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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

“Científico por parte de Carol y de origen divino por parte de Jim.” David Marcus, hermano de Amy con quien comparte tantos secretos... algunos que seguramente ni siquiera nosotros conocemos; el rubio que soplaba su rebelde flequillo cuando quería hacerse el interesante en la Academia, la sombra de Pavel en Rinax, el jamón del sándwich entre su primo Peter y el vikingo de su marido, se nos casa. Bueno, o se nos casó, según se mire.


Subamos de nuevo a la TARDIS y dejemos que el Doctor nos lleve al día de su boda. ¿No tenéis curiosidad por saber cómo ocurrió?

ME VUELVES LOCO


 


                                                                         Las largas columnas sin basa que sostenían el techo del claustro dejaban pasar la mortecina luz del atardecer, jugando con las sombras que se estiraban hasta perderse en la oscuridad del interior de palacio. El precioso líquido brotaba de la fuente en un murmullo cristalino, hipnótico en su monotonía. Jabin no podía retirar sus ojos azules de aquel eterno movimiento que parecía haber detenido el tiempo condensándolo en unas gotas de agua.


          Se encontraba muy a gusto en el patio del recién construido palacio de su hermano mayor, Haron, el primer Maje de la secta Relora del mundo Ocampa. Sería, de ahora en adelante, uno de sus lugares predilectos y la fuente de granito en su centro tenía toda la culpa. ¡Agua! Para Jabin continuaba siendo un milagro. Nacido durante la terrible sequía que azotó su planeta durante más de dos décadas, el líquido elemento había sido siempre sagrado para él, hasta que el poderoso brujo Chekov construyó el Tláloc y la atmósfera de su mundo recuperó la normalidad. Nunca había visto llover hasta aquel maravilloso día de gloria, el día en el que Pavel, el Portador del Agua, activó su satélite por primera vez.


 - ¡Que los dioses te miren siempre con buenos ojos, Pavel Chekov! - Dejó escapar en un susurro, sin apartar la vista de la fuente.


 - Fue hace más de quince años. Yo pude verlo todo desde el espacio, a bordo de un crucero de guerra. - La voz varonil sonaba acercándose a su espalda, como si su hermano hubiera estado escuchando sus pensamientos. Conociéndolo tan bien no le resultó difícil imaginar cuál era el motivo de aquel embelesamiento. - Recuerdo al Brujo obrando su magia desde el puente de la nave Enterprise... todas aquellas nubes cubriendo el cielo de Ocampa. ¡Fue espectacular!


 - El Día de La Primera Lluvia... ¿Sabes que escapé de la vigilancia del ama y corrí a la superficie como un loco para poder tocar aquel milagro? - Haron le miró arqueando las cejas, levemente sorprendido ante tal revelación. - Sí, hermano. ¡Yo sentí llover sobre mi piel! Era un mocoso entonces, aunque estaba a punto de pasar la prueba de madurez pero... ¡Ah! ¡Los azotes que después me dio Nazgul con la vara merecieron la pena!


 - ¿La añoras? - Preguntó viéndolo triste, posando su mano sobre el hombro de Jabin. - Fue como una madre para los dos.


 - La recuerdo con cariño y nostalgia a veces, pero no eso lo que me aflige. - Bajando la mirada susurró lo que no podía decir en voz alta. - Haron... yo... voy a marcharme a vivir a la Tierra. Mi lugar está junto a mi esposo y nuestro hijo.


 - No es hijo tuyo, no es un kazon. - Refunfuñó el Maje frunciendo el ceño. - ¡Ni el humano David Marcus es tu esposo!


 - Lo será pronto. - Respondió levantando la cabeza y clavando en su hermano mayor los ojos fieros y azulados. - ¡Y no vuelvas a decir que Georgie no es hijo mío! ¡Lo es! ¡Es mi hijo! ¿Me oyes? ¡Es mi pequeño Kirk, mío! ¡Y le quiero con toda mi alma! - Gritó apretando los puños con rabia.


        Haron retrocedió un paso ante aquella muestra de furia, la voz de Jabin había alcanzado niveles supersónicos que le hicieron llevarse las manos a los oídos.


 - Ah, no te atrevas a utilizar ese tono conmigo. Sigo siendo el Maje de tu secta, me debes un respeto. - Le exigió sin elevar la voz, con toda la calma y la paciencia propias de un hermano mayor.


