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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Dejé algo pendiente en el capítulo «Llévame contigo», ¿lo recuerdas? A un doctor McCoy alternativo, de ojos azules y cabellos castaños salpicados de canas, perdido en la pícara sonrisa de nuestro rubio Jim, encandilado por sus ojos apolíneos, abandonado con las ganas de probar más de la dulce miel de sus labios cuando Hermes se lo arrancó de entre los brazos.

Hoy los dioses han sido benévolos de nuevo. Hoy han permitido que el amor surja y llene el corazón del buen doctor. El hombre se lo merece, ¿no crees?



NO NOS LIBRES DE CAER EN LA TENTACIÓN


 


 


                                                                                             Tras la misión en el satélite de Tálax, incómoda y extremadamente peligrosa por sus famosos mosquitos gigantes conocidos como “lavaflies”, el almirante ordenó que todos los miembros de la expedición fueran sometidos a un riguroso examen médico. No podía arriesgarse a que alguna clase de virus alienígena subiese a bordo, no después de la experiencia de Psi 2000, donde la tripulación se contagió de una misteriosa locura que casi acaba con sus vidas. De eso hacía ya más de veinte años, sin embargo ninguno de ellos lo había podido olvidar.


          Pavel soportó pacientemente que un enfermero le sacara muestras de casi todo y las llevase a analizar al laboratorio. Su amigo, el comandante Sulu, había sido sometido a la misma tortura y le observaba con curiosidad. El vicealmirante Spock, que ya había pasado por todo aquello, permanecía sentado junto a la mesa de McCoy a la espera de los resultados de las pruebas. Cuando la voz del técnico sonó por el comunicador diciendo que todo estaba en orden, Pavel se levantó de la camilla con un salto.


 - ¿Puedo retirarme? - Solicitó con formalidad. El japonés le sonreía como quien ve a un niño inquieto, hiperactivo, impaciente por escapar del control de los adultos.


        McCoy asintió mostrando su consentimiento y Pavel, aliviado por que todo hubiera terminado bien, se dispuso a salir de la enfermería. Con las prisas acabó dando un traspiés con sus botas nuevas que le hizo perder el equilibrio y terminar de rodillas delante de Sulu, sujeto a una mano que, atentamente, el japonés le había tendido para evitar que se hiciera daño. Aquella postura resultó bastante cómica, provocando la risa entre los presentes incluido su mejor amigo. Pavel se levantó preguntándose qué habría hecho él en otra vida para acabar siempre haciendo el ridículo en cualquier clase de situaciones.


 - ¡Tenga cuidado, Chekov! ¡No vaya a caer en la tentación! - Le espetó un cínico McCoy nada más pasar por su lado, viendo cómo Sulu seguía de cerca al ruso sin quitarle el ojo de encima a su trasero.


        El médico les miraba con los ojos azules encogidos, escrutando sus rostros en busca de un atisbo de rubor. Pero no, Sulu sonreía inocente y el ruso ya estaba más que acostumbrado a sus indirectas, además sabía muy bien cómo defenderse de ataques como ése.


 - ¡Oh, no se preocupe por mí, doctor! Si yo caigo Sulu me levantará pero... ¿y si cae usted? ¿En quién se apoyaría? - Dijo volviéndose hacia el médico y mostrando su genuina sonrisa de comemierda. - No creo que los brassos del señor Spock sean tan fuertes como para tirar de usted y del almirante al mismo tiempo. O tal vess sí, bueno... ¿Tú que opinas, Hikaru? Después de todo él es vulcano. - Añadió encongiéndose de hombros.


 - ¿Qué quiere decir, comandante? - McCoy tenía los ojos azules abiertos de par en par. Girando el cuello se dirigió al primer oficial científico a su espalda. - ¿Qué ha querido decir, Spock?


        Sin inmutarse, el vulcano miró con seriedad al ruso y utilizó su graduación superior para deshacerse de su, de repente, incómoda presencia.


 - Comandante Chekov, regrese a su puesto en el puente. - Ordenó con su voz más grave y autoritaria. - Señor Sulu, acompáñelo.


