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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

El tiempo pasa demasiado deprisa para nosotros, pobres mortales. Con suerte, la vida acaba por situarnos en algún lugar en el que podemos llegar a sentirnos en casa. Estamos cómodos, relativamente al menos, con el mundo que nos ha tocado vivir. Y de pronto nos damos cuenta de que las paredes que construimos para protegernos del exterior, en realidad nos mantienen atrapados dentro de una jaula.


Pero cuando los muros se derrumban a tu alrededor y ya no queda nada a lo que poder llamar hogar, cuando todo son ruinas y las bombas no cesan de caer, huir es la única alternativa. Te conviertes en un desplazado, un refugiado que escapa de una jaula para terminar estrellado contra las paredes de la jaula de otro.

 


DESEARÍA QUE ESTUVIERAS AQUÍ


PARTE II - Refugiados


 


BASE ESTELAR PRÓXIMA AL SISTEMA TELLAR


 


                                                                           El comandante Jadzia gruñó a modo de saludo cuando vio llegar a su hijo. Klasha venía a la carrera, de nuevo se le había hecho tarde.


 - Ya que estás, sigue corriendo hasta que circundes cinco veces el perímetro. - Le ordenó en primer lugar. - Mientras haré unas comprobaciones. Klasha, ¿cuándo vas a captar el concepto de la puntualidad?


 - Sí, padre, como mandes. - Respondió soltando un bufido: haciendo cuentas serían casi siete kilómetros, seis y medio si apuraba bien las curvas. El hangar era condenadamente grande. - ¿Cinco veces? - Preguntó arrancando a correr de espaldas.


          Vio asentir a su padre alejándose ya de él, no tenía más remedio que cumplir con su castigo. Cuando lo sobrepasó por el lado opuesto, a unos doscientos metros de distancia, se dio cuenta de que su tío Sam, el médico de la base estelar, se encontraba a su lado. El uniforme azul cielo y la cabeza pelirroja resultaban inconfundibles. Debía de haber llegado detrás de él. No podía escuchar nada de lo que decían pero por su lenguaje corporal no le cupo ninguna duda: de nuevo estaban discutiendo.


 - Comandante, no veo el motivo de esa excursioncita tuya al espacio neutral. - El doctor Kirk se rascó la barba rojiza un momento antes de apuntar al klingon con el dedo y protestar enérgicamente. - ¡Tú y Anton no deberíais abandonar la estación! Hay mucho trabajo que hacer, esperamos una gran afluencia de desplazados en los próximos días, ya lo sabes.


 - Prepara tu bahía médica entonces, doctor. - Jadzia apartó aquel índice acusador de su cara con una sonrisa. - Mi esposo y yo hemos de asegurarnos de que el espacio neutral continúe siéndolo.


 - Pero... - Sam estaba inquieto tras los últimos acontecimientos, que su primo y el cabezota del klingon partieran en misión de exploración a la zona neutral, cercana al sistema Tellar, le tenía muy preocupado. - Desde que Caldonia ha sido anexionado al Imperio cardassiano... ¡Condenados cabeza de cuchara! - Maldijo haciendo ademán de escupir al suelo. - Los colonos mineros emigran por millones... ¡Esto se va a poner muy animado!


 - No haces otra cosa que otorgarme la razón. - Jadzia posó su enorme mano sobre el hombro del médico. - Es parte de nuestra misión asegurar la paz en esta zona tan apartada del cuadrante Delta. Anton y yo saldremos esta tarde de patrulla por la frontera, ¿te ocuparás de que Klasha haga sus deberes de física antes de cenar?


 - ¡Al menos dime que iréis juntos, en la misma nave! - Rogó dando por perdida toda su anterior argumentación.


 - La Chekov puede manejarla un solo hombre... - Murmuró inclinando la cabeza y mirando de reojo a su hijo que, habiendo completado tan sólo unas dos vueltas y media, se les acercaba sin aliento. - Y todo el mundo sabe que dos naves son mejor que una si has de toparte con los cabeza de cuchara.


