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Tears On Tape por RyuuMatsumoto

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Notas del fanfic:

Para la Señorita Barton. Gracias por dejarme escribir para usted.

 

«I fear we’re lost to the summer rain, lonely and afraid…

And for a moment there’s no pain. For once there’s no more pain in your eyes …»

 

 

 

I

 

Ville siempre tuvo la impresión de que los ojos de Jonne estaban repletos de agua. Con el pasar de los meses, contempló la posibilidad de que el agua se encontrase en el más puro estado de congelación: contrario a lo que podría parecer a simple vista, el rubio resultó ser un muchacho especialmente poco demostrativo. Lo supo luego de su primera infidelidad confesada: Jonne no reclamó, no se inmutó, ni una sola lágrima se asomó por el rabillo del ojo. La razón por la que comenzó a salir con un sujeto casi diez años menor era precisamente porque él, reservado por naturaleza, echaba en falta el mar de emociones que solían acompañar por default a las mentes y corazones más jóvenes. Jonne se había ganado su afecto pero se mentiría a sí mismo si no confesaba que, con todo y la persona excepcional que demostraba ser, no le incomodaba tener a su lado a un ser tan emocionalmente insípido.

Considerando la posibilidad de que su aparente desapego emocional se debía a un alto grado de madurez desarrollado prematuramente por el historial familiar de Jonne, ambos acordaron dejar atrás el incidente: un pequeño tropezón en lo que pintaba a ser una relación a largo plazo. Eran adultos (quizás uno más que otro), así que prefirieron pasar de dramas inútiles que no harían más que llevarlos al hastío. Sin embargo, Ville jamás fue el tipo de persona que se rindiera fácilmente y en su afán por intentar desbordar la presa en que los ojos de Jonne se habían convertido, terminó por meter la pata más veces de las que pudo contar en un periodo excepcionalmente corto.

Tanto porque Jonne no era tonto, como porque el objetivo de Ville era precisamente ser descubierto, el rubio terminó por enterarse. Y solucionó la crisis rompiendo con él de la manera más diplomática posible.

Enfurecido porque desde su perspectiva no había forma ni educada ni amable de mandar a alguien a la mierda, Ville explotó.

"¡Al diablo, Jonne, me tienes harto, jamás en mi vida había conocido a nadie tan desabrido! ¡Por eso estás sólo, joder! ¡Y sólo te vas a quedar por los siglos de los siglos! ¡No culpo a tus padres por desentenderse de ti, carajo, yo también lo hubiera hecho!"

Usar el argumento de su familia disfuncional era demasiado bajo hasta para él, que se ufanaba de ser un cabrón insensible si se lo proponía o llegaban a provocarlo. Jonne abrió la boca para soltar una de sus usuales réplicas desinteresadas, pero ningún sonido provino de él. Tragó saliva, aspiró sonoramente y Ville se estremeció cuando las primeras lágrimas resbalaron por su tez pálida. Afuera, las nubes se arremolinaron en el cielo y lo que parecía ser un bonito cielo veraniego en Helsinki se convirtió en el preludio de una lluvia torrencial que no tardó ni cinco segundos en materializarse.

Ville había conseguido su objetivo, pero cuando Jonne se llevó las manos al rostro para ahogar un sollozo, se sintió como el perro que ha alcanzado la rueda de un auto en movimiento. ¿Y ahora qué? Quiso abrazarlo, pedirle perdón por hacerlo llorar, pero el tacto de sus manos frías sobre el hombro del otro muchacho fue suficiente como para provocar una cólera descomunal. El llanto no le fue suficiente: llegaron los gritos, un golpe que le volteó el rostro y le dejó en el pómulo una marca tan oscura como las ojeras que le perseguían de por vida. Jonne estalló en un torrente de reclamos que acompañaron el ruido de los truenos, cuyo resonar estremecía los cristales de las ventanas. Ville vio sus ojos azules repentinamente iluminados por un relámpago que no supo si llegó de fuera o provino de sus propias pupilas. Jonne no se cansó de repetirle lo cretino que era, llamándolo bastardo, descorazonado, cruel, egoísta, caprichoso y mil adjetivos más que ni siquiera sabía que existían y no serían usuales en una educada conversación. Se abalanzó contra él, empujándolo fuera de su departamento: quizás era más bajo, más enclenque, pero su fuerza le pareció casi tan aterradora como el inesperado temblor que sacudió el piso bajo sus pies y tiró algunos objetos de las repisas más cercanas. Las réplicas y la batalla improvisada en que se encontraban involucrados terminó por derribarlos, aparentemente a causa de la experiencia que el mayor de los dos tenía en riñas callejeras. Las piernas del más joven lo empujaron lejos y de rodillas sobre el piso, Jonne golpeó con los puños el mosaico imitación de madera en un acto de entera frustración. El edificio se sacudió peligrosamente. Fue sólo cuestión de microsegundos para que las neuronas de Ville hicieran sinapsis, comprendiendo la relación del pandemónium en el que las condiciones climatológicas se habían convertido con el análogo de las emociones peligrosamente reprimidas de Jonne. Advirtiendo que sólo había una manera de evitar que el muchacho terminara con toda vida existente en la capital, se arrastró hasta él para rodearle con ambos brazos, luchando por no ser repelido de nuevo. No fue un trabajo sencillo e incluso tuvo la impresión de que su fuerza no sería suficiente como para mantener a Jonne calmado, pero la calidez de su abrazo, las caricias sobre la cabellera dorada y el inventario de besos sobre su frente, sien y mejillas empapadas pronto comenzó a surtir efecto. Con el pasar de los minutos, la tierra se estabilizó, los truenos se extinguieron, el diluvio pareció mermar y la luz solar asomó por la ventana para mostrar los resabios en forma de rocío de lo que antes había sido una tormenta espectacular.

