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Segundas Partes por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Hola, ¿como estáis? Me gustaría hacer una introducción al capitulo pero no se me ocurre nada. así que hala, a disfrutar.

 

Capítulo 17. Medicamento especifico I

 

“Jefa del departamento de Competiciones”, aquella definición por boca de Shanks Akagami resonó en su cabeza mientras observaba, de abajo a arriba, el porte más rebelde que confiado de aquella mujer que fumaba en el interior de la sala importándole poco que la política de empresa lo prohibiera. A esas alturas, claro estaba, Zoro tenía que conocer a Bellemere, pero solo de vista, y no se esperaba tenerla cara a cara tan repentinamente pronto.

Por su parte, la mujer soltó un contundente carcajada.

–¿Tanto miedo te doy que has quedado en blanco?

El peliverde reaccionó.

–Ni mucho menos –contestó ofendido–. ¿Y qué quiere decir eso de que estoy a prueba?

Bellemere entrecerró los ojos preocupada.

–Este chico tiene alguna neurona en el cerebro ¿no, Shanks? No parece que capte nada de lo que le digo.

–Le cuesta un poco pillar las cosas a la primera –rió con reiteradas palmadas en la espalda al peliverde–, pero no te decepcionará, una vez su cabeza arranca es todo un hacha.

–¡A mi no me cuesta pillar nada! –le apartó la mano cabreado para que dejara de atizarle.

Bellemere soltó una carcajada.

–Por lo que veo es verdad que tiene carácter, cosas más fuertes le has dicho a otros novatos sin que se atrevan a replicarte.

La mujer adelantó sus pasos hacia el joven y le tendió la mano en un ofrecimiento a que Zoro se la estrechara.

–Te lo advierto: estás a tiempo de esconderte tras las rodillas de Yassop; si él te ha parecido duro, a mi lado es como la más cariñosa de las madres.

–Entonces, ¿estoy dentro de Competiciones?

–Estás a prueba, lo que significa que vas a pasar de joven estrella de Entrevistas a limpiabotas de todos los que están a mi cargo. No te lo voy a poner nada fácil y, a la mínima queja, seré yo quien te eche de una patada.

Zoro, casi de manera instintiva y mecánica, puso ese gesto altanero y orgulloso que mostraba cuando le lanzaban un guante. De esa misma manera, estrechó la mano de la mujer.

–Eso solo lo hace un poco más entretenido.

Bellemere se sorprendió, pero en seguida la abordó un sentimiento de complacencia.

–No sé si tiene más ambición de la que me comentaste, Shanks, y no sé hasta que punto eso es bueno. Pero estará bien averiguarlo.

Cualquier cosa que se pudiese añadir hubiese estado de más, puesto que las nuevas normas habían quedado zanjadas y Zoro ya tenía todos sus pensamientos, todos sus sentidos y todo su cuerpo preparándose para dar hasta el último gramo de esfuerzo a ese reto. Sin embargo...

–¡Mihawk! –le llamó el pelirrojo al verle caminar por el pasillo–. ¡Ven! Tienes que enterarte de las buenas nuevas.

De suerte, el peliverde había dejado de sostener la mano de Bellemere una milésima de segundo antes de escuchar ese nombre, de lo contrario, la mujer se hubiese dado perfecta cuenta de como cada músculo del joven se tensaba al escuchar aquel nombre.

Mihawk apareció por el vano de la puerta, sin traspasarlo del todo. Su mirada y su actitud relucía con una indiferencia fría; lo mismo que su tono.

–¿Qué quieres ahora?

–Que reprimas tu innato mal humor y felicites al nuevo miembro de Competiciones –señaló contento al peliverde con el pulgar.

Mihawk se le quedó mirando sin expresión. Luego, frunció el ceño y apartó su atención de él para ponerlo de nuevo en su compañero.

–Como de costumbre, te ha parecido bien tomar la decisión sin consultarme. Competiciones es demasiada responsabilidad para alguien que está empezando.

–¿Que dices? –se extrañó Shanks–. Lleva un tiempo con nosotros. Además, tú mismo has leído sus trabajos y has dicho que te son buenos.

–Buenos para ser un periodista novel, para un veterano del oficio no da la talla. Que de vez en cuando le salga un articulo mejor de la media sólo indica su suerte.

–Bueno, bueno –intervino Bellemere con las manos alzadas en indicación de tregua–. Calmemos los ánimos. Tampoco es para darle tanta importancia al asunto. El chico no es un periodista oficial de Competiciones, sólo está a prueba, y a mi me interesa mucho ver de que madera está hecho alguien que puede aguantarte en un viaje a Londres –se cruzó de brazos y ladeó la cabeza de manera seductora–. Espero que no te importe concederme este capricho.

Mihawk fijó su vista en la mujer. Resopló entre resignado y harto.

–Haced lo que os de la gana. Yo no quiero saber nada.

Se marchó sin que nadie le diera mayor importancia, nadie excepto Zoro, que apretaba sus puños y dientes para contener su furia. Una cosa era fingir que no tenían relación alguna y otra ese vapuleo gratuito.

 

 

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Llovía a cantaros y su pies pisaban rápido sobre los charcos, como si les pertenecieran a unos chiquillos. Luffy le tomó de la mano y tiró de él.

–¡Vamos, Torao! –carcajeó–. ¿Qué te quedas atrás?

–¿¡Quieres tener cuidado!? ¡Me vas a tirar de boca!

Sus manos no se separaron en todo el trayecto, ni tan siquiera cuando se dieron de bruces contra el portal. Incluso en el ascensor, empapados y recobrando el aliento, sus dedos seguían entrelazados. Luffy rió de nuevo, mostrando sus dientes y se acercó a él para darle un pequeño beso. Law se sorprendió por lo imprevisto del gesto, pero en seguida correspondió la sonrisa y juntó de nuevo sus labios con los del muchacho. Era imposible que se arrepintiera de haber dado aquel paso que lo llevó a besar a Luffy por primera vez, incluso se llegó a decir que había esperado demasiado para hacerlo.

