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Segundas Partes por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Voy a divagar un poco si no os importa:

No dejo de pensar en la coincidencias de esta historia con otras de mis historias, más bien con una de ellas, a veces pienso que si no fuera porque el argumento es totalmente diferente sería como hubiese escrito yo esa pero con esta edad que ahora me toca vivir. Eso y que la originalidad tiene un limite, pero eso es otro caso. (risas).

Tema aparte. Me sorprende mucho como Ace ha caído en gracia de manera general. Me ha pasado de vez en cuando, que alguien pero de manera muy individual me dice "la pareja principal me gusta, pero preferiría que estuviera con el otro". Pero aquí ha llegado de tal forma que parece que el AceZo es la principal... ¿Debería mencionarlo en el resumen de la historia con las otras dos?... Bah, paso.

Bueno, esta vez tardé dos semana en ves de una, ya la cosa empieza complicarse con el tiempo que tengo y que no tengo. Sea como sea agradezco la paciencia.

Ala, pa vosotros este capi.

Capítulo 4 Distracción

 

Los vehículos de carrera atravesaron la línea de meta. El ganador salió del coche y fue abrazado por su equipo y conocidos, dando saltos y brincos. Después subió a un podio en escalera con los que habían quedado segundo y tercero; le dieron una medalla y sostuvo, con los brazos en alto, un trofeo más grande que su propia cabeza.

Ace suspiró por la nariz y, con ojos somnolientos, alcanzó el mando para apagar el televisor. Empezó a estirar su cuerpo con un bostezo y lo relajó con un resoplido. Desvió su vista hacia Zoro, que permanecía profundamente dormido en el otro sillón. El pecoso sonrió con algo de paciencia. Se levantó y se acercó al peliverde, colocándose de cuclillas frente a él.

–Eh –le tapó la nariz y sujetó su barbilla para cerrarle la boca–. Es hora de levantarse.

Zoro, a los pocos segundos de hincharse su carrillos de aire, se retorció como un gato.

–¿Pero que haces?– dijo malhumorado y frotándose los ojos–. Mierda. ¿Ya es de día?

–Más o menos. Son casi las ocho de la tarde.

–¿Qué? –le miró–. ¿Y el Fórmula 1?

–A los cinco minutos ya estabas roncando.

–Joder...– se llevó una mano a la frente–. Deberías haberme despertado.

–No te tortures. Ya estaba bastante sorprendido con que hubieses llegado aquí sin quedar K.O. en alguna línea de metro –bromeó.

–Mierda... Pedimos pizza ¿verdad?

–Si, ahí están.

–¿Por que no te enfadas?

–¿Quién te dice que no esté enfadado? –se puso de rodillas, apoyando sus manos en los apoyabrazos; adelantó el cuerpo para acorralar al peliverde y llegar hasta su ceja, la besó– Me he cabreado tanto que te he desnudado –después en la mejilla–, violado– y en la barbilla– y subido fotos a Facebook –y finalmente en los labios.

–Eso no serás verdad ¿no?

–Mira tu Facebook –se encogió de hombros y sonrió.

Ace le besó más confiado, queriendo jugar un poco más, cruzó fronteras con su lengua. Zoro se puso un poco nervioso, pero se obligó a relajarse, a corresponder y dejarse hacer. No pasa nada, se dijo, todo está bien, todo estará bien. O eso creyó

Ace notó como la mano, que ya se estaba paseando por debajo de la camiseta del otro, era detenida. Paró el beso para mira al peliverde. Zoro se había agarrado por la muñeca, con lo que parecía una intención por apartarla.

–¿Qué pasa?– preguntó tan sorprendido como preocupado.

Zoro le miraba como hacía una semana en el partido de baloncesto. Como si escondiera algo.

–Sólo llevamos una semana.

El pecoso abrió la boca con la intención de decir algo pero entonces oyó voces; y el ruido de unas llaves entrando en una cerradura y girando.

–¡Ha sido vergonzoso! Desde luego no sé para que concreta ese cretino una rueda de pren...

Entraron en el apartamento dos personas. Un chico y una chica. Lo cuatro se quedaron mirando los unos a los otros, como si acabara de estrellarse un ovni en medio del salón.

–Vaya, se me había olvidado que hoy traías tu ligue a casa –dijo el chico.

–Ya lo veo –contestó Ace con énfasis.

