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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

       - Si no fueses mi primo... ¿te acostarías conmigo?

 

       - ¡Menuda pregunta! Sabes que mi novio es un klingon, ¿verdad?

 

       - Venga, responde. Si no fuésemos parientes... ¿qué me harías?

 

      Anton está a punto de embarcar en una nave estelar rumbo al cuadrante Delta, donde los cardassianos libran una guerra ante los planetas de la Federación. El chico sólo quiere despedirse de sus primos esa noche, dando una vuelta con ellos por el residencial, haciendo alguna trastada. Sabe que echará de menos a su familia cuando se encuentre lejos, luchando contra los cabeza de cuchara, a cientos de parsecs de distancia de la Tierra.

VIVIENDO COMO SI FUÉSEMOS RENEGADOS


 


 


                                                                             Serían las dos de la mañana cuando una mano le sujetó con fuerza del tobillo hasta despertarlo. Se incorporó de repente, con un sobresalto. En la penumbra de su habitación pudo ver la sonrisa pícara y los ojos aguamarina. ¿Qué hacía allí, completamente vestido de negro, y con un gorro de lana cubriendo los rizos castaños? Igual que un ladrón, se había colado en su cuarto con la clara intención de sacarlo de la cama. Unos vaqueros y una camiseta se estrellaron sordos en el cabecero, su primo le había lanzado las prendas. Antes de volver la vista hacia la ventana abierta, Anton le rozó la frente con la mano como solía hacer. Las palabras “vístete... dabai...” *(vamos) y “no hagas ruido, George...” sonaron en su cabeza con aquella voz ronca tan familiar. ¿Cómo podía hacer eso? Le ponía los pelos de punta pero, el octavo de sangre vulcana de su primo, era capaz de colarse en su mente desde que era un niño.


          Obedeció rápidamente, preguntándose, mientras se vestía, qué habría planeado Anton para esta ocasión especial. No era la primera vez que venía a buscarlo de madrugada, aunque quizá sí la última... Su primo embarcaría en la USS Olympia, rumbo al espacio exterior, en menos de una semana. Seguramente esta aventura sería su despedida.


          Descendió por la celosía de madera bajo su ventana con infinito cuidado, no quería hacer ningún ruido y despertar a sus padres. David podría comprender la fuga, no en vano era un Kirk, pero al histérico de Jabin, el kazon más “gay” de todo Ocampa, le costaría un buen disgusto si se enterase. Para Anton un salto fue suficiente, su especial fisiología le permitía realizar hazañas así desde los quince años, cuando su primer Pon farr le convirtió en un hombre. Sonrió mirando hacia arriba, viendo los gráciles movimientos de su primo en la bajada, se maravilló. Ya era más alto que él y bastante más atlético, a sus catorce años, que cualquier Chekov a lo largo de la historia.


 - Has salido al bisabuelo George, tío David debe estar orgulloso. - Le susurró sujetándole de un brazo en cuanto puso los pies sobre el césped del jardín. - Vamos, tenemos que ir a casa del tío Peter... hay que recoger a Sam.


 - ¿Crees de verdad que me parezco a él, a nuestro bisabuelo Kirk? - Se dejó arrastrar por el callejón trasero, cruzando después la calle y rodeando la manzana. - El abuelo Jim también me lo dice. He visto fotos y algún vídeo, era un tipo condenadamente alto...


 - Tú le alcanzarás. - Afirmó sin dudarlo.


 - Anton... ¿tenemos que ir con el aguafiestas de Samuel? - Su tono de voz convertía la pregunta en una protesta. - Ya sabes, a veces es un poco “cortarrollos”... con eso de que va a hacerse médico y tal, siempre pone pegas si se nos ocurre hacer alguna locura.


 - Ésta es la noche de los Kirk. Iremos los tres juntos a dar una vuelta. - La luz de sus ojos brillaba más intensa que nunca, raras veces George le había visto tan emocionado. - Hay una guerra ahí arriba, primo. Si no regreso a casa...


 - ¡Gilipolleces! - Exclamó el rubio frenándose en mitad de la calle. - Me quedan tres o cuatro años de Academia y estaré allí contigo. ¡Combatiremos juntos a los cabeza de cuchara!


 - Sí, George... seremos invencibles. - Rió entre dientes, ya le había oído fantasear con eso muchas veces. - Espérame aquí. Traeré a Sam enseguida.


 


                           Alex había posado su brazo izquierdo sobre la espalda de Peter, lo hizo dejando caer todo el peso sobre él, aplastando a su marido contra la almohada, como casi siempre. Así solían terminar sus abrazos más íntimos y así se habían quedado dormidos hacía tan solo una hora. Freya seguía estudiando para su examen de ingreso en la Universidad, cuando miró el reloj se quitó los tapones de esponja de las orejas, le molestaban si los llevaba mucho rato.


 - Es tardísimo, y aún me quedan doce temas por repasar... - Suspiró frente al monitor del ordenador sobre su escritorio. Deseaba un sobresaliente, lo necesitaba para la nota de corte. París, su sueño de estudiar arte en La Sorbona, bien valía unas cuantas noches en blanco. - Al menos mis papás han dejado de demostrarse su profundo amor... - Se dijo con ironía, estaba más que acostumbrada a los ruidos comprometedores que salían del dormitorio de Peter y Alex. - ¿Qué ha sido eso? La ventana del cuarto de Sam... ¿Vienes o vas, hermanito?


          Al ser romulana, su oído era tan fino como podía serlo el de su abuelo Spock. Freya salió de su habitación y recorrió de puntillas los ocho pasos que separaban su puerta de la del dormitorio de Sam. La abrió sin llamar, no le importaba que se enojase; ella era la mayor, la que mandaba allí, si su hermano preparaba alguna de las suyas podría chantajearle más adelante.