      El japonés asintió inclinando levemente la cabeza, dispuesto a cumplir la orden.


 - Anda, Pasha. - Dijo tomándolo del brazo. - Volvamos al puente.


 - No me dejes caer, moy drug. *(amigo mío) – Bromeó Pavel sujetándose con fuerza de su compañero.


          Spock se puso en pie quedando frente al médico que, atónito por el descaro del ruso, permanecía con los ojos azules abiertos como platos.


 - No sé qué ha querido decir, Spock. Yo no... - Un ligero rubor tiñó de rosa sus mejillas, McCoy bajó la mirada avergonzado.


 - Hay un dicho terrestre que lo expresa a la perfección, doctor y es “donde las dan las toman”. - Colocando las manos a la espalda, el vulcano ladeó la cabeza y levantó una ceja al hablar. - Si no se empeñase usted en poner en evidencia la especial relación entre los comandantes Sulu y Chekov...


 - ¡Ah, por favor, lo de esos dos salta a la vista! - Protestó airado interrumpiendo al primer oficial.


 - … él no se la devolvería con... - Suspiró. Estaba más que acostumbrado a que el médico ignorase sus palabras. Dando un leve taconazo en el suelo llamó su atención. - Doctor, lo suyo también salta a la vista. Aludir a mi fuerza vulcana y dar por supuesto que yo podría ser al mismo tiempo el apoyo del almirante y el de usted, como si eso implicase que existe algo más que amistad entre nosotros tres, es una forma de... ¿cómo expresarlo para que lo comprenda? En sus propias palabras, doctor, lo que Chekov pretendía es “tocarle las narices”.


 - ¿De veras crees que haya algo que salte a la vista, Spock? Jim es mi mejor amigo, entre tú y yo no podría existir otra cosa que amistad, y eso si no estamos discutiendo como ahora mismo. - McCoy se giró dando la espalda al vulcano, no soportaba tener que darle la razón y en cuanto a sus insistentes puyas dirigidas al ruso y a la dudosa amistad que mantenía desde hacía años con el japonés, Spock estaba en lo cierto: él mismo se lo había buscado.


 - ¿Es esto una discusión? No me lo parece. - Levantó las manos para posarlas sobre los hombros del médico, acercándose hasta susurrar las palabras en su nuca. - Doctor, ¿por qué no se sincera de una vez? Aproveche el pie que le ha dado el alférez Chekov al tropezar y diga de verdad qué es lo que siente por mí y por el almirante.


          Aquello le cayó encima como un jarro de agua fría. McCoy se estremeció. No hacía tanto que habían tenido la visita del otro James T. Kirk, el extraño y divertido hombretón de ojos más azules que los suyos y barba canosa que decía pertenecer a un universo paralelo donde, según le contó, era parte de un trío amoroso que incluía a los alternativos McCoy y Spock. ¿Y si semejante cosa fuera posible también allí, en su propio universo? Aquello era algo que deseaba tanto... pero no. El médico sacudió la cabeza negando el más profundo anhelo de su corazón.


 - Siempre he respetado lo vuestro. No dije ni una palabra sobre el delicado asunto durante nuestros primeros años de misión en el Enterprise. Jamás revelé el verdadero origen de vuestra hija y nunca lo haré. He sido testigo de vuestros encuentros y desencuentros en todo este tiempo, he visto sufrir a Jim con cada separación y a ti también, por mucho que te empeñaras en ocultarlo. Marcharte a Vulcano con la idea de completar la disciplina Kolinahr y renunciar definitivamente a tus emociones... ¡Eso sí que fue una estupidez por tu parte, Spock! - Le espetó enojado, como médico a bordo y como amigo de ambos, tenía información de primera mano sobre la tormentosa relación de pareja entre el almirante y su primer oficial que, infructuosamente, siempre habían querido mantener en secreto. - Todo eso demuestra mi lealtad para con los dos. ¿Qué más quieres, maldito duende de orejas puntiagudas? - Preguntó volviéndose para mirarle a los ojos oscuros por debajo del recto flequillo.


 - Está bien. - Se resignó el vulcano. - Agradezco su discreción y a cambio respetaré su silencio, doctor. No es necesario decir nada si no quiere.


