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Efímero por Leobluebox

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Las manos de Mike en su cintura eran como pinzas que no tenían en su propósito soltarlo. Sus pies volvían a tocar el suelo por completo aunque después de lo que había hecho al ponerse de puntillas sus labios estaban muy lejos de ser libres. No iba a decir que no le gustaba, porque sería una gran mentira, pero sí que estaba nervioso. Mike estaba concentrado en mover su boca y mantenía el resto del cuerpo en un estado de relajación total. Marc cerró los dedos en sus hombros por quinta vez. ¿Por qué no se estaba quieto? Él mismo se daba rabia a sí mismo. ¿Por qué no podía simplemente dejar las manos en su cuello y disfrutar lo inevitable?

-Marc…-susurró Mike de pronto, en un tono que hizo a Marc pensar que se estaba riendo- Estás arañándome. -y se dio cuenta de que lo había vuelto a hacer. Apartó las manos del cuello de Mike, pero este no las dejó ir más allá de su pecho, donde las sujetó con una mano mientras empujaba la espalda de Marc con la otra- No me malinterpretes, me gusta. Pero en el momento adecuado.

-Te gusta…-repitió para sí mismo, en voz baja y jadeante. Su cara se calentó aún más de lo que ya había conseguido arder desde que había dicho “aquí sí”, su cuerpo cosquilleó donde Mike lo estaba tocando y pudo ver una media sonrisa en su cara cuando levantó la cabeza. Mike lo había oído.

-Adoro que me arañen la espalda, Marc. -cuando se dio cuenta de que ya no tenía las manos sujetas, Mike le estaba acariciando la mejilla con dos dedos. Una caricia suave que se deslizó hasta sus labios- En la cama, mientras oigo gemidos con mi nombre.

Aquello era demasiado para lo que Marc podía aguantar. Su cuerpo estaba paralizado, su corazón latía sin control y, sin embargo, todo, absolutamente todo él ardía. Abrió la boca para intentar decir algo, pero fue como si sus cuerdas vocales se negaran a trabajar, como si nada coherente llegara desde su cerebro. Así que miró a Mike e intentó ver algo a través de las gafas mientras rogaba interiormente saber qué hacer.

Entonces los dedos de Mike acariciaron su cuello y llegaron a su nuca, y Marc se estremeció. No era la primera vez que Mike hacía cosas así, no era la primera vez que el mayor lo tocaba y no iba a ser la primera vez que llegaba más allá. Lo que sí iba a ser era la primera vez donde Marc era plenamente consciente de que quería hacerlo, porque estaban en su casa, porque había dicho que sí y le había dado su total consentimiento. Por todo eso y porque tenía la mente tan nublada que sus pensamiento no eran coherentes, cerró los dedos en el pecho de Mike y apretó los ojos, esperando lo que sabía que el otro estaba a punto de hacer.

El agarre de su nuca se afirmó, la mano en su cintura se hizo más fuerte y su distancia se acortó tanto que sentía sus manos apresadas entre los dos. El beso que Mike le dio después lo derritió y aumentó la temperatura de su cuerpo. Pudo notar perfectamente cómo el mayor le robaba el aire con cada movimiento de sus labios, cada vez que le acariciaba con la lengua y lo instaba a corresponder lo mejor que podía.

En la cabaña solían ocurrir tres cosas que siempre hacían a Mike gruñir: lo más habitual era sentir algo en su espalda, ya fuera una pared o las manos firmes de Mike, mientras el mayor se apoderaba de sus labios y que, inoportunamente, se oyera a alguien acercarse. Después estaba el hecho de que Marc se había acostumbrado a sentir el piercing sobre su cuello, porque a Mike le gustaba besar algo más que su boca y nunca, nunca, lograba llegar más allá de su clavícula. Lo tercero era que Henry o Kris estuvieran con él e impidieran al mayor acercarse. Eran tres cosas para las que Marc no tenía respuesta, pero que Mike parecía haber aborrecido demasiado. También eran tres cosas que ya no iba a volver a pasar. Así que, muy diferente de la primera vez, aquella iba a ser probablemente lenta e imprevisible. O al menos Marc quería que fuera así.

