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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Veamos un fin de semana corriente en las vidas de nuestros personajes, o tal vez no tanto si consideramos todo lo que sucede en esos dos días.

Sulu toma el té con su ex-cuñada Ellen y sus antiguos suegros, los señores Marchant, padres de Selene, mientras la escuchan pelear con Demora en el dormitorio por un oso de peluche.

Bones charla con Carol Marcus delante de un rosal cuajado de pequeños capullos blancos al tiempo que Jim fuma un cigarrillo en compañía de St. John Talbot, el novio de la madre de su hijo.

Pavel y Khan, a solas, encerrados en el sótano de su casa donde el genio tiene instalado su laboratorio, comparten unos momentos de escabrosa intimidad casi en el mismo instante en que su hijo, Anton, se enfrenta a una prueba que demostrará que el niño posee una verdadera esencia vulcana.

Hola papá” es el título de este capítulo, me pareció simpático el gif y me hizo pensar en Demora. Ya he mencionado alguna vez que la chica vivió una temporada en casa de su padre, mientras cursaba estudios en la Academia. Y todo empezó ese fin de semana.

 


HI OTÔSAN


 


París, Francia. Piso de Selene Marchant, donde una adolescente Demora Sulu está a punto de dar el primer paso hacia su brillante futuro como capitana de una nave estelar.


 


 - Dos semanas. Eso son catorce días, trescientas treinta y seis horas. Y empiezan... ¡ya!


          Demora había comenzado una importante cuenta atrás. En ese breve tiempo cumpliría quince años, su sueño estaba a punto de hacerse realidad: iniciaría sus estudios en la Academia de Cadetes de la Flota Estelar, en San Francisco, la muchacha estaba ansiosa. Ojalá pudiese hacer que el tiempo pasara más deprisa.


 - ¡Mamá, no me llevaré mis peluches, ya no soy una niña! - Discutía con Selene en el dormitorio de su apartamento parisino, la pintora se había empeñado en prepararle el equipaje.


 - Si dejas aquí ton petit ours *(tu osito) no podgrás dogmig, ma chérie. *(querida) - Le advirtió su madre. - Te cgrees mayog pego en el fondo...


 - Mamá, ça suffit! *(es suficiente) – Protestó sacando a Teddy de la maleta y arrojándolo al armario. - ¡Un cadete de la Flota no juega con ositos de peluche!


          Selene abrió la boca para decir algo pero, pensándolo mejor, la cerró de inmediato. Sabía que Sulu estaría oyéndolo todo desde el salón mientras compartía una taza de té con sus padres, monsieur y madamme Marchant, y su hermana pequeña Ellen. Su ex-marido, como le gustaba llamarlo aunque el matrimonio hubiera sido anulado, se encontraba en París para llevarse a su hija con él a San Francisco. Su pequeña palomita pronto levantaría el vuelo, la morena tuvo que reprimir unas lágrimas que empañaban ya sus ojos ligeramente verdes.


 - Yo... ¡Mamá, voy a echarte mucho de menos! - La chica bajó la cabeza e hizo una pequeña reverencia mostrando respeto hacia su madre. - Siento haberte gritado.


 - No pasa nada, Demoga. Yo también me disculpo. Es que... - Abrazando a su hija rompió a llorar. - Ah, ma petitte, mais comme tu vas me manquer, dis donc! *(mi pequeña, cómo te voy a extrañar)


 - ¡Oh, no será para tanto! Te llamaré todos los días, seguiremos contándonoslo todo, mamá, ya lo verás... - Parloteó nerviosa, las lágrimas también corrían por sus mejillas. - Todos los días, lo prometo. Y puedes venir a casa de otôsan *(papá) a hacerme una visita cuando quieras...


 - ¿Qué? ¿A casa de tu padgre? - Selene se echó hacia atrás para mirarla con los ojos abiertos de par en par. - No con Pavel allí... Pas du tout! *(en absoluto)


 - Mamá... - Demora se secó los ojos con la manga de su jersey de rayas rojas y negras, un regalo de su mamie *(abuelita) que combinaba muy bien con sus cabellos recién teñidos de color cereza. La chica estaba en la edad de experimentar con su imagen y había decidido imitar a su tía Ellen. - Pavel es un tío genial... bueno, de hecho es un genio. ¿Es que aún le guardas rencor?


 - Él ganó. C'est tout! *(es todo) – Selene sacudió la cabeza con algo de rabia, no soportaba que su hija y el ruso se llevasen bien. - Y tú piensas que es genial pogque es divegtido, egues una adolesssente y sus cosas te hassen greír pego eso es seulement *(solamente) pogque está chiflado.


 - Mamá... - Demora suspiró, nada haría cambiar de idea a su madre con respecto a Pavel. Volviéndose hacia el armario se agachó para recoger su osito de peluche. - ¿Sabes? Me lo he pensado mejor, voy a llevarme a Teddy. Siempre ha hecho buenas migas con Kermit.


