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Mariposa 蝶 por grupo tamashii

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Notas del capitulo:

Me da un poco de vergüenza actualizar luego de tanto tiempo. 

A modo de disculpa pondré dos capítuloa.

 

¡Espero les guste!

Italia, Génova.

Kiku Honda trabaja muy de prisa. Ha llamado a la Orden, y todo agente disponible dentro de la zona ha acudido con gran velocidad a la Casa de los Vargas.

—Busquen sus pertenencias más indispensables. Ropa, algún libro de vital importancia, recuerdos familiares, fotos. Lo que crean necesario. Joven Jones, usted procure ayudar en lo que sea requerido —dice. Se detiene unos minutos y me mira fijamente, tarda unos segundos en retomar la palabra—. Intente empacar algunas pertenencias de su hermano.

El hombre asiático se marcha a paso rápido. Matthew suspira, asiente varias veces, como si intentase convencerse a sí mismo de algo.

—Lamento si les causo problemas —susurra—, pero permitan que les ayude en todo lo que pueda.

Antonio suelta una risa.

—No puedo creer que seas hermano de Alfred —dice—. Él es mucho más descortés.

Mi primo le da unas palmadas en la espalda al chico, y éste se sonroja abruptamente. Comienza a murmurar una respuesta inaudible.

—Voy a buscar algo para llevar —digo.

Los cuartos están intactos. No hay rastro alguno de lo que ha pasado, pero aún así, siento un gran pesar al caminar por el pasillo. Las puertas están cerradas, pero ahí están: a la espera de que sus dueños ingresen otra vez.

No hay mucho qué guardar. Ropa, unos libros de Lovino, un juego de ajedrez al que estuvo muy apegado, unos cuadernos donde tanto las visiones más catastróficas y las más hermosas están anotadas, mi flauta transversa y un libro de partituras.

—¡Feliciano! ¡Hey!

Antonio grita desde un cuarto cercano. El cuarto de mi tío.

Cuando lo encuentro, veo que sostiene un libro. Parece pesado, y posee tapas gruesas y desgastadas.

—Creí que había sido devorado por el fuego en España —dice—. Es uno de los Cinco Libros. Pero no dice nada. Está vacío...

Parece desilusionado. Pasa hoja tras hoja, sin encontrar nada.

—¿Cinco Libros? ¿Y eso?

Me mira desconcertado. Deja el libro en la cama y comienza a empacar.

—Los Cinco Libros. Son libros escritos por magos importantes y de renombre. Muy poderosos. Suelen estar en manos de familias importantes y sólo se conocen Cinco, pero es probable que hayan más.

—Y la Orden los está buscando —dice Kiku desde la entrada—. Necesito que sean más rápidos, debemos irnos.

Antonio frena en seco y deja caer ambos brazos con agresividad. Suelta una risa amarga y voltea a mirar al miembro de la Orden.

—Lo siento por tardar tanto —comienza. Hay un leve tinte de amargura empapando su voz—, pero mi padre acaba de ser asesinado, al igual que mis tíos, mi primo está inconsciente desde hace horas, y no puedo decir que es indispensable para realizar el viaje.

Kiku Honda asiente con la cabeza.

—Tienen diez minutos —dice y Antonio hace una mueca de disgusto—. ¿Es poco? Lo siento, pero el avión parte en una hora.

Antonio suspira y regresa a su tarea. Se dedica a guardar cosas de su padre en una maleta.

—¿Necesitas ayuda?

—No... Bueno, podrías ir sacando las cosas de su mesita de luz —dice—. Papá guarda muchas cosas. Importantes, antiguas, poderosas. Debo llevarlas...

—¿Qué pasará ahora? —pregunto. Él niega con la cabeza.

—No lo sé.

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Algún punto entre Francia y Austria.

—Es necesario un cambio, las ideas conservadoras son demasiado abstractas y fáciles de manipular para quién se lo proponga. Deberíamos sancionar normas más rígidas, menos conformistas.

El señor Roderich Edelstein habla, y por primera vez le veo alterarse. Pierde parte de su compostura entre palabra y palabra.

—El problema es que siempre hay alguien que se aproveche de estas situaciones. No se ha visto quién proponga cambios que lo haya hecho desinteresadamente, sin buscar algún bien para sí mismo, o que no haya traicionado sus convicciones ante la más mínima propuesta de soborno. Un sistema moderno implica nuevas formas de poder. Y el poder corrompe. Las Leyes Antiguas, a pesar de ser frágiles, presentan mayor dignidad para todos los magos que cualquier propuesta de modificación que he escuchado hasta ahora.

