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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Segunda parte de esta historia que me apetecía contar. No sé por qué he terminado escarbando un poco en la relación entre Pavel y Klaa, su consuegro. Bueno, sí lo sé. ¡Me encanta ver cómo se relacionan polos tan opuestos!


«Klaa... ¿tú me apressias?...»


Oh, imagino la cara de Pavel, a sus sesenta y cuatro años, con esa barba de chivo y el cabello rizado algo largo, grises, cuajados de canas, y la mirada triste en los ojos aguamarina... ¡Qué hermosa visión El Capricho de Dionisio!

 


UN BOXER DE OSITOS PARA UNA NÁYADE


 


 


                                                                                 La luz en la sala de la clepsidra se encendió al entrar Cassandra con paso firme. La sacerdotisa buscaba a su pequeño, el semidiós que con sólo siete años conseguía despistarla siempre que le daba la gana. Temiendo una de sus trastadas se asomó a comprobar el estado del agua. ¿Qué era aquello que veían sus ojos? La pura superficie reflejaba a dos hombres jóvenes haciendo el amor.


 - Anton... ¿y George? - Sus ojos violeta se entornaron. Aunque lo que estaba contemplando era hermoso, no pudo dejar de estremecerse con un escalofrío. - ¡Basta! ¡Está prohibido!


 - Pero es bello, los dos lo son... y juntos... Mmm. - Gimió acercándose al reloj de agua, Eros había salido de detrás de una de las columnas. - Fíjate en esos muslos rodeando las fuertes caderas, en las torneadas pantorrillas acariciando las níveas nalgas de Anton. ¡Y cómo empuja él, por Zeus, con qué brío, qué furia! De seguir así no tardará demasiado en hacer que su primo derrame su dulce semilla. ¿No te gusta? Porque a ellos sí, y mucho... - Rió descarado el hijo de Afrodita.


 - Así que eras tú, pensé que encontraría aquí a Príamo. - Cassie le miraba decepcionada por lo que el travieso dios había estado haciendo.


 - ¿Crees que un niño podría siquiera imaginar algo así? Tu vástago probablemente se dedicará a la medicina. - Le espetó con desprecio. - Solamente el dios del amor y la atracción sexual podría inspirar sentimientos tan...


 - Sí, sí... - Le interrumpió con hastío. - Sólo el propio Eros convence la pasión de los hombres por los hombres... ¡Ya he oído eso antes! - Lanzando una piedra de amatista al agua terminó con el grotesco y a la vez precioso espectáculo. - Y ahora deja tus juegos y ayúdame a encontrar a mi chiquitín, es la hora del baño.


          La Pantheion cruzaba el espacio a velocidad incalculable, envuelta en su negra oscuridad como de costumbre. Apolo sentado en su trono dorado del puente de mando, Hércules en el puesto de navegante. Artemisa controlaba la consola científica y se preguntaba dónde podría haberse metido su hermano pequeño.


 - Ares, ve a buscar a Dionisio. Tenía que haber entregado ya su hoja de derrota. - Le dijo la diosa de la caza con su voz más dulce, tratando de persuadirle. Sabía que no era nadie para dar órdenes al destructor de hombres.


 - Está bien... siempre tengo que ser yo el que vaya a por ese idiota. - Protestó dejando su consola de artillero y encaminando sus pasos al turbo ascensor.


        Tuvo que mirar en cada sala de la nave, en cada pasillo, consultar los paneles de todas y cada una de las habitaciones. Pidió ayuda a Pan y buscó en la enfermería por si Quirón había tenido que atenderle.


 - La última vez que se emborrachó fue hace tres meses, cuando los cardassianos capturaron a Troilo. No le veo desde esta mañana en el desayuno. - Respondió el centauro golpeando nervioso el suelo con su casco delantero derecho. - ¿Has mirado donde las ninfas?


 - Tienes razón, seguramente le encontraré allí abrazado a un ánfora de vino. - Refunfuñó Ares dando media vuelta y yendo hacia la cubierta inferior.


        De camino a las dependencias de las ninfas, todo un pabellón dedicado a la generosa naturaleza, Ares pasó por la sala del transportador. Pan salía de allí en ese mismo momento.


 - ¿Le has localizado? - Preguntó al astado.


 - ¿Qué? No, ni rastro. He comprobado los controles, nadie ha salido de aquí en todo el día. - Mintió cruzando los dedos a la espalda, lo cierto era que acababa de borrar los registros de transporte.


 - Ven conmigo a la bahía botánica. - Le ordenó. - Es grande, está llena de lugares para esconderse. Sospecho que el imbécil de Dionisio andará por ahí con alguna ninfa.


        El de la cornamenta retorcida asintió con una amplia sonrisa, le acompañaría a buscar al dios del vino entre el bosque, el arroyo y las grutas, aunque sabía perfectamente que no le hallarían allí. Él mismo y Quirón le ayudaron a teletransportarse a la USS Olympia cuando, no queriendo tener que pedir permiso a Apolo, Dionisio decidió acudir a la llamada de “su capricho”. Pavel le había invocado. Un dios no puede faltar a su promesa.


 


                                       Le encontró con más canas, unas terribles ojeras y la espalda encorvada; la preocupación por su hijo y su sobrino seguía sin dejarle dormir. A pesar de todo, el ruso conservaba su encanto, aquello que una vez le hizo desearle y encapricharse de él. Los ojos aguamarina empañados en lágrimas, suplicándole que encontrase a Anton y se lo devolviera sano y salvo, eran imposibles de resistir.