      Estaba a punto de abandonar la enfermería cuando sintió la mano del médico aferrada a su antebrazo, tiraba de él impidiéndole marcharse.


 - Spock... yo... quiero saber lo que él sabe. - Musitaba las palabras, se notaba en el tono de su voz y en el ardor de sus ojos azules que le estaba costando un mundo sincerarse de esa manera. - Quiero sentir lo que él ha sentido, quiero ir donde él ha ido. Quiero oír tus secretos.


 - ¿Estamos hablando del almirante? - Spock no lo dudaba, conocía bien los sentimientos del médico hacia Jim y quiso remarcarlo de alguna forma.


 - Te quiero a ti y le quiero a él. Quiero conocer lo que él conoce, quiero tocar lo que él ha tocado... - McCoy apretó más fuerte los dedos alrededor del brazo del vulcano e incluso llegó a zarandearlo levemente. - ¡Llámame por su nombre!


 - ¿Cómo dice, doctor? - Eso sí que era nuevo. Llamarle... ¿por qué nombre? ¿T'hy'la?


 - Sé que hiciste una promesa y que le dijiste que es tu amante... con esa palabra vulcana tuya, Spock. - El propio Jim se lo contó en confianza cuando, muchos años atrás, se hizo el tatuaje en la parte baja de la espalda. - Spock... ¡hazme sentir lo mismo!


 - Doctor McCoy, yo no puedo... - No, la palabra sagrada “t'hy'la” estaba reservada para Jim.


 - Tú me has pedido sinceridad, será porque quieres darme lo mismo. Entonces... - Tragando saliva dio un paso hacia delante pegándose al cuerpo fibroso del vulcano. - Spock, abramos nuestros corazones, sé que podríamos cambiar...


 - Como ha dicho usted, doctor, hice una promesa a Jim. No puedo romperla. - Le interrumpió negando tajantemente.


        McCoy le soltó permitiendo que el vulcano recuperase la libertad en sus movimientos. Contrariamente a lo que el médico había supuesto, Spock no se alejó ni un solo centímetro. Permanecía allí plantado con su expresión vacía de emociones y sus oscuros ojos profundos mirándole, como dos agujeros negros que estuvieran a punto de absorberle.


 - No puedo quebrantar mi palabra pero sí pedir permiso. - Añadió el primer oficial tomando del brazo al médico. - Acompáñeme al despacho del almirante, doctor McCoy. Resolvamos esto de una vez.


 - ¿Resolver qué? ¿A qué te refieres, Spock? - En contadas ocasiones le había visto tan resuelto, decidido a salirse con la suya. ¿De dónde sacaba tanta obstinación? - ¡Eh, alto... duende! ¿No irás a contarle a Jim...?


 - No. Lo harás tú, Leonard... - Casi nunca le llamaba así, pocas veces abandonaba el formal tratamiento de la Flota. - Le dirás a Jim lo que me has dicho a mí, y veremos lo que él tiene que decir sobre todo esto.


            Camino al despacho bajo el puente de mando, el doctor McCoy se sentía preso de sus sentimientos así como de la mano de Spock que continuaba ejerciendo un firme agarre sobre su brazo. Pensó en lo que el rubio y barbudo James Kirk del otro universo le había dicho: que debía seducirles a ambos a la vez, que con su mirada azul no le costaría ningún esfuerzo. ¡Ja! Rió cínico para sí en sus pensamientos. Lo que había hecho al hablar de ese modo a Spock en la enfermería, lo que estaba a punto de hacer cuando atravesaban ya las puertas automáticas y Jim levantaba la vista de una tablet sobre la mesa para mirarle con sus ojos de color avellana, lo que se proponía decirle a su mejor amigo le estaba suponiendo el esfuerzo más grande y considerable de toda su miserable vida.


 - Jim... - McCoy respiró hondo para darse ánimos, aspirando así el aroma que flotaba en el ambiente. - Hueles a manzana de caramelo y...


 - Es cierto. - Confirmó Spock, asegurándose al poner una clave en la puerta de que no serían importunados por nadie.


