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Alas Rotas por Iori Yagami CCH

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Notas del fanfic:

Este es un fic ambientado en la Segunda Guerra Mundial. Si no te gustan los relatos tristes, no sigas bajando o leas esto. Si continuas es bajo tu responsabilidad.

Notas del capitulo:

Disfruta el primero de esta trilogía.

Capítulo 1: Sabia que volverías

Y entonces despertó alarmado tocándose la cabeza, sus heridas dolían demasiado y miró a su alrededor, acababa de haber una contienda con los americanos ¿y después?

Todo le daba vueltas, lo último que había escuchado era el rugido de una bomba feroz que alzó polvo a su alrededor, y después se hallaba ahí, en la enfermería que estaba a reventar de soldados malheridos y moribundos. Llevó una de sus manos a su cabeza vendada y después trató de recordar un poco más pero una suave mano se colocó sobre su pecho desnudo.

-Descansa. El imperio te necesita. No servirás de nada si mueres en este viejo colchón de enfermería-.

Y delante de él, un bello rostro de ojos azules se presentó, había escuchado de aquel chico que asistía en la enfermería, ya que muchas de las enfermeras de aquella tropa habían muerto y por ello aquel muchacho estaba ayudando. Nunca, en su sano juicio pensó que aquel joven fuera así de atractivo, sin embargo lo era. Y si lo miraba detenidamente, parecía un hermoso ciruelo.

-¿Cómo te llamas?-. Preguntó el soldado.

-Nanase Haruka-. Respondió el joven.- ¿Y tú?-.

-Tachibana Makoto.-

Y, desde aquel momento Tachibana Makoto y Nanase Haruka comenzaron a sostener una extraña relación de amistad.

Conforme iban pasando los días, Makoto acudía con cualquier excusa a la carpa de la enfermería con tal de hablar con Haruka, a veces de cosas simples, evitando a toda costa hablar de la guerra, pues ya bastante tenían con lo que ocurría todos los días.

A veces tenían que cambiarse de ubicación y con esa excusa de no tener peleas con los americanos, ambos jóvenes charlaban.

Una noche de verano, la tropa decidió detenerse en un pequeño sendero verde para descansar, pronto llegarían a su lugar.

Cada que podía o tenía tiempo libre, a Haruka le gustaba salir a mirar las luciérnagas del verano. Aumentan cada vez más, y si miras con atención parece un retrato del cielo tapizado de estrellas, brillantes y llenas de paz, una paz indescriptible bajadas a la Tierra. Soltó un suspiró y se recargó en un viejo árbol de cerezos.

-Bonita noche, ¿no crees?-.

Y el de cabellos azabaches miró al castaño llegar y asintió ligeramente con una sonrisa. Desde que había dejado el campo para entrar a la enfermería de la tropa por falta de enfermeras, no había visto cosas tan más horribles. Desde cadáveres deformes a causa de las bombas, hasta cuerpos que más del 90 por ciento de ellos están quemados hasta el hueso, hasta cuerpos con heridas putrefactas infectadas con gusanos, había muchas veces que lloraba sin que nadie se diera cuenta de ello. O eso hasta que cierto joven llegó a la carpa, aquel de ojos verdes como la esperanza.

Desde aquel momento, dejó de llorar y si algún herido se iba de aquel infierno, el trataba de estar ahí, diciéndole que el dolor pronto se disiparía y ya no sentiría más que alivio, y, con alegría infinita miraba partir a aquellos soldados que, ya no merecían sufrir más. Y quien le había ayudado a entender eso era Makoto.

-Las luciérnagas nunca dejaran de brillar a pesar de los tiempos. Quizá porque llegarán mejores.- Respondió Haruka atrapando una sin aplastarla y colocando sus manos para dejarla ir. Cosa que aquel insecto no hizo.

-Al parecer la luciérnaga tampoco quiere alejarse de Haru, ¿verdad?-. Agregó Makoto con una sonrisa y sin poder evitarlo más se abrazó a Haruka.

El azabache no hizo nada por quitárselo de encima, lo entendía. Entendía que  quisiera estar con él, así como también entendía que tampoco quería alejarlo.

Hacía ya 2 años que se conocieron en aquella carpa, a veces Makoto llegaba herido, sin embargo Haruka hacía de todo con tal de que no pasara nada más de eso. Porque amaba tenerlo cerca.

-Nunca te dejaré, lo prometo. Siempre volveré, Haru-. Habló el de cabellos castaños recibiendo una afirmación suave separándose un poco del abrazó para ver los ojos húmedos de Haruka a causa de las lágrimas: lágrimas de felicidad.

Cuando Haruka se enlistó al ejército después de que la casa en donde vivía con su abuela fuese bombardeada, pensó en que ya nadie lo esperaba y por eso, al menos, sería útil para la nación. Pero ¿ahora? Ahora estaba feliz de que alguien deseará estar con él.

