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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Un teniente es un grado superior a un alférez, bajo cualquier circunstancia este último debe obedecer al primero. Entre George y Anton está claro que hay mucho más que un grado.


 


Después de cenar y de haberse despedido de la tripulación de la USS Reliant que, cumpliendo sus órdenes, orbitaba en torno a aquel satélite, la capitana Demora Sulu advirtió unos ruidos sospechosos en la planta superior de la abandonada base de explotación minera donde se encontraban. Ordenó a todos que permaneciesen en el comedor mientras ella sola inspeccionaba aquel lugar. Se oyeron unos disparos de fáser, un grito de la capitana Sulu y un golpe sordo y seco. Luego nada.


 

UNA HORA MÁS, UN GRADO MENOS


 


                                                                                          La sangre de los cabeza de cuchara le provocaba nauseas, su apestoso olor y su visión, espesa y negra como el combustible fósil que habían detectado en aquel satélite, le causaban arcadas. Anton tuvo que apoyarse un momento en la pared, agitó la mano dando paso a George que le seguía de cerca.


 - Ve delante... ahora te alcanzo... - No podía decir nada más, su boca arrojaba lo poco que quedaba de la cena de aquella horrible noche. Cuando pudo respirar de nuevo, continuó. - Intenta que no te maten antes de llegar al teletransportador.


 - ¿Y si no consigo arreglarlo? - El rubio tuvo que apartar la vista, el vómito de su primo le estaba levantando el estómago.


 - Lo harás... es una orden, George. Es nuestra única vía de escape, no te queda más remedio. - Terminó empujándole a avanzar mientras se doblaba sacudido por una nueva arcada.


          Dejarle solo le parecía una idea espantosa. Además de la vomitera, Anton arrastraba una herida en el muslo y el considerable cansancio de aquella persecución cardassiana, el eterno juego del gato y el ratón que les había mantenido despiertos toda la noche; por no mencionar el enfado monumental de Jadzia que seguramente le había afectado aunque, en su cabezonería más vulcana, tratara de disimularlo. Definitivamente el teniente Chekov no se hallaba en su mejor momento.


        No es que George estuviera de acuerdo con la orden pero su primo era su superior y debía obedecer. Su misión ahora era arreglar la consola de teletransportación, no podía permitirse dudar de su capacidad para lograrlo. Jadzia seguía en la retaguardia, plantando cara a un buen puñado de cardassianos furiosos. ¿Cuánto podría resistir el klingon solo ante lo que quedase del destacamento? Y a saber dónde estaría Sam, en cuanto sonaron los disparos corrió a la planta superior para encontrarse con Demora, la capitana resultó herida en el primer ataque y desde entonces no habían vuelto a mantener contacto con ellos. Los cardassianos habían anulado las comunicaciones.


        Corría a toda prisa por los interminables pasillos, tétricos, sumidos en la penumbra de las luces de emergencia, cada hora un grado más fríos debido al corte de suministro energético perpetrado por el enemigo. Con los sistemas vitales anulados no aguantarían mucho más. Aunque el sol saliera sobre el satélite, la vieja base de explotación minera se encontraba en su mayor parte enterrada bajo la superficie, no se calentaría lo suficiente. Tenía que poner en marcha el maldito trasto. Las comunicaciones con la Reliant hacía más de nueve horas que se habían interrumpido, no les esperarían si al final aparecían en las plataformas de la sala del transportador. Todo el mundo a bordo contaba con que el equipo de la expedición se encontraría durmiendo, no tenían ni idea de lo que estaba pasando en realidad.


 - ¡George...!


       Escuchó susurrar su propio nombre, al volverse pudo distinguir entre las sombras la cabeza rojiza que asomaba tras una columna.


 - ¡Sam! ¡Gracias a los dioses! ¿Y Demora? - Preguntó posando su mano sobre el hombro de su primo, contento de verlo con vida.


 - Ahí dentro, a cubierto. - Señaló el joven médico a su espalda. - ¿Y los demás?


 - Anton venía detrás de mí, ha tenido que pararse a vomitar. - El rubio hizo un mueca de repugnancia frunciendo los labios. - Ya sabes, la sangre cardassiana...