 - ¡Hola, tío Sam! - Saludó el chiquillo poniéndose las manos en la cintura y doblándose un poco hacia delante, le dolían los costados por el ejercicio. - Papá... ¡cinco vueltas es una pasada! No puedo más, me subo al simulador. ¿Vamos a practicar el aterrizaje?


 - Anda, sí. - Consintió Jadzia con media sonrisa. - A ver si hoy consigues no estrellarte aunque sólo sea una maldita vez.


 - ¡Eh, el chico tiene que aprender! Será un buen piloto, como su abuela Amy. - El pelirrojo revolvía los rizos de su sobrino con confianza. - ¡Entra ahí y da lo mejor de ti mismo! - Le animó.


          El niño subió en un par de saltos a la cabina y, sentado a los mandos, dejó correr el programa para aterrizajes estándar. Jadzia cerró la puerta del simulador y todo se oscureció en su interior. Una luz roja parpadeaba frenética a la par que la señal de alarma le ensordecía los oídos.


 - ¿Qué es esto? ¿Una especie de “Kobayashi Maru” que has preparado para mí? - Klasha se ató el cinturón de seguridad y tomó los mandos del aparato, quedaban menos de tres minutos para estrellarse o aterrizar.


 - ¡He pensado que los Chekov siempre trabajáis mejor bajo presión! - Gritó el comandante Jadzia en el exterior. - ¡Demuestra de qué pasta estás hecho, hijo!


          La voz de su padre le llegaba amortiguada por el escándalo que tenía dentro de la cabina. Klasha se sonrió retorciendo la boca en una mueca de picardía, sabía cómo saltarse los protocolos del simulacro. Pulsando unos botones sobre el panel de navegación, logró estabilizar el vuelo y tomar tierra con relativa normalidad.


 - ¿Lo ha conseguido? - Se preguntó el doctor al dejar de escuchar la sirena de alerta, el simulador se había detenido. - Te lo dije, el chico será un gran piloto.


 - ¡Un gran tramposo es lo que es! - Exclamó Jadzia abriendo la puerta de la cabina. - ¿Has entrado en los protocolos que programé, Klasha?


 - Bueno, el abuelo Jim también hacía trampas y llegó a Almirante. - Rió Sam echando un cable a su sobrino.


 - Papá... al menos he aterrizado, ¿no es eso lo que cuenta? - Preguntó encogiendo los hombros y levantando las palmas de las manos hacia arriba.


 - Yo te diré lo que cuenta... - Jadzia parecía furioso, una abultada vena en su frente así lo indicaba.


          De repente la verdadera señal de alarma sonó por todo el hangar, las luces rojas en las paredes parpadeaban sin cesar. Aquella alerta de ataque a la base libró al niño de una merecida bronca, su padre lo sacó en brazos del simulador para entregárselo en mano al médico.


 - Quédate con él, salgo con esta Chekov. - Jadzia corría ya hacia la nave más cercana. - Anton está en camino y tomará la otra. Y Sam... - Volviéndose unos segundos le miró a los ojos. - Asegúrate de que ese tramposo haga sus deberes de física antes de cenar.


 - ¡Vuelve entero! - Le gritó el médico. En ese instante su primo atravesaba corriendo el pasillo opuesto del hangar, dispuesto a subir de inmediato al otro caza. - Volved enteros los dos, no quiero tener que coser los pedazos.


 


*********


 


ESPACIO NEUTRAL DE LA FEDERACIÓN


 


                                                            La lluvia de restos metálicos provocados por la explosión de la nave enemiga, causó graves daños en el casco de su Chekov. El comandante Jadzia, experimentado piloto de combate, sabía que no debía ir más allá. Usando el tel *(vínculo) con su esposo le sugirió que abandonasen la persecución y regresaran a la base estelar.


 - Niet! - Gritó en la mente del klingon. - Vuelve tú a base, yo seguiré a ese cabeza de cuchara hasta hacerlo fosfatina igual que a su amiguito.


 - Anton, no puedo dejarte solo... - Llegó a murmurar en voz alta. En la cabina de mandos saltaban chispas por todas partes.