 - ¡Respeta tú a mi esposo y a mi hijo entonces! - Le espetó aún a gritos aunque recuperando poco a poco el control de sí mismo. - Ellos son mi familia, Haron, es lo que he elegido para mí.


 - Está bien, de acuerdo. - Aceptó ofreciéndole una mano abierta para estrechar la suya. - ¡En buena hora te envié a la Olympia! Siempre has sido muy especial, Jabin. El Ama Nazgul lo sabía, en su lecho de muerte me pidió que cuidase de ti.


 - ¿Qué quieres decir? - Preguntó con voz chillona y agitando ligeramente la cabeza. - ¿Crees que ella ya sabía que yo... que soy...?


 - Si es tu decisión y ese humano te hace feliz, adelante. - Rezongó no muy seguro de lo que estaba diciendo. - Pero en la Tierra no podré cuidar de ti, hermano. Allí estarás solo. No hay kazons en ese planeta.


 - Por ahora... conmigo y con Georgie ya habrá dos. - Sonrió al mencionar al pequeño, su hijo, y por lo tanto un kazon como él. Tenía pensado enseñarle su cultura y su lengua. - No debes preocuparte, David cuidará de nosotros, es un padrazo y será un buen marido para mí. ¿Sabes que me ha jurado amor eterno ante la tumba de nuestros padres?


 - ¿Cómo dices? - Haron apretó fuerte la mano haciendo que Jabin se soltara con una queja.


 - ¡Ay! ¡Me haces daño! - Gimió lastimero.


        Si aquello era cierto... Si Jabin, su hermanito, inusitadamente sensible para ser un kazon y con esas maneras tan afeminadas que siempre había tenido, había hecho lo que decía que había hecho... él... él se vería obligado a...


 - ¿Has llevado a David Marcus ante la cripta familiar? - Le interrogó sujetándolo por los brazos, sacudiendo el cuerpo de grandullón de su hermano pequeño con violencia. - ¡Di! ¿Lo has hecho?


 - ¡Pues claro que sí! - Respondió en un gritito agudo y chillón. - Es nuestra costumbre... que los ancestros sean testigos del juramento... ¡Amo a David!


 - ¡Y ahora tendrás que tomarlo por esposo! - Protestó dándole un buen empujón.


 - ¡Ay, Haron...! ¡No seas abusón! - Lloriqueó igual que haría un crío. - Lo hecho, hecho está. ¿No?


          Siempre igual, desde que era un niño Jabin sabía cómo salirse con la suya. Había jurado ante los restos de su padre y de su madre amor eterno hacia David Marcus, un humano que, por desgracia, le había correspondido y jurado a su vez. Ya no había vuelta atrás. Haron tenía que admitirlo, su hermanito no era ningún idiota por mucho que ahora le estuviera mirando con los ojos claros completamente abiertos y el labio inferior sobresaliendo muy por encima del superior en un ridículo puchero para un varón de su tamaño.


 - ¿Ordenarás la ceremonia? - Preguntó Jabin con vocecilla aflautada y empalagosa.


 - Soy tu Maje, no me queda más remedio. - Haron se cruzó de brazos mirando hacia otro lado. El arbusto plantado a la entrada de las galerías del palacio estaba cuajado de llamativas florecillas blancas.


 - ¡Vamos, Haron! - Jabin le vio sonreír por un segundo, su hermano estaba ablandándose. - Después de todo no soy el primer kazon en tomar por esposo a otro varón. Jal Valek ya...


 - ¡No oses volver a pronunciar su nombre en esta casa! - Gritó para acabar resoplando con fuerza por la nariz. Las relaciones con su viejo amigo no iban muy bien últimamente. Cuestiones de Estado. - Prepara a David, no quiero sorpresas embarazosas durante el ritual, asistirá toda la corte. ¿Cuándo partiréis hacia la Tierra?


 - Puedes estar tranquilo, hermano. - Dijo poniendo su mejor sonrisa e intentando transmitir confianza y seguridad. - David lo hará bien, le instruiré acerca de cada paso con detalle y no meterá la pata.


 - Me preocupa más que la metas tú. - Girándose partió hacia el interior de palacio apretando los dientes y refunfuñando por lo bajo. Antes de salir se detuvo a oler las flores que tanto le habían llamado la atención. - ¡Prometido a un humano! En fin, no hay caso. Jabin, has omitido decirme para cuándo vuestra marcha...


