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Segundas Partes por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Y aquí llega el capitulo 16, por fin xD Antes de que leáis la primera escena os aviso de que no me he equivocado, es que este capitulo vuelve a ser mixto, tanto Mizo como LawLu, y el siguiente también será igual, poco a poco las dos parejas ya empiezan a entrelazarse... me refiero a sus tramas argumentales, no a que vaya haber intercambio de parejas xD (sobre todo por Mihawk y Luffy, dadas las circunstancias sería algo más que raro).

Capitulo 16. Cosas que quedan claras

 

El metro continuaba su rutinario trajín. Gente que subía, gente que bajaba, gente que aguardaba con impaciencia o sosiego.

–¡Torao!

Luffy llegó hasta Law y le abrazó con tanta fuerza que casi le aplasta las costillas; con tanto ímpetu que, por un momento, los pies del médico se separaron del suelo.

–¡Buenos días! –dijo una vez le soltó–. ¿Qué tal? ¡Mira! ¡Dos asientos libres! –tiró de él y en un parpadeo Law se vio sentado hombro con hombro como ya habían estado otras veces. Luffy desplegó su sonrisa hasta las encías.

Law suspiró. Creía que no era posible, pero la intensidad de Luffy había subido en un porcentaje bastante elevado durante esos últimos tiempos. Desde que eran "pareja".

Una molestia dio con su pecho. Era cierto que, con anterioridad, Luffy no había tenido reparos en tratarle con una confianza menos impropia de un amigo que de un novio, por lo que con sólo decir que "estaban saliendo" no implicaba un cambio evidente en la relación de ambos, pero si tenía que ser sincero... Esperaba algo diferente, sentirse de otra manera.

Tal vez tuviera que ver el hecho de que no podía creer del todo al chico. Sabía que Luffy no era capaz de mentir a nadie, ¿pero que pasaba si se estaba mintiendo así mismo?. Decía que sentía algo por Law, pero eso se lo dijo después de que éste lo despachara en una bronca. Tal vez sólo cedió a los deseos del médico porque no está acostumbrado a que alguien le de lado.

–Próxima parada...

–¡Ah, no, es la mía! –se quejó Luffy–. Con lo a gusto que estaba... ¿Y si te acompaño al hospital?

–No –respondió tajante y de mal humor.

–Vale, vale –se divirtió–. Pero si me escapo antes vamos a comer, ¿si? Hasta luego, Torao –le dio otro abrazo tan fuerte como el anterior–. ¡Trabaja mucho!

Y salió cual bola de bolos. Law resopló a la vez que la linea retomaba el camino. Colocó su mano izquierda en su brazos derecho, por debajo del hombro, a la altura donde aún se le era presente el abrazo de Luffy. Le confortaba demasiado, pero no era capaz de dejarse llevar, de permitir que esas muestras de afecto se le hicieran más necesarias de lo conveniente. Porque, lo más posible, era que el chico no sintiera nada por él más que un cariño amistoso y un instinto de propiedad.

 

 

 

Mihawk agarró el brazo de Zoro contra su espalda, sujetó su cabeza y le obligó a inclinarla hasta la cama. Quedó así, a la fuerza, inmovilizado, desnudo y expuesto a él. Zoro sintió la lengua del otro pasar por sus cuello hasta rozar con la punta los tres pendientes de su orejas.

–Voy a intimidarte por la buena o por las malas –le susurró antes de morderle el óbulo.

El peliverde sonrió con suficiencia.

–Pues a ver cuando vienen esas malas, que de las buenas ya me estoy cansando.

Mihawk aceptó el reto y Zoro le dejó, sabía que para la próxima sería el mayor el que estuviese contra las cuerdas. Y no se equivocaba. En esa misma cama, en otro momento, aquel hombre permanecía tumbado, con sus iris ambarinos escondidos tras sus párpados apretados, mientras él joven, con sus brazos al rededor de los muslos de Mihawk y la cara metida entre sus piernas, le proporcionaba placer, en el ritmo y cantidad que el decidía para oír como el moreno gemía entre dientes y se desesperaba por igual.

–Hum... –el mayor casi no lo consigue retener en boca ese gemido, su espalda se arqueó. Zoro notó como se incorporaba un poco y su mano fue a acariciar sus verdosos cabellos–. Eh, tranquilo... –dijo con una débil risa y a punto de rozar su límite–. Tranquilo...

