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El Refugio por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Aquí les dejo el capítulo 8. ¡Espero que lo disfruten como vienen haciendo hasta ahora! La cosa se va enredando muuuucho.

El aparcamiento del que les había hablado Kiki existía de verdad, pero tal y como se lo habían imaginado estaba completamente en ruinas. Apenas uno o dos coches conservaban sus puertas casi intactas pero desgastadas por el incansable paso del tiempo y ninguno prescindía de grietas en sus cristales -si es que los tenían aún-.

                —La puerta de salida está por allá —señaló el pequeño.

                —Está cerrada —dijo Máscara de Muerte tras escrutar en la penumbra.

                —No sé dónde está la llave —se disculpó como si fuese su culpa.

                Afrodita había comenzado a husmear entre los coches fijándose en cada uno de sus desperfectos. Repasó todas las filas y aparcamientos mientras los otros dos le miraban, Kiki con curiosidad y Máscara con fastidio.

                —¿Qué hace? —Le preguntó el niño.

                —Le encanta trastear con cosas —cruzó las piernas y se sentó sobre el suelo, dejándose caer hacia atrás con las manos bajo la cabeza y los ojos cerrados.

                Afrodita se inclinó para mirar por una ventanilla rota de uno de los vehículos y descubrió, con asombro, que tenía las llaves puestas, pero no tenía ni la menor idea de si aún le quedaría gasolina. De ese modo, abrió la puerta pasando el brazo por entre los cristales y se sentó. Giró la llave y nada ocurrió. Volvió a girarla y siguió sin moverse. A la tercera va la vencida, y tuvo razón. El coche hizo un ruido y tembló con él dentro hasta que se encendió por completo. Pisó el acelerador y con una maniobra limpia lo sacó del estacionamiento. Aún le quedaba la mitad del depósito de gasolina.

                Kiki estaba paralizado en su sitio, tan fascinado y boquiabierto como su boca se lo permitió. Máscara de Muerte, por su lado, se puso en pie y miró a su compañero con indiferencia dando un bufido, aunque por dentro estaba absolutamente complacido.

                —¿Subís? —Les dijo cuando paró el coche frente a ellos—. Cuidado con los cristales, y no creo que los asientos sean muy cómodos, yo me estoy clavando varios muelles.

 

                                                                                              ***

Las muñecas encadenadas a la pared le dolían con horror. Tenía los labios secos y no podía alcanzar de ninguna manera el vaso de agua que le habían dejado frente a él, en el suelo. Sus rodillas dobladas también sufrían desesperadamente y su cabello rojo estaba sucio y apagado, así como sus ojos rosados.

                Se escuchó el chirrió de la puerta de metal abriéndose y no pudo contener una exclamación de alivio que más bien sonó como un gemido ronco y desesperado. Pero el hombre que entró por la puerta era el mismo que le había estado torturando durante aquellos días, y sus esperanzas se rompieron en miles de pedazos una vez más.

                —¿Te han dicho alguna vez que eres hermoso? —Le dijo al oído al tiempo que le acercaba el vaso de agua a los labios.

                Camus se terminó todo el contenido del vaso y su cuerpo pareció volver a revivir para continuar con la angustia un día más. También había un plato con comida al que tampoco podía llegar.

                Hades cogió el tenedor sucio del suelo y le dio unas cuantas rebanadas de pan duro y de frutas oxidadas. Le agradeció con la mirada sin darse cuenta, pero se contuvo de insultarle. Sabía que eso no le iba a traer nada bueno. Sin embargo, en esos momentos lo único que quería era morir, por lo que igual hubiera sido mejor idea hacer enfadar al hombre que le obligaba a llamarle amo.

                —Te estás quedando en los huesos —su amo se rio secamente y en voz baja, esbozando una mueca que le hizo sentir cientos de escalofríos recorriéndole todo el cuerpo—. Tendré que decirle a mis criados que te traigan más comida, pero es que siempre la dejas en el suelo sin siquiera probarla…

                Camus estuvo a punto de escupirle en la cara y gritarle que no se burlase de él cuando su amo sacó de uno de los bolsillos de su capa negra una navaja que destellaba aun sin luz y se la colocaba en la garganta.