 - En seis días. - Respondió acercándose hasta rozarle el hombro con tiento. - Haron, sé que hago lo correcto. David Marcus es mi destino.


          El Maje levantó la vista del arbusto para clavar sus ojos marrones en los azules de su hermano menor. La respiración se le había cortado por un momento. Pero sí, aquellos ojos claros que le devolvían la mirada brillantes de emoción, estaban llenos de vida, de amor y de futuro. Arrancó una flor, con cuidado de no romperla, y se la colocó a Jabin en el ojal de la solapa de su uniforme. El gris de la Flota lució entonces con belleza, adornando aquella cara de resuelta felicidad. Al Maje de los Relora se le dibujó una tierna sonrisa en el rostro, alegrándose su corazón por la dicha de su hermano menor.


 - Tu pequeño Georgie habrá de superar las pruebas para convertirse en un adulto al igual que cualquier kazon que se precie de pertenecer a nuestra raza, no admitiré otra cosa, lo contrario sería un deshonor para la familia. - Murmuró procurando que sus palabras no fuesen captadas por oídos ajenos. El personal de servicio en palacio recorría atareado los corredores cercanos.


 - Lo hará, no tengas cuita. - Respondió también en un susurro, consciente de que su hermano había cedido al fin. - Los Kirk están hechos de una pasta especial, ya lo comprobarás.


 


                                                        Aquella misma noche, tras una comida frugal en compañía del Maje y en la que David apenas si probó bocado, Jabin le explicaba por tercera vez, tendido de costado sobre la cama de su alcoba, cómo debía dirigir sus pasos durante la ceremonia que Haron en persona ordenaría.


          Al rubio doctor Marcus le sorprendió descubrir que la tarde anterior, diciéndole a Jabin lo que sentía por él delante la tumba de sus padres, lo que había hecho era comprometerse y que ahora Haron, Maje de la secta Relora, debía oficiar el acto por el cual los dos unirían sus vidas hasta la muerte cumpliendo así con la ley kazon. De golpe y porrazo iba a convertirse en su marido. Así que es normal que apenas hubiera comido algo de pan y fruta durante la cena, sometido a las incesantes miradas de fiero escrutinio por parte de su imprevisto cuñado.


 - Asiente si lo has entendido, David. - Le hablaba como a un niño pequeño, con ese tono tan paternalista que le hacía sonreír. - ¿Quieres que te lo explique otra vez?


 - No, ya lo tengo. - Rió entre dientes saltando de la cama. - Los saludos por orden de jerarquía, tu hermano Haron siempre el primero; luego caminar bien erguido por el pasillo entre los cortesanos, el pie derecho avanza antes que el izquierdo, llegar hasta el altar al fondo del jardín con la cabeza bien erguida y saludar de nuevo a tu hermano que oficiará la ceremonia. - Dijo recreando por el dormitorio la coreografía aprendida, saludando aquí al enorme armario negro de cuatro puertas, allí a la cómoda de la misma madera noble y brillante, situándose finalmente junto a la columna retorcida, también de ébano, que sostenía el dosel sobre el lecho mientras su novio no le quitaba la vista de encima.


 - ¿Quieres que te transcriba las palabras que has de pronunciar? - Le preguntó endulzando el tono de su voz, volviéndola cálida y melosa. - El kazon es difícil para ti.


 - Ya le voy cogiendo el tranquillo, Jabin. - Se dejó caer de nuevo a su lado sobre la ancha cama, tentando un amago de acercamiento a sus labios. - No es, ni de lejos, tan complicado como el vulcano y he conseguido dominar la lengua de Spock con fluidez. - Añadió soplando bajo su flequillo rubio haciéndolo flotar, al tiempo que alardeaba de sus habilidades lingüísticas con una pícara y retorcida sonrisa.


 - El kazon es completamente diferente al vulcano, y es igual de complicado que cualquier otro idioma. - Protestó dando un ligero manotazo al aire e incorporándose hasta quedar sentado, sintiéndose algo herido en su orgullo patrio con todo aquello.


 - No se conjugan los verbos, no hay tiempos compuestos y el plural y el género siempre se forman igual. - David mascullaba las palabras tratando en vano de atrapar los labios de su amante que no dejaba de esquivar su boca. - Créeme Jabin, tu lengua no tiene apenas misterio. - Remató echándose hacia atrás para deshacerse del jersey, de pronto sentía calor con aquel jueguecito que se traía con su pareja.


