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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

El de Anton, sin lugar a dudas, es desnudar a Jadzia. El chico no pierde la oportunidad de, al menos, intentarlo. El de los dioses, parece que sea hacer y deshacer a su antojo todo lo que se les ocurra con nuestras vidas.


La raza humana, creada por ellos a su imagen y semejanza, para su uso y disfrute por toda la eternidad. Uno es afortunado si le aman... pero como le cojan manía, va listo.


No hay que olvidar que los dioses son vanidosos, leales, enamoradizos, apasionados, traviesos y embusteros, manipuladores, egoístas, protectores y benévolos, llenos de dones y defectos al igual que nosotros.


Para ganárselos, nada mejor que ser fiel a uno mismo, obrar como se debe y orar siempre dándoles las gracias por este maravilloso regalo que es la vida.

SU JUEGO FAVORITO

 


                                                                 Eran casi las doce del medio día cuando Pavel se atrevió a llamar a la puerta del dormitorio de su hijo. Le había prometido a Klaa que le llevaría a Jadzia por la mañana y, de seguir así, no cumpliría con su palabra.

 - Moooy syiiiiin... *(hijo mío) – Le llamó con tono cantarín. - ¿Estás vivo ahí dentro?

    Pegando la oreja a la madera escuchó unas risas, no era mala señal. El ruso esperó un momento antes de insistir.

 - Jadssia, tu padre quería verte en casa esta mañana y ya vamos tarde. - Volvió a tocar a la puerta con suavidad. - ¿Estás despierto?
 - Sí, ya va... ya va... - Anton respondió a gritos, de nuevo se les oyó reír al otro lado.
 - Pavel, no seas agobiante y ven a esperarles al salón. - Khan había preparado café y usaba la taza humeante como cebo, esparciendo el aroma por todo el tiro de la escalera.
 - Les he oído reírse, supongo que Anton estará bien. - Masculló obedeciendo a su esposo.
 - Pues claro que sí, mejor que nunca. - Sonrió mostrando sus preciosos hoyuelos.


                 No le dejaba terminar de vestirse, las manos de finos y largos dedos, hábiles y ligeros como plumas, tironeaban de su jersey en aquél, su juego favorito.

 - Tengo que irme a casa, ya has oído. - Tomándole la cara entre ambas manos, se acercó hasta besar la preciosa y sabrosa boca. - Estrella mía, ¿te veré más tarde?
 - Cada bendito día hasta morir. - Respondió con una retorcida y pícara sonrisa heredada de los Kirk.
 - Me ha gustado mucho descubrir que tú y yo... - De pronto no sabía cómo expresarse, todo lo que había sentido era tan nuevo y desconocido para él, que no tenía ni nombre. - Que tenemos este vínculo...
 - ¿Te refieres a nuestro cielo infinitamente azul? - Se echó a reír. - Es mi octavo vulcano, supongo. Deja que me ponga unos pantalones, te acompaño abajo.
 - Mejor, no sé con qué cara me mirarán tus padres. - Fingió temblar de miedo, lo cierto era que ya nada ni nadie podría separarle de su t'hy'la.
 - QaparHa'qu'! *(te amo) – Le susurró mentalmente, mientras rozaba las marcas de su frente en una caricia, usando el idioma de su amante.
 - Y yo a ti, estrella de mi vida. - Le respondió él del mismo modo.
 - Creo que por ahora, nuestra telepatía, solamente funciona si nos estamos tocando. - Observó Anton al retirar la mano del rostro de su novio.




                                                          Se sentía agotado, deshidratado, con el cuerpo molido como si le hubiesen dado una paliza. Jim se agitó en la camilla abriendo poco a poco los párpados. El familiar beep del monitor médico sobre su cabeza le devolvió a la realidad.

 - Doctor, no pierda el tiempo conmigo sólo porque soy el almirante. - Dijo intentando ponerse en pie. Alguien, con jersey azul, había extendido su brazo delante de él impidiendo que se incorporase. - Atienda al resto de los heridos, debe haber cientos... yo estoy bien.
 - En primer lugar, usted es el único paciente que tengo en la enfermería en estos momentos. - La voz de aquel médico le sonó en un tono muy cercano al cinismo. - En segundo lugar, no está usted bien, en absoluto. Sus constantes vitales andan muy por debajo de lo normal. Y en tercer lugar, pero como dato más relevante, le informo, señor mío, que aquí el que manda soy yo. - Con media sonrisa, levantando las cejas por encima de los ojos azules, el doctor aprovechó la atención prestada por el desconocido para presentarse. - Leonard McCoy, oficial jefe médico de la USS Enterprise-A. ¿Con quién tengo el placer de hablar?
 - ¡Bones! - Exclamó en sus pensamientos abriendo los ojos como platos. - Pero... no puede ser...

