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Diez años por Takaita Hiwatari

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Diez años:

Takaita Hiwatari

Capítulo 57: Epílogo: “Cuatro años”:

 

Con pereza abrió los ojos al escuchar a Naruto chasquear la lengua y murmurar algo. Parpadeó repetidas veces en un intento de despejarse y estudió su alrededor, reconociendo la sala del apartamento. La luz del atardecer entraba débil por la ventana. Ambos estaban sentados en el sofá, y la televisión estaba encendida al parecer para nadie, porque él se había quedado dormido en algún momento sobre el hombro de Naruto y éste miraba muy atento unos papeles en sus manos.

 

Resopló y se desperezó, estirando los brazos hacia arriba.

 

—Oh, has despertado’ttebayo —comentó Naruto con una sonrisa—. Te veías tan cómodo, que no quise molestarte. —Se acercó, dejándole un beso en la comisura—. ¿Un día pesado en el trabajo?

 

Los labios de Sasuke se torcieron en una mueca de disgusto al recordar su día. Una mujer que había ido a revisión por una fractura en el cúbito derecho, había estado coqueteando descaradamente con él. La mujer en cuestión se llamaba Terumi Mei, y según había visto en su expediente médico, tenía cuarenta y ocho años. Ya había sido su paciente en alguna ocasión. A pesar de que ella era catorce años mayor, allí estaba, coqueteando con un hombre de treinta y cuatro que además era su médico.

 

Incluso llegó a decirle que era un hombre muy atractivo y que era su tipo.

 

Para silenciarla, Sasuke sólo tuvo que entrelazar las manos sobre su escritorio con un movimiento elegante y dejar que el anillo que llevaba en el dedo anular hablara por sí solo.

 

Al instante ella había sonreído un poco avergonzada y cambió de tema con naturalidad, volviendo al instante a una relación de paciente y médico.

 

—Como siempre, supongo. —Se encogió de hombros. Estiró un brazo a través del respaldo del sofá, y Naruto no tardó ni dos segundos en acurrucarse un poco contra él, volviendo a la tarea de mirar los papeles en sus manos—. ¿Qué haces?

—Reviso unos dibujos que los niños han hecho hoy en clase. Les pedí que dibujaran lo que querían ser de mayores, o cómo se veían a sí mismos en el futuro.

—¿Y…?

 

Apenas movió la cabeza a un lado para que Naruto le mostrara aquellos intentos de dibujos. Éste fue pasando hojas y encontró lo típico: bombero, policía, astronauta, médico, presidente… Algunos estaban tan mal dibujados que si no estuviera escrito arriba lo que habían dibujado, no se entendería.

 

—Pero me preocupa este dattebayo —explicó Naruto, enseñándole un dibujo en concreto.

 

En el papel se mostraba un niño tomando la mano de lo que parecía ser un hombre con un cigarro en la boca. Sasuke lo dedujo al verle la barba oscura. Casi en un extremo del papel, había dibujada una mujer, o al menos eso le parecía, ya que sobre ella había muchos tachones con colores oscuros, como si hubiera querido hacerla desaparecer. Sobre el niño y el hombre se podían leer dos nombres con la típica letra fea e infantil: Konohamaru y Asuma.

 

—¿Este niño normalmente hace dibujos así? —curioseó Sasuke, intrigado.

—Desde hace unos días sí, por eso estoy preocupado —respondió—. Shino y Gaara me aconsejaron que hablara con sus padres, y les he citado para hablar mañana.

 

Sasuke desvió la mirada del horrendo dibujo al perfil de su pareja y se dedicó a contemplarlo. Parecía mentira que ya hubieran pasado cuatro años desde que formalizaron su relación. Cuando miraba a Naruto y lo comparaba con el de diecisiete años, se daba cuenta de que su rostro ahora mostraba un hombre un poco más maduro. El cambio era pequeño, pero apreciable.

 

En esos cuatro años habían cambiado algunas cosas.

 

Naruto se graduó, recordaba que aquel día estaba tan contento que lo estuvieron celebrando en la cama con una buena dosis de sexo hasta terminar agotados. Pero no todo fue de color rosa. Naruto soñaba con trabajar en la misma escuela donde él estudió en su niñez, sin embargo, los seleccionados para trabajar allí fueron Shino y Gaara. Los meses empezaron a pasar y Naruto no encontraba trabajo. Aquello comenzó a hacer mella en su ánimo, y Sasuke no sabía muy bien cómo consolarle. Incluso trató de buscar contactos entre sus compañeros de trabajo en el hospital, pero no obtuvo nada.

 

Un año después, un golpe de suerte llegó. Uno de los profesores se había visto obligado a tomar la jubilación anticipada por enfermedad, y era Naruto quien ahora ocupaba su puesto. Si el día de la graduación estaba feliz, el día que consiguió el empleo estaba pletórico.

 

Y por supuesto de nuevo terminaron en la cama, con él ayudando gustosamente a Naruto a desfogar aquella desbordante alegría.

 

Silenciosamente disfrutaba ver el brillo de felicidad en los ojos de Naruto cuando tras un día de trabajo, llegaba al apartamento y le relataba algunas anécdotas que habían ocurrido en su día, o alguna ocurrencia graciosa de los niños de su clase. La suerte le había sonreído hasta tal punto, que según le había dicho Naruto, él estaba a cargo de la clase de “Los girasoles”, casualmente su flor favorita. Gaara estaba a cargo de la clase de “Las rosas”, y Shino de “Las azucenas”

 

Escuchar a Naruto hablar, le hizo salir de sus recuerdos.

 

—Además, Konohamaru últimamente se comporta raro.

—Define raro.

—Desde el primer día Konohamaru ha sido un niño un poco revoltoso pero alegre. Tiene dos amigos en clase de los que no se separa nunca: Ise Udon y Kazamatsuri Moegi. Pero últimamente Konohamaru se ha aislado de los demás niños, he intentado hablar con él, pero se muestra agresivo o me ignora.

 

Naruto recordó con pesar al niño de ocho años. No entendía qué le tenía en ese estado, parecía como… deprimido.

 

Parpadeó al sentir unos suaves besos siendo dejados bajo su oreja, arrancándole un pequeño y agradable estremecimiento.

 

—Teme, estamos hablando de algo serio —dijo, pero no hizo nada por alejarle.