Quizás por el temor a volver a explotar si abría la boca de inmediato, no pronunció palabra hasta más o menos una hora después. Afuera podía escucharse el insistente murmullo post-pánico de la gente, las sirenas de algunas ambulancias lejanas. Todavía tirados en el piso, hicieron caso omiso del llamado a la puerta y las acostumbradas preguntas sobre el estado de salud de las personas del interior. Ville tuvo que inclinarse para escuchar el murmullo en el que la siempre segura y profunda voz del rubio se había convertido.

"Te perdono sólo si prometes no volver a provocarme."

Ville no tuvo necesidad de materializar su juramento en forma de afirmación. Fue otro juramento el que le dio credibilidad a los oídos ajenos.

A partir de ese día, él sentiría por dos.

 

 

 

II

 

Ville jamás imaginó que encontraría otra forma de significar el término "dependencia emocional". No era como si Jonne se lo hubiese pedido, tampoco creía que su actuar lograse ser útil para el rubio. Siempre había sido sincero consigo mismo en la medida de lo posible, por lo que no descartaba el hecho de que, en realidad, aquello era más una terapia de redención por el desastre que había provocado con su estúpido proceder que la mejor forma de prestarle verdadera ayuda. Pero nunca escuchó al menor oponerse, mucho menos quejarse, ni siquiera con ese tono condescendiente de quien espera evitarse disgustos innecesarios.

Se convirtió en su válvula de escape. Se las arreglaron para encontrar la manera más adecuada de verter en él las emociones del más joven para luego regarlas en el plano de la realidad. Valo llegó a sentirse como una especie de psicólogo dedicando sesiones enteras a ser el escucha de su paciente: lo que lo diferenciaba a él de un verdadero loquero, es que Ville sí representaba una ayuda de verdad. Porque no sólo se limitaba a las preguntas de rutina, o a conducir las reflexiones de Jonne por el camino adecuado; por el contrario, se hacía de ellas, las licuaba entre las paredes de su mente asimilándolas como propias para luego sacarlas (in)sanamente de su sistema. Si Jonne le contaba sobre un disgusto con sus compañeros durante alguna de las reuniones de trabajo, Ville pasaba de escuchar a darle la razón y por último a insultar (primero con recato y luego sin él) las facultades mentales de los implicados. Jonne no necesitaba solamente comprensión; necesitaba furia, hastío, frustración, enojo, desagrado, miedo, inseguridad, con sus correspondientes modos de expresión: ceños fruncidos, resoplos, gruñidos, una patada a la pared, palmadas sobre el rostro, gritos, insultos, cojines volando de un lado a otro de la habitación.

Jonne era un reproductor de emociones y Ville su altavoz.

 

 

III

 

Ninguno de los dos era especialmente escandaloso por las noches, especialmente antes del casi fin del mundo cuyo epicentro había tenido lugar en el apartamento del menor. Se inclinaban por la discreción, o por lo menos eso era lo que Ville prefería y lo que Jonne aparentaba preferir. Empero, funcionar como el atomizador de su sistema emocional significaba encargarse de las sensaciones más peligrosas aunque no fueran del todo negativas, y Ville ahora hacía el mismo ruido que habría hecho un recién llegado a los veintiuno capaz de disfrutar el sexo sin ningún tipo de reservas.

Por supuesto, habría preferido mil veces escucharlo a él.

Jonne podía ser de hielo, pero hasta los icebergs de los polos eran vulnerables al calentamiento global. Entre arrebatos de besos y lo que auguraba ser un tifón desatado dentro de su propia habitación, Ville lo convenció de dejarse llevar, sólo por esa vez. Jonne pasó por todos los estados de la materia e incluso descubrió algunos de los que seguramente ni la ciencia moderna tenía registro. De hielo sólido al inestable vapor. De nubes peligrosas a una rabiosa precipitación. Ville lo observó llover, evaporarse, condensarse, licuarse, volverse a solidificar solamente para repetir el ciclo, que finalizó con una suave nevada.

Una parte de sí supo que, en algún lugar de la tierra, había provocado un maremoto, o el estallido de un volcán.

Y aunque no se arrepentía de nada lo dejó dormir hasta tarde, para evitarle ver el reporte de las noticias matutinas.

 

 

IV

 

El día de su cumpleaños número veintidós, Ville se ofreció a llevarlo a visitar la casa de su abuela.