    Empezaba a marearse, todo le daba vueltas. La mano del médico se apoyó sobre su hombro tratando de reconfortarle.

 - Apareció usted temblando e inconsciente en el puente de mando, acabábamos de atravesar una extraña turbulencia. - Le contó McCoy. - ¿No recuerda nada? ¿Cómo se llama?
 - Ji... - Se mordió el labio inferior, ¿qué estaba pasando allí? ¿Cómo debía actuar? - James Tiberius Kirk. - Pensó que lo mejor sería decir la verdad y ser él mismo.
 - ¡Por el amor de Dios! - Bones había palidecido. - ¿Se ha vuelto usted loco? ¡No sé de dónde demonios habrá salido, pero ya tenemos a un James Kirk por aquí y desde luego no es usted!
 - ¿Cuántos años tienes? - Le observó el cabello castaño salpicado de canas por todas partes, las acentuadas marcas de expresión en la frente y alrededor de la boca, las finas arrugas en torno a los ojos... ¿por qué eran azules? - ¿Eres menor que yo? ¡Vaya, eso tiene gracia! Pero ya has debido cumplir los cincuenta, eso seguro...
 - ¡No es asunto suyo! - Espetó. - Cincuenta y cuatro... - Murmuró entre dientes. - ¡Y aquí las preguntas las hago yo! ¿Quién es usted y de dónde viene, señor mío? - Había vuelto a gritar.
 - De la USS Olympia, sufrimos un ataque cardassiano al borde del cuadrante Gamma. - Recordó vagamente las imágenes del caos en el puente de mando, el casco resquebrajándose con la explosión y abriéndose un agujero al espacio exterior. - ¡Y yo también soy James Kirk! ¿Ha oído hablar de universos paralelos, doctor McCoy? - Lanzando una de sus miradas más seductoras, bajó el tono a casi un susurro cautivador. - Vamos, Bonssy... sé que sabes que soy yo.
 - Jim... - Exhaló el nombre abriendo los ojos de par en par. - Llamaré a Peter y os haré una prueba de ADN.
 - ¿Peter Kirk? ¿Mi sobrino está a bordo? - Hilando fino fue aún más allá. - ¿Y por qué con él? ¿Por qué no contrastar mis genes con el otro James Kirk?
 - Mi... almirante... - Tragó saliva y esquivó la intensa mirada de aquel rubio desconocido. - Jim no está en la nave en este momento, él y Spock se encuentran en la superficie del planeta que estamos orbitando.
 - Os he pillado en plena misión, ¿no es así? - Se echó a reír, las vidas de sus “alternativos” no eran muy diferentes a la suya.
 - Quédese ahí quietecito mientras informo al capitán Sulu de todo esto. - McCoy le apuntó con el dedo, yendo hacia su mesa para pulsar el intercomunicador. - Hikaru, no te vas a creer “quién dice ser” el bello rubio durmiente que se nos ha colado a bordo...




                                                       Estaban terminando de colocar la silla, las chispas de las soldaduras saltaban a su alrededor. Sulu permanecía allí en pie, las manos enlazadas a su espalda, con la mirada triste y perdida en el nuevo panel principal, contemplando taciturno la infinita oscuridad del espacio exterior que le había arrebatado a su querido amigo Jim.