Pero aquello sólo eran las porciones de sus encuentros más delicados. Había veces que se encontraba y perdían toda la razón, que soló querían sucumbir al desenfreno más rabioso, arrancarse la piel a tiras si hacía falta. Sobre todo después de aquel fin de semana.

Mihawk estaba sentado a la orilla de la cama, mientras Zoro, con las manos apoyadas en sus hombros, se movía a horcajadas para él. El resbalar de su sudor, el movimiento de sus cuerpo, la falta de aire, todo se desbocaba. Vamos, se escapaba a veces de los labios de uno o de otro, vamos. Hasta que todo paró de golpe.

La cara de Zoro se había vuelo hacia un lado por el arrebato de la mano abierta de Mihawk. El moreno, por su parte, abrió los ojos pánico; antes de que el peliverde reaccionara tomó su rostro y empezó a besarlo.

–Lo siento, lo siento. No se que me ha pasado. Yo no... –le abrazó incapaz de hablar más.

Zoro, pensativo, se llevó la yema de los dedos a su mejilla agredida y besada por su amante. Resopló.

–Ya me imaginaba que eras un reprimido.

Mihwak le apartó para mirarle a los ojos, Zoro vio su gesto de incredulidad. El peliverde se encogió de hombros.

–No tengo ningún problema si quieres pegarme.

–Yo no quiero pegarte –se defendió indignado.

–¿Ah, no? ¿Te has olvidado de Londres? O aquella ven en el ascensor, te faltó poco romperme las costillas contra la pared.

–Esas veces fueron diferentes a esto y no estoy orgulloso de ellas. Y de esta tampoco.

Zoro le metió un tortazo a Mihawk y se aferró a sus cabellos negros para besarle antes de que el mayor se lo pensara ni tan siquiera una vez. El de los ojos dorados correspondió su lengua con la suya propia, su espalda se reposó sobre las sabanas.

–¿Ves? No es tan desagradable –le sonrió el joven mientras acariciaba las negras hebras de su cabello–. Además, si de verdad quieres intimidarme no te va a quedar otra. Aunque te aviso de que yo puedo responder como ahora.

Mihawk le contempló en silencio. Luego sonrió.

–Te encanta provocarme.

–Como si a ti no te gustara que lo hiciera.

Se besaron de nuevo.

–Pero que te quede clara una cosa –le apartó el joven de un tirón de pelo–. Si se te ocurre ponerme la mano encima fuera de la cama te mato. No lo digo en broma. Cojo un cuchillo de la cocina y te rebano es pescuezo, así de sencillo.

Mihawk dejó escapar una risa.

–Lo daba por hecho, pero es un alivio que me lo confirmes.

Después de eso, quisieron conocerse más, probar juntos, no dejar que ninguno tuviese reparo en contarle cualquier fantasía sexual al otro. Tanto fue así que, en una ocasión, aparcaron durante un momento sus actividades para ojear la red. Mihawk, con el portátil en la mesa y Zoro abrazado a su cuello por la espalda, tecleaba el paso de una viñeta a otra en el catalogo de una página especializada a la vez que el peliverde daba su opinión de cada una de las fotos.

–No. No. No. Ni de coña. Ni hablar. No. Eso es de enfermos. No. No. No. ¿Estás de broma?

El mayor resopló.

–Estas demasiado exigente, ¿de verdad quieres hacer esto?

Entonces dio a la tecla una última vez. La imagen cambió. Zoro estuvo a punto de opinar otra vez, pero se fijó en Mihawk.

–Te gusta ese ¿verdad? –le preguntó al oído en un tono sugerente.

El otro ladeó una sonrisa y le contestó de la misma forma.

–Podría quedarte bien.

–¿¡A mi!? Un momento, creí que estábamos buscando algo para que te lo pusieras tú.

–Que yo sepa nunca te he dado a entender tal cosa.