Un chasquido lo avisó de que sus labios se habían separado y una caricia bajando por su espalda de que aquello era solo el principio. Cogió aire. Más y más abajo, las dos manos fuertes se cerraron en sus nalgas. Abrió los ojos justo a tiempo de verse levantado del suelo.

-¿Dónde está tu habitación? -preguntó Mike con suavidad, mirándolo a través de unos poco transparentes cristales negros. Marc necesitaba que se quitara las gafas, necesitaba ver los ojos azules y saber que todo aquello no era una mentira.

Estiró un brazo para señalar el camino porque estaba demasiado avergonzado para hablar. Mike caminó sujetándolo sin fuerza, como si no pesara más que un niño y luego lo dejó sobre su cama como si se tratara de una pluma, poniéndose encima como un león.

Tragó saliva mientras Mike le abría las piernas para ponerse entre ellas, sin poder mirar más que a los cristales. Vio que éste se mordía el labio y movió los dedos; necesitaba hacerlo. Subió los brazos muy despacio, se armó de valor y le quitó las gafas.

Mike levantó la mirada en seguida hacia él. Tenía un ojo morado e hinchado, digno de una pelea con alguien fuerte. El único que pasó por sus pensamientos en ese momento fue Brad.

-¿Q-qué te ha pasado?

Mike suspiró.

-Llevaba las gafas porque no quería que me hicieras esa pregunta. -contestó, quitándoselas y lanzándolas a la mesita de noche con la habilidad de un jugador de baloncesto. Luego sonrió de lado- Pero supongo que no me dejarás seguir hasta que te lo cuente, ¿verdad?

Por primera vez en mucho tiempo, Marc se sintió lo suficientemente seguro para cruzarse de brazos y asentir. No se le olvidaba que tenía al mayor sobre él, en la cama, entre sus piernas; pero tampoco se le olvidaba y le importaba más que este tenía una herida enorme en su perfecto rostro. Estaba preocupado por Mike, preocupado por el chico que le gustaba. Era normal, ¿no?

-De acuerdo. -se levantó, bajando de la cama. Se pasó una mano por el pelo y le indicó a Marc con una mano que se sentara. De repente se rió- ¿sabes lo que pasa cuando tocan mis cosas más de lo que yo permito?

Marc vio sus propios pies colgando de la cama, sus propias manos jugando nerviosas sobre el regazo y siguió subiendo la mirada hasta encontrarse a un Mike con la espalda caída sobre la puerta de su habitación, justo frente a él. Cruzaba las piernas con comodidad y los brazos de una forma en que los tatuajes resaltaron bajo la camiseta de manga corta. Era tan… tan… Marc no podía describirlo. Pasar de pensar en chicas a sentirse tan atraído por un chico no era fácil y mucho menos cuando este era tan intenso, tan deseable, tan perfecto en todos y cada uno de los sentidos.

Hizo a un lado esos pensamientos que le sonrojaron hasta la raíz y movió la cabeza en signo de negación.

-Verás, Marc. Sé cuándo y cómo compartir -descruzó las piernas y llevó una de sus manos a su sien, pulsándola con dos dedos-, pero hay algo que no soporto. Y eso es darle mi confianza a alguien y que la desaproveche.

Los pelos se le pusieron de punta. Aunque su voz hubiera sonado en el mismo tono de siempre, sus palabras llegaban a ser amenazantes. Sin embargo, no tuvo miedo. Por alguna razón sabía que no iba dirigido a él.

-Entonces…

-Sí. -interrumpió Mike- Le cedí a mí pequeña y el muy...el mecánico la ha destrozado.

Marc lo comprendió en seguida. Sabía lo mucho que Mike quería a su moto y el dinero que se gastaba en reparaciones. Quiso decir que lo sentía, pero en realidad llegaba a aliviarle.

-Veo que te hace gracia. -se puso serio en cuanto se dio cuenta de que sonreía. Sacudió la cabeza. Mike sonrió con las cejas levantadas, separando su cuerpo de la puerta cada vez más, acercándose poco a poco- ¿Te alegra que me haya quedado sin moto?