 - Señor, ya está lista su silla. - Le indicó el operario de mono naranja, llevando en la mano su caja de herramientas.
 - No es mi silla, es de Jim. - Murmuró con profunda tristeza tomando asiento.
 - Ésta es nueva, capitán. La otra la han llevado abajo, supongo que acabará en un museo o algo así. - Comentó el joven alférez sentado al puesto de artillero. Era el único superviviente tras lo ocurrido a todo el personal en el puente de mando. - El almirante Kirk me salvó la vida, señor. Cuando se quebró el casco no dudó en soltar su cinturón y lanzarse sobre mí. Me puso a salvo atándome bajo la consola. Todo lo demás volaba por los aires, el ruido se apagaba con la falta de oxígeno y entones... desapareció.
 - Quieres decir que salió disparado por la brecha. - Sulu señalaba al frente, donde acababan de reparar los daños.
 - No, capitán. - Negó con su cabeza una y otra vez. - Antes de desmayarme le vi desaparecer delante de mis ojos, como si una luz negra se lo llevara. El almirante no fue absorbido por el vacío, señor.
 - ¿Cómo dices, chico? ¿Una luz negra se lo llevó? - Se había puesto en pie, en dos pasos se abalanzó sobre el joven oficial agarrándolo del brazo. - ¿Por qué no ha informado de esto a un superior?
 - ¡Lo estoy haciendo ahora, capitán! - Llevándose la mano a la frente, se acarició una fina y reciente cicatriz. - He estado muchas horas en la enfermería.
 - Peter... - Recordando que allí era donde había dejado a su amigo, víctima de un ataque de nervios tuvo que ser sedado, decidió ir a darle la buena noticia en persona de inmediato. - Gracias alférez... ¿Cómo se llama? - Apretándole los mofletes le dio un pico en los labios. - ¡Jim sigue vivo! ¡Está vivo! - Gritó loco de alegría, saliendo disparado hacia el turbo ascensor sin esperar la respuesta a su pregunta.
 - Alférez Koenig, señor. Walter Koenig... - Murmuró su propio nombre preguntándose por qué el capitán Sulu le habría besado.

          El pelirrojo estaba despierto, aunque algo atontado por el tranquilizante que le habían pinchado. Cuando Sulu le explicó lo que el alférez Koenig le había contado arriba, ambos se abrazaron con los corazones llenos de esperanza.

 - ¿Y por qué no le traen de vuelta los dioses? - Se preguntó Peter en voz alta. - Si la nave oscura le rescató de la explosión... ¿dónde está ahora?
 - Ya volverá, siempre vuelven. - Por experiencia, sabía que los dioses solían aprovechar aquellas abducciones para manejar los destinos de los hombres a su antojo. - En cuanto termine con la misión que le hayan encomendado.



                                                               Bones le había sacado sangre y ahora se presionaba el puntito rojo en el antebrazo con un algodón empapado en alcohol. El médico, escrupuloso hasta el límite en sus averiguaciones, no podía conformarse con las muestras de su tío en el banco de datos del Enterprise, no... Había exigido hacer una prueba con células vivas. Levantando la mirada indagó en la del extraño que decía ser también su tío Jim. Mientras esperaban los resultados del laboratorio, los dos se estudiaban mutuamente.

 - Treinta y cinco años... ¿me equivoco? - El rubio se entretuvo en calcular su edad conociendo la de Bones.
 - No... ¿y tú? - Su tono de voz era algo desafiante, a Jim le resultó muy cercano al de su propio sobrino, aunque con cierto poso de amargura.
 - ¿Cuántos me echas? - Se levantó coqueto caminando hacia el joven.
 - Unos setenta. - Especuló al alza rascándose el rasurado mentón, este Peter Kirk se afeitaba cada día.
 - ¿Qué? ¿Estás de coña? Ah, debe ser por la barba. - Murmuró con fastidio. - ¿Sabes? Es una pena que no pueda ver a tus tíos...
 - ¿En plural? - A Peter, le intrigaba saber qué tanto podría conocer aquel extraño sobre la vida privada de su familia. - ¿A qué tíos te refieres?
 - A Jim y Spock, claro... Están en ese planeta ¿no es así? - Dijo señalando el ojo de buey a su derecha, desde donde se podía ver el mundo alrededor de cuya órbita giraba la nave. - Me habría gustado darles un abrazo. ¿Puedo darte uno a ti?
 - ¡No! - Peter se apartó, el rubio estaba demasiado cerca, invadiendo su espacio personal.
 - ¡Oh, vamos! Deja que te dé un buen abrazo... - Atrapando el flequillo del joven observó que la raíz de su pelo negro era rojiza. - ¿Te tiñes? - Preguntó incrédulo.
 - Un pelirrojo llama mucho la atención. - Se justificó el joven Kirk dando un paso a su derecha. Lo cierto es que odiaba su color natural, le hacía sentirse como una zanahoria.
 - ¿Y Alex qué piensa de eso? - Se echó a reír. Viendo la cara seria de su sobrino alternativo, dejó de bromear. - No llevas el anillo... - Observó el dedo anular desnudo en su mano derecha. - ¿Qué ocurre, Pete? ¿Dónde está Alex?

    El pelirrojo teñido de moreno se dio la vuelta, no podía mirar a los ojos al familiar desconocido sin echarse a llorar. ¿Por qué le estaba preguntando aquello?