 - ¿Sigue teniendo esa granita de tgrapo con la que habla solo? - Selene se echó a reír. - Complètement fou! *(completamente loco) – Comentó refiriéndose a Pavel, llevándose el dedo índice a la sien para girarlo de lado a lado en un gesto inconfundible. - Y Anton, tu... “petit frère” *(hermanito) no se queda atgrás... ya podía paguessegse más a Amy. - Selene tampoco le tenía demasiado aprecio al niño, lo consideraba prácticamente un clon de su padre.


 - Oui, deux fous! *(sí, dos locos) - Asintió entre risas, lo cierto es que estaba deseando volver a verles y darles un abrazo.


 - Sé que tu padgre y Khan cuidagán de ti, ma chérie. Estudia mucho y segás la mejog piloto de tu pgromossión. Has nassido paga eso aunque me pese... pego llámame a diaguio y no te juntes demasiado con Pavel... Tu as compris? *(entendido)


          Tuvo que hacerlo a pesar de que le parecía ridículo, prometió que no pasaría demasiado tiempo a solas con el ruso, que se concentraría en sus estudios y que obedecería a su padre y a Khan en todo. Por alguna extraña razón, su madre sentía una profunda admiración hacia el sobrehumano. La muchacha prometió que la llamaría cada día y que seguiría contándole todos sus secretos, sobre todo aquellos que tuviesen que ver con los nuevos chicos que conocería en la Academia. Demora tuvo que hacer miles de promesas antes de que su madre consintiera en dejarla a solas en el impresionante desorden de su habitación. Al día siguiente emprendería viaje con su padre. Mientras terminaba de hacer las maletas, Demora Sulu, como era su costumbre, inició una nueva cuenta atrás.


 - Doce horas para ir a San Francisco... y descontando...


 


*********


 


Mansión de Sarek en Nuevo Vulcano. Carol Marcus y su pareja, el embajador St. John Talbot, se preparan para recibir la visita de sus viejos amigos de la Tierra. Les espera una agradable sorpresa: su querido nieto Anton les acompaña.


 


                                                                         El sol de la mañana calentaba el enorme atrio enmarcado entre las imponentes columnas de mármol blanco, la brisa hacía flotar las níveas y transparentes cortinas de gasa que lo rodeaban, una brillante luminosidad inundaba el espacio donde todo estaba listo ya para el desayuno. La casa Sch'n T'gai, ahora dirigida con mano firme por la doctora Marcus, bullía de actividad. Las sirvientas vulcanas, vestidas con sus impecables túnicas en tonos marfil, se apresuraban por terminar de adornar la mesa con fuentes rebosantes de frutas exóticas de los más vivos colores.


 - Querida... ¿has visto mis cigarrillos? - St. John salía por la gran cristalera de la biblioteca, arrastrando los pies al subir la escalinata hacia el exterior. - Iba a fumarme uno con el café.


 - Spock no soporta el olor a tabaco, no olvides que ésta es su casa. - La rubia doctora se mostró inflexible, ella misma los había ocultado.


 - Oh, venga ya... - El diplomático intentó conmoverla poniendo sus famosos ojos de cordero degollado. - ¿Ni siquiera en el patio? Es al aire libre, por favor...


 - Si tú fumas, Jim querrá uno. - Carol acababa de ponerse en jarras. No iba a dejar que aquellos ojos grises la hiciesen cambiar de idea. - Y ya sabes cómo se pone McCoy cuando Jim quiere saltarse sus normas.


 - Lo haré a solas, me ocultaré de los tres... - Dijo con voz lastimera viendo que iba a quedarse sin sus cigarrillos durante el tiempo que durase aquella visita.


 - Son nuestros invitados. ¿Vas a jugar al escondite con ellos? - Carol cruzó los brazos sobre el pecho y se giró cuarenta y cinco grados.


 - A ver en qué quedamos. - St. John la sujetó por la cintura, notó cómo las sirvientas apartaban la vista disimuladamente. - Spock... ¿es nuestro invitado o el dueño de esta casa?


 - Calla... ¡Ya están aquí! - Carol se giró de nuevo al oír los pasos. Abriendo los brazos se agachó un poco para recibir al torbellino de pelo rizado y ojos aguamarina que corría descalzo hacia ella. - ¡Anton, mi pequeño Chekov!


 - Babushka! *(abuela) – Gritó el niño con una gran sonrisa. - ¡Ah, babushka... qué bien hueles!


 - Hola Carol, St. John... - Jim los saludó con una sonrisa y siguió andando hasta sentarse a la mesa. - Vengo muerto de hambre. Con permiso... - Dijo metiéndose un buen trozo de pan tostado en la boca.


 - Adelante, servíos... estáis en vuestra casa. - Bromeó el diplomático estrechando ahora las manos de Bones y Spock.


