Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

[Reviews - 54]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Con cinco años, ir a conocer Londres, seguro que será toda una experiencia, algo que Anton no olvidará jamás en la vida. Hay cosas que se te quedan clavadas para siempre en la memoria, momentos imborrables por los más diversos motivos. A veces se vuelven molestos, zumbando en el recuerdo como un maldito mosquito alrededor de la cabeza.

UN BICHITO EN EL OJO


 


                                                                              Se movía como un animal enjaulado por todas las instalaciones de la base de observación científica. El pelo lago y revuelto, los rizos enredados, hacía meses que no se peinaba. Llevaba una mirada de perturbado en los ojos aguamarina completamente abiertos, sus pies descalzos sonaban dando palmetazos sobre el frío suelo de cemento. Caminaba furioso, preso de la fiebre causada por el lavaflie, sediento de venganza y de agua.


 - Pavel, ¿no deberías regresar a la cama? - La voz metálica sonó todo lo melosa que podía ser a sus oídos. - Deja que Khan se ocupe del bicho y te llevaré un tazón de sopa a tu habitación.


 - Todas las habitassiones son mi habitassión. - Respondió ignorando a la máquina, apartándola a un lado a su paso mientras apretaba el fáser entre las manos. - Soy el único humano aquí. Y esa horrible cosa con alas no pasará de esta noche.


        El robot Amy cedió ante su voluntad, el hombre estaba en lo cierto. Como único ser humano en la superficie de Rínax era él quien estaba al mando, sus deseos eran órdenes.


        Pavel flotaba en una nube de sangre. Los pensamientos se le iban por derroteros muy extraños. Las manos de Khan aferradas a sus caderas mientras le follaba hasta morir en aquel cuartucho de Aldebarán B; la sonrisa de Jim, con su boca torcida, prometiendo que todo iba a salir bien; el olor a la loción de afeitado de Sulu cuando se despedía de él por las mañanas en el apartamento. Los recuerdos agradables se solapaban con flashes de su estancia en Kronos, cuando estando al servicio de Azetbur, señora de la casa D'Ghor, se perdía por los callejones más oscuros buscando a algún soldado al que chuparle la polla.


 - Te ahogarás con mi serpiente... p'tak... *(maricón)


 - Sí, bueno... tú sólo fóllame la boca...


        Si no pasaba de ahí y el klingon se derramaba, retirándose después algo avergonzado, Pavel acostumbraba a seguir bebiendo y provocando al personal con gestos y movimientos obscenos en la pista de baile de cualquier antro. Hasta que conseguía su objetivo. ¿Cuántas veces se había despertado atado de pies y manos a un poste o a un potro, o una mesa? Una vez tardó en darse cuenta de que estaba colgado del techo boca abajo, la sangre de su espalda le caía goteando por los rizos castaños, como si fuese un pedazo de carne en el matadero. Casi no lo cuenta.


 - Yebat! Blin oshibka! *(joder, maldito bicho) – Gritó al escucharlo zumbar sobre su cabeza.


        Realizó un par de disparos sin acertar, maldijo su suerte y pateó la consola de observación meteorológica sin darse cuenta de que iba descalzo. Como consecuencia se partió el dedo gordo. Los gritos llegaron hasta los sensores del robot Amy que acudió rápidamente en su ayuda.


 - Fractura en la falange del pulgar derecho, Pavel. - De nuevo aquella voz familiar con trasfondo metálico, realizando un escáner y emitiendo su diagnóstico. - ¿Te irás a la cama ahora?


 - Que Khan no pare hasta matar a ese maldito bicho, Amy. - Dejando que la máquina le ayudase cojeó por el pasillo hasta tenderse sobre su litera. - Y tráeme algo de sopa.


        Al deslizarse sobre el suelo, el robot Amy producía un siseo agradable al oído. Cerrando los ojos un momento, Pavel se deleitó en escucharlo alejándose en dirección a la cocina. Pronto tendría su sopa.


       Mirándose el pie con el dedo hinchado se preguntó si debería recolocar el hueso y entablillarlo, luego recordó que no podía dar un solo paso. El botiquín sobre la mesita de estudio con el ordenador, podría servirle. Se concentró y logró que la pequeña portezuela se abriese sola ante sus ojos.


 - Da! Eso es... - Susurró orgulloso de su telequinesia. - Dabai, *(vamos) he estado entrenando un montón... es hora de probar que esta mierda sirve para algo.


        Dijo aquello en voz alta para convencerse a sí mismo de que sería capaz. Frunciendo el ceño centró todo su poder mental en sacar unas vendas, una cinta de esparadrapo y unas tijeras. Hizo flotar los objetos muy despacio, lentamente, hacia sus manos. No era cuestión de clavarse las tijeras. Cuando agarró con los dedos todo aquello se sonrió.


 - ¡Soy Pavel Chekov, el brujo loco y solitario de Rínax! - Gritó tirándose del pulgar hasta enderezarlo con gran dolor. - ¡Aaaaaah!


 - ¿Pavel? - El robot Amy había dejado el tazón de sopa sobre la mesa junto al monitor. - ¿Te encuentras bien?


        Pero no hubo respuesta, el humano se había desmayado.


 


*********


 


                                                                   No es que no recordase el nombre, era una de esas cosas de su pasado que permanecería grabada a fuego en su cabeza para siempre, simplemente ocurrió que no reconoció el rostro. ¿Cómo hacerlo? Ya no era una niña de nueve años sino una mujer de treinta y cinco, su cara había cambiado. Ahora que la tenía delante no sabía qué decirle, se sentía culpable por la muerte de su padre aunque aquello no hubiera formado parte de sus planes originales.


 - Le di el artefacto, le indiqué cómo utilizarlo. En ningún momento pretendí que se suicidara al detonar la bomba en los archivos. Si lo hizo...