 - ¡Te lo imploro, oh Dionisio Eleuterio! *(epíteto del dios, significa el libertador) ¡Saca a los chicos de prisión y tráelos a bordo!


 - ¿Por qué no usas tu poder, brujo? - Le tomó el rostro por la barbilla, su vello facial era tan suave que le embelesó el tacto. - Podrías hacer que Cardassia Prime sufriese un colapso, modificar su eje de rotación, provocar una auténtica catástrofe en el planeta. ¿Por qué me pides a mí que te ayude?


 - No sabemos dónde están Anton y mi hijo. - David había levantado la mano, no tenía ni idea de si interrumpir aquella conversación, entre Pavel y la divinidad, sería tolerado por Dionisio. - Si hiciese algo así... los dos serían ejecutados de inmediato.


 - Entiendo... - Murmuró el dios echando un vistazo a su alrededor, hasta el momento sólo había tenido ojos para Pavel.


          Observó que el rubio era más guapo incluso que Jim cuando tenía su edad, un hombre tremendamente atractivo a sus cuarenta y siete años. A su lado estaba Klaa, padre de Jadzia, el klingon al que Anton tomó por esposo... ¿No debería ser Aquiles ser más hermoso? Su raza nunca le pareció atractiva, sin embargo, los fuertes músculos, la mirada fiera... Sí, Jadzia era todo un guerrero y los ojos grisáceos le hacían parecer muy especial. Girando sobre sus talones pudo observar al quinto del grupo, un humano de piel oscura y barba rojiza...


 - ¡Sólo puedes ser un Scott! - Exclamó sorprendido, hacía mucho tiempo que no veía a los hijos del ingeniero afortunado y su preciosa perla negra. - ¿Cayden o Bean?


 - Cayden... - Murmuró con timidez, jamás había estado ante la presencia de un dios.


 - Cayden Bakari Scott. - Dionisio pronunció su nombre completo. - ¿Cómo están tus padres? Recuerdo cuando eligieron cómo llamarte, yo estaba junto a la ninfa que les inspiró al borde de la piscina de Jim durante una de sus barbacoas. Por supuesto no nos hicimos visibles, manteniéndonos así ocultos a los ojos de todos. La preciosa náyade de cabellos azulados imbuyó en tu padre la palabra “luchador” y yo susurré al oído de tu madre “promesa” en su lengua materna.


 - Pero... ¡Si eso es lo que significan mis nombres! Cayden es luchador en escocés y Bakari, promesa en swahili. - El teniente Scott estaba algo desconcertado, ¿por qué el dios del vino se ocupó de escoger el nombre que le dieron sus padres? ¿Era él una promesa de luchador? - Mi hermano...


 - ¿El poderoso y valiente? - Siseó el dios con una pícara sonrisa. - Sí, a él también le regalé sus nombres. - Bean Jelani significaba exactamente eso. - Habéis nacido para la batalla, muchachos. Ares está orgulloso de vosotros.


 - Preciosa historia. - Interrumpió Klaa, a él no le preocupaba lo que el tipo de la túnica corta pudiese pensar. - ¿Nos centramos ahora en lo que Pavel te ha pedido? ¡Mueve tus ridículas sandalias y trae aquí a mi yerno y al joven George de una maldita vez!


 - Necesitaré ayuda, a Hermes se le dan mejor estas cosas. - Pulsando la fíbula de su quitón esperó respuesta.


 - Aquí Hermes, Apolo. ¿Cuáles son tus órdenes? - La voz sonó algo distorsionada por el altavoz.


 - Soy yo, Dionisio. ¿Puedes venir a mi lado un momento? Tengo un favorcillo que pedirte.


        Su hermano, el mensajero de los dioses, no tardó en aparecer ni medio segundo. Con las alas de sus sandalias todavía humeando, miró al borrachín de Dionisio con los ojos abiertos de par en par.


 - ¿Has usado el canal privado del capitán para contactar conmigo? ¿Y me has traído aquí en presencia de estos mortales? ¿Qué es lo que quieres, loco? ¿Qué tripa se te ha roto ahora? ¡Si Apolo se entera de esto vas listo!


 - ¡Ah, déjate de monsergas! Pavel me ha pedido que les devuelva a los chicos.


 - ¿Y qué? Dile que no. Vamos, regresemos a la Pantheion antes de que el jefe se entere de que nos hemos ido.


 - Dionisio no va a moverse de aquí. - Klaa sujetaba al dios por los brazos con sus enormes manos, impidiéndole dar un solo paso.


       Hermes se echó a reír a carcajadas. ¿Un viejo klingon pretendía ser más fuerte que un dios? Aquella escena merecía haber sido escrita por el mismo Aristófanes, el famoso comediógrafo del siglo IV antes de Cristo.


 - No te mofes de un klingon, hermano, que te veo la intención... y localiza el paradero de Troilo cuanto antes. - Mirando al ruso, Dionisio sonrió con ternura. - Hice una promesa a su padre hace años, cualquier cosa que me pida se la daré.


 - Sólo quiero que me traigas a mi hijo, pazhalsta... *(por favor) - Suplicó Pavel de nuevo.


 - Y a George... - Añadió David cogiendo la mano de su amigo. - ¡Oh dioses, traed de vuelta a nuestros niños!


