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Mariposa 蝶 por grupo tamashii

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Como lectora se que nadie lee las notas, así que les dejo esto acá: yo creo que se darán cuenta solas, pero lo aclaro igual. Los capítulos serán divididos en distintos personaje que redactan lo que viven.

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Italia, Génova.

«Hay bastantes cosas que no le he contado a nadie y que intento ocultar siempre que los detalles salen a la luz y circulan entre los conocidos, provocando risas, miradas extrañas, silencios incómodos y comentarios inapropiados.

Por ejemplo, que de pequeño tomaba los vestidos de mi hermana mayor, y en secreto bailaba vals junto a mi hermano gemelo, mientras mi padre tocaba wals jazz nro 2 con su violín en el salón. Debo admitir que él sólo lograba susurrar una pequeña parte de la grandeza que aún hoy tiene esa pieza maestra del ruso Shostakovich. O que mi hermano besaba a mi primo cuando teníamos cuatro años, aunque ya no lo hace, porque mi primo se fue a España cuando cumplimos los seis y de eso pasó aproximadamente una década. Que lloraron mucho cuando se separaron, porque a pesar de pelearse bastante se querían demasiado, y les asustaba la idea de estar lejos el uno del otro.

Tampoco dejo que sea noticia comentada mi profunda pasión hacían los libros extraños y obsoletos, de tapas viejas y hojas amarillentas, como cada uno de los grandes ejemplares que hay en la biblioteca de casa.

Y no hay muchos que sepan que soy un hechicero. Que de ahí viene mi amor por esos libros llenos de historias de magia, criaturas espeluznantes, héroes sin miedo alguno, y flores de aspectos delicados capaces de inyectar venenos tan mortales como la hoja de una espada.

¡Oh! ¡No hay persona normal que sepa que todos los que tienen mi misma sangre son descendientes del grandísimo Merlín! Y por ese detalle nadie ajeno a mi familia debe saber que en el pasado fuimos los causantes, junto a otras dos grandes familias, de una gran guerra de magia hace más de cien años. Creo que todos seríamos asesinados en menos de una semana si esto saliese a la luz.

Pero claro, esos son solo secretos ocultos, detalles insignificantes que no se deben saber».

Mi profesor lee mi redacción una y otra vez.

Intenta encontrar fallos. Algo que esté de más, algo que falte. Por su expresión deduzco que no encuentra lo que busca.

La consigna era sencilla: crear un texto donde la realidad se entrelace con la fantasía.

Sé que hago trampa, que no hay ninguna mentira en mis palabras escritas, pero entiendo que nadie normal puede ser capaz de diferenciar mi realidad con un cuento simple de magos y brujas.

El profesor se impacienta y comienza a marcar el ritmo de una melodía silenciosa con sus dedos.

El timbre suena, coge su bolígrafo, escribe la calificación y me entrega el trabajo. Suspira, y por primera vez en el año lo veo sonreír con sinceridad.

—Felices vacaciones —dice.

Lovino me espera al otro lado de la puerta. Su semblante es serio, aunque sonríe al verme.

—¿Qué tal?—pregunta.

Le entrego la hoja y sonrío. Me mira, hace una mueca de enojo y me golpea. Yo río y él simplemente suspira.

—¡Al menos deberías felicitarme, fratello!

Él sonríe y niega. Emprendemos la marcha, caminamos rápido, sin intercambiar palabras.

—Tuve otro sueño —dice de pronto—. Esta vez es en una iglesia. Un hombre o un muchacho, no sabría decirte, levanta los cerámicos del suelo, uno tras otro, lo hace con una facilidad asombrosa, hasta que llega a uno que no logra levantar. Aparece otro chico y entre los dos lo sacan. Debajo del cerámico no hay concreto como en el resto del suelo, sino una caja. Es pesada, por eso ambos deben subirla. La abren y...

Enmudece. Se queda en silencio por varios minutos. Sé lo que hace: intenta recordar un detalle. Deja de caminar y me mira. Sus cabellos castaños se vuelven dorados y sus ojos verdes brillan bajo la luz del sol.

—Y saca un libro...

Abre la boca para agregar algo más, pero guarda silencio cuando un grupo de chicas pasa a nuestro lado. Algunas nos miran de reojo y ríen tontamente. Se marchan tan rápido como llegaron.

—¿Qué tenía de especial ese libro? —pregunto.

—No lo sé. Pero creo que era importante... ¿Quién iría a una iglesia en medio de una tormenta de nieve a buscar un libro escondido en el suelo?