 - Sí. Mi padre lo hizo. Se suicidó. ¿Cómo esperabas que decidiese otra cosa? ¿Creíste que sería capaz de vivir el resto de su vida con la conciencia manchada por la sangre de todos sus compañeros muertos?


 - No le conocía. Debí prever algo así, lo lamento.


 - No nos conocías a ninguno. ¿Por qué le elegiste a él para tu maldita venganza? Solamente porque era el único empleado del archivo Kelvin que tenía una hija moribunda. Me utilizaste, a mí y a mi padre...


 - Lo único que yo quería era liberar a mi tripulación. Mi familia, mis iguales, los sobrehumanos que Alexander Marcus retenía para obligarme a obedecer sus órdenes. Cuando averigüé lo de tu enfermedad, yo...


 - Mi madre acabó siendo adicta al alcohol y a los sedantes. No hace tanto que se le fue la mano una noche y falleció.


 - Al menos pudo verte crecer y convertirte en la preciosa criatura que tengo delante.


          Toda su galantería británica y sus miradas más seductoras no podrían salvarlo de la furia y la ira de aquella mujer. Lucille Harewood, la pequeña a la que curó con su sangre y a cuyo padre utilizó para iniciar su venganza contra Marcus. ¿Cómo había llegado a aquella situación? Muy sencillo: siguiendo una de las brillantes ideas de su marido.


 - Iremos a Londres de vacassiones. Anton debe conosser tu país, moy muzh. *(esposo mío) – Anunció aquello durante el desayuno, como una decisión ya aceptada. - ¿Verdad moy drug? *(amigo mío) – Consultó mirando a Sulu de reojo.


 - Bueno, es una ciudad muy importante y estará bien que Anton la visite pero Pavel... - El japonés había dejado caer su mano sobre el muslo de Khan nada más escuchar la palabra Londres y ahora la apretaba observando la reacción del moreno. - ¿No crees que a lo mejor Khan tiene algo que decir al respecto?


 - Está bien, anata... *(cariño) No pasa nada. - Le dijo mostrando su preciosos hoyuelos. - Viajaremos juntos a la vieja Inglaterra. El niño se lo pasará bien allí, hay muchos lugares interesantes que ver.


 - Supongo que no guardarán recuerdos agradables para ti. - Murmuró frotando la mano contra su pierna en una caricia. - Pasha, ¿por qué se te ha ocurrido algo así?


       El ruso se encogió de hombros y sonrió al ver llegar al pequeño Anton a la cocina.


 - Hola papá, buenos días. - Saludó tendiéndole los bracitos para que le tomase en su regazo.


 - ¿Sabes Anton? - Pavel intentó hacerle cómplice seduciéndolo con la idea. - Papá te enseñará la ssiudad donde nassió estas vacassiones. ¡Te va a encantar!


 - Oh, no esperes demasiado. - Khan le apartó los rizos de la frente y retiró con la yema de su dedo índice una legañita del lacrimal de su hijo. - El clima sigue siendo horrible.


 - ¿Y podremos ir a ver la tumba de los abuelos? - Preguntó inocentemente. Como no le hablaron jamás de los padres de Khan, Anton dio por supuesto que habrían muerto hace tiempo, igual que los de Sulu, cuyas tumbas iban juntos de vez en cuando a visitar.


        Ante aquella pregunta los tres se quedaron sin palabras. De inmediato Sulu miró a Pavel con gesto de recriminarle su fantástica idea para las vacaciones y, al ver cómo su cara se encendía igual que una bombilla, se echó a reír. La voz de Khan sonaba ya serena y firme respondiendo a su hijo.


 - No hay ninguna tumba, Anton. No tienes más abuelos que los que conoces. Papá no nació, fue creado en un laboratorio por unos científicos chiflados hace mucho, mucho tiempo. - Era como contarle un cuento, una historia que nada tenía que ver con él. - No hay nada allí de aquella época que pueda enseñarte pero... te montaré en El Ojo para compensarte.


 - ¿En cuál ojo, papá? - Estiró el brazo para rozar con una caricia de su manita la barbilla de Khan, allí donde se le dibujaba un hoyuelo.


 - El Ojo de Londres, ¿qué otra cosa?. - Mirando la cara de asombro del pequeño supo que no entendía nada y que la curiosidad le quemaba por dentro. Khan soltó una carcajada. - Que sea una sorpresa, no le aclaréis nada y tú no andes preguntando por ahí, Anton. ¿Entendido?


       Sus enormes ojos aguamarina centellearon, iluminando una franca sonrisa en sus labios de fresa. Anton descendió de sus rodillas y salió corriendo al jardín, descalzo como siempre, dando saltitos de alegría al ver llegar a su abuelo Jim.


 - Dedushka! *(abuelo, en ruso) ¿Sabes que los papás me van a llevar a Londres este verano? Conoceré la ciudad donde crearon a mi papá hace muuuuuchos años y él me va a montar en un ojo, no sé lo qué es pero me ha dicho que no lo pregunte.


 - ¿A Londres? ¿Es una buena idea? - Se preguntó en voz alta tomando a su nieto en brazos. - Y te subirán al Ojo ¿eh? Pues prepárate para volar, pequeñajo...


        Jim lo aupó por encima de su cabeza, lanzando al aire sus dieciocho kilos que literalmente volaron por unos segundos. La carcajada de Anton sonó como un cascabel, a su dedushka se le caía la baba con él.


 


                      Dejaron que el pequeño fantaseara con la idea del viaje durante días. ¿Qué pasaría por su extraña cabecita? ¿Cómo sería ese misterioso Ojo en su hiperactiva imaginación? Nada más poner el pie en aquella terminal de pasajeros de la ciudad, el niño corrió hasta los enormes ventanales que, a más de doscientos metros de altura, servían de mirador sobre Londres para los recién llegados. Eso sí, si no había niebla, y esa mañana la había.


