale –contestó a la vez que tomaba sus manos para mantener el contacto todo lo posible antes de que el mayor desapareciera por el vano del dormitorio, donde se encontraba la puerta que daba al cuarto de baño.

Llenó sus pulmones de aire para luego volver a suspirar, pero con otro sentido muy diferente al anterior, más relajado. Después dejó la mochila sobre la mesa, entrelazó los dedos para estirar hacia arriba los brazos. Casi sin darse cuenta llevó su vista a una de las estanterías que había en esa habitación. Se acercó y pasó con cuidado sus dedos por el lomo de un par de libros. Recogió uno para ojearlo un poco, sin leer más de dos frases antes de volver a pasar de página.

–Ese no es una novela ligera, precisamente –apareció al rato el mayor–. Ninguno lo son.

–Sí. Me he fijado que la mayoría son de derecho y leyes –cerró el libro y lo dejó en su sitio.

–De mi época en la universidad –se encogió de hombros–. Te dije que empecé a vivir en ese piso desde entonces. Por eso también he podido conservarlos.

–Espera, un momento, ¿tú no estudiaste periodismo?

–Abogacía. El periodista siempre fue Shanks. Cuando nos conocimos en la universidad el ya tenía la idea de montar una empresa y no dudó en que le haría falta alguien como yo.

–Seguro que lo mandaste a paseo varias veces.

–No fui el único. Yasopp y Ben Bekcman tardaron bastante en darle una afirmativa.

–¿Beckman?

–Era uno de los profesores de Shanks, aún no sé como le convenció para que tomara el puesto que ahora tiene Marco.

–Ah... –se le vio algo a la mente. No pudo evitar reírse–. Yo también me acabo de acordar de algo de hace dos años ¿sabes? Lo que se me pasó por la cabeza cuando te vi sentado en la barra del bar. Tenías unas pintas de abogado de película americana...

–¿Eso fue lo único que se te pasó por la cabeza? –le preguntó insinuante.

–Tal vez –le contestó en el mismo tono y los dos se rieron entre dientes. Zoro se fijo distraído en cielo entre rosa y violeta, cada vez más oscuro–. Akagami y tú os conocéis desde hace bastante, ya me dijo algo en esa entrevista tan rara que me hizo, pero no pensé que fuese tanto. Te debes complementar muy bien con él para sacar algo como Grand Line adelante.

Esperó una respuesta cortante y malhumorada de las suyas, una parecida a "lo que hago es aguantarle muy bien", pero no oyó algo así. Al devolverle la mirada, Mihawk había rebasado la distancia que los separaba y, sin previo aviso, agarró del pelo por encima de la nuca para atraerle hasta su boca. La legua del mayor se abrió paso como un intruso, con arrojo casi febril; la mano que le quedó libre fue a por el botón del pantalón del joven. Antes de siguiera pensarlo, Zoro se apoyó en los hombros del mayor y saltó a sus brazos, que le sostuvieron con firmeza. Se aferró a sus cabellos negros mientra Mihawk la mordía los labios. Éste quiso empotrarle de un golpe contra la mesa.

–¡Espera, espera! –alargó el brazo para interponerse–. En la mesa otra ve no que acabo con la espalda hecha polvo.

Mihawk rebufó, molesto de manera obvia por la interrupción.

–Niño mimado...

–¡Yo no trabajo en un sillón de lujo con piel de animal extinto, imbécil!

Mihawk soltó una carcajada, le llevó hasta la habitación y lo tumbó sobre la cama. Sobre su cuerpo volvió a invadir la boca del peliverde, con tanta vehemencia que Zoro tuvo que apartarle para no quedarse sin una gota de oxigeno. Dio una bocanada, a medias por necesidad, a medias por extasis.

–Si que estas impaciente –intentó que sonara a reproche–. Ni vas a esperar a que la bañera se llene.

–Mejor que nos espere ella a nosotros, ¿no te parece?

El joven se mordió los labios, él también estaba muerto por empezar. Mihawk a penas tardó una milésima de segundo en quitarle la camiseta, los zapatos, los calcetines y los pantalones junto con los bóxer. Se descubrió de repente desnudo ante un hombre que lo miraba con pura lujuria.

–¿Te sientes intimidado? –pasó la yema de su pulgar por el labio interior del joven.

–Ni lo más mínimo.

Mihawk sonrió a la provocación con cierta maldad. Mordió el lóbulo de su oreja.