—¿Alguien ingenioso?

—Alguien desesperado —murmura. Hace silencio y me mira fijo, no pestañea, ni se mueve—. La caja tenía una Marca de Sellado.

—¿Cómo era? ¿Compleja?

—Si: Magia Antigua, más complicada de lo que recuerdo haber visto hasta ahora —sonríe y me guiña el ojo—. Felicidades por aprobar la materia —dice, me entrega el trabajo y revuelve mi cabello.

Su sueño hace eco en mi cabeza mientras caminamos. No tiene sentido. Lovino no habla en el camino de regreso a casa. Yo tampoco.

Me han dicho lo extraña que es mi relación con él. Que es anormal el silencio que se forma cuando estamos juntos. Simplemente no necesitamos muchas palabras para entendernos.

Mi hermana nos espera en la puerta de casa. Su semblante es serio, y sus ojos brillan con fuerza. Me recuerda a cuando éramos pequeños y un auto arrolló al gato. Ella nos esperaba de la misma manera. En ese momento Lovino y yo nos asustamos porque mi hermana es extraña: puede ser la persona más tierna y en segundos ser la más violenta. Y cuando nos dijo lo del pobre gato, nos abrazó... Y lloramos como los niños que éramos.

Cruza los brazos en cuanto nos ve.

—¿Por qué llegaron tan tarde?—pregunta. Chasquea la lengua y se muerde el labio. Es uno de sus extraños tics nerviosos—. No importa. Pasen, hay visitas.

En el salón padre y madre hablan en voz baja con un hombre moreno que no recuerdo haber visto. Sus ojos son verdes, y tiene un extraño acento. Sonríe al vernos.

—¡Cuánto han crecido! —exclama. Nos da un beso en cada mejilla y ríe tontamente—. ¿No se habrán olvidado de su tío, no?

Vuelve a reír cuando lo abrazamos.

Lovino lo ataca con preguntas. Cosas como: ¿Qué tal España?, ¿cómo andan todos allá?, ¿hacen salsas ricas?

—¡Lo mejor son las chicas! —dice alguien. Reconozco la voz. Es mucho más madura, pero igual de dulce, cariñosa e infantil que antaño.

—¡Antonio!

Lovino lo abraza y hago lo mismo.

Sigue siendo más alto que nosotros, está delgado y su piel está morena gracias a años de estar bajo el potente sol en las hermosas playas españolas.

—Felicidades por pasar de año —dice.

Antonio habló mucho durante toda la tarde. Contó sobre España y la isla donde estuvo viviendo, sobre el mar y la arena, sobre sus amigos y sus novias, los tomates y sobre cuánto extrañaba estar con la familia.

Cuando dijo esto último acarició la mano de Lovino, quién se sonrojó instantáneamente. Me atraganté con el té y a mi hermana soltó la taza de las manos. Dijo una palabrota, y se cubrió la boca. Lovino sonrió, apretó la mano de Antonio y clavó sus ojos verdes en mis pupilas marrones esperando una muestra de reproche, desprecio o desagrado. Le guiñé un ojo, y no quedaba nada más que decir.

Al parecer el paso de los años no es suficiente para cambiar los sentimientos que tenemos hacia los demás.

La tarde pasó en un soplido. Mi tío y mi madre cocinaron la cena, por lo que ahora estamos todos sentados alrededor de la mesa. Se trata de un plato tradicional de la familia, algo que a pesar del paso de los años, de las nuevas tecnologías y de los nuevos sabores de los ingredientes, no ha cambiado en lo absoluto. El mismo plato servido de la misma manera, y el mismo sabor que tuvo antaño.

—¡Spaghetti al fileto!

Cuando era pequeño esta escena se repetía constantemente. Todos alegres: riendo, haciendo bromas, ignorando los males, la muerte, y la desesperanza que crecía fuera, siendo simplemente felices, compartiendo un momento en familia, una sonrisa y un plato de comida.

Admito que hoy no es lo mismo. Muchas cosas han cambiado... Como por ejemplo las arrugas en el rostro de papá, y los cabellos blancos en la cabeza de mamá, o la sonrisa constante en el joven rostro de tío, o la mirada soñadora de mi hermana mayor.

—¿Y Paulo? —pregunta Lovino—. ¿Decidió quedarse allá?

Siento el ambiente tensarse. Un silencio abrumador se forma en la mesa. Observo los rostros de todos. Mamá está sería, al igual que papá. Antonio mira su plato y revuelve con desinterés los restos de su cena, los ojos de tío están húmedos. Llora.