 - ¿Qué estáis haciendo? ¿Puede saberse qué haces así vestido? - Chilló en un susurro, si es que algo así es posible, sorprendida por encontrar allí dentro a su primo.


 - Shhh... Freya... - Anton le tapó la boca con una mano y cerró la puerta detrás de su prima con cuidado de no hacer ruido. - Nos vamos a dar una vuelta, los primos Kirk... ¿te vienes?


 - ¿A las dos de la madrugada? - Echó un vistazo a su hermano que peleaba, medio dormido aún, por ponerse unos pantalones. - ¡Mañana tienes clase, Sam!


 - Eso ya lo he intentado, Frey, pero Anton es un cabezota y quiere que le acompañe. - Le respondió resignado. - ¿Vas a venirte o no?


 - ¡Ni hablar! - Se opuso a la idea. - Algunas personas somos responsables, ¿sabéis? Tengo que estudiar.


 - Prima... - Anton le apartó el cabello negro de la cara, recogiéndolo por detrás de la orejita puntiaguda. - Será nuestra última escapada... ¿te lo vas a perder?


 - Que sea una noche de chicos, yo paso, estoy muy ocupada. - Se excusó ante su primo. Mirándole a los ojos sintió lo mucho que le iba a echar de menos. - ¡Y no es la última vez, Anton! ¡Aún nos quedan un montón de locuras por hacer juntos! Cuando vuelvas de permiso irás a visitarme a Paris y nos saltaremos las barreras de seguridad para escalar la Torre Eiffel, como hemos planeado. - Le sonrió levantando sus cinco dedos mostrándole la palma, esperando que él sellase el pacto.


 - ¡Hecho! - Chocó aquella mano y, mirándola a los ojos oscuros, recordó en un breve instante todas las veces que intentó deshacerse de ella cuando era un niño celoso de su nueva prima. - Freya... yo...


 - Y yo a ti, Anton. - Le interrumpió dándole un beso en la sonrosada mejilla, las suyas empezaban a adquirir un ligero tono verdoso. - No os metáis en líos... ¡Y largaos de una vez antes de que los papás se despierten! No hace nada que se han quedado dormidos.


 - Lo sé, tuve que ponerme tapones en los oídos para poder cerrar los ojos y justo cuando estoy cayendo en el sueño, llega este chiflado y me saca de la cama. - Sam le dio un golpe en el hombro a Anton. Su primo le miraba con las cejas levantadas y una encantadora sonrisa de bobo en los labios. - Sal tú primero, yo me dejaré caer por el bajante. Oh, y... Frey... ¿qué me va a costar este secreto?


 - Nada, invita la casa. Pásalo bien con Anton, hermanito. - Respondió con una franca sonrisa regresando a su dormitorio en el más absoluto silencio.


 


                         George se encogió de hombros cuando les vio llegar, levantando el trasero del bordillo de la acera donde se había sentado a esperarles. Sam le interrogaba con su mirada azul, el rojo de su pelo parecía arder en llamas bajo la luz anaranjada de las farolas. Anton se quitó el gorro de lana y se lo encasquetó con una sonrisa.


 - Y ahora, a casa de dedushka. *(abuelo) – Ordenó a sus dos jóvenes secuaces que le siguieron con mayor o menor entusiasmo.


          Anton dobló la esquina y emprendió la marcha a grandes zancadas, contento de que terminara siendo una noche de chicos. Cuando estuviera en el espacio, lejos de su familia, de su hogar, echaría de menos a Freya también, por supuesto, pero sus planes originales para aquella escapada no la incluían a ella, solamente a sus primos.


 - ¿Por qué vamos a casa del abuelo Jim? - Preguntó Sam a su primo George, esforzándose en seguir sus largos pasos. - ¿Cuál es el plan, Anton? - Cambió de interlocutor al preguntar, viendo que el rubio no tenía la respuesta.


          De los dos adolescentes, él era el menos entusiasmado. Su lento caminar le llevaba en último lugar, siguiendo sin demasiadas ganas a sus primos. Anton se detuvo frente al muro de la piscina de los abuelos, encarando a sus jóvenes compinches les miró con verdadera intensidad en los ojos aguamarina.


 - Tú, Sam, vas a colarte en la casa. Sé que esta noche el abuelo Bones ha dejado la puerta de la cocina abierta, le vi sacar la basura. - Apretó la mano que había dejado caer sobre su hombro, las pecas de la frente del pelirrojo se arrugaron en un gesto de incredulidad bajo el gorro negro de lana. - Quiero que robes una botella de whisky de las buenas, ¿sabes cuáles son, verdad?


 - ¿Whisky? - Musitó George con cara de asco, la bebida aún no era de su agrado. - ¿No es un poco fuerte? ¿Qué tal unas cervezas de la nevera?


 - Vale, trae también cerveza, échala a la mochila pero no te olvides del whisky, Sam. Del bueno, de los del tío Scott. De esos que si fuesen personas ya podrían votar. *(dieciocho años como mínimo) – Le dio una palmada en el trasero y lo ayudó a trepar para meterlo en la casa. - Es una de mis últimas noches en la Tierra, quiero celebrarla con los dos y lo quiero hacer a lo grande.


 - ¿Y yo qué hago, Anton? - El rubio esperaba impaciente sus órdenes mordiéndose el labio inferior entre una retorcida sonrisa.


 - Tú vendrás conmigo al garaje. - Respondió dándole impulso sujetándolo de la cintura. - Se te da bien la electrónica, ¿no es cierto? Pues hoy te enseñaré a hacerle un puente a un coche.


 - ¿Al Dodge del abuelo? ¿Por qué no cogemos las llaves y ya está? ¿Te has vuelto loco? - Murmuró saltando juntos al jardín, viendo cómo Sam entraba ya a la cocina.