–Pues mejor nos vamos, ¿no?

–Anda, dejadlo –dijo a la vez que se incorporaba– Y pasad de una vez. ¿Se puede saber que hacéis aquí?

–Problemas técnicos –contestó la chica–. problemas técnicos llamados "políticos". El dirigente del partido ha dado la rueda de prensa desde una pantalla–. Se ve que le grabaron desde antes y eso nos han puesto: un vídeo del tío dando una charla.

–¡Venga ya! ¿Eso es legal?

–Legal no sé –le dijo el chico– Pero desde luego no se han librado del artículo que voy a escribir. Me quitarán horas de sueño, pero no mi libertad de expresión.

–Eres todo un poeta. Zoro –le miró, el peliverde también se había puesto en pie–, este es Sabo, vivimos juntos en este piso. Ella es Koala, su compañera. Ambos trabajan para la Revolutionary.

–¿Para la Revolutionary? –preguntó asombrado mientras le daba la mano a Sabo.

–¿La conoces?

–Claro.

Los temas políticos y económicos la verdad es que a Zoro le traían un poco al pairo, pero muy aislado habría que vivir para no conocer la mayor revista de temas de actualidad. La Revolutionary destacaba por tratar las noticias más controvertidas e implicadas. Al propio Estado le convenía muy poco su existencia, y ya les había declarado una guerra a cualquier periodista que tuviera que ver con ella. No obstante, la revista llevaba más de diez años, no solo sobreviviendo, sino además prosperando.

Se calentaron las pizzas y se sacaron algunas cervezas.

–Ah, entonces eres de los nuestros –dijo la chica divertida cuando Zoro le comentó que también era periodista.

–Sí, conocí a Ace cuando me entrevistó.

–¿Y qué deporte practicas? –preguntó ahora Sabo.

–¿Deporte?

–Sí. Es un requisito no escrito en Grand Line. Hasta para los de Recursos humanos. Todos practican o han practicado un deporte.

–¿En serio? –el peliverde miró a Ace.

Ace se encogió de hombros.

–Yo practicaba judo. Pero tampoco llegué a nada importante. Tonterías de instituto.

–Algo tenías que hacer con esa agresividad –se rió su compañero de piso.

–Calla.

–Bueno –siguió Zoro–, yo hacía sobre todo kendo, que era lo que me gustaba.

–¿Kendo? –se interesó Koala–. No se conoce a muchas personas que practiquen en ese deporte.

–Sí, a mi me viene más de tradición familiar. Pero no quita que me guste.

–No lo sabía –dijo Ace.

Zoro se extrañó por ese tono neutro. Le miró.

–No me preguntaste.

–Pero se nota que sigues fuerte –le observó Koala–. ¿No haces ahora ningún otro tipo de ejercicio?

–Me gusta estar en forma y hasta hace muy poco iba al gimnasio pero...

–Si, ya sé. La maldita vocación de periodista. ¿Qué nos vas a contar? No te queda nada, novato.

La conversación se alargó un poco más. Sabo y Koala le hicieron el favor de no indagar demasiado en su vida, solo superficialmente. Le cayeron bastante simpáticos, y eso de primeras fue reciproco. Pero a veces, el peliverde se daba cuenta de las miradas que se echaban los dos compañeros de piso, y de lo serio que parecía el pecoso. Había que ser muy tonto para no darse cuenta,.

–Será mejor que me vaya –dijo tras un rato.

Ace le acompañó hasta el portal.

–¿Sabrás encontrar la parada del metro?

–Si he llegado hasta aquí no puede ser tan difícil volver –hizo una pausa–. Hasta el lunes.

–Hasta el lunes.

El peliverde se dio la vuelta. No se había alejado mucho cuando volvió a escuchar la voz del otro.

–Zoro – el aludido se giró para mirarle– Yo no pretendía ir tan rápido. De verdad.

Hubiese preferido que no le dijera eso, sólo la hacía sentirse peor. Sin embargo sonrió de la manera más amable que pudo conseguir, porque era consciente de que era mejor que soltar cualquier palabra. Ace le correspondió a marchas forzadas. Volvió a dejar de mirarle y fue para la estación de metro, sabiendo que esa noche ninguno de los dos dormiría demasiado.