Por mucho que el peliverde porfiara, al final se lo tuvo que poner él. Al verse en el espejo del cuarto de baño no podía sentirse más incómodo. No se trataba de uno de esos otros lascivos atuendos que habían encontrado en aquella página; en realidad, el uniforme era bastante fiel a la realidad, solo que los pantalones eran muy estrechos, le aprisionaban, y la camisa de mangas cortas mostraba en exceso su torso. Considerarse pudoroso a esas alturas sería una tontería y ese no era el caso, pero se sentía tan ridículo que lo último que quería era salir del baño con eso puesto y que Mihawk le viera.

–¿Estás bien? –le preguntó al otro lado de la puerta–. ¿Necesitas ayuda?

–Estoy bien –dijo casi en un bufido–. No te preocupes, ya salgo.

Con un resoplo hizo de tripas corazón y finiquitó el disfraz tras colocarse la gorra de policía sobre la cabeza. Podría haber esperado que por lo menos Mihawk se vistiera con eso para otro momento, pero no era de su talla, Zoro dudaba hasta que fuera de la suya.

Tomó el manillar y apartó la puerta. Mihawk le esperaba de pie. La penetrante mirada que le echó, de arriba a abajo y acompañada de una sonrisa satisfecha y deseosa, no le hizo si no ponerle más incómodo.

–Estás muy atractivo.

Sin dejarse achantar, Zoro tomó un aire confiado. Recogió la porra del cinturón, con la intención de hacerla girar a la vez que decía algo como "yo siempre soy atractivo", solo que a mitad del giro los nervios le fallaron y se dio con la porra en pleno ojo.

–¡La madre que lo...! –con las manos cubriendo su ojo y avergonzado miró a Mihawk. Éste lo que se cubría era la boca–. ¡Deja de reírte, cabrón! –le espetó con los colores de la cara saltados–. ¡Vístete tú de policía prostituto si te crees que hacer esta chorrada es fácil!

–No me estaba riendo.

–¡Y un cuerno! ¡Te crees que no se ver cuando...!

Fue acorralado entre aquel hombre y la pared. Mihawk le tomó de la barbilla, Zoro vio como la comisura de sus labios se habían estirado con más que cierta sensualidad. La mano del mayor le acarició un poco el mentón, antes de pasar a rozar su cuello con las yemas de los dedos, hacia abajo, y adentrarse en el escote de la camisa. El peliverde tenía la piel de gallina; sus ojos negros no se apartaba de los dorados que le contemplaban. Con movimientos lentos, Mihawk le quitó la gorra y acercó su rostro al del joven, que recibió con un impaciencia casi palpable el calor de ese beso.

Cada momento que vivía con él era mejor de lo que nunca podía esperar. Se le hacían necesarios más de lo conveniente y no podía evitar dejarse llevar. Cada uno de ellos.

Pero si tuviese que elegir, sabría cual escoger.

Hacía rato que dormía con el mayor abrazado a él y su respiración rozaba su nuca. El peliverde no llegó a estar plenamente despierto; siempre había sido de sueño profundo y sus energías fueron gastadas con creces minutos antes; no obstante, recuperó un poco de conciencia al sentir los pequeños besos del mayor en su cuello y hombro. Mihawk, con movimientos suaves, acarició su cadera, su mulso, su vientre... Zoro soltó corto y casi mudo gemido al sentir como envolvía su parte intima. Los besos del mayor no se detenían.

–Shhh... –le susurró entre uno y otro–. Tranquilo...

En ningún momento abrió los ojos. Ni siquiera cuando aquel hombre le puso boca arriba y quedó sobre él, cuando le apartó las piernas y se adentró en su cuerpo. Estaba agotado, pero incluso de esa manera quería beber de aquella devoción y cuidado que Mihawk le estaba profesando.

–Zoro... –soltó en su oído después de su última estocada.

A pesar de su pasivo estado, de no tener fuerzas ni para pensar, el escuchar su nombre salir de su boca, su nombre y no el de otro, consiguió que su pecho se hinchara de un aire cálido y agradable. Le hizo creer, por un corto instante, que tenía de Mihawk algo más que su cuerpo y su lujuria.

 

 

 

Law y Luffy salieron de la sala de cine, el primero un poco desorientado debido a que habían entrado en una sesión de mañana.

–¡Cómo me ha molado! –levantaba el monito los brazos de alegría–. ¡Hacía tiempo que no me divertía tanto con una peli! ¿A ti no?

–Ha estado bien. Aunque no sabía esa pasión tuya por los superheroes.