 


                        Hacía ya un año que Spock había celebrado la ceremonia de Vimeilaya *(iniciación) de Anton, el vulcano tenía pensado aprovechar aquella breve visita a sus viejos amigos para llevar a su nieto al Nuevo Monte Seleya y dejar que se enfrentara, sin decirle una palabra, al fragmento sagrado de la piedra de Gol. El niño puede que no tuviese las orejas ni las cejas puntiagudas, puede que la sangre que corría por su cuerpo fuera del color del rojo rubí, y el hecho de que su corazón latiese en el lado izquierdo de su pecho, en lugar de en su costado derecho, le hacía ser catalogado como humano a todos los efectos, sin embargo Spock sabía bien que en su mente habitaba una poderosa katra *(alma) vulcana. Había llegado el momento de ponerla a prueba.


          Durante el desayuno, los cuatro humanos se pusieron al día acerca de sus no tan corrientes vidas, mientras Anton probaba todas y cada una de las variadas frutas de llamativos colores bajo la atenta mirada de su abuelo Spock. Resultó que Jim también tenía un motivo secreto para haber insistido en viajar aquel fin de semana a Nuevo Vulcano.


 - St. John... - Pronunció el nombre con seriedad, dejando la taza de mocha *(café vulcano) vacía a un lado sobre la mesa, clavando su penetrante mirada azul en los ojos grises del diplomático. - Me gustaría hablar contigo a solas un momento.


 - Bien, vayamos a la biblioteca. - El hombre mesó sus canas hacia atrás y se despidió con una leve inclinación de su cabeza ante los presentes. - Si nos disculpáis, querida...


 - Cariño, puede que encuentres una agradable sorpresa en el segundo cajón del escritorio. - Carol le guiñó uno de sus vivarachos ojos azules, se había compadecido de su pareja revelándole así el escondite de los codiciados cigarrillos. - Y no olvides abrir la ventana.


          El diplomático sonrió de oreja a oreja, si Jim, y todo indicaba que así sería, le sorprendía con uno de sus descabellados y peligrosos planes para acabar con el Tal'Shiar... al menos podría hacerlo mientras ambos disfrutaban del placer de fumar.


 - Anton, tú y yo daremos un paseo. - Spock se levantó de la mesa con rostro circunspecto. - Me gustaría mostrarte algo, sa-kan. *(chico)


 - Ah, sa'mekh'al. *(sí, abuelo) - El niño sintió que aquella sobriedad repentina debía ser algo importante, algo relacionado con su herencia de sangre verde. Limpiándose las manos y la boca con una servilleta cuyo blanco quedó irrecuperable, se puso en pie y siguió a su abuelo hacia el sendero que rodeaba el atrio sin hacer preguntas.


 - ¡Vaya! ¡Qué misteriosos! - Se quejó Bones con su tono más cínico. - Seguro que van a subir a ese condenado monte.


 - Sí, y Jim intentará meter en algún lío al bueno de mi novio. - Añadió Carol más preocupada por lo que pudiera estar pasando en la biblioteca.


 - Bueno, preciosa... ¿qué te apetece que hagamos tú y yo? - McCoy se había puesto de pie y le tendía una mano junto con una gran sonrisa. - Nos hemos quedado solos.


 - Sentémonos en la salita junto al jardín, Sulu me dio unas semillas de rosas que aguantan muy bien este calor. - Carol devolvía la sonrisa dejándose acompañar por el alto médico que, pese a los años, no había perdido ni pizca de atractivo. - Podemos cotillear... Bones. ¿Cómo van las cosas en la Tierra? ¿Alguna nueva metedura de pata de Pavel que Khan y Sulu acabarán por lamentar? ¿Ha vuelto a verse con Kevin Riley?


 - No, el irlandés está trabajando en Har'Os, con la emperatriz T'rak y nuestro genio chiflado creo que ya no les pone los cuernos a esos dos... - Rió el doctor. - ¡Oh! ¡Pero sí hay noticias! Sulu ha viajado a París para recoger a Demora. La chica vivirá en casa con ellos mientras estudia en la Academia.


 - ¡Mira qué bien! Primero David y Amy, luego Cayden y Bean, y ahora Demora... ¡Otro soldadito para la Flota! - Masculló entre dientes con una sonrisa estirada y tensa. - Espero que nuestros nietos no sigan ese camino.


 - ¿Estás de broma? - McCoy soltó una breve carcajada que vino a morir en los fríos ojos de su acompañante. - Bueno... Anton está desesperado por hacerse mayor e ingresar y... - Su voz acabó convertida en un susurro. - Ve haciéndote a la idea, Carol. George seguro que también acaba estudiando en la Academia.


          La rubia siguió agitando la cabeza y murmurando cosas incomprensibles por el camino, pensar en sus nietos convertidos en soldaditos la ponía furiosa. Luego los dos se sentaron frente a la ventana en la pequeña sala de estar junto al jardín. Lo cierto era que aquella variedad de rosas que Sulu le había regalado sí soportaba las extremas temperaturas de Nuevo Vulcano, los arbustos estaban cuajados de capullos blancos a punto de abrirse y desplegar su delicioso aroma por doquier. Bones no tardó en hacerla reír con sus cínicas bromas y Carol olvidó por un rato todas las preocupaciones que la hacían parecer una mujer fría e inaccesible, pues no en vano el médico era uno de sus mejores amigos.


