Bryan estaba al corriente de su situación.
Y como para no estarlo.
Sabía lo que la gente decía a sus espaldas. Sabía que le miraban como si fuera una especie de máquina sin sentimientos que solo pensaba en una cosa: sexo.
Bien, puede que él haya motivado -y de una forma muy bestia- esa idea en los demás.
No era normal ir vociferando a los cuatro vientos que necesitaba echar un buen polvo, o acercarse a cualquier pobre chico desfavorecido después de sufrir una ruptura con la intención de quitarle "las penas a lametazos".
Lo hacía de manera inconsciente porque precisamente esa era su forma de ser. Su libido podía compararse al de un súcubo: ansioso, desesperado, implacable.
Falto de atención.
"Eres una puta”. Escuchaba esas palabras constantemente por parte de sus compañeros. Y él, con una radiante y prepotente sonrisa, les contestaba con un "¡Gracias!" sincero acompañado, como no, de una proposición muy poco educada invitándoles a que le chuparan la polla.
Bryan no recuerda en qué momento esto se había vuelto algo tan cotidiano; cuando el instituto lo tachó de ramera.
Tampoco recuerda a cuantas personas se había tirado. Y ya ni hablar de aquellos a los que había concedido una "primera experiencia gay". Aunque está completamente seguro de que le faltarían dedos en las manos -y en los pies- para enumerarlos.
Pero no importaba si era una puta, un guarro, un salido, un inmoral al que no se podía saciar. Eso daba igual porque, además de eso, él también era humano.
Una persona con sentimientos. Una persona con emociones.
Una persona abandonada que anhelaba acariciar con sus pequeñas y aterciopeladas manos una pizca de eso a lo que los demás denominaban amor.
Pero nunca había conseguido su objetivo.
Y la culpa no era del resto de personas, era muy consciente de ello. Todo era su culpa, por su difícil e infantil carácter.
Las herramientas que había usado para sentirse algo querido habían conseguido todo lo contrario. Y ahora iba sin control por ese camino tan odioso llamado vida, como si se tratara de una peonza que no podía parar de dar vueltas.
Pero incluso si él no podía dejar de dar vueltas eso no significa que alguien, un héroe anónimo, un don nadie con las esperanzas de ganar protagonismo, o algo más cercano a un iluso que no sabía con quién se estaba juntando, apareciera de la nada y extendiera sus brazos para rodear su pequeño cuerpo y, en consecuencia, frenarlo definitivamente.
Bryan nunca creyó que una persona así existiese. Lo creyó durante 16 tediosos años en los que sus giros se habían violentado lo suficiente como para dejarlo completamente mareado.
Por eso, ese día, cuando esa persona apareció frente a él y lo observó con una extraña -muy extraña- mueca de cariño, no supo cómo reaccionar.
Cuando se acercó a él y se dio cuenta de que sus sentimientos habían pasado de ser meras intensiones carnales a "algo más", sus pensamientos quedaron paralizados.
Cuando Blaine extendió sus manos hacia él, con suavidad, rodeando su cuerpo delicadamente, atrayéndole contra su pecho y, finalmente, fundiéndolo en un cálido abrazo, su corazón no pudo retenerlo más.
Sintió como si todo lo que había vivido no importase nada. Como si su merecido título de "Puta" fuera un borrón que se perdería con el paso de los años, y que toda la angustia y las lágrimas que había estado guardándose para él podrían ser liberadas al fin sin ningún tapujo, porque ya no sería un tema tabú para hablarlo con esa persona especial.
Porque todo lo que necesitaba era ese contacto de la persona a la que más quería. Todo lo que deseaba era sentirse querido y seguro de poder expresar sus auténticos sentimientos.
Todo lo que quería era un simple abrazo para liberarse de los fantasmas que le atormentaban.
Solo un simple abrazo. No necesita nada más.