—Deja de preocuparte por eso, mañana lo solucionarás —susurró con voz sedosa, tratando de hacerle caer en su sutil juego. No quería verle esa expresión de preocupación ni un segundo más.

 

Al instante Naruto decidió que Sasuke tenía razón y relajó la postura, disfrutando los labios que recorrían su cuello junto con el brazo que rodeó su cintura. Pero cuando sintió la primera succión, aunque fue pequeña, se alejó de inmediato.

 

—¡Ni hablar! —sentenció encarándole determinado—. No vas a dejar una marca en mi cuello. Mañana trabajo. —Le recordó.

 

Bajo el rictus serio de Sasuke, una ceja se sacudió en un tic de molestia. ¿Con qué derecho se atrevía a decir eso el muy usuratonkachi? Él, que en el pasado marcó su cuello cada vez que le dio la gana y le hizo ser el hazmerreír de sus compañeros de trabajo.

 

Pero eso no se iba a quedar así. Todavía no se había vengado por todas aquellas situaciones, y justo ahora, le parecía el momento indicado para empezar.

 

—¿Por qué de repente me miras así, Sasuke? —preguntó el rubio con desconfianza.

—¿Así cómo?

—Como si quisieras…

—¿Comerte?

—Iba a decir matarme’ttebayo, pero eso también me sirve.

 

En un movimiento inesperado, Naruto se vio empujado contra el sofá, quedando bocabajo. Apenas tuvo tiempo de soltar una exclamación de sorpresa, viendo los papeles desparramarse en el suelo y con su pareja posicionándose tras él de tal forma que no le molestara con su peso a la vez que no le permitiera incorporarse.

 

—¡Teme…! —protestó—. Ya sé que soy irresistible, pero podrías haberme avisado, no quiero que se arruguen. —Señaló los dibujos en el suelo.

 

Pero estos quedaron totalmente olvidados largos minutos después, cuando los gemidos y suspiros empezaron a llenar la sala, siendo abrigados por la penumbra del lugar cuando el sol finalmente se ocultó. Sólo les iluminaba el tenue brillo del televisor encendido. Naruto se aferraba con ambas manos a uno de los cojines del sofá, ocultando el rostro en él en un intento de minimizar los sonidos que escapaban de su boca mientras Sasuke tras él le embestía sin piedad, manteniendo sus caderas alzadas y sujetas con firmeza. Estaba seguro de que sus dedos quedarían marcados en su piel, pero no le importaba. El problema era que estaba tan perdido en el placer, que fue incapaz de impedir que la codiciosa boca de Sasuke alcanzara su cuello.

 

****

 

—¡Buenos días! —exclamó Naruto animado al entrar en el aula a la mañana siguiente, caminando con porte erguido a pesar de la ligera molestia en las caderas.

 

Los niños respondieron con el mismo ánimo, como sintiéndose contagiados, y algunos se acercaron buscando iniciar algún juego o conversación. Sabiendo esto, Naruto se agachó y los recibió con una sonrisa.

 

—¿Qué haremos hoy en el recreo, Naruto sensei? —preguntó Moegi con impaciencia.

 

Naruto no era como los demás maestros que durante el recreo se limitaban a observar a los niños desde la distancia mientras seguían reunidos con los otros maestros para hablar de sus cosas. No. A él le gustaba involucrarse con los niños, planear con ellos qué jugar y realizar dicho juego. Sin ir más lejos, el día anterior jugaron fútbol, y Naruto no podía evitar sentirse como un jugador profesional cuando con cualquier cosa que hacía, los niños exclamaban maravillados y trataban de imitarle.

 

—Hoy lo dejaré a vuestra elección—. Apenas dijo aquello cuando notó a Konohamaru sentado en su pupitre, cabizbajo—. O mejor, dejaremos que Konohamaru elija hoy.

 

Dicho eso, se incorporó y caminó con sigilo hacia el pequeño. Cuando le alcanzó, azotó las manos contra el pequeño pupitre y le saludó con un grito cantarín.

 

—¡Buenos díaaas, Konohamaru!

 

El niño pegó un grito y un salto en su asiento que hizo reír a los demás, incluido el causante de que casi sufriera un infarto.

 

—¡Naruto sensei! —replicó entre avergonzado y molesto—. ¡Me has asustado kore!

—Lo siento. —Sin borrar su sonrisa, se sentó junto al niño. La silla era ridículamente pequeña para él—. Hemos pensado que tú decidirás qué haremos hoy durante el recreo. —Alzó una mano, revolviéndole los cabellos.

—¿En serio? —preguntó animándose un poco.

 

Antes de que pudiera decir algo, la voz de Moegi les interrumpió.

 

—¡Naruto sensei! ¿Qué es eso? —Le señaló.

 

Ella había sonado tan preocupada, que quedó realmente intrigado.

 

—¿Qué es qué?

 

La niña se acercó y con confianza tocó su cuello con un dedo. Otros niños se acercaron a mirar, curiosos.

 

—Yo creo que es una picadura de mosquito —comentó Udon.

—¡Tal vez una araña venenosa! —exclamó otro.

—¿Una serpiente? —se aventuró otro niño.

 

Confundido, Naruto se llevó la mano a la zona que Moegi había tocado. Un segundo después, su cerebro pareció hacer “clic” y palideció ligeramente, pasando por su mente recuerdos de la fogosa noche anterior. No… No podía ser lo que estaba pensando. El muy bastardo de Sasuke no fue capaz de dejar un chupetón ayer en su cuello, ¿cierto? Él le pidió expresamente que no lo hiciera.

 

¡Maldito teme! ¡Le mataría al llegar a casa!

 

—Naruto sensei, ¿qué pasa? —Se interesó Konohamaru—. ¿Es una picadura mortal? —Se escuchó más preocupado de lo que quiso mostrar.

 

Aunque a veces fuera un niño rebelde y un poco difícil de manejar, lo cierto es que estimaba mucho a Naruto. Incluso a veces no podía evitar verle como un hermano mayor y admirarle en secreto. Y a pesar de su corta edad, había notado lo preocupado que había estado por él desde que había estado tan desanimado.

 

—¿Qué haré ahora? ¿Qué haré…?

 

Escuchó lamentarse a su sensei en voz baja. Parecía estar nervioso. ¡A lo mejor sí se iba a morir por esa picadura en su cuello! Sin poder evitarlo, se aferró con ambas manos al brazo del rubio, llamando su atención.

