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Mariposa 蝶 por grupo tamashii

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Notas del capitulo:

Lo prometido es ley, y dos capítulos en un día. 

¡Espero les guste!

Austria, Linz.

El viaje es lento, y la noche cada vez más oscura. Por la ventanilla logramos ver retazos fugaces y ambiguos del paisaje que duerme afuera.

En el compartimiento mis compañeros se distraen y buscan cómo pasar el viaje amenamente. Por una parte nos ignoramos entre nosotros, y por la otra medimos la otra medimos cada uno de los movimientos y las palabras ajenas. La confianza es escasa, pero eso no impide que cada quien se meta y pierda en su propio mundo.

Arthur intenta concentrarse en la lectura de uno de sus muchos libros de tapas viejas y sucias, pero su tarea se dificulta gracias a la tenue luz que ofrecen en el tren. Alfred juega con su consola ruidosa, y hace muecas raras y graciosas cada pocos segundos. Ludwig, que intenta dormir, se tapa los ojos con una de sus manos y respira acompasadamente. Y Gilbert, a su lado, murmura una canción vieja mientras mira el paisaje a través de la ventanilla y marca el ritmo chocando sus delgados y pálidos dedos contra el sucio cristal, como si de un piano se tratase.

—¿Saben a dónde vamos? —pregunto, y esa falsa y tranquila concentración se extingue como una hoja de papel en una hoguera.

—A un lugar parecido a un internado —responde Gilbert—. Un manicomio, seguramente.

—Un colegio, en Austria... En la Casa Edelstein. O eso creo Francis —explica Ludwig. Ha decidido ignorar a su hermano y reducir tanto su presencia como sus palabras al murmullo molesto que producen las alas de una mosca.

—Escuché un rumor —dice Arthur. Ha cerrado el libro, sus ojos centellean con picardía y su sonrisa cuenta un poco sobre el carácter de su cotilleo: algo medio secreto y medio olvidado—. Es sobre el señor Roderich y su familia. Cuentan que él heredó el apellido y parte de sus bienes de su madre, pero que la mayoría de la riqueza era de su padre. Los Edelstein era una familia que estuvo en contra de las cinco casas de magos que iniciaron la guerra, así que sumaron más prestigio gracias a la guerra.

—Creí que fueron tres familias las que causaron la guerra —corta Gilbert—. Los Bonnefoy, los Kirkland y los Vargas.

—No, fueron cinco —dice Alfred, y parece molesto, ofendido—. A esas tres se les suman los Beilschmidt y los Jones. Pero solo se castigaron a tres de esas Casas, y se les inculpa aún por la guerra. A las otras dos se les castigó por ella de formas más crueles cuando fueron capturadas durante la guerra. Tres casas que perdieron prestigio, y dos que lo perdieron todo.

—Injustamente castigadas —añade Arthur—. Pero ese no es el tema. El punto es la historia de la familia de Roderich... ¿Por qué dedicó toda su vida a la Orden siendo el heredero de la familia más rica del mundo mágico?

—Escuché algo de eso. Pero... no es correcto divulgar información personal de esta manera —dice Ludwig.

—No es divulgar; es informarnos de con quién vamos a vivir y dónde. Durante la guerra, las familias de sus padres estuvieron en innumerables conflictos. La guerra fue una excusa para pelear por tierras. La discusión fue mortal para ambas familias, y quedaron diezmadas.

—¿Cuál es el punto? ¿Hacernos saber que la guerra era fundamentada con nobles objetivos pero que ocultaba intereses mediocres?

—Eso es algo que ya deberías saber. Todas guerras mienten. Todas se esconden tras hermosos y nobles motivos, ninguna admite qué es o para qué son: "Busco aumentar mi economía, mi territorio, el asesinato de personas" —dice Gilbert. Todos lo miramos fijamente—. Lo leí en un libro una vez —Parece exasperado ante las miradas exageradamente sorprendidas—. Sé leer, y lo hago de vez en cuando. Sigue, Enano Amarillo.