 


*********


 


San Francisco, casa de Sulu. En ausencia del cuidadoso jardinero, sus flores juegan con fuego sin temor a quemarse. La vida secreta de su rosa y su violeta sale a la luz, aunque esté repleta de oscuridad.


 


 - ¿Acaso te he dado permiso para hablar? - Su voz grave y varonil retumbaba en las paredes desnudas con un exquisito acento británico. - Responde.


 - No señor. - Pavel obedeció sabiendo que nada ni nadie le libraría de unos buenos azotes. - Pero aún así... rasca.


          El moreno observó aquella pícara sonrisa y deseó comérsela como entrante. El gris de los muros del laboratorio se volvió rojo en su mente, todo estaba ardiendo en el sótano: Pavel, las cuerdas que le sostenían colgado del techo... hasta el cinturón le quemó entre las manos. Echando el brazo atrás le propinó un buen golpe en los muslos.


 - Esto te enseñará a no ser tan insolente.


 - No era insolenssia, señor... sino un simple comentario sobre tu barba de tres días. ¿No piensas afeitarte?


 - Más tarde. - Tragó saliva. Una señal sonrosada apareció de pronto en la pierna derecha de Pavel. - ¿Quieres concentrarte en lo que estamos?


 - Izviní... - Pidió disculpas en ruso, la media sonrisa seguía iluminando su rostro como un reclamo para la caza, la mosca en el anzuelo, y Khan se aproximaba lentamente para morderlo. - Niet... rasca...


          Ante la nueva protesta el latigazo fue más fuerte, estallando en un chasquido que Pavel no tuvo más remedio que acompañar de un grito. La marca que dejó era mayor que la anterior y mucho más roja. Situándose a su espalda, donde el otro no podía ver su innegable gesto de lujuria, Khan le agarró del pelo tirando de los rizos con violencia.


 - ¿Vas a portarte bien? - Como respuesta se escuchó un débil gemido procedente de la cerrada boquita de fresa. - ¡Trae acá!


          Le retorcía el cuello hacia atrás, lo cual, en semejante posición, resultaba doloroso. Los pies descalzos apenas rozaban el suelo y las cuerdas estaban tan tensas que le quemaban las muñecas por mucho que Pavel intentase sujetarse a ellas cerrando los puños a su alrededor. Tenía los nudillos blancos por la presión, las piernas le temblaron al notar la carne dura y húmeda de Khan clavándose en su espalda, su miembro se frotaba contra el tatuaje del trisquel por encima de la rabadilla mientras le metía la lengua hasta la garganta. Seguía haciéndolo, bailando dentro de su boca, acaparando todo el espacio sin darle tregua para respirar. Pavel se puso tan rojo como una fruta madura pero sólo cuando estaba a punto de desmallarse por la falta de aliento, Khan le liberó.


 - Veamos cuánto puedes resistir... - Murmuró con voz áspera alejándose unos pasos.


 - ¿Qué hasses? - Preguntó al oír unos ruidos allí detrás. Khan debía estar buscando algo en la caja de herramientas.


 - He dicho silencio. - Gruño como única respuesta.


          La agitada respiración de Pavel se escuchaba por encima de la paz vespertina que reinaba en el residencial. La casa estaba vacía. Sulu había viajado a París para recoger a Demora y Anton pasaría el fin de semana en Nuevo Vulcano con sus abuelos, ninguno de ellos regresaría hasta el domingo. No corrían el riesgo de ser interrumpidos. De ahí que Khan cediera aquella tarde, y no otra, a satisfacer las necesidades más secretas y oscuras de su marido.


 - Quiero que me ates, que me golpees... que me fuersses a hasser cosas...


 - ¿Qué cosas?


 - Todo.


 - Llámame señor. Si quieres que me detenga sólo di “nueve”.


          No le fue difícil acceder a aquella extraña petición. Pavel tenía un pasado, Khan también. Al ruso le gustaba sentirse preso, esclavo del sexo, dominado. A Khan le gustaba mandar, ser obedecido, ejercer todo su poder. ¿No era perfecto? Y sin Sulu allí ambos tenían libertad, lo más profundo y lo más sucio podía salir a la superficie sin que el jardinero fiel se enterase siquiera.


 - ¿Qué me pones ahí? - Susurró inocente, encogiendo el abdomen para mirar hacia abajo, a su entrepierna, donde el otro ejercía una rápida manipulación.


 - Así durarás más. - Respondió observando satisfecho su trabajo.


          Después de estimularle el sexo con la mano, se lo apretó en la base con una brida de las que se usan para sujetar cables. Los testículos quedaron hinchados y algo sonrosados, el miembro duro y enhiesto, con la punta rozándole el vientre. Khan se agachó allí delante y acercó los labios con auténtica parsimonia, esperando un momento y comprobando que a Pavel se le habían quitado las ganas de protestar por su incipiente barba. Le tenía impaciente, jadeando con anticipación. Deseaba... no, “precisaba” su lengua allí de inmediato. Pero no tenía permiso para hablar así que no lo hizo. Khan sonrió orgulloso, su alumno había aprendido la lección, y decidió recompensarle por ello.


