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Noche de Brujas por aurora_blue

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Notas del fanfic:

Aquí de regreso, esperando no haberme oxidado. Hace tanto tiempo que no tenía la oportunidad de escribir con total libertad, que no estoy segura de cómo habrá quedado el relato.

Debo confesarles que esta historia se me ocurrió ayer 31 en la noche y fue terminada hoy 1, bien entrada la noche, casi alcanzando el 2 de octubre. 24 horas de tecleo ininterrumpido. Está calentita, recién terminada de textearse en el procesador…

Ojalá les guste y no olviden comentar para saber sus impresiones.

Besooooos ^_^

Notas del capitulo: Hola. Paso por aquí para informarles que, ya pasada la euforia del momento, he hecho las correciones pertinentes al nuevo relato corto y está corregido tambien, en la plataforma.
Tambien les informo que ya está disponible para su descaraga en :PDF y EPUB, en mi pagina de facebook https://www.facebook.com/aurorablueescritorabl
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-"¡Noche de brujas!"... Qué forma tan humillante de denigrar su profesión. - masculló Zion.

 

Si su abuela aun estuviera viva, hubiese despotricado lanzando aguaceros que durasen semanas enteras, para cobrarse el agravio por la forma en la que las culturas modernas se habían encargado de desvirtuar una festividad tan importante para los de su linaje, convirtiéndola en una absurda y comercial congregación de mocosos ruidosos. Cuyo único propósito en esas noches, es la disfrazarse de personajes de Disney o remedos de duendes, fantasmas y demonios e importunar en las casas de personas ocupadas, como él, con exigencias de caramelos a cambio de no gastarles alguna jugarreta.

 

Podía asegurar que el instigador de que aquella festividad se tornara en una burla para ellos: Los brujos y brujas reales, había sido un Hada. Aquellas criaturas tan pegadas de sí mismas, que no soportaban la idea de compartir parte de su sangre con simples humanos. Ni aprobaban el hecho de que la Reina a la que le rendían culto los bendijera con algo de su magia, y la capacidad de realizar pociones utilizando las plantas que ellos tan devotos protegían.

 

Noche de brujas... Volvió a refunfuñar. ¡¿Y los brujos qué?! Acaso los condenados aladitos plateados insinuaban que su existencia no era importante, o que su trabajo debía realizarlo a cambio de dulces. No es que le pagasen mucho, tampoco. Era un hechicero recién salido de la academia, con habilidades impresionantes, pero con muy poca experiencia para hacerse de un prestigio y aumentar su salario.

 

Suspiró para espantar su mal humor y se concentro en la pócima que estaba preparando. Era un brujo demasiado ocupado con solicitudes que requerirían de sus servicios, hasta terminado el invierno, como para seguir perdiendo el tiempo, divagando en cuestiones inútiles. Se agachó sobre el mortero y, nada más comenzar a machacar las últimas hiervas que había recolectado esa tarde, la campanilla de la puerta comenzó a sonar distrayéndolo.

 

Era la décima vez en, las últimas dos horas, que era interrumpido por el repiquetear de ese aparato. Decidió ignorarlo. Al cabo de unos minutos los molestos pre-púberes se cansarían y se marcharían derrotados a sus casas. Igual que el grupo que se había detenido antes.

 

Recapacitando, Zion llegó a la conclusión de que había sido una pésima idea lanzar un hechizo sobre su vivienda para que pareciera bastante sombría y tenebrosa. El propósito inicial, había sido amedrentar a los menores para que huyeran despavoridos y no interrumpieran sus labores, pero muy a su pesar, había conseguido el efecto contrario. Había despertado su entusiasmo, transformando su insistencia en algo demasiado molesto.

 

Los acordes metálicos y disonantes del timbre continuaron inundando la pequeña estancia, exasperándolo. Al parecer la obstinación de estos últimos pequeños, era mayor a la de sus predecesores. No habían cesado en su afán de presionar el condenado aparato, no permitiéndole regresar a sus obligaciones.

 

Molesto, se levantó de su mesa de trabajo y se dirigió con paso furibundo a la puerta de entrada, dispuesto a soltarles una buena reprimenda a los impertinentes.