–No puedo esperar más a tomarte.

Nada más oírle decir eso, el joven notó los dedos del otro invadir su entrada. Un quejido salió por su boca, pero sólo era el principio puesto que, Mihawk, no mentía al decir que no podía esperar más.

–¡Ah...! –arqueó la espalda y cerró los ojos al ser cada vez más penetrado.

Las caderas de Mihawk comenzaron el vaivén y él a sentir los golpes en su interior. El mayor agarró a Zoro de las muñecas y lo obligó a estar tumbado, su boca fue una vez más a la curva del cuello del joven, que cerró los ojos y se aguantó el gemido de placer al notar como se le quedaba una marca rojiza en la piel.

Al poco, sintió como se iba dentro de él con un gemido ronco proveniente de su garganta.

Aun perdidos en lo que acababa de suceder, resoplaron al unisono y se miraron a la cara, ambas enrojecidas y recorridas por el sudor. Mihawk le sonrió y, sin que se le ocurriera soltar sus muñecas, bajó sus ojos hacia abajo. Recibió de golpe un determinante sobresalto de extrañeza.

–No te has ido.

–Es lo que tiene hacerlo a palo seco, pero me has dejado bastante excitado y húmedo como podrás comprobar.

El mayor resopló otra vez.

–Tienes razón, la culpa es mía por no darte lo preliminares románticos que tanto te gustan –el comentario le consiguió una mirada afiliada del otro. Él le sonrió antes de hablar a una sensual media voz–. No te preocupes, ahora te compenso.

Le dio un beso dulce en la barbilla, siendo esta la meta de salida puesto que poco a poco fue bajando por su cuerpo. Zoro se relamió justo antes de que los interrumpiera una melodía de pitidos.

–Mihawk, creo que es tu móvil.

–Ignóralo.

Por mucho que el propio mayor hubiese dicho aquello, el sonido se hizo lo suficientemente molesto como para asesinar el ambiente que tenían. Sobre todo porque, el que estuviese llamando, no se quedó tranquilo con intentarlo una única vez.

–Diga –contestó más que molesto Mihawk después de que se produjera la tercera llamada de móvil–. ¿¡Qué!? –abrió los párpados en una expresión de alerta–. Espera, más despacio, ¿qué me estas diciendo?

Se apartó del joven, sin ningún gesto hacia él pidiéndole que esperara un minuto, ni una disculpa. Se olvidó de él, como si no existiera. Y salió de la habitación. Zoro, aún no incorporado del todo, le observó caminar de un lado para otro, soltar ordenes e improperios, apuntar algo en un papel. Esperó paciente a que Mihawk terminara esa llamada y volviera con él. Solo que eso no ocurrió.

–Zoro, ha habido una emergencia, tengo que ir –dijo desde el comedor mientras se adecentaba apurado la ropa–. Quédate el tiempo que quieras.

–Pe... ¿Pero vas a volver? –atinó a preguntar al ver que el otro iba directo a salir por la puerta.

–Y cierra el grifo de la bañera.

Zoro se había levantado para seguirlo, pero ni tan siquiera había alcanzado a ver su espalda antes de que cerrara la puerta. El silencio emergió hasta inundarlo todo, como hizo su incredulidad. Le había dejado.. ¿así? ¿de esa manera? ¿expuesto a él y sin mostrar el mínimo gesto de que le costaba abandonarle? No quiso pensar lo que estaba pensando, pero lo pensó. Mihawk le había dejado ahí, tirado, de esa manera como si no valiera más que un hobby de fin de semana.

La sangre le hirvió, dio un golpe en la pared. No podría soportar estar en ese piso ni un minuto más. Fue a por su ropa, se vistió con prisas y cabreado, ignorando a lo más posibles su erección. Cerró el grifo de la bañera, aunque no se privó de darle una patada a esta.

–Cabrón –escupió–. Cabrón hijo de puta... –tuvo que sentarse en el borde, poner las manos sobre su nuca y esconder la cara en las rodillas. No sabía de que forma calmarse–. Cabrón.

 

 

 

Era la hora del almuerzo. La mayoría de los periodistas y demás empleados de Grand Line solían comer sobre la mesa de trabajo para evitar un corte brusco en la cadena de producción. Zoro se había adaptado a dicho procedimiento, pero era martes, no había tenido ninguna noticia de Mihawk desde el sábado y la oficina empezaba a asfixiarle. De manera que, recalcándose así mismo que eso no sirviera de precedente, bajó al caro Starbucks de al lado, se pidió el café más cargado que hubiese y dejó apoyada su mejilla derecha sobre la mesa. No cerró los ojos, no quiso quedarse dormido.