 - Es lo que debes hacer, r'uustai. - Anton había visto los daños en el caza que pilotaba su marido a través de sus pensamientos. - No te queda más remedio.


          Decidió no continuar con la discusión, sería absurdo. Anton se alejaba cada vez más en su Chekov mientras que la suya parecía estar a punto de hacerse pedazos. Jadzia le imploró que no rompiera el contacto telepático en ningún momento, no quería perderle como había ocurrido otras veces. Virando a estribor puso rumbo a la estación espacial, si su esposo no había regresado para la hora de la cena tendría que hacer su propia intrusión en espacio enemigo e ir a recuperarlo. A Sam todo aquello no le iba a hacer ninguna gracia.


 


*********


 


PLANETA PREENOS, PERIFERIA DEL SISTEMA TELLAR


 


                                                            Resultó que el cardassiano al que Anton perseguía fue a tomar tierra en Preenos, lugar de origen de la especia hajjlaran, un condimento que dejaría al chile habanero más picante de todo México por un suave pimiento dulce. El planeta era frecuentado por cientos de cargueros tellaritas, los porcino-humanoides conocían la especia hacía mucho tiempo y, habiéndose adueñado de los derechos legales por medio de sus famosas habilidades negociadoras, llevaban años exportándola a los mercados más selectos de toda la Galaxia.


          El piloto cabeza de cuchara abandonó su ligera nave de combate muy cerca de los muelles de carga. Un destacamento vigilaba la entrada de material y cribaba al personal cualificado que podía acceder al recinto, al resto se le impedía el paso. Y había mucha gente a la que prohibirle entrar. El puerto espacial de Preenos se había convertido en la vía de escape de todos aquellos que deseaban huir del Imperio Cardassiano. El cabo que estaba al mando se cuadró para saludar junto a la valla, levantando su mano izquierda hasta la sien, ante la inminente llegada del extraño.


 - Patrulla de reconocimiento, he perdido a mi teniente, debo informar. - El piloto cardassiano habló sin la más mínima muestra de dolor; la muerte de su superior, bajo fuego enemigo, había sido honorable y ahora él tendría la oportunidad de ocupar su puesto en el escalafón. - ¿Alguna novedad? ¿A qué vienen las alambradas metálicas y las torres de vigilancia?


 - Son ordenes, señor. - El cabo había bajado la mano pero continuaba en posición de firmes. - Los tellaritas se están viendo invadidos por hordas de desplazados, señor. Desde que tomamos Caldonia no dejan de llegar.


 - Ya veo. - Murmuró echando un vistazo más detenidamente a su alrededor. - ¿Todos esos han venido desde Tellar? - Comentó señalando a la masa creciente y anónima que intentaba acercarse al muelle.


 - Así es, señor. Y siguen viniendo... son como ratas huyendo de un barco que se hunde. - El cabo carraspeó. - Quiero decir que intentan escapar de...


 - De nosotros. - Remató el piloto. - Del dominio del Imperio y la gloriosa Unión. Pero tienes razón en una cosa, no son más que ratas.


          Con grandes zancadas se apartó de la valla y encaminó sus pasos hacia el edificio junto al muelle de carga. Tenía que contactar con el Comando Central de inmediato; la misión de reconocimiento, fuera del espacio neutral, había resultado un desastre. La decisión de su difunto teniente, de aproximarse a la base estelar de la Federación y comprobar cómo andaban las defensas de la muralla Chekov en aquella zona, acabó por costarle la vida. Con suerte a él le traería beneficios. El piloto se sonrió al pasar junto a la larga cola de refugiados, pensando en lo bien que le sentarían los galones de teniente a la solapa de su uniforme.


 - Sí que son ambiciosos estos cabeza... - Erzi se interrumpió en su murmullo. Su esposo la miraba con media sonrisa victoriosa en la cara.


 - ¿De cuchara? - Terminó la frase por su esposa. - Creí que estaba feo llamarlos así.