 

 

 

Law llegó agotado al piso. Había sido un duro lunes de trabajo y solo atinaba a arrastrar los pies hasta su cama, sobre la que que se dejó caer bocabajo. No se molestó ni en cerrar la puerta, menos en pensar que debería ponerse otra ropa más cómoda. A esas alturas ya le daba igual. Cerró los ojos esperando para dormirse.

Le vino entonces la imagen de la culpa de todo aquello: Luffy.

Frunció el ceño. Ese niño era tan imprevisible como un rayo. Cosa que ya sabía desde antes, pero antes no se conocían, por lo que no le afectaba tanto. Prepararse diariamente para su llegada ya consumía parte de su energía, así que cuando el crio efectivamente aparecía ya podía irse despidiéndose de sus fuerzas para el resto del día.

Tres veces, tres veces en una semana había compartido trayecto con Luffy, y ya estaba en las últimas, y eso que no emitía más que "ums" desde que se encontraban hasta que el maldito adolescente se bajaba en su parada. Era como si cada vez que el chico abriera la boca le chupara la sangre. Desde luego, cuando solo lo observaba, nunca pensó que sería así. Solo veía a un chico exageradamente entusiasmado, permanentemente alegre.

Abrió los ojos. Se giró de cara el techo. Valiente momento en que decidió fijarse en un crió de instituto como distracción. Sus pupilas se colocaron en la foto que tenía en la mesita de noche. Sonrió con un halo de tristeza. Si, definitivamente Luffy solo había sido una distracción.

 

 

 

Estaban a miércoles, no había hablado con Ace desde el sábado. Era normal, después de todo estaban en un trabajo que hacía que el tiempo que dedicaban a su vida personal escaseara. Aunque eso no era algo que le permitiese tranquilizarse.

–Eh, becario. Tengo trabajo para ti.

Zoro se volvió, reconociendo la voz de Yasopp y a la vez intentando que no se le notara mucho la irritación por ese maldito mote.

–Dígame.

–El ganador de la medalla de esgrima nos ha concedido una entrevista.

–Lo sé. Se encargaba Robin.

–Pues ve con ella. Harás de apuntador, pero no te olvides de sacarle unas cuantas fotos. Robin va a necesitar todas sus artes para que ese maldito Cavendish no se sienta ignorado y nos deje con media entrevista sin hacer, como de costumbre... ¿Te pasa algo?

–No... –se le había iluminado la cara–. ¿Por qué?

–Anda, vete antes de que me arrepienta.

–¡Sí! –se puso en marcha casi corriendo.

–¡Y recuerda que eres un apoyo a tu compañera! ¡No el puto protagonista!

Yasopp no supo muy bien si el chico le había escuchado o no.

 

 

 

Zoro salió del ascensor con buen ánimo, era casi la hora punta y había barullo en la planta baja.

–Robin, ya estoy aquí.

–Ah, Zoro –ella era una de las pocas que lo llamaba por su nombre–. Vamos, el taxi nos está esperando.

–¿Un taxi? Vaya lujo.

–Es que tenemos que recoger a nuestra estrella en el aeropuerto y llevarlo hasta su hotel. A no ser, claro, que el avión se le haya acabado la gasolina a medio vuelo.

Sonrió y se dio la vuelta de caminó a la salida; dejó la bolsa de la cámara para que Zoro la recogiera, cosa que no el importó. Por fin le permitían un poco de trabajo de campo. Ambos entraron en el vehículo. Se sentía nervioso, puede que estuviera más emocionado de lo que se permitía mostrar incluso así mismo.

Su móvil sonó llamando su antención. Tenía un mensaje. De Ace: Tenemos que hablar.

–¿Estas bien?– le preguntó Robin al ver que se había quedado un poco pálido.

–Sí, claro –contestó un poco desorientado–. Estoy bien.

Algo había hecho "crack" en toda su reciente felicidad. Algo que nada tenía que ver con su trabajo, algo que, Zoro, había estado acostumbrado a no envolver en el mismo paquete que el resto de su vida. Porque él, por mucho que tuvieras sus cosas, era una persona racional, una persona que sabía que tu alegría en el día a día no podía dártela siempre la misma y única persona y que por lo tanto no debería de intervenir en tus verdaderos objetivos.