 

-Por enésima vez. Que no tengo dulces condenados.... Mocosos. -El brujo ahogó la última palabra al verse sorprendido por la inesperada visita.

 

No se trataba de otro grupo de infantes los que le importunaban en su casa, tan entrada la noche. Todo lo contrario, se trataba del crecidito hijo menor del Alfa de la comunidad de lobos quien estaba de pie en el umbral de su puerta, con el rostro cubierto por una ridícula mascara plástica, personificando a un temible lobo.

 

-Un hombre lobo, disfrazado de lobo... ¡¿En serio?! -se carcajeó.

 

-Dulce o truco -soltó el muchacho adentrándose en su morada. Obligando a Zion a retroceder para darle espacio.

 

-Estoy demasiado ocupado para estos juegos -se quejó el brujo esperando que el menor diera marcha atrás y regresara a su casa.

 

El intruso ignoró su queja. Se dedicó a recorrer la diminuta sala, curioseando cada objeto que se encontraba a la vista.

 

-¡Hey! ¡No toques mis cosas! -le reprendió molesto-. Son todos objetos importantes. -El joven le miró distraído y continuó en su afán, acrecentando su enojo.

 

Zion había tenido una semana demasiado demandante con peticiones egoístas por parte de los Alfas del clan de lobos, de los pumas y, con menor frecuencia, del de los zorros asentados en la montaña. Se sentía demasiado exhausto como para participar en aquel jueguito estival.

 

Comenzaba a preguntarse si no había sido el exceso de trabajo lo que había motivado al anciano brujo de aquel sector, a abandonar sus labores para retirarse a pasar sus últimos días en la aldea de brujos jubilados, escondida en las inmediaciones de los Andes.

 

En las pocas semanas, desde su traslado a ese valle, había tenido que encargarse de solucionar los estragos causados por las correrías de los cachorros a las ciudades cercanas. Realizar conjuros de sanación demasiado agotadores, para ayudar a curar las profundas heridas de los más jóvenes; obtenidas por su insistencia de enfrascarse en peleas con los clanes rivales para demostrar así su poderío. E incluso preparar conjuros de desamor, para ayudar a aquellos infortunados que no contentos con alzarse en pullas con sus vecinos, terminaban acoplándose con hembras que no pertenecían a su especie.

 

Seguía sin entrarle en la cabeza cómo comunidades tan pequeñas de cambiformas podían meterse en tantos líos. Pero su orgullo de hechicero estaba en juego, así que daría lo mejor de sí, para solucionar cada una de sus peticiones.

 

Se cruzó de brazos y sintió como toda la tensiónde sus músculos se acumulaba en sus hombros. Los huesos de su columna crujieron bajo su nuca, cuando ladeó la cabeza para enfatizar su molestia al invitado no deseado.

 

-En serio, estoy demasiado ocupado. Podrías marcharte de una vez. -exigió impacientándose, pero continuó siendo ignorado por el cachorro.

 

Aunque decir cachorro era desmerecer al muchacho. Con solo diecinueve años -cinco menos que el brujo-, el lobo medía casi dos metros de altura. Le sobrepasaba por al menos treinta centímetros y lucía el doble de su musculatura. Algo bastante común entre los cambiaformas de la zona, pero también un claro recordatorio para Zion, de que su sangre faerie no le permitiría crecer más de lo que ya lo había hecho. Ni que tampoco conseguiría acercarse al físico del licántropo. El joven apuntaba como seguro candidato para ser el próximo Alfa de su clan. Y, con esa escusa se le pegaba como lapa, en todas las ocasiones que Zion realizaba algún encargo para su padre.

 

Por lo general, debía aguantarlo todo el día al pendiente de sus trabajos. Asaltándolo con preguntas indagatorias sobre cada hechizo que realizaba, o curioseando sobre los ingredientes de las pociones que suministraba al líder. Inclusive había veces, en las que sus interrogatorios se tornaban demasiado molestos e insistentes; importunándolo con preguntas sobre su persona, que no le apetecía contestar.