                —Bésame —le dijo, y sin esperar una respuesta del pelirrojo hundió sus labios en los de él y le mordió hasta hacerle sangre.

                Hades fue pasando la navaja por la piel pálida de Camus, recorriendo sus pectorales tras rasgarle la camisa, la cual ya había sido maltrecha los días anteriores. Podían verse las heridas rojizas sobre su piel, pero su amo no vaciló a la hora de regalarle unas nuevas hundiendo el filo unos milímetros en su carne.

                Camus gimió de dolor, sintiendo los labios sangrantes siendo devorados cada vez más al compás del acero sobre su piel. Con la mano que le había quedado libre Hades acariciaba su cuerpo como si una parte de sí quisiera darle dolor y la otra quisiera otorgarle cariño.

                —Para… —susurró débilmente, pero su súplica se perdió en el aire.

                Su amo no se detenía. Continuaba con su dolorosa melodía, siendo dueño de todo su cuerpo, haciéndole todo lo que quería hasta que Camus no sabía cómo era capaz de soportar todo aquel dolor.

                Cuando la puerta se cerró el pelirrojo quiso echarse al suelo para llorar y liberar toda la desesperación que le carcomía todo el alma, pero el hierro de los grilletes en sus muñecas no hacía más que hundir más en la miseria su corazón resquebrajado.

 

                                                                                              ***

Milo se llevó una mano a la pierna dolorida. Hacía varios días que le habían aporreado llevándose a Camus lejos de él, y cada vez que recordaba amargamente es momento le invadían las ganas de llorar y sus ojos se llenaban inevitablemente de lágrimas.

                Golpeó con impotencia las tejas bajo él y se llevó a la boca una pieza de fruta. Estaba completamente convencido de que la familia que le había contratado era la causante de haberle denunciado y avisado a los guardias para que se lo llevasen.

                —Estúpido Camus —musitó—. ¿Por qué eres tan estúpido? —Las lágrimas volvieron a resbalar por sus mejillas—. ¿No podías resignarte y hacer lo que te decían? ¿No podías… quedarte conmigo?

                Escondió el rostro entre las manos y se dejó llevar por la tristeza. Le echaba de menos. Le echaba muchísimo de menos, pero era imposible entrar en la Ciudadela por propia voluntad a no ser que fuera uno de los guardias de gobernador. No. Era imposible. Lo más probable es que pasase mucho tiempo antes de volver a ver a Camus, pero lo que le atormentaba de verdad era la idea de que esa asquerosa familia tuviese más repercusión de la normal y le estuviesen torturando como solían hacer cuando la gente les pagaba generosamente por un buen castigo al individuo que les había molestado.

                No podía quedarse de brazos sin hacer nada, o eso era lo que se decía a sí mismo, pero la razón le susurraba por otro lado que era en vano. Si quería entrar en la Ciudadela para reunirse con Camus y tratar inútilmente de rescatarle tendría que cometer algún delito contra un ciudadano cercano al gobernador y dejarse coger por los guardias, pero ya había estado en los calabozos y no quería regresar allí por nada del mundo.

                No. Debía esperar. No le quedaba otra alternativa.

 

                                                                                              ***

Shun se había acostado hacía un rato, pero la inquietud le impedía dormir. No podía dejar de pensar en la chica a la que había visto, en sus ojos sin brillo, en sus cabellos de oro y en su pálida piel. Trataba de pensar en otra cosa, pero todo lo que no fuera ella le enviaba a un oscuro sufrimiento y decidía volver a recordarla.

                No sabía su nombre. No sabía nada sobre ella pero tenía la impresión de que lo sabía todo.

                Se acomodó sobre la cama para tratar de dormir de nuevo, pero fue incapaz. La imagen de los ojos sin brillo se le había calado en lo más profundo de su corazón y no le dejaban en paz, pero él tampoco quería rehuirlos. De alguna manera se sentía feliz después de haberle visto el rostro, aunque fuera en las tinieblas.

                Se sentó sobre el borde de la cama, evocando su mirada y sorprendiéndose a sí mismo sonriendo. Entonces, escuchó unos pasos y el sonido de una cadena por el pasillo. No pudo ver bien, pero parecía que se estaban llevando a algún prisionero, seguramente para liberarle o para interrogarle sobre el delito que hubiera cometido.