 - ¿Dónde está ese Ojo, papá? El que lo mira todo en la ciudad... ¿Por qué está todo cubierto con humo?


 - Es niebla, mi vida, no hay ningún fuego. Y no pongas las manos en los cristales, las llevas pringosas del pastel de merengue que te acabas de comer... Anda ven que te limpie.


          De rodillas en el suelo, tratando de sujetar a Anton mientras le pasaba una toallita húmeda por las manos y la cara, el niño tenía churretes por todas partes y no se estaba quieto deseando ver algo más que brumas por la ventana de la terminal, y solos los dos pues Sulu y Pavel habían ido a buscar el equipaje. Así les alcanzó aquella azafata tan sexy y preciosa, con su melena negra flotando sobre los hombros vestidos por el uniforme color azul marino de su compañía. Lo primero que vio fueron sus largas y estilizadas piernas que terminaban en una falda muy corta, lo primero que escuchó fue su voz suave y dulce preguntándole un par de cosas.


 - ¿Es usted Khan Noonien Singh? ¿Es este niño hijo suyo?


 - Sí y... sí. - Respondió levantándose del suelo. - ¿Y usted es? Oh, una azafata. ¿Algún problema con las maletas? Mi marido y nuestro amante habían ido a recogerlas...


 - Lucille Harewood.


        Dijo su nombre con cierta furia, clavando en los ojos del sobrehumano una mirada de odio terriblemente directa. Khan no se dio cuenta de que Anton se había soltado de su mano y recorría la línea de ventanas buscando el ojo por todas partes, alejándose poco a poco de allí. Se había quedado petrificado. La mujer que tenía delante parecía a punto de pegarle una bofetada.


 - Señor Singh, me debe usted una conversación.


 - Tú me debes la vida. - Contestó sin pensar, sintiendo la necesidad de huir de allí.


          Ella sonrió con una de esas sonrisas histéricas que parece que se vayan a convertir en llanto. La frase era exacta, sí, le debía la vida a aquel extraño, pero también la muerte de su padre y que le arruinase la existencia teniendo que cargar con una madre alcohólica y débil que terminó por tomar demasiadas pastillas una noche. Aquellas palabras no eran suficiente. Tomándolo del brazo lo arrastró hasta una cafetería allí cerca.


 


                    De lejos parecía una charla normal, civilizada. Pavel se preguntó quién sería la mujer que compartía mesa con su marido delante de un par de tazas de té, Sulu le había dado un codazo al observar a Khan con la azafata. Ambos se miraron el uno al otro levantando las cejas y los hombros.


 - ¿Y el niño? - El japonés no hizo por presentarse, que Anton no se encontrase allí le inquietó.


 - Pues estaba ahí, en la ventana... - Khan sacudió la cabeza y sonrió. - Debe andar rodeando la terminal, asomado a los cristales a ver si ve El Ojo desde aquí.


 - ¿Sólo? ¡Tiene cinco años! ¡Pavel, vamos a buscarle! Tú por la derecha, yo por la izquierda. Si cuando nos reunamos al otro lado del edificio no le hemos encontrado... ¡Yo te mato, Khan! - El ruso ya había echado a correr en la dirección indicada, Sulu se alejaba por la opuesta refunfuñando entre dientes. - Y se queda ahí tan tranquilo con la azafata, ¿tendrá los huevos cuadrados?


 - Daré un aviso por megafonía, ¿cómo se llama tu hijo? - Lucille utilizaba un pequeño comunicador que llevaba prendido a la solapa.


 - Anton Sarek Singh Chekov. - Contestó perdiendo la vista en el infinito.


          Al final Sulu dio con él antes de chocar con Pavel, que no había dejado de correr, en el lado opuesto a la cafetería. Anton se entretenía en arrancar una pegatina de un cristal, ajeno a todo el tránsito de pasajeros por la terminal. Las manos del japonés en sus hombros le sobresaltaron.


 - ¡Anton! - Le gritó provocando que diese un respingo. - ¿Qué te tengo dicho de alejarte de nosotros?


 - Que no debo ir por ahí yo solito... pero papá estaba al lado. - Ni siquiera se había dado cuenta de todo lo que había caminado pegado a la fila de ventanas. - ¿Dónde está? No se ve el ojo ése, Sulu. Hay mucha biebla.


 - Niebla, ichiban. *(número uno) - Tomándolo en brazos se sonrió. Pavel llegaba a la carrera. - Está bien, vamos a por papá.


          Se reía a carcajadas, con esa risa ronca y contagiosa que les alegraba tanto el corazón. Venía saltando entre las manos de Pavel y Sulu, levantando los pies y columpiándose colgado de los dos, aquello le encantaba. Anton se soltó para correr a los brazos de su papá, la señora que estaba sentada a su lado hablaba por un aparatito plateado en su chaqueta.


 - Anulen el aviso, el pequeño ha aparecido y se encuentra bien, gracias. - Decía con una voz aterciopelada, en sus labios asomó una sonrisa. - Hola, soy Lucille Harewood. Ustedes deben ser Pavel Chekov e Hikaru Sulu, he oído hablar de ambos.


 - ¿Amiga tuya? - Sulu le tiró del pelo a Khan, aún estaba molesto por haber dejado que Anton se perdiera.


 - No lo sé. Pregúntale a ella. - Respondió sin mirarle a los ojos, intentando quitar un papel que Anton traía pegado a las uñas. - ¿Qué has estado haciendo por ahí, hijo?


        Pavel le tendió la mano a la azafata y le mostró su dulce sonrisa al saludarla. Ella simplemente no sabía qué decir, parecía incómoda, como si sujetase dentro de su pecho una bomba a punto de estallar.