 

La lista era interminable, y entre las más frecuentes se hallaba la curiosidad por el color rojo de su cabellera. Condición, por su puesto, heredada de su sangre mágica. El cachorro insistía en saber si el granate de sus mechones: ¿Era natural o producto de algún tinte? O se divertía exasperándolo con preguntas estúpidas como: ¿Si todos los brujos recién salidos de la academia eran tan bien parecidos, jóvenes y retraídos, como él. O si aquello solo venía incluido en el paquete: pequeño y compacto, llamado Zion Merriam?

 

La mayor parte del tiempo, Zion tenía que huir del constante acoso del joven lobo y hacer todo lo posible por zafarse de su compañía. No necesitaba distracciones que lo alejaran de la meta que se había propuesto nada más graduarse: Hacerse de una reputación intachable como hechicero y labrarse un nombre, lo bastante reconocido como para abandonar aquella aldea miserable y trasladarse a una ciudad sofisticada; donde sus servicios serían cotizados como merecía. Por lo que aquel hormigueo que recorría toda su piel cada vez lo tenía demasiado cerca, y que terminaba concentrándose en su bajo vientre, era una distracción que definitivamente no necesitaba.

 

-Dulce o truco -repitió el licántropo, interrumpiendo su corriente de pensamientos.

 

-No estoy de humor, de verdad. ¿Podrías retirarte a tu casa? -demandó con voz cansina.

 

El menor le dedicó al brujo una mirada indescifrable por entre las rendijas de la máscara. No se retiró como este esperaba. Permaneció parado en el centro de la sala observándole en silencio. Aquella contemplación silenciosa no le dio buena espina a Zion, quien continuaba sin entender el motivo de la repentina irrupción a su morada, por parte del muchacho.

 

De pronto, algo en los ojos del lobo que, comenzaron a brillar de forma amenazadora, le hicieron ponerse en guardia y retroceder con cautela. El brujo notó como el joven se apretaba nervioso las palmas de sus manos, y como los músculos de sus brazos y espalda se tensaban. La respiración de este también se volvió agitada.

 

Aquello activó todas sus alarmas, pero no tuvo tiempo de reaccionar. De un salto el muchacho acortó la distancia entre ambos, dejándolo atrapado entre su mesa de trabajo y el cuerpo macizo del más joven.

 

El cambiaformas extendió sus garras y, de un solo zarpazo, rasgó la camisa del mayor. Zión se sobresaltó y observó consternado los trozos de su ropa hecha girones en el piso. Los arañazos hechos a su prenda de vestir, fueron tan precisos, que las afiladas garras del licántropo no provocaron ningún rasguño en su pálido pecho.

 

-Dulce o truco. -Insistió por tercera vez su agresor, sujetándolo por la cintura para acercarlo a su cuerpo.

 

Se quitó el antifaz y le miro de forma depredadora y lasciva. Luego se agachó para capturar sus labios y arremetió contra su boca en un demandante beso. Zion se estremeció y por poco se deja arrastrar por el calor que comenzó a dispararse por todo su vientre, pero consiguió serenarse cuando recordó que sucumbir a aquella tentación, sería demasiado peligroso para él.

 

-¡¿Qué te pasa?! -increpo, mientras forcejeaba para soltarse-. ¿Qué clase de juego es este?

 

Sus intentos por liberarse no consiguieron desbaratar el férreo control que tenía el lobo sobre su cintura. El muchacho le miraba enajenado, con aquella mirada depredadora que le había visto, unas cuantas veces, dedicarle en el pasado. No respondió. Continuó repartiendo besos por todo su rostro, ignorando sus protestas y amenazas.

 

Utilizando su último recurso, Zion pateó con toda sus fuerzas una de las piernas del más joven, consiguiendo que soltara un gruñido y aflojara su agarre. Creyó que había conseguido liberarse, pero el muchacho actuó de prisa, dándole la vuelta para someterlo sobre la superficie de la mesa. Varios frascos se deslizaron al piso y se rompieron derramando su contenido.

 

-¡¿Te has vuelto loco?! ¡Estás destruyendo mis pociones. Suéltame de una vez! -gritó furioso.