 

—¡Naruto sensei, tenemos que llamar a un médico!

—¿Ah? —Parpadeó confuso.

 

Entonces salió de su película mental donde se vengaba de ese teme y alzó la vista, comprobando que los niños a su alrededor lucían curiosos en su mayoría, y algunos preocupados.

 

Rápidamente trató de componer una sonrisa natural y agitó las manos, negando.

 

—No, no… Estoy perfectamente dattebayo. Sólo necesito… algo para tapar mi cuello y no tengo nada.

 

Sin pensarlo, Konohamaru llevó una mano a su cuello y tiró de la tela que lo rodeaba. Una delgada bufanda azul. Apenas estaban a últimos de octubre, pero le gustaba llevar un pañuelo o bufanda dependiendo del calor que hiciera, porque según él, así se veía más cool. Después de todo, era el líder del pequeño grupo que formaba con Moegi y Udon, debía dar una buena imagen.

 

—Naruto sensei, toma. —Le extendió la prenda.

 

El rubio le miró un poco sorprendido, y después sonrió agradecido, tomando la prenda y rodeando su cuello con ella. Al menos ahora no tendría que dar explicaciones a otros maestros sobre el chupetón en su cuello.

 

—Gracias, Konohamaru. Eres un buen chico. —Le revolvió los cabellos con cariño—. Bien, es hora de empezar la clase —determinó, tratando de adoptar un porte más serio pero sin lograrlo demasiado.

 

Efectivamente, Naruto no tuvo que dar explicaciones sobre el chupetón en su cuello, pero sí recibió durante el recreo preguntas curiosas de otros maestros acerca de por qué llevaba una bufanda. Cuando pudo estar a solas con Gaara y Shino, movió un poco la bufanda y les mostró la verdadera razón de estar usando aquello aunque estuviera muriendo de calor.

 

—¿Ese Uchiha es tonto? —preguntó Gaara con seriedad.

—No, es un maldito vengador —respondió—. Se ha vengado de las veces que yo le hice lo mismo en el pasado. ¡Pero sólo era un adolescente inconsciente!

—El hecho de que los niños te hayan visto así puede dar mala imagen, Naruto —habló Shino con su habitual calma—. ¿Por qué? Porque…

—Tú das peor imagen —respondió ligeramente ofendido y después sonrió entre dientes con cierta maldad—. Después de todo, los niños de tu clase dicen que eres un mafioso.

 

Una nube depresiva cubrió a Shino al recordarlo. Debido a su forma de vestir y su costumbre de usar gafas de sol, los niños solían compararle con un mafioso y le respetaban muchísimo.

 

—No soy el único aquí que da mala imagen. —Se defendió—. ¿Por qué? Porque los alumnos de Gaara piensan que él es un asesino serial.

 

En ese punto de la conversación, Naruto no pudo contener unas sonoras carcajadas que trató de esconder al ver un sutil rubor en las mejillas de su pelirrojo amigo, pero su seria mirada indicaba peligro.

 

—Pienso que deberíais sonreír más, al menos cuando estáis con los niños —aconsejó cuando su risa desapareció.

—Si tú lo dices —respondió Gaara sin mucho ánimo ante la idea.

—¡Sí! Inténtalo ahora. Muestra una sonrisa, una dulce’ttebayo.

 

Una de las comisuras de Gaara se curvó con cierto esfuerzo, y después la otra, mostrando un intento de sonrisa que casi daba miedo. Con confianza, Naruto le tomó de los hombros y negó.

 

—Mejor practica en casa, frente un espejo —aconsejó serio.

—Tonto —replicó Gaara, estampando la palma de la mano en el rostro de su amigo y empujándole.

 

Naruto se acarició la nariz y rió ligeramente, viendo que ahora era Shino quien intentaba mostrar una sonrisa dulce y fracasaba también en el intento.

 

El hecho de terminar trabajando con sus amigos había sido un auténtico golpe de suerte. Era realmente afortunado. La relación con Gaara no era incómoda a pesar de los sentimientos que éste le profirió en el pasado. Sabía gracias a Gaara que recientemente había empezado a verse con un chico que llevaba poco tiempo viviendo en Konoha. Se conocieron porque el chico en cuestión era amigo de Kankuro, su hermano. Gaara le había confesado que ese chico estaba despertando su interés, y él sólo pudo alegrarse por su amigo.

 

Gaara merecía ser feliz.

 

Lamentablemente, con el resto de sus amigos no podía tener tanto contacto como antaño. Cada uno estaba cumpliendo sus sueños y viviendo sus vidas. Una parte de él extrañaba aquellos días en los que podía pasar horas en el parque con ellos, jugando fútbol o simplemente hablando. A pesar de todo, una vez al mes trataban de hacerse un hueco para reunirse en algún lugar, normalmente en Yakiniku Q.

 

La última vez que se reunieron recibieron la gran de noticia de que Temari y Shikamaru, quienes se casaron el año anterior, esperaban su primer hijo. Temari apenas estaba de dos meses.

 

Mientras Naruto se acariciaba la nariz, el brillo del anillo en el dedo anular de éste captó la atención de Shino.

 

—¿Y qué tal la vida de casado?

 

Automáticamente se mostró la sonrisa más radiante del repertorio de Naruto.

 

—¡Muy bien! —respondió enérgico.

 

Apenas hacía siete meses que se casó, y es cierto que en ocasiones tenía sus más y sus menos con Sasuke, pero no lo cambiaría por nada.

 

Recordaba que Sasuke le propuso matrimonio la noche de su cumpleaños número veintidós, en la soledad de su apartamento, y aquello le tomó tan desprevenido que fue incapaz de responder algo durante unos largos segundos. Sólo reaccionó al ver una sonrisa burlona curvando los labios de Sasuke, a quien le resultó gracioso el hecho de que se quedara pasmado.

 

Y a pesar de que nunca se había detenido a pensar seriamente si le gustaría casarse, aceptó al instante con la emoción brillando en sus ojos azules.

 

Los primeros en saber la noticia fueron los Uchiha, quienes les felicitaron con evidente alegría. Al día siguiente contaron a los Uzumaki sus intenciones de casarse e irse a vivir juntos. Kushina abrazó a ambos con tal energía que juraron que crujió algún hueso. Pero Minato se puso de pie con expresión seria.