–¡Son geniales! Aunque yo nunca sería uno, tendría que compartir mi carne, y mi carne me la quiero comer yo –zanjó con firmeza–. ¿Vamos a comer?

–¿Ahora? Es un poco pronto, no son ni la una.

–Pirata que no come a la muerte se expone –insistió muy serio y solemne con los brazos en jarra.

–Eso te lo acabas de inventar, ¿y qué tienes tú de pirata?

–El alma y el estómago.

Law resopló, cuando se ponía así era imbatible.

–Está bien, ¿te importa al menos que entremos primero en una tienda de ropa? Estoy falto de vaqueros.

–Claro, no me importa –sonrió–. Pero rapidito.

–...

Pasearon así por el centro comercial y se adentraron en una tienda a la que Law le había cogido cierta confianza con el paso de los años. A pesar de que fue Luffy el que le había dicho de apurarse para ir a comer, era él el que no paraba de perder el tiempo. Revoloteaba de un lado a otro y cogía prendas de ropa o complementos para combinarlos todos de una. "Mira, mira" le decía como un niño a su padre antes de hacer un salto mortal en la piscina.

–Ya te veo... –le respondía–. ¿No sería mejor que fueses a lo probadores?

–¿Para qué? Si no me voy a quitar los pantalones.

–Para que cojas lo que te gusta en un solo montón y no vayas revolviendo la tienda entera, las empleadas se están empezando a cabrear –igual que él.

–Vaaale... Pero no te vayas sin mi, ¿eh?

–Que no. Anda ve, que al final voy a terminar yo antes que tú.

Luffy carcajeó entre dientes y corrió a los probadores, recogiendo todo lo que se le ocurría a su paso. Law resopló, se le formó una sonrisa ladeada. Que extraño era estar así con él, tan cotidiano e irreal... Otra vez esa presión en el pecho.

–¿Problemas en el paraíso?

Aquella voz le sobresaltó. Al girarse se encontró cara a cara Nami.

–Mucha cara larga veo por aquí, cualquier diría estáis a punto de romper.

Law la miró con una máscara de indiferencia.

–El que rompió fue el contigo, no proyectes tus frustraciones en los demás.

El rostro de la chica se crispó bastante durante una milésima de segundo, pero supo contenerse. Inspiró y expiró, su actitud se tornó relajada.

–Está bien, tú ganas, lo tengo bien merecido –se cruzó de brazos–. ¿Te importa que alcemos la bandera blanca? Ya no tengo nada contra ti.

Law la observó con recelos. Nami siguió.

–Hice cuentas y mi futuro con Luffy me hubiese dado más deudas que beneficios. A parte de los quebraderos de cabeza, esos no están pagados con nada –se encogió de hombros–. Es verdad que me irrita no saber que le has hecho para que te escoja, ¿pero qué le vamos hacer? El primer amor siempre es incomprensible –a Law se le abrieron los ojos–. ¿A qué viene esa cara?

–Yo... ¿Yo soy el primer amor de Luffy?

–¿Acaso lo dudabas? Si está más que claro que lo que tiene por ti no es normal. Tampoco es que Luffy entre mucho dentro de algo que se le pudiese llamar normalidad, pero ya me entiendes –analizó al médico con la mirada–. ¿Por qué creías que fue detrás de ti nada más romper conmigo?

Law, cabizbajo, apartó la mirada.

–Porque no soporta que no ser el centro de atención.

Nami soltó una carcajada.

–Pero que idiota. Luffy es un centro de atención por si solo, ¿de verdad crees que le importa que uno entre un millón no le haga caso?

No pudo darle una respuesta a esa pregunta, al menos no con palabras, porque su cara bien que se enrojeció. Nami, por su parte, apagó su risa paulatinamente, sin dejar aparcada ese aire divertido.

–Está bien, será mejor que me vaya. El tiempo es oro y ya he perdido suficiente aquí contigo. Buena suerte con él, la vas a necesitar "Torao" –le guiñó un ojo antes de contonear sus caderas hasta la salida–. Ah, y una cosa más –volvió la cara por encima del hombro–: Si le haces daño, te las tendrás que ver conmigo. Que te quede claro.

Se despidió con la mano. Su figura se alejó hasta desaparecer.