 

El lobo continuó sin atender a ninguna de sus protestas. Las manos del muchacho manosearon el frente de sus pantalones, desabrochándolos. Se internaron luego en estos, hurgando dentro de su ropa interior.

 

-Parece que voy a tener que buscar yo mismo, mis golosinas -susurró el menor en su oído mientras se adentraba más profundo, alcanzando sus testículos.

 

Zion pegó un respingo y fue incapaz de contener el largo gemido que salió de sus labios. Volvió a forcejear, pero el muchacho sacó una de sus manos de su ropa interior y presionó con ella su espalda,   imposibilitándole defenderse.

 

-¡Detente de una vez lobo! -demandó indignado, intentando ignorar las olas de placer que se extendían por todo su cuerpo, amenazando con nublar su juicio.

 

-Noah... -le corrigió el lobo, subiendo con su mano por todo el talle de su miembro, causando que gimiera de nuevo-. Te he repetido mi nombre una infinidad de veces -masculló molesto.

 

-¡Detente Noah! -corrigió Zion, sin disminuir el tono demandante de la orden-. ¡Suéltame de inmediato! Estas llevando esta broma demasiado lejos.

 

-¿Broma? ¿Cuál broma?... -se defendió el muchacho-. Solo vengo a reclamar lo que me pertenece.

 

Con un ágil movimientos de su mano, Noah liberó el miembro del mayor de la prisión de sus calzoncillos. Bajando la ropa interior, junto con sus pantalones, hasta la mitad de sus piernas. El trasero del brujo quedó al descubierto, expuesto de una demasiado vergonzosa.

 

Hasta ahora, Zion no había querido pensar en el significado de las miradas, que tan a menudo, le dedicara el cachorro. Indiferente a todo lo que no fuera su trabajo y sus metas personales, había decidido ignorar todas sus insinuaciones. Pero al parecer, el joven había llegado a un punto en el que no veía otra opción más que, tomar por la fuerza, lo que consideraba suyo. Y como el brujo no era tan ajeno a las costumbres de los de su especie cómo para no saber las implicancias de aquello, intentó suplicar para hacerle entrar en razón, y se detuviera de una vez.

 

-No quiero esto... Por favor, detente... -rogó, pero fue ignorado.

 

Al pero al parecer el juicio del menor estaba más allá de la razón. No atendía ni a suplicas ni amenazas. Las acciones de Noah estaban siendo guiadas por completo, por su instinto animal. Acariciaba sin parar sus nalgas del mayor y mordisqueaba su cuello, causando que el cuerpo del brujo se estremeciera de forma incontrolable.

 

Lo más lógico hubiera sido que Zion usara sus poderes sobrenaturales, para obligar al muchacho a liberarlo. Detener aquel intento de violación a su intimidad y su cuerpo. Pero todo pensamiento racional se esfumó de su cabeza, cuando unas enormes manos separaron sus glúteos y una lengua demandante comenzó a hurgar en su ano.

 

-¿Qué?...¡Oye!, No...

 

No fue capaz de articular más palabras. Un largo gemido escapó de sus labios, cuando la habilidosa lengua del lobo serpenteó en su interior, sensibilizando terminaciones nerviosas que no sabía que existían, en aquel lugar tan recóndito de su anatomía.

 

-Ya basta... -suplicó, sin sonar demasiado convencido.

 

Pero lejos de detenerse, Noah comenzó a succionar su agujero y masajear sus bolas, haciéndole jadear por el estímulo agregado.

 

El brujo sentía como su voluntad se rendía ante aquella lengua inquieta y demandante, y como su agujero se abría por completo a la invasión. Incapaz de seguir batallando, demasiado mareado por la espirar de sensaciones que se arremolinaban en su cuerpo como para continuar oponiéndose, se dejó arrastrar por los caprichos del lobo. «Ya se las haría pagar», se dijo a sí mismo. Ya se encargaría de cobrarse el agravio.

 

Cuando la lengua del joven abandonó su agujero, un gemido disconforme salió de los labios del brujo. Avergonzado, Zion se cubrió la boca con ambas manos, para así evitar demandar con palabras que el pequeño apéndice volviera de inmediato a ocuparse de la tarea que había dejado abandonada.