          Unos gemidos de placer le llegaban desde más arriba como alas de mariposa rompiendo el aire. Khan se arrodilló y sostuvo las caderas de su esposo. Abriendo la boca succionó la punta para después introducirse toda la longitud entre los labios, lentamente, permitiendo que el otro se abandonara allí dentro. Cuando le notó a punto de derramarse se apartó, dejándolo frío y solo. Khan se había levantado y de nuevo buscaba algo en la caja de herramientas a su espalda.


 - ¿Se supone que así tardaré más en correrme?


 - Veo que no entiendes lo que significa silencio.


         Fue a pedir disculpas pero los cables y las pinzas para batería le distrajeron. ¿Qué iba a hacer con eso? Sintió dolor en el pecho, el pezón allí atrapado entre los dientes de acero... y luego el otro. Khan rió al ver su gesto cuando tiró del cable que las unía.


 - Tranquilo, no te voy a electrocutar. ¿Qué tal algo de peso?


 - Podré soportarlo.


 - Recuerda... si no aguantas di “nueve”.


          Esperaba que colgase el martillo de las pinzas de batería pero no. Su marido se entretuvo en enrollarlo a una pequeña soga que le ató directamente a las pelotas. Ahora su miembro parecía luchar por mantener la cabeza erguida, la presión era exquisita.


 - Esto sí hará que tardes un poco más en irte... Ya sabes lo que me fastidia que no dures tanto como yo. Y hoy no tengo a Sulu, deberás satisfacerme tú solito.


 - ¡Señor, sí, señor!


          Khan se dispuso a tomarlo desde atrás, hundiéndose con brío entre las nalgas, sujetando las caderas con firmeza mientras se abría paso. Los gemidos sucedieron a los gritos y Pavel disfrutó del ímpetu y la furia de su esposo durante horas. Al final la brida y el martillo cumplieron su misión y el ruso tardó bastante en chillar a pleno pulmón su conocido “ya... yaaaa... konchil!” *(terminé)


 


*********


 


Cima del Monte Seleya, Nuevo Vulcano. Anton se siente sobrecogido delante del santuario excavado en la roca de la montaña, el paisaje árido y de proporciones gigantescas le abruma, pero es un niño muy listo y sabe que cuando crees no tener nada que ofrecer es el momento de entregarse uno mismo.


 


 - Anton, hijo de Amanda, hija de Spock, hijo de Sarek, hijo de Skon, hijo de Solkar... Eres el más joven de la casta Sch'n T'gai, descendientes del gran maestro Surak. - La mujer vulcana, vestida con una larga túnica gris que le llegaba hasta los pies, pronunciaba las palabras con solemnidad. Con las palmas de las manos alzadas hacia el cielo acompañaba el elevado e impostado tono de su voz. - Estás ante el sagrado fragmento de la piedra de Gol, único vestigio de nuestra mermada cultura tras la desaparición de Ah'rak, el planeta de tu raza, origen de tu estirpe...


          Spock no apartaba la vista de su nieto, observando cada una de sus reacciones. Durante el lento y largo ascenso al templo parecía nervioso, como si intuyera que algo especial iba a suceder. Herencia de Jim, sin duda. Pero el niño procuró mostrarse calmado, controlando sus emociones como le había enseñado a hacer; incluso llegó a cruzar las manitas a su espalda cuando alcanzaron la cima de la montaña y llegaron ante la sacerdotisa, comportándose como un auténtico vulcano. Esos pequeños detalles henchían de orgullo el pecho de Spock. Sin embargo no podía olvidar ni por un segundo que se trataba del hijo de Pavel, su lado Chekov podría hacerle saltar como un gato y correr como un gamo si algo hería su preciosa sensibilidad. De momento todo parecía ir bien.


 - Anton, te presento a Shin'Ichi, sacerdotisa del Santuario del Monte Seleya, guardiana de la sabiduría de nuestra raza. - Spock saludó con su mano abierta en uve a la mujer, deseándole en su lengua una larga y próspera vida. - Dif-tor heh smusma.


 - ¿Qué es esa piedra, sa'mekh'al? Siento que me llama... oigo voces... - El niño fue acercándose a la roca notando su poderosa atracción, algo allí dentro le estaba llamando por su nombre completo.


 - ¿Qué te dicen esas voces, ax'nav? *(niño) - Le preguntó Shin'Ichi.


 - Anton Sarek Singh-Chekov... una y otra vez. ¿Puedo tocarla? - Estaba ansioso por hacerlo, suplicaba con su mirada más tierna a su abuelo y a aquella extraña mujer.


          Spock consultó con la sacerdotisa y ambos estuvieron de acuerdo. Si bien Shin'Ichi no estaba muy convencida, el pequeño era el nieto de Spock, su antiguo amo, no podía prohibirle el acceso al templo. La mujer había trabajado para la casa de su familia, antes de que la doctora Marcus y su pareja, el embajador St. John Talbot, la introdujeran en el mundo del espionaje y acabara convirtiéndose en sacerdotisa del Santuario y Jefa del Servicio de Inteligencia Vulcaniana.