Law se agarró el pecho por encima de la camiseta, sus pulsaciones no se calmaban y su cara seguía enrojecida. Le costaba mucho tragar todo lo que ella le había dicho y sin embargo...

–¡Ya estoy aquí! –apareció el monito de golpe a su espalda, llevaba un manojo engurruñado de camisetas coloridas–. ¿Has encontrado uno que te gusten?

–Eh... Esto... –cogió los primeros que vio de su talla–. Sí, vámonos.

–Oye Torao, he pensado que vez de comer aquí podríamos ir a casa. Pedimos a domicilio y cuando llegamos ya la tendremos allí, así jugamos un par de videojuegos mientras comemos.

–Si la pedimos ahora no creo que lleguemos antes que la comida.

–Pues le decimos a Zoro que espere al repartidor.

–No sé si estará en casa, le ha dado últimamente por desaparecer de sábado a domingo. A veces se va por la tarde, pero otras suele irse por la mañana temprano.

–¿En serio? Voy a llamarle –sacó el móvil y buscó al peliverde en los números de contactos–. ¡Zoro! ¿Qué tal? ¿Estás en casa? ¿Sí? ¡Qué bien! Torao y yo vamos para allá, ¿te importa esperar nuestra comida a domicilio? También podemos pedir algo para ti... –su boca hizo un mohín–. ¿Cómo que ibas a salir ya? ¿No puedes esperar ni un ratito... ? ¿Y por qué tanta prisa? Un día te voy a seguir a lo ninja a ver donde te metes todos los fines de semana, que ya no me parece ni normal... –sonrió–. Gracias Zoro, que bueno eres –colgó–. Dice que sin problemas.

–¿Tú crees? –para sus adentros pensó que el chico era un chantajista innato.

Fueron de vuelta al piso. Law estaba todavía un poco azorado por las cosas que le había dicho Nami. No era capaz de tragarlas del todo e hizo su esfuerzo por evadirlas hasta otro momento. Ahora mismo, esa información, no le hacía falta para nada, solo para ponerse nervioso delante del chico, al que por una paranormal razón no era capaz de mirar a los ojos.

–Vamos Torao, que tengo hambre –se impacientó el monito–. Zoro me dijo que la comida llegó hace diez minutos, se va a enfriar...

–¿Quieres esperarte? –le cortó con molestia–. Con las bullas no llegamos ninguna parte.

Estaban frente al portal del piso y Law no encontraba las llaves en ninguno de sus bolsillos. Podían decirle al mismo peliverde que les abriera, pero la preocupación del médico venía más bien a que temía que las dichas llaves se le hubiese caído en algún lugar.

–A lo mejor lo que te hace falta a ti son más bullas –le rechistó–. Que te pasas el día pensando y preocupándote demasiado. Así siempre te quedas con las ganas de todo.

Law miró a Luffy, absolutamente perplejo. El chico se quedó extrañado. Se hizo un silencio entre los dos.

–¿Te pasa algo, Torao?

El corazón le bombeaba con fuerza pero, su cabeza dio vueltas en la reciente conversación con la pelirroja, y ésta se desbordaba. Se fijó en Luffy, en todo él, como si lo hiciese por primera vez. No había querido darse cuenta, pero su imagen había cambiado ante sus ojos.

Sus manos tomaron el rostro de Luffy. El chico se sorprendió pero no dijo nada. De alguna manera, a Law le invadió una agradable clama. Cerró sus ojos al tiempo que su labios buscaron los del más joven.

Sintió el contacto. Su primer beso, enternamente fugaz, extraordinariamente común. Al separarse, se descubrió con las pulsaciones aún disparadas y las manos temblorosas. Abrió los ojos.

Le tuvo que dar un repullo. La expresión facial de Luffy era un cuadro: las venitas de los ojos se le veían de lo abierto que los tenía, su nariz estaba arrugada y su boca encogida al máximo de su capacidad en forma de "o". No era de extrañar que a Law se le bajase hasta la última gota de sangre al rostro.

–¿¡Pero a que viene esa cara!?

–¡Ah –reaccionó–, lo siento! ¡Es que ha sido muy de repente! ¡No me lo esperaba para nada!

La ceja del médico sufrió un pequeño tic. Con un resopló se apartó del chico y fue a darle al timbre del tercero.