 - ¡Qué pregunta! - Rió Anton tirando de él hacia la cochera. - Conoces perfectamente lo loco que estoy, me viene de familia. Y tienes que practicar, George, nunca se sabe cuándo puedes necesitar hacerle un puente a algo... Básicamente todo funciona igual, te vendrá bien, créeme.


 


                             Spock se revolvió en la cama, el sonido de una puerta abriéndose en el piso inferior le había despertado. Tuvo que apartar la cabeza rubia de su esposo a un lado y retirar también el brazo de su amante que descansaba en su abdomen, para poder levantarse y echarse encima una fina túnica de lino, con el apellido de su familia bordado en la solapa en letras vulcanas. Cogió el fáser de Jim de la mesita de noche y caminó de puntillas hasta la puerta. Una vez en el pasillo, sonrió. Por la ventana que daba al jardín pudo ver a Anton y a George trasteando en el garaje. ¿Qué estaban haciendo los chicos?


 - Coge eso, y esto también. - Anton mantenía el maletero del Dodge abierto, mientras señalaba a George unos viejos trastos que sus abuelos acumulaban por allí, entre ellos uno de sus primeros pleenoks *(puzles vulcanos) de cuando era un crío.


 - ¡Eh! Es un monopatín... - Susurró el rubio al rescatar una tabla con ruedas de entre un montón de cajas. - ¡Cómo mola! Los tíos solían patinar cuando eran unos críos... ¡Espera! ¡Peter Kirk! - Leyó el grabado en la madera por la parte de abajo. Un corazón envolvía el nombre junto al de su otro tío, Alex Freeman. - Sí, esto nos lo quedamos.


 - Venga, sube al coche. Ahora viene lo mejor... - Le azuzó Anton empujándolo dentro y sacando un desgastado estuche de herramientas con cierre de velcro, regalo de su tío el ingeniero escocés. - El puente. Toma, lo harás tú.


 - A ver... - George se agachó bajo el volante, desmontando la parte de abajo con un destornillador y sacando un puñado de cables fuera. - Azul... rojo... blanco y negro...


 - No juntes esos dos, no es buena idea. - Le advirtió entre risas. - Esos sí, así... otro chispazo...


 - ¡Ya está! ¡Lo he conseguido! - Exclamó eufórico al oír el motor.


 - ¿Dónde está el idiota de Sammy? Tenemos que irnos, este condenado ruido despertará a sa'mekh'al... *(abuelo en vulcano) – Farfulló saliendo del coche camino de la cocina. - Tú saca el Dodge a la calle, George. Ve hasta la esquina y espera con el motor en marcha, ¿entendido?


 - ¡Sí, señor! - Bromeó saludando a su primo al estilo militar, sabiendo que algún día tendría que hacerlo por obligación.


          Spock tuvo que pegarse a la pared para evitar ser visto y taparse la boca impidiendo que su risa se escuchara. Allí agachado, detrás del sofá chester, fue testigo de cómo Anton entraba a la cocina y se llevaba a rastras a Samuel. El muchacho llevaba consigo una botella de whisky y un paquete de seis cervezas, además de una enorme barra de pan rellena de jamón asado con salsa de mostaza y queso cheddar, un tentempié que le vio prepararse furtivamente, como si fuese un verdadero ladrón, con aquel gracioso gorro de lana en la cabeza.


 - ¿Qué hacías abajo y con mi fáser? - Le preguntó Jim al notar cómo se metía otra vez en la cama.


 - Me dio hambre.


 - ¿He oído un coche? - Susurró Leonard dejando que el vulcano se acurrucase entre sus cuerpos, buscando el pausado ritmo de su respiración al apoyar la oreja en su pecho.


 - No es nada. Volved a dormir, mis t'hy'la.


 


                               Conducía el Dodge de su dedushka por el residencial, sin cruzarse absolutamente con nadie, todos dormían excepto ellos tres y Freya, que seguiría estudiando en su habitación. Sonrió al ver cómo Sam se las arreglaba bastante bien a la hora de mantener firme el pulso para que la imagen no vibrara demasiado, el abuelo Bones estaba en lo cierto cuando decía de que se convertiría en un gran cirujano.


 - ¡Qué cabrón! - Murmuró el pelirrojo refiriéndose a George. - Es la primera vez que monta y mírale... ¡Cómo lo domina! Luego me pido yo el monopatín, Anton.


 - Espera a ver si se detiene, parece que le ha cogido el gusto. - Rió sin apartar la vista de la carretera, vigilando que ningún vehículo pudiera salir de un cruce de improviso y acabar atropellando a su primo, los faros iluminaban la figura del rubio mientras patinaba.


 - Si lo hace ese idiota no puede ser muy complicado... - No apartaba los ojos de la pantalla, asegurándose de que George quedase bien encuadrado. - ¡Oh, quiero montarme ya! Pítale... o no, mejor échale las largas. No hagas ruido, podría molestar a los vecinos.


          Anton se echó a reír y pulsó la palanca de las luces un par de veces, haciendo que su primo pillase la indirecta y se echara a un lado de la carretera hasta detenerse. Sam se bajó del coche y corrió hacia él, le entregó la vieja cámara de vídeo de los abuelos, que también habían encontrado en el garaje, y le quitó el monopatín.


 - ¡Mi turno, enano! - Le espetó de malas maneras, echándolo a un lado y tratando de subir a la tabla con un mínimo de dignidad.


 - ¿Enano? - Protestó ayudando a su primo a mantener el equilibrio durante los primeros pasos, corriendo a su lado tendiéndole la mano. - ¡Soy más alto que tú!


 - Pero eres el pequeño, por mucho que llegues a los dos metros siempre serás “el enano”... - Rió dándole un capirotazo que le costó caer del monopatín, George le agarró justo a tiempo antes de que la rodilla se le clavase en el suelo.


 - Chicos... - Les llamó la atención sacando la cabeza rizada por la ventanilla. - ¡No hagáis tanto ruido! Dabai, *(vamos) Georgie... Ven a sentarte conmigo al coche y deja que Sam patine un rato.


