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Mariposa 蝶 por grupo tamashii

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Notas del capitulo:

Planeaba actualizar la semana pasada, pero tuve un hermoso problema con la computadora... Es decir, casi muero al estilo Romeo (yo) y Julieta (el aparatejo del demonio).

 

Espero que disfruten el capítulo, pues tardaré otras dos semanas en actualizar (?). 

 

 

Reino Unido.

El viaje en tren es largo y tranquilo.

Abandonamos Londres en un tren de pasajeros normales, y fuimos guiados hasta un compartimiento privado de Clase Alta perteneciente a la Orden.

No existieron conversaciones entre quienes me acompañaban, más allá de la invitación de Braginski a Roderich para tomar unas copas.

La invitación no fue negada, y ambos caballeros marcharon hacia el bar hace dos horas.

Algo que descubrí durante ese corto periodo es que hay personas que pueden comer mucho y jugar videojuegos al mismo tiempo, sin perder la concentración entre una cosa y la otra.

Mi compañero de viaje dedicó gran parte del tiempo a hacer esas actividades sin levantar la vista siquiera.

Mi madre solía decir que los libros son la mejor compañía que puede existir, sin importar la hora o la situación. Nunca llegué a ser capaz de desobedecer o ignorar sus palabras, porque jamás se equivocaba. Su libro favorito era "The little prince".

Lo he leído miles de veces, y llegó a gustarme tanto como a ella. Ella me regaló la copia que estoy leyendo en este preciso momento.

Mi madre era una mujer hermosa e inigualable. La más valiente y amable que jamás haya conocido. Mis hermanos heredaron la valentía y, por desgracia, yo heredé su belleza. Mi padre era un hombre imponente, tozudo y decidido, al igual que mi abuelo.

"No existe Kirkland que no sea testarudo y valiente", solía decir mi madre. Fue lo último que dijo cuando la batalla empezó.

Tenía tres hermanos mayores. Nate y Patrick eran gemelos. Eran dos dualidades andantes. Eran lo que el otro no. Eran complementarios. Scott era un canalla, era la persona más increíble y odiosa del mundo. Y el poseedor de la sonrisa más fiera del mismísimo universo.

El ataque duró muy poco tiempo, nos tomó por sorpresa. Eran demasiados.

—¿No te aburres de leer? —dice el chico—. ¿Arthur, cierto? Soy Alfred.

Su voz es extraña y molesta. Logra desconcentrar todos mis pensamientos.

—¿No te aburres de jugar con esa basura?

Mi madre me hubiese reprendido por ser descortés. Algunas veces rompo las reglas, sólo para escuchar sus palabras de enfado. Pero ya no llegan, ya es tarde, demasiado.

El chico suelta una carcajada y apaga su juego.

—Si, realmente. Supongo que hablar contigo será más entretenido, ¿no? —dice.

—No, prefiero leer los diálogos de los personajes a una conversación sobre juegos y comida contigo.

Él calla, y me observa fijamente. No puedo evitar devolver la mirada. Sus ojos son azules e intensos, incluso más que el cielo, mucho más hermosos que eso.

Su mirada cambia de fascinación a ira en segundos.

—Los Kirkland son traidores —dice—. Los últimos en entregarse, si no me equivoco.

—Vete a la mierda, gordo.

El ríe. Es un sonido amargo y feroz.

—Hablar contigo es incluso peor que ir allá.

Guarda silencio. Simplemente observa y sonríe.

—No somos traidores, nunca lo fuimos —digo—. Defendimos siempre nuestros ideales.

—¿Qué me dices de los Jones?

—Esos si son traidores. Traicionaron a sus amigos, a todos. A los Vargas, a los Bonnefoy, a los Beilschmidt, a mi familia. Fueron quienes nos entregaron.

—Mentira. Ustedes nos traicionaron antes —dice. Su voz suena encolerizada—. Nos dejaron a la deriva cuando estaban por atraparnos, no hicieron nada, sólo siguieron con sus planes, siguieron con la guerra.

—¿Y tú qué sabes de los planes? ¿Estabas ahí observando a las filas caer? ¿Estabas ahí observando cómo avanzaban las tropas humanas o incluso las tropas de la Orden?

Guarda silencio. Sus ojos denotan furia, y odio.

—Nos marginaron, nos obligaron a censurar la magia —susurra. Es una acusación, un reproche.

—Ustedes se marcharon, ustedes nos entregaron para poder evitar el castigo de la Orden, y que su poder caiga sobre otros.

—Ustedes no vivían en ese momento, como para hablar del tema, Señores Kirkland, Señor Jones —dice Ivan. Camina lento y se desploma contra el asiento, junto a Alfred. Su aliento apesta a whisky barato—. Algunas guerras deben ser olvidadas, espero que recuerden eso. Alfred, especialmente te lo digo a tí.