Algo que, conforme avanzaba la entrevista que le estaban haciendo a Cavendish, se solidificaba más y más en una especie bruma oscura. Contrarrestaba, por suerte, con empalagosos olores de perfume de la habitación de hotel que apenas te dejaban respirar y por mayoritario numero de luces posibles que al entrevistado le gustaba tener dedicadas a si mismo las veinticuatro horas del día.

Zoro apuntaba tal y como le habían ordenado, pero tenía que hacer muchos tachones de tinta y volver a escribir. Era incapaz de estar al cien por cien concentrado, y los leves fruncidos de ceño del tal Cavendish cada vez que no copiaba cada cosa dicha y no dicha por él no ayudaban para nada a mejorar la situación. Por no hablar del tema de que le tenía que hacer una foto cada dos por tres con la camarita de los cojones.

Y eso era en lo referente a él, después estaba lo referente a Robin. Porque desde luego no se le escapaba el detalle de que la mujer se había traído su grabadora y que estaba haciendo uso de ella. Eso no era una entrevista corriente, era un paripé para el capullo ese que, hubiese Zoro recibido o no ese mensaje de Ace, al peliverde igualmente le habría caído mal.

–Señor Cavendish, varios artículos han afirmado que su verdadera intención es ganar tantas medallas de oro consecutivas que se convierta en una meta imposible de alcanzar para otros. ¿Hablamos acaso de que usted está intentado un récord Guinnes?

El espadachín rió con parsimonia, como si le hubiesen metido un supositorio de mariguana tamaño elefante por el culo.

–Querida Robin –dijo–. Ambos sabemos que a los periodista les gusta exagerar las cosas –y que a él le gustaba que las exagerasen–. Aunque ciertamente no niego que a toda persona le gustaría ser reconocida...

Zoro se dio cuenta de que Robin le hacía señales con la mano por debajo de la mesa. Había conseguido escribirse un mensaje en la palma. "Grabadora, pila". El peliverde miró el aparato, la luz que avisaba de que estaba en "rec" no iluminaba, raro visto que llevaba una hora haciéndolo. Las pilas se habían quedado sin batería.

–Señor Cavendish. ¿Le importa si hacemos un descanso? Mi compañero irá a por unos cafés y seguiremos con lo nuestro.

–Bueno, pero que no tarde mucho –dijo con falsa amabilidad y la barbilla cada vez más en dirección al techo– Soy una persona con muchos compromisos, ¿sabe?

–Lo sabemos –sonrió y le hizo una señal a Zoro que el entendió perfectamente como "vete a la de ya".

Y así se fue, raudo y veloz.

 

 

 

Y así volvió, hasta la mismísima polla.

Ya no solo había sido esa maldita sensación de que las calles cambiaran para hacerle la puñeta, sino que, por alguna extraña e inexplicable razón, todas las esquinas del puto país habían sido adjudicadas a una tienda de chinos menos, precisamente, las de la zona donde se alojaba Cavenmierda.

Hizo footing, o más bien spinnig, atravesando varias calles, y ya no solo sin encontrar un chino, tampoco una ferretería o algo, algo, que le permitiera volver antes de que ese imbécil se impacientara. Al final tuvo que entrar en un supermercado, perderse en el supermercado, encontrar las pilas en el supermercado e intentar salir del maldito supermercado.

A la vuelta de esto estaba agotado, sudado, y deseando que ya se acabara todo. Fue entonces cuando se percató de que no había comprado los cafés. Se dio un cabezazo contra la pared de entrada principal y volvió a salir, a por un Starbucks o la primera pollada que apereciera. Ya que por mucho que Cavenmierda fuera lo que fuera, y fuese de lo que fuese, la cafetería de su hotel solo abría a la hora del desayuno.

Cuando vio ya ante sus ojos la puerta de la habitación, con todos mandados hechos, le costó hasta creérselo. Pero tampoco es que la vida le fuera a dar cuartel: la dicha puerta se abrió de un portazo.

–Muchas gracias por su tiempo –dijo Robin, la puerta se volvió a cerrar de otro portazo, la mujer miró a Zoro–. Me ha descubierto la grabadora y se lo ha tomado como una ofensa personal –le explicó.

Por segunda vez en el día, algo en Zoro hizo "crack".

Sin dar una voz o alarmarse le pasó las bolsas, la de las pilas y los cafés a Robin. Llamó a la puerta. Al otro lado no parecía que nadie tuviese intención de abrir. Llamó más fuerte y de manera más agresiva. Robin intentó decirle algo pero él levantó una mano indicando que esperase. La puerta se abrió.