 - No me llames así, lo odio. - Refunfuñó entrando al Dodge y encendiendo la cámara. - “Georgie”... ¡Es tan cursi!


 - Tío Jabin suele llamarte así... - Rió dándole un ligero codazo, desestabilizando la imagen en la pequeña pantalla digital.


 - Como dice mi padre, nunca le lleves la contraria a un kazon. He aprendido a dejar que mami me llame como le dé la gana. - Añadió sacando la lengua con una mueca divertida.


 - Os voy a echar de menos... a todos. - Suspiró dejando caer su mano derecha sobre el muslo de su primo, apretando los largos dedos hasta agarrar la carne con fuerza.


 - ¿Por qué no se ha venido Jadzia? - Le preguntó extrañado. En más de una de sus aventuras, la pareja de su primo se había rebelado como el bravo guerrero que llevaba dentro. El klingon le caía muy bien. - Él también se marcha al espacio, irá contigo a la Olympia... ¿es que no quería despedirse de nosotros?


 - Pensó que esta noche debía ser solamente para los Kirk. - Anton se encogió de hombros, su novio había decidido quedarse en casa. Sonrió al ver que en ese preciso momento pasaban por delante de su puerta. La M de Mogh, fabricada en hierro, brilló en la oscuridad cuando las luces del Dodge la alcanzaron por un instante. - Que duermas bien, t'hy'la. - Pensó sabiendo que, en el sueño, su amor podía escucharle.


 - ¿A dónde va por ahí el imbécil de Sam? Nos salimos del residencial... - Bajó la ventanilla a su derecha y asomó la cara para hablarle. - ¡Eh, idiota! ¡Súbete a la acera! Por la carretera principal pasan coches...


 - Creo que quiere ir al centro comercial, ¿lo ves? - Sam les hacía señas para que le siguieran, mirando a ambos lados antes de cruzar la carretera de dos carriles.


 


                              En el aparcamiento, completamente vacío a esas horas, Anton detuvo el motor y se bajó con la botella de whisky y un par de cervezas. Sentándose sobre el capó dejó que la música sonara suave, no había nadie, en al menos un kilómetro a la redonda, a quien le pudiese importunar.


 - ¡George, ven y bebe a mi salud! - Le llamó ofreciéndole un botellín. - Me gusta esta canción, es de las favoritas del abuelo Bones... “Hey, hey, hey, viviendo como si fuésemos renegados...” - Canturreó el estribillo.


 - Lo sé, le he oído cantársela al abuelo Jim alguna vez. - Sonrió el rubio cogiendo la cerveza. - Y el whisky para ti, ¿no?


 - Pero si no te gusta... ¿es que quieres un poco? - Con una sonrisa de medio lado le retaba a darle un tiento a la botella.


        El rubio no se echó atrás. Empinando el codo le dio un buen trago, el alcohol le quemó la garganta y le dejó el pecho caliente al entrar. Arrugando los ojos devolvió el whisky a su primo.


 - No es lo mío. - Reconoció sacudiendo la cabeza, haciendo volar su flequillo rebelde que le tapó media cara.


 - Bah, ya te acostumbrarás. Moy papa *(mi padre) sigue prefiriendo el vodka pero papá dice que el whisky es la bebida oficial de la familia. - Bromeó leyendo la etiqueta. - Glenlivet dieciocho años, un tesoro líquido, como diría el bueno del tío Scott. ¡Eh, Sam! - Chilló Anton. - ¡Deja el monopatín un rato, te vas a matar...! - El muchacho seguía empeñado en saltar el bordillo sin perder el control de la tabla bajo los pies.


 - ¡Sí, eso! ¡Además te lo puedes cargar, es muy viejo! Ven a brindar por el primo, anda... - Le secundó George empezando la cerveza para sacarse el mal sabor de la boca.


 - Yo ya lo he probado, una vez el abuelo Jim me dejó dar un sorbo a su copa. Creo que el vodka me gusta más, pero el de mi padre, no el ruso. - El pelirrojo sujetó la botella y se la mostró a Anton con una sonrisa. - Bueno, pues... ¡Por el más Kirk de los Chekov! ¡Que vuelvas a casa sano y salvo, primo! - Pronunció su brindis antes de beber a morro, aguantando las ganas de toser cuando el whisky le ardió en el esófago.


 - Sí, sano y salvo, primo. ¡Que los dioses cuiden de ti, Anton! - Deseó George con todo su corazón, bebiendo ahora un trago de su cerveza.


 - Dame una de ésas, Anton. Esta cosa quema, me arde el estómago. - Se quejó Sam frotándose el vientre.


          Anton le abrió el botellín y se lo entregó a cambio del Glenlivet. Luego, con expresión taciturna, inclinó la botella hasta derramar un chorreón de whisky sobre el asfalto.


 - ¿Y eso? - Preguntó George, el gesto le era familiar. - ¿Para los dioses? Tendrías que echarla a un fuego, no ahí. - Se burló de la teatralidad de su primo.


 - Hagamos una hoguera. - Sugirió Sam recibiendo de inmediato unas miradas de sorpresa. La idea no era muy propia de él, siempre tan prudente y formal, sus primos la recibieron encantados.


 - Venga, a buscar ramas los dos. En el maletero habrá algo que podamos usar. Dabai, dabai! *(vamos, rápido) – Les azuzó Anton yendo a la parte de atrás del Dodge.


 - Se hará teniente en menos de un año, seguro. Con ese carácter de mandamás que tiene... - Murmuró Sam caminando hacia el seto de un parterre allí al lado, seguido del rubio que no dejaba de mirarle incrédulo.