        Aquello conmovió a Hermes, frunciendo los labios se encogió de hombros soltando un bufido por la nariz.


 - Oh, está bien, pero no pelearé solo contra los cardassianos. ¿Lo harás tú? - Preguntó al klingon más viejo. - ¿O serás tú quien me acompañe? - Girándose miró a Jadzia, el muchacho había echado mano a su BatLeth. *(espada curva con tres empuñaduras a lo largo de su hoja) – Y no estaría de más que el guerrero swahili-escocés viniese también con nosotros. Supongo que los cabeza de cuchara tendrán bien custodiados a los muchachos.


 - Será un placer para mí acompañaros en esta expedición. - Cayden mostraba su tensa sonrisa, deseoso de entrar en acción de una maldita vez.


 - Padre... - Se despidió Jadzia, Klaa le gruñó como respuesta. - Suegro... - Pavel le miraba con lágrimas en los ojos. - Traeré a mi r'uustai *(hermano guerrero) de vuelta a casa. - Prometió tomando la mano que Hermes le tendía.


 - ¿Tu r'uustai? - Preguntó Cayden extendiendo el brazo hacia el dios protector de los viajeros. - Creía que era tu t'hy'la...


 - También, Anton es las dos cosas. - Respondió el joven klingon. - Ka'pla! *(victoria) – Exclamó golpeándose el pecho con su mano libre, antes de desaparecer del camarote de Pavel en la Olympia.


          Un incómodo silencio se hizo en la habitación. Klaa buscó en uno de sus bolsillos hasta sacar un pañuelo blanco, con una leve inclinación de su cabeza se lo ofreció a Pavel para que secase sus lágrimas.


 - Cultura humana, vulcana y klingon, menuda mezcla... ¿verdad? Y ya veréis cuando los planes de Cassandra y Apolo se lleven a término. - Susurró por lo bajo Dionisio, sintiéndose libre desde que Klaa le había soltado, el klingon despidió a su hijo dándose un fuerte golpe en la coraza de cuero.


 - ¿Qué planes? - Pavel dejó de sonarse y agarró al dios del quitón retorciendo la prenda, quedando uno de los divinos pezones al aire. - ¿De qué hablas? ¡Responde! - No podía dejar de mirar aquel botón.


 - Ah, Troilo y Aquiles tendrán descendencia. - Confesó mordiéndose el labio después, si sus hermanos mayores se enteraban de que iba por ahí desvelando sus secretos, le cortarían el pelo al cero otra vez.


 - ¿Nietos? - Klaa se llevó la mano al vientre para reír con rotundidad. Su carcajada retumbó en las cuatro paredes del camarote. - ¡Son dos varones! ¿Cómo vais a...? - Recordando el origen de Amy, la madre de Anton, se le heló la risa en el rostro.


 - ¿Te estás poniendo pálido, klingon? - Bromeó Dionisio apuntándole con el dedo.


 - Son dioses, ya hicieron posible lo imposible una vez. Mi hermana lleva ese nombre, Nirshtoryehat. *(imposible en vulcano) - David se sentó en la cama, sólo podían esperar. Hermes le traería a su muchacho de vuelta. - George... - Murmuró su nombre hundiendo el rostro entre las manos.


        Pavel se dejó caer a su lado, abrazándolo con impaciencia, deseando lo mismo que deseaba el rubio: volver a ver a sus hijos.


 


 


                                    Debajo de la manta no podían ser vistos, los dos se acurrucaban allí para darse mimos, caricias, besos y demás, lejos de las curiosas miradas de sus captores. No estaban muy seguros pero Anton juraba haber oído algo eléctrico moviéndose en el techo alguna que otra vez, debía de haber cámaras además de micros. Hacían el amor siempre que les apetecía y... allí encerrados, no tenían nada más en qué entretenerse.


 - George, tápame el culo, ya me lo has vuelto a dejar al aire. - Le pidió usando su tactotelepatía.


 - Primo... ¿qué te gusta más? ¿Dar o recibir? - Le preguntó con una pícara sonrisa retorcida y los ojos azules brillando por el placer del que, hacía nada, había gozado entre los brazos de Anton.


 - ¿De qué hablamos? ¿Sexo? - Reconoció las intenciones de George rozándole la frente y apartándole el flequillo. - Mmm... las dos cosas, supongo.


 - Pero seguro que una más que la otra.


 - Eso depende de...


 - ¡Conmigo! - Le interrumpió. - ¿Qué prefieres? ¿Dar o recibir?


 - Me gusta tomarte. - Susurró en su mente con voz grave y ronca.


 - ¿Y con Jadzia? - Quiso saber, algo parecido a los celos estaba creciendo en su corazón.


 - A él prefiero tenerle dentro. - Respondió con sinceridad.


 - No soy bueno, vale... - Se lamentó. - Pero con más práctica podría mejorar... - Rió bromeando, pasando sus manos por toda la espalda hasta alcanzar las nalgas de su primo y apretar.


 - ¡Quieto! - Exclamó en voz alta. - ¿Has oído eso?


 - ¿Qué? ¿Tu cámara imaginaria? - Su voz destilaba sarcasmo en la pregunta.


 - Niet... *(no) – Refunfuñó. - ¡Una explosión! ¡Arriba! - Le gritó poniéndose en pie.