 - Pues a mí no me costó nada aprender tu idioma, si vamos a hablar de simplezas... - Jabin tomó aliento al ver el torso desnudo del rubio. Una gota de sudor le surcaba el pecho formando un diminuto riachuelo en el que quiso nadar. - ¿Por qué tienes que hacerlo todo tan complicado? Nos amamos, lo hemos jurado, ahora nos casaremos y viviremos siempre juntos tú, yo y nuestro niño...


 - ¡Está bien, está bien! - Cedió rindiéndose a sus argumentos. - Apúntamelo todo si te quedas más tranquilo. - Le dijo señalando la tablet sobre la mesita de noche.


          El kazon lo dejó para más tarde. Lo que ahora deseaba estaba justo delante de sus ojos. Un torso suave y algo húmedo, sudoroso... una delicia para todos los sentidos. Jabin gruñó arrancándose la camisa del cuerpo y lanzándose sobre su amado para sorber, desesperado, hasta la última molécula de aquel aroma tan divino. ¿Cómo iba David a enojarse con él por no haberle advertido de que la visita a la cripta familiar traería consecuencias tan graves? Además, ya se había burlado lo suficiente de su lengua y su cultura. Le quería dentro, enorme y tenso, sediento de él. Cruzando entre los dos una mirada ardiente de deseo, cada uno se deshizo de sus pantalones, arrastrando la ropa interior con ellos y lanzando con descuido las prendas sobre la alfombra.


 - Tú me subiste a una montaña rusa, me montaste a un avión, me enviaste a otro planeta y entraste en mi cerebro... - Le describía David lo que le hacía sentir, aferrándose a sus hirsutos cabellos mientras Jabin le lamía el pecho deteniéndose a mordisquear los excitados pezones. - Supe cuando te conocí que ya nunca sería el mismo... pero me dejé llevar por ti, Jabín, así que si alguien tiene la culpa ése soy yo.


 - ¿Crees que ha de haber un culpable en esto? - Su voz aguda y su mirada cándida hicieron que al rubio le naciera una gran sonrisa.


          Jabin se sostenía sobre las rodillas, las manos apoyadas en la cintura de David. El rubio se dejó hacer y terminó tendido de espaldas sobre la cama con las piernas separadas y en el aire, la cabellera del kazon subía y bajaba entre sus manos, rozando con los labios toda la piel del cuello hasta la ingle. Notando la respiración ansiosa del otro que parecía ir a devorarle, David empujó aquella cabeza ayudando al movimiento con un ritmo cada vez más frenético.


 - Tú haces que se me aflojen todos los tornillos, Jabin, me confundes a la perfección. Siempre encuentras la forma de hacerme un lío y que me comporte como un salvaje... - Gimió de gusto al sentirse dentro de aquella deliciosa boca. - ¡Ah! Me encanta la manera en la que me haces perder la cabeza...


 - Tú en cambio no sueltas la mía... - Se quejó sutil apartándole las manos, encerrándolas en las suyas y haciéndole reír.


 - Me vuelves loco y eso me gusta. - David se incorporó sujeto a las manos de Jabin, dejando los labios a sólo unos milímetros de distancia de los suyos, envolviéndole la cintura con sus largas piernas enroscadas. - Me mostraste la manzana y quiero morderla. - Le besó rotundo hundiendo la lengua en su boca, buscando la suya hasta tenerla entre los dientes y soltarla todo un segundo después. - Me vuelves tan loco que tengo que tenerte... y no quiero salir nunca de esta camisa de fuerza.


 - ¿Camisa de fuerza? - Se extrañó Jabin acariciando con los dedos aquellos fuertes pectorales sin apenas nada de vello. - Oh, comprendo... te vuelvo loco, ¿es eso?


          Con marcado retintín en la pregunta y esa voz aguda y hasta femenina que lograba poner cuando le daba la gana, Jabin tiró de su amante hacia él y se perdió en su cuello unos instantes. Lamiendo, besando y sobre todo oliendo aquel aroma que tanto le subyugaba, el kazon no se dio cuenta de que David había empezado a girarse y que no paró hasta pegarle la espalda al pecho, sentándose sobre sus muslos y estirando los brazos por encima de la cabeza para agarrar la suya con fuerza.


 - En el interior de esta habitación acolchada siento que las paredes se cierran... - El matrimonio era algo definitivo, una prisión de la que no podría escapar y David lo sabía. - Lo único bueno de esto es que estoy encerrado aquí contigo.