Luffy le agarró del brazo antes de que pulsara el botón. El médico contempló su cara otra vez. Tenía las mejillas enrojecidas y los iris le brillaban.

–Vuelve a hacerlo, por favor...

Hubo una pausa. Law acarició su cara y su pelo. Le sonrió. Por más que quisiera rebelarse, ese niño conseguía hacer con él lo que le viniese en gana.

 

 

 

Zoro se había asomado al balcón al escuchar las voces de esos dos pelearse. Quiso gritarles que subieran su jodido culo de una jodida vez, pero enmudeció al verles abrazados en un beso. Fue una extraña imagen, quizás porque conocía a ambos y nunca se hubiese esperado descubrirlos así, a la luz del sol, en plena calle y sin que les importara que nada ni nadie les viera. Y algo más, algo como... una molestia.

Su móvil sonó, se apartó de la ventana para recogerlo.

–¿Qué quieres, Yasopp? –calló para escuchar lo que su superior tenía que decirle–. ¿¡Qué, qué!?

 

 

 

La puerta del piso se abrió y, antes de que Mihawk pudiese abrir la boca, Zoro entró como un ciclón.

–Yasopp me ha llamado hace un rato –hablaba deprisa y con poco aliento debido a la carrera que se había pegado para llegar hasta ahí–. Uno de los artículos que tenía se le ha caído –sacó su ordenador portátil y lo dejó sobre la mesa, en uno de sus extremos–. Necesita que le escriba para mañana por la mañana una entrevista que tenía que tener preparada para el jueves. ¡Ah! –se quejó–. Pero no te preocupes, casi la tenía entera en mi cabeza. Seguro que no tardo más de un par de horas en escribirla.

Sin intención de escuchar alguna opinión o queja, se puso a escribir con el más grave de los paroxismos. A partir de ahí perdió su relación con el mundo y todos sus sentidos quedaron dedicados a su trabajo. Por lo menos se podía decir que, incluso con el agobio que llevaba a cuestas, iba a buen ritmo. No obstante, se dio de cara contra un punto de inflexión.

Mihawk apoyó las manos en el respaldo de la silla en la que estaba sentado. Por un momento se quedó quieto, pero entonces bajó su boca para besar al cuello de Zoro.

–No tienes que hacer ese trabajo si no quieres –le dijo suave al oído.

La respuesta del peliverde, no pudo ser otra que esta:

–¡Quita de encima, plasta! ¿¡No ves que casi termino!?

No prestó atención a la reacción del mayor; ni tampoco se puso a pensar demasiado en lo que le había insinuado; le bastó con que se apartara y le dejara a lo suyo. Sin embargo, ese inciso no cayó en saco roto. Zoro se dio cuenta de que le había dicho a Mihawk que terminaría en menos de dos horas, pero los primeros ochenta minutos habían pasado volando y ni siquiera había escrito un tercio del articulo. Empezó a ponerse nervioso, a mirar el reloj del portátil a cada segundo y pensar que él seguía ahí esperándole, a que era el segundo fin de semana que le dejaba colgado. Su buen ritmo se tambaleaba conforme más tardaba en terminar. A las tres horas de trabajo se atascó.

Mierda, pensó llevando la mano derecha a la frente, estoy es imposible, no puedo hablar de este tema sin los datos que el tipo me dijo que no quería ni ver por asomo publicados en la revista. ¿Qué hago? Mierda, ¿qué hago?

Le vino un agradable aroma a café. Una taza fue colocada al lado de su ordenador. Sorprendido, le devolvió la mirada al otro.

–Será mejor que te lo tomes con calma. A Yasopp no le gustan las cosas escritas con prisas.

Mihawk llevaba su propio portátil bajo el brazo, lo colocó y abrió al lado del de Zoro y él mismo se sen sentó en la silla que había a su vera.

–¿Qué haces? –le preguntó.

–Creo que es buena ocasión para que adelante trabajo atrasado –no lo dijo con sarcasmos, ni con un ápice de enfado contenido. Al contrario–. ¿Estás bien?