       Lanzándole el pijama a la cara le urgió a vestirse. Las paredes de la celda temblaron, ¿era su telequinesia o la onda expansiva? Algo muy gordo debía haber estallado en alguna parte de la prisión. Anton se acercó a la puerta de hierro y examinó unas grietas en torno al marco que antes no estaban allí.


 - ¡Ayúdame! - Pidió a su primo tomándolo de la mano y dando cuatro pasos atrás en la celda, en línea recta desde la entrada. - De una patada... ¡ahora!


         Los dos avanzaron levantando un pie hasta estrellarlos con fuerza en la herrumbrosa puerta. Al principio no cedió pero a la tercera, cayó del otro lado con gran estruendo. Anton echó a correr delante, si se cruzaban con el enemigo podría proteger a su primo.


 


                          Cayden hizo lo que el dios le había ordenado: dejó que Hermes posara su mano sobre el cañón del fáser, apuntó firme al depósito en la azotea del edificio y disparó. El haz de luz salió del arma brillando más de lo habitual. Un gran estallido les ensordeció, el moreno escocés había dado en el blanco.


 - ¡Aprisa mortales, seguidme! - Ordenó Hermes avanzando hacia el enemigo, armado con una especie de espada láser que no sabían de dónde había salido.


        Jadzia le siguió abriendo fuego con el fáser, la BatLeth *(espada klingon) colgaba de su cinturón. Y Cayden cerraba filas disparando a diestro y siniestro. Pronto se vieron rodeados por varias decenas de cardassianos, demasiado cerca para poder apuntar. No queriendo herirse el uno al otro, los dos mortales guardaron sus pistolas. La lucha cuerpo a cuerpo era brutal. Los condenados cabeza de cuchara eran muy fuertes y les superaban en número pero ellos tenía a un dios.


 - Vuestro pueblo no cree en nada salvo en sí mismo... ¡Jamás habéis orado a nadie! Tal vez porque nunca tuvisteis a nadie a quien adorar... ¡Yo os daré motivos! - Gritó orgulloso, mostrando su habilidad con la espada a la hora de rebanar miembros y cercenar cabezas.


 - ¡Jadzia, detrás de ti! - Cayden tenía a dos soldados encima, forcejeando por librarse de ellos le arrebató el cuchillo a uno clavándoselo al otro. - ¡Su sangre es negra! - Gritó asqueado al verla manar de la herida.


 - Bok'ta ku'mo... lo'Be Vos! *(ven aquí, cobarde) – Gritó el klingon al enemigo que había intentado apuñalarle por la espalda. - Te enseñaré cómo se combate con honor.


        Manejaba la BatLeth con maestría, no en vano su padre le había enseñado a hacerlo desde los dos años, cuando vivían en HarOs y le regaló una de madera. Hermes dejó de pelear echándose a un lado, pegado a los muros de la prisión, para contemplar mejor aquella memorable escena. El klingon tenía verdadero talento para matar. Y Cayden, la promesa de luchador, no se quedaba atrás. Se las arreglaba bien con el cuchillo cardassiano que robó.


 - ¡Lo que daría Ares por ver esto! - Se dijo a sí mismo con una sonrisa de satisfacción. - ¿Y por qué no?


        El dios apagó su espada láser que no era otra cosa que parte de su fíbula con forma de trisquel, un aspa que colocó de nuevo enlazándola en el círculo. Pulsando dos veces llamó a su hermano a bordo de la Pantheion.


 - Ares... si no estás muy liado, ¿puedes localizar mis coordenadas y colocarte justo a mi izquierda? Tengo algo aquí para mostrarte.


 - ¿Ahora? Me pillas en el bosque de las ninfas, Apolo me ha encargado encontrar a Dionisio.


 - Tú ven, no digas nada a nadie. Luego te llevo con el idiota de nuestro hermanito, sé dónde está.


      El manchado de sangre tardó unos minutos en encontrar la salida más cercana de la bahía botánica. Corrió por los pasillos hasta la sala del transportador e introduciendo un momento su hebilla en una ranura de la consola, la recuperó cuando la pantalla le ofreció las coordenadas.


 - ¿Qué es lo que quieres que vea? ¿Dónde estamos? - Ares se echó mano a la fíbula, con intención de tomar su espada. - ¿Cabezas de cuchara? ¿Es aquí donde tienen preso a Troilo?


 - Tranquilo, hermano. Todo está bajo control. Tú disfruta del arte de tus guerreros. - Hermes le puso la mano en el hombro y lo palmeó con confianza. - De nada, por cierto.


 - ¡Oh glorioso Aquiles! - Exclamó asombrado nada más reconocer a Jadzia. - ¡Cuán poderoso tu brazo carga sobre el enemigo! ¡La negra Ker *(diosa de la muerte violenta) supura por las letales heridas que inflige tu espada! Alala! *(grito de guerra griego)


 - ¿Y qué me dices del honorable hijo de Scott y Uhura? Cayden Bakari no tiene nada que envidiar a Aquiles y... ¿no es gracioso ver esa barba rojiza sobre la piel tan morena?


       Ares asintió, sonreía eufórico y con el pecho henchido de orgullo por sus valientes guerreros. Tomando a su hermano por las caderas le regaló un cálido y breve beso en los labios, volviéndose de nuevo a admirar la batalla.