 - Mi amor... - Murmuró con un jadeo, notando la presión y el calor que el otro ejercía sobre su miembro con las nalgas. - Pero... ¿tú quieres, verdad? Quieres ser mi marido... ¿sí?


          El rubio giró el cuello y buscó los labios de Jabin, asomando la traviesa lengua los lamió trazando el perfil. Luego hundió la mano en sus tiesos cabellos y tiró de ellos hacia sí, obligando al kazon a seguirlo en su descenso, quedando a cuatro patas sobre la cama con Jabin totalmente pegado a su espalda.


 - Siempre te estoy observando, preguntándome lo que vas a hacer a continuación... - Susurró lascivo, ofreciendo su entrada al miembro turgente y atezado de su amante. - Pero mi parte favorita de todo esto es que siempre tengo que adivinarlo.


 - ¿Y adivinas ahora lo que voy a hacerte, esposo mío? - Jabin empleó una voz grave y varonil en esta ocasión, la voz de un kazon que se dispone a montar a su amante y llevarlo al galope más allá de las estrellas.


 - Haces que se me aflojen todas las tuercas... - Gimió de nuevo al sentirle entrar. - ¡Ah! ¡Me vuelves loco, Jabin, me vuelves loco...!


 


                                                                 Más tarde, en la madrugada, el pequeño George reclamó su atención con un llanto repentino, causado sin duda por la desorientación al despertar y verse en aquella cuna extraña. La puerta de la alcoba del bebé permanecía entornada y una tenue luz malva iluminaba la escena. David consolaba a su hijo meciéndolo entre sus brazos con delicadeza, musitando a su oído las palabras con una voz grave y aterciopelada.


 - Ya sé, ya sé... echas de menos el espacio pero tienes que acostumbrarte a la gravedad natural, hijo mío. Pronto iremos a vivir a la Tierra, el planeta de nuestra especie. - Sabiéndose vigilado con atención por su pareja se apresuró a añadir algo más. - Aunque eres también un kazon, George, no debemos olvidar eso. Ocampa es tu mundo, debería gustarte. ¿No te parecen encantadoras estas... estas figuritas tan monas del móvil encima de tu cunita?


 - Son nuestros dioses... - La voz de Jabin les llegaba desde el dormitorio con cierto tonillo de protesta. - El mismo Tláloc está ahí representado.


 - Oh, sí... - Rió David entre dientes. - Es esa cosa azul de ojos saltones con la serpiente en una mano, hijo mío. ¿No te gusta?


 - ¡Tráelo de una vez a dormir con nosotros! - Renegó algo más fuerte a su novio pero con cuidado de no soliviantar al pequeño. - De todos modos es lo que acabarás haciendo...


          Se metió con cuidado entre las sábanas dejando primero al bebé que acabó haciéndose un ovillo contra el pecho de Jabin. David se echó a reír, su futuro esposo atendía las necesidades de George igual que haría cualquier madre.


 - ¿Sabes, mi amor? - Le dijo observando con ternura cómo George se quedaba dormido bajo el fuerte brazo de su pareja, entretenido en acariciar un mechón de sus hirsutos cabellos sin que el grandullón de Jabin se inmutara siquiera. - Tus dioses dan algo de miedo con ese aspecto tan fiero que tienen, es verdad, pero son tan sabios como los míos.


 - ¿Por qué dices eso? - Susurró la pregunta levantando con su aliento la rubia pelusilla que cubría la cabecita de George. - No voy a quitar el móvil de la cuna, y pienso llevármelo a la Tierra. Educaremos al niño en las dos culturas.


 - Sólo lo decía porque tu Tláloc, tu Quetzalcóatl y tu Huehuetéotl... - Respiró poniendo los ojos en blanco, por una vez había pronunciado bien los nombres. - Tus dioses han hecho posible que este niño tenga a la mejor mami de todo el universo.


 - Agradéceselo a Tezcatlipoca, entonces. - Jabin encogió los hombros haciendo que el pequeño sufriese una leve sacudida. - Es el dios que tutela y ampara a los hombres, origen de la felicidad. ¡Y no soy ninguna mami, no me llames así delante del niño!


 - ¿Cómo quieres que te llame entonces? ¡Me pido “papá”! - Se apresuró a decir.


 - Amán es como se dice en lengua Kazon. - Argumentó Jabin con una sonrisa de autosuficiencia.


 - Amán serás entonces...