 

—¡Sobre mi cadáver! —exclamó éste con determinación.

—¡Papá! —replicó Naruto.

 

Al instante el rubio mayor sacudió la cabeza y se llevó una mano a la nuca.

 

—Lo siento, hijo. Es la costumbre.

 

Acto seguido les felicitó, y propuso brindar con cerveza.

 

Aparentemente el ambiente estuvo relajado, y no era tan extraño dado que en aquel momento ya habían pasado dos años desde que confesaron su relación a sus progenitores. Minato había tenido tiempo de sobra para asimilar la noticia, y de paso, comprobar junto a Kushina que aquella relación iba en serio, que Sasuke no estaba simplemente saciando una curiosidad. Aunque de vez en cuando disfrutaba molestando a Sasuke de alguna forma, era su placer culpable. Más de una vez se había ganado alguna reprimenda de Kushina o Naruto, pero no se arrepentía de nada. Era el precio que ese mocoso tenía que pagar por alejar a su hijo de su lado.

 

Empezaron contando sus planes para la boda, aunque de momento lo único que tenían claro es que querían que la ceremonia fuera en Konoha y en un ambiente lo más íntimo posible. Después, Kushina empezó a contarles con ojos soñadores cómo fue el día de su boda. Entre trago y trago, Sasuke escuchaba a su suegra. Pero al dar el último trago y vaciar la jarra, escupió sonoramente la cerveza en su boca al leer en el fondo de la jarra el mensaje “Has sido envenenado”. Tanto Kushina como Naruto se alarmaron con su reacción, sin embargo, Minato estalló en carcajadas.

 

Después, su suegro tenía un considerable chichón en la cabeza cortesía de su esposa, pero a pesar de ello, explicaba con orgullo que en cuanto vio esa jarra hace un tiempo en una tienda no pudo evitar pensar en Sasuke y comprarla.

 

—Si no haces feliz a mi hijo, ese mensaje se hará realidad —amenazó con una sonrisa.

 

Naruto suspiró, recordando que su padre disfrutaba de incomodar a Sasuke. Por suerte, con el paso del tiempo ese comportamiento iba desapareciendo y Minato empezaba a comportarse como un suegro normal.

 

En cambio con los Uchiha él no tenía la más mínima queja. Ellos siempre le recibían en su hogar con una sonrisa y le trataban como a uno más de la familia.

 

La relación entre sus padres y los Uchiha había vuelto a encauzarse, aunque costó. Ver a sus padres llevarse como antaño les hacía felices a Sasuke y a él.

 

La fecha elegida para el enlace fue el siete de marzo. Sin lugar a dudas, ese día fue el más feliz de toda su vida.

 

En su viaje de novios recorrieron Grecia y varios puntos de Japón, y al regresar a Konoha, iniciaron una verdadera convivencia. A Sasuke le sacaba de quicio que la mayoría del tiempo Naruto fuera desordenado, sin embargo, agradecía enormemente cuando la mayoría de los días Naruto, quien solía llegar primero, le esperaba con un baño preparado o a veces con la cena hecha. A pesar de que los dos trabajaban ahora, cada vez que podían sacaban un hueco para salir a correr o hacer cualquier tipo de ejercicio al aire libre.

 

Otras veces Naruto iba a buscar a Sasuke al hospital y desde allí se marchaban juntos a reunirse en algún lugar con Karin, Suigetsu y Juugo. Pero su grupo de amigos había sufrido cambios, empezando por el hecho de que Suigetsu y Karin eran novios. Les tomó su tiempo, pero finalmente ese par de tercos hablaron, se sinceraron y decidieron darse una oportunidad. A pesar de todo, a veces todavía se trataban como si quisieran matarse. Y no había que olvidar que desde hacía bastante tiempo Ino y su novio Sai también formaban parte del grupo de amigos. Con tanta ida al hospital, había conocido a algunos compañeros de trabajo de Sasuke, como por ejemplo el doctor Sarutobi Asuma. Era un tipo extraño que no dejaba de aconsejar a la gente que dejara de fumar mientras que él se fumaba fácilmente en un día cuatro paquetes de tabaco.

 

Cuando no, pasaban algo de tiempo con Itachi y Konan. Tanto Sasuke como él habían sido testigos años atrás del bache que sufrió la pareja. Todo ocurrió meses después de que Sasuke y él formalizaran su relación. Supieron que Itachi y Konan estaban tratando de formar una familia, pero los meses pasaban y ella no quedaba embarazada, así que empezaron a plantearse buscar ayuda profesional. O más bien, lo planteó Itachi, porque en un arrebato de sinceridad Konan le confesó a Naruto que no quería buscar ayuda porque temía ser ella la razón del problema y que eso la había llevado a tener algunos momentos de tensión con su esposo.

 

Sonrió al recordar que actualmente las asperezas habían desaparecido entre sus cuñados.

 

Y él, sólo podía sentirse agradecido por lo feliz que era.

 

—¡Naruto sensei!

 

El llamado de Moegi le sacó de su ensoñación e hizo desaparecer la sonrisa boba que mantenía curvadas sus comisuras.

 

—¿Qué ocurre? —Se preocupó al ver a la pequeña un poco inquieta.

—Es Konohamaru. Otra vez dice que no quiere jugar con nadie y está ahí solo, en el arenero.

 

Naruto suspiró y se llevó ambas manos a la cintura, buscando al mencionado con la mirada. Sus ojos mostraron un brillo determinado cuando le encontró sentado donde la niña le indicó.

 

—Chicos, continuaremos hablando en otro momento.

 

Shino y Gaara asintieron y fueron a reunirse con otros maestros mientras veían a su amigo alejarse seguido de la niña. En el corto trayecto otros niños se les unieron. Naruto parecía tener imán para los niños, todo lo contrario a ellos dos. Vieron al rubio agacharse frente al niño y hablar con éste. El pequeño Konohamaru mostraba un comportamiento esquivo y hacía movimientos airados, parecía estar disgustado quién sabe por qué. Ese niño últimamente había mantenido un comportamiento de ese tipo, como si estuviera enojado con el mundo.

 

Pero tal y como era de esperar del terco Uzumaki Naruto, consiguió su propósito y tras cinco minutos, le vieron llevar de la mano a Konohamaru junto a otros niños para unirse a sus juegos.