 - Si se refiere usted al doctor Alexander Freeman... - suspiró, los hombros subieron y bajaron casi imperceptiblemente, - ...murió hará unos quince años, durante una de nuestras primeras misiones, sacrificándose por mí y por Spock.
 - ¡Cuánto lo siento, cariño! - Apoyando su mano en la espalda de Peter, la acarició tratando de consolarlo. - En mi mundo seguís juntos, casados... - Girándolo para mirarle a los ojos, le regaló una de sus más tiernas sonrisas. - Sois padres de dos hijos, Freya, una niña romulana, y Sam...
 - ¿Cómo mi padre? - Reconoció el nombre.
 - Como mi hermano, sí. - Le confirmó. - Ambos adoptados por ti y tu alto y guapo marido.
 - Al menos hay un universo en el que Peter Kirk no es un maldito desgraciado. - Se lamentó el joven teniente saliendo de la enfermería. Bones llegaba ya con los resultados del análisis, no necesitaba quedarse a escuchar: sabía que eran positivos.




                                                         El intercambio de miradas entre su marido, su hijo, y el joven Jadzia cuando bajaron al salón, había resultado tenso... muy tenso. Temiendo que a alguno de sus dos Chekov le diera por iniciar una discusión absurda, que pudiese derivar en un caos telequinético, Khan animó a su esposo a llevar al klingon a su casa cuanto antes.

 - ¿Quieres más azúcar en el café, Anton... o has tenido bastante esta mañana? - Bromeó con su hijo en la cocina una vez que Pavel y Jadzia se habían ido.
 - Papá... - Su voz sonaba más grave, insólitamente varonil. - No pienso hablar de lo que ha pasado entre mi novio y yo, es privado. ¿Entendido?
 - Claro, hijo. No hablaremos de eso... - Sonrió agitando la cabeza, Anton era a veces una copia de Pavel. - Oye, ¿has pegado otro estirón o son imaginaciones mías?

    Poniendo en pie a su muchacho, comprobó que ahora su cabeza le llegaba a la clavícula, pudiendo su hijo hundirla en el hueco entre su hombro y su cuello sin tener que ponerse de puntillas. Había alcanzado la estatura exacta de su padre. Echando los brazos sobre su espalda lo apretó contra su pecho.

 - Mi niño ya es todo un hombre... - Musitó con una sonrisa en los labios, acariciando la cara del muchacho y sorprendiéndose al hallar algo de vello. - ¡Eh! ¿Qué son estos cuatro pelillos que te salen por aquí?
 - ¿Pelo? ¿Cómo que pelo? - Anton se separó del cariñoso abrazo de su padre y corrió a mirar su reflejo en el espejo del baño de abajo. - ¡Genial! ¡Parezco una rata!
 - Algún día tendrás la misma barbita que tu padre... Te saldrá más fuerte si te afeitas. - Rió Khan divertido a su espalda.
 - Pues enséñame a hacerlo, no tengo ni idea y no voy a ir por ahí con esta pinta tan ridícula. - Se quejó de su incipiente barba de púber.

    Con la cara embadurnada de espuma, aprendía a deslizar la hoja de la cuchilla por la piel sin herirla ni irritarla. Anton se fijaba mucho, imitando cada gesto que veía en su padre, allí a su lado. Khan le enseñó cómo afeitarse a su hijo. El sobrehumano se sintió, una vez más, sobrepasado por la felicidad de tener lo que tenía: una familia, gente a la que amar y que le amaba. Una lágrima silenciosa cayó sobre la fría porcelana del lavabo.

 - ¿Estás bien, papá? - Susurró soltando la maquinilla. - Me estoy haciendo mayor y eso te entristece... pero tú siempre tendrás algo que enseñarme. Y yo siempre estaré encantado de aprender de ti.

    No dijo nada. Se limitó a lavarse la cara y secar la de su hijo con una toalla antes de fundirse con él en un largo y muy, muy cálido abrazo.



                                                   Nadie quería decirle el nombre del planeta que estaban orbitando, no acababan de creerse que no hubiera salido de allí. Después de que McCoy diera el visto bueno, Jim se paseó por toda la nave saludando a sus viejos amigos “alternativos” cuando tenía la suerte de reconocer a alguno: un Kevin Riley rubio, un viejo jefe de seguridad Johnson medio calvo, y la sargento García de cocinas... ¡Esa mujer era exactamente igual que la de su universo!

     Scott y Nyota habían bajado con la partida de aterrizaje y no pudo verles, se quedó con las ganas. Ahora estaba en la sala de recreo tres-nueve, observando, sin ser visto, una conversación entre los “otros” Pavel y Sulu.