–¡Uh! –se alarmó una señora al abrirse las puertas de la cabina.

–Buenas tardes, señora.

Antes de que el médico pudiese decir nada, el chico volvió a tirar de su brazo y salieron del ascensor. Una vez dentro del piso, se miraron a los ojos, con su respiración un poco más estabilizada.

–Nos hemos caído a una piscina, ¿o que? –bromeó el adolescente.

–Sí, será mejor que no cambiemos de ropa –soltó la mano de Luffy para dirigirse a su cuarto.

–¿Me dejas la tuya?

–¿Prefieres la de Zoro?

–La verdad es que me da igual. ¿Puedo ir a la cocina?

–Sírvete a gusto.

–¡Wee!

Law llegó a su cuarto y, con la puerta entornada, lo primero que hizo fue quitarse sus mojadas hechuras. No entendía como les había podido caer semejante diluvio en esa época del año, el tiempo meteorológico estaba cada vez peor.

Escogió unos pantalones y una camiseta que ponerse, luego, escogió ropa cómoda para Luffy. Al volver al salón sufrió un repullo, el chico estaba zampando una bolsa de galletas de chocolate en el sofá; galletas que Zoro y Law habían decidido dejar, de manera estratégica, para que el muchacho no atacara sus víveres, al menos no de primeras. Pero eso no fue lo que le saltó un ojo al médico, sino que Luffy, en un arrebato de lógica, también se había quitado su ropa mojada. Su desnudez solo quedaba tapada por los calzoncillos que llevaba.

–¡Uh, ropa seca, por fin! –se levantó a la vez que dejaba las galletas a un lado para acercarse a Law.

Para colmo, cuando rozó las manos del médico al recoger las prendas, decidió darle un nuevo beso. Era imposible que Law se arrepintiera de aquel día haber dado ese primer paso hacia los labios del chico; sin embargo, eso no le sació, todo lo contrario, y cada vez le era más difícil contenerse. Como en aquel momento.

Law agarró la cara de Luffy y atacó su boca. La ropa calló al suelo, pero poco importó. El más mayor ganó terreno y obligó al otro retroceder. Se toparon con el brazo del sofá y cayeron sobre los asientos de éste, el médico encima del adolescente, sin detener la inspección de su lengua en el otro.

Se separaron para recobrar el aliento y se miraron a los ojos. Law vio el rubor en la cara de Luffy, notó como el muchacho se aferraba a los hombros de su sudadera; no puedo evitar soltar una suave risa entre dientes.

Lamió su pulgar derecho y fue con el a rozar el pezón del otro. Luffy, mientras se guardaba un gemido en su garganta, apartó su cara a un lado, todavía más enrojecida si podía ser. Law pudo haber muerto con solo contemplarle así; llevó su boca a aquel botón mientras su izquierda empezaba a manipular el otro.

–Ah... –la espalda de Luffy se arqueó.

El mayor le sujetó de la cintura y fue bajando por su abdomen, hasta parar al sur del ombligo del chico, donde dio una pequeña mordida. Luffy pegó una sacudida contenida al sentir sus dientes; el médico alzó los ojos para verle la expresión, el más joven le observaba con timidez nerviosa. Law volvió a sonreír, se relamió. Antes de que el joven pudiese darse cuenta de lo que pasaba, le apartó los calzoncillos.

–Estás húmedo –susurró al palpar su entrepierna.

Acto seguido, él médico se echó hacia atrás, tirando de las piernas de Luffy. Quedaron entonces el mayor de rodillas en el suelo y el joven con el trasero apoyado en el brazo del sofá. Law lamió la punta del miembro de chico que, tras arquearse su espalda de nuevo, se incorporó para sentarse y tomar de los cabellos al otro.

–¡Ah...! –gimió con más fuerza al notar como atrapaban su intimidad dentro de su boca–. Torao...

Luffy casi le tiraba del pelo, aún así no hacía nada por marcar un ritmo, dejaba a Law totalmente a sus anchas. El mayor lo disfrutaba, lo disfrutaba y quería hacerle disfrutar. Cada vez que oía al chico gemir la calidez de su pecho se agrandaba, cada vez que le llamaba el ardor le consumía más y más.

Al final, Luffy se fue en su boca, de manera tan repentina que Law se tuvo que retirarse un poco para toser.

–Torao, ¿estás bien? –le preguntó angustiado–. Lo siento mucho. No quería...

Pero Law le volvió a sonreír. Se limpio con la mano y degustó la esencia del otro en sus propios dedos. Después, su mirada fue directa a la de Luffy, se irguió un poco y fue a sus labios. Se fundieron así en otro beso, aunque no con el arrojo de antes, al contrario; se fundieron con calma, con devoción, Law pretendía sentirle de todas las formas posible a cada segundo.

Sus labios se separaron, lo dos amantes se dedicaron una última mirada. Law tomó la mano de Luffy, la llevó hasta su entrepierna, por encima del pantalón; se divirtió al ver como el chico daba un pequeño repullo, besó su mejilla. Se levantó y, una vez de pie, fue a desabrocharse los pantalones.

–¡No, que asco!

El tiempo se quebró en ese momento en que Luffy gritaba esas palabras a la vez que corroboraba su repudio con una mueca en la que cerraba los ojos, todo ello, mientras Law, con una expresión de incredulidad, intentaba comprender aquella reacción.

–¿Qué? –lo único que pudo decir.

Luffy le miró aturrullado.

–No... Yo quería decir... Bueno, que yo...