Y, con el dedo pulgar, Makoto limpió con suavidad las lágrimas de Haruka que resbalaron por sus mejillas, sonrió con ternura sintiendo la brisa del verano mover sus cabellos, las luciérnagas volaban a su alrededor, elegantes y hermosas adornando así un primer beso entre estos dos jóvenes.

Un beso, simple, dulce, lleno de todos los sentimientos posibles que un hombre puede expresar, y mientras aquel dulce beso iba intensificando al pasar de los segundos, también subía el nivel el recorrido de las manos curiosas, que acariciaban la piel que poco a poco se mostraba delante de ellos, poco a poco las ropas cayeron al pasto húmedo por el rocío; los gemidos escapaban de ambas bocas, jadeando y deseándose más. Los susurros de aquella noche se concentraban en sus nombres sin más, las manos en recorrer cada centímetro de piel del otro.

El sudor bajaba despacio impregnando su piel, el sonido húmedo de cuerpos juntándose, y las lágrimas de placer, todo esto fue presenciado por aquella noche en medio de la Segunda Guerra Mundial.

-Cuando la guerra acabe… estaremos juntos, ¿verdad?-. Habló Makoto acariciando los negros cabellos de Haruka que se mecían un poco a causa de la brisa del verano, Haruka se apoyó más en el pecho fuerte en el que estaba recostado y asintió ligeramente. “Nada me gustaría más” susurró.

 

Una mañana hubo un nuevo combate, pero a causa de una epidemia de hepatitis A muchos de los soldados estaban muriendo, y así muchos de los soldados que aún estaban en entrenamiento acudieron al campo de batalla, entre ellos el ángel azul de la enfermería que retomaba su cargo como soldado y no más como un enfermero.

-No, debes irte-. Le reprendió Makoto.

Pero Haruka se negó.

Cuando llegó el ejército americano, hubo una total diferencia, ellos los rebasaban por número, sin embargo no se inmutaron, Makoto miró a Haruka y volvió a pedirle que se marchara, que no estuviera ahí, sin embargo volvió a recibir una negación como respuesta.

Hubo mucha sangre, tanto americana como japonesa, muchos muertos durante aquel enfrentamiento, y lo último que Makoto escuchó fue una bomba estallar.

Cuando Makoto despertó creyó ver a Haruka atenderle como siempre lo hacía, pero esta vez, quien estaba delante suyo era una de las chicas de la enfermería, se levantó asustado buscando a Haruka con la mirada entre todos los soldados heridos de ahí, sin conseguirlo se levantó de la cama como pudo, apartó a la enfermera, a todo aquel que se interpusiera, y a pesar de que sus heridas dolían, nada lo detendría, buscaría a Haruka, no lo halló en ningun lugar.

Caminó al lugar de la batalla, sentía la humedad de la sangre que manchaba las vendas, sin embargo no se detuvo, lo encontraría.

Y entre cuerpos calcinados y putrefactos lo miró con el rostro ensangrentado pero con el mismo brillo azul en sus ojos.

-Haru…- susurró Makoto con lágrimas en los ojos.

El de cabello negro le sonrió y cerró los ojos por un momento.

-Sabía que volverías-.

Makoto se inclinó un poco para acariciar su fría frente. Haruka moría.

Y a pesar de sus múltiples y profundas heridas le dolían de una manera inhumana, cargó a Haruka que agonizaba en su espalda y comenzó a caminar a paso lento por aquel campo muerto.

-Tengo frío-. Susurró Haruka.

-Descuida, pronto llegaremos a la enfermería y te pondrás bien Haru… ya no hables.- Susurró Makoto tragándose el llanto, debía mantener la compostura.

-Makoto… las luciérnagas están brillando como aquella noche-. Susurró Haruka.

Y Makoto alzó la mirada topándose con la negra noche, Haruka moría, se repitió. Sonrió con amargura y asintió sin dejar de caminar.

-Las veo, Haru. Descuida, pronto estaremos ahí-.

-Makoto-volvió a hablar el de cabellos negros aunque cada vez más bajo- Te amo.

-Y yo te amo a ti, Haru-.

Y después dejó de sentir los suaves y casi intangibles respiros de Haruka en su cuello. Sin dejar de caminar, cargando tras de sí el cadáver de su amado continuó hasta aquella vereda de luciérnagas, dejó a Haruka en el pasto y limpió su sangriento rostro con un paño húmedo que traía consigo y con agua que había recogido del roció del alto pasto.

Sin dudarlo más se acostó a lado del de cabellos negros y le abrazó con fuerza, las lágrimas salieron de sus ojos inevitables, y antes del amanecer, ambos ya no estaban ahí.

Cuando la tropa los encontró ambos estaban muertos, uno a causa de las múltiples  heridas y el frio. El otro, a pesar de que estaba desangrándose, no murió de eso, sino de tristeza.

Aunque, ahora, ambos están juntos, en un lugar lleno de paz y tranquilidad iluminado por la luz de las luciérnagas que solo salen en verano.

 

Capítulo 2: Bajo el Cerezo. 


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