 - ¿Y Jadzia? - Le interrumpió, el joven doctor sabía bien cómo afectaba aquello a su primo el mayor.


 - En la retaguardia, frenándoles el paso. - Girando la cabeza se sorprendió de no escuchar nada salvo un silencio sepulcral. Tragó saliva antes de continuar en un murmullo. - Oye, no te muevas de ahí, cuando pase Anton llama su atención y que te ayude con Demora. Tengo que irme, he de arreglar el puñetero teletransporte.


 - Está perdiendo mucha sangre, George. - Susurró esto último, no quería que su capitana se enterase.


 - ¡Lo arreglaré! - Exclamó en voz baja echando a correr de nuevo.


 


 


                                                               Unas horas antes, con unos cuantos grados más de temperatura en la base minera de aquel satélite, George respiraba con dificultad contra el pecho de su primo Anton, la cara pegada al jersey rojo de su uniforme. Y el castaño de los rizos de Anton se mezclaba con el rubio de sus cabellos, la nariz rozaba su sien cuando las palabras fueron susurradas en su mente con la familiar voz ronca y quebradiza. “No hagas ni un maldito ruido o estamos fritos. Aguanta. Aguanta un minuto más. Ya les oigo. ¡Están ahí afuera!”


          El corazón le latía a más de ciento setenta pulsaciones por minuto, George temía que los cardassianos pudieran escucharlo porque él sí lo hacía. Anton le acariciaba la frente con la mano y estaba dentro de su cabeza, sintiendo lo que sentía, el miedo... la excitación, una mezcla de pánico y lujuria, la más absoluta vergüenza... Levantó el rostro y le miró a los ojos, el azul aguamarina refulgía intenso, lleno de amor y de vida. Aprovechando la situación en la que se encontraban, encerrados en un armario mientras los soldados enemigos registraban palmo a palmo la base disparando a todo lo que se moviera, George separó los labios y rozó con la punta de su lengua los de Anton.


 - No, no hagas esto... - Suplicó usando su tactotelepatía vulcana. - Pazhalsta! *(por favor)


        Ignorando sus ruegos siguió con aquello, besando con ansia la boca de fresa que tanto añoraba, agarrando más fuerte las caderas de su primo, reteniéndolo sin escapatoria en aquel escondite.


 - ¿Te has vuelto loco? ¡Detente, George! ¡Es una orden! - Le gritó en su mente tratando de deshacerse de su abrazo.


 - En este momento me paso por el forro tus órdenes, teniente... - Musitó en su cabeza. - Muévete y nos descubren.


 - ¿Quieres que nos maten? - Procuraba mantener los labios cerrados, apretándolos con fuerza, impidiéndole entrar.


 - No, lo que quiero es comerte la boca. - Respondió con total descaro, utilizando su envergadura, superior a la de su primo, para mantenerlo exactamente donde quería.


 - ¡Hijo de... tu padre! - Anton se guardó de faltar el respeto a la comandante Becky Sjare, madre de George. La mujer había sido una heroína de guerra.


          La sonrisa torcida asomó al rostro del rubio y Anton aprovechó ese instante en que George separó los labios, para echar la cara a un lado, cogiéndole un buen pellizco en el brazo a su primo, retorciendo los dedos y apretando todo lo que podía.


 - ¿Vas a estarte quietecito ahora? Yebat, George! *(joder) – Gruñó con expresión de enojo.


        El rubio hizo una mueca de dolor aguantándose las ganas de chillar o apartar el brazo con violencia, Anton le tenía bien sujeto. Los pasos de los cardassianos se alejaron pero sus voces sonaban en el corredor cercano, no podrían abandonar aquel armario sin ser descubiertos, continuaban atrapados.


 - ¿Hasta cuándo piensan quedarse ahí? - Preguntó impaciente el rubio.


 - ¡Calladito! - Le regañó Anton.


 - ¿Para qué? ¿Quieres oír lo que dicen? ¿Es que ahora entiendes el cardassiano? - Se burló dedicándole una genuina sonrisa de comemierda marca Kirk.


 - ¡Oh, George! ¡Te voy a...! - A veces su primo conseguía sacarle de quicio.