—Dicen que Roderich no es quién debe heredar la fortuna, ni de un lado de su familia ni del otro. Su madre, la señora Edelstein, era la mayor de las tres hijas de la familia, y poseía todos los rasgos finos de sus ancestros, sumado a una belleza y gracia sin igual.

«Esto llamó la atención de muchos. En especial la del padre de Roderich. Ellos se habían conocido en una fiesta y bueno, fue amor instantáneo, pero no era algo que debía ser. Jamás sería permitido por sus familias. De todas maneras, ellos huyeron, y ella quedó embarazada poco tiempo después.

«No fue demasiado el tiempo que transcurrió para que los Edelstein los encontrasen. A él lo mataron en el momento, y ella fue encerrada en su casa. Se sumió en una depresión demasiado grande y no sobrevivió al parto. De todas maneras, era bien sabido que su hijo era la unión de sangres enemigas. Y estuvieron a punto de matarlo. Pero ocurrieron algunos problemas en ambas familias, que las obligaron a aliarse. El niño fue educado como un bastardo. Sus tías maternas no se casaron, así que la herencia fue solo suya. Por parte de su padre, la familia tenía dos posibilidades; él (su padre) y un hermano promiscuo que escapó de toda esa basura cuando era joven. El hermano murió en algún momento y no se sabe nada de si tuvo hijos o no. Así que todo recayó en Roderich...

—Pero...

—Pero odiaba a ambas familias y todas las basuras que éstas consideraban importantes: por ellas sus padres están muertos. Así que se dedicó a la Orden y a buscar a algún posible primo. Fue ganando posición en la orden rápidamente gracias a su apellido y un poco de su inteligencia.

—Vi a Roderich usar magia en muchas ocasiones. Te puedo asegurar que no necesitó ni su inteligencia ni su apellido para estar arriba. Nadie llega alto en la orden sólo por un apellido.

—¿Y de Braginski?¿Saben algo de ese bastardo? —pregunta Gilbert.

—No lo insultes —dice Alfred. Su voz suena violenta y peligrosa.

Es su perro faldero, no te metas con él frente a este chico —digo en alemán.

Gilbert asiente, y Alfred y Arthur parecen desconcertados. Arthur abre la boca pero sus palabras se pierden con los gritos provenientes del pasillo. Es Ivan que grita en ruso. Parece estar ebrio. Cuando llega y abre la puerta, nos mira uno a uno y dice firme y claro:

—Estamos por llegar, preparen sus cosas.

Cae rendido en la entrada tras decir eso y Gilbert le insulta en alemán.

Afuera amanece. El sol sale por el horizonte y nos ilumina con sus fuertes rayos. Me hace sentir adormecido gracias a la falta del sueño producto del largo viaje.

Una ciudad se ve cada vez más cerca, y antes de darme cuenta, los muros altos de los edificios nos rodean y apresan entre ellos.

El tren se detiene en la estación y el descenso es mucho más rápido de lo que esperaba.

—Esperen aquí, iré por el coche —informa Roderich.

Ivan espera a que se marche. Cuando el austriaco está lejos de nuestra vista, hace una inclinación y da media vuelta, marcando un rumbo contrario al de su compañero. Deja un leve olor a alcohol y cigarrillos en el aire.

—Bastardo —susurra Gilbert.

—¿Por qué lo odias tanto? Él te salvó la vida —dice Alfred.

El rostro de Gilbert adopta un tinte rojizo. Murmura algunas respuestas carentes de sentido y valor. Nadie le presta atención.

—El mundo de los humanos es curioso —dice Arthur. Todos lo miramos sin entender. Señala a un grupo de personas y apunta a un tipo en particular—. Juegan a ser magos, buscan métodos para ilusionar y para tomar cosas. Es patético. Hacen cosas parecidas a las nuestras con el afán de robar o engañar a los mismos miembros de su comunidad. ¿No les resulta gracioso?