El cuello de su camisa rozaba de vez en cuando con la marca que le había dejado Mihawk. Se la debía haber hecho con bastante ímpetu para que siguiera ahí desde hacía cuatro días. Resopló cansado, deprimido. A él también le gustaría dejarle marcas así, pero lo evitaba. Fuera como fuese la relación con su mujer, seguía siendo un hombre casado, no era correcto que volviera al hogar con marcas hechas por la boca de otra persona; así que, Zoro, se resistía de más, y no es que el otro se lo hubiese prohibido o le hubiese avisado, simplemente, el peliverde no quería arriesgarse que Mihawk, de sus propias palabras, le recordara lo que eran.

¿Y que somos? Se hizo esa ácida pregunta con amargura. ¿Qué eran? Amantes por definición quizás, pero... ¿Qué eran el uno para el otro? Eran sexo, eran pasión, eran... un cúmulo de necesidades básicas. Suspiró por los orificios de la nariz. Ninguna de esas cosas era una razón de peso para considerar que entre ellos dos había algo, al menos algo a lo que darle cierta importancia. Era lo que debía pensar Mihawk, por ello no tuvo reparo en dejarle como lo hizo, por ello no se estaría comiendo la cabeza como él. Por ello no se había sucedido el día en que Zoro se despertara en aquel apartamento y se encontrara al mayor durmiendo a su lado.

–Vaya, creo que estoy teniendo un déjà vu.

Alzó la mirada y echó un poco la cabeza hacia atrás para ver quién la había hablado. Al ver que era Ace la espalda se le irguió de golpe.

–¿Qué? –siguió el pecoso–. Acabas de salir de una entrevista llamando a alguien gilipollas.

–Yo no te llame eso.

–A la cara no –se sentó frente a él–. Pero a Luffy si que le comentaste las primeras impresiones que te di.

–Ah... –apartó la mirada. Luffy siempre hablaba demasiado–. ¿Y qué te lo dijo, hace poco?

–El mismo día de la entrevista –bebió de su café a la vez que a Zoro se le abrían los ojos.

–¿Y me diste el puesto después de eso?

–Soy de Recursos Humanos, estoy acostumbrado a que la gente me llame gilipollas –dijo divertido–. Además, entrabas como becario y sin cobrar, no pensé que te estuviera haciendo un favor.

Zoro sonrió, parecía haber pasado una eternidad entera desde aquello.

–Se te ve contento, ¿te ha pasado algo bueno?

Ace suavizó su tono.

–Estoy bien, Zoro. Es cierto que he pasado una racha baja, pero no fue tu culpa, tuve muchas cosas de las que hacerme cargo. No te preocupes más por mi.

–Yo no me preocupo, solo te hacía una pregunta.

–Ya veo... ¿Y tú? ¿Como estas? Se te ve mala cara.

–¿Qué dices? –se hizo el sorprendido–. Si estoy perfectamente.

El pecoso le ojeo con recelo.

–Ah, vale –apoyó la barbilla en su mano–. Como te encontrado tirado en la mesa a punto de echarte a llorar pensé que necesitabas consuelo, pero ya veo que es tu forma de dar saltos de alegría.

El peliverde se enrojeció y apartó la mirada, se dio su tiempo para contestar.

–Solo estoy un poco cansado, nada más.

Dudó de que Ace se quedara conforme con esa respuesta, pero de suerte no insistió más. Ambos se levantaron, con sus cafés sin terminar en mano, y se dirigieron de nuevo a la oficina. El pecoso suspiró al entrar por la puerta principal de Grand Line.

–La verdad es que no puedo remediarlo, estoy demasiado celoso.

–¿Tú? ¿De quién?

–Del que quiera que se acueste contigo.

Ahora si que se enrojeció.

–¿¡A qué mierda viene eso ahora!?

–¿Que quieres? No soy de piedra. Me dejaste clavada esa espina.

–Deja de decir gilipolleces.

–Piénsatelo. Sería solo sexo, nada de sentimientos ni esas cosas.

–¡Por supuesto que no!

Empezó a darle al botón del ascensor con insistencia. Oyó la risa de Ace.

–Parece que ya estas menos "cansado".