 - Una hoguera... Oye, Sam, ¿no tendrán cámaras de vigilancia, detectores de humo y esas cosas en el parking del centro comercial? - George no se agachó a coger ni un solo palo, limitándose a dudar de la extraña idea de su primo, saboreando su cerveza.


 - Bueno, podemos pedirle a Anton que nos lleve a otro sitio. - Recapacitó recogiendo una rama más, ya llevaba unas cuantas debajo del brazo. - Si quiere hacer una ofrenda a los dioses debería hacerla bien. Ya sabes, en serio... con el kit completo.


 - ¿El kit? Pues a ver qué dice, lo mismo no quiere salir del barrio, es muy tarde. - George se encogió de hombros y echó a andar de vuelta al coche.


 - O muy temprano, según se mire. - Murmuró Sam siguiéndole.


          Su primo el mayor daba vueltas por el aparcamiento, divirtiéndose como si fuese un crío de quince años aunque ya tuviese veintiuno. Giraba doblando las rodillas con un leve impulso de sus caderas, luego se erguía y estiranba los brazos aprovechando la velocidad, el monopatín se le daba de miedo, sabía en todo momento dónde estaba su centro de gravedad. Los rizos castaños de Anton flotaban en el aire cuando enfilaba una recta o se dejaba caer rodando por la rampa del acceso para minusválidos. George sacó del bolsillo la cámara y le grabó también. La vieja canción para los renegados seguía sonando, olvidó que el coche del abuelo siempre tenía conectada la función de repetición.


          Sam arrojó los palos al maletero que cayeron sobre la vieja manta azul con la insignia de la flota. Nada más verla la reconoció, su abuelo Jim les había arropado con ella más de una vez, cuando eran niños y les llevaba de acampada a la playa o al bosque. El rostro se le iluminó al sacarla y sacudirla un poco, sí, esa sí que era una buena idea.


 - Anton, ¿nos llevas a la playa? - Le preguntó cuando pasó por su lado con el monopatín.


 - No, demasiada humedad... - Siguió patinando como si nada. - No quiero coger un resfriado antes de embarcar.


 - Pues al bosque entonces. - El pelirrojo le tendió la mano, su primo le usó para darse impulso y saltar al bordillo. - Podemos ir al parque Golden Gate, está cerca...


¡No pienso sacar el Dodge del residencial, Sammy! - Saltó al suelo y pisó la tabla en su extremo curvo trasero. Dando un par de vueltas en el aire, la madera fue a parar a su mano. - Cuando dedushka se entere me echará una buena bronca, llevarlo por ahí me costaría un arresto.


 - ¿Estás de coña? - George le quitó el monopatín y lo hizo rodar despacio, subiéndose encima y dejándose llevar. - ¿Arrestarte el abuelo? ¡Si eres su favorito!


 - ¡No lo soy! - Protestó dando otro trago a la botella de whisky. - Dedushka nos quiere igual a los cuatro...


 - ¿Qué cuatro? - Se preguntó Sam. - Ah, sí... mi hermana. La muy... ¿sabes que nos ha visto salir de casa, George? - El rubio se acercó y detuvo la tabla, bajándose para empujarla con el pie y que se deslizara hacia su primo. - Dice que no me costará nada pero la conozco bien, seguro que acaba haciéndome alguna clase de chantaje...


          Sam arrugó la nariz e imitó lo que Anton había hecho antes, pisando la tabla consiguió agarrar el monopatín pero no lo hizo girar en el aire como hizo él.


 - Esta vez no, ha dado su palabra. - Anton le acarició la nuca, tirando de su cuello se acercó para susurrarle al oído. - Y nunca dudes de Freya, es tu hermana. Una Kirk, igual que nosotros.


 - No, igual no... - Murmuró echando la cabeza a un lado, intentando librarse del agarre de Anton sobre su cuello. - Vosotros dos lleváis la sangre del abuelo Jim, Freya y yo...


 - ¡Sois Kirk, primo! - George le quitó el gorro de lana y le golpeó la cara con él. - ¡Los cuatro lo somos! ¡Y que nadie se atreva a decir lo contrario!


 - Bueno, sólo iba a aclarar que tenemos bastante de Freeman, nada más. - Rió cubriéndose con la manta del ataque del rubio.


 - Y tú... Anton, si quieres hacer una ofrenda en condiciones a los dioses, deberíamos hacerle caso al futuro médico de la familia. Hay que encender una hoguera, usar todo el kit... ya sabes. Así que... ¿al bosque o a la playa? - Le presionó George, clavándole sus ojos azules.


 - ¿El kit? ¿Hay un kit para hacer ofrendas a los dioses? - Anton se rascó la cabeza y se encogió de hombros. - Subid al coche los dos, podemos hacerlo en el jardín de mi casa. Sólo dejad que suba un momento a hablar con mis padres, no quiero que se asusten al ver la fogata.


 - Sulu no te va a dejar... “pequeña rosa blanca”. - Le picó el rubio, siempre se metía con él por el exceso de celo del japonés en respuesta a las burlas de Anton sobre los mimos de su “mami”, como llamaban al kazon a sus espaldas.


 - ¡Oh! ¿No lo sabes, Georgie? - Le dijo con retintín. - ¡Soy mayor de edad!


 - ¿Eso significa que puedes hacer lo que te dé la gana? - Preguntó Sam con bastante sarcasmo por su parte.


 - Siempre que se asuman las consecuencias, sí. Parte de las ventajas de ser un adulto. Ya lo iréis descubriendo... no tengáis prisa. - Se burló de la juventud de ambos revolviéndoles el pelo y soltando una buena carcajada.


 


                              Anton devolvió el Dodge al garaje de los abuelos y se ocupó de reparar los cables y dejarlo todo en su lugar bajo el volante. Con un poco de suerte no notarían nada hasta que ya estuviera en la Olympia, muy lejos de los gritos de su dedushka. Luego corrió a su casa saltando las vallas de ambos patios traseros como si fuese un caballo salvaje. Dándoles un par de cervezas más a sus primos, les pidió que le esperasen en el jardín, prometiendo regresar en un minuto.