 

-Tranquilo preciosos, no te desesperes -le calmó el menor, acariciando con ternura su espalda-. Esto no ha terminado, aun.

 

Una risa divertida se escuchó en su espalda, indicándole que no tenía ningún caso que fingiera indiferencia. Su cuerpo estaba siendo demasiado honesto, respondiendo a todas las caricias del lobo. 

 

Aun así no le daría la satisfacción al cachorro de que supiera los estragos que estaban ocurriendo en su cuerpo, por culpa de sus acciones anteriores.

 

-Como si yo fuese a suplicar por más. -refunfuñó ofendido.

 

-Brujo obstinado -se burló el lobo, al tiempo que posicionaba la punta de su miembro en la abertura del mayor.

 

Se adentró con cautela, aun así, la invasión hizo sisear y corcovear a Zion. El pene grueso del más joven quemaba en su interior incrementando el ardor de aquella zona, a medida que iba penetrando más profundo, en su recto. Se agarró del borde de la mesa con fuerza y cerró los ojos para evitar que las lágrimas se le escaparan.

 

-Shhh, tranquilo. Intenta relajarte -le aconsejó Noah, tomando en su mano ambos testículos, para sobarlos.

 

El masaje a su sensible escroto, lo distrajo de forma momentánea de su sufrimiento. El lobo le obligó a separar las piernas y a elevar el trasero, para alivianar de esa manera el escozor producido por la invasión y conseguir que su miembro se adentrara con mayor facilidad. Cuando se hubo internado por completo en su canal, le oyó soltar un hondo suspiro.

 

Noah se reclinó en su espalda y repartió unos cuantos besos a la espera de que su interior se relajara y aflojara su agarre.

 

-Creo que esta cereza está en su punto -Jadeó en su oído, chupando la sensible piel de su cuello-. Voy a tener que comprobar si sabe tan deliciosa como luce.

 

Zion no contestó. No se le ocurrió ningún comentario sarcástico para agregar en aquellos momentos. Tampoco se creía capaz de pronunciar ninguna palabra coherente.

 

El joven comenzó un lento movimiento con sus caderas: entrando y saliendo de su interior. Disparando de nuevo, olas de placer por todo su cuerpo. Las manos del lobo recorrieron su torso acariciando sus caderas y abdomen. Se burlaron de su miembro erecto, con toques esporádicos sobre la punta. Subieron por su pecho pellizcando sus tetillas y jugueteando con ellas. Todas caricias destinadas a enloquecerlo y encender aún más el fuego que recorría todas sus terminaciones nerviosas.

 

Zion intentó suprimir el nivel de sus gemidos. Podía imaginar la mirada de suficienciay la sonrisa socarrona, pintadas en el rostro del más joven al oírlo gimotear de tal manera. Misma que le dedicara las veces que lo sorprendiera infraganti observando su redondeado trasero, consiguiendo que el brujo se sonrojara. Pero le fue imposible refrenarse cuando nivel de dolor disminuyó de forma considerable, dando paso a un intenso placer, que se extendió por cada poro de su cuerpo.

 

-¡Ahgggg!... ¿Qué demonios?... -se quejó cuando descargas eléctricas, acompañadas de ondas de placer, sacudieron su cuerpo.

 

Jadeó intentado recuperar el aliento. No sabía que había hecho el lobo para provocar tales oleadas de éxtasis, pero no quería que se detuviera.

 

-¡Sí! Justo así. No te detengas... Más, por favor. -suplicó.

 

-Como ordene el señor -respondió obediente el lobo, con aquel tono petulante que tanto le desagradaba.

 

Zion ignoró el sarcasmo en la voz del muchacho. Lo único que le interesaba en aquellos momentos era continuar sintiendo la sensación deliciosa, que amenazaba con llevarle a la locura. Movió sus caderas en busca de aumentar la fricción contra el pene del más joven, y obtener más de aquel intenso placer.