Le miró sorprendido, Ace le siguió sonriendo, amable, como era él. Había logrado, aunque fuese por un instante, que no pensara en Mihawk, que pudiese respirar con más facilidad. La boca de Zoro se abrió para darle las gracias, sin embargo, uno pasos acercándose cortaron sus palabra antes de que fuesen pronunciadas.

–Buenas tardes, Señor Dracule –saludó Ace.

–Buenas tardes–sonó su voz, indiferente. Zoro viró la cara hacia él. Mihawk no le miraba.

El ascensor abrió sus puertas para los tres. Ignorante de la tensión que se contenía en la cabina, Ace habló de nuevo.

–Esta semana que viene no, pero la siguiente iremos a un partido de baloncesto. ¿Por qué no te apuntas?

–¿Estas seguro? ¿No te resultara raro?

–Eres pesado. Ya te he dicho que dejes de preocuparte por mi. A Ann y a Sabo les caíste bien. Vente.

Zoro se rascó el tabique de la nariz.

–Está bien. Pero solo si hay alcohol después.

–Contigo de por medio ya se cuenta con ello –bromeó al tiempo que se abrían las puertas de la tercera planta–. Ya hablamos, ¿vale?

–Vale.

La espalda de Ace desapareció al volver a cerrarse las puertas. Quedaron los dos solos, la primera vez desde el sábado. Zoro trago saliva. De soslayo, sus ojos fueron a donde el mayor. Mihawk seguía sin mirarle. Le ignoraba, como si no existiera, otra vez. El ascensor llegó a la planta quinta, la que le correspondía al peliverde, pero él no salió, aún esperaba una señal, por pequeña que fuese, por parte del moreno. Al final, Mihawk dirigió sus iris ambarinos hacia él, con pesadez, con hastío.

–¿No vas a salir?

Se estremeció. Comprender la frialdad con la que le había hablado era más de lo que podía pedir. ¿A qué venia eso? ¿A qué venía esa actitud de mierda después de como le trató el fin de semana? Le apartó el rostro, sentía como los brazos le temblaban de indignación.

–Que te jodan –masculló, pero lo dijo muy bajo y al salir del ascensor, no creyó que le escuchara.

 

 

 

"Mañana a la misma hora", eso fue todo lo que recibió el viernes a través del móvil, la única frase que le dedicó esa semana a parte de aquella tan desafortunada en el ascensor. Se pensó muy seriamente si dejarle plantado o no, pero al final, sin que él pidiera nada, sus pies le llevaron de nuevo a ese piso. Esa vez si tuvo que llamar a la puerta para que le abriera.

–Sigues en tu linea de puntualidad, por lo que veo –le dijo, pero la broma no le sonó tan agradable como la semana anterior.

–Sí –se obligó a decir–, no puedo remediarlo.

Mihawk le observó durante un par de segundos.

–Anda, pasa.

El entrar, la sensación que le producía ese piso se enrareció aún más que de costumbre. Se encontraba demasiado incómodo.

–¿Te encuentras bien? –le preguntó el otro.

–Sí, sí –reaccionó y se descolgó la mochila–. Es que no he dormido bien y por eso ando un poco distraído.

–Entonces no sé como estarás mañana.

Otra broma, con toque insinuante. Zoro se obligó a reír, aunque su risa salió muy floja. Sabía perfectamente como iba a estar la siguiente mañana: solo.

Mihawk carraspeó.

–Te he traído algo –llevó sus manos al bolsillo de su camisa y sacó un pequeño paquetito de papel regalo. Se lo tendió la peliverde, que se quedó mirándolo–. ¿De verdad te encuentras bien?

–¿Qué? Sí –alargó la mano para recoger el presente–. Pero... no me lo esperaba.

Sonó una melodía corta. Mihawk sacó su móvil del pantalón. Había recibido un mensaje. Zoro se puso aún más nervioso, no sabía que iba a hacer si volvía a largarse. Entonces el mayor sonrió, con dulzura, con cariño, a lo que quiera que estuviese leyendo en el móvil. El peliverde le había visto sonreír en ese tono para él, pero no de la forma que lo estaba haciendo en ese momento.

–Míralos –le dijo, refiriéndose a lo que había dentro del paquetito–. A ver si te gustan.

Se apartó un poco para contestar el mensaje. Zoro lo observaba mientras se moría por dentro. Bajó sus ojos al paquetito. Se le frunció el ceño. Si tenía tiempo para comprarle regalos más le hubiese valido utilizarlo para pedirle disculpas. Tomó aire y fuerzas para abrirlo; dentro había tres aros plateados para las orejas.