 

A la hora de salida y cuando todos los niños se marcharon, el pequeño Konohamaru se mantenía en silencio, sentado en su lugar correspondiente en el aula mientras Naruto miraba unos papeles en su mano. Esperaban a los padres de Konohamaru, o siendo más preciso, sus tutores legales. Él se llamaba Asuma, y era tío de Konohamaru, su esposa se llamaba Kurenai. Ambos se hicieron cargo cuando los padres murieron en un accidente de tráfico siendo Konohamaru tan solo un niño de tres años.

 

Sarutobi Asuma… Ese nombre le resultaba familiar.

 

—Naruto sensei… —le llamó casi en voz baja.

 

El rubio dejó de prestar atención a los papeles en su mano y se acercó.

 

—¿Qué ocurre?

 

El niño se había mostrado repentinamente desanimado. Konohamaru constantemente pasaba del desánimo al enojo.

 

—Estaba pensando que… —habló inseguro.

—¿Qué? —Le animó.

—Me gustaría tener un hermano mayor como tú kore —confesó alzando el rostro, encarándole.

 

El rubio parpadeó sorprendido. Ningún alumno le había dicho alguna vez algo así. Tomó una silla cercana y se sentó frente a Konohamaru.

 

—Me siento halagado’ttebayo. —Atinó a responder.

 

Los ojos del niño tomaron un brillo de esperanza.

 

—Yo… ¿Podría irme a vivir contigo?

 

Al rubio le sorprendió aquella cuestión. Konohamaru le miraba como si fuera su tabla de salvación en medio de un mar tormentoso.

 

—¿Vivir conmigo? —reiteró—. ¿Y qué hay de tus padres? —respondió con otra pregunta.

 

Los ojos de Konohamaru perdieron aquel brillo de esperanza y decidieron mejor centrar su atención en la madera del pupitre, como si de repente fuera muy interesante.

 

—Eso… —balbuceó—. No creo que a ellos les importe.

—¿Cómo que no? —preguntó de nuevo—. Te echarían mucho de menos’ttebayo.

—¡Claro que no! —sentenció molesto, con una expresión de amargura adueñándose de su rostro—. ¡Cuando el bebé nazca ellos no me van a querer!

 

Naruto guardó silencio un segundo, parpadeando sorprendido.

 

—Konohamaru… ¿qué bebé? —indagó con un tono prudente.

 

Sentía que debía profundizar en aquel asunto. Probablemente el niño estaba exteriorizando la razón por la que se mantenía enfadado con el mundo.

 

—El tío Asuma y Kurenai van a tener un bebé.

 

A pesar de que había recibido poca información, uniendo las piezas aquello parecía empezar a cobrar sentido para Naruto. Al parecer Konohamaru tenía miedo de ser puesto a un lado e ignorado una vez que naciera el mencionado bebé.

 

Abrió la boca sin saber bien qué decir, pero justo entonces la puerta del aula se abrió, revelando a Gaara.

 

—Naruto, los padres del niño ya están aquí.

 

Gaara había accedido a hacerle el favor de cuidar de Konohamaru mientras él hablaba con los padres del niño. Asintió y después encaró al menor con una repentina mirada decidida.

 

—Gracias, Gaara, pero ya no es necesario que cuides de Konohamaru. Le llevaré conmigo.

—¿Eh? —balbuceó el pelirrojo, pero no recibió respuesta.

 

Sin responder algo, Naruto tomó al niño de la mano y le llevó con él. Acababa de decidir que también debía estar presente en la charla y que… ¿por qué no?, también que sería bueno que Konohamaru hablara con sus padres y les contara su preocupación y cómo se sentía al respecto.

 

—¡Naruto sensei! ¿A dónde vamos kore?

 

Pero no respondió, se limitó a caminar al pequeño despacho donde la pareja le estaba esperando. Al entrar, supo por qué el nombre Sarutobi Asuma le era tan familiar. El mundo a veces podía ser muy pequeño.

 

—¡Oh! ¡Eres el amigo de Sasuke! —exclamó sorprendido el hombre de la barba nada más verle—. ¡Qué coincidencia!

 

****

 

Aquel día prometía ser tranquilo. A pesar de no ser domingo, tenía el día libre porque el domingo anterior trabajó por hacerle un favor a un compañero que necesitaba ser sustituido. Pero todo quedó en eso, una promesa de día tranquilo que jamás se hizo realidad.

 

Las sienes de Sasuke amenazaban con empezar a palpitar de dolor.

 

El causante de su malestar era el mocoso de veintiún meses sentado a su lado en el sofá de su apartamento, quien no dejaba de reír, dar palmas y repetir a gritos la palabrería que un horrible muñeco decía en un canal infantil.

 

—¡Arriba! ¡Abajo!

 

Esto es cerca

 

—¡Cerca! ¡Cerca! —exclamaba el pequeño alzando los brazos con entusiasmo.

 

El muñeco era peludo, de ojos saltones y de un horrible color chillón molesto a la vista.

 

Esto es lejos"

 

—¡Lejos! —repetía el niño.

 

La paciencia de Sasuke explotó y sin pensarlo tomó el mando a distancia y apagó la televisión apretando el botón con saña. Al instante el pequeño giró a mirarle con una expresión de puro berrinche infantil, inflando las mejillas.

 

—¡Papá! ¡No!

 

Los vellos de la nuca se le erizaron a Sasuke cual gato al escuchar la forma en que fue nombrado. Con una expresión que intimidaría a cualquier niño, giró acomodando una pierna en el sofá y un brazo sobre el respaldo para encararle.

 

—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No me llames papá.

 

Sí, su expresión intimidaría a cualquier niño, pero no al que estaba sentado a su lado. Estaba tan acostumbrado, que ya era inmune a su repertorio de caras agrias.

 

El pequeño se limitó a señalar el televisor, ligeramente ceñudo.

 

—Quiero.

—No —sentenció.

—¡Papá! —protestó.

 

Un tic sacudió una de las cejas de Sasuke al ser llamado así de nuevo.

 

—No soy tu padre —masculló, forzando un tono paciente—. Soy tu tío. Repite conmigo: tío.