          Los chicos se sentaron al borde de la pequeña acequia que discurría entre los diferentes arbustos, la que llegaba desde la pared del fondo, donde una fuente entre rocas simulaba un manantial de estilo japonés. Hikaru tenía el jardín más bonito de todo el residencial. Los dos se descalzaron y metieron los pies en el agua. Estaba fría pero la sensación era agradable. George cogió el monopatín y, poniéndolo boca abajo, le mostró a su primo la inscripción en la madera.


 - ¡Ahí va! Si es de mis padres... - Susurró con una sonrisa, George le palmeaba la espalda. - No sé cómo se lo va a montar Anton ahí arriba... - Murmuró entre dientes.


 - Ya, el tío Sulu no va a querer que hagamos ningún fuego. - Le interrumpió el rubio.


 - ¡No me refería a esto, bobo, sino a la guerra contra Cardassia! - Iba a darle otro capirotazo pero se contuvo, le conmovió su cara de sorpresa.


 - Estará bien. Anton es muy listo, un genio y además está cachas. ¡Puede saltar más de tres metros sin hacerse un rasguño! - George decía todo aquello casi más para tranquilizarse a sí mismo que a su primo.


 - ¡Tienes razón! Es ágil y fuerte, le irá bien. Y además, será el único miembro de la tripulación de la Olympia con un escolta personal. - Rió el pelirrojo. - Jadzia no le dejará nunca solo, jamás permitiría que le pasara nada malo.


 - ¿Crees que tío Pavel se bajará a brindar con nosotros? - George cambió de tema mirando a su espalda, hacia la casa. Pensar en Anton corriendo algún peligro era una idea que le ponía los pelos de punta. Máxime cuando él mismo se moría por volar entre las estrellas y luchar a su lado defendiendo a la Federación frente al enemigo, los condenados cabeza de cuchara.


 - Puede... o tal vez no. ¿Yo qué sé? Tío Pavel es imprevisible. Pero tío Khan sí podría venirse un rato con nosotros... - El pelirrojo sonrió, le gustaba la compañía del superhumano. Encontraba sus historias fascinantes y su forma de contarlas, con ese acento británico y la voz tan grave y serena, le cautivaba.


 - Es raro, le quiero muchísimo pero... - George bajó la vista hacia la acequia, jugando con el frescor del agua corriente entre los dedos. - Ahora que sé que fueron sus manos las que apretaron el cráneo de mi bisabuelo Alexander hasta matarlo...


 - ¿Qué? - Chilló Sam. De inmediato se tapó la boca. Con los ojos abiertos de par en par interrogó a su primo en un ronco susurro. - ¿De qué coño estás hablando, George?


 - Oh, perdona... no lo sabías. - Murmuró mirándole un segundo antes de volverse a sus pies. - Pensé que tus padres ya te habrían puesto al tanto. Bueno, tío Khan y tío Pavel, ya sabes que tienen un pasado un poco... ¿duro?


 - Oscuro. Tienen un pasado oscuro. - Le corrigió. Lo había oído tantas veces que ya era una frase hecha en la familia. - Eso ya lo sabemos, ¿pero qué es lo que has dicho de tío Khan?


 - Pues que fue él quien mató a Alexander Marcus, mi bisabuelo. Nana *(abuela) me lo contó la última vez que fuimos de visita a Nuevo Vulcano. A mami casi le da un ataque cuando se enteró, se puso en plan “pero Carol, cómo se te ocurre contarle algo así a mi bebé...” - Dijo imitando el tono agudo y los exagerados gestos de su padre, Jabin. - Montó un buen espectáculo y nana también gritó un montón y papá y mi abuelo, St. John, intentaban calmarles así que... bueno, tuve que imponerme. Acabé plantándome en jarras delante de todos en el atrio y les dije que no me importaban esas cosas, no demasiado, porque pasaron hace mil años, mucho antes de nacer yo y que el tío Khan es un tipo genial y le quiero muchísimo y que no iba a cambiar nada entre nosotros y bla, bla, bla... pero ¿sabes qué, primo? - Tragó saliva e hizo una pausa para respirar, su verborrea nerviosa le había dejado sin aliento. - En realidad sí que ha cambiado algo. Ahora le respeto mucho más.


        Sam no le había quitado la vista de encima. El rubio se encogió de hombros y le mostró una sonrisa sincera, no torció la boca esta vez.


 - Quiero detalles. - Le exigió el pelirrojo. - Y puedes saltarte la parte en la que tío Khan atacó el Cuartel General con una nave de asalto matando a Pike, eso ya me lo sé.


 - ¿De qué puñetas estáis hablando, primos? - La voz ronca sonó a su espalda, Anton venía descalzo, había dejado los zapatos en la entrada de casa, como era su costumbre.


 - ¡Joder, qué susto! - Protestó Sam algo tenso.


 - De cuando tu padre mató al padre de mi nana... - George no le dio importancia, sabía que él sí conocía la historia. - Sam me ha pedido detalles, ¿te lo puedes creer? - Bromeó, ahora sí, con una sonrisa retorcida.


 - Te refieres a cuando mi padre, Khan Noonien Singh, el tirano de más de trescientos años... - Anton agarró la cara de Sam entre sus manos, mirándole con ojos de loco y usando su voz más ronca, - ...logró apresar al fin al corrupto almirante Marcus, el loco que, con la intención de iniciar una guerra contra el Imperio Klingon, le despertó de su helado sueño...


 - ¡Anton! ¡Joder! - Protestaba el pelirrojo intentando librarse sin conseguirlo.