Aquél día el sol se escondió más tarde que de costumbre y la aurora boreal apareció sobre Tampere un mes antes de lo habitual.

 

 

V

 

"Creo que estoy triste."

Ville dejó de lado la guitarra para concentrarse en el rostro repleto de pesadumbre. Si bien Jonne jamás había sido demasiado apegado a sus padres, enterarse de la muerte de su progenitor no era la noticia más grata del mundo. Más aún, el muchacho nunca había dado un nombre a sus emociones; tenía la nada descartable teoría que nombrarlas significaba volverlas reales. Antes de la llegada de Ville, ignorarlas siempre hacía más fácil el pasar de los días. Incluso en sus largas charlas terapéuticas, el rubio jamás se daba el lujo de definir su estado de humor: siempre era Valo quien se encargaba de descifrarlo.

Escucharlo decir que se sentía triste le provocó más extrañeza que la que experimentó el día de su primera riña.

Luego de la respectiva charla, Ville se propuso ser partícipe del llanto que acompaña la permanente despedida de un ser querido. Lo intentó todo: recordar sus propias desdichas, ver el final de Schindler’s List, escuchar una cancón depresiva, componer él mismo una canción depresiva, cortar rodajas de cebolla. Todo sin ningún resultado exitoso.

Supuso que el luto jamás era igual para todos. Más aún, jamás comprendería el tipo de relación de Jonne y su padre y, por lo tanto, el tipo de (re)sentimiento albergado en su pecho.

Persuadirlo de permitirse llorar resultó una labor todavía más ardua que la de resistirse a fumar un fin de semana completo. Jonne se mostró reticente, como siempre, pero sucumbió cuando el mayor le prometió estabilizarlo en caso de que todo se saliera de control.

Lo dejó quedarse con él y le cedió su cama entera. Era un domingo por la noche cuando una nube gris y espesa se condensó sobre Helsinki dando lugar a un aguacero aparentemente inofensivo, pero perturbadoramente constante. Jonne no se levantó el lunes por la mañana, así que le concedió la privacidad necesaria armándose con un paraguas y su mejor abrigo al salir a cumplir con sus deberes semanales. Le dejó el almuerzo preparado pero cuando pasado el mediodía no hubo seña alguna de cambio en el clima, supo que Jonne había perdido todo rastro de apetito: no se lo imaginaba comiendo y sollozando al mismo tiempo.

La mañana del martes se despertó con frío y una idea que en sueños le había parecido brillante pero la vigilia la teñía de tremenda ridiculez. Recordaba cierta plática en la cual Jonne le contaba que solía grabar en su celular todos los versos y tonadas que acudían tan precipitadas como inoportunas. Según el rubio, la memoria del móvil estaba próxima a llenarse y en la mente del mayor revoloteó la idea de regalarle una grabadora las próximas navidades. Consideró necesario adelantarse; cuando regresó a casa esa misma tarde, se permitió irrumpir en esa habitación que ahora fungía como un bunker de guerra. Sin decir palabra, encendió la grabadora y la dejó sobre la mesita de noche. Cuando ya fuera de la habitación cerró la puerta tras de sí, tuvo la impresión de ver por la ventana el lejano resplandor de un relámpago.

El diluvio no duró cuarenta días y cuarenta noches, pero Ville (y supuso que el resto de la ciudad) lo habían sentido como tal. La conclusión a la que llegó el domingo por la tarde, mientras se preparaba una cena ligera, era que la furia de Dios no podía compararse con la depresión de un veinteañero, pero sí con la rabia de su despecho. Por supuesto, prefería el Apocalipsis que tener que lidiar con el tráfico vial de los días pluviosos y de hecho, se planteó la posibilidad de arrastrar a Jonne fuera de esa habitación si en un par de días más no dejaba de inundar la ciudad. Pero no fue necesario: antes de que los últimos rayos del sol rojo desaparecieran en el horizonte, el cielo de la tarde clareó y el temporal se fue tan repentinamente como había llegado.

Un minuto después, escuchó la puerta de la habitación abrirse. Jonne se posó a su lado con los ojos fijos en el emparedado que las manos adultas estaban preparando. De reojo, Ville observó que llevaba la grabadora en la mano.

"¿Y esto?"

"Ya que yo no pude hacerte el favor, pensé que podrías escucharlo cada que te sintieras como ahora."

Lo escuchó soltar un suspiro que osciló entre el alivio, la risa y el agradecimiento. Ville colocó la rebanada de pan para completar el emparedado y se lo ofreció. El muchacho se inclinó a penas, dando una mordida.

Jonne dibujó una sonrisa avergonzada mientras masticaba. Y aunque sus ojos lucían cansados e incluso un poco enrojecidos, le fue inevitable notar que el color de sus iris había cambiado radicalmente; habían pasado de ese azul gélido e impenetrable al celeste propio de un cielo impasible y despejado.

Ville le sonrió de vuelta, consciente de que no volvería a llover fuera de temporada en mucho, mucho tiempo.

 

Notas finales:

Gracias por leer.


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