 - Anata... *(cariño) Lleva a Anton al baño para que se lave las manos y haga pipí. Seguro que después del viaje tiene ganas.


 - Ya, claro... - Sulu pilló la indirecta, el lenguaje de miradas entre Khan y la desconocida le dio a entender que debían conversar a solas. - Vamos Pasha, acompáñanos.


 - De acuerdo, yo también tengo pis. - Consintió aunque la situación le pareció bastante extraña. - Lucille... me suena el nombre pero no sé de qué. - Murmuró siguiendo a Sulu.


 - Echa memoria, Pavel. - El japonés dejó que su pequeña rosa blanca se adelantara unos pasos camino de los aseos. - ¿No te acuerdas? Jim nos habló de ella, la conoció cuando era una niña.


 - Yebat! *(joder) – De pronto lo recordó. - Esa mujer es la hija de Thomas Harewood, el hombre que hisso volar por los aires el edifissio de archivos Kelvin Memorial.


 - Supongo que ella y Khan tienen mucho de qué hablar. - Sulu tuvo que empujar a Pavel para que cruzase la puerta del cuarto de baño, se había quedado helado. - Es mejor dejarlos a solas un rato.


 - Igual no fue una buena idea venir a Londres... - Murmuró permitiendo que el japonés cerrase a su espalda echando el seguro. Anton ya se había bajado los pantalones.


 - Tengo popis. - Anunció el chiquitín sin más.


 


                      Sin pensar estiró su mano hasta tomar la de ella por encima de la mesa, mirándola a los ojos con ternura, una lágrima asomaba entre el azul hielo amenazando con mojar la mejilla a su paso. Lucille le sonrió.


 - Supongo que es cierto, has cambiado. - Se soltó de su mano, el contacto le daba escalofríos. - He oído cosas. Lo de tu amnistía no me sorprendió después de saber lo que hiciste al donar tu sangre para la elaboración de sueros curativos. Muchos niños se han salvado de morir, al igual que yo. ¿Sabes que siendo aún una niña mi madre me presentó a James Kirk?


 - No, no lo sabía. - Retiró la mano bajo la mesa, cogiéndose la otra sobre el regazo. Necesitaba darse consuelo a sí mismo, se sentía muy inseguro ante la mirada de aquella mujer. Podría juzgarle un centenar de veces y el veredicto siempre sería el mismo: culpable.


 - Fue muy raro. Le di la mano y sentí... no sé, como si tuviese algo en común con aquel tipo rubio desconocido, creo que es tu sangre lo que noté en él... - Lucille bajó la mirada, el azul pálido de Khan le hacía estremecerse. - Tu sangre también le salvó. ¿Es cierto que el doctor Alexander Freeman, el esposo de su sobrino Peter, pasó por la misma experiencia? ¿Revivió gracias a ti?


        Se limitó a asentir. No era algo de lo que estuviera especialmente orgulloso, el poder curativo de su sangre no era mérito suyo sino de los científicos que le crearon. ¿A dónde quería ir a parar su juez y verdugo? Vamos, ¿por qué no dictaba sentencia y le golpeaba de una vez?


 - Dame una torta. - Le pidió en un susurro sin mirarla siquiera a la cara. - Lucille... pégame. Golpea con todas tus fuerzas.


 - Levanta... - Dijo poniéndose ella misma en pie.


        El sobrehumano obedeció colocándose frente a aquella mujer menuda y bonita, esperando recibir su castigo con impaciencia. Los ojos clavados en sus propios zapatos.


 - ¿Tienes la culpa de la muerte de mi padre? - Preguntó de manera retórica, con un tono de voz neutro que hacía la frase más inquietante si cabe. - ¿Salvaste mi vida? ¿Echaste a perder la de mi madre? Si en lugar de papá hubiese muerto yo creo que mamá habría terminado exactamente igual, alcoholizada y con una sobredosis de barbitúricos. Y fue mi padre quien decidió estallar la bomba del modo en que lo hizo, todo por no enfrentarse a la verdad: el atentado que perpetró matando a cuarenta y dos personas incluyéndole a él. No, señor Singh, no creo que tengas la culpa de nada.


 - No es cierto. Si no me hubiese cruzado con tu padre, seguiría vivo. - Reconoció levantando la vista, Lucille le miraba con expresión calmada. - Vamos, pégame. Al menos una buena bofetada sí que me merezco.


        Fue a hacerlo, tenía ganas. Había imaginado alguna que otra vez la escena desde que se enteró que Khan era un miembro reconocido y destacado de la Flota Estelar. Cruzarse con él por una calle de Londres, quitarse los zapatos y golpearle con los tacones en la cabeza hasta hacerle un buen agujero sangrante, dejarle tirado y huir del lugar a toda prisa, acabar de una vez con toda la rabia y el dolor que sentía por cómo aquel humano genéticamente modificado, con más de trescientos años de edad, había cambiado su destino. Levantó la mano apuntando a su cara y advirtió que él cerraba los ojos, cayendo unas lágrimas transparentes y brillantes que se deslizaron en silencio por sus mejillas al hacerlo.


 - Gracias por salvar mi vida y la de tantas otras personas, señor Singh. - Susurró secando, en una caricia de su mano abierta, aquellas lágrimas que la habían conmovido.


        Se quedaron en silencio unos segundos, mirándose el uno a la otra sin decir nada, sin pensar en nada, simplemente sintiendo que la ira, la furia, la culpabilidad y el arrepentimiento se esfumaban dando paso a una paz de espíritu compartida. Hasta que algo les hizo salir de aquella especie de pausa en el eterno trascurrir del tiempo.


 - Ve a dessirle hola a la amiga de papá. - La voz de Pavel había sonado a su espalda.