Un móvil sonó, desde el gurruño de ropa mojada que Luffy había dejado tirada por ahí. Antes de que nadie mencionara una palabra, el chico se levantó a recogerlo. Law le observó, aún con la mente en blanco, como intercambiaba frases con su interlocutor.

–¿¡Qué, qué!? ¿Cómo que era hoy? ¡No tenía ni idea! ¿Qué hora es?... Vale, creo que llego a tiempo. Hasta ahora –colgó y miró al médico–. Torao, lo siento. Se me olvidó que había quedado con Ace y Sabo. Si no voy seguro que me matan –explicaba mientras se vestía con la ropa húmeda–. Ya hablamos, ¿vale?

Law solo pudo balbucear un par de veces antes de que el chico saliese por la puerta. Tras eso, el silencio inundó el apartamento. La palabra “asco” rebotaba con maleficencia en su cabeza.

 

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Bellemere golpeó la puerta un par de veces con los nudillos. Al no recibir respuesta, abrió sin que nadie le diera el paso. Encontró así al pelirrojo tal y como esperaba, roncando sobre su sillón de cuero importado. La mujer resopló. Cerró la puerta con cuidado, se acercó a la mesa de despacho y dejó caer un engrosado tocho de papeles lo suficientemente fuerte como para que Shanks se despertara con un susto en el cuerpo; se alivió al ver que era ella.

–Ah, eres tú.

–¿Quién temías que fuera?

–Mihawk, Marco, Ben...

–Ben hace años que no trabaja aquí.

–Sí, pero sigue torturándome en mis peores pesadillas. “Un jefe que se precie no se puede dar el lujo de echarse una siesta”, me dice, mientras sujeta un látigo de tres colas, del que no puedo huir porque estoy esposado a este sillón.

–A menos que tuviese un hermano gemelo dudo que ese tuviera algo que ver con el Ben que conozco.

–Ah, querida, a ti siempre te engañó su gesto amable.

–Ya, ya –dijo a la vez que rodeaba la mesa–. El que nunca me ha podido engañar has sido tú –abrió el tercer cajón, descubriendo así una linda petaca–. ¿Sabe Mihawk que empinas el codo en el trabajo?

–Estamos casados desde hace más de diez años y sin la confianza que nos profesamos el uno al otro nuestro matrimonio se hubiese ido a pique hace mucho –hizo una pausa. Sonrió–. Por supuesto que no lo sabe.

Ambos rieron. Bellemere se sentó al borde de la mesa, con los brazos cruzados.

–¿Cómo está tu hija? –le preguntó el otro.

–Vaya, te has enterado. No esperé que Luffy te hablara de la ruptura, siempre ha sido tan disperso.

–La verdad es que le pregunté yo de casualidad. Solo dijo “ah, hemos roto”.

–Me lo suponía –suspiró–. A Nami le gustaba tu hijo más de lo que se permitía reconocer, pero por suerte siempre ha sido una chica fuerte y práctica. Saldrá del desencuentro amoroso.

–Me alegro.

–Bueno, ¿y a Luffy que tal? ¿Cómo le va con su nueva pareja?

Shanks se quedó mirándola como si ella le hubiese hablado en chino mandarín.

–¿Luffy no te ha dicho nada? Pero si fue por eso por lo que dejó a mi hija. Si incluso Nami desistió de convencerlo porque, según me dijo, era la primera vez que veía a tu hijo realmente “encariñado” con alguien.

Shanks se levantó de golpe, como si hubiese visto un fantasma.

–¿Encariñado? ¿Quieres decir que Luffy, mi Luffy, se ha enamorado por primera vez de alguien?

–Eso parece.

–¿Tanto como para dejar a tu hija por esa persona?

–Creo que sí.

Con un resoplo en alto, Shanks se llevó las manos a los ojos y se quitó el pelo de la cara echándolo hacia atrás. Empezó a ir de un lado a otro como un animal enjaulado.

–Tengo que conocerla. Este chico siempre ha sido un inconsciente, capaz es de haberse enamorado de una cazafortunas.

–Mi hija es una cazafortunas y nunca te ha supuesto un problema.

–Porque tu hija en el fondo en buena chica. ¡Ahg! tengo que hacer algo, una cena tal vez, si, es como normalmente se conocen los suegro y las nueras.

–Te adelantas demasiado a los acontecimientos.

–¡Ay, Bellemere! –la abrazó lloriqueando–. Luffy crece demasiado deprisa, se aleja muy rápido de mi, ¿qué puedo hacer?

–Para empezar: soltarme.

Un par de minutos antes, Zoro entraba en el ascensor de la revista y pulsaba el botón de la última planta. En cuanto la cabina se cerró, liberó desde sus pulmones un aire de hastío y cansancio. Siempre estaba preparado para cualquier reto, pero cuando Bellemere le puso a prueba no le explicó que tendría que trabajar en Entrevistas como lo llevaba haciendo desde que consiguió su mesa, con lo cual tenía que hacer de reportero tanto de Entrevistas como Competiciones. Estaba agotado y lo peor era que eso no era lo peor.

En ese instante se disponía a buscar a la mujer para entregarle su último artículo sobre un juego de petanca que se celebró la tarde pasada. De petanca. Pocas veces recordaba el peliverde que hubiese estado más aburrido en toda su vida y a su pesar preveía que ese tipo de encargos le vendrían durante una buena temporada. No se trataba de que esa mujer consiguiera desmotivarle, pero desde luego si esa era su intención se lo estaba tomando en serio.

Aunque si había que ser sinceros, Mihawk era mucho más experto en eso. Por más que quisiera no podía sacarse de la cabeza el cómo se comportó el otro día: como un completo cretino. Y encima el peliverde no podía evitar que le afectara, que ese hombre le amargara a pesar de estar logrando por lo que tanto había luchado. No, no podía dejarse vencer.