 

Pero el pequeño sólo mantuvo sus ojos de tonalidad tan oscura como los suyos fijos en él, observándole curioso como si de pronto le estuviera hablando en un idioma extraño.

 

Suspiró con tedio y se llevó una mano a la frente.

 

Itachi iba a matarle un día de estos si el mocoso no dejaba de llamarle papá. Siempre había recibido afecto de su hermano mayor, pero todo cambió el día que el niño sentado a su lado, el pequeño Itachi, dijo su primera palabra.

 

Recodaba que el pequeño contaba con once meses y desde que tenía ocho había estado balbuceando algunas cosas incoherentes. Sabía, gracias a su hermano, que su mayor ilusión era ser la primera palabra de su hijo. Aquel domingo, por insistencia de Naruto, habían ido a visitar a su hermano y su pequeña familia. Poco antes de que el pequeño naciera, se habían mudado del apartamento a una casa casi en las afueras. Konan daba de comer al pequeño mientras Itachi les contaba con emoción mal contenida que presentía que aquel día su hijo diría su primera palabra, su primer “papá” de verdad.

 

—Ita-chan ha estado balbuceando algunos “ma” y “pa”, incluso a veces parece que esté diciendo papá, pero todavía no relaciona esa palabra conmigo. Siento que hoy será el día que lo haga.

 

Y sí, aquel fue el día, Itachi no se equivocó. Lo malo fue que el pequeño exclamó un enérgico “papá” mientras, sentado en su sillita, miraba a su tío Sasuke con un brillo en los ojos y extendía sus brazos hacia él para ser cargado.

 

Por alguna razón había relacionado esa palabra con Sasuke, y la forma resentida en que su hermano mayor le miró después fue como una daga en el corazón.

 

—Seguro me ha confundido contigo, Itachi. —Se excusó Sasuke para tratar de salir airoso y no ser odiado por su hermano mayor.

 

Con el niño en brazos, se acercó y trató de dárselo a su padre, pero el pequeño Itachi se negó expresando un ruidito de disconformidad y aferrándose con sus manitas al cuello de la camisa de Sasuke.

 

—Mocoso, no soy tu padre —masculló tenso.

 

Recordaba que Konan y Naruto se rieron con aquella anécdota, pero a él no le hizo ni pizca de gracia. Desde entonces su hermano mayor le había estado enviando miradas fulminantes mal disimuladas que aumentaban de intensidad cada vez que el niño le llamaba papá en su presencia.

 

Habían pasado diez meses de aquello y su sobrino no perdía la costumbre. Incluso fue a peor, ya que ocasionalmente llamaba papá a todas las figuras masculinas con las que se relacionaba, y eso incluía a Fugaku, Minato, e incluso Naruto. Mientras que Konan era la única que tenía el privilegio de ser llamada mamá.

 

Para empeorar su situación, su pequeño sobrino se parecía más a él que a su propio padre. ¡Incluso algunos mechoncitos rebeldes en la parte de atrás de su cabeza empezaban a mirar hacia arriba! ¿Podía tener más mala suerte? Recordaba que sus padres comentaron en una cena familiar cuánto se parecía el niño a él, fue dicho sin malicia, pero se ganó una gélida mirada de su hermano mayor que le estremeció.

 

De nuevo trató de salir del paso respondiendo que después de todo Itachi y él eran muy parecidos cuando eran unos bebés, y que si el niño le llamaba papá era porque le confundía con Itachi.

 

Sus progenitores estuvieron de acuerdo, pero su hermano mayor continuaba dedicándole aquella mirada heladora.

 

—Arriba.

 

La petición de su sobrino le hizo regresar al presente, descubriéndole con sus bracitos alzados hacia él.

 

Sin mucho ánimo accedió y le tomó en brazos, acomodándole contra su hombro. Sabía que el pequeño Itachi disfrutaba abrazarse a él, especialmente al cuello de su camisa. Envió una discreta mirada a los cortos mechones oscuros, y raudo llevó una mano hacia ellos para peinarlos con los dedos, intentando en vano que las puntas dejaran de mirar hacia arriba. Era imposible, segundos después volvían a su posición original.

 

Era frustrante, hasta él mismo se daba cuenta de que su sobrino era una mini copia suya. Naruto decía que eso le resultaba gracioso e incluso tierno, pero él insistía en que no era gracioso.

 

Se parecía tanto, que a veces, cuando Naruto y él llevaban a su sobrino al parque, alguna madre soltera se había acercado con su respectivo retoño con la excusa de que sus hijos jugaran y empezaba a sacarle conversación sobre cuánto se parecía “su hijo” a él. Pero no era tonto, sabía que aquello era un intento para coquetear con él.

 

Era hilarante. Él, que siempre había detestado a los niños y que jamás deseó tener un hijo, ahora tenía un sobrino que parecía más hijo suyo que de su hermano. Para rematar, el niño adoraba estar con él.

 

Por la respiración pausada del pequeño momentos después, presentía que si no se había dormido ya, estaría a punto de hacerlo. Eso era bueno, significaba que tendría un momento de hermosa tranquilidad y el silencio que tanto le gustaba.

 

Pero entonces, se escuchó una llave encajando en la cerradura y el berrido enérgico de su esposo echó a perder el momento de paz.

 

—¡Estoy en casa’ttebayo!

 

Naruto se quitó la delgada bufanda que rodeaba su cuello, sonriendo al recordar a Konohamaru. Al final el pequeño había podido exteriorizar frente a sus padres su preocupación, y estos le habían asegurado que le amaban y que jamás le harían a un lado. La escena fue un poco emotiva cuando Konohamaru abrazó a sus padres. Esperaba que ahora el niño volviera a ser el de siempre, mantendría un ojo puesto sobre él.

 

Konohamaru estaba tan contento, que antes de marcharse le nombró el líder de su pequeño grupo, y él gustoso aceptó.

 

Se acercó al sofá y soltó ahí la bufanda, percatándose entonces de que su adorado sobrinito estaba allí.

 

—¡Ita-chan!

 

El niño se frotó un ojo con movimientos perezosos y se removió en una muda petición para ser dejado en el suelo. En cuanto Sasuke cumplió su demanda y pudo mantenerse en pie sin caer, caminó hacia el rubio, queriendo que ahora fuera él quien le sostuviera entre sus brazos.

 

—¡Papá! —exclamó—. Hola.