        Lucille sonrió agachándose hasta quedar a la altura del pequeño. Viendo su preciosa carita de ángel, tan parecida a la de su padre, el señor Chekov, y la mirada amable del famoso piloto, el señor Sulu, la mujer se conmovió aún más.


 - Hola pequeño Anton. Sí, soy una vieja amiga de tu papá. - Se presentó dejando que el niño le diese un breve abrazo y un besito encantador en el pómulo. - Tienes un hijo muy guapo.


 - Gracias. - Khan suspiró, al final no habría bofetada. - Si puedo hacer algo por ti, lo que sea, te debo...


 - Estamos en paz. - Le interrumpió sellándole los labios con un beso cerrado, corto, con el que perdonó el daño infligido. - Eres un hombre nuevo, señor Singh, uno muy afortunado.


          Sin más, se despidió con una sonrisa y una inclinación de su cabeza. Dándoles la espalda echó a andar camino de las oficinas de la empresa, dedicada al teletransporte de pasajeros, para la que trabajaba. Se fue dejando a Pavel con la tranquilidad de haberla visto perdonar a su esposo, a Anton con las ganas de preguntarle por el dichoso Ojo que no sabía qué era ni dónde estaba, a Sulu con la preocupación por el estado de ánimo de su preciosa violeta y a Khan con la sensación de no haber recibido un merecido castigo por sus viejos pecados.


 - ¿Estás bien, violeta mía? - Le abrazó posando los dedos en su nuca, sosteniendo la cabeza de su amante sobre el hombro.


 - Te ha perdonado, eso es bueno. - Susurró Pavel cogiendo a Anton de la mano, el niño había intentado seguir a la azafata.


 - A veces me cuesta verme como lo hacen los demás. - Murmuró el moreno pasando los brazos alrededor de la cintura de Sulu. - Como me veis vosotros...


 - Eres esposo y padre y amante... eres amigo, compañero y miembro de la Flota. ¿Qué es eso de que no te ves como eres? ¡Mírate bien, Khan! - El japonés le giró hasta tenerlo de espaldas, situándolo frente a un ventanal que reflejaba su imagen en el cristal. - Cuando tengas dudas sólo mira esa cara, a ese hombre en el que te has convertido.


 - Eso haré, anata... *(cariño) – Sonrió viendo asomar los ojos rasgados del jardinero por encima su hombro.


 - Papá... ¿cuándo me vas a llevar al Ojo? - Con voz cantarina y tirando de la mano de Pavel se acercaba a él esperando una respuesta.


 - Ahora mismo, cielo. - Rió tomándolo en brazos. - ¿Has hecho pipí?


 - Y popis... - Asentía con una sonrisa torcida en los labios.


 - ¿Y te has lavado las manos? - Ante las cejas levantadas del niño, se carcajeó.


 - Pavel, te dejé con él mientras iba a pagar los tés al camarero. - Sulu le dio un ligero pescozón al ruso. - ¿Tú tampoco te las has lavado?


        La risa y las prisas por salir de la terminal de pasajeros y pisar de una vez las calles de Londres, se apoderaron de ambos Chekov. Corrían delante de ellos dejándoles a los dos la tarea de cargar con las maletas, Sulu tiraba de un par mientras Khan llevaba el resto con su fuerza sobrehumana. Sí, Lucille tenía razón. Había cambiando, era un hombre nuevo y, como ella dijo, uno muy afortunado.


 


*********


 


                                                                 Convertir el sexo en algo humillante, un castigo, no era algo que Sulu hubiera pensado posible jamás, no con su preciosa rosa blanca pero Pavel insistió tanto... tantas veces... con aquella voz ronca y suave al mismo tiempo, con aquella mirada de súplica en los ojos aguamarina que no podía resistir... que el piloto se vio envuelto en la situación sin apenas darse cuenta, haciendo lo que su amante le pedía, manejando el asunto como mejor podía.


 - Dabai... *(vamos) Assótame las nalgas, así... - Soportó sin gemir la palmada en su trasero, notó falta de ganas y solicitó más ímpetu. - Ah, moy drug... *(amigo mío) ¿Eso es todo lo que puedes dar? ¡Pega más fuerte, hombre!


 - ¡No quiero hacerte daño! - Arguyó enojado. - ¿Puedo desatarte ya?


 - Niet! Pazhalsta, *(no, por favor) Sulu... Pégame, assótame, fóllame duro...


        No quería reconocerlo pero al final se estaba poniendo cachondo con todo aquello. El japonés cedió cuando Pavel le pidió que le amarrase las muñecas a la viga del techo en el sótano, que le desnudase con brusquedad arrancando sus ropas, que le tirase del pelo y le empujara hasta hacerlo balancearse allí colgado con los pies descalzos rozando el suelo. Sulu consintió por lo que le había dicho.


 - Si alguien tiene derecho a hasserme esto, eres tú, moy drug *(amigo mío) y nadie más. - Susurraba a su oído haciendo que el vello en su nuca se erizara al roce de su cálido aliento. - Buscaba esto en Kronos como pago a mis faltas pero era a ti a quien imaginaba hassiéndome estas cosas y no a los klingons, a ti, Hikaru. Porque te hisse tanto... tanto daño...


        Cuando le tuvo atado a la travesera, desnudo e indefenso, no supo qué hacer primero. Le agarró del pelo y tiró hasta obligarlo a mirarle a la cara.


 - ¿Sabes que a veces te oía masturbarte en tu habitación? - Le dijo sorprendido al escuchar sus propias palabras, aquello le salía de lo más profundo de su estómago, donde lo había empujado hasta dejarlo olvidado años atrás. - Me quedaba apoyado en la pared del salón, oyéndote gemir más y más fuerte hasta que al final susurrabas algo en ruso cuando te corrías...