Zoro se llevó la mano al lóbulo izquierdo, donde seguían sus perforaciones. Hacía poco que se había quitado sus anteriores pendientes, antes de la entrevista en Grand Line debido a que no quiso arriesgarse que lo juzgara por su estilo. Pensó en volver a pornérselos una vez consiguiera el puesto, pero había estado tan ocupado y habían pasado tantas cosas que esa, precisamente, se le olvidaba.

Yo llevaba unos aros parecidos la noche que nos conocimos, se recordó. Una noche en que dos personas se acostaron sin preguntas, reproches ni ataduras; situación maravillosa para alguien que tenía que volver a casa para hacer el papel de marido ejemplar después de haber pasado un buen rato. Como ahora, pensó con la gravedad a su espalda. Mihawk solo quería pasar un buen rato.

–¿Qué te parecen? –le preguntó tras haber guardado el móvil.

La boca de Zoro se trasformó en una tensa media sonrisa. Argollas, eso era lo que le parecían. Apartó la mirada.

–¿Por qué me los has regalado?

Mihawk debió darse cuenta de que algo no iba bien puesto que tardó en contestar.

–Pensé que te gustarían.

La presión de su pecho se ahondó más.

–Y supongo que queda más elegante pagar en especias que en metálico, ¿verdad?

Se dio cuenta de lo que había dicho cuando pronunció la frase entera, ni tan siquiera tenía idea alguna de haber pensado algo así. Pero esa era la realidad, y no sólo lo pensaba sino que además lo sentía. Le encaró. Mihawk seguía ahí, se había quedado estupefacto, desconcertado. Zoro tiró de bajo de su camiseta, ofreciendo un poco de su desnudez.

–Esto es lo que quieres ¿no? Por eso me estas poniendo un precio.

Mihawk afiló su áurea mirada.

–Piensas que soy esa clase de persona que cree que puede comprar a la gente.

–No lo sé –le dijo con sorna–. Dímelo tú.

El mayor soltó un risa sarcástica.

–Sí has llegado a esa conclusión es que debes de estar bastante acostumbrado a hacer tratos así.

Su cuerpo se quedó helado. Eso... ¿Eso era lo que pensaba realmente de él? Con ansiedad recordó que no era la primera vez que le decía algo como eso: aquella ocasión en el despacho se Shanks, durante su pelea en el ascensor, en el viaje a Londres... Las nauseas le atacaron de repente. Dejó los pendientes sobre la mesa, su manos temblaban. Recogió su mochila y se la colgó al hombro, dispuesto a salir de ese sitio. No aguantaba ni un minuto más. Mihawk le tomó el brazo.

–¿Qué estas estas haciendo?

–Suéltame. Estoy harto de tus humillaciones.

–No quiero que te vayas a ninguna parte.

–Ese es tu problema –forcejeó y se deshizo del agarre. Adelantó sus pasos hacia la puerta. Sostuvo el manillar y logró abrir.

La puerta se cerró de golpe, con la mano abierta de Mihawk sobre ella.

–No te vayas –sus palabras sonaron como un ruego–. No te vayas, por favor.

El temblor de las manos del peliverde se incrementó. Se vio incapaz de darse la vuelta.

–Si me quedó solo te daré la razón a lo que me acabas de decir.

–No puedes darme la razón a algo que no es verdad.

–¿Y por qué lo has dicho?

Hubo una pausa.

–Porque estoy celoso –lo ojos de Zoro se abrieron–. Desde que te vi con Ace, desde que le dijiste que irías con él en uno de nuestro fines de semana, todo se me ha hecho difícil de soportar.

Retrocedió a es momento en el ascensor, recibió de nuevo la actitud que Mihawk había tenido hacia él. ¿Había sido por eso, por Ace? Mihawk pasó su brazo a la altura del estomago del peliverde para abrazarle. Hundió la cara en su hombro. Zoro se mordió lo labios.

–Quédate conmigo –le volvió a pedir a media voz.

–Tengo que irme –consiguió decir.

El tacto de Mihawk jugó bajo su ropa con caricias cálidas.

–Entonces dime que no quieres esto –su mano fue a esconderse bajo el pantalón del joven–. Me detendré si lo dices.

