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Palabras por Kurai neko

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Se echó hacia atrás, estirando los brazos y haciendo crujir sus huesos a la par que las maderas de la silla.

Llevaba toda la noche frente a la pantalla del ordenador, ultimando todos los detalles. Repasando de nuevo lo que ya casi se sabía de memoria.

 

Siempre le había gustado escribir y desde bien pequeño había pretendido hacer de su hobby un trabajo digno. Era realista y sabía que aún le quedaba mucho que aprender, pero había ganado un concurso de cuentos infantiles y ya había publicado un par más.

Una compañera de la universidad, que había abierto recientemente una editorial junto con su hermano y un par de amigos más, le había pedido el favor de que escribiera una historia para ellos. Había especificado que quería algo más adulto, tampoco una novela, sino más bien un relato para adolescentes.

 

Había puesto todo lo que tenía en una pequeña historia de unas cuatrocientas páginas, tratando de que fuera lo más interesante posible. Dando rienda suelta a sus fantasías para hacer imaginar a los demás.

La experiencia le decía que era capaz de llegar a los corazones ajenos, tocándolos con su sutil forma de escribir, haciéndoles absorber cada palabra como si fueran gotas de la miel más dulce.

 

Aún así, se sentía inseguro.

 

No había mostrado esa historia a nadie y tenía que entregarla en un par de días. Era la fecha que el mismo había impuesto.

 

Entornó los ojos, en un intento fútil de leer el documento que se plasmaba delante de él.

Dejó escapar un gemido corto mientras restregaba sus ojos con las mangas de la fina camiseta que llevaba puesta.

Una mano en su hombro lo sobresaltó.

 

- ¿Qué haces aquí a estas horas? – fueron las palabras de la voz que lo descolocó por completo – Vete.
- ¿Por qué? – contestó cuando el bostezo que lo invadía le dejó hacerlo - ¿Acaso eres el dueño del lugar?

Ikki alzó una ceja, mirando al rubio con lo más parecido a la compasión que podía reflejar su rostro.

- El estudio... lo puede usar cualquiera.


De nuevo se le cerraban los párpados solos, dificultándose su visión también por las lágrimas de sueño.
El japonés se inclinó, dejando su rostro a la altura del de él otro.

- No pienso discutir con un ruso medio dormido – terció el moreno –. Pierde toda la gracia sino respondes coherentemente.

Hyoga renegó, gruñendo algo que ninguno de los dos entendieron del todo.

El rubio se cruzó de brazos, enfadado como un niño al reconocer internamente que el mayor tenía razón. En aquellas condiciones no podía rebatir eficazmente los ataques de su no-amigo.
Bufó, haciendo que el mechón de cabello que le cubría la nariz flotara unos centímetros en el aire para volverse a posar sobre el mismo sitio.

 

Ikki se enderezó, permitiéndose una sonrisa de medio lado que el otro no pudo ver.

- ¿Un café?

La invitación fue algo que Hyoga no se esperaba, pero que tampoco luchó por rechazar.
Arrastrando sus pies descalzos y vistiendo su pijama azul claro, siguió a Ikki hasta la cocina, cabizbajo y meditabundo.

 

Hyoga se sentó en una de las sillas de color claro, apoyando los brazos en la mesa y la cabeza en ellos, mirando de costado al japonés.
Ikki empezó a preparar su desayuno.

- ¿Qué hacías en el estudio tan tarde? – interrogó con un logrado tono casual – Ya creía que eras un ladrón...

 

Hyoga abrió los ojos, los cuales no se había percatado de que estaban cerrados.

- Mmh? .. Minh... – fue capaz de responder.
- ... ¿ruso?
- Estaba escribiendo... – anotó el menor, como si sus antiguos murmullos hubieran sido suficientemente claros como para repetirlos – Terminaba la historia que me pidieron...

Ikki miró de reojo tras de sí, observando a Hyoga por el rabillo del ojo.
Volvió a concentrarse en la cafetera.

- ¿La terminaste?
- ¿¡Y a ti que te importa!? – se quejó el rubio, sintiéndose afectado por la falta de sueño de los últimos días, pero intentando rectificar su comportamiento añadió – Tu nunca lees nada de lo que escribo...

Una risa gutural, baja y cargada del humor especial del fénix flotó por la cocina, al igual que el olor a café.

 

Lo que había dicho Hyoga era mentira, siempre los leía.

Nadie lo sabía, pero muchas mañanas, como esa, se levantaba temprano para colarse en el ordenador que Saori le compró a Hyoga cuando ganó aquel concurso de cuentos. Leía sus palabras a escondidas de los demás.

Y no sólo aquellas historias que el rubio había publicado, sino también aquellas que, inconclusas, esperaban a que su creador las siguiera.

 

Esperó pacientemente hasta que la infusión estuvo realmente lista. Se dio la vuelta, en busca de las tazas pertinentes.

 

- ¿Tu qué quie..?

Ikki cortó la frase, al igual que cualquier otro movimiento.
Hyoga respiraba rítmicamente, con los ojos cerrados y las mejillas ligeramente coloreadas. La piel de la parte inferior de sus ojos estaba más oscura que de normal y en conjunto daba una sensación de cansancio general.

 

El moreno dejó sus intenciones para otro momento. Sin mucho trabajo, acomodó el cuerpo de Hyoga sobre su torso, tomándolo de la espalda y las rodillas.
Era lo más suave que podía ser, consciente de lo preciadas que eran para el maltrecho cisne esas horas de sueño.