          Anton avanzó un sólo paso, algo le hizo detenerse un momento cuando estaba a punto de rozar con sus largos dedos aquella roca misteriosa. Girándose muy despacio buscó los ojos de Spock y tragó saliva antes de hablar.


 - Ishtaya kulah. Vestal ma etak J'Kah. *(letanía vulcana que se recita ante la piedra sagrada cuando se ha de realizar una ofrenda) – Musitó las palabras sin apartar la vista de su abuelo.


 - ¿Y qué vas a ofrecer a la piedra, Anton? - Shin'Ichi le estaba haciendo una mera cuestión formal pero su ceja derecha levantada y su cabeza ligeramente ladeada mostraron verdadera curiosidad, el niño parecía tan humano. - Está bien que le hayas enseñado la fórmula correcta, Spock. ¿Cuál será su ofrenda?


 - Yo no le he enseñado nada, sacerdotisa. - Spock corrigió a la vulcana con serenidad y aplomo. - Mi nieto debe estar repitiendo lo que escucha decir a nuestros ancestros.


 - Sus katras... *(almas) ¿Están ahí dentro? - Anton se giró para volver a mirar la roca. - El abuelo Sarek... ¡Puedo oír su voz!


 - Debes realizar una ofrenda, sa-kan. *(chico) – Insistió Shin'Ichi. - Es la tradición.


          El pequeño se llevó las manos a los bolsillos sin encontrar nada más que unas semillas de alguna planta extraña que había recogido por el camino. Había pensado regalárselas a Sulu a ver qué brotaba en su jardín si las plantaba.


 - No tengo nada, yo... - Mirando con sus grandes ojos aguamarina a su abuelo hizo un puchero con su boquita de fresa. Él le devolvía la mirada con una leve sonrisa en los finos labios. - ¡Ya sé! - Dijo de pronto.


          Ni Spock ni Shin'Ichi tuvieron tiempo para reaccionar cuando Anton corrió hacia el altar y se lanzó sobre la piedra como un loco. El chiquillo vio la arista afilada y, sin dudarlo ni un instante, pasó rápidamente su mano provocándose un corte superficial que sangró profusamente.


 - ¡Mi sangre! Sé que es roja y no verde, pero es lo más valioso que tengo. Yo te ofrezco mi sangre, piedra de Gol. - Afirmó rotundo dejándose caer en el trance que su contacto le brindó.


 - ¡Anton! - Spock fue a apartarlo de allí pero la mano firme de la sacerdotisa le detuvo. - Pero... se ha hecho daño... Sólo tiene ocho años.


 - No. - Shin'Ichi le prohibió que se acercara al niño. - Ahora nadie debe tocarle, está en comunión con los ancestros. Observa...


          Y así era. Anton repitió las palabras de la ceremonia de ofrenda una vez más: “Ishtaya kulah... Vestal ma etak J'Kah...” dejando caer unas gotas de su preciada sangre que brillaron como rubíes líquidos sobre la negra piedra de Gol. Su bisabuelo Sarek tenía muchas cosas que contarle, visiones que mostrarle, enseñanzas que inculcarle... al menos pasarían unas horas antes de darse cuenta siquiera de que su mano había dejado milagrosamente de sangrar.


 


*********


 


Casa de Sulu, San Francisco. A su regreso de París, feliz por haber traído consigo a su hija y tener así la oportunidad de ejercer verdaderamente como padre en esta nueva etapa de la vida de la joven, Hikaru Sulu descubre que sus flores tienen una vida secreta que, puede que no sea de su agrado.


 


                                                                       Cuando llegó a casa con Demora, casi al mismo tiempo que Anton y sus abuelos regresaban de Nuevo Vulcano, a Sulu no le hizo ninguna gracia ver las marcas que la soga había dejado en las muñecas de Pavel, por mucho que Jim hiciese bromas picantes que Spock no parecía comprender y que convirtieron las mejillas de McCoy en dos tomates maduros a punto de reventar.


          Más tarde, a solas en la alcoba, descubrió que los muslos también estaban llenos de señales y que las caderas ostentaban numerosos moratones que parecían las huellas de los dedos de Khan. Regañó a su violeta por aquello. ¿Maltratar así a su rosa? No... eso no estaba bien. Así que esa noche los castigó a ambos retirándoles sus cuidados.


 - Nada de mimos para tus flores... ¿eh? - Pavel jugueteaba con su tieso flequillo tumbado en la cama sobre el japonés. - ¿Sabes que nos pondremos mustias si no nos riegas, moy drug? *(amigo mío)


 - Anata, gomen'nasai... *(Cariño, lo siento) – Se disculpaba Khan en japonés buscando sacarle una sonrisa. - No volverá a ocurrir, lo prometo.


 - ¿No? - Pavel se giró para mirarle a los ojos azul hielo, frunciendo los labios en una mueca lastimera. - Pero a mí me gustó...