 - ¿Follar? Sí... Fóllame, átame, pégame, escúpeme... - Le retó completamente cachondo por las circunstancias.


 - ¡Cierra el puto pico! - Gritó en su cabeza.


          Le besó, solamente para que no pensara en nada, para que se limitara a sentirle y así poder escuchar la conversación de los soldados enemigos. No dominaba el cardassiano pero tenía un oído muy fino, herencia vulcana, y una gran facilidad para las lenguas. No en vano conocía, además del castellano, el klingon, el ruso, el japonés y el vulcano desde que era un bebé. Para colmo contaba con su altísimo cociente intelectual y su fabulosa memoria eidética, si no captaba el significado de las palabras podría repetirlas a la computadora más tarde y traducirlas. No se dejó importunar por las manos de George adentrándose en sus pantalones, ni por los pequeños embates que el rubio realizaba con la pelvis, tratando de ponérsela dura mientras le mordisqueaba el cuello. Anton se concentraba en los sonidos guturales que salían de las gargantas de los reptiloides a pocos metros de allí, analizando los fonemas más repetidos y tratando de adivinar de qué estaban hablando.


 - Vamos... dámela... - La voz de George sonaba en su mente cargada de lascivia. - Dame tu serpiente, Anton... deja que le saque todo el jugo, quiero...


 - ¡Cómemela! - Acabó espetando claramente en su cabeza.


          El rubio abrió los ojos como platos. ¿Era aquello una orden? ¡Y qué más da! Estaba deseando cumplirla de todos modos. Se arrodilló con cuidado de no hacer ruido, bajando los pantalones de Anton hasta los muslos, tirando de la ropa interior y buscando en la oscuridad de aquel armario lo que tanto anhelaba, aquello con lo que soñaba casi cada noche: su polla.


 - Anton... yo... me masturbo pensando en ti, me corro susurrando tu nombre, sueño contigo, que me follas, que me tienes para siempre sentado entre tus piernas... ¡Y no me importa esto, no me importa morir en este maldito satélite! - Preso de la excitación, George sufría uno de sus ataques de verborrea. - ¡Oh, por el mismísimo Zeus, moriría feliz si un cabeza de cuchara abriera esa puerta ahora y me disparase con su fáser!


 - ¡Cállate y chupa! ¡No pares hasta que me corra! - Le exigió.


 - ¡Sí, señor! - Respondió con rotundidad.


          ¿Pero es que ni con la boca llena se iba a callar? Anton se dejaba devorar con el oído puesto en los soldados enemigos, su primo lo estaba dando todo en aquella mamada pero no podía irse, aún no. Ya casi lo tenía, había entendido las palabras “recolector” y “fuel”, seguramente no existían en cardassiano y las habrían tomado de otra lengua, el resto le sonaba un poco como el klingon, o quizás como el kazon. Desde luego la lengua de los cabeza de cuchara debía tener un origen común, tal vez ancestral, con dos idiomas que conocía perfectamente. Ya hablaba klingon con fluidez cuando conoció a Jadzia, aquello fue algo que dejó a su t'hy'la patidifuso la primera vez que le vio. Y el tío Jabin le había enseñado su lengua al mismo tiempo que George aprendía a hablar.


 - Boom... boom... otra vez... - Anton repetía el sonido, lo había identificado entre el galimatías que era la lengua alienígena.


 - Sí... sí... bum-bum... bombea más fuerte... - George creyó que se estaba refiriendo al movimiento incontrolado de caderas que invadía su boca, adentrándose hasta la garganta con cada empujón.


 - Una explosión... ¡Eso es! - Jadeó, el ejercicio le estaba dejando sin aliento.


 - Sí... explota en mi cara... córrete encima... sí... - Se lo pedía ansioso, muriéndose por recibir la calidez de su chorro en los labios.


 - ¡Quieren hacer volar la base usando el combustible fósil! Yebat! ¡Aaaah George! - No pudo aguantar más, se sujetó con fuerza a la cabeza del rubio aprisionando los rubios cabellos entre los dedos y vaciándose por entero de repente. Le costó un mundo no gemir de placer.