–¿Qué pasa?– en los ojos de Cavendish se veía bastante furia como para achantar a cualquiera, pero al peliverde no. Mucho menos ese día.

–Aún nos queda la mitad de la entrevista.

–No es asunto mio.

Zoro se rio, como si estuviera a punto de degollar a un cervatillo y le pareciera lo más divertido del mundo.

–Mira, tú, Récord Guinnes. Ve de cantante de rock todo lo que quieras. Pero más te vale que dejes de chutar a tu propia portería. Porque en cuanto empiece a caersete el pelo, adiós muy buenas. Nadie va a dedicar su tiempo a un viejo que ya no puede ni sujetar una espada. Tan solo te quedará esa ropa de camarero en un pub gay que traes y el arrepentimiento de haber echado de tu habitación a dos periodistas de Grand Line, que posiblemente sea la única revista que se pueda permitir gastar un par de lineas en mencionarte cuando estés comiendo puré y cagándote en tus propios pañales.

Robin se había quedado atónita, Zoro seguía desafiante y Cavenish le respondía de la misma manera, pero demasiado callado para lo que era él.

Finalmente, Cavendish les cerró la puerta en las narices.

 

 

 

Al volver a la revista, la adrenalina de Zoro se había ido a trastero de su mente, lo que equivalió a un bajón tremendo y a la llegada de unas preocupaciones demasiado exageradas para lo que era él.

–Joder...– dijo con mirada ausente y derrumbada mientras el ascensor subía– Me van a echar...

–Yo estaría más preocupada por la demanda que te pueda mandar Cavendish– le dijo Robin.

–Gracias por los ánimos.

Las puertas se abrieron dándoles paso y ambos entraron a la planta de Entrevistas. Yasopp les recibió, aunque claramente eran el centro de atención de todos los presentes, que seguían trabajando sin dejar de lanzar miradas de soslayo.

–Necesito una explicación.

–¿Qué ha pasado?– preguntó la mujer.

–Antes la explicación.

Robin se mostró dispuesta a relatar lo ocurrido. Seguramente se le ocurriría decir que llevó una grabadora sin pilas, pero Zoro no dejó que eso pasara.

–Le he dicho a ese cretino lo que pienso de él.

Las miradas de soslayo se convirtieron en miradas directas.

–¿Crees que es forma de hacer tu trabajo?– le preguntó el jefe de Entrevistas.

–Creo que es la forma de que se respete mi trabajo.

Se produjo un silencio sepulcral, y una gran expectación. De repente, como en esas peliculas americanas, se oyó el solitario palmeo de unas manos. Se sumó un aplauso general.

Yasopp rió a carcajadas y le pasó el brazo por el cuello de Zoro en un gesto de plena camaradería.

–¡Me cago en la puta suerte que tienes para hacer las cosas, Roronoa! ¡Me cago en ella!

–¿Q... qué? –estaba tan abrumado que no podía ni decir palabra.

–Cavendish ha llamado hace nada. Nos ha contado lo de la grabadora.

–¿No está enfadado? –preguntó Robin.

–¡Claro que lo está! ¡Tiene un cabreo del carajo! Pero yo no sé lo que le habrá dicho este capullo desbocado que se a bajado del podio. Muy a su pesar, pero lo ha hecho. Y quiere que se le haga el resto de la entrevista cuanto antes. ¡Eso si! Me ha dicho que ni por asomo quiere volver a este peloverde –volvió a carcajear–. ¡Eh, señores, ya vale de aplaudir al novato! ¡Que se le va a subir a la cabeza y después no va haber quien lo reinserte!

La gente siguió aplaudiendo, Yasopp riendo. Zoro miró a Robin. Ella le sonrió y se unió a los demás. No hubo manera de que no se permitiera estar poco contento.

 

 

 

Al salir se encontró a Ace, esperándole.

–Hola.

–Hola.

A ambos le costaba bastante mirarse a los ojos y prestaban más atención al transito de los coches o al cielo nocturno.

–Me he enterado de lo que ha pasado hoy en Entrevistas –sonrió de manera forzada–. Nunca creí que conocería una persona igual o peor de la cabeza que Luffy –bromeó–. Además... la jugada te volvió a salir bien.