 - ¿Y qué hassías tú? ¿Te tocabas también? - Quiso saber desafiándolo con la mirada.


 - ¡Basta! ¡Es enfermizo! - Protestó yendo a deshacer los nudos en sus muñecas.


 - Niet... *(no) No me sueltes, Hikaru... ¡Tómame así, fóllame como un salvaje! Lo nessesito... y creo que tú también.


 - ¿Por qué me haces esto? - Tiró más fuerte de los rizos castaños atrapados entre los dedos. - Has esperado a que Khan realice su primera misión como inspector de inteligencia fuera del cuadrante para esto... ¡Seguro que no te atreverías a hablarme así delante de él! Kronos... ¿qué buscabas tú allí? ¡Tortura! ¡Sadismo! No me pidas eso, Pasha... yo... no puedo dártelo.


 - ¿Te corrías oyendo cómo yo me masturbaba? ¿Sabiendo que salía por ahí y me juntaba con prostitutos, que follaba con cualquiera menos contigo? - Intentó cabrearlo, hacer que escupiera la rabia que tenía dentro acumulada.


      Sulu le cruzó la cara con una fuerte bofetada. Luego le tiró del pelo otra vez hasta controlar la boca y morderla con la suya, en un beso lleno de ira y frustración. Las espinas de su rosa tan certeras como de costumbre, clavadas de nuevo en su tierno corazón.


 - Si es eso lo que quieres, lo tendrás. - Quitándose el cinturón de los pantalones se situó detrás de Pavel. Enrolló el extremo de la hebilla en su mano y dejó caer, sobre la pálida piel de la espalda desnuda, un latigazo de su correa de cuero. El chasquido le asustó. - Chikushoo! *(oh mierda) – Exclamó.


 - Otra vess... assótame más fuerte, Hikaru. He sido tan malo contigo... me lo meressco... - Susurraba con la voz quebradiza a punto de romperse, una erección empezaba a hacerse evidente entre sus piernas.


      Percatándose de aquella alzada, Sulu sintió que algo se movía dentro de sus pantalones. Se desabrochó un par de botones de la bragueta dejando salir su duro miembro que, sin esfuerzo, asomó la calva cabeza. Se colocó detrás de su amada rosa y forzó su abertura hasta colarse dentro. Los gritos de Pavel no le detuvieron. Empujó con rabia una y otra vez, hundiéndose más y más en su amante, haciéndole gemir con el dolor y la furia que estaba desahogando sobre él.


 - ¿Así? ¿Te gusta esto, Pasha? Que te trate como un animal, que te haga daño... - Le recriminaba sujetándolo por las caderas y aumentando la fuerza y el ritmo de sus embates, haciendo que el ruso se balanceara sujeto a las cuerdas que le ataban a la viga del techo. - Sí... debí hacer esto hace mucho tiempo. Entrar a tu habitación mientras te masturbabas y atarte a la cama, echarme sobre ti y follarte sin miramientos...


 - Y sin remordimientos, Sulu. Sin rencor... - Gimió entre jadeos, la fuerza y el ímpetu de su amado jardinero le estaban volviendo loco de placer. Sentía cada empujón en su interior, ligado a fibras sensibles que se movían por todas las células de su ser, anunciando una eyaculación descontrolada y cada vez más próxima. - Aaaaah yebat! *(joder)


 - ¡No se te ocurra correrte todavía, cabrón! - Le gritó con voz ronca, estremeciéndose al oír salir aquellas palabras de lo más hondo de su garganta.


        Le abandonó igual de brusco que como había entrado: de golpe, sin avisar. Pavel osciló como un péndulo colgado en mitad del sótano. Su sombra alargada, era ya por la tarde, se estiraba y se encogía sobre el suelo.


 - ¡Pégame otra vess, Sulu! - Le pedía, o más bien se lo estaba exigiendo.


 - Haré lo que quiera... te tengo a mi disposición. - Respondió con prepotencia, golpeándole el pecho con el puño mientras hablaba, dejando el tórax sonrosado tras el choque con sus nudillos.


        Tiró de los nudos para aflojarlos un poco, dando más soga a la viga y haciendo que Pavel pudiera apoyar las plantas de los pies. Luego le agarró la cabeza con ambas manos y le obligó a agacharse, quedando doblado por la cintura con los brazos estirados hacia arriba tras la espalda, hasta que violó su boca arrimando el vello púbico y la bragueta del pantalón abierta a su cara. Se escuchó un lamento ahogado, Pavel apenas podía respirar. Sulu se daba perfecta cuenta, aun así continuó entrando y saliendo de entre sus labios con violentos movimientos de su pelvis.


 - Okama! *(puto) ¿Te hacían esto los klingon, Pasha? - Al decirlo, una imagen de su rosa, vejada y forzada por los bárbaros guerreros de Kronos, le vino a la cabeza dejándolo paralizado. - Gomennasai! *(perdón) – Se disculpó de inmediato.


 - Izviní... *(perdón) – Susurró levantándose hasta quedar en pie, con los brazos aún atados a la viga pero con la suficiente cuerda como para enlazarlos tras el cuello de su amante. - Ya tebya lyublyu, Sulu. *(te quiero)


 - Y yo a ti, Pasha. Amor mío... mi vida... - Susurraba las palabras entre beso y beso, ya no había ira ni frustración, ni mucho menos rabia alguna, sólo un profundo amor eterno entre los dos.


        Le sujetó las caderas y lo aupó del suelo introduciéndose entre sus piernas, dejando que los muslos le apretasen la cintura y los gemelos rozaran las nalgas que apretó para hundirse de nuevo en él.


 - Da... moy drug... Aaaaah! *(sí, amigo mío) – Gimió con gusto notándolo otra vez allí dentro, dándole placer con su dulzura acostumbraba.