 - A Sulu no le gusta, así que no volveré a hacerlo. - Dijo el moreno guiñando un ojo a su marido sin que su amante lo viera, para seguir hablándole en privado usando el tel. *(vínculo) - La próxima vez tendré más cuidado, no te dejaré marcas.


 - Los dos estáis castigados hasta la semana que viene. - Añadió Sulu girándose de medio lado en la cama, dándoles la espalda.


          Ambos le miraron con los ojos como platos. ¿De verdad les iba a tener en dique seco durante toda una semana? Sulu se echó a reír, casi podía escuchar el sonido de sus bocas al abrirse con semejante sorpresa, la ropa de cama se sacudía sobre sus hombros. Volviéndose de nuevo atrajo el cuerpo de Pavel hacia sí y le besó por todas partes. ¿Una semana? ¡Había pasado dos noches sin ellos y ardía en deseo por devorarlos en ese mismo instante!


 - ¡Quiero teneros... a los dos... ahora...! - Susurró vaciando el aliento sobre la piel del ruso. - Tú primero, Pasha...


          Khan entendió que todo había sido una broma y se dispuso a ayudar al japonés en aquella misión. Escurriéndose entre las sábanas descendió hasta tener delante de los ojos las redondas y pálidas nalgas de su marido. Antes de hundir allí su lengua las palmeó haciéndolas enrojecer, aunque el sadismo no fuese uno de los juegos favoritos de Sulu, él no tenía derecho a prohibirle practicar algo de bondage con Pavel de vez en cuando, si ése era su deseo.


 - Hikaru... - El ruso se deshacía con cada minúscula caricia de los dedos de su amigo en su pecho, con cada beso que le quemaba en la piel del cuello y la clavícula. Las dulces sensaciones que la boca de Khan le regalaba más abajo, le recorrían la columna con un agradable cosquilleo. - Aishiteru... *(te amo) – Susurró en la lengua de su amante apretándose contra su cuerpo.


 - Pasha... mi rosa... - Sulu intuyó su abertura, húmeda y caliente, lista para recibirle. Su violeta se había apartado a un lado.


         El japonés disfrutó de tenerle entre los brazos, entrando en él despacio, con suavidad. Girándolo hasta tumbarlo sobre las sábanas le vio gemir bajo su peso, al tiempo que sentía el abrazo de Khan que le arropaba desde atrás. Cuando le tuvo pegado a su espalda y notó el empuje en su interior, abriéndose paso entre sus piernas, le acogió con gusto sabiendo que aquél era su lugar en el mundo.


 


*********


 


Aún la casa de Sulu, tras la puerta del fondo en el pasillo. El barrio de encantadoras casitas de dos plantas, algunas de ellas con piscina, empieza a ser popularmente conocido como Enterpriseville, *(villa Enterprise) dado que allí vive la mayoría de la extensa y complicada familia que tripuló dicha nave en alguna ocasión.


 


                                                                      La noche era agradable, suave. Las estrellas brillaban en el negro cielo de San Francisco y todo el barrio residencial respiraba la paz que antecede al sueño. Anton se había asomado a la ventana de su cuarto, él no podía dormir. Había sido un fin de semana demasiado intenso para sus ocho años y medio de edad.


          Sonrió pensando que en la habitación de al lado descansaba Demora. Esta vez su hermana había venido para quedarse, al menos mientras cursara estudios en la Academia. Claro que viajaría a menudo a París para ir a visitar a Selene, su madre. Anton sabía que en realidad no eran hermanos pero, siendo la hija de Sulu, ¿cómo iba a llamarla si no? La conocía desde siempre y ahora tenían la oportunidad de pasar más tiempo juntos. Se alegraba de tenerla en casa y, en el fondo de su corazón, sentía algo de envidia sana porque ella era mayor: en menos de una semana Demora vestiría un uniforme de cadete.


          Dos calles más abajo su tío David se acababa de comprar una casa. Tenía piscina, igual que la de los abuelos, el tío Jabin se había empeñado en eso. Anton volvió a sonreír pensando que George, su nuevo primo, debía estar durmiendo también. Lo mismo que el pequeño Sammy, que vivía una calle más arriba. Por supuesto los dos eran sólo unos bebés, de dos y tres años, pero pronto crecerían y a Anton le gustó la idea de poder hacerlo todos juntos.


 - Algún día serviremos a la Flota en la misma nave, todos los primos... Seremos los más grandes exploradores de la historia del universo. - Se dijo en voz baja, no quería que sus padres supieran que seguía despierto a la una de la mañana.


          Antes de meterse en la cama y taparse hasta las orejas con el edredón, tan suave y calentito, Anton se entretuvo en pensar en su prima Freya. Lo hizo detenidamente, utilizando la lógica vulcana que su sa'mekh'al intentaba hacerle dominar. Empañó el cristal de la ventana con su aliento y con el dedo dibujó unos garabatos. Analizó el origen romulano de su prima, meditando en lo que para ella supondría ser criada por dos humanos en la Tierra, lejos de todo su mundo y su cultura. Trazó unas líneas divergentes junto al simbólico dibujo, anotando así el triste hecho de que los padres biológicos de Freya hubiesen muerto a causa de un terrible atentado terrorista, perpetrado por el Tal'Shiar. Luego suspiró y borró todo con el codo, la tela de su pijama de ranita Kermit se humedeció y sintió frio.


