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Mariposa 蝶 por grupo tamashii

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Reino Unido, Inglaterra.

—¿Estás seguro que él servirá?

La voz de Ivan es suave, como una brisa. Esconde la gran dureza de su carácter. Es una persona atemorizante y peligrosa. Una sonrisa adorna sus labios.

Observa al chico rubio que está a lo lejos. Intenta medirlo, determinar cuánto vale...

Clava sus ojos en mí esperando una respuesta.

—Completamente seguro. Es lo que estás buscando.

Arthur Kirkland, el último de la familia de la Orden Inglesa, está hace una hora sentado en el mismo lugar bajo la lluvia.

—Es un poco siniestro —comenta Iván. Sonríe con la inocencia de un niño—. ¿Cómo puede quedarse tanto tiempo en un cementerio y no tener ganas de matar a nadie?

Arthur no llora. Sólo observa. Sitúa su mirada en cada una de las lápidas. Todos y cada uno: ahí están los Kirkland, aquellos que lucharon hasta el fin con fiereza, sin buscar ayuda de nadie, sin rendirse, sin escapar a su destino, sin temerle a la muerte.

—Es raro que no esté mojado —dice el muchacho que nos acompaña. Ivan sonríe y yo suspiro.

—Pequeños novatos —canturrea Ivan—. Novato, novato.

—Mira dónde está parado... ¿Ves el círculo que está a sus pies? Es un pentagrama que le protege de la lluvia...

—¡Cómo un gran paraguas mágico!

El chico sonríe tontamente y suelta una risilla. Sus ojos celestes, ocultos tras los vidrios de sus anteojos, se iluminan como los de un niño al cual le regalan un gran juguete en navidad.

—¿Puedo jugar con él? —pregunta.

Ivan mira al chico y sonríe. Se lleva un dedo a los labios y hace como si pensara. Un estúpido e irritante gesto. Demasiado infantil, ingenuo, falso.

—Claro... Pero no te pases—. El chico asiente y desaparece. Ivan me mira. Está serio. Siento los vellos de mi brazo erizarse—. Señor Edelstein, repetiré la pregunta: ¿crees que él servirá?

*-*-*-*-*
Italia, Génova.

Lovino se levanta a gran velocidad. Suelta su taza, ésta se rompe en mil pedazos y el contenido se esparce por el suelo. Pierde el equilibrio y cae.

Pierde la conciencia. Tiene una expresión de terror cuando toca el suelo, como si el lugar que tiene frente a él le produjera pánico o terror.

La puerta se abre y Antonio vuelve a entrar. Suspira, parece alterarse por breves momentos.

Suelta una maldición en español y se acerca a nosotros.

Me mira. Su rostro cambia, se relaja con una facilidad extraordinaria.

Sus ojos verdes están serenos, logran tranquilizarme.

—Estamos bajo ataque —dice. Sonríe tontamente y me guiña un ojo—. ¿Vamos a patear algunos traseros?

Toma el cuerpo dormido de Lovino entre sus brazos con una facilidad sorprendente y sale del cuarto.

La puerta del cuarto de mi hermana se abre y ella sale. Lleva una sonrisa en los labios y una mirada de determinación en sus ojos.

—¿A dónde creen que van? —pregunta.

Antonio levanta los hombros y sonríe. Es un gesto tonto y despreocupado, acompañado con una mueca infantil.

Estoy asustado, muy asustado. Ellos lo toman como un juego, puedo notarlo con facilidad observando su comportamiento.

Mi hermana obliga a mi primo a dejar a Lovino en su cuarto. Lo deja con delicadeza sobre la cama y besa su frente.

—Deberías quedarte aquí y cuidarlo —dice mi hermana. Niego su sugerencia con una inclinación de cabeza.

Antonio corre por los pasillos con un rumbo fijo, lo sigo.

—Vamos a la escalera que da al patio —dice—. Así no nos cruzamos con ningún obstáculo hasta que lleguemos al salón.

Oscuro. Todas las luces de los pasillos están apagadas. Antonio sigue corriendo, lo hace con determinación.

El silencio es aterrador cuando llegamos al patio. Frenamos.

Una suave melodía llega desde el salón principal. Un violín y un piano.

Cuanto más nos acercamos la melodía es más sonora, más afilada, más intensa.

Bouna fortuna —dice mi hermana.

Frenamos frente a la puerta. Intentamos observar el panorama de adentro a través de los cristales... Imposible, no podemos ver nada. Antonio pega la oreja contra la madera. Es un gesto tonto... Todos los sonidos se filtran y llegan a nosotros... La risa de mi padre es extremadamente sonora.

—¿Podríamos empezar a divertirnos? —grita mi padre, mi tío ríe y Antonio palidece.

—Agáchense —grita. Y ocurre algo extraordinario.

—¡Crescendo!

La melodía comienza a ser más fuerte, más sonora, más violenta.

La melodía es desgarradora. Siento más y más presión en mi cabeza, mi hermana grita. La madera de la puerta se hace añicos al igual que los cristales. La música cesa de golpe. Nos cuesta levantarnos, el dolor es agudo, pero desaparece en breves segundos. Y entramos.