Llegó hasta el despacho de Shanks, donde le habían dicho que encontraría a Bellemere y abrió sin avisar. Los párpados se le separaron de sorpresa mas lo que se le presentó fue a dos personas abrazadas. Dos personas que precisamente eran Shanks y Bellemere. Al poder reaccionar agitó la cabeza para espabilarse y carraspeó para llamarles la atención. Los dos adultos le miraron y se separaron casi al mismo tiempo.

–Anda, Zoro, ¿cómo tú por aquí? –le preguntó el pelirrojo

–He terminado mi último artículo de Competiciones –alzó el manuscrito dirifiéndose a Bellemere–. Según me dijo, cada vez que terminara uno debía de dárselo en mano –explicó, no muy seguro de si había llegado en un momento inapropiado–. Estuviera donde estuviese.

–Claro, así es –asintió ella–. Buen chico.

La mujer rebasó tranquila la distancia entre los dos y recogió el articulo. Pasó las páginas y lo ojeó minimamente.

–Ah, el artículo de la petanca, que bien nos viene. Este deporte tiene varias asociaciones que subvencionan una pequeña parte de la revista, esta era la mejor forma de devolverles el favor pero nunca había un periodista que estuviera al cien por cien dispuesto. Veo que te has esmerado.

–He hecho lo que he podido –dijo con desgana.

–Bien, volvamos a nuestros puestos –salió del despacho–. Aún te queda un largo camino.

El peliverde contuvo un nuevo resoplo, tomó el manillar para cerrar la puerta antes de seguir a la mujer.

–Zoro –la voz de Shanks le detuvo. El pelirrojo le sonreía con amabilidad–. No lo digas por ahí –le pidió–. Tenemos que guardar las formas.

–No lo iba a hacer –respondió natural y cerró la puerta.

En nada alcanzó el paso rápido de la mujer.

–¿Qué te ha dicho ahí dentro?

–Que no se lo diga a nadie.

La mujer rió.

–Este hombre, como le gusta el drama de telenovela.

–¿Están juntos desde hace mucho?

–¿Juntos? Toda una vida, para mi desgracia –rió de nuevo.

No lo quiso admitir demasiado, pero le agradó de más escuchar aquellas palabras de Bellemere. Hacía algún tiempo, por muy estúpido que fuese, que sentía celos de la relación entre Mihawk y Shanks, que parecía tan compenetrada, tan íntima. De suerte, el pelirrojo tenía su propia persona con quién estar. Zoro se hubiese sentido incluso contento de no ser porque seguía cabreado.

 

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Law había hecho su vida con naturalidad durante las ultimas veinticuatro horas. No obstante, si había logrado tal hazaña era porque únicamente se le habían presentado acciones mecánicas como comer, vestirse, subirse al metro o operar de una cardiopatía a un paciente. En realidad, su mente se había quedado en pausa; salvo por la palabra “asco”, que le seguía rebotando.

–¿Y dices que te ha abierto la puerta y se ha quedado así? –oyó la voz de Zoro.

–Sí –contestó la chica–. Me abrió y se sentó ahí como lo ves. He intentado sacarle tema de conversación, pero me responde con monosílabos. Eso si acaso me responde.

–Puff... –se rascó el cogote–. Ayer es verdad que lo noté un poco raro pero no le eché cuentas. A lo mejor se le va pasando si lo dejamos así.

–A lo mejor.

–¿Te apetece comer algo?

–¿Os quedan de esas galletas de la última vez?

–¿Galletas? –preguntó Law llamando la atención de los otros dos. De repente le atacó una jaqueca terrible. Se llevó las manos a la cabeza–. ¡Ah! ¿Por qué mierda me dijo eso?

–¿Quién te dijo qué, Law? –se apremió preocupada la chica a preguntar.

–¡Luffy!

–Ah, así que era eso –le quitó importancia el peliverde–. Entonces no pasa nada.

Una vez de vuelta el médico al mundo de los vivos, los tres se sentaron a tomar una café y a hablar las cosas; aunque Zoro se tomo más bien una cerveza que un café.

–Osea que te plantó a media faena para coger una llamada de teléfono y luego se largó –resumió la chica.

–Más o menos –respondió Law con desmotivación.

–Menuda putada –masculló Zoro–. Que te dejen ahí como un babuino en celo mientras ellos van así como de superiores o algo. “Me han surgido planes, lo siento, si quieres hazte una paja en mi honor”.

–Pero no fue solo eso –añadió el médico–. Él no me paró porque sonara el móvil, me paró porque yo estuve a punto de decirle que me hiciera... bueno, ya sabéis –los otros dos asintieron, entendían lo que quería decir–. Me dijo que le daba asco. Con esas palabras: asco.

Los otros dos guardaron silencio un momento. Zoro se quedó mirándolo un momento. De manera compasiva, colocó su mano sobre el hombro del médico. Law le miró.

–Si te sirve de consuelo, a mi no me daría asco chupartela.

Law le miró con los ojos entrecerrados.

–Gracias por decírmelo, es un detalle.

–Tal vez le estás dando demasiada importancia –habló ella–. O mirando la situación por donde no es. Tú eres el primer novio hombre de ese chico, ¿no?

–Hasta donde sé sí.

–Puede que se asustara. Tú siempre tuviste claro quien eras, Law, pero este chico lo acaba de descubrir. Si era heterosexual hasta hace poco no creo que nunca se haya planeado ser tomado por otro hombre.

Se hizo silencio en el salón. Los dos chicos se miraron.

–Tiene razón –admitió el peliverde–. No había caído pero es verdad que puede hasta sentirse algo violento con lo que os está pasando. Por otro lado, desde que lo conozco no ha mostrado ningún miedo por absolutamente nada. Sería normal que al final su miedo fuera al sexo.

–Sería hasta lógcio.

Miraron de nuevo a la chica.

–¿Y qué hago ahora?