 


                          Anton estuvo brillante por una vez. Se habían agachado junto a la puerta de la sala de interrogatorios, observando sin ser vistos el ir y venir de los soldados. Tuvo paciencia, cuando sólo quedó uno se concentró con todas sus fuerzas hasta conseguir arrebatar el arma de sus manos.


 - ¡Quieto ahí, cabeza de cuchara! - Le gritó apuntándole a la cara. George rebuscaba en las cajoneras bajo las consolas, él también necesitaría un fáser si querían salir de allí con vida. - ¿Qué es eso que se oye arriba? ¿Qué está pasando?


 - Tienen cámaras... ¿Recuerdas? - El rubio encendió uno de los monitores, no tardaron en contemplar la lucha que mantenían Cayden y Jadzia contra el resto del destacamento en el patio de entrada, habían venido a rescatarlos. - Les tienen rodeados, son demasiados... ¿Es que no han traído refuerzos?


 - Voy a echarles una mano, George. Tú quédate aquí y borra todos los archivos que tengan. - Mirándole a los ojos, esperando que supiera a qué se refería, remarcó sus palabras con un gesto de su cabeza. - ¡Todos! No puede quedar rastro de lo que ha pasado aquí.


 - ¿Te refieres a esa costumbre que habéis adquirido de fornicar cada dos por tres? - El soldado enemigo puso cara de asco al hablar. - ¡Sois repugnantes los humanos! ¡Dos machos! ¡Y además familia! Se me revolvía el estómago cada vez que me tocaba vigilancia...


 - Debía ser una sensación horrible, ¿verdad? - Anton miró de reojo la posición en la que se encontraba el fáser en su mano. - No te preocupes, no volverás a experimentarla.


 - ¡Anton! - Gritó George. Su primo había disparado a bocajarro al cardassiano. - ¿Por qué has hecho eso?


 - ¿Te refieres a por qué le he matado sin más, en lugar de tomarlo como prisionero? - Sacudiéndose de la cara los rizos castaños que ya le llegaban al barbudo mentón, resopló poniendo los ojos en blanco. - No quiero testigos. Lo ocurrido entre nosotros no volverá a repetirse, nadie que lo haya visto sobrevivirá para contarlo. Será siempre nuestro secreto. Ahora borra todo lo que tengan, si encontraras explosivos sería lo ideal. Voy arriba, mi marido me necesita.


        Desapareció por el pasillo dando grandes zancadas con sus pies descalzos. George tragó saliva, limpiándose de la cara la oscura y espesa sangre del soldado enemigo con la manga de su pijama.


 


                         Hermes le dio un codazo a su hermano en el costado, llamando su atención hacia las columnas que flanqueaban la entrada principal de la prisión. Un enorme revuelo se había montado allí, los cuerpos de los cardasianos se arremolinaban en torno a Anton más y más, impidiéndole disparar su arma. De pronto algo les hizo salir volando en todas direcciones, como despedidos por una misteriosa fuerza que surgió de la nada. Los muros de piedra temblaron a su alrededor. Era su telequinesia, activada con la adrenalina y la cercanía de su t'hy'la.


 - ¡Jadzia! - Gritó con su mente, sabía que su esposo podía escucharle. - Amor mío, mi constelación...


 - Anton, mi preciosa estrella brillante... - El klingon respondió buscándole entre la maraña de cuerpos que se retorcía en el suelo. Apenas dos o tres soldados enemigos quedaban en pie.


 - ¡Anton! ¿Estás bien? - Cayden terminaba de hundir su cuchillo en el pecho de un cardassiano. - ¿Y George? ¿No está contigo?


        Mientras los esposos se fundían en un abrazo, la tierra tembló con más fuerza. Anton estaba fuera de control, dejando escapar sus emociones que vibraban con esa onda cerebral suya tan única y especial.


 - El edificio acabará desplomándose. - Advirtió Hermes apartando a su hermano de la pared. - Deberíamos salir de aquí... iré a por el rubito Kirk.


        Las alas de sus sandalias volvían a humear, había arrastrado fuera al muchacho sin darle ninguna explicación, justamente cuando éste estaba a punto de pulsar el botón que borraría los archivos cardassianos, tal y como su primo le había ordenado hacer.


 - Joder... Pero ¿qué haces? ¡No había terminado mi trabajo! - Protestó furioso separándose del dios.


 - ¿Te refieres a deshacerte de las pruebas? - Señalando la prisión tambaleándose sobre los cimientos, se echó a reír. - Tu primo Troilo ya se ha ocupado de eso.


        Cayden escapó justo a tiempo, Ares lo sacó del patio cogiéndole del brazo, descubriendo con agrado lo fuertes que eran sus músculos. Jadzia asomó corriendo entre el polvo y los cascotes, una buena humareda se alzó sobre sus cabezas, todo se había venido abajo. Algunos cardassianos que lograron sobrevivir, intentaban ahora escapar a la carrera, cojeando o arrastrándose, como buenamente podían. George se estremeció cuando vio emerger, entre una nube gris de partículas de polvo y ceniza, la extraña y solemne figura de su primo Anton. Caminaba con ambos brazos levantados, retorciendo el gesto cada vez que realizaba un ademán con sus manos.


 - Los está reventando... uno a uno... está haciéndoles explotar por dentro... - Murmuró Jadzia a su lado, explicando así por qué a cada paso de su marido un cardassiano caía muerto entre horribles gritos.


 - Anton... - Musitó George, unas lágrimas rebasaron los párpados para deslizarse furtivas por sus mejillas.