–¡Claro que lo estoy! –le soltó con falsa indignación antes de teclear de nuevo como un loco. De soslayo, vio como el mayor sonreía. Gracias a su apoyo, las ideas fluyeron de nuevo en su manera correcta. A veces, volvía a impacientarse, pero entonces Mihawk se daba cuenta y, sutilmente, acercaba su mano a la suya para que se rozaran y le irradiara calma.

Zoro terminó después de otras dos horas más, cuando ya era de noche. Mihawk le preparó una cena más que decente, algo fuera de lo rutinario puesto que por lo general picaban lo primero que pillaban para volver rápidos a la cama. Disfrutaron juntos de la comida, charlaron y rieron de manera natural; incluso pusieron la tele y se quedaron enganchados con una película, tirados en el sofá con los dedos entrelazados. También tuvieron sexo, menos que las otra veces, pero Zoro lo disfrutó más que nunca.

 

 

 

Pasaron dos semanas y Zoro se presentó en Grand Line como cualquier otro día.

–Buenos días... –dijo medio dormido al entrar en el departamento de Entrevistas.

–Eh, Zoro –le llamó Yasopp–. No te sientes. Marco acaba de irse, dice que te presente ahora mismo en la sala de reuniones de la planta alta.

–¿Y eso por qué?

–Serás impertinente... Porque te lo han dicho y punto. Sube de un vez.

La boca de Zoro se formó en una mueca. Todavía recordaba su última conversación con Shanks en su despacho, de lo más extraña e incomoda, ese hombre era un excéntrico. Aunque también pensó que el que le podía haber llamado era Mihawk... ¿Para qué?

–El piso de Recursos Humanos está impracticable desde que se han metido en remodelaciones –comentó Robin con aire distraído–. ¿Será que ahora están haciendo uso de la planta alta para los despedir a la gente?

–¡Deja de decir cosas desagradables como si nada!

Tomó el ascensor para subir a la última planta. En la sala de reuniones solo estaba Shanks.

–¡Zoro! Buenos días. Has tardado poco.

–Yasopp me acaba de avisar. ¿Ocurre algo?

–Nada malo. O bueno, depende de como se mire.

El pelirrojo dejó en la mesa, a la vista de Zoro, un ejemplar de la revista, abierto y doblado por un articulo en concreto. Se trataba de la entrevista que había escrito en el piso de Mihawk.

–Hacía mucho tiempo que no veía un trabajo tan bueno. No solo las preguntas, la documentación extra y la manera de redactar las respuestas es excelente. No te habrá ayudado alguien, ¿no?

–Claro que no –saltó indignado, aunque era consciente de que la presencia de Mihawk había sido crucial. No sabía si sin ella le hubiese salido un trabajo tan redondo.

–Calma, calma –le pidió entre risas–. Solo era una broma. Lo cierto es que nos salvaste de una buena con esta entrevista y, dicho en palabras de Yasopp, nadie esperaba que te saliera tan bien, menos avisándote de un día para otro.

–Pensé que no me quedaba otra. Pero llevaba trabajando en ese articulo su tiempo.

–Se nota. Pero de todas formas, lo que te vengo a decir, es que no es la primera vez que das la cara por Grand Line. Ya pasó cuando se suspendió el partido de veteranos y nos trajiste la entrevista de Keimi o cuando le sacaste los dientes a Cavendish –amplió su sonrisa–. Creo que te has ganado el derecho de que te sometamos a prueba.

–¿A prueba? ¿De qué?

–De mi –sonó una tercera voz.

Se trataba de una mujer, con la cabeza rapada excepto por una cresta burdeos que llevaba recogida en una coleta.

–Zoro, te presento a Bellemere, nuestra insuperable jefa del departamento de Competiciones.

 

Continuará...

Notas finales:

Puede que este capitulo haya quedado un poco ñoño, pero creo que tanto por una pareja como por otra necesitaban algo de ñoñez.

Y respecto a Bellemere. Tenía casi desde un principio que fuese ella la jefa de Competiciones (o por lo menos que un personaje femenino ocupase su puesto), lo único que dudaba es que sería la única marine que abría por allí, todos los demás son piratas (pensé en Hancock, pero no era el rollo que quería, además que al principio del fic se la menciona como la jefa de otro departamento). Así que llegué a la conclusión de que Bellemere es genial y que se podía pasar por alto ese detalle xD

Nos vemos en el siguiente! Bye!


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