–Bueno –dijo ella–, podrías dejarte tomar por él. A ti en cuestión de roles siempre te ha dado ocho que ochenta.

–¿Se puede saber que sabes tú de mis roles?

–A los hombres se os nota mucho lo que os va a cada uno. Zoro tiene cara de que le gusta dominar, pero también de que le gusta aún más que el que tenga a sus pies se revele y lo ponga contra las cuerdas.

El peliverde se quedó pensativo un momento, asintió más para si mismo y dio otro buche. Law, por su parte, bajó la mirada a su taza, sonrió con aspereza.

–Mira que me preguntaste veces si estabas seguro de querer salir con él.

–Luffy es complicado como amigo –se encogió el peliverde de hombros–, no me quiero imaginar como novio.

–Pero no hay nada que pueda hacer –hizo una pausa–. Él es el medicamento especifico que necesito para curarme.

 

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Luffy se comió los tres strikes al momento, el chico tendría mucha fuerza, pero lo que era precisión o concentración para batear la pelota era otra cosa más bien nula.

–Luffy –le llamó Zoro desde el otro lado de la red metálica–. Has perdido. La máquina no va a lanzarte más bolas. Sal ya de ahí que hay gente en fila esperando por su turno.

–No es justo –se quejó a la vez que se quitaba la gorra de primera base–. Me las ha lanzado a maldad. Ni si quiera he podido hacer un home run.

–Lo que sea. Vamos a comer.

–¡Comer!

Dejaron el campo de bateo y salieron a la calle.

–¿Qué te parece pizza? A mi me apetece pizza, pero si tu quieres otra cosa que no sea pizza, pues estaré de acuerdo en que no sea pizza. Pero yo ahora me comería una pizza.

Luffy detuvo los mensajes subliminales para convencer a su amigo al notar que éste se había quedado atrás. Temiendo que se hubiese perdido, como acostumbraba, se giró. De suerte, el peliverde sólo se había retrasado unos pasos; se había quedado ensimismado con la mirada en el escaparate de una tienda. El chico se acercó y buscó que tenía tan absorto a su compañero.

Según decía en la etiqueta, se trataba de un alfiler para chaqueta de hombres. Era elegante, fino y de color oscuro; casi parecía una cruz, pero en realidad tenía forma de espada.

–No te pega nada –opinó.

–¡Ya lo sé! –se ofuscó de repente–. Sólo lo miraba. Vámonos.

Llegaron a una pizzería y entre los dos se pidieron una cantidad insana para ingerir. Tras un rato comiendo, volvieron a entablar conversación.

–Qué bien, hacía tiempo que no salíamos juntos. Entre tu trabajo y lo que quiera que hagas lo fines de semana hacía como más de un mes que no nos veíamos. Desde el partido que fuimos con Ace y los demás.

–Qué fácil es reprochar cuando ni siquiera te has sacado el bachillerato. No tienes ni idea de la que tengo encima entre Entrevistas y Competiciones.

–Pero eso es lo que querías, ¿no?

–Sí, pero no por ello puedo desdoblarme en dos par salir contigo.

Luffy hizo un mohín.

–Pues con tu novio secreto bien que te desdoblas.

Dijo esto justo cuando el peliverde iba a darle un bocado a un trozo de pizza, por lo que, de la sorpresa, ese se mordió la lengua. Dio un quejido grande e hizo varios aspavientos de dolor. Luego miró al chico.

–¿Cómo mierda...?

–Torao me dijo que creía que estabas saliendo con alguien. Ace también cuando te vio con esos aros en la oreja. Y está claro que ese alfiler no era para ti.

Zoro se había quedado a cuadros. O Luffy era más listo de lo que creía o él era demasiado evidente. Las dos opciones le preocupaban.

–Lo que no sé es por qué tanto secreto. ¿Por Ace? Porque creo que ya le da igual. A mi me encantaría conocerle –sonrió–. Así además no tendrías que irte a donde fuera con él, podríamos quedar todos juntos.

–¿En plan quedada de parejitas? Eso es demasiado hasta para ti.

–Pero así nos veríamos más.

Zoro resopló.

–Es más complicado de lo que parece, Luffy.

–¿Por qué?

–Nuestra relación no es lo que se diga... convencional.

–Cada vez te entiendo menos.

El peliverde se quedó callado durante varios segundo, mientras el chico seguía comiendo. Hinchó su pecho como si estuviera tomando fuerzas.

–Está casado.

Luffy se quedó parado, con los ojos como platos.

–¿¡Qué, qué!? ¿¡Contigo!? ¿¡Te casaste y no me invitaste al banquete!?

–¡No, imbécil! ¡Con una mujer, está casado con una mujer!

–¿¡Qué, qué!?

Zoro le tapó la boca para que dejase de gritar.

–Relajémonos un poco, ¿vale? –dijo, aunque algunas venas de su frente estaban marcadas. Luffy asintió y él se dejó caer de nuevo en la silla. Se llevó una mano a la cara–. Siempre tienes que montar un escándalo de todo.

Luffy tragó el trozo de pizza que tenía en la boca.

–Perdona, es que no me lo esperaba.

Zoro resopló por la nariz, bajó la mirada, con el ceño fruncido. Sonrió con aspereza

–Me dijo que le era imposible divorciarse. La verdad es que no sé mucho y el tampoco me cuenta demasiado pero, por lo que entiendo, perdería más cosas de las que gana. O eso creo. Tal vez solo sea uno de estos demasiado mayor para plantearse salir del armario.

–Pues menudo cobarde. Aunque tú seas un arisco antisocial adicto al trabajo te mereces algo mejor –el peliverde volvió a quedarse mirándolo–. ¿Qué pasa?

–Nada, es sólo que... Eres el primero que le cuento todo esto. Me resulta raro que no te parezca que estoy haciendo algo... mal.