Tío pide permiso y se marcha. Desde mi sitio logro escuchar la puerta de entrada cerrarse.

—Está muerto _dice Antonio. Levanta la vista. Él también llora, clava sus ojos verdes en mi hermano—. Lo... Lo asesinaron.

Guarda silencio.

—Hace un año se reportaron tres ataques de robos en casas de magos de apellidos y sangres antiguas. Esas veces no hubo muertos —explica mi padre—. Hace un mes se reportaron otros asaltos: uno en una Iglesia en Inglaterra que era protegida por los Kirkland, la familia más antigua del Reino Unido, otro en Noruega, donde mataron un Clan entero de Guardianes... Sobrevivieron sólo dos miembros. Luego, atacaron un monasterio en España que era cuidado por nuestra familia... Paulo era el Segundo Guardián de Primer Rango. Y no dudaron en matarlo...

—Se reportaron otros ataques —dice mi madre-. Pero estos tres fueron los más importantes... Por el valor de lo que se robaron.

Mamá guarda silencio. Antonio traga saliva y nos mira.

—Se llevaron Dos Libros Sagrados, uno en manos de los Kirkland, y otro en las de los Nórdicos —dice.

—Y cuando mataron a Paulo, mataron al Herrero: a Scorpius, el forjador de armas —dice papá.

Scorpius. El Forjador, el Herrero, el Artesano. Un demonio de poder inigualable que se transmite al primer hijo del primogénito de mi familia, capaz de convertirse en cualquier arma que su portador desee. Mi tío poseía al demonio, y lo legó hace ya muchos años a su hijo mayor. Nadie podrá volver a invocarlo: magia antigua que se perderá en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.

Lovino se levanta de la silla y golpea la mesa. El horror y la sorpresa se funden en sus ojos.

—¡Se ha perdido! —grita—. ¡Ha desaparecido!

Enmudece, sus pupilas se dilatan, y comienza a llorar. Paulo ha muerto. Nuestro primo mayor ha perecido.

Antonio retoma su llanto, y las lágrimas y la angustia acuden a mí.

Paulo fue quien me enseñó a caminar, quien me ataba los zapatos y me alcanzaba las galletas de la repisa más alta, quién peinaba mi cabello cuando los demás olvidaban que existía. Antonio siempre tuvo ojos para Lovino. Y Paulo para mí.

Lovino me abraza y llora en silencio, creo que él estaría igual que yo si le pasase algo a Antonio.

-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Alemania, cerca de Bonn.

El reloj marca las 3.35 a.m. pero no es su alarma lo que me despierta, sino los sonidos de metales chocando una y otra vez con gran estrépito fuera del cuarto.

Mi hermano ya está levantado. Puedo ver la sorpresa marcada en su rostro.

—¡Gilbert!¡Vamos, apurate!—dice—¡Estamos bajo ataque!

Sus palabras me dejan estupefacto... ¿Bajo ataque? Escucho una explosión muy cerca de donde estamos. Y el peligro se hace real, una corriente de adrenalina y miedo recorre mi cuerpo. Salgo de la cama demasiado rápido, me mareo y tropiezo. Ludwig se acerca y me ayuda a levantarme. 

—Ni se te ocurra sufrir una crisis —dice.

Me alcanza mis zapatos y mi chaqueta y salimos de nuestro cuarto. En los pasillos no hay nadie. Pero una batalla se está librando muy cerca: puedo oírla y olerla. Decenas de personas chocando sus armas, fuego por todos lados y sangre. Mucha sangre.

Ludwig va por delante y se voltea a verme a cada rato. Vamos camino a la armería.

—¡Chicos! ¡Están bien! —exclama alguien cuando entramos. Es Mathias, uno de los jóvenes que llegaron de intercambio. Carga un hacha de doble filo, nos mira y sonríe—. Vamos tras ellos.

Salimos y corremos hacia el patio. Ludwig lleva sus preciosas Luger P08, están cargadas, listas para disparar. Llevo mi espada, es pesada y su empuñadura está helada, apenas lo noto, efectos secundarios de años de duro entrenamiento.

Goldene Kugeln und Schatten —dice mi hermano. Sus pistolas brillan, y el color cambia: el acero se transforma en oro, las balas en sombra.