El salón es un caos.

De pequeño era mi habitación favorita. El piso de madera pulido e impecable me permitía poder desplazarme con gracia y agilidad, las mesas esconderme cuando jugábamos al escondite, y su amplitud esparcir todos mis juguetes a como me placiera. Es un simple recuerdo.

Todo está destruido. El suelo lleno de cenizas y sangre, las mesas tiradas a los lados, decenas de figuras que ingresan, una tras la otra, mi padre en el centro del salón con su violín en alto, los dedos de la mano izquierda sobre las cuerdas y el fino arco apoyado sobre estas. Mi tío está en el piano.

Mi familia es muy peculiar. Todos hechiceros reconocidos, poderosos e inteligentes.

Algunos fueron protectores de reyes, otros grandes creadores de pociones, otros músicos, otros pactaron con espíritus.

Mi padre nos observa y sonríe. Levanta el arco y lo deja deslizarse. El instrumento suelta distintas notas y crea una melodía, es suave y hermosa.

Moderato —dice mi padre.

Un muro invisible nos rodea.

—No creo que podamos salir —susurra Antonio.

—No podrán, es un muro de protección: Moderato. No intenten escapar, no quiero que sean un estorbo y se lastimen...

Mi tío ríe con histeria. Desliza los dedos con una velocidad impresionante a través del piano, creando una melodía irritante y juguetona. Es de ataque, la mayoría de los atacantes se deshacen en nubes oscuras de ceniza negra. Los pocos muebles que quedaban de pie cae con sonidos estrepitosos.

—Maldición —susurra Antonio.

La música es cada vez más y más irritante. El piano estalla de golpe y la música cesa. Mi tío maldice y mi padre suelta una carcajada. El salón queda en silencio.

Y ahí las escucho. Pisadas. Fuertes y potentes.

Las puertas del salón son quitadas de golpe de las bisagras. Un golpe. Solo un golpe.

Es una bestia.

—Creo que deberías ir a ayudar a mi esposa en donde esté... —dice papá.

—No querrás quedarte con toda la diversión —comienza a decir mi madre. Ingresa por el hueco por donde entramos nosotros. Está cubierta de sangre y ceniza. Lleva una espada pequeña que gotea sangre negra y espesa—, ¿no? Siempre fuiste egoísta a la hora de jugar...

—¡Esto me recuerda a los viejos tiempos! —exclama mi tío. Parecen emocionados, como si fuesen tres niños que pisan un parque de atracciones por primera vez.

—Éramos tan jóvenes... Nosotros contra el mundo —comenta mi padre.

—Aun lo somos, cariño —dice mi madre.

—¡Cuidado! —grita Antonio. La bestia se abalanza contra ellos con una violencia y una velocidad extrema.

Mi madre clava su espada en la dura piel del animal. Esta se hunde en la carne hasta la empuñadura, mi madre maldice y suelta el arma. Un olor putrefacto emana de la bestia.

El piso comienza a arder con las llamas del mismo infierno. Siento el calor atroz que produce el fuego y escucho los crujidos de la madera al quemarse. La casa se vendrá abajo.

*-*-*-*-*-*-*
Francia, París.

El agua hierve dentro de la pava metálica expulsando volutas de vapor por el pico.

Gilbert susurra cosas inentendibles en sueños. Lleva dormidas 17 horas seguidas.

Normalmente no se lo permitiría, pero en doctor lo recomendó.

Temí su muerte y aun la temo. Es todo lo que tengo, a él y a su estúpida mirada carmesí.

Un mes. Hace un mes exactamente sucedió el ataque. Nos tomó por sorpresa en medio de la noche. Tantos muertos... Y se suponía que nosotros éramos el equipo más fuerte, más poderoso. Fuimos aplastados en meros minutos. Aplastados, dominados, reducidos.

El recuerdo es demasiado nítido, demasiado palpable.

Gilbert despertó hace una semana... Nunca me sentí tan aliviado.

Lo siguiente fue el traslado. Francia es bellísima. París lo es. El departamento es pequeño, pero acogedor.

La puerta se abre y entra el dueño del piso.

—El agua hierve —dice. Sus ojos celestes están tapados por gafas finas y su cabello rubio y largo recogido en una cola alta—. Mañana debemos partir.

—¿A dónde? —pregunta mi hermano. Su voz suena adormilada, acomoda su cabello y frota sus ojos al incorporarse.

Bonjour... A Austria, por supuesto.

Mi hermano hace una mueca.

—Ordenes son ordenes.

 

Notas finales:

*Bouna fortuna: Buena suerte (Italiano).

*Bonjour: Buenos días (Francés).

 

Música:

Crecendo: Es un término que se utiliza en la notación músical para indicar que se debe aumentar gradualmente la intensidad del sonido.

Moderato: Es un término músical que hacer referencia a una indicación de tempo moderado. Con movimiento a velocidad intermedia (80 negras por minuto) entre el andante (60 negras por minuto) y el allegratto (100 negras por minuto).

 


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