        ¿Por qué estaba llorando? Se sentía feliz de haber escapado de su prisión, a la par que triste por tener que abandonar la costumbre de yacer con su primo. Miró a su lado, Jadzia avanzó unos pasos con los brazos abiertos, dispuesto a recibir a su marido cuando el último de los enemigos cayó.


 - R'uustai... *(hermano guerrero) – Pronunció la palabra con orgullo, inclinando la cabeza a modo de saludo. - Ya pasó todo, ven aquí.


 - T'hy'la... mi t'hy'la... - Repitió en un suspiro dejándose envolver por aquella calidez tan añorada.


 - Está bien, aquí ya no queda nada por hacer. - Ares le dio un pescozón a su hermano el mensajero. - ¡Llévanos de vuelta a la Pantheion antes de que Apolo se entere de esto!


 - Primero iremos a la Olympia. Chicos... - Abriendo los brazos dio la mano a George y a Anton, Cayden y Jadzia se agarraron de ellos, Ares se había apoyado en su espalda. - ¿Estamos todos? ¡Sujetaos fuerte!


 


 


                                   No dejaba de darle vueltas a por qué Khan había ordenado a Klaa acompañarles en aquel viaje. Sabía que no se llevaba demasiado bien con él; de alguna manera, sus miradas fulminantes y sus gruñidos, hacían que el klingon siguiera dándole algo de miedo a pesar del paso del tiempo. Le gustara o no, el tipo era parte de su familia hacía años. Antes incluso de que sus hijos se enamoraran, desde el mismo momento en que su esposo, el sobrehumano, aceptó convertirse en r'uustai de Klaa y entró a formar parte de la casa de Mogh. Luego, con la ceremonia de compromiso vulcana entre Anton y Jadzia, y más tarde, con su propia ceremonia klingon de r'uustai entre ambos jóvenes, los lazos se fortalecieron volviéndose inquebrantables. Pero... ¿qué pretendía su muzh *(esposo) al encargar a Klaa que fuera su guardaespaldas? La respiración del viejo klingon en su nuca le ponía nervioso.


 - ¡Así no puedo mear! ¿Quieres dejarme solo, yebat? *(joder) – Gritó al final desesperado. Llevaba dos minutos de pie, delante de la taza del water, con Klaa mirándole apoyado en la puerta del aseo.


 - Está bien. Tú... - Klaa se dio la vuelta y señaló a David. - Ven aquí y vigílalo.


 - ¿Verle mear? - El rubio puso cara de pasar del tema. - A mi edad, eso ya no me parece interesante.


 - La última vez que le dejamos solo, terminó en el suelo, inconsciente. Se dio un golpe contra el lavabo. - Klaa se había acercado al rubio, lo levantó con una sola mano tirando de su brazo. - Soy tu superior, si te ordeno algo, lo haces.


       David masculló entre dientes dos palabras en lengua kazon, algo que el klingon no pudo entender, pero obedeció. Colocándose en la puerta del baño se limitó a sonreír a Pavel con los ojos cerrados, al menos así el ruso podría aliviarse y, si realmente le pasaba algo, estaría lo suficientemente cerca para impedir que se hiciera daño.


 - ¿Hacéis esto a menudo? Observaros mientras evacuáis la orina... - Dionisio se paseaba por el pequeño camarote. Dando con el mecanismo de apertura del armario, curioseó entre las cosas del ruso. - Es una extraña costumbre.


 - Se desmayó en la Base Estelar VIII. Por suerte, el doctor Tuvok estaba allí. - Le aclaró Klaa. - Está débil, no se alimenta adecuadamente, no duerme lo necesario... ¿No se supone que eres su dios de la guarda, o algo así? Deberías preocuparte más por él, haber ido a buscar a los chicos hace tiempo.


 - Es ssierto, Dionisio. Han pasado meses desde que... - Pavel había pulsado la cisterna y pretendía cruzar la puerta para regresar al dormitorio. David se lo estaba impidiendo. - Ah, sí... las manos. - Recordó dando media vuelta para lavarse sobre la pila. - Los dioses habéis permitido que mi hijo cayera preso de los cabessa de cuchara. Si le han hecho daño, yo...


 - No demasiado, nada que ver con lo que tú pasaste en Kronos. - Le interrumpió el dios sacando fuera todos los jerséis del ruso y formando con ellos una montaña en el suelo.


 - ¡Qué estás diciendo! - David se le acercó por la espalda, a punto estuvo de darle un buen pescozón, apretando el puño se contuvo. - ¿Han torturado a los chicos?


        Dionisio se giró, el mortal le había gritado a la nuca, parecía iracundo con los ojos azules llenos de rabia. A Pavel le temblaron las piernas, pensar en su hijo sufriendo lo más mínimo hizo que se tambalease. Klaa acudió rápido para sujetarlo desde atrás por la cintura.


 - ¡Que no! Tranquilos, los chicos están bien... muy bien, de hecho. - Dionisio se volvió de nuevo para mirar ahora en los estantes inferiores, entre los pantalones y la ropa interior de Pavel. - Apolo no permitió que interfiriésemos en este asunto, dijo que tenían que pasar por la experiencia, que unas cuantas incomodidades y la mala comida les harían más fuertes. Supongo que ya no importa, se terminó. Eros ha tenido tiempo suficiente para... ¡Oh, aquí están! Querido, me encantan estos boxer... ¿puedo quedármelos? Sulu te comprará otros... ¿puedo, sí?