 - ¿Sabías que para hacerlo el bisabuelo de George mató a doce miembros de la tripulación de mi padre? - Seguía apretándole la cara entre las manos, la boca de Sam se convirtió en un punto incapaz de articular palabra. - Papá disfrutó apresando el rostro del hombre que pretendía utilizarle para lo mismo que los cabrones científicos y militares que le crearon. ¡Para matar por ellos! ¿Sabías también que Marcus saboteó la USS Enterprise, poniendo en peligro las vidas de nuestros abuelos y de mis padres en territorio enemigo?


 - Humm... - Era todo lo que podía responder, un gemido, su primo seguía estrujándole entre las manos.


 - ¡Anton... suéltalo! - George se echó encima de él, empujando hasta separarlo de Sam y tirarlo al suelo. - Ya sabemos que mi bisabuelo se lo merecía...


          Los tres rodaron por el césped manchando sus ropas con el roce de la hierba, enredados en una lucha sin hacerse daño, forcejeando, midiendo sus músculos y su resistencia, poniendo a prueba sus habilidades como guerreros.


 - Quería detalles, ¿no? - Rió Anton al final, soltando a los pequeños y sentándose en el césped. - Dime, Sam... ¿tienes alguna duda?


 - ¿Sobre tus padres? ¡Nah! - El pelirrojo sacudió la mano con gesto de pasar del tema. - Ya sabemos cómo son, un par de almas atormentadas con mucha oscuridad en su interior. No me importa. Les quiero.


 - Y yo. - George le acarició la cara al pelirrojo, las mejillas le ardían aún por el apretón de Anton. - ¿No tenéis hambre? Primo, ¿podemos entrar a tu casa y comer algo?


          Sam sacó de la mochila, que había dejado junto a la acequia, el enorme bocata que preparó en la cocina de los abuelos. Con una gran sonrisa lo partió en tres trozos, dando una parte a cada uno de sus primos.


 - ¡Perfecto! - Exclamó Anton relamiéndose. - Zampamos y luego la ofrenda.


 - No, haz la hoguera. - Le pidió George con cara de pena, le encantaban las fogatas nocturnas.


 - Y así podrás ofrecer comida y bebida a los dioses. - El pelirrojo le dio la razón a su primo. - ¿No es eso lo que hay que hacer?


 - Sí, eso y quemar también algo personal, un objeto... lo que sea. - El rubio miró a su alrededor. - Y unas ramas que huelan bien, ya sabes. Para satisfacer a los dioses y todo eso...


 - El kit para ofrendas... - Murmuró sonriendo con los ojos aguamarina. - Vale, lo he pillado.


        Entendió que, ninguno de los dos Kirk adolescentes, tenía ni idea de cómo realizar una ofrenda a los dioses y que estaban improvisando. A pesar de todo se puso manos a la obra con la fogata.


 


                             Sulu no se mostró muy de acuerdo cuando, entrando descalzo y de puntillas a su habitación, los despertó a los tres con mil besos para contarles su plan: el japonés temía que hicieran un estropicio en su precioso jardín. Anton, llamándole “otôsan” *(papá, en japonés) y prometiendo hacer el fuego en la zona de gravilla y con infinito cuidado, se lo ganó. No lo sabía pero, en ese mismo instante, estaba siendo observado desde la ventana del dormitorio principal.


 - Ahora ya no se pelean, creo que van a hacer el fuego. ¿No quieres verlo, Khan? - Le narraba Sulu medio escondido detrás de la cortina, espiando a los chicos en el exterior.


 - No se estaban peleando, moy drug. *(amigo mío) Los chicos nunca se pelean... sólo juegan. - Aclaraba Pavel abrazado a su espalda y asomando la cabeza por encima del hombro del piloto retirado.


 - ¡Venid a la cama los dos! ¡Ahora! - Ordenó Khan con tono firme. - Dejad en paz a los cachorros, que midan sus fuerzas entre ellos. Que el mayor enseñe a los pequeños, están en la edad.


 - ¿En la edad? El otro día te vi peleando con Klaa en el callejón cuando sacaste la basura. - Se mofó Sulu metiéndose en la cama a su lado, dejando un hueco para Pavel en el medio. - ¡Y ya tenéis sesenta años!


 - Khan y Klaa tampoco pelean, es lucha entre r'uustais. *(hermanos guerreros) - Pavel les había visto alguna que otra vez. - Les gusta medir sus fuerssas... - Rió burlándose de lo que su marido había dicho, volviendo el rostro al recibir su gélida mirada azul pálido para echar un último vistazo a su hijo y sus sobrinos en el jardín, las llamas de la hoguera que Anton había encendido les iluminaban el rostro a los tres. - Los cachorros tienen que aprender.... - Musitó con su voz ronca.


 - Pasha... - Sulu le tendía la mano desde el lecho. - Anda, ven aquí. Khan tiene razón, que los chicos hagan lo que quieran. Mi ichiban *(número uno) pronto dejará la Tierra, no les quedan muchas noches de juerga como ésta.


 - El sábado. - Murmuró el sobrehumano entre dientes. No les había dicho aún la fecha, sólo él y Anton la conocían. - Jim me ha hecho firmar la orden de embarque de los dos, nuestro hijo y Jadzia partirán antes de lo que esperábamos.


 - ¿El sábado? Ay, moy malen'kaya oshibka... *(mi bichito) - A Pavel le dieron ganas de bajar al jardín y abrazar a su hijo en ese mismo momento. Su marido le sujetaba con fuerza, seguramente leyendo sus pensamientos. - ¿Cómo has podido firmar tú la orden?


 - Ya te lo he dicho, Jim me la pasó. - Khan le acarició los rizos de la nuca, dejando que su marido apoyase la cabeza en su hombro. - Le quedan unos meses para la jubilación, supongo que quería asegurarse de que dejará al mando a alguien fuerte, justo, que no se deje corromper por sus preferencias y trate por igual a todos los miembros de la Flota, ya me entendéis.