–Bueno, yo no sé que hubiese hecho si Torao hubiese estado casado. Pero eres mi amigo, Zoro –le sonrió–. Ya nos conocemos bastante. Si estás con ese tipo es porque de verdad quieres estarlo, con él y no con otro. Ahí yo no tengo nada que decir.

Se puso a engullir trozos de pizza mientras el otro intentaba calmar el rubor de su cara. Zoro dejó escapar una corta risa.

–Cuesta creer que seas el mismo Luffy que le da tantos quebraderos de cabeza a Law.

–¿Qué, que pasa con Torao? Si estamos bien.

–Bien estáis. Pero ayer me contó que el otro día que lo dejaste bastante tirado.

Ahora el que se enrojeció fue el chico.

–Yo... Yo no quería. De verdad...

–Me lo creo. Pero habla con él y explícaselo. Él es más complicado que nosotros, cada cosa que le pasa lo piensa y lo re-piensa hasta que se le funde el cerebro. Seguro que en este mismo momento aún le está dando vueltas.

Luffy siguió masticando.

–Pues vaya rollo.

–Las responsabilidades de parejas siempre son un rollo.

 

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Fin de semana, frente a su puerta. Ésta se abrió.

–Vaya, estás aquí.

–Hoy no he llegado tan tarde.

–Lo sé, lo decía porque no estaba seguro de si vendrías. No me mandaste ningún mensaje.

–Bueno, tú a mi tampoco.

Se miraron un momento. Luego, como siempre, Mihawk dejó paso a Zoro para que entrara. Lo mismo de la última vez, pensó el peliverde, da lo mismo lo que me haga, piensa que voy a volver como si nada a este piso; para colmo aquí estoy. Soltó la mochila.

–He traído comida pre-cocinada para hacer en el horno –le avisó el mayor–. La última vez nos vino bien comer algo más elaborado.

–Vale –dijo en tono neutro–. Estupendo.

Sonó un móvil, con un pitido corto que avisaba de un mensaje. Zoro, en guardia y con los músculos tensados, se fijó en Mihawk. Casi chista de malhumor al ver, por segunda vez, esa sonrisa tierna en el otro hacia alguien desconocido que se comunicaba con él a través de texto escrito. Si no hubiese estado tan cabreado quizás lo hubiese soportado, pero no se daban las condiciones.

–¿Por qué sonríes tanto?

Mihawk puso sus ojos en el, extrañado. Luego sonrió, con cierto atisbo de burla.

–Creí que yo era el celoso de los dos.

Se le bajó el color de la cara al sentirse impunemente descubierto. Le dio la espalda al otro y fue a abrir el balcón, acción a la desesperada para que interpretara el asunto por clausurado. No funcionó, puesto que Mihawk se le acercó por la espalda.

–Zoro.

Al virar un poco la cara vio que el mayor le había puesto, justo delante, el móvil con la intención de enseñarle una foto; en ésta salía una chica joven, con tendencia gótica al vestir y larga melena rosa, de su brazo derecho colgaba un siniestro oso de trapo y su postura indicaba que se estaba haciendo un selfi.

–Es mi hija.

Se le abrieron los ojos.

–¿Tienes una hija? ¿Tú?

–No es tan raro.

–En ti sí. ¡Ni siquiera se te parece!

–Lo sé, suelen decírmelo –suspiró–. Se llama Perona. Ahora mismo estudia en Londres, no hablamos demasiado pero de vez en cuando me envía mensajes. Eso es todo.

–Ah... –se quedó pensando–. ¿Has dicho en Londres?

–Sí, cuando fuimos también estuve visitándola.

Zoro recordó el poco tiempo que Mihawk pasó en la habitación del hotel incluso cuando no estaban de reunión en reunión con dirigentes británicos. Resultaba que sus desapariciones no eran sólo por no verle la cara al peliverde.

–¿Y ibas con ella a emborracharte? Porque por las noches volvías con una cogorza del quince.

–Otra vez con esas –se exasperó–. Yo no me emborrachaba, eso te lo imaginaste tú.

El mayor volvió a la mesa y, a la vez que dejaba el móvil sobre la madera, recogió una pequeñas llaves. Las retuvo en su mano un momento. Luego miró a Zoro y se las lanzó; el peliverde las cogió al vuelo.

–Son unas copias de las llaves de este piso. Puedes llevártelas.

La respiración del joven se detuvo.

–Puedes venir cuando quieras –siguió el mayor–. A estar sólo, a trabajar... lo que sea.

Quiso preguntarle si no vendría su mujer al piso, si no se encontraría con alguno de sus otros ligues por ahí, si no le preocupaba que se descubriera todo lo que tenían ellos y se fuera al traste. Las palabras se le atascaron en la garganta.

–¿Estás seguro?

–¿Por que habría de no estarlo?

Lo dijo con tal seriedad, con tal convicción que las fuerzas de Zoro para resistirse a ese presente se evaporaron. Miró las llaves, las apretó en su puño.

–Mihawk –le miró a los ojos–. ¿De verdad piensas que no doy la talla para Competiciones?

Se sorprendió por la pregunta, pero los gestos que lo demostraban fueron mínimos.

–Pienso que, aunque no la des, harás lo imposible porque eso cambie en el tiempo que estés bajo prueba –miró hacia otro lado, se echó el pelo hacia atrás con la derecha. Fijó sus ojos en los del joven–. Mejoras y avanzas en semanas lo que otros en años. Tienes talento, pero apenas pasas de los veinte. Si sigues así a los veinticinco ya lo habrás logrado todo.

–Lo dices como si eso no estuviera bien.

Mihawk se tomó su tiempo.

–Cuando lo consigas todo ya no tendrás objetivos ni porque esforzarte o competir, tu vida se limitará a mantenerte donde estás hasta que te mueras. Todos los días, bajo la misma rutina. Que alguien como tú se estanque en eso tan pronto...