        El ruso se puso colorado como un tomate cuando le vio sacar unos calzoncillos rojos, estampados de ositos con nombres graciosos, de dentro del armario: nunca había imaginado sentir tanta vergüenza. No ya por el dios o por David, delante de ellos estaba más que acostumbrado a hacer el ridículo, sino por Klaa. Su consuegro le miraba de arriba abajo, probablemente haciéndole con la prenda puesta.


 - Quédatelos, me da lo mismo. - Rezongó dando la espalda a todo el mundo, entretenido en mirarse los dedos de sus pies descalzos con los brazos cruzados sobre el pecho.


 - Spasiba, brujo. - Le dio las gracias el dios, más feliz que un niño con un puñado de golosinas. - Sé de una ninfa a la que le sentarán de muerte... - Sonrió guardándose su regalo entre los pliegues del quitón.


 - ¿Una ninfa? - David se echó a reír, no sabía cómo pero el dios había logrado que todos sus miedos y preocupaciones por el bienestar de su hijo y el de Pavel, desaparecieran de repente.


 - Sí, claro. ¿Qué pasa? A algunos les gusta ponerles braguitas a los hombres... - Dijo aquello con retintín, sabiendo que Pavel se daría por aludido. - Y a otros nos place vestir con calzones a las chicas bonitas.


 - Tus dioses están locos, Chekov. - Klaa había puesto sus manos sobre los hombros de Pavel, susurrando aquellas palabras en voz baja a su oído. - No me extraña que los humanos seáis tan insólitos. Tú debes ser el más divino de todos.


 - ¿El más raro? Tal vess... - Metiéndose las manos en los bolsillos, suspiró. Se sintió protegido por aquel tipo de dos metros de estatura y casi ciento treinta kilos de peso, Klaa había engordado un poco con los años. - ¡Oh, esto es tuyo! - Exclamó sacando el pañuelo blanco que le había prestado antes y mirándolo con una sonrisa.


         Una nube negra se formó en el centro de la habitación, Dionisio tuvo que apartar a David de en medio para hacer sitio, seis figuras surgían de entre las sombras. La expedición de rescate, dirigida por Hermes, estaba de regreso.


 - Quédate con él, Pavel. - Dijo el klingon renunciando al lienzo, girándose junto al ruso para ver llegar a sus muchachos. - Va a hacerte falta...


 - ¡Anton! - Gritó lanzándose a su cuello. - Ay, moy syn... *(hijo mío) – Exclamó echándose a llorar.


 - Papa... moy papa... *(mi padre) - Voló a sus brazos, sus ojos aguamarina también rompieron en un río de lágrimas. - Sabía que tú nos sacarías de allí.


 - ¡Georgie! - David apretó el delgado cuerpo de su hijo contra su pecho, midiendo el largo de sus cabellos, rozando con los dedos la incipiente barba que había crecido durante su reclusión. - Cariño, tu papi casi me mata cuando... ¡Oh! ¿Estás bien, mi vida?


 - Anton... - Pavel le miraba a los ojos, su rostro había pasado de la conmoción a una dulce sonrisa, feliz de volver a ver a su pequeño, sano y salvo. - ¡Pero qué mal aspessto tienes! ¿Qué te han hecho esos cabessa de cuchara?


 - ¡No es para tanto! Está igual que tú cuando te conocí en Rinax. - Intervino David acariciando la melena rizada de su sobrino. - Dioses, gracias a... ¿los tres?


      El rubio se sorprendió al ver allí a Ares, plantado delante de Dionisio no le quitaba ojo de encima.


 - Hermes... llévanos de vuelta a la Pantheion. - Le ordenó. - Y tú, idiota... - Cogiendo a su hermano pequeño del brazo, le zarandeó. - No te escapas de una bronca, Apolo te rapará la cabeza como mínimo.


 - Tenemos que irnos, mortales. - El mensajero agitó las alas de sus sandalias, poniendo las manos sobre los hombros de sus hermanos. - ¡No olvidéis realizar algún sacrificio en nuestro honor de vez en cuando!


 - ¿Sacrificio? - Preguntó Cayden echándose a un lado. - ¿A dónde vais? ¿No podéis quedaros un rato? Me gustaría charlar con vosotros, aprender un poco más de vuestra especie...


 - ¿Especie? ¡Echo de menos los tiempos en los que miraban al cielo aterrados y quemaban carne de res y ramas de olivo para alabar nuestros sagrados nombres! - Se quejó Ares, como siempre, de las nuevas generaciones.


 - Hasta otra, capricho mío... - Dionisio se las arregló para llegar hasta el ruso y besarle fugazmente en los labios antes de desaparecer.


 - Spasiba... *(gracias) - Murmuró Pavel despidiéndose del dios. Tomando la cara de su único hijo entre las manos, le cubrió el rostro con diminutos besos, sintiendo la cosquilla de la barba de Anton en la suya. - Moy malen'kaya oshibka, *(bichito mío) Hikaru nessesita verte...


 - Cierto, Sulu te espera. Volemos a la estación ocho y desde allí regresaremos a casa. - Añadió Klaa. Como vicealmirante de la Flota Estelar, no tenía más que decirlo y sus órdenes serían cumplidas.