 


 


                                                                 Unas horas más tarde, con unos grados menos de temperatura, los tres corrían por los pasillos de la base minera intentando llegar hasta Demora y Sam. Aquello era un maldito dédalo, paredes de roca oscura iluminadas por las débiles bombillas de emergencia cada pocos metros. Jadzia iba en último lugar, disparando el fáser a sus perseguidores, esos dos condenados cabeza de cuchara no iban a darse por vencidos.


 - Acabarán alcanzándonos, tenemos que subir al siguiente nivel. - Anton tuvo que girarse para hablar con su t'hy'la, el klingon le había cerrado su mente enfadado por lo que había podido ver al dar con ellos y sacarlos del armario.


 - Esta zona es más estrecha, si me subo ahí... - dijo Jadzia señalando un saliente en la pared, - tendré una posición ventajosa.


 - ¿Qué pretendes? ¿Quedarte atrás mientras George y yo escapamos? - Anton no daba crédito, su novio podría estar enfadado con él pero seguía amándole más que a su propia vida.


 - Id a la sala del transportador, arregladlo y sacad de aquí a Demora y a Sam. - Tomando a Anton de la cintura lo atrajo hasta pegarlo a su vigoroso cuerpo de guerrero. - R'uustai... te lo estoy sugiriendo. Déjate persuadir y márchate.


 - Volveré por ti... - Susurró acercándose hasta besarle en los labios con dulzura. - QaparHa'qu'! *(te amo, en klingon)


          Los klingon son un pueblo muy orgulloso, para ellos el honor es lo más importante. Por eso Jadzia se dirigió a él de ese modo, un klingon jamás daría una orden a su r'uustai. Como solía decir su padre acerca de su propia cultura: “nuestro pueblo, hijo mío, no obedece; se deja persuadir.”


       Jadzia les vio correr adentrándose en la oscuridad, sus pasos se alejaban poniéndolos a salvo mientras que los de los cardassianos se iban acercando. El teniente klingon trepó por la roca hasta el saliente donde se encaramó, fáser en mano, esperando oculto la llegada del enemigo. Cerró los ojos un instante para recordar el beso de Anton, la siempre jugosa miel de sus labios, tan dulce... pero en su cabeza apareció la imagen de George. El rubio se limpiaba la cara con su jersey azul de miembro de la división científica, la mancha de semen quedó al borde de los galones de alférez en su manga y Anton, entretanto, simplemente se abrochaba los botones de la bragueta con cara de bobo. Sacudió la cabeza para olvidar aquello, los soldados ya estaban allí.


        Al oír los disparos tan cerca, dudó. Fue un segundo, lo suficiente para que el cabeza de cuchara le pillase desprevenido y se lanzase sobre él armado con un cuchillo. Anton se debatió entre ir a luchar junto a su r'uustai o llevar a su primo hasta la sala del transportador y ayudarle a repararlo; puede que ambos fuesen ingenieros pero la electrónica era el fuerte del rubio desde que era un crío.


 - ¡Anton! - Gritó George al verle herido en un muslo.


          El suelo tembló brevemente cuando el teniente Anton Sarek Singh Chekov levantó una mano y usó su telequinesia para empujar al enemigo, estrellándolo contra la pared, aplastándolo con toda su ira hasta partirlo en dos a la altura del abdomen. La sangre negra y espesa le salpicó, provocando con su nauseabundo olor que le diese una profunda arcada.


 - ¡Hay que salir de aquí! Los fáser suenan cada vez más cerca... - George volvía a sentir su corazón disparado, latiendo furioso en sus oídos. Estaba asustado, la pierna de su primo sangraba bastante. - ¡Anton! ¿Puedes caminar?


 


 


                                                                             ¿Cuántas horas habían pasado? ¿Cuántos grados había descendido la temperatura? Después de enviar solo a George hacia la sala de teletransportación, Anton se dejó caer al suelo apoyado en la pared de roca. Sujetaba en la mano el cuchillo del cardassiano, al menos no estaría indefenso.


 - Ponfo Miran! *(improperio vulcano) – Exclamó golpeándose la frente. - ¿Cómo he podido ser tan estúpido? Debí dárselo a George, yo puedo arreglármelas con mi poder... - Se dijo arrepentido por no haber caído antes. - ¡Oh, dioses! ¡Os ruego que mantengáis a salvo a mis primos, George... y Sam, a mi hermana Demora... y a mi novio, Jadzia!