 

Las manos de Noah dejaron de acariciar el pecho del brujo. Con uno de sus brazos rodeó su abdomen, reafirmando el agarre de su cintura. La otra mano viajó hasta su pene, para acariciarlo y masturbarlo mientras arremetía en su interior, con violentas estocadas.

 

El ritmo de la penetración aumentaba iba en aumento. El miembro del lobo entraba y salía, casi por completo, de su interior; enviando marejadas de placer demasiado intensas. Un fuego se extendió por sus venas, haciéndole insoportable el afirmarse sobre sus piernas. Se le relajó sobre la mesa, sintiendo como el ritmo del más joven, elevaba sus pies del piso.

 

El agujero de Zion palpitaba y se contraía de forma dolorosa. El calor en su cuerpo incrementaba, advirtiéndole que pronto culminaría. Pero el brujo no quería correrse aún. Quería permanecer por más tiempo, toda la eternidad si fuese posible, sumido en el éxtasis que le regalaba el más joven.

 

Cunado sus bolas se endurecieron y un intenso dolor hizo presión en su columna, el brujo supo que no podría retener por más tiempo su orgasmo. El intenso placer se precipitó de golpe en la base de su pene, obligándolo a derramarse en la mano del muchacho, en interminables descargas.

 

Noah apretujó la cintura del brujo y presionó los labios contra su nuca. Profirió varios gemidos entrecortados, indicándole al mayor que también había conseguido su liberación. Zion sintió su interior ser bañado por el calor espeso de la corrida del más joven, lo que provocó que volviera a estremecerse.

 

Después de un largo suspiro el muchacho se salió de su interior, dejando al brujo tendido sobre la mesa; con apenas fuerzas en sus músculos. Tanto el cuerpo, como el cerebro de Zion, habían sido sacudidos por millones de descargas eléctricas, por lo que se le hizo imposible coordinar ningún pensamiento coherente.

 

Escucho a su espalda, como el lobo se acomodaba los pantalones y se subía el cierre. Irguió su cabeza y la giró, solo para ver como el muchacho alisaba su camisa y la metía dentro de la cinturilla de sus vaqueros.

 

-Bueno... Ha sido un verdadero placer -dijo Noah, acariciando los glúteos expuestos del brujo-. Nos veremos en la siguiente Noche de Brujas. -anunció con una sonrisa lasciva pintada en sus labios.

 

Se dio la vuelta para marcharse. Zion se sentía demasiado atolondrado como para reaccionar a su provocación. Jamás había sido tomado por un hombre y, mucho menos, de aquella manera. Y la experiencia se había robado gran parte de su raciocinio.

 

-Nos vemos la siguiente noche de brujas... -musitó aturdido.

 

Descansó su cuerpo sobre la superficie de la mesa y recostó su cabeza, de nuevo.

 

-¡Nos vemos la siguiente noche de brujas! -repitió enfurecido, cuando la lucidez regresó de golpe a su cabeza.

 

Lanzó un hechizo sobre la puerta de entrada, justo cuando el lobo cogía la manija para abrirla; impidiéndole huir. Se subió los pantalones y se los acomodó como pudo, preso de la cólera.

 

-¡No tan rápido cachorro! -exclamó disgustado-. Más te vale que te hagas responsable de lo que has hecho.

 

Noah se dio la vuelta y le miró con una sonrisa triunfal en los labios y una expresión divertida en su rostro.

 

-Parece que mi pareja no quedó conforme con un solo truco. -indicó, utilizando el mismo tono mordaz de siempre.

 

-¿Tú, qué?... Espera, espera, muchachito. Tú sabes que yo no creo en esas tonterías -aclaró el brujo-. Ya me he encargado yo, de deshacer unos cuantos vínculos en estas pocas semanas, ¿Lo olvidas?

 

-Hay lazos que son irrompibles. -le contradijo el menor, acortando de nuevo la distancia, para encararlo disgustado.

 

Zion retrocedió inquieto. Era mejor para su sano juicio, evitar de ahora en adelante, cualquier tipo de contacto con el lobo. Pero el muchacho no pensaba dejarle ninguna escapatoria. Lo volvió a coger por la cintura, para luego, atacar sus labios con pasión.