Abrió su boca, pero de ella salió solo un gemido ahogado. Mihawk quitó la mano de la puerta para tomar aquella del peliverde que todavía sostenía el picaporte; la acarició primero con el pulgar para ablandar sus nudillos, luego la apartó con delicadeza y entrelazó sus dedos con los del menor.

–Tranquilo –iba dejando sus labios sobre él–. Tranquilo.

Zoro se resistió todo lo que pudo, aún así no fue suficiente. Aquel hombre lo derrotaba las veces que le hiciera falta.

 

 

 

El vapor caliente llenaba sus pulmones y le calmaba. La madrugada se guardaba de hacer ruido como sólo ella sabía hacerlo. Zoro mantenía sus ojos cerrados, descansaba su espalda en el pecho de Mihawk y la cabeza en su cuello. A la vez, el mayor pasaba su brazo por encima de su hombro. El agua les cubría por debajo del pecho ¿Qué hora sería? Las tres o las cuatro de la mañana tal vez. Inspiró y expiró por la nariz. Podría dormirse ahí mismo.

–¿Estás bien? –le preguntó el mayor.

–Sí, lo estoy –contestó casi suspirando–. Mihawk...

–Dime.

–Voy a ir a ese partido de baloncesto.

Ahora, el que suspiró por la nariz fue el otro.

–Tienes todo el derecho.

Al peliverde le hizo gracia esa respuesta.

–Pero no estas conforme.

–Ni voy a estarlo –dijo, recuperando el tono de broma–. Zoro...

–Dime.

Notó como el brazo del mayor se tensaba alrededor de su cuerpo. Parecía querer retenerlo, guardarlo para si.

–Perdóname –el peliverde abrió sus ojos con sorpresa–. Por lo de hoy también, pero sobre todo por lo del sábado pasado. No debí dejarte así.

Una nueva presión nació en su pecho. Se apartó un poco para mirar al mayor a la cara. Vio la aflicción en su iris dorados. Bajó la mirada, su mano fue a la marca rojiza que le hizo la otra vez, ya casi extinta. Luego, puso su atención en la clavícula de Mihawk. Cauto, demasiado para como era él, acercó su boca. El moreno no dijo nada, no dio ninguna indicación de que se detuviera. Zoro terminó y observó la señal que acaba de dejarle. La piel del mayor era pálida y, al contrario que su persona, muy sensible; la rojez que le acaba de hacer resaltaba. Zoro la lamió, después le dio un beso. Cruzó de nuevo sus ojos con los del otro, éstos seguían mostrando el mismo sentimiento espeso de antes, pero se suavizaron con una sonrisa.

–Tranquilo.

Zoro correspondió la sonrisa. Se besaron.

Lo hicieron una última vez esa noche, antes de que el agua de la bañera perdiera su calor. Después no les quedó más remedio que salir. Mihawk le secó el pelo con una toalla y aquellas partes que se le había quedado la piel de gallina por el frio, con mucho cuidado, con mucha dedicación. Una vez secos, volvieron al cuarto y se echaron sobre la cama; el mayor detrás de él; como acostumbraban.

Sabía que, a la mañana no lo encontraría, pero también sabía que no era algo que pudiese cambiar. Se limitó a tenerlo con él en ese instante, a no pedir más de lo que tenía. Sus manos unidas y el sonido acompasado de su respiración.

–Zoro... –le llamó en un susurro débil. El peliverde le contestó con un débil murmullo entre dientes, sin tener muy claro si alguno de los dos estaba dormido o despierto–. Quédate conmigo.

Apretó con más fuerza la mano del moreno y la llevó hasta su pecho.

–Vale...

Eso fue todo.

 

Continuará...

Notas finales:

La verdad, estoy muy intrigada con la impresiones que puede llegar a dar este capitulo. Yo por mi parte diré que no escribir el punto de vista de Mihawk es más complicadete de lo que creí en un prinicipio xD Pero bueno, si así consigo frustaros más podré darme por satisfecha.

Sé que es un poco coñazo que cada capitulo alterne una de las dos parejas, pero de momento tengo ir así y ser cuidadosa para que las dos vayan medianamente equilibradas. Además, si me enfoco en una sola por capitulo me permite dedicarle más cariño y no salirme de tono, ya que cada una va a su ritmo (yo tampoco se definir muy bien a que ritmo va Law).

Bueno, me disculpo otra vez por tardar tanto en actualizar, en cuanto pueda me pondré con el quince. Gracias por leer, bye! ;)


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