                Les vio pasar, sin embargo, pero la oscuridad era demasiado latente y solo consiguió dedicarle una mirada al prisionero, que le miró durante unos instantes de angustia y tras un tirón volvió a centrarse en sus propios pasos.

                Shun se recostó otra vez sobre la cama, esta vez convencido de que se quedaría dormido, pero todavía tuvo que pasar demasiado tiempo hasta que la imagen de la joven se desvaneció de su mente dejándole unas horas de tregua para descansar.

 

                                                                                              ***

Escudriñó los rostros de todos mientras daba vueltas por la habitación, pensando. Desde que habían llegado allí se notaba el ambiente mucho más inquieto y las gentes se hacían preguntas que nadie les podía responder y quedaban en el aire.

                —Pero ¿estáis seguros de que no tenéis motivos para que os persigan? —Volvió a preguntar Kanon.

                —Huimos hace muchos años de Monópolis —contestó Aioros—, es imposible que de repente nos quieran seguir la pista por toda la tierra devastada.

                —Nadie más aparte de vosotros sabe de la existencia de La Resistencia —continuó Aldebarán—, por lo que es imposible que nos busquen a estas alturas. Además, somos completamente discretos y estábamos muy bien refugiados.

                Shura y Mu intercambiaron una mirada preocupada. Ningún miembro de La Resistencia había mencionado que ellos acababan de huir de Monópolis y les habían salvado la vida cuando lo creían todo perdido. Tampoco habían mencionado que no se habían unido a ellos, sino que tenían un objetivo totalmente diferente.

                Como si Aioros le estuviese leyendo el pensamiento, le dedicó a Shura una mirada cómplice y una sonrisa tranquilizadora. El moreno comprendió, entonces, que les estaban protegiendo.

                —Pero vosotros dos no estabais allí cuando les persiguieron —puntualizó Saga con mirada severa—. Quiero escuchar lo que los demás tienen que decirnos. Tú —señaló a Shaka—, quiero saber tu opinión.

                Shura y Mu comenzaron a temblar. Shaka era el miembro de La Resistencia con el que menos habían hablado y el que más mala espina les daba, por lo que podría decirle a los gemelos todo lo que Aioros había estado ocultando sobre ellos dos. Sin embargo, las palabras del rubio les calmaron tras una breve sorpresa:

                —Estoy de acuerdo con Aioros y Aldebarán. Es estúpido que nos persiguieran a nosotros concienzudamente. Lo más probable es que estuvieran rastreando la zona y nos localizasen con sus radares. Nada más —se encogió de hombros.

                —¿Y por qué querrían rastrear la zona? —Insistió Saga.

                —A veces se fugan personas importantes de la ciudad —dijo Marin—. Puede que les estuvieran buscando y nos encontrasen por error. Puede, incluso, que pensasen que nosotros éramos a quienes buscaban —se encogió de hombros despreocupadamente, pero Shura pudo ver que tenía los músculos en tensión.

                —Comprended que a estas alturas mi hermano aún no se fie de nadie —dijo Kanon restándole importancia.

                —Lo comprendemos.

                —Podríais estar mintiendo desde el primer momento en que llegasteis aquí —les acusó Saga—. Aunque vuestras palabras parezcan sinceras, todos los mentirosos hacen lo posible para ocultar su veneno —estaba claramente molesto con ellos aun dejándoles que se quedaran en el asentamiento.

                —Si os estuviéramos engañando llevaríamos armas en alguna parte —dijo Aldebarán—, si no, de nada serviría salir de nuestra madriguera para meternos en las fauces del lobo sin posibilidad de escapar.

                —Tal vez sea así —se pasó la mano por la barbilla, meditabundo—. En fin, ya hablaremos sobre esto más tarde. Podéis ir a descansar, la noche se acerca y no es nada agradable.

                Con un gran alivio, todos se levantaron y fueron saliendo uno a uno de la estancia hasta que solo saga y Aioros quedaban allí. El moreno le miraba a los ojos y el gemelo aguardaba la pregunta que claramente trataba de hacerle.