–La verdad es que tenía un poco los cojones de corbata. Pero tampoco es que me haya librado del todo. Marco fue a hablar conmigo para echarme la bronca.

–Normal, es su trabajo velar por una armonía. Pero seguro que es él más ha disfrutado oyendo la historia.

Se les acabaron las frases de conversación cortés, y ya no sabían que decir para eludir más el tema.

–Joder... –masculló Ace– ¡Joder! ¡Me cago en la puta! ¿Por qué todo tiene que ser así? ¿Por qué?¡Mierda! –le pegó una patada al muro que blanqueaba las escaleras por la derecha–. ¡Me jode! ¡Me trataste como si yo lo único que quisiera fuera acostarme contigo! Y no lo digo solo por lo del fin de semana, tu actitud es siempre así. ¡Me jode! Me jode que pienses así de mi, me jode que no confíes en mi, y me jode que me pongas en el mismo cesto de los tíos con los que has salido. ¡Pero sobre todo me jode estar aquí cabreado contigo cuando lo único que quiero es felicitarte! ¡Ah! –resopló con exasperación, se llevó una mano a la frente–. Mierda...

Zoro se quedó callado, aún asimilando aquel discurso que el pecoso le acaba de soltar.

–No quieres cortar conmigo.

–¿Yo? ¿Por qué iba a querer cortar contigo? Es a ti quien parece que todo esto le molesta. Que yo te molesto. Joder...

Por tercera vez en el día, algo en su interior hizo "crack". No obstante, en esa ocasión no fue un golpe negativo, al revés. Fue una idea que llevaba un tiempo luchando por salir y que por fin había roto las paredes que la blindaban.

Desde hacía dos años, no le había importado herir a la otra persona con la que estaba. Se había preocupado por librases de sus obsesiones, pero no del otro. Si con Ace había sido justo al contrario tenía que ser por algo. Tenía que ser porque la atracción que sentía por él era algo más que gustar.

Adelantó sus pasos, rebasando la distancia entre los dos y colocándose muy cerca de él. Se aguantaron la mirada. Zoro separó los labios para hablar.

–¡Ey! Ace, Zoro ¿Qué hacéis ahí parados?

Los dos se giraron hacía atrás, apartándose un poco el uno del otro. Shanks les saludaba bajando por la puerta principal.

–Como os gusta a los jóvenes hacer horas extras, cuando tengáis mi edad ya os arrepentiréis. ¿No es así? –puso atención un poco hacia atrás, como si hubiese alguien a su espalda– Mihawk.

El cuerpo del peliverde se tensó por completo y el aire desapareció de sus pulmones. Fue alzando sus ojos, completamente abiertos, para ponerlos de nuevo en el arco de entrada donde ya se describía una figura humana. No, no puede ser. He tenido que oír mal, pensó, o debe de ser otro, pero no puede ser él.

Era curioso saber que, tal vez, si no les hubiesen interrumpido, si Zoro hubiese sido capaz de decirle a Ace lo que pensaba, si no hubiese esperado tanto para hablar con él o si no hubiese apartado su mano la primera vez que quiso tocarle, jamás, en ese momento, se habría encontrado con aquel hombre, de pelo oscuro y ojos tan amarillos como los de un ave rapaz.

 

Continuará...

Notas finales:

Aún no sé por qué, pero cuando escribí este final de capitulo me dieron ganas de reírme muy malvadamente. Y mucho, sobre todo reírme mucho. Solo que como socialmente eso está mal visto, sobre todo pasada ya las doce de la noche, me limité a poner una sonrisa de satisfacción y a soltar un "jeje" entre dientes.

Debo decir que a mi no me cae mal Cavendish, por si ha parecido lo contrario. Me hace gracia en general, pero ni fú ni fá en verdad. Sé que ha mucha gente le gusta y a lo mejor me he pasado con él un poco en ese capitulo, pero es que su personalidad venía como anillo al dedo.

Ah, algunos me habéis pedido que ponga más LawLu. Mi intención es hacerlo, de hecho iba a meter una escena más de ellos, pero por el momento les toca ir más a paso de tortuga. Puede que cuando avance más la historia sean ellos lo que tengan la mayoría del capitulo para explayarse y la otra pareja una o dos escenas.

Eso es todos! Nos vemos en el siguiente!


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