 - No volverá a pasar, te lo aseguro. - El ruso parecía estar disculpándose por algo, lo cual, si se parecía en lo más mínimo a su Pavel, debía ser algo habitual. - Te juro que no tengo ninguna intenssión de volver a hasserlo.
 - ¿Estás seguro, Pasha? - El japonés parecía no tenerlo tan claro. - Acabas de prometerte a Nirshtoryehat y la dejas en la Tierra para embarcarte en mi nave por dos años. Eso no es muy normal, reconócelo...
 - ¡No es tu nave! Ahora Jim la comanda... - Arrugó el ceño para protestar con más energía. - ¡Y amo a Nirshy con toda mi alma! ¡Me casaré con ella al lissensiarme!
 - Jim es el almirante al cargo, sí... pero por poco tiempo. Él, Spock y Bones tienen pensado retirarse y volver a casa, y entonces yo me quedaré al mando. ¿Regresarás con ellos a la Tierra o cumplirás tu contrato con la Flota permaneciendo a bordo?
 - ¡Sabes que no puedo echarme atrás! - Se cruzó de brazos. - Tendré que completar la misión de explorassión pero... ¡Eso no significa que vaya a ocurrir de nuevo nada entre tú y yo!
 - Ya veremos, Pavel. Dos años es mucho tiempo... - Rió Sulu dándose la vuelta para desaparecer por el corredor. Jim habría jurado que contoneó las caderas.
 - Yebát! *(joder) - Maldijo Pavel sin apartar la vista de aquel trasero japonés. Puede que éste Chekov no tuviese el pelo rizado ni los ojos aguamarina tan hermosos de “su niño” pero, por lo demás, parecía ser exactamente igual. - Tiene rassón moy drug, *(mi amigo) dos años a su lado es mucho tiempo... ¡Ay, Nirshy! Espero que me perdones los pecados que voy a cometer. - O al menos muy parecido.



                                                          La Pantheion bullía de actividad en sus cubiertas. Apolo, tras la explosión del crucero de guerra cardassiano, ordenó a su tripulación que buscasen a Jim por todos los universos paralelos posibles.

 - ¡Hay un número infinito! - Se quejaba Atenea escaneando sin cesar. - ¿Y si no le encontramos en mil años? Hemos salvado su vida al sacarlo del puente de la Olympia... ¿No es eso suficiente?
 - Hermana, tenemos que dar con él. - Artemisa la ayudaba en la titánica tarea. - Jim debe volver con los suyos.
 - Tienes razón, Art. - Ares manejaba también los escáneres desde su consola de artillería. - Pero el cara dura de tu gemelo debería estar aquí, en el puente, trabajando como los demás y no en sus habitaciones con la fresca de Cassandra.
 - ¿He oído bien? - El rubio acababa de aparecer detrás de las puertas del ascensor. - ¿Te atreves a insultar a la que será la madre de mi nuevo hijo?
 - ¿Jim ha desaparecido y tú te dedicas a fecundar a tu amante? - Artemisa le dio la razón a Ares. - Me parece una desfachatez por tu parte, hermano.

    El rubio dios se ciñó bien el quitón a la cintura antes de sentarse en su trono dorado. Balanceando la silla a un lado y a otro, pensó unos segundos antes de hablar.

 - ¿Habéis mirado en el universo de los Jim y Spock que viajaron a éste? - Preguntó con voz queda, manteniendo la vista fija en el monitor principal. - Ponedlo en pantalla.
 - ¿Crees que pueda estar allí? - Hércules obedecía sintonizando las frecuencias adecuadas. - Sería mucha casualidad, ¿no te parece?
 - Las Moiras tienen un gran sentido del humor, hermanos. - Vislumbrando ya una familiar cabecita rubia, se echó a reír. - Ahí le tenemos, veamos qué podemos hacer para traerlo de vuelta.

 

Notas finales:

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.

A LOS LECTORES: Ha sido muy raro comprobar cómo ninguno de vosotros abría la boca para rogar por la vida de Jim o protestar por su muerte... en fin... el universo es extraño a veces... (todos salvo tú, Lorient querida)
¿OS COBRAN POR COMENTAR? Aaaaahhh!!!!!

Hoy, dos de noviembre, he cometido un error garrafal a la hora de actualizar el fic, el resultado es que todo fue eliminado. La memoria caché del navegador no me ha permitido rescatar los comentarios a este capítulo. Lo lamento.


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