        Tenía los ojos cerrados, todo le olía a sangre alienígena y perder la suya por aquella herida le estaba haciendo sentirse débil y mareado. De pronto oyó unos pasos en la distancia, una respiración agitada y Anton contuvo la suya para no llamar la atención de aquél que se acercaba. Temblando de frío, el teniente Chekov se arrastró hasta un rincón oscuro y se acurrucó allí esperando pasar inadvertido.


 - ¿Estás herido? - Los ojos grises, fieros, brillantes en las sombras, le miraban con inquietud. Jadzia le tendió la mano para agacharse a su altura. - ¿Tanta sangre has perdido que te pones a rezar? Venga, te haré un torniquete.


 - ¡Mi amor! - Se enroscó a su cuello, el corazón le había dado un vuelco nada más verlo allí a su lado. - ¿Los has matado? ¿A los dos?


        El klingon asintió. Arrancándose una manga de su jersey rojo, Jadzia improvisó un vendaje sobre el muslo herido de su novio. Luego le tomó la cara entre las manos para clavar su escrutadora mirada en los ojos aguamarina.


 - Anton, mi amor... - Susurró con su vínculo telepático. - ¿Qué estabais haciendo tú y George en el armario?


 - Ocultarnos de los dos cabeza de cuchara a los que te acabas de cargar, ¿qué otra cosa? - Acababa de darse cuenta de que estaba arrugando la frente, Jadzia notaría que le estaba mintiendo. - ¿Puede saberse por qué hasta ahora me has cerrado tu mente? No he podido entrar en tu cabeza desde que disparaste a los soldados y nos sacaste de nuestro escondite a tiro limpio... ¡Casi nos matan! ¿No podías haber eliminado primero a los cabeza de cuchara? - Le recriminó con malos modos, fingir enfado solía alejar sospechas, eso lo había aprendido de su padre.


 - Te abrochabas los pantalones, t'hy'la... - Le recordó sin apartar la vista de su rostro, observando cada una de sus micro-expresiones involuntarias, reconociendo lo que su lenguaje corporal decía, tal y como Klaa le había enseñado a hacer.


 - ¿Qué? - Sus cejas se levantaron, inconscientemente estaba intentando poner cara de no haber roto nunca un plato. - Me aprietan, creo que estoy engordando.


 - Y George se limpiaba la cara con el jersey, vi una sospechosa manchita blanca junto a sus galones en la manga...


 - ¿Eso? - Abrió la boca como si fuese a hablar aunque no sabía qué decir. - ¡Eran mocos! ¿Qué pensabas? El pobre se echó a llorar, estaba muy asustado.


 - Anton... no me mientas. - Jadzia inclinó la cabeza con gesto de reproche, seguía con sus ojos grises clavados en los de su novio que parecía cada vez más tenso. - Un r'uustai no le miente a su r'uustai. Un t'hy'la no miente... o no debería mentir a su t'hy'la.


 - Entonces no tengamos esta conversación, Jadzia. - Su voz sonó grave y profunda, la cara de Anton había cambiado en unos segundos, de niño bueno a psicópata peligroso.


 - ¿Cómo? - Estaba sorprendido, la respuesta de su novio le dejó helado.


 - No hablaremos de esto y punto. - Susurró con voz ronca y quebradiza.


 - Eres igual que tu padre... - Murmuró el klingon.


 - ¡Eh! - Anton le agarró la barbilla con una mano apretando ligeramente, sacudiendo la cabeza de su novio y sosteniendo firme su mirada. - Yo te quiero, tú me quieres, estamos juntos porque nos queremos. Lo demás no importa.


 - Eso sí es cierto: qaparHa'qu'. *(te amo) - Tuvo que reconocerlo. Anton era suyo porque le amaba, era su novio porque le quería, sus mentes habían aprendido a comunicarse sin necesidad de establecer contacto porque él era su t'hy'la, y lucharía contra todo el condenado imperio cardassiano por él si hacía falta porque le adoraba con locura. - No hablaremos de este asunto si es lo que deseas. - Por eso le perdonó, no por otro motivo.