Dejó la frase sin terminar.

–Gracias –dijo el peliverde–. Por decírmelo.

Mihawk sonrió.

–Aún así harás oídos sordos.

–No me queda otra –respondió divertido.

–Esta bien –zanjó–. Se hace tarde, voy a prepara algo para comer.

–Vale.

La espalda de Mihawk se perdió en la cocina. Zoro abrió sus manos para volver a ver las llaves. Casi se había quejado a Luffy de que apenas sabía nada del mayor, de que éste no le decía nunca nada. Había llegado a la conclusión de que no hablaba con él de su vida porque él no formaba parte de ella, que sólo era el chico con el que se acostaba, su pasatiempo. Tal vez, simplemente fuera que el peliverde nunca había preguntado.

Dejó las llaves sobre la mesa y entró en la cocina. Mihawk estaba buscando algo en la nevera; Zoro le abrazó por detrás, apoyó la barbilla en el hombro del mayor.

–Déjalo, todavía no tengo hambre.

El otro le devolvió la mirada. Se giró hacia él para besarlo. Al poco, ese beso se volvió más ardiente, junto con sus caricias. Se separaron un poco. Zoro levantó los brazos para que Mihawk le quitara la camiseta. Otro beso, otras caricias, otros agarres, mordiscos... El mayor subió al joven a la encimera para sentarle. La luz, tardía en irse, se colaba por la ventana. Como tantas otras veces, desapareció lo que les rodeaba.

 

8888

 

Fin de semana, frente a su puerta. Ésta se abrió.

–Hola –saludó Law un poco sorprendido de verle.

–Hola –respondió Luffy un poco tímido–. ¿Puedo pasar?

–Sí, claro.

Law le dio paso. Al entrar se encontró con algo insospechado, o más bien con alguien. La chica de la otra vez, la que abrazó al médico de esa manera tan íntima, estaba ahí, sentada en el sofá con una taza de lo que parecía té. No le gustó nada verla.

–No sabía que ibas a venir –le dijo Law–. No me llamaste ni nada.

–Es que hacía días que no nos veíamos –se explicó casi en un puchero.

–Sí, es verdad –señaló con la mano a la chica–. Creo que no la conoces, es Lami, ella es...

–Ya la conozco –cortó algo brusco–. Nos vimos el otro día, en el portal.

–Ah, sí –dijo ella–. El chico que estaba parado delante del porterillo sin pulsar ningún botón. Me acuerdo.

Luffy se avergonzó y apartó la mirada, con el ceño fruncido. Law lo observó extrañado, Lami con suspicacia.

–Bueno –se levantó la chica del sofá y alcanzó su bolso–. Se hace tarde, será mejor que me vaya.

Se acercó a Law y le dio un beso en la mejilla, demasiado largo, demasiado cariñoso para el gusto de Luffy. Después miró al chico y le sonrió.

–No lo canses demasiado, que después no hay quien le anime.

Dicho esto, la puerta se cerró. Los dos hombres quedaron dentro del apartamento rodeados por un silencio levemente denso.

–¿Quieres comer algo? Aún quedan galletas del otro día si quieres picar. Aunque ya es casi la hora de la cena, podríamos pedir algo para que nos lo traigan.

–Vale.

Se entretuvieron un rato decidiendo dónde iban a pedir y el qué; luego otro más en que Law hacía la llamada para que les viniera lo acordado. Sin embargo, luego tuvieron que enfrentarse a otro silenció que duraría hasta que les trajeran la comida; prometía prolongarse bastante.

–Luffy.

El chico le miró. Law se tomó su tiempo para comenzar.

–¿Yo que gustó?

–¿Qué? –alzo la voz–. ¿A qué viene eso, Torao? Claro que me gustas.

–Me refiero a si te atraigo sexualmente.

Luffy se quedó mirándolo, sin saber que decir. Law suspiró.

–Me lo imaginaba.

Dijo aquella frase de una manera tan derrotada que el pecho del chico se encogió.

–Es normal que no te hayas parado a pensarlo, todo esto te ha venido de golpe.

Hablaba como si hubiese perdido algo.

–Y eres tan impulsivo... Ni siquiera te habrás planteado si te gustan los hombres o no.

¿Qué tenía eso que ver?

–De cualquier manera, no estás obligado a...

La frase murió en la boca de Luffy, que se había abalanzado sobre él, abrazado a su cuello y besado sus labios. Del arrojo, Law acabó tumbado con el chico sobre él. Luffy se separó de él para apoyarse en el sofá sobre sus propios brazos, con ambas manos a los dos lados de la cabeza del médico. Le mantuvo la mirada con fiereza.

–Estoy contigo porque quiero, no por obligación. Así que quítate esas ideas de la cabeza y cállate ya.

Desde luego que se quedó callado. Luffy habló más calmado.

–No sé si me gustan los hombres y las mujeres, es verdad que no le he dado muchas vueltas. Pero que me gustas tú, lo tengo claro, tu cuerpo incluido. Y el otro día, cuando me hiciste esas cosas lo disfruté mucho, de verdad quería que siguiera.

–Pero dijiste que te daba asco.

El chico se mordió los labios, la actitud decidida se esfumó y él, con un color rojizo en las mejillas, se apartó de Law para sentarse y mirar a otro lado que no fuera el medico.

–Eso era por otra cosa.

–¿Otra cosa? –sonó indignado–. ¿Estas pensando en otra cosa mientras lo hacíamos?

–¡Claro que no! No es eso. Es algo relacionado pero... –resopló–. Se me pasó por la cabeza que si seguíamos al final tu me... Bueno, me la meterías hasta el fondo.

En ese momento el médico pensó que el chico era un romántico, con sarcasmo evidentemente.

–Y si me hacías eso –siguió cada vez más nervioso–, pues yo... –apretó ojos, boca y puños–. ¡Es que no quiero cagarme encima!