 - Córrete conmigo, mi preciosa rosa blanca... - Musitó sosteniendo su peso al tiempo que balanceaba la pelvis, sintiendo las manos de Pavel aferrándose a sus hombros, viendo cómo echaba la cabeza hacia atrás con los ojos entornados por la lujuria. - Córrete conmigo...


      No podía ver nada, la luz que entraba por la ventana pegada al techo le cegaba. Sulu se había convertido en una sombra que le atenazaba, que le penetraba y le aguijoneaba con su lanza dándole más y más placer, una auténtica locura.


 - Ya... ya... - Se acercaba el orgasmo, de nuevo la sensación de electricidad por todo su cuerpo. - Aaah Hikaruuuu... - Gritó estallando en un río incontrolado, una fuente que se derramó entre los dos empapando sus vientres, una explosión blanca y brillante que les dejó sumidos en la oscuridad.


 - Te amo... mi rosa... Pasha... corazón mío... - Jadeaba sintiéndolo pegado a su piel, abandonado a la falta de aliento y de fuerzas entre sus brazos.


        Se las arregló para soltarle las ligaduras sin dejar de tenerle enroscado a su cuerpo, cayendo ambos al frío suelo cuando hubo terminado. Tendidos, en silencio, recuperaban la respiración. El motor de un coche se escuchó fuera, por la ventana del sótano les llegaron unas voces.


 - Parece que no hay nadie en casa, Antosha. *(diminutivo de Anton) - Era Jim, había ido a recoger a su nieto a la escuela infantil. - ¿Quieres cenar con los abuelos?


 - Da, dedushka. *(sí, abuelo) Pero aún no tengo hambre, es temprano. ¿Puedo jugar con las cosas de mami mientras tanto? - Preguntó alejándose de la casa, su voz se hacía más débil a cada paso.


 - Pues claro que puedes, cariño. - Susurró poniéndose en cuclillas junto a la estrecha y baja ventana que daba al sótano. Echando un vistazo sonrió con su boca retorcida. - Tu papa y Sulu irán luego a por ti, creo que necesitan estar un rato más a solas. - Murmuró poniéndose en pie y siguiendo los pequeños pasos irregulares de su nieto a través del jardín.


 - Chikushoo! *(oh mierda) Nos ha visto... - Se lamentó Sulu.


 - ¿Y qué? Tú y yo también le hemos visto así, ¿no? - Rió Pavel abrazándolo aún más fuerte, rodeando su cintura con las piernas. - Estaba justo debajo de Spock cuando aparessió en el puente del Enterprise.


 - No miré. Cuando giré la cabeza, Bones ya les había tapado con la manta. - El japonés volvió a lamentarse, no le hacía gracia que Jim les hubiera pillado en semejantes circunstancias. - ¡Por favor! - Exclamó observando las muñecas de Pavel. - ¿Cómo vamos a taparte estas marcas?


        Las cuerdas habían hecho estragos allí, unas pulseras de piel irritada y quemada por el roce saltaban a la vista al final de ambas manos del ruso.


 - Me pondré manga larga, no pasa nada... - Murmuró besando a Sulu en los labios, lamiendo la punta de su lengua en el interior de la boca.


 - Ahora que lo pienso... - Sulu hizo un esfuerzo para ponerse de rodillas y luego en pie. - Más de una vez he visto a Jim con jersey de manga larga en pleno verano. ¿Crees que trataba de ocultar algo?


 - No lo creo, lo sé... - Estirando el brazo esperó a que Sulu le ayudase a levantarse. - He visto sus esposas, dejan marcas peores que éstas... ¿no lo sabías?


 - ¡Esposas! ¿Se las ponen a Jim? Mmm... - Entornó los ojos imaginando la escena, su almirante maniatado al cabecero de la cama y a Spock y a Bones jugando con él, siendo algo crueles como él mismo había sido con Pavel. Un escalofrío de disgusto le recorrió la espalda. - Aj, no...


        Pavel se echó a reír, se sujetaba el vientre mientras soltaba una buena carcajada que, sin querer, acabó mal disimulando un gas que su esfinter trasero expulsó sin avisar. Se quedó mudo, petrificado. Odiaba que esas cosas le pasaran solamente a él. Ahora era Sulu quien reía a carcajadas.


 - Eso... ríete. - Refunfuñó dando media vuelta y buscando sus pantalones para vestirse. - Tu pajarito, el que te asoma por la bragueta, fue el que metió ese aire ahí dentro así que ya puedes parar.


 - Y se lo ha pasado de miedo haciéndolo... - Añadió Sulu medio en broma medio en serio. - ¡Mira que cara de felicidad tiene!


        Pavel se giró para echarle un vistazo rápido a la entrepierna del japonés, riendo de nuevo sin vergüenza alguna.


 - Podemos repetir si te ha gustado. - Le susurró acercándose a su oído, provocando que de nuevo se le erizase el vello de la nuca y toda su maldita piel. - Yo he disfrutado, Hikaru... mucho.


 - ¡Déjate de tonterías y ve a ponerte ese jersey de invierno! No quiero que Khan vea... ¡Jim! Que Jim te vea las marcas. - Tragó saliva al darse cuenta de su lapsus. ¿Qué le contarían a Khan a su regreso? Esperaba que no volviese antes de una semana, con suerte las señales en las muñecas de Pavel ya se habrían esfumado, de lo contrario tendría que darle explicaciones. - Voy a por el niño, luego haré la cena y tú deshazte de esa cuerda y limpia todo esto. Oh, y ni una palabra a nadie, Pavel. Esto queda entre tú y yo.


 - Sí Sulu, como digas. - Asintió dispuesto a obedecer mientras terminaba de ponerse la ropa.