                —¿Qué pasó con Afrodita y Máscara de Muerte?

                Saga tardó un tiempo que le pareció larguísimo en contestar.

                —No lo sabemos —dijo por fin con un amago de salir de allí, pero Aioros le bloqueó la puerta torpemente.

                —¿No habían ido a la ciudad otra vez? —Saga asintió—. Igual les ha pasado algo malo, ¿no pensáis enviar a nadie para ver si están bien?

                —No ha pasado tanto tiempo desde que se fueron —se excusó—. Igual solo tuvieron problemas con el vehículo.

                —Pero tenían que haber regresado por la tarde, ¿no es así? ¿Afrodita no era experto en reparaciones?

                —Si me disculpas, me gustaría ir a mi cama a descansar —le hizo a un lado sin mucho esfuerzo y Aioros tuvo que sujetarse al marco de la puerta para no perder el equilibrio tras caérsele una de las muletas.

                Contempló en silencio cómo Saga salía de la habitación. Su expresión había sido muy seria, pero Aioros siempre había tenido el don de saber cuándo alguien estaba preocupado y cuándo no, y esa ocasión era del primer tipo. Sin poder evitarlo, sonrió para sí. Él también estaba preocupado. No en vano, esos dos le habían salvado la vida.

 

                                                                                              ***

El coche se detuvo en un páramo desolado en el que no había absolutamente nada a su alrededor descontando tierra árida y revuelta.

                Máscara de Muerte se bajó del vehículo maldiciendo en voz alta y dando patadas a las pequeñas piedras del suelo. Estaba tan enfadado que parecía que de un momento a otro se acercaría al coche y comenzaría a darle patadas a la carcasa y los cristales.

                Afrodita se bajó también tras unos minutos meditando y abrió el capó para ver si encontraba el fallo. Kiki fue junto a él temiendo enfrentarse a la ira del otro y echó un vistazo al interior del coche como si pudiese echar una mano.

                —Está completamente fundido —dijo Afrodita tras inspeccionarlo.

                —¿Eso quiere decir que no va a funcionar más? —Preguntó Ikki con espanto.

                Afrodita le devolvió una sonrisa tranquilizadora y le revolvió el pelo rojo. Se acercó a Máscara de Muerte que parecía haberse calmado y se había sentado en el suelo con la cabeza apoyada en las manos, mirando a ninguna parte. Se sentó a su lado y se apoyó en su hombro. Máscara pareció reacio al principio, pero no le apartó. Era confortante sentir los suaves mechones de cabello de Afrodita rozándole la piel y haciéndole cosquillas. Kiki se sentó también pero a una distancia prudente.

                —¿Qué haremos? —Preguntó el peliazul en un tono más relajado.

                —Tendremos que caminar —dijo Afrodita resignado.

                —¿Tienes un plano o algo? Porque me veo completamente perdido —el otro negó sin mirarle—. Está todo en el coche.

                —¿A dónde vamos? —Preguntó Kiki de súbito.

                —A nuestro asentamiento —respondió Afrodita separándose de Máscara de Muerte.

                —Pero yo no puedo irme de la ciudad —dijo el niño preocupado.

                —¿Por qué no puedes irte? —Le preguntó con cuidado mientras Máscara les miraba molesto.

                —Porque mi familia vive allí.

                —¿Tú familia? ¿Hay más gente en la ciudad? —Kiki asintió—. ¿Por qué no lo mencionaste antes?

                —Tenía miedo. Nos perseguían —se le escaparon varias lágrimas de los ojos y se sentía inmensamente culpable.

                —Espero que no estés pensando en volver a por ellos —dijo Máscara, pero los ojos de Afrodita ya brillaban con esa intensidad que le caracterizaba cuando se imaginaba envuelto en una nueva locura de misión.

 

                                                                                              ***

La puerta del calabozo se abrió y dejó paso a un pequeño haz de luz que le sirvió para parpadear varias veces y acostumbrarse a aquella sensación.

                Su amo entró con una sonrisa espantosa al tiempo que le daba vueltas a las llaves en su dedo. Parecía realmente feliz, pero su felicidad hubiera hecho salir corriendo al más cruel de los asesinos.