 

Lo subió en brazos hasta su habitación, pensando en la suerte que constituía lo distraído que era Hyoga, que se había dejado la puerta abierta.

Depositó al rubio encima de la cama, arropándolo después.

Sentado en el borde del lecho pasó sus dedos por la frente ligeramente bronceada de su ‘rival’. Su rostro mostró un gesto preocupado, al igual que sus manos, que raudas se apoderaron cada una de las frentes de ambos.

 

- Fiebre... – susurró – Chst! Esto te pasa por estar despierto hasta tan tarde...

Ikki se inclinó, tratando de verificar otra vez si sus sospechas eran ciertas. Unió sus frentes, cerrando los ojos y asegurando la posición del rostro del ruso con sus manos.

No habían más dudas, la calentura estaba allí.
Abrió despacio sus párpados, separándose a penas unos milímetros.

 

- Estúpido – musitó –. Esto sólo te puede pasar a ti...

 

----

 

Se sentía algo pesado, pero a la vez más ligero que los últimos días. Algo cansado, pero relajado.

Estiró su cuerpo como un gato satisfecho, ocupando toda la cama.

 

Se había dormido en la cocina.

Seguro que Ikki se había reído a su costa por ese pequeño fallo.
Resopló fastidiado por su imaginación, que lo pintaba desmayado sobre la mesa, con un Ikki llorando de la risa a su lado y señalándolo con malicia.

 

Un inesperado mareo lo hizo agarrarse de las sábanas cuando trato de ponerse en pie.

 

Miró la hora en el reloj de la mesita de noche. Incomprensiblemente algo le dijo que no eran las 15:37 del día en que se quedó dormido.

 

Se vistió a todo correr, casi cayendo por la escalera por culpa de los cordones desatados de sus zapatillas. Paró en un descansillo para atárselos y siguió con su carrera.

Fue directo a la sala, donde encontró a algunos de sus compañeros reunidos en una amena charla.

 

- ¡Hyoga! – exclamó Seiya con la mano sobre el corazón – ¡qué susto!
- ¡Aaaw! – prosiguió Shun - ¿¡Cómo estas!? Anoche seguías con fiebre...
- ... ¿fiebre?

 

El rubio arqueó una ceja, bajando la otra.
¿Había tenido fiebre?

- Sí... – murmuró Shun – Tenías fiebre...

Seguidamente la puerta se abrió con energía.

- ¿¡Qué se supone qué estás haciendo!? – resonó la potente voz de Ikki, potente y furibunda - ¡Me voy un momento para ducharme y a ti no sé te ocurre otra que salir volando!

Hyoga protestó cuando el moreno lo tomó por el antebrazo, arrastrándolo de vuelta a su habitación. Pataleaba y gritaba, chillándolo que lo soltara e intentando agarrarse de cuanto se le ponía delante. Ikki terminó por cargarlo en su hombro con un solo movimiento.
El ruso pateó más, gritó más aún y se removió para que lo soltara. Finalmente se cansó. No se sentía con las suficientes fuerzas como para impedirle el trato que le estaba dando.

 

Ikki descargó a Hyoga sin cuidado alguno sobre la cama, echándolo en ella como un bulto.

 

- ¿Pero por qué me...?
- Tu a callar y descansar – ordenó serenamente el mayor, acercándose a Hyoga - ¿me oyes?

La pregunta fue formulada directamente sobre el oído del rubio, teniendo el efecto que este quería dar. Haciéndolo callar repentinamente.

Pero no por mucho tiempo.

 

- .. ¡Tu no lo entiendes! – explotó, levantándose de nuevo y siendo tumbado otra vez - ¡Debo entregar la historia!
- Has pasado tres días durmiendo – habló de nuevo tranquilo el fénix.

Hyoga se llevó la mano a sus labios, sabiendo que había perdido su oportunidad al no presentarse, al hacerse ver como un irresponsable.

- .. pero...

Ikki sonrió con malicia, acostando del todo al otro.

- No te preocupes por eso – posó un dedo sobre los labios suaves del cisne, acallándolo –. Yo la entregué.

Hyoga se quedó sin palabras durante un instante, el que tardó en digerir la información y captar que algo estaba equivocado.

- ¿Cómo...?
- Te dejaste el Pc encendido y el archivo abierto – explicó mientras acomodaba distraídamente su flequillo de forma que dejara la frente al descubierto –. Lo vi y leí las anotaciones del principio.

Hyoga reflexionó, aún sintiendo demasiado extraños los hechos.

- Estabas enfermo, así que fui yo en tu lugar.
- Pero... – empezó de nuevo.
- ¡Me debes una idiota!

Hyoga se enfurruñó, entendiendo que su comportamiento se debía a que de esa forma obtenía otra manera de fastidiarlo.

- ¡No quiero deberte nada! –gritó – ¿Me entiendes?
- Bien, me lo cobraré ahora.

El movimiento brusco de sus brazos, forzados a ser alzados sobre su cabeza no fue lo que le hizo abrir los ojos lo más que podía. Fue la posesión violenta de sus labios, que Ikki besó con aspereza y seguridad.

No duró mucho, lo  suficiente como para que Hyoga no llegara a forcejear.
Ikki se separó, riendo al ver la cara colorada del más joven, que iba subiendo de tono cada vez más, al igual que su furia interna.

El fénix empezó a andar hacia atrás, buscando la puerta. Salió por ella y la cerró justo en el mismo tiempo que necesito el ruso para quitarse una zapatilla y lanzarla contra él.

- ¡¡IDIOTA!!!


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