El hombre que señaló ha estado cometiendo delito. Hurta el bolso de una señora, sin ningún despecho.

—Tienes razón —susurro.

—Cada quien sobrevive en su entorno. Las cosas no son iguales para todos, por eso cada uno tiene una respuesta al mundo y cada quien hace lo que hace. Mientras algunos vivieron cómodos todas sus vidas, gente como yo tuvo que trabajar y ganarse todo. Ese tipo no debe hacer eso porque le cause placer, por más que esté mal el hacerlo —responde Alfred.

—Suena a que odias tu vida.

Se miran por unos instantes. Azul y verde chocan. Hay tensión y por varios minutos nadie se atreve a romper el silencio.

—Dejé el auto afuera, vamos —dice Roderich.

Arthur y Alfred juegan a ignorarse durante todo el transcurso. Hemos dejado a Ivan en la estación, porque el austriaco no quería demorar más.

—¿Habrá más gente viviendo con nosotros? —pregunto.

—Sí, hay muchas personas en casa. Hay huérfanos y gente que buscaba un lugar seguro. Según me informó el cochero, hubo un ataque en Italia durante la noche.

—¿Italia? —preguntan Arthur y Alfred al unísono.

—Según el reporte sólo sobrevivieron niños. Sean amables.

El auto queda en silencio. Es pesado y molesto. Supongo que piensan en los Vargas, la única familia importante de pie en Italia. El auto recorre muchos kilómetros y se aleja de las zonas más pobladas. La ciudad se pierde y un paisaje exuberante se extiende ante mí.

—Estamos por llegar —anuncia Roderich. Estaciona el coche frente a una gran construcción dotada de una imponente fachada—. Bienvenidos a casa.

V.v.v.v.v.v.v

Lugar desconocido.

Es un sueño constante, interminable. Un bucle del cual no logro escapar por más que lo intente. Comienza con alguien susurrando mi nombre: "Lovino, Lovino, Lovino".

Cuando abro los ojos, la voz deja de oírse. Desconozco el lugar y me duele el cuerpo, aún así, no me rindo ante el cansancio y camino por un largo tiempo. Un sollozo llega a mí y decido seguirlo. El sonido me lleva a un salón con puertas destrozadas, caídas y manchadas con sangre.

En el salón, Feliciano llora arrodillado ante una cripta destrozada, rodeada de cenizas, fuego y sangre.

Feliciano comienza a sollozar más fuerte, y su voz se convierte en un grito a medida que avanzan los segundos, y un pentagrama dorado empieza a formarse a sus pies.

El dorado comienza a distorsionarse a gran velocidad. Verde, celeste, rojo, y demás colores comienzan a aparecer, y volverse más y más brillantes mientras se entremezclan.

Presiento que algo malo sucederá, que debo detenerlo, así que comienzo a avanzar hacia él, pero mis piernas no logran atravesar ninguna distancia, por más que camine o corra.

Al otro lado, a pesar de la oscuridad, logro divisar a un muchacho de cabellos plateados. Tiene una pierna herida, así que cuando se acerca a mí hermano, lo hace rengueando.

No logro distinguir su rostro. Habla, y su voz hace eco en todo el recinto.

"Ya ha terminado, Fel, ya todo acabó".

Parece que está más herido de lo que aparentaba, y cae al suelo desmayado.

Pero Feliciano no le oye, no lo ve, siquiera nota que está, y el pentagrama sigue creciendo.

Cuando la luz es muy fuerte, me veo obligado a cerrar los ojos, y el miedo me lleva al piso.

En una fracción de segundo todo esto desaparece, y solo es Feliciano, llorando en una cripta destrozada, rodeado de muerte y fuego. Es una historia que está por finalizar.

 

Notas finales:

¿Qué les pareció?

 

El capítulo IX está en proceso. ¡Espero no tardar tanto en subirlo!

 

Cass!


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