                Se acercó a Camus hasta quedar a unos centímetros de él y le besó como iba haciendo en todas sus visitas. El pelirrojo quiso morderle la boca para devolverle un diminuta parte del dolor que le estaba causando, pero no tuvo el valor suficiente para hacerlo. Hades le miraba a los ojos apagados con su propio brillo de oscuridad y si no fuera por los grilletes que le retenían contra la pared hubiera caído al suelo por el temblor de sus piernas.

                Para su sorpresa, su amo usó las llaves para abrir las esposas de duro acero y fue lo bastante rápido para sostener a Camus entre sus brazos evitando que se cayese al suelo.

                —¿Por qué me liberas? —Preguntó en apenas un susurro, pero Hades no le contestó.

                —¿Soy tu amo? —Le preguntó al cabo de un rato mientras le pasaba un paño empapado por toda la piel para limpiarle.

                Camus le devolvió una mirada que pretendió que fuera de odio, pero seguramente si se hubiese estado mirando al espejo en ese momento se hubiera percatado de que lo único que infundía era pena. Sus ojos estaban demacrados y tenía unas ojeras negras horribles. Había adelgazado y tenía tanta sed que podría haberse bebido un lago entero. Además, sus muñecas estaban ensangrentadas y toda su ropa hecha girones. El cabello revuelto se le pegaba a la piel y le molestaba tanto que había pensado varias veces en cortárselo, pero todo era imposible atrapado en aquel lugar.

                El descanso de sus muñecas duró demasiado poco para su gusto. Hades hizo pasar a una esclava que no parecía haber entrado aún en la preadolescendia, dándole unas esposas y una cadena. Se las colocó y, por lo menos, esas eran más anchas que las que le habían retenido en la pared y no le rozaban la piel desgarrada constantemente.

                —¿Soy tu amo? —Le volvió a preguntar, acercando su rostro al de él pero sin llegar a tocarle.

                Camus no respondió. Camus nunca respondía cuando le preguntaba eso. Se había pasado toda su vida siendo el esclavo de todas las familias a las que había servido, pero jamás se había referido a ellos como amos, superiores, dueños, sus señores… No, eso era lo único que no admitiría nunca, aun sabiendo que él no tenía razón.

                Le sacó del calabozo sin ningún mínimo de cuidado. La niña había huido por las escaleras hacía varios minutos, como si la sola presencia de Hades la pusiera en peligro, cosa que no le parecía nada descabellado. Si a él le infundía terror, no se imaginaba qué sentimientos le podían infundir a una niña.

                Salieron al pasillo iluminado por hileras de pequeñas antorchas, una a cada lado. El fuego titilaba y arrancaba destellos en las rocas de las paredes, pero ninguno de los dos se fijaba en ello. Ambos tenían la mirada perdida: Hades miraba al frente sin esconder su risa macabra mientras que Camus miraba por donde pisaba, con el corazón latiéndole deprisa y la respiración entrecortada. Apenas podía mantenerse en pie y su amo no dejaba de tirar de la cadena para hacerle caminar más rápido.

                Subieron unas cuantas escaleras hasta que llegaron a un piso que estaba completamente a oscuras. Había celdas, pero mucho más acomodadas que su calabozo. Tenían camas, mesas y espejos además de armarios donde guardar sábanas y ropa. Había gente que estaba durmiendo de espaldas al pasillo y otros que estaban despiertos, leyendo con la espalda apoyada en la pared y una tenue luz encendida en la mesita.

                Solo uno de ellos le devolvió la mirada a Camus, pero un nuevo tirón hizo que el pelirrojo volviera a concentrarse en no perder el equilibrio y caer al suelo.

                Hades sujetaba firme el acero y caminaba con pasos largos pero tranquilos, y llegó un momento en el que Camus perdió la noción del espacio y el tiempo. Cuando recuperó su mente del letargo, sin saber qué había pasado o por dónde habían ido, se encontró en un pasillo que parecía no tener final. Apenas podía intuir las antorchas apagadas en las rocas de la pared al pasar a su lado, pero sí continuaba la presencia de su amo delante de él, tan horrible como la primera vez que le vio.

                No supo cuánto tiempo estuvieron en ese pasillo hasta que, por fin, alcanzaron el final.