Cuando Ivan Braginski responde, lo hace con una suavidad aterciopelada en su lengua que provoca escalofríos a quien le escuche. Contrario a ello, sus ojos no dejan entrever ni fragilidad, ni vulnerabilidad ante las palabras de su compañero.

La conversación sube de tono cada vez más.

—¿Crees que vayan a golpearse? —pregunta Arthur.

El compartimiento en el que nos encontramos es pequeño, por lo que hemos tenido que dividirnos en dos grupos.

Los hermanos alemanes y el chico yankee están en el compartimiento vecino.

—No, parecen demasiado sofisticados para hacerlo —respondo.

—Tal vez sigan así un tiempo más.

Suspira y regresa su vista y atención a un pequeño libro que ha estado leyendo. Reconocería los gráficos en cualquier lugar. Es una copia antigua de Le Petit Prince.

Su concentración no dura demasiado, porque la discusión comienza a subir de tono. Arthur parece levemente asustado. Guarda su libro con cuidado y extrae un tomo de su bolso de viaje. Es más antiguo que cualquier libro que yo haya visto.

A pesar del desgaste, aún se pueden apreciar las tapas gruesas y rojizas y el dorado de las hojas. 

Abre el libro y busca una página. Comienza a susurrar algunas palabras en una lengua extraña, posiblemente muerta. Un pequeño círculo celeste se forma frente a él.

Ivan y Roderich dejan de discutir y le miran. Arthur termina y el pentagrama se expande hacia los adultos.

—Creo que ya no discu...

Antes de que termine su frase, los dos hombres de la Orden estallan en risas.

—Los niños son demasiado osados, Edelstein. Sobrepasan los límites.

El primero en retomar la compostura es Roderich, quien intenta respirar más pausadamente.

—Creo que aceptaré una invitación a beber, si la haces —dice. Braginski abandona su asiento.

—Podrías pagar tú en alguna ocasión.

Los hombres abandonan el pequeño compartimiento y se pierden de camino al vagón-cafetería. 

—¿Por qué siempre tienes que hacer estupideces? —reprocho. Mi acompañante parece frustrado.

—Creí que funcionaría... He estado estudiando este libro desde hace varios meses.

—Pues no funcionó, mi estúpido amigo. Y aparte, ¿crees que un chiquillo puede ser capaz de embrujar a dos de los pilares de la Orden con un pentagrama?

—No era cualquier pentagrama, estúpido. Es un problema mío, métete en tus asuntos.

Arthur grita las últimas palabras. Suele enojarse con mucha facilidad.

—¿Por qué era celeste? Tus pentagramas suelen ser trazos negros o verdes. Nunca vi que cambies...

—Nunca viste un pentagrama celeste. Es magia antigua —dice—. Se supone que los conjuros de este libro tienen una naturaleza oculta; no hay poder más grande, es... —Arthur enmudece, y desvía su mirada. Todo el orgullo evidenciado por el tono de su voz se pierde.

—No fue culpa tuya. —Levanta su mirada. Sus labios tiemblan y sus ojos comienzan a cristalizar.

—Francis, yo debería haber luchado, debería haberme quedado...

—"Debería haber muerto", ¿no? ¿Qué habrías ganado con eso?

Arthur es orgullo, terco, quejoso. Cuando era pequeño, sus padres solían dejarlo pasar las vacaciones en mi casa. No nos llevábamos bien, pero nos entendíamos. Él hablaba de libros y yo de armas. Sus reacciones, eso sí era divertido. Molestarlo consistía en la mayor parte de mis actividades diarias. Dejé de hacer eso cuando sus hermanos me colgaron de un árbol en una fiesta.

—Al menos no dolería tanto. No me sentiría tan cobarde.

—No lo eres. Había algo más importante que sus vida en ese momento y fuiste a protegerlo. Sólo cumpliste las reglas.

—Nada es más importante que la familia —dice. Toma aire e intenta calmarse—. Escuché unas cosas de tu familia, ¿qué pasó con ellos?

—Los tomaron desprevenidos cuando regresaban a casa. Mis padres tenían negocios con algunos humanos, por ello solían viajar mucho. Viajaron, volvían a casa después de un arreglo con un tipo de Suiza, y la ruta es traicionera cuando se lía con el cansancio. Según los Examinadores, su muerte fue instantánea, pero lo que sucedió después del accidente... bueno, fue brutal, los tanques de gasolina de ambos vehículos explotaron y los cuerpos quedaron irreconocibles... Podría haber sido peor.