 - Dabai! *(vamos) – Le animó apoyándose en él para levantarse. - Si George ha conseguido llegar hasta el teletransportador y arreglarlo, podremos salir de este maldito lugar antes de morir congelados.


 - Tenemos que encontrar a Sam y a Demora, t'hy'la. - Añadió pasando su brazo por la cintura de Anton para ayudarle a caminar.


 


 


                                                                       Habían transcurrido demasiadas horas, demasiados grados de temperatura perdidos, la base minera de la Federación se estaba congelando. Anton se frotó las manos una vez más antes de probar las conexiones que le indicaba su primo, el rubio había desmontado la consola y tenía medio cuerpo debajo de la endiablada trama de cables, rodeado de chispas por todas partes.


 - ¡El blanco y el negro no, idiota! - Regañó Anton al ver un resplandor por encima de las rodillas de George.


 - ¡Cállate cabronazo y prueba a arrancarlo otra vez! - Protestó el rubio sacudiendo una pierna para darle una patada.


 - Daos prisa, creo que aún quedan unos cuantos cabeza de cuchara por ahí. - Jadzia vigilaba las puertas automáticas, estando sin energía, se le ocurrió bloquearlas con todo lo que pudo poner de por medio.


 - Demora, aguanta un poco más, en la Reliant usaré el suero que mi padre sintetizó a partir de la sangre de Khan y te pondrás bien enseguida. - Sam no soltaba la mano de su capitana, la hija de Sulu estaba cada vez más pálida y fría.


 - ¡Ya lo tengo! - Exclamó George levantándose de repente, golpeándose la frente con la consola al hacerlo.


 - ¿Te has hecho daño? - Anton no pudo evitar acariciarle por debajo del flequillo. Al notar la mirada de Jadzia clavada en su nuca apartó la mano. - Dabai... *(vamo) Introduciré las coordenadas, espero que la nave no haya abandonado la órbita estándar.


        Sus moléculas se desintegraron justo a tiempo, delante de los atónitos ojos de los tres cardassianos que, en ese preciso momento, llegaban a la sala de teletransportación blandiendo sus armas. Estaban helados, el resto de su destacamento había muerto a manos de los malditos soldados de la Flota que se les acababan de escapar.


 - ¡Malditos humanos!


 - Uno de ellos era un kligon...


 - ¡Han inutilizado el teletransporte! Estamos atrapados...


           Se miraron los unos a los otros con expresión calmada, ya no había remedio, iban a morir allí. Las cargas empezaron a estallar en los niveles inferiores, la vibración hizo que todo se desmoronase a su alrededor. Los recolectores de fuel se vieron afectados y todo el espeso líquido inflamable ardió. La explosión voló la base miera por los aires.


 


 


                                                                             Después de tomar un copioso desayuno, consistente en unos gagh hervidos y unas tostadas con mantequilla, su combinación favorita, Jadzia decidió ir a visitar a su capitana a la enfermería. Sam le recibió con una sonrisa tranquilizadora, el suero estaba surtiendo su mágico efecto y Demora se encontraba consciente y con mejor aspecto.


 - Estás al mando, klingon... - Sonrió con sus rasgados ojos castaños. - ¿No deberías subir al puente?


 - Es mi tiempo de descanso. - Refunfuñó. - Acabo de desayunar, mi señora, iré ahora mismo.


 - ¿Y Anton? Sam no ha conseguido retenerlo en la enfermería. - Rió viendo al pelirrojo doctor resoplar y poner los ojos en blanco. - Deberías ordenarle reposo, capitán en funciones Jadzia.


 - ¡El muy cabezota...! - Intervino Sam con su acostumbrado tono de protesta. - Nada más darle unos puntos de sutura se largó de aquí. Si se le abre la herida le cortaré la pierna, así aprenderá. ¡Ordénale que descanse!


 - Sam, sé bien que estás bromeando, igual que tú, Demora. - Su fiereza de klingon se desmontaba cuando se trataba de Anton. - Ambos sabéis perfectamente que no puedo darle órdenes a mi r'usstai.