-N-no…-alegrar era un verbo muy fuerte. Aliviar era el correcto. Claro, que fuera el que fuese a Mike le daba igual.

-Oh, yo creo que sí. -sacudió la cabeza. Mike dio pasos calculados, cortos y al compás de sus palabras- Al mecánico seguro que le hizo mucha gracia cuando le rompí la nariz. -Marc jadeó- El muy imbécil dejó que un aprendiz con más pelo que cerebro intentara arreglarla.

En otro momento quizá se habría preocupado más por el hecho de que un profesional fuera tan incompetente, pero en aquel preciso instante su mente colisionó con el cuerpo de Mike a centímetros del suyo. Esperó que se sentara, que lo empujara, que lo besara, pero no que se arrodillara.

-Lo siento. -murmuró después de un rato en silencio, sin entender qué hacía Mike en el suelo.

-No importa, tengo un buen trabajo, ¿recuerdas?

Entonces descubrió el por qué de su posición y echó la cabeza hacia atrás. ¿Lo recordaba? En ese momento se olvidó hasta de su nombre. Abrió la boca sorprendido, sonrojado. Mike volvió a apretar su entrepierna sin fuerza, provocando que la tela de las bermudas comenzara a sentirse estrecha. Y tan de improviso como había empezado, paró. Marc temió mirarlo, pero se mordía de curiosidad.

-¿Qué te parece -sonrió, dejándolo descalzo- si hoy empezamos desde abajo?

La saliva pasó por su garganta y su cabeza se movió de arriba abajo despacio e insegura. Los ojos azules lo miraron llenos de deseo y Marc se olvidó completamente de la hinchazón. Iba a hacerlo con Mike otra vez y estaba deseando saber cómo era en una cama, con tiempo y seguridad, pudiendo verlo sobre su cuerpo. Cerró los ojos ante eso último que había pasado por su cabeza, ¿verlo sobre su cuerpo? Si se sentía terriblemente avergonzado en ese momento, ¿cómo iba a abrir los ojos teniéndolo desnudo? Gimió y sacudió la cabeza.

Mike acarició sus piernas tan lentamente que suspiró. Ya pensaría en eso cuando ocurriera, ¿no?

-Quiero -un beso cayó en su rodilla, húmedo, un mordisco y una lengua caliente que subió hasta el borde de las bermudas- que te quites la camiseta.

Su cuerpo tembló. La boca de Mike se sentía muy bien en sus piernas, sobre sus rodillas y muslos, las manos que le acariciaban hasta los pies eran increíbles. Por eso no dudó en hacerlo, aunque sí titubeó en el cómo. Era muy difícil mover un sólo músculo con la mirada azul tan fija sobre él. Se mordió el labio y apartó la mirada. Tiró del borde hacia arriba con torpeza, temblando, y se le enganchó en la cabeza. ¡Maldición! ¿Podía quedar en mayor ridículo?

-A-ah -gimió de repente. Su cuerpo saltó y sus piernas intentaron cerrarse, pero Mike entre ellas no le dejó. Terminó de sacarse la camiseta mientras la mano de Mike se paseaba bajo sus bermudas y acariciaba ese lugar que ya conocía.

Miró abajo y creyó que rompía las sábanas cuando vio las mano de Mike perdidas bajo la tela que cubría sus muslos, ambas insistentes en ellos, ambas llegando a tocar su entrepierna casi despierta.

Mike lo miró con hambre, sacó una mano y la puso sobre su pecho.

-Túmbate. -ordenó, empujándolo suavemente. Marc lo hizo sin soltar las sábanas que lo ayudaban a sentirse seguro. Apretó aún más los párpados cuando la mano ajena se paseó sin pudor por su torso, rodeando su ombligo y acariciando su entrepierna hasta el final del camino. Casi como una liberación, Mike abrió la bragueta de las bermudas y luego, susurró- Levanta la cadera.

Con cada palabra que Mike decía, se sentía más seguro de que lo iba a hacer. No podía volver atrás y tampoco quería. Hizo todo lo que el mayor ordenó hasta que un silencio casi mortal le aceleró el corazón. No había ningún peso extra en el colchón, estaba totalmente desnudo y Mike no hablaba. Respiró profundamente y esperó; no quería abrir los ojos.