 


                        Miradas silenciosas, un furtivo y ligero roce de sus manos y la mente de Anton cerrada para él. Fue todo lo que obtuvo George durante los escasos minutos que compartió con su primo en los dos días que les llevaría regresar a la Tierra. La eterna noche de amor que había sido su encierro, terminó, tal y como dijo Anton, para siempre. Sería solamente un bello recuerdo, un secreto entre los dos que mantendrían hasta su muerte.


            Cayden y Bean recibieron órdenes de permanecer en la Olympia. Después de la sonada fuga de los prisioneros, el conflicto con los cardassianos se recrudeció y la zona neutral se convirtió en un coladero plagado de puntos calientes. Las batallas se libraban en los sistemas planetarios fronterizos, las fuerzas entre la Flota y el Imperio estaban muy igualadas. Klaa aprovechó su paso por la Base Estelar VIII para reorganizar las defensas y reasignar las naves a los lugares donde podrían ser mas necesarias.


 - Empiesso a entender por qué moy muzh *(mi esposo) te envió aquí.


      Pavel seguía al enorme klingon por los pasillos, le costaba acomodar sus pasos a aquellas largas zancadas.


 - Él sabía las consecuencias que traería el rescate de los chicos. - Volviéndose un instante le clavó su fiera mirada. - Y ahora, si me disculpas, tengo órdenes que cumplir.


 - Klaa... - El ruso le detuvo sujetándole del brazo. - ¿Tú me apressias? En algo, lo más mínimo...


      La mirada aguamarina estaba atravesándole el alma. Klaa se quedó observándolo, aquel hombre menudo y compacto esperaba una respuesta.


 - Eres el esposo de mi hermano, el padre del marido de mi hijo, y si un día, lo que dijo tu dios se hace realidad, compartiremos el título de abuelo. - Sonrió soñando con un pequeño klingon de cabellos rizados y ojos claros. - Has creado la nave Chekov, el satélite Tláloc de Ocampa, los acuíferos de Kronos, la muralla que lleva tu nombre y el sistema Nirshtoryehat... - Enumeró apresuradamente. - ¿Cómo no voy a apreciarte?


      Pavel le soltó el brazo y resopló. La respuesta no parecía haberle satisfecho.


 - ¡Bah! Cosas que hisse, el hijo que tuve con Amy... Niet, *(no) Klaa... Por mí mismo, ¿me apressias?


      El klingon tragó saliva. Pavel seguía mirándole a los ojos con esa expresión de necesidad, tan vulnerable que le provocaba ternura, algo que detestaba sentir pero que en el fondo le conmovía y le fascinaba a partes iguales.


 - Te respeto. - Pronunció con solemnidad.


 - ¿De veras? A vesses no lo paresse... Sobre todo cuando me miras como si me estuvieses matando, o cuando me disses “imbéssil” con ese tono tan rudo.


 - Sólo te llamo así cuando te comportas como tal. - Respondió sin pensar. Volviendo a tragar saliva, añadió. - Si algo te sucediera estando yo contigo, jamás me lo perdonaría.


      Pavel se giró de espaldas, no quería llorar pero las palabras de su consuegro le habían llegado al corazón. Disimuló con torpeza fingiendo enfado y rascándose la nariz.


 - Eso solamente lo disses porque tu promesa con Khan te obliga.


 - Juré proteger lo que él ama, es cierto. - Avanzando un paso se situó justo detrás del ruso. - Chekov... - Susurró el apellido a su oído, el vello de la nuca de Pavel se erizó y su lunar llamó la atención del klingon. - Hace muchos años que nos conocemos, desde que os llevasteis mi nave para descongelar a Khan y terminó hundida en la bahía de San Francisco.


 - La Katyusha... - Musitó recordando aquello con cariño.


      Los brazos fuertes y atezados de Klaa le estaban rodeando los suyos, apretujándolo contra su pecho, el klingon hundía la nariz en su cuello. Sintió un suave beso sobre la manchita de melanina en su blanca piel, una leve y ligera caricia que le hizo estremecerse por entero.


 - Yo te aprecio, de corazón. - El tono de su voz era, por una vez, dulce y tierno. - Aunque por mucho que Khan me haya hablado de ti, siga sin comprender la mayor parte de lo que haces. Aunque te comportes a veces como un verdadero imbécil. Aunque estés loco... o tal vez por eso mismo. Te aprecio, Chekov.


      Girándose hasta tenerle allí de frente, tan cerca que podía escuchar los fuertes latidos de Klaa y perderse en su respiración, Pavel se puso de puntillas y lo besó con dulzura en la mejilla, por encima de la barba del klingon.


 - Spasiba... moy drug. *(amigo mío) - Susurró al retirarse.


 

Notas finales:

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.

Como dice Cayden en su gif animado: si escarbas hondo en cualquiera de nosotros, todos tenemos nuestros pecados.

Hoy, dos de noviembre, he cometido un error garrafal a la hora de actualizar el fic. El resultado es que fue eliminado. La memoria caché del navegador me ha permitido rescatar los comentarios a este capítulo. Imaginad cómo me he sentido al ver que todo desaparecía ... citando a Khan: ¿Cómo he podido ser tan estúpida? *(golpea su frente una y otra vez)

PAVEL - ¡No hagas eso! No me gusta.

Será mejor hacerle caso al genio ruso, no quiero contrariarle.

Error corregido... en la medida de lo posible. Lo que se perdió se ha ido para siempre.


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