Alfred asiente y regresa a sus consolas y yo a mi libro.

—Preparense, ya casi llegamos.

—¿A dónde?

—Al puerto, hacia Francia.

*-*-*-*-*-*-*
Italia, Génova.

Las cosas sucedieron demasiado rápido, lo suficiente como para no poder comprenderlas con facilidad.

Feliciano sollozaba, cubierto de sangre y lágrimas, siendo presa del pánico, sin poder escapar del shock causado por lo que acababa de ver.

Mi prima temblaba ligeramente, completamente desprovista de armas, desprotegida.

Creo que fue algo impulsivo, un instinto de protegerlos, un sentimiento de desesperación al saber que eran lo único que me quedaba. La única solución era esa: dar batalla.

Luego un chasquido tan fuerte que podría ser capaz de partir al mundo en dos, y el ventanal cayendo en picada y estrellándose contra el suelo.

Y finalmente la magia atravesando el aire, cortando todo a su paso. Magia de categoría alta. Peligrosa, controlada, letal.

Y el último alarido de la bestia: un sonido de dolor que no llegó a ser.

Luego calma acompañada de los sollozos de Feliciano y los pasos lentos y seguros producidos por una figura desconocida, y sus manos tocando suavemente mi hombro. El chasquido de sus dedos frente a mi cara y su voz prevista del característico acento asiático.

Y la realidad cayendo sobre mí como un golpe.

—Soy el Capitán del Segundo Escuadrón de Defensa, Kiku Honda. ¿Se encuentran bien?¿Hay alguien más en esta casa?

Siento que todo es más verosímil, que todo sucedió en serio, y que ese hombre, que me observa fijamente a la espera de una respuesta, salvó mi vida. Feliciano sigue llorando, cada vez más fuerte, y mi prima lo abraza, intentando contener el dolor y la desesperación que siente.

—Mi primo está arriba —digo. Mi voz escapa en un susurro.

El hombre calla. Es un joven japonés, vestido de negro, con la insignia de alto rango de la Orden, y la empuñadura de una katana brillando desde el cinturón.

—No despierta.

La voz de un joven llega hasta mis oídos. Lleva a Lovino sujetado en su espalda, y lo arrastra por todo el salón.

—Muy bien, señor Jones —dice el japonés observando al joven que lo acompaña. Luego voltea a verme, y baja lentamente su mano hacia la empuñadura del arma en su cintura—. ¿Podría decirme quién es usted?

—Antonio Fernández Carriedo —digo automáticamente.

—Deberías estar en España.

—Vinimos a defender la casa de la familia.

—Deberán venir conmigo. Tengo órdenes de llevar al Sir Jones a Austria, creo que estarán mejor allá.

—Creo que se ha equivocado, él no es Alfred Jones...

—Alfred es mi hermano —interrumpe el chico—. Soy Mattew... Lo estoy buscando.

*-*-*-*-*-*-*
Francia, París.

—¿Estás seguro que vendrán a buscarnos? —pregunta Gilbert por décimo quinta vez. Parece aburrido y cansado de la espera. Voltea a verme, tiene una sonrisa en los labios—. Hey, Lud, estoy hablando. Deberías dejar de babear mirando niñas y fijarte en que mi grandiosa persona está gastando tiempo en comunicarse con ustedes.

Francis Bonnefoy suspira a mi lado. Estamos sentados en un banco del puerto, observando a los pasajeros descender de distintos barcos, en busca de personas conocidas o extrañas que luzcan las insignias de la Orden.

—Lo siento, Mi Señor, lamento que tenga que esperar —dice Francis. Un leve tinte de sarcasmo tiñe sus palabras.

—Gilbert, será mejor dejes de insistir con tus preguntas. Todos estamos esperando —digo. Mi hermano maldice en voz baja.

—Vengo en unos minutos —dice Francis—. Ustedes esperen.

Sonríe y parece un niño en busca de travesuras.

—Escuché que en los aeropuertos y estaciones ponen pianos para que las personas toquen.¿Crees que acá hay alguno? —pregunta Gilbert. Niego con la cabeza, parece decepcionado—. Es una lastima que en los puertos no haya.

—¿Sabes a quién esperamos? —pregunto.

—A Braginski, supongo. Ese hijo de perr...

—Buenas tardes, Gilbert, Ludwig. ¿Estabas diciendo algo, Gil?—. Gilbert tiene un sobresalto. Ivan apoya una mano sobre su hombro y sonríe. No es una sonrisa amable. Mi hermano se pone en guardia a mi lado. Parece nervioso y asustado. Ivan ríe suavemente y lo mira fijamente—. ¿Dónde está el otro chico? Se suponía que iban a esperar los tres juntos.