          Cumplir las órdenes de su amado capitán, su jardinero fiel, el mejor de los pilotos y el mejor de los amantes, le despertaba una sensación placentera en su interior. Miró al suelo y vio unas gotas de semen, debajo del punto en el travesaño donde Sulu le había tenido colgado. La piel se le erizó al recordarlo, le había encantado sentirse atado e indefenso, balancearse al ritmo de las poderosas embestidas de su amo... Mi amo ... pensó para sí con una pícara sonrisa. ¿Dominar o ser dominado? Como diría Jim, esa no es la cuestión sino pasar un buen rato.


 


             “Como digas, Sulu.” Escuchaba su voz ronca en su cabeza mientras subía las escaleras hasta el salón. Detrás quedaba Pavel obedeciendo sus órdenes una vez más.


          Generalmente el ruso vivía en su propio mundo, con la cabeza llena de complicadas ecuaciones, fórmulas físicas y matemáticas, diseños futuristas e innovadores... casi nunca escuchaba lo que le decía. “ Deja la ropa sucia en el cesto, no tirada en el suelo. ” “ No pongas la toalla mojada sobre la cama, Pasha y recoge los pelos que dejas en la ducha .” “ No salgas descalzo a la calle. ” “ ¡No hagas volar a Anton con tu telequinesia! ” Aquello le desesperaba de verdad, pues sabía bien que la más mínima distracción y su pequeña rosa podía terminar hecha fosfatina sin querer por el loco de su padre.


          No, nunca le escuchaba. Sin embargo a veces le hacía caso. Doblaba la ropa y la colocaba en su lugar, se quitaba las botas antes de tumbarse en el sofá o en la cama, lo mismo que se las ponía para salir a la calle dando ejemplo al rebelde de su hijo. En contadas ocasiones Pavel se mostraba sumiso y él sentía un extraño placer cuando eso ocurría, gozaba dándole órdenes que cumplir igual que había gozado abusando de él hacía unos minutos. Forzó sus dos orificios y le gustó sentirse al mando, sabía que Pavel hablaba en serio: él también había disfrutado. Sí, Pasha... se dijo en silencio camino ya de la casa de Jim, repetiremos esto otro día.


 


*********


 


                                                                        No recordaba un día más feliz, un momento así sería inolvidable. Cuando su padre le llevó junto al río Thames y le mostró, por fin, El Ojo de Londres, Anton casi se hace pis encima al descubrir que no era otra cosa que una enorme noria situada a su orilla. Entonces su papá le miró con una bonita sonrisa y le dijo que subirían allí los cuatro, en una de sus cabinas, a admirar la ciudad desde lo alto. Su dedushka tenía razón y él estaba listo para volar por el cielo junto a sus tres papás. Se quedó abrazado a las rodillas de Khan, escondido entre Sulu y Pavel, desesperado por que el técnico pusiera el aparato en marcha y la gran cabina de unos ocho metros de largo iniciara el vuelo de una vez.


 - ¿Cuándo empieza, Sulu? ¿Qué falta, papa? ¿Tiene que llenarse de gente toda la cabina? ¿Todas las cabinas del Ojo? ¡Papá... papá! ¿Papá? - Tiraba de sus manos y de los pantalones de Pavel y Sulu, exigiendo una respuesta y gritando más al saberse ignorado. - ¡Papáaaaaaa!


 - ¿Oís algo así como un ssumbidito molesto? - Bromeó Pavel moviendo la cabeza de lado a lado, como si estuviera buscando un mosquito a su alrededor. - ¿No será moy malen'kaya oshibka? *(mi bichito)


 - ¡No soy un bicho! - Protestó Anton cruzando los brazos sobre el pecho, igual que un pequeño Pavel enojado.


      Khan se agachó para mirarlo a los ojos. Levantando una ceja y arrugando la nariz consiguió arrancar en el niño una sonrisa.


 - Sí que lo eres... Eres el bichito de tu “papa”. ¡Aúpa! - Le dijo levantándolo en brazos, Anton se le abrazó al cuello. - Y la boquita cerrada o te aplastará confundiéndote con un lavaflie. Y luego Sulu tendrá que atarle para castigarle, y azotarlo en la espalda y tirarle del pelo y...


 - Mentira, soy su bichito, moy papa *(mi padre) no me va a aplastar. Y Sulu nunca le haría eso que dices... - Le rebatió el niño entre risas.


 - Pavel... - Sulu le miraba de reojo, acercándose a su oído para susurrar. - ¿Le has contado algo a Khan acerca de...?


 - ¡Se mueve! - Chilló Anton emocionado. La noria se estaba poniendo en marcha. - Yeppa yeppa yeeeep! - Exclamó como había oído hacer a su “papa” cuando algo le salía bien en su taller del sótano.


          El Ojo de Londres había iniciado su vuelo, su pequeño corazón latía tan deprisa que creyó, por un momento, que se le iba a salir del pecho. No podía dejar de reír. Se abrazó aún más fuerte al cuello de su padre y hundió la nariz allí para decirle en secreto lo mucho que le quería. Pavel y Sulu no lo escucharon, ocupados en discutir unos pasos más atrás y en voz muy baja, lo que significa exactamente la expresión “esto queda entre tú y yo”. Solamente Khan pudo oírlo. Aquellas palabras, “te quiero papá”, eran lo más hermoso que había oído en su vida. Sí, una fórmula mágica que, cual “abracadabra”, hacía desaparecer todo lo horrible y feo del mundo, todo lo malo y oscuro de su pasado, convirtiendo el dolor y la ira en alegría y felicidad.


 - Y yo a ti, hijo mío. - Respondió en un grave susurro. - Te quiero y siempre te voy a querer.


 

Notas finales:

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.

En el silencio hallé la virtud de la ignorancia.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).