                Hades se había parado frente a una puerta de piedra que parecía no poder abrirse de ninguna manera. Esta tenía la forma de un arco y algún adorno en lo alto que no llegaba a distinguir en la oscuridad. Entonces fue cuando vio la cerradura, pero no era una cerradura corriente: tenía siete huecos para siete llaves.

                Hades alzó la argolla sobre su cabeza y luego fue metiendo y girando cada una de las llaves en su correspondiente cerradura hasta que la puerta se fue abriendo lentamente sin hacer ningún ruido.

                Una luz blanquísima les consumió por completo y Camus tuvo que cerrar los ojos y girar la cabeza para que no le dañase las pupilas. Cuando los volvió a abrir se encontraba en el interior de la instancia, menos luminosa, y la puerta estaba cerrada detrás de los dos.

                Lo que vio en aquel lugar hizo que su corazón dejase de bombear sangre durante unos instantes que le parecieron eternos. Hades se puso frente a él y con suavidad posó las manos sobre los hombros del pelirrojo, regalándole una sonrisa que ya no parecía tan macabra.

                —Cami… ¿soy tu amo?

 

                                                                                              ***

La joven se había escondido en los escombros de una de las casas bajas. Llevaba en sus brazos a un bebé que no dejaba de llorar. Tenía el pelo atado a cada lado y sus ojos oscuros estaban aterrorizados, al igual que los de la chica que les acompañaba, con el pelo recogido en una larga trenza que le caía por la espalda como un remolino de terciopelo negro.

                Escuchaban los pasos de los mattes acercarse hacia ellas y su corazón les decía que era su fin. El bebé continuaba llorando y no dejaba de delatarles el lugar donde se escondían, pero tampoco podían hacer que se calmara. La joven que lo sujetaba se lo tendió a la otra y le pidió que saliera corriendo de allí con él, que ella se encargaría de distraer a los monstruos para que consiguiesen escapar, pero la chica negó rotundamente con la cabeza.

                —So pienso dejarte aquí sola.

                Los mattes estaban cada vez más cerca y ellas estaban cada vez más convencidas de que su hora de morir había acudido por fin a llevárselas. Cerraron los ojos y se abrazaron con el bebé entre los brazos de ambas. Se despidieron en leves susurros y se desearon mutuamente que su próxima vida estuviera llena de felicidad, no como la que les había tocado vivir.

                De súbito, escucharon un grito en la lejanía. Parecía un grito de júbilo, un grito de un humano, y no tardaron en escuchar también el rugido de un motor que se dirigía hacia ellas. Aun así, no se atrevieron a salir de los escombros.

                —¡¡¡¡HIJOS DE PUTAAAA!!!! —Escucharon de nuevo, un grito claramente humano y claramente enfadado.

                La joven de la trenza reunió el valor necesario para salir de detrás del edificio en ruinas y ver lo que estaba pasando: un vehículo iba a toda velocidad por la calle y un joven se asomaba por la ventanilla rota con una pistola láser en una mano y lanzando bombas de humo con la otra hacia los mattes al tiempo que un niño le sujetaba par que no se cayera. Otro joven era el que conducía e iba directamente hacia las bestias.

                —¡Es Kiki! —Gritó dirigiéndose hacia su amiga, que también se había levantado y observaba junto a ella con los ojos llenos de lágrimas—. Miho, ¡es Kiki! —Volvió a exclamar con una sonrisa cruzando su rostro iluminado de una nueva esperanza.

                Derribaron a todos los mattes antes de que a estos les diese tiempo a reaccionar y llegaron hasta donde estaban las chicas. Abrieron rápidamente la puerta de atrás y se metieron dentro con el bebé que aún lloraba. Afrodita pisó a tope el acelerador y los llantos quedaron apagados por el ruido del motor y por los disparos de las bestias que ya volvían a levantarse.

                Lo único que esperaba Afrodita es que el coche no se volviese a estropear en ese preciso momento y consiguieran salir de la ciudad sanos y salvos.

Notas finales:

¡Muchas gracias por leer! Espero que os haya gustado yyyyyy como siempre dejéis rev, o no, pero mejor que sí :P.


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