 - Mami... tómame... - Jimmy estaba muy cansado, apenas había comido en todo el día y llevaba horas de pie en aquella interminable fila. Levantaba los brazos a su madre haciendo un puchero. - ¡Aúpa!


 - Mamá no puede cargar contigo, ya lleva dentro a tu hermana. - George se agachó para coger en brazos a su pequeño. - Ahora cierra los ojos y duerme un ratito, ¿sí? - Susurró con mimo al oído del niño que apoyaba la cabecita rubia por encima de su hombro.


          Después de haber pasado dos días en Tellar, procurando un transporte para Kronos que una y otra vez les fue denegado por la tediosa administración tellarita, George cayó en la cuenta de que los cargueros que transportaban hajjlaran realizaban esa ruta comercial habitualmente. Es cierto que la política de la Federación era el bloqueo a las exportaciones de aquel sistema planetario, pero la valiosa especia debía continuar sirviéndose en los platos más sibaritas de la Galaxia y la Flota solía hacer la vista gorda con los transportes procedentes de Preenos.


 - Creía que tu tío Peter, el Almirante, había prohibido el comercio con los tellaritas. - Erzi se sujetaba la cintura por la espalda, buscando un lugar donde poder sentarse. - No sé qué hace aquí toda esta gente, no nos van a dejar pasar.


 - Preenos es un caso especial. - George ayudó a su esposa a acomodarse sobre una roca en el suelo. - Y no te preocupes, cuando les diga que soy ingeniero y que tengo experiencia en esas naves monstruosas, se pelearán por mí, ya lo verás.


 


                       El piloto cardassiano salía apurado del edificio de intendencia, había olvidado unos documentos importantes en su caza. Al Comando Central no le agradaba esperar, debía regresar a toda prisa, así que optó por cruzar entre los colonos para atajar.


 - No me gusta el sabor tan picante del hajjlaran, me hace sudar y quema la lengua. - Erzi Dax intentaba sonreír, sentía la angustia en el corazón de su marido, su desesperación por salir del territorio cardassiano de una maldita vez y ponerles a salvo a ella y al niño.


 - Pronto tendrás la oportunidad de probar las delicias de la cocina klingon, como el sándwich de gaghs con mantequilla... - Bromeó recordando el plato preferido de Jadzia, intentando hacer que aquella forzada sonrisa, en los carnosos labios de su mujer, se convirtiera en algo más real.


 - Papá, tengo hambre... - Se quejó el pequeño dando un buen tirón del flequillo rubio de su padre con tan mala fortuna que, sin querer, acabó arrancándole la tira adhesiva del entrecejo, echando así a perder su disfraz de bajorano.


 - ¡Jimmy! ¡Estate quieto! - Se le escapó al rubio que de inmediato se agachó para recuperar el apósito de entre las piedras.


 - ¿Jimmy? - Repitió una voz grave a su espalda. - ¿Qué nombre es ese?


 - Es un nombre betazoide, Yim Mi. - Respondió Erzi con rapidez poniéndose en pie. - Mi esposo es de Bajor y lo pronuncia mal. Nos dirigimos a Kronos, tengo familia allí y voy a dar a luz asistida por mi tía, es la costumbre.


 - Será vuestra costumbre... - El soldado no se fijó en cómo George se volvía a pegar la tira a la nariz para simular las arrugas propias de un bajorano. - ¡Quita de en medio, mujer! - Le gritó apartándola con violencia propinándole un buen empujón.


 - Erzi... - George la ayudó a incorporarse, el bruto del piloto la había tirado al suelo. - ¿Estás bien?


 - Estamos bien. - Viendo la cara que ponía su marido, la trill-betazoide matizó en un susurro. - Me refería a mí y a la niña, no al simbionte gracias a cuyos conocimientos pudimos salir de Caldonia.


 - Pues podías poner a ese gusano tuyo a trabajar otra vez, querida. - Llamando así a la parte trill de su mujer, no se estaba haciendo ningún favor.


