Dicen que los primeros besos son inolvidables. Siempre y cuando haya amor en ellos. Será por eso que dejando de lado mis prejuicios y paredes que confeccione durante años, dejé libre mis sentimientos.
La primera vez que bese a Cas fue por pura desesperación. Pensé que nunca más lo volvería a ver. Nuestras bocas chocaban erráticas y hambrientas. Era una mutua necesidad en estado puro. Siempre estábamos al borde de la muerte, era el trabajo que conllevaba ser un cazador y un ángel renegado. Sin embargo, sentir esa sensación del final tan de cerca… no era muy agradable. El ángel no era tan inocente y su asombro inicial se desvaneció con cada toque, presionaba sus labios calientes con los míos pidiendo por más. Ambos parecíamos no querer ceder, porque mis caricias le reclamaban su estupidez y él lo sabía. Nuestras lenguas húmedas batallaban por el control. Si no fuera porque alguien (llámese Dios o Chuck. Quién demonios fuese) nos quería vivos, no estaría bajando mis barreras y contando esto. Cas gimió cuando tomamos distancia y sin resistirme, le dije con voz ronca lleno de deseo y desesperación: “ Idiota, no vuelvas hacer eso". El ángel sonrió y silencio mis palabras con más besos.