Silencio.

–¿Qué?

–¡Te lo digo en serio! ¡Yo solo he utilizado mi culo de salida! ¡No sé como funciona de entrada! ¡Que pasa si lo hago mal o tengo la barriga suelta!

–¿¡Quieres dejar de decirme gilipolleces!?

–¡No son gilipolleces! ¡Es algo muy serio, Torao!

–¡Esto es de todo menos serio!

–¡Que no sé usar mi culo de salida!

–¡Que dejes de repetir eso!

Se gritaron un rato más hasta que los dos se quedaron sin aliento, como si llevaran siete días corriendo una maratón. Law tomó una bocanada grande.

–Escúchame, Luffy –le parecía ridículo estar hablando de eso–. Sí, puede pasar, pero hay maneras para que no pase. E incluso si esas maneras fallan no tienes que echarle tanto drama. No es algo por lo que te vayan a perseguir con antorchas y horcas.

–¿Lo dices de verdad? ¿No me mientes?

–No te miento.

Luffy se detuvo a mirar el infinito un par de segundos.

–Bueno, venga, vale... –dijo con resignación a la vez que se levantaba–. Si tu lo dices –pronunciaba no muy convencido al desabrocharse el cinturón– pues habrá que hacerlo –empezó a bajarse los pantalones.

–¿Qué haces ahora?

–Desnudarme para que me lo hagas –contestó como si fuera lo más evidente y Law el más tonto.

–Anda, déjalo. Si me has salido con esas y en ese plan es que no estás preparado.

–Pero tú quieres hacerlo.

–Quiero pero no es imprescindible. Prefiero que tú lo quieras también.

Law el miró tan serio, sereno, que Luffy pudo entender que no mentía. Aquello era tan importante para el médico como para él. Sus sentimientos le desbordaron.

–¡Torao! –se abalanzó otra ves sobre él para abrazarse a su cuello, lloriqueando–. ¡Te quiero mucho! ¡Te quiero de verdad!

–¿Pero qué dices? ¡Suéltame!

Sus palabras no coincidían nada con lo que decía puesto que no hacía nada para apartar al muchacho y, a pesar del moreno de su piel, su rubor era visible.

 

8888

 

Zoro se sentía imbécil. Había comprado el estúpido alfiler en forma de espada, lo tenía en la mano de hecho, mientras caminaba de vuelta a Grand Line. La entrevista que recién había hecho era cerca de la tienda e incluso después de haberse perdido tres veces acabó topándose con ella. Tuvo un momento de enajenación en el que se dio a creer que había sido cosa del destino y ahí estaba, con el alfiler en la mano sin saber que hacer con él. ¿Con qué cara se lo iba a dar a Mihawk? No, no podía, se moriría de la vergüenza. Puede que hasta prefiriera ponerse ese odioso atuendo de policía de película porno. ¿Por qué era todo tan difícil? Si tan solo no tuviese que verle la cara...

Recordó las llaves, las buscó en su cartera. Ahí estaban. Sí se desviaba y pasaba por el piso podría dejar el alfiler por allí, a la vista pero como si tal cosa. Así sería mucho más fácil. Aunque entrar en ese piso, él solo, le daba algo más que cierto respeto. Tal vez no debería tomarse tantas confianzas, tal vez las llaves eran una forma de quedar bien con él.

Al final se dejó de tonterías y cogió un metro en dirección al apartamento. Cuando se plantó delante de la puerta a penas podía creerselo.

Tomó las llaves y las encajó en la cerradura por primera vez. Se sintió extraño incluso de ver que al girarlas, efectivamente, abrían el candado. Apartó la puerta y adentró su pie derecho en el piso. Guardó cautela un momento. Todo estaba en calma. El respeto que le daba esa vivienda se multiplicaba. Intentó relajarse y dio un paso adelante. Cerró tras de sí.

Atravesó el pasillo y llegó al salón, donde se dejó impregnar por ese aura rara que le era tan conocida, pero diferente al no contar con la presencia de Mihawk. Rebuscó en su cartera para sacar el alfiler, bien guardado en su bolsita y lo dejó sobre la mesa. Ya estaba hecho, ahí seguro que lo veía. Zoro se permitió pensar en el momento en que el mayor lo encontraría, casi sonríe.

Algo sonó desde el dormitorio, desde el cuarto de baño del dormitorio. Una cisterna, un grifo abriéndose. La sangre se le paró. El piso no estaba vacío.

Entonces, antes de que le diera tiempo a pensar si podría ser Mihawk que había salido pronto de Grand Line o si se trataba de la señora de la limpieza que mantenía un mínimo esas cuatro paredes, la puerta del dormitorio se abrió. Eran un hombre, de mediana edad, con el pelo tan rojo como la sangre. Shanks Akagami estaba justo delante de sus narices.

 

Continuará...

Notas finales:

Lo sé, queréis matarme, pero no podéis porque os quedaríais sin saber como continua, una lástima. Diría que siento algo de remordimiento pero estoy demasiado ocupada montándome en mi escoba de perra mala y echando a volar. Así que ¡Bye, bye!

PD: El personaje de Lami no está muy desarroyado en el manga, solo se la presenta como la inocente y adorable hermana pequeña de Law. Lo digo por si al autor le da por revivirla mágicamente y resulta que la personalidad que le he puesto no coincide con la original, y lo digo sobre todo porque ya me pasó con otro fic en el que utilicé la versión adulta de cierto hermano que supuestamente estaba muerto y bien muerto, pero que al final se descubrió que solo tenía mala memoria.

PD 2 (importante): He hecho una pequeña edición en este capítulo respecto a la última conversación de Law y Luffy. Escribí esa escena cuando no sólo no tenía información sino que ni sabía que no la tenía. Si llegué a confundir a alguien, mis disculpas.


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