 - ¿Otra vez con tus absurdos escrúpulos? - Se quejó Erzi llevándose la mano al vientre, asegurándose de que su valioso contenido seguía a salvo. - Sí, el trill es un gusano... Un gasterópodo más bien, pero es parte de mí y ya lo era cuando nos conocimos tú y yo. Si no querías a una huésped como pareja no haberte casado con nos.


 - ¿Nos? Ya estás otra vez hablando raro... - Se burló el rubio.


 - Papá, mira a ése hombre... - Jimmy le tironeaba de los pantalones señalando con su dedito a lo alto de la colina. - Se parece a la foto de tu tío Pavel, lleva la misma ropa.


          George levantó la vista y descubrió, con esperanzadora sorpresa, el uniforme de la Flota que llevaba puesto aquel desconocido. Tenía el pelo rizado y castaño pero no podía verle la cara. Bajaba casi surfeando entre las piedras por el abrupto terreno, a toda velocidad, perseguido de cerca por el piloto cardassiano que hacía sólo unos minutos había arrojado al suelo a su mujer. Tomándola del brazo la apartó de la cola de refugiados, asegurándose de que el niño les seguía corrió con ella hasta ponerles a cubierto detrás de un gigantesco camión cargado con la especia.


 - No os mováis de aquí. - Les ordenó. - Voy a ayudar a ese soldado, es nuestro pasaporte para llegar a la zona de la Federación.


 - ¡Que los dioses te miren con buenos ojos, George! - Le bendijo Erzi viéndole ya correr, colina arriba, con su fáser en la mano. - Ven Jim, no te separes de mamá.


          El pequeño obedeció, no iba a dejar solas a su madre y a su hermana nonata. Agarrando con fuerza una piedra en su pequeña mano, se dispuso a protegerlas si algún cabeza de cuchara se acercaba demasiado a ellas.


 


*********


 


                                                       Cuando el piloto cardassiano dejó su nave y caminó hasta los muelles de carga, Anton aprovechó para arrastrarse sin ser visto y colarse dentro del caza enemigo. En ausencia de su ocupante, desmontó los circuitos del escáner introduciendo un virus que lo volvió inservible e inutilizó el armamento de paso; aquella cosa no volvería a volar ni a hacer daño a nadie. Luego se dispuso a extraer la memoria de almacenamiento de su ordenador de a bordo. Lo que quiera que los condenados cabeza de cuchara hubiesen ido a buscar tan cerca de la muralla Chekov, debía estar allí dentro.


          La tarea le llevó más tiempo de lo esperado. Sorprendido por el enemigo a su regreso, logró extraer los datos y guardarlos en su bolsillo antes de que éste pudiera impedírselo. Anton echó mano de su telequinesia y consiguió desarmar al cardassiano que, espantado ante tal muestra de poder, trataba de huir para alertar a los soldados del destacamento. Por suerte era la hora del bocadillo y el personal de las torres de vigilancia andaba algo distraído, no vieron cómo aquel refugiado bajorano interceptaba al piloto y le propinaba un fuerte golpe en la cabeza dejándolo inconsciente.


 - ¡Bien hecho! - Exhaló felicitando al extraño, aproximándose a su posición.


       Al principio no se dio cuenta pero aquel flequillo rubio le era tan familiar... Anton se quedó sin respiración cuando, después de frotarse los ojos atónito, reconoció en el bajorano que le había echado un cable nada menos que a su primo.


 - ¡George! - Exclamó el nombre echándose a sus brazos. - George... ¡Por todos los dioses! ¿Eres tú?


 - Anton... - Susurró sin fuerzas de repente, abrumado por la intensa emoción de tener allí a quien tanto había añorado.


 - ¡Humanos! - Gritó una voz desde la distancia. - ¡Soldados de la Flota! ¡Alarma!


          Les habían descubierto, uno de los vigías de las torres comía muy deprisa al parecer. Pronto los disparos empezaron a rebotar a su alrededor. El rubio echó a correr hacia la hilera de camiones en la parte baja de la colina, circulaban con lentitud por el camino al muelle, si podían esconderse entre ellos tendrían alguna oportunidad. Anton le siguió sin dudarlo. Una vez ocultos tras las enormes ruedas de los transportes terrestres, George observó horrorizado cómo desde las alambradas los soldados aplastaban a la multitud haciéndola retroceder. Los refugiados, asustados por los tiros, intentaban correr al muelle y colarse de paso en uno los cargueros.