Un suspiro que lo avergonzó demasiado resonó por toda la habitación cuando oyó una cremallera siendo bajada. En cuanto su cerebro ató cabos, cerró las piernas. La risa de Mike le atravesó los oídos, pero no dijo nada.

Hubo más silencio, que solo era interrumpido por el sonido de Mike desnudándose. Luego la cama sonó y un peso se sumó al suyo, unas manos le acariciaron las piernas hasta que las separó sin demasiada resistencia.

-Marc. -sabía lo que quería y negaba rotundamente. Iba a hacerlo con él, quería hacerlo, oírlo, sentirlo, saborear sus besos, pero no verlo. Era más que consciente de que Mike ya conocía su cuerpo, pero eso no le importaba a su obstinado cerebro- Bien, haz lo que quieras, no pienso obligarte.

Sus párpados se relajaron sin separarse y sonrió. Apretó las sábanas, abriendo sus labios para gemir. «Desde abajo», había dicho Mike, y aún le quedaba un buen tramo hasta llegar a su cuello.

La lengua de Mike se coló en su ombligo y jugó con él hasta que le pareció buena idea, lo mismo pasó con su abdomen plano y Marc no pudo dejar de jadear un solo momento. Lo que el mayor hacía con su cuerpo no era normal. Y cuando llegó al pecho su espalda se separó del colchón.

Sabía que tenía los nudillos tan blancos como rojizas eran las marcas que el otro dejaba sobre su piel, pero no podía hacer más que apretar y apretar las sábanas contra aquellas sensaciones.

Los ojos se le pudieron en blanco aún estando cerrados. Era poco lo que sentía del cuerpo de Mike: nada más que su boca jugando con uno de sus pezones, sus manos acariciándole todo lo que quería y su rodilla pegada a la entrepierna; cada vez que alguno de los dos se movía, ésta se frotaba indecentemente.

-Mike. -gimió agudo, cuando la boca llegó por fin a su cuello. La rodilla embistió contra él y deseó que lo volviera a hacer.

-Fin del camino. -murmuró, sonriendo sobre sus labios, sellando sus palabras con un beso en que soltó toda la brusquedad que no había usado en su camino arriba. Marc soltó las sábanas y subió los brazos a su cuello.

Mike estaba sobre él, totalmente desnudo. Lo notaba. Podía avergonzarse todo lo que quisiera porque en ese momento sentía todo el cuerpo ajeno pegado al suyo. El beso duró mucho, el aire no tanto y el calor aumentó aún más. Mike se separó lo suficiente para que Marc fuera capaz de oír un plástico rompiéndose.

Luego se besaron otra vez. Marc sabía lo que estaba a punto de llegar y apretó tanto los ojos como las manos. Sintió a Mike moviéndose sobre él, gimiendo suave y grave y finalmente colocándose cómodamente entre sus piernas. Cuando una mano cayó a cada lado de su cabeza, Marc dejó de responder el beso para gritar.

«Adoro que me arañen la espalda», se arrepentiría de haber dicho eso.

Cerró los muslos en la cadera de Mike, aguantando el dolor que había invadido su interior. Clavó las uñas en la espalda tatuada y por un momento tuvo la tentación de abrir los ojos. Sin embargo desapareció en cuanto Mike se movió.

«Placer» no era una palabra lo suficientemente grande para describir lo que sintió cuando aquello realmente empezó. Lo otro, todo lo anterior no había sido más que un simple calentamiento en comparación con eso. Se aferró a Mike con manos y piernas y lo dejó gruñir contra su cuello mientras el aire soportaba sus gemidos.

Definitivamente no había vuelta atrás. Si en algún momento había subestimado el poder del sexo, se disculpaba por ello.

Su cuerpo se retorció, Mike sonrío contra su piel antes de morder su cuello para dejar una más que notable marca de posesión. Y entonces se corrió, y no supo cómo ni cuando Mike también lo hizo, cayendo sobre él. 


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