 

Y de nuevo un tic sacudió una de las cejas de Sasuke.

 

—¡Dobe! No le dejes llamarte así.

 

Naruto esbozó una sonrisilla nerviosa. En el fondo él sí disfrutaba ser llamado así.

 

—Ita-chan, no soy papá. Soy el tío Naruto. Na-ru-to.

—Tío —murmuró el niño, posando las manos en las bronceadas mejillas. Siempre le llamaban la atención las características marcas que ahí se encontraban.

 

Se escuchó a Sasuke chasquear la lengua de forma sonora, frustrado. Ese dobe tenía la suerte de que el niño cada vez más se refería a él como tío, o incluso alguna vez le había llamado “Nato”, en un intento de decir Naruto.

 

—¿Por qué a ti te llama tío tan fácilmente? Llevo toda la tarde intentando que deje de llamarme papá, y no hay manera —renegó.

 

El rubio rió, divirtiéndole la frustración de su esposo. Sin embargo, intentó ayudarle.

 

—Mira, Ita-chan. —Llamó su atención y después señaló a Sasuke—. Él no es papá, es el tío Sasuke.

 

Sasuke miró esperanzado a su sobrino, pero éste se limitó a llevarse unos dedos a la boca, chupándolos mientras le observaba como si lo que Naruto le acababa de decir fuera inconcebible.

 

—Tío —presionó Sasuke a que lo repitiera—. Tío Sasuke.

 

Pero el niño, tras unos segundos, apartó la mirada y volvió a enfocarla en Naruto, como si no hubiera entendido lo que le decían.

 

A veces pensaba seriamente que su pequeño sobrino disfrutaba viéndole sufrir a causa de las miradas heladoras de su hermano mayor.

 

—Bueno, lo intenté —comentó Naruto, encogiéndose de hombros—. Ita-chan, vamos a mostrarle al tío Sasuke lo bien que sabes contar. Llevamos un tiempo practicando. Uno…

—Uno —repitió al instante, un poco inseguro. Sasuke chirrió los dientes al ver que ahora el niño sí había entendido y respondido de inmediato. Ese pequeño entendía lo que le daba la gana—. Uno, dos, tres… cinco, siete, siete, nueve y ¡diez!

 

Naruto contuvo una pequeña carcajada, pero no una sonrisa.

 

—Tenemos que pulir algunos detalles.

—Detalles —repitió éste, sonriendo al sentirse contagiado con la sonrisa de su tío, mostrando sus pequeños dientes.

—¿Por qué no vamos un rato al parque? —propuso.

—¡Sí! —exclamó el niño casi en un grito, antes de que Sasuke pudiera decir algo—. Parque.

—Está bien. —Con cuidado le dejó en el suelo—. Ve a traer la pelota.

 

Rió al ver que el niño caminaba todo lo rápido que sus cortas piernas le permitían hacia el dormitorio. A veces perdía la estabilidad y parecía que caería, pero no era así.

 

En cuanto el niño se perdió de vista, se acercó a Sasuke, sentándose a su lado para tomarle del rostro y unir sus labios en un suave beso. Sonrió cuando se alejó unos escasos centímetros, apartando un poco el mechón oscuro que amenazaba con ocultar uno de los ojos de Sasuke. Era gratificante comprobar cómo un simple beso suyo hacía desaparecer la expresión de gruñón en ese teme.

 

—Ten paciencia, Sasuke. Con el tiempo Ita-chan dejará de llamarte así.

 

Pero a Sasuke ya no le interesaba hablar más sobre ese tema, prefería mantener su boca ocupada en devorar la de su esposo. Y así lo hizo. Sus manos tomaron el control de las caderas contrarias, acariciándolas sobre la ropa mientras su lengua jugueteaba con la otra. Y aunque le habría gustado deleitarse y extender el momento, con pereza se alejó al recordar que su sobrino podría volver en cualquier momento.

 

—¿Ha ocurrido algo en el trabajo que te ha retrasado?

—Tenía la reunión con los padres de Konohamaru. —Le recordó—. ¿A que no sabes quién es el padre de Konohamaru?

—Sorpréndeme —respondió sin demasiada curiosidad.

—El doctor Sarutobi.

 

La sorpresa de Sasuke fue notable en su expresión.

 

—Así que tiene un hijo.

—En realidad Asuma es su tío y tutor legal dattebayo. ¿No lo sabías?

 

Sasuke se encogió de hombros.

 

—No suelo indagar en los temas personales de los demás.

 

Naruto rodó la mirada. El teme siempre tan parco. Al igual que no le gustaba hablar de su vida privada, no le gustaba indagar en la de los demás.

 

—Al final descubrí lo que tenía a Konohamaru en ese estado —contó sonriente—. Quiero pensar que a partir de ahora todo va a estar bien. —Antes de que Sasuke pudiera decirle algo, alzó un dedo y le señaló acusador, desapareciendo la sonrisa—. Quien no ha estado bien durante todo el día he sido yo. He tenido que usar esa bufanda que Konohamaru me prestó, muriendo de calor, para tapar la marca en mi cuello. Los demás maestros me miraban raro, ¡incluso los niños!

 

Se reprendía por no haberla notado mientras se aseaba antes de ir al trabajo. Pero estaba demasiado somnoliento por toda la energía gastada el día anterior.

 

Sasuke soltó una risita de satisfacción, viéndose realmente complacido. La sensación de ver realizada su venganza después de años de espera, era muy placentera.

 

—Me alegra mucho oír eso, usuratonkachi.

—Eres un teme vengador. —Y Sasuke volvió a emitir una risilla que fastidió a Naruto—. Si vuelves a dejar una marca en mi cuello otra vez, te aseguro que te arrepentirás —amenazó determinado.

—¿Sí? ¿Y qué harás? —preguntó burlón, sin verse en absoluto intimidado.

 

Pensaba dejar todas las marcas que quisiera en ese cuello acanelado, y nadie iba a impedírselo.

 

Una sonrisa maliciosa, nada común en Naruto, curvó sus comisuras.

 

—Les mostraré la marca a mis padres.

 

Sasuke no quiso decir algo que demostrara que de pronto sentía terror, pero Naruto pudo escucharle tragar saliva de forma sonora.

 

—No serías capaz…

—Ponme a prueba.