 

-Ya verás cómo pronto tus hechizos dejan de tener efecto. -afirmó Noah, una vez hubo liberado su boca.

 

-¡Mis hechizos son infalibles! -alegó el brujo.

 

Intentó zafarse del muchacho y poner distancia entre ambos. Aquel cosquilleo familiar estaba comenzando extenderse por todo su cuerpo. Y eso solo significaba que Zion terminaría de nuevo, en el estado lamentable de antes.

 

Noah le dedicó una mirada reprobatoria y sacudió su cabeza.

 

-Parece que voy a tener que enseñarle a mi pequeña caperucita...-informó agarrando un mechón escarlata de la melena del mayor-. Que no puede escapar para siempre del lobo feroz.

 

El brujo miró directo a los ojos del más joven, sobrecogiéndose por la profundidad de los sentimientos impresos en estos. En ellos ya no estaba la burla acostumbrada, cualquier ironía había sido remplazada por una expresión de completa adoración, que le conmovido. Por lo que no se resistió cuando el muchacho se agacho de nuevo, para capturar sus labios.

 

Compartieron un beso suave y tierno, cargado de cariño. Nada parecido a los agresivos y demandantes de minutos atrás. Al separar sus labios, Zion se recostó derrotado sobre el pecho del más joven. De nada servía negar lo que sentía. Desconocer el vínculo que había comenzado a formarse entre ambos. Suspiró y escondió su rostro en el pecho del muchacho. Resignado a su suerte.

 

-Confía en mí. -suspiró en su cabeza el lobo.

 

-El Alfa jamás lo aprobara. -dijo en tono amargo. Expresando su más grande temor.

 

Él sabía cómo se manejaban las cosas en los respectivos clanes. Había tenido que ser partícipe de la desvinculación de varias parejas predestinadas, solo porque sus líderes no lo aprobaban. Había sentido además, en carne propia el dolor que aquello les provocaba al momento de romper sus lazos. No quería que a ellos le ocurriese lo mismo, no estaba dispuesto a pasar por aquella experiencia.

 

-El Alfa ya no tiene las facultades necesarias para seguir liderando. -Le tranquilizó el lobo, acariciando su rostro.

 

Zion levantó la mirada. La desconfianza debía de estar impresa en su rostro, porque Noah continuó exponiendo sus argumentos, para tratar de convencerlo:

 

-La mayoría de los enfrentamientos son causados porque los ancianos se oponen al acoplamiento entre distintas especies. Mi padre tendrá que cambiar su postura o ceder el puesto, si no desea un levantamiento. Todos los jóvenes están desconformes y me apoyan -aseguró el muchacho-. Ya no hay cabida en ninguno de los clanes, para leyes tan arcaicas.

 

El lobo estrechó de forma delicada el cuerpo del brujo, y lo apretó contra el suyo. Compartieron unos cuantos besos, antes de que Zion dejara de lado su reticencia y se abandonara al contacto de los cálidos labios. Rodeó con sus manos el cuello del menor y se empinó sobre la punta de sus pies, para profundizar el beso. Noah, le agarró con ambas manos su trasero y lo elevó del suelo igualando sus alturas. Aprovechó entonces, de rodear sus caderas con sus piernas, y aferrarse a ella.

 

Un calor ya conocido comenzó a centrarse en su entrepierna, provocando que sus ajustados pantalones aprisionaran su miembro. Gimió y restregó su renovada erección, sobre el abdomen de lobo, para aliviar así, la presión de esta.

 

-¿Dormitorio? -preguntó Noah dedicándole su tan famosa sonrisa burlona.

 

El brujo indicó con el pulgar la puerta a la cual debían dirigirse y se centró, de nuevo, en los labios de su amante. No quería soltar la boca del muchacho, pretendía disfrutar de aquellos besos apasionados lo que restara de noche. Deseaba confiar en las palabras de su petulante compañero, anhelaba creer que había un futuro para ambos.

 

-Noche de brujas... Noche de Brujas. -canturreó mientras era depositado sobre la cama.

 

Al parecer, de ahora en adelante, Zion iba a adorar de una manera distinta la Noche de Brujas.


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