Cuando tenía 10 años y mi padre murió, nos heredó sus armas. Una espada de zafiro y unas pistolas alemanas. Nadas más que eso, ni dinero, ni propiedades. Nuestra madre no soportó el parto de Ludwig, y como no teníamos más parientes, nos llevaron a una academia y nos enseñaron a pelear y a hacer magia. Magia básica y simple. Fácil.

Drømmen om blod susurra Mathias en danés, su lengua natal.

Tod und BlutSaphir —grito. Siento mis manos arder y la empuñadura volverse parte de mí. "Muerte y sangre, zafiro", somos uno, en vida y hasta la muerte.

La batalla es feroz. Sangre, muerte y ceniza. Vamos perdiendo.

—Han caído muchos de los nuestros —grita Mathias. Clava su hacha en el pecho de uno, el filo empapado con sangre brilla bajo el fuego.

—Sigue —grita Ludwig. Apunta y dispara. Balas de sombra y oro... Destellos negros y dorados surcan el aire cada vez que jala el gatillo.

—Voy diez —les grito. Escucho la risa de Mathias y un nuevo impacto de su hacha.

—Voy ganando, ¡doce!

—No se trata de quien lleve más —dice Ludwig—. Pero si quieren jugar... ¡Voy veinte!

Suelto una carcajada. A pesar de la situación no puedo evitarlo.

Siempre me preocupé por mi hermano, vivió tantas cosas que le obligaron a crecer y convertirse en un hombre antes de tiempo, y yo, a su lado, no pude hacer nada para evitarlo: no pude prometerle siquiera crecer rodeado de felicidad, ni ser el apoyo que realmente necesitaba. Sigue siendo un niño que viste de adulto.

Cada vez hay más enemigos y la lucha es más brutal a cada momento. Peleamos los tres hombro a hombro, intentando no alejarnos demasiado. Mi hermano sigue disparando, derriba enemigos como si estos fuesen simples objetivos de práctica, y esta no una batalla sino un entrenamiento.

—¡Gilbert! ¡Se convierten en polvo! ¡Es magia! —grita

Es cierto. Los cuerpos caen sin vida y tras pocos minutos se convierten en polvo y ceniza.

—Son clones...

—Busquemos al principal —dice Mathias. Se voltea y empieza a correr. Ludwig suspira y lo sigue, hago lo mismo.

Llegamos al campo de entrenamiento, Mathias frena y lo alcanzamos. Nos rodea un infierno de muerte y destrucción, de sangre y tierra.

Lo que alguna vez fue nuestro lugar de entrenamiento fue reducido a escombros y polvo. Mathias se voltea, abre la boca para decir algo, sus ojos se abren de par en par y cae tendido sobre el suelo. Hay alguien tras él, Ludwig dispara, y una capa de polvo cae sobre mi amigo. Los gritos aumentan, y Ludwig retoma sus disparos, nos rodean. Intento acercarme a Mathías pero no puedo, hay demasiados.

Estoy a pocos pasos de él, se escucha una explosión, la puerta del complejo ha explotado, me volteo por mero instinto y siento un gran dolor. Una daga, un cuchillo, fuego o hielo. Algo se ha clavado en mi espalda. Los gritos y el ruido aumentan su volumen.

Caigo de rodillas, volteo. Un chico delgado, de cabellos castaños y ojos verdes me observa, su mirada denota pánico y miedo.

Fue él, él me disparó, él se atrevió a atacar a mi grandiosa persona, él pagará. La ira invade mi mente. Intento levantarme, ponerme de pie. Mis rodillas tiemblan y caigo al suelo.

Voy perdiendo el conocimiento. Siento las manos de Ludwig voltearme.

—Resiste hermano, resiste, no cierres los ojos —dice.

Hay otra explosión.

—Ivan Braginski acabará con ustedes —dice alguien cerca de nosotros. Intento empujar a mi hermano, que huya o se esconda. Que sobreviva.

—Es la Orden —dice—. Nos ayudarán.

Sigue hablando, pero no entiendo lo que dice. Me pierdo en mi mundo, donde todo se va oscureciendo, reflejando las llamas violetas que desprende Ivan, el rostro manchado de sangre y los ojos cerrados de Mathias, y las pupilas verdes del chico, que simplemente observa todo lo que sucede a su alrededor.

Negro, oscuro, negro...

 

 

Notas finales:

Goldene Kugeln und Schatten: Balas de oro y sombra (Alemán).

Drømmen om blod: Sueño de sangre (Danés).

Tod und BlutSaphir: Muerte y sangre, Zafiro (Alemán).

¡Espero que les guste este capítulo!

 


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