 - ¡Mira esa aeromoto al borde del sendero! - Anton le señaló el vehículo, abandonado seguramente por un colono que ya no necesitaba darle uso. - ¡Vamos! ¡Tenemos que salir de aquí!


 - No puedo. - George sacudió la cabeza de lado a lado, el flequillo rubio le tapó su ojo derecho. - ¡No puedo irme, no puedo!


          Anton le pasó la mano con delicadeza, apartando el pelo a un lado en su caricia habitual, como siempre había hecho. Al tocar la frente de su primo comprendió el motivo de aquella obstinación.


 - Tu esposa y tu hijo están ahí, ¿verdad? - Preguntó conociendo ya la respuesta, aún podía leer su mente con sólo rozarle. - De acuerdo, avanza... yo te cubro.


          Como en los viejos tiempos, George corría por delante y Anton le guardaba las espaldas. Entre tanto barullo le fue difícil recordar dónde había dejado a su mujer. Los cardassianos abrieron fuego a discreción, no les importaban unos centenares de refugiados muertos en la frontera. El llanto desesperado de un niño le hizo detenerse, ¿era Jimmy? ¡Por Zeus que era él! Los disparos y los gritos de la gente ahogaron aquel sonido que le había puesto los pelos de punta.


 - ¡Mi hijo...! - Al frenarse de repente, Anton chocó contra él. Tomándole de la mano, no precisó hablar más.


 - Tengo su imagen en mi cabeza. - Podía ver claramente al niño, rubio y de ojos azules como su padre. - Nos dividiremos, tú por ahí yo por este lado. ¡Daremos con ellos, George!


 


                      Era muy complicado avanzar un solo paso entre una barahúnda de semejantes proporciones. Los cardassianos no miraban a quien disparaban, los colonos habían empezado a tirar piedras e intentar volcar uno de los camiones. Anton llegó a entrever una cabecita rubia moviéndose a menos de seis palmos del suelo.


 - ¡George! - Le llamó a gritos, corriendo hasta abrazar al niño y apartarlo del camión de especia a punto de volcar. - ¡George! ¡Aquí! - Volvió a gritar entre el escándalo a su alrededor.


 - ¡Mami! - El pequeño lloraba desconsolado, apuntando con el dedo a su madre tendida en el suelo. La mujer sangraba profusamente por el costado.


       Anton corrió a auxiliarla. Dejando al niño a un lado, se quitó el jersey rojo e intentó taponar con él la herida, ella reaccionó abriendo los ojos y aferrándose a su mano.


 - Soy Anton. - Se presentó. - El primo de George. Supongo que te habrá hablado de mí. - Sintió cómo ella temblaba, todo su cuerpo se había estremecido. - Tú debes de ser su esposa.


 - Erzi Dax... Una hemorragia conocerte... - Murmuró débilmente haciendo una estúpida broma que el primo y primer amante de su esposo, no pareció entender. - Está bien que me hayas encontrado antes de morir.


 - No vas a morir... ¡George! - Volvió a gritar más fuerte, su voz quebradiza estaba a punto de romperse. - Niño, no te alejes y grita conmigo el nombre de tu padre ¿quieres?


 - Se llama Jim. - La morena apretó con más fuerza la mano de aquel hombre, su único rival en el corazón de George. El trill que llevaba dentro había resultado también herido con el disparo, el dolor era insoportable al sentirlo por duplicado. - Jim Kirk, como su bisabuelo.


 - ¡George! - Anton volvió a gritar con angustia. La hermosa mujer estaba tosiendo con unos estertores sanguinolentos, aquello no era buena señal.


 


(Continuará...)


 

Notas finales:

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.


Porque las noticias que ves en la televisión son la vida real de algún ser humano.


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