 - Pero yo sí, puedo daros órdenes a los dos. - Añadió Demora con una dulce sonrisa. - Encuéntrale y llévatelo a la cama. Deja a alguien a cargo en el puente y descansa tú también, Jadzia. Ha sido una noche muy larga.


 - Como desees, capitana. - Respondió inclinando la cabeza y llevándose el puño al pecho a modo de saludo.


 - ¡Y que no fuerce esa pierna! - El médico seguía preocupado por su paciente. - Si no tenéis más remedio que hacerlo... de medio lado sería la postura más adecuada, no quiero tener que volver a coser esa herida.


 - ¡Sam! - Exclamó Demora fingiendo escandalizarse. - Que estás hablando de mi hermano pequeño...


           Escuchando las risas del doctor y la capitana a lo lejos, Jadzia subió al turbo-ascensor sin mirar si había alguien dentro, estaba agotado y Anton no respondía a su llamada telepática. Al girarse se sobresaltó cuando vio a George pegado a la pared junto al botón de parada de emergencia. Sin decir una palabra el rubio lo pulsó. Mantenía los ojos azules fijos en el infinito mientras le hablaba.


 - ¿Qué te ha dicho Anton? De cómo nos sacaste del armario... - En el fondo de aquella voz, grave y varonil, vibraba cierto temor que George no podía ocultar al klingon.


 - Nada. - Respondió Jadzia con serenidad. - Bueno... Sí dijo algo: “no hablamos de eso.”


 - ¿De veras? - Comentó con una sonrisa atreviéndose a mirar a su amigo a los ojos. - ¿Como el tío Pavel?


 - Exactamente como el señor Chekov. - Afirmó el klingon.


       George se echó a reír, la frase era famosa en la familia. Respiró tranquilo, su secreto seguía siéndolo, sin embargo la mirada de Jadzia y su demostración de poder con la que, en un solo paso, devoró todo el espacio que había entre ambos, le hicieron temblar. El klingon parecía estar perdonándole la vida.


 - Aléjate de él, George. - Susurró con gravedad. - Anton es mío.


 - ¿Qué quieres decir? - El rubio empezaba a temer por su vida, aunque... no. No podía ir en serio. - ¿Que pida un traslado? ¿Que abandone la Reliant?


 - Oh... nada de eso, Anton no lo toleraría. - Contestó torciendo el gesto. - Me basta con que mi novio permanezca fuera del alcance de tu boca.


          Jadzia pulsó el botón y el ascensor reanudó su marcha, el rubio había bajado el rostro y encogido los hombros, sus casi dos metros de estatura parecían haberse quedado en nada de repente. Estudió las botas de Jadzia con atención, estaban cubiertas de la pegajosa sangre negra cardassiana. Si sospechaba lo que había pasado en aquel armario... ¿por qué le dejaba seguir respirando?


 - Vete a la cama, George, debes estar tan agotado como yo. - Le sugirió pasando la mano por encima del hombro del rubio en una leve caricia. - Que descanses, amigo. Mañana será otro día.


          Era por eso, le había llamado amigo y ahí estaba la respuesta a su pregunta. George se despidió dándole un beso en la mejilla, como solía hacer cuando era niño y presumía ante sus compañeros de colegio de lo fuerte y alto que era el novio de su primo.


        Jadzia se sonrió, girándose pudo verle desaparecer por el pasillo hacia su camarote. El rubio caminaba moviendo las caderas de un modo demasiado sensual, probablemente mimetizado de su padre Jabin, un corpulento kazon bastante amanerado para su raza y envergadura. Bonito trasero... Pensó para sí. ¿Dónde te metes, r'uustai? ¿Estás ya en nuestros aposentos, esperándome... y desnudo? ¡Oh, estrella de mi vida... entonces me daré prisa! La imagen de Anton tal como su madre Amy le trajo al mundo, tendido sobre la cama de su habitación, le había llegado a través del tel. *(vínculo)


 - Quiero compensarte... ven a mí... - Le respondía al fin utilizando su telepatía. - Jadzia, tómame... ¡Soy tuyo y siempre seré tuyo, mi t'hy'la!


 

Notas finales:

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.


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