—¿Incluso peor?

—Podría haber sido como lo de China o lo de Dinamarca. Podrían haber sufrido horas de torturas, incluso, podrían haber visto cómo todo su esfuerzo era en vano y sus fuerzas no eran lo suficiente para protegerse.

—Eso hubiese sido peor...

—Lo de tu familia fue terrible. Agradezco que no nos pasó lo mismo.

—¿Quiénes son esos chicos que iban contigo?

—No sé nada de ellos. Sólo que estuvieron en un ataque dado a la Orden en uno de los campamentos de entrenamiento o algo así. ¿Y del gordo que te acompaña?

—Alfred Jones. Es el nene de Ivan, por lo que vi.

—Que patético.

Arthur sonríe y asiente. Se sume en un silencio incómodo que es roto suavemente por el sonido del tren, los gritillos provenientes del otro compartimiento y el choque de las puertas al ser abiertas y cerradas con fuerza.

—Los dos chicos son alemanes. El mayor es algo molesto. Se aburrirá rápido y vendrá...

—Tres segundos —dice Arthur—. Tres... dos... uno..

Su conteo termina y tal como pensamos, nuestra puerta se abre, dejando ver el rostro cargado de diversión de Gilbert.

—Hagan un lugar, y tú, princesa —me dice—, esconde esto.

Levanta la mano y lanzan un pequeño paquete. Hago lo que dice.

Alfred ingresa en el compartimiento diez segundos después, seguido del otro chico alemán.

—Gilbert, devuelve su comida —dice el chico rubio.

—No la tengo...

—Sí, la tienes. ¡Dame mi hamburguesa! —grita Alfred.

Gilbert comienza a contar una historia espeluznante sobre cómo perdió la comida ante las atentas miradas de Ludwig y Alfred. Arthur me mira e indica en gestos que le pase el envoltorio.

Gilbert llega al momento crucial del relato. Gesticula el instante en el cual un perro de dos colas se comía la carne.

—¡Era enorme! —dice. Abre los brazos intentando abarcar el espacio que su monstruo imaginario ocupaba—. Así que no me atreví a...

Arthur es un idiota. A simple vista puede resultar lo contrario, pero, cuando lanza una hamburguesa a la cara de Gilbert, y demuestra su poca puntería dándole a Ludwig... bueno, no queda ninguna duda de lo que realmente es.

Ludwig demuestra su poca paciencia y su hermano no se la lleva fácil.

—Realmente dudo quién de ustedes es el mayor —digo señalando a Gilbert y a Ludwig.

Gilbert es un niño, y Ludwig, ha aprendido a afrontar los problemas con demasiada seriedad.

—Es culpa de Lud, por ser demasiado aterrador —dice Gilbert.

—No le eches la culpa al chico —dice Arthur. Suena molesto, aun así, una sonrisa se forma en sus labios—. No intentes remediar tu inmadurez con su personalidad.

Gilbert es un pendejo. No importa si le conoces o no; siempre aparenta ser un niño estúpido.

Dentro de lo que recuerdo de nuestro periodo de convivencia, no ha pasado ni un día en que su hermano menor no le haya reprochado algo. Lo último, como cabe esperar, fue el "sermón de la Hamburguesa".

Gilbert, con cara de no-entiendo-qué-dices-soy-un-santo, hace una de sus poses de ofendido tras las palabras de Arthur, gana una amenazante mirada de su hermano, y decide calmarse.

—Hace un rato Edelstein y Braginski pasaron por delante de nuestro compartimiento. Se estaban divirtiendo, parece —dice.

—Estaban discutiendo y Arthur hizo una estupidez. Por suerte les causó gracia y no mataron a nuestro querido amigo —digo.

—Ivan no suele olvidar las cosas... Debes cuidarte —dice Alfred.

—Ese mal nacido nunca olvida las cosas —agrega Gilbert—. Ya pasaron como dos meses del ataque a la Academia, pero aun sigue recordando constantemente que me hicieron... que nos hicieron pedazos.

—Tiene un sentido del humor demasiado bizarro...

—Y es un alcohólico —agrega Arthur—. Lo he visto más veces ebrio que dormido.

—Y eso que duerme mucho —dice Gilbert.

—Tiene un carácter defectuoso. Debería ir al psicólogo. Algunos humanos tienen buenas ideas.

—Espero que el viaje termine rápido —dice Ludwig. Su voz suena molesta, y su rostro comienza a mostrar irritación—. Ustedes hablan demasiado.

 

Notas finales:

Espero les haya gustado.

 

Cassi!


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