 - Jim retuvo a Peter y a Alex en el Cuartel General durante años, no quería que fueran al espacio. - Murmuró Sulu al otro lado en la cama. - Hasta que yo tomé la Excelsior bajo mi mando no consintió en permitir que los dos abandonasen la Tierra. No quería que les pasara nada malo. Y tú... has firmado la orden de embarque de tu hijo sin pestañear.


 - Sí, es cierto. Pero ahora estamos en guerra. Sabes que todos los cadetes que terminan la formación en la Academia son enviados al cuadrante Delta. Y además, Anton es mayor de edad, anata... *(cariño) Si intentase retenerlos aquí se irían de todos modos. Él y Jadzia estarán mejor en la Olympia que en cualquier otra nave de la Federación.


           Ahí tuvieron que darle la razón a Khan, los chicos habrían intentado alistarse entre las filas de los klingon o de los romulanos si él, como almirante, no los hubiera enviado a la USS Olympia. Sulu pasó su brazo por debajo del cuerpo de Pavel hasta apretarle contra su cuerpo como solía hacer. El sobrehumano le sonreía por encima de la cabeza del ruso, parecía tener confianza en que todo saldría bien.


 - Anton y Jadzia son dos guerreros natos, estarán bien. Igual que Demora, Cayden, Bean y Tuvok. Pronto Sam y George también volarán del nido. - Khan se las arregló para envolver los cuerpos de su esposo y de su amante entre sus brazos. - Nos hacemos viejos. El espacio requiere sangre joven y lo sabéis.


          Cerrando los ojos azul pálido rogó a todos los dioses por no estar equivocado y que esa preciosa sangre no acabara siendo derramada.


 


                            A Sam le entró sueño al amor de la lumbre y se tumbó sobre el césped. Anton le echó por encima la vieja manta azul con la insignia de la flota. George no apartaba la vista de las llamas donde se quemaban unos trozos de pan y jamón, junto al pleenok *(puzle vulcano) y las pequeñas ramitas del rosal que su primo había echado al fuego. Se preguntaba si aquello sería suficiente para satisfacer a los dioses.


 - Anton... - Susurró volviendo el rostro hacia él, hasta clavar la mirada en sus ojos aguamarina. - Si no fueses mi primo... ¿te acostarías conmigo?


 - ¡Menuda pregunta! - Exclamó sorprendido. - Sabes que mi novio es un klingon, ¿verdad?


 - Venga, primo... responde. - Insistió el rubio. - Si no fuésemos parientes... ¿qué me harías?


        Apartando el flequillo de su cara le rozó la frente, con su tactotelepatía supo que el muchacho hablaba en serio a pesar de estar un poco borracho. Había algo dentro de George que le atraía poderosamente, lo mismo que a la inversa. Dentro de él... algo llamaba la atención del muchacho.


 - Te sacaría esos ojos azules de la cara... - Empezó a contestar.


 - ¡Vaya! - Protestó George con una sonrisa torcida. - ¡Qué bonito!


 - ...Y me los pondría en la mía. - Terminó su respuesta. - Para ver el mundo como solía hacer cuando tenía tu edad.


        Durante un instante que les pareció eterno ambos permanecieron en silencio mirándose el uno al otro. Kirk a Kirk, cara a cara, los ojos apolíneos brillando tanto como los faros aguamarina en el rostro de Anton.


 - Creo que he bebido demasiadas cervezas. ¿Puedo quedarme dormido como Sam? - Le estaba pidiendo permiso aunque pensara hacerlo de todos modos.


        Anton le abrazó y se tendió con él al lado del pelirrojo, tirando de una esquina de la manta hasta arroparse los tres con ella.


 - Sí... durmamos. - Consintió dejándose ir poco a poco, con los ojos entornados puestos en el fuego. - Se está bien aquí. Os voy a echar de menos, primos.


 - Tú procura volver sin un rasguño. - Murmuró Sam pegándose más a su cuerpo, había estado despierto todo el rato. - Al menos dame tiempo a terminar la carrera de medicina...


 - Sam y yo iremos también al espacio, contigo y con Jadzia. Con Bean, Tuvok, Cayden y Demora. Estaremos todos juntos, como lo estuvieron nuestros padres... - El rubio miró a sus primos por un momento. Sus caras, iluminadas por el fuego, brillaban repletas de paz. La ofrenda a los dioses había sido bien acogida, sus tripas se lo decían. - La familia vencerá al enemigo. - Vaticinó.


 


                            Y no andaba desencaminado. Apolo sonría sentado en su trono dorado, observando por el monitor aquel pequeño punto luminoso en la distancia. El humo se alzaba hacia el cielo de San Francisco, elevando con él los aromas de la bebida y la comida ofrecidas en su honor, las ramas del oloroso rosal y el juguete de Anton, el primer puzle vulcano que logró resolver con sólo tres años, quemados para solicitar su favor. El sol estaba a punto de aparecer por el Este. Puede que no fuera exactamente igual que las viejas y pomposas ofrendas a las que los humanos les tenían acostumbrados en la antigüedad, sin embargo, aquella diminuta fogata en el jardín de Sulu, tuvo para él un significado místico que le satisfizo sobremanera.


 - Troilo... mi precioso muchacho. - Murmuró el dios con los ojos azules brillantes por la emoción. - Nada has de temer, tú y los tuyos estaréis a salvo.


          Hércules se giró al escuchar las palabras de su capitán. ¿Quería eso decir que tendrían que perseguir a la USS Olympia durante su periplo por todo el cuadrante Delta? Revisó la consola de navegación, la Pantheion estaba preparada para lo que fuera. Si debían convertirse en la sombra de la Olympia, así lo harían. Apolo le dio la orden y pulsó unos botones.


 - Rumbo a la zona neutral cardassiana, señor. - Informó el piloto de la cabeza leonada con gravedad.


 

Notas finales:

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.

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