 - Frey... nunca más voy a enfadarme contigo. A partir de hoy voy a ser el mejor primo del mundo. - Susurró cerrando los ojos y frotando la nariz contra las sábanas, ya confortablemente embutido en la cama. - Aunque no creo que tú quieras ser un miembro de la Flota... A lo mejor te haces bailarina, no se te da mal.


          Morfeo tocaba su lira y la melodía tiraba del fino hilo que era la consciencia de Anton, poco a poco iba hundiéndose en el sueño. Tenía razón, la pequeña Freya nunca sentiría la vocación de ser soldado, su camino era otro.


 


                            Lo último que recordó Anton esa madrugada, antes de quedarse definitivamente dormido, fue la conversación que había tenido con su abuelo la noche anterior, contemplando ambos el brillo del cinturón de Orión en la negrura del espacio infinito. Las estrellas Mintaka, Alnilam y Alnitak, perfectamente alineadas y visibles desde la Tierra, le resultaron asombrosas al aproximarse un poco más. En su viaje de regreso a casa pasaron bastante cerca y tuvo la oportunidad de observarlas con atención. El niño se quedó prendado de aquella constelación y los increíbles misterios que albergaba, como si no existiera belleza mayor en todo el universo.


 - Dicen que las tres pirámides de Guiza, en Egipto, pertenecientes a los faraones Keops, Kefrén y Micerinos, estaban alineadas con gran exactitud, pese a su monumentalidad, con el cinturón de Orión. - Le contó su abuelo Spock con voz queda a su lado, habiéndolo sorprendido pegado a un ojo de buey en uno de los pasillos de la nave transporte. - Imagina el esfuerzo que debió suponer para una civilización tan primitiva crear algo de semejantes dimensiones.


 - ¿Es eso cierto, sa'mekh'al? - Preguntó rebosante de curiosidad. - ¿Los viejos egipcios construyeron las tumbas de sus gobernantes imitando la posición de estas estrellas? ¿Por qué harían algo así?


 - Según las creencias del pueblo egipcio, la estrella supergigante roja Alfa Orionis, también conocida como Betelgeuse, estaba asociada a su dios Osiris. - Spock se quitó la chaqueta de lana y se la echó por encima de los hombros a su nieto, el espacio es un lugar frío e inhóspito para un niño pequeño, más si acaba de partir del cálido Nuevo Vulcano.


 - Osiris... es... - Anton intentó trasladarlo a sus propios dioses, los de su familia humana. - ¿Hades? ¡El dios del inframundo! ¿Es el dios de los muertos?


 - En realidad Osiris era dios de la resurrección, símbolo de la fertilidad y regeneración del río Nilo, el verdadero centro de la civilización egipcia. - El vulcano hablaba con admiración acerca de aquel pueblo que habitó la Tierra en el pasado, le fascinaban sus grandes logros, conseguidos con tan escasos recursos, y el imborrable e indiscutible legado que dejaron a toda la humanidad. - Por tanto podría equipararse a Dionisio, de hecho posteriormente, en la época helenista de Egipto, llegó a sincretizarse con él. Aunque sí, Anton, Osiris también presidía el tribunal del juicio de los difuntos por lo que puede ser considerado como... - Spock se agachó para susurrar al oído de su nieto las palabras, buscando provocarle una sonrisa. - “El dios de los muertos...” - Y ahí estaba, blanca y radiante en su boquita de fresa. - ¿Te interesa saber más de la cultura egipcia, acerca de su mitología y su impresionante arquitectura, Anton? En casa tengo algunos libros que podrían satisfacer esa curiosidad tuya.


 - Lesek, sa'mekh'al... *(gracias abuelo) – Sonrió sujetando las mangas de la chaqueta que le llegaban hasta las rodillas, la ropa de Spock le quedaba como si perteneciera a un gigante. - Me gustará leer esas historias. Quiero saberlo todo sobre la constelación de Orión.


          Spock apoyó sus manos en los hombros del pequeño, su nieto parecía fascinado por aquella agrupación de estrellas y cualquier cosa que estuviese relacionada con ella. Se preguntó si tal afán no vendría motivado por algo que el fragmento de la piedra de Gol le hubiese dicho. Quizás su padre, Sarek, en su infinita sabiduría, había prevenido a Anton acerca de su futuro, o tal vez fuesen solamente cosas de niños. Niños especiales, sensibles, curiosos e inteligentes, como su nieto Anton. Un genio de poderosa katra *(alma) vulcana, concebido durante uno de los fenómenos más intrigantes del cosmos en los últimos los tiempos: la apertura de un agujero negro que, en teoría, había permitido a los dioses regresar al Olimpo a través de él.


 

Notas finales:

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.


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