        El almirante sonrió con picardía poniéndose en pie, algo sorprendido ante semejante interrupción de sus tareas al mando del USS Enterprise-A. McCoy parecía azorado aunque dispuesto a continuar con aquella extraña confesión.


 - ...Y Spock y yo podríamos decir aleluya, el filo de tu afecto me ha roto la piel. - No sabía bien qué estaba diciendo. ¿De dónde salía toda aquella palabrería casi absurda? McCoy no se paró a pensar ni una fracción de segundo, por mucho que su amigo, el almirante, pusiera cara de no entender nada con aquella sonrisa retorcida en sus labios. - Porque hueles a manzana de caramelo y nos tienes cantando “aleluya” y me siento mucho más joven que mis años... Jim... ¡Jim!


        Se abalanzó sobre él atenazando su cuerpo con un impetuoso abrazo, buscando sus ojos avellana salpicados de manchitas verdosas que tanto le encandilaban, tratando de apresar en ellos algo más que una eterna amistad por parte del almirante.


 - Quiero saber lo que él sabe, sentir lo que él ha sentido, tocar lo que ha tocado... Besar lo que él ha besado. - Susurró antes de posar sus labios sobre los de Jim, sintiendo que él deseaba lo mismo por su manera de responder a la ahora húmeda caricia de su lengua.


        Spock les observaba deleitándose en la belleza sublime de aquel instante, perdiendo la noción del tiempo y el espacio, sabiendo bien cuál sería la respuesta de Jim. Ellos dos ya habían tenido esa conversación hacía mucho tiempo. Su esposo le había confesado ya que, si McCoy alguna vez daba el paso, él no le rechazaría.


 - Quiero sentir lo que él ha sentido. - El doctor se había girado para mirar a los ojos al vulcano, soltando a Jim y acercándose a él hasta tenerle encerrado entre los brazos. - Quiero tocar lo que él ha tocado, quiero ir donde él ha estado. Te quiero a ti... - Murmuró besando los finos labios de Spock que se dejaba hacer. - ...Y le quiero a él.


 - Y nosotros dos te queremos a ti, Bones. Siempre te hemos querido. - Ahí la voz del almirante tembló a punto de quebrarse por la emoción. - Bonssy, mi amor... - Susurró abrazándolo desde atrás, bajando las manos por sus costados en una lenta caricia hasta alcanzar las caderas del médico.


 - Leonard... - El nombre rasgó el corazón de McCoy con el ronco sonido que salía de la garganta de Spock. - ...mi t'hy'la. - Esa última palabra, sagrada en la lengua vulcana, le hizo perder un latido.


            Lo había hecho. Él lo pidió y el duende terminó haciéndolo: le dio el nombre sagrado que hasta aquel día únicamente había otorgado a Jim y jamás delante de nadie más que él, su esposo secreto, su alma gemela, su hermano, amigo y amante. Le llamó de ese modo reconociendo sus sentimientos hacia él, realizando una promesa de amor implícita en la palabra, compartiéndola así de por vida con su amado Jim.


         McCoy vibró por dentro sacudido con las emociones tan intensas que estaba experimentando. Sintió que su cuerpo ya no le pertenecía, ahora era de ellos dos. Y a ambos se entregó cayendo juntos en la tentación de la lujuria, dando rienda suelta a sus más profundos y oscuros deseos, quemando, con la llama de una pasión que siempre había estado encendida, los muros que les separaban y que ellos mismos levantaron. El pudor, las formas, la impostura, todo quedó derribado y reducido a cenizas cuando, completamente desnudos y acalorados como tres adolescentes, se entregaron al sexo allí mismo, en el despacho del almirante. Y McCoy dio gracias a Dios por no haberles librado de caer en la tentación. Después de todo, el rubio James T. Kirk del universo paralelo estaba en lo cierto: su Jim también le llamaría Bonssy a partir de hoy.


 

Notas finales:

Capítulo inspirado en este vídeo que encontré en la red y que ilustra la especial relación entre Jim, Spock y Bones. Contiene fragmentos de la letra de la canción de Ben Lee, “Apple Candy”, que acompaña las bellas imágenes.

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.




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