 - ¡Mámma! - George los dejó mudos a ambos con su primera palabra, al parecer era una queja porque sus papis no le dejaban dormir.


          Habían pasado más de tres minutos y los dos seguían en silencio esperando oír algo más, para ser un Kirk el pequeño George no mostraba demasiada elocuencia. Lo cierto era que había vuelto a quedarse frito entre sus padres, ignorando la conversación que había interrumpido.


 - David... - Susurró Jabin al final algo histérico. - ¿Ha dicho amán? Sonaba parecido... ¿verdad?


 - Creo que ha dicho mamá pero... podría ser amán, apenas hay diferencia.


          El rubio se carcajeó por dentro ahogando la risa en la almohada, divertido ante la expresión de fastidio en la cara de Jabin. Un kazon orgulloso de serlo y con semejante tendencia al melodrama no podría soportar que su hijo, su más preciado tesoro, levantara un día los brazos corriendo hacia él y llamándole mamá delante de todo el mundo. Algo en sus tripas le decía que aquella situación llegaría a darse tarde o temprano.


 


                                                                   La premonición de David tuvo lugar tan sólo unos días más tarde. Lucía un sol primaveral y los jardines del palacio, adornados por doquier con flores blancas para la boda, estaban llenos de vida gracias al trabajo del doctor Marcus; la adecuación del “proyecto génesis” de su madre había dado sus frutos. Científico por parte de Carol y de origen divino por parte de Jim, al igual que el afamado almirante Kirk, David tenía cierta capacidad de ver el futuro, cosa que pudo comprobar esa misma mañana. Precisamente cuando Haron, su insólito cuñado y oficiante del enlace, estaba a punto de ordenarlos, a él y a Jabin, unidos en sagrado matrimonio tal y como era la costumbre kazon.


          El momento cumbre de toda la estirada ceremonia y George lo eligió para deshacerse del ama de cría que lo vigilaba y echar a correr hacia el altar, vistiendo solamente unos pantaloncitos vaqueros al estilo del siglo veinte que le quedaban algo grandes, por cierto. La mujer kazon se quedó perpleja ante la inesperada huida sosteniendo un diminuto jersey blanco, vacío, entre las manos.


 - ¡Mami! - Le llamó a gritos. Y Jabin, algo avergonzado ante todos los invitados, abrió los brazos y se agachó para recibirle con todo su amor expresado en una gran sonrisa. - Mamá... - Remató poniendo ambas manos sobre las mejillas del grandullón y dándole un sonoro beso en los labios mientras éste le aupaba.


 - No sé cómo se ha soltado, lo lamento. - Se excusaba el ama acercándose a toda prisa para tomar al pequeño y permitir que la ceremonia llegase a su fin.


 - Ha dicho “ami”, de amán. - Aclaró el kazon a todos los presentes con evidente nerviosismo, girándose y alzando su voz aflautada para que se le oyera desde el fondo. - ¡Ha dicho ami, me llama así! ¡Es el diminutivo de amán!


 - Ya te han entendido, Jabin. - Le detuvo David entre risas, tomándolo del brazo para que volviera a posicionarse de frente ante el altar.


          Haron reprimió una carcajada, la cara de su hermano pequeño era todo un poema, sonrojado hasta las cejas y con la mirada perdida en sus propios zapatos. Carraspeó antes de pronunciar las palabras rituales con toda la seriedad y formalidad que pudo sacar de su interior.


 - Jabin, David Marcus es tu destino. Le has jurado delante de tus antepasados amor eterno y él te ha correspondido, pues tú, Jabin, eres su destino. Uno sois desde hoy y hasta que la muerte os separe. Uno solo ante los hombres y con la bendición de los dioses. Yo Haron, Maje de los Relora, así os ordeno como esposos. - Con una imposición de manos sobre sus cabezas esperó a que los dos, que ya eran uno, sellaran el matrimonio con un beso.


          Fue casto, sobrio, sin florituras; aunque largo y profundo. Resultó cálido y familiar. Pero ante todo fue dulce, el beso más dulce que Jabin le había dado jamás y David, plenamente feliz como nunca antes se había sentido, lo achacó a que aquel era el primer beso que le daba su marido.


 

Notas finales:

Parte de lo que David le dice a Jabin cuando ambos caen presa del deseo, así como el título de este capítulo, coinciden con la letra de la canción de Brett Eldredge “Lose my mind”.


 


Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.


 


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