 

No, Sasuke prefería no correr el riesgo. No ahora que Kushina parecía tenerle estima y haberle aceptado. No ahora que Minato empezaba a comportarse como un suegro normal. Los Uzumaki querrían su cabeza en bandeja de plata si veían ese chupetón mancillando a su “precioso hijo”

 

La noche que formalizó su relación con Naruto frente a sus suegros, pensó que estos le matarían porque el muy dobe se empinó dos vasos de sake como si fueran agua con la excusa de brindar, y si bien Naruto no se emborrachó, sí quedó un poco aturdido.

 

Más tarde tuvo que acompañar a Naruto a su casa, descubriendo que las luces del hogar de los Uzumaki estaban apagadas. Al día siguiente, respiró aliviado cuando Naruto le contó que cuando entró no se topó con sus padres porque estaban durmiendo.

 

Sólo eso le salvó de morir a manos de sus suegros.

 

Era mejor no jugar con fuego. Siempre podría marcar la piel de su esposo en zonas que quedan ocultas por la ropa.

 

—Como veo que lo has entendido —dijo Naruto, asintiendo satisfecho ante el silencio por parte del otro—, iré a buscar a Ita-chan, está tardando demasiado’ttebayo.

 

Nada más avanzar unos pasos, vio al niño tranquilamente sentado bajo el marco de la puerta de la habitación, con la pelota entre sus manos, observándola entretenido como si se hubiera propuesto seriamente palpar la textura y forma de lo que tenía entre las manos.

 

—Oh, ahí estás.

 

El niño sonrió y se puso de pie con cierto esfuerzo, agachándose a tomar la pelota entre sus manos.

 

—Nato. —Le mostró el juguete y después se lo lanzó con todas sus fuerzas, ansiando empezar a jugar—. Aquí

 

El balón rodó débilmente, hasta tocar los pies de Naruto. El pequeño sonrió y dio unas palmadas.

 

—Aquí no podemos jugar, Ita-chan, si rompemos algo el teme de Sasuke se enfadará.

—El teme —repitió.

—¡Naruto! —bramó Sasuke poniéndose de pie. Al final, por culpa del bocazas de su esposo, su sobrino aprendería antes a llamarle teme que tío.

 

Tanto el mencionado como el niño respingaron sorprendidos. Después todo ocurrió muy rápido, Naruto tomó raudo al niño en brazos y corrió hacia la puerta.

 

—¡Rápido, Ita-chan, tenemos que huir del ogro de Sasuke! —exclamaba con falso dramatismo mientras el niño se aferraba a él, soltando una carcajada de diversión.

 

Sasuke bufó al verse solo en el apartamento. Tomó el balón que había quedado olvidado y antes de salir dio una rápida mirada a su alrededor para ver que todo estuviera en orden. Sonrió ligeramente al ver las fotografías en el mueble del fondo, había cinco, y eran del día de su boda y de su viaje de novios.

 

Aunque a veces se preguntaba si su esposo realmente tenía veinticuatro años por lo idiota que era, lo amaba.

 

Echando la vista atrás, Naruto y él habían pasado por mucho para poder llegar al momento actual. Habían transcurrido siete años desde que todo inició. Pero a pesar de las veces que los obstáculos les habían hecho caer, ellos habían vuelto a levantarse y habían logrado unir sus caminos.

 

Estaba agradecido con su hermano mayor, quien le hizo abrir los ojos respecto a sus sentimientos hacia Naruto y entender que si no movía ficha, podría perderle. Y aunque jamás lo creyó posible, también agradecía esa gran terquedad y determinación que siempre fue característica de su esposo, quien a pesar de ser un mocoso de diecisiete años se atrevió a dar el primer paso y acercarse a él, un hombre de veintisiete años lleno de prejuicios, miedos y un extraño sentimiento hacia Naruto al que no quería prestar mucha atención.

 

Ahora era un hombre totalmente libre de todos esos prejuicios y temores. Y Naruto… él continuaba tan terco y determinado como siempre, aunque a veces podía mostrar una sorprendente faceta madura.

 

Caminó hacia la salida al escuchar la voz de Naruto en el pasillo, llamándole.

 

Definitivamente, todo lo vivido merecía la pena si había servido para al final llegar a este momento. No podía negar que era plenamente feliz y no cambiaría ningún aspecto de su vida por nada.

 

El mayor deseo que anhelaba en su interior, era permanecer junto a ese cabeza hueca hasta el fin de sus días.

 

FIN.

Notas finales:

¡Feliz SasuNaru day! ¡Feliz 3/7! –lanza confeti-

Me pareció que hoy, siete de marzo, era el día perfecto para publicar el último capítulo porque como recordaréis, este fic fue escrito para “La edad de oro SasuNaru

 

¡¡Millones de gracias a todas las personas que han estado apoyando esta historia!! Especialmente a quienes estuvieron aquí desde el inicio y han recorrido este largo camino conmigo. Muchas gracias por los reviews, favoritos, alertas… por los dibujos e imágenes editadas que he recibido como regalo. ¡Gracias! :D

 

Confieso que más de una vez he estado a punto de tirar la toalla y abandonar, pero puedo asegurar que si continué fue por la gente que quería más de este fic. Me daba cosita dejarles en la estacada. Aunque eso sí, me he visto obligada a tomar varios hiatus por problemas personales y de salud realmente serios.

 

He tardado cuatro años y medio, pero como que me llamo (?) Takaita Hiwatari que le daba final a este fic. Con tantos hiatus obligatorios, muchas veces perdía el hilo del fic y quizá haya alguna incoherencia en la trama; si es así, lo lamento :( Estas cosas pasan por no terminar el fic antes de empezar a publicar. Pero como era para “La edad de oro SN”, había fecha límite de publicación (el cumpleaños de Sasuke), y no tuve tiempo de avanzar el fic todo lo que me habría gustado antes de empezar a publicar.

 

Y ahora, para terminar, un dato perturbador (?)

¿Sabías que…?

A pesar de que “Diez años” tiene toda la pinta de ser de lejos el fic más largo de todos los que he escrito hasta la fecha, “Kitsune no kokoro” con sus dos partes, sigue siendo más largo (59 caps.) y tiene más palabras (aunque la diferencia es pequeña)

 

¡Se agradecerán reviews! Cualquier pregunta que tengáis, no dudéis en decírmelo. ¡Nos vemos!


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