—Fue al baño -dice mi hermano. Le tiembla la voz. Se que odia eso: parecer débil y vulnerable.

Ivan toma asiento al lado de Gilbert. Creo que disfruta eso: estoy seguro que adora jugar e intimidar a las personas como si fuesen pequeños animales.

—Supongo que sólo debemos esperar... ¿Cómo quedaron tus heridas? Te hicieron puré como a un montón de verduras cocidas.

Gilbert comienza a ponerse rojo. Es algo que siempre sucede cuando intenta contener su temperamento. No responde, sólo inhala y exhala.

—El reposo le ha hecho bien, gracias por su preocupación —digo.

—Regresé.

Francis aparece. Tiene una sonrisa en los labios, una marca roja en la mejilla y unas botellas en sus manos.

—Te tardaste un poco —suelta Gilbert. Parece molesto, no por la tardanza, sino por tener que estar cerca de Ivan.

—Lo siento -dice, nos entrega las botellas y se dirige a Braginski—. Creí que estaría con Arthur Kirkland y Roderich.

—Deben estar por llegar, niño.

Francis parece intranquilo. Ivan produce esa extraña sensación en las personas, es un efecto instantáneo de su presencia.

*-*-*-*-*-*-*
Francia, París.

—Deben cuidarse de Braginski —dice Roderich mientras acomoda el equipaje en un carrito para bajar del pequeño barco que utilizamos—. No sé bien cuáles son sus planes, pero es alguien peligroso, que no dudará en utilizarlos si es necesario.

Respira profundamente y me mira.

—Creí que el plan de la Orden era usarnos —dice Alfred. Está ayudando con los bolsos. Es la primera vez que observo a alguien utilizar su poder para realizar una tarea tan simple. A decir verdad, es la primera vez que observo una magia como la suya.

Aparece y desaparece en un lugar y en otro en segundos. Parece teletransportación. Pero es una idea absurda.

—Es magia —dice Alfred con una sonrisa. Parece querer explicarme un chiste: "Es magia, pero no lo es... Simplemente se trata de un truco", o algo así de estúpido. Voltea a verme con una sonrisa traviesa. Parece haber olvidado toda discusión, todo problema, toda diferencia existente entre nosotros.

—Dejen de hablar. Trabajen más rápido.

Alfred se ofrece a llevar el carrito con el equipaje. Roderich nos conduce entre el tumulto de gente, y el aire apesta a sudor y pescado.

Logro distinguir la silueta de Ivan a lo lejos. Y un cabello rubio y lacio.

—Oh, Dios. No permitas que sea él —susurro.

Pero, como ya suponía, Francis Bonnefoy voltea a saludarme justo cuando llegamos al lugar donde el grupo estaba reunido.

—Tan encantador como una rata, mi querido Arthur —dice—. Como siempre.

—Así que no te llevas mal solo conmigo —susurra Alfred a mi lado.

Ivan sonríe y se pone de pie.

—Vamos, o perderemos el tren —dice—. No se separen del grupo, pequeños conejillos.

Hay algo espeluznante en lo que dice, algo que logra poner cada vello de mis brazos en punta. Es una alerta permanente que produce ese hombre. Roderich no se inmuta con las palabras de su compañero, pero parece estar pensando lo mismo que todos.

—Deberían presentarse entre ustedes —dice simplemente.

—Podemos hacer eso en otro momento.

Un auto nos espera a las afueras del puerto. Alfred arrastra nuestro equipaje en un pequeño carrito.

Francis habla en alemán con dos jóvenes que le acompañaban. Entiendo pequeños retazos de su conversación.

«No conozco al chico gordo».

«Un conocido de infancia».

«Un linaje poderoso; los Kirkland».

«Los Bonnefoy también son famosos».

«Prefiero la comida y las mujeres francesas» «La mejor cerveza es alemana».

—No entiendo nada de lo que dicen —declara Alfred. Me ha alcanzado hace segundos. Su respiración es agitada, y su voz, una exhalación—. Alemán, ¿cierto? ¿Sabes qué dicen?

«Chico gordo, chico gordo, chico gordo».

—No se me da bien el alemán.

 

Notas finales:

Bueno... 

Un agradecimiento especial a: Itachi Madness_Kitsune-bi,  PonyTomatoWoman, y a Anónimo-chan.

 

Si tienen alguna duda, queja, crítica, tomatazo, emoticón (?), etc, etc... ¡Dejen un comentario! Esa opción existe para eso :v

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Email: Camymnda@gmail.com

Fcebook:Camila Fiorito.

 

¡Gracias por leer!


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