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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Cuando Jim y Spock tuvieron su “glorioso” encuentro con la nave oscura no fue la primera vez que habían entrado en contacto con las extrañas criaturas que la pueblan, claro que ellos no lo sabían... Los viajes que hicieron a bordo del USS Enterprise dieron para muchas aventuras, ésta es sólo una de ellas.

EL VERBO ES LO QUE IMPORTA


 


 - ¿Sabes? A veces tengo una buena sensación, un buen presentimiento. Y ésta es una de esas veces. De hecho creo que tengo la mejor sensación que haya tenido jamás. Vamos, sígueme.


          No estaba muy seguro. Aquel agujero, estrecho y oscuro, no parecía conducir a ninguna parte salvo al interior de la tierra. Sin embargo recordó que los presentimientos de su compañero solían ser certeros. Jim tenía una especie de don, como si Apolo le hubiese bendecido durante su trágico nacimiento. Tragó saliva y se introdujo en la angosta abertura detrás de él, palpando la oscuridad con las manos y reptando unos cuantos metros hasta que una impresionante bóveda de granito se abrió sobre su cabeza. Levantando la vista pudo contemplar a su rubio amigo allí de pie, rozando la roca con las yemas de sus dedos y pasmado frente a la maravilla que se desplegaba ante sus ojos.


 - La cueva está habitada, o lo ha estado recientemente. Las estructuras que puedo observar desde aquí son de cemento y hormigón, bastas aunque funcionales... El tricorder detecta una forma de vida, capitán. - Se puso delante, como era su costumbre. Cada vez que el peligro acechaba Spock saltaba con un resorte oculto en su interior: debía proteger con su vida la de aquel hombre.


 - Comandante, abra paso... - Le empujó a un lado con el fáser desenfundado, apuntando a diestra y siniestra por si algo asomaba entre los muros de cemento. - ¿A qué distancia se encuentra el alienígena?


        Hizo el cálculo en una fracción de segundo pero, así y todo, no le dio tiempo a responder. Una especie de hombre a caballo apareció tras una esquina y enfiló el trote hacia ellos.


 - ¡Salutaciones, terrícolas! - Habló el extraño.


        Jim, viendo que no iba armado, bajó el fáser pero no lo volvió a colocar en su cinturón. Pasó la mirada por la forma de vida que tenían delante recorriendo toda su extravagante figura, luego giró la cabeza a su izquierda para clavar los ojos azules en los oscuros pozos de obsidiana en la cara de Spock. Su primer oficial científico estaba tan sorprendido como él mismo, aquellas cejas picudas alzadas lo decían claramente.


        Resulta que el hombre a caballo no era tal, más bien era el torso de un humano unido al cuerpo de un equino.


 - ¡Un centauro! - Exclamó Jim esbozando una ligera sonrisa. - ¡Por todos los dioses, Spock! ¿Habías visto algo tan increíble en toda tu vida?


 - En contables ocasiones, pero sí, he visto cosas... Ambos hemos visto... - Titubeó. - No, es fascinante.


 - Si dice que se llama Quirón... - murmuró el rubio, - ...me muero, Spock. ¿Cómo te llamas, amigo?


 - Pues... como bien has dicho, Quirón es mi nombre. - Respondió el ser mitológico. - Espero que no te mueras por eso.


        Las paredes de la gigantesca cueva vibraron con la sonora carcajada que soltó Jim. El hombre-caballo de la mitología griega, el centauro que adiestró a los héroes de las antiquísimas leyendas, rió con él ante la pasmada mirada del vulcano.


 - Mi nombre es Jim Kirk, capitán de la Flota Estelar. - Se presentó tratando de guardar la compostura. - Y éste es mi primer oficial, el señor Spock.


 - Tienes las orejas puntiagudas... - Observó Quirón analizando al moreno. - ¿Eres hijo de una ninfa? ¿De una náyade, tal vez? El tono verdoso de tu piel... ¿A qué se debe?


 - Hace calor. - Se justificó. - ¿Realmente es usted Quirón? - Spock miró de reojo a su capitán y le señaló con el pulgar por encima de su hombro. - ¿El que fuera tutor de sus Aquiles, Áyax, Asclepio, Teseo, Jasón, Aristeo, Acteón y Hércules?


 - ¡No te has dejado ni uno! Veo que me escuchas cuando hablo mientras te gano al ajedrez. - Jim volvió a reír, aquella situación era para enmarcarla en una foto. Rebuscando en sus bolsillos dio con su comunicador personal. Ahora sí que había enfundado el fáser.


 - El mismo Quirón, sí. ¡Ése soy yo! - Sonrió permitiendo que el rubio le tomase un retrato con aquel extraño aparato que hizo clic. - Imagino que aún no habéis pasado por ahí arriba, y podría asegurar que no deberíais estar aquí abajo.


 - Lo que dice es confuso, señor. - Spock refunfuñó un poquito antes de ceder a la muda orden de su capitán y posar junto al centauro para una fotografía. - ¿Podría explicarse mejor?


 - En cierto modo tienes razón, amigo. - Jim se unió a los dos y, estirando el brazo todo lo que pudo, disparó la cámara una última vez con una gran sonrisa en el rostro. - No deberíamos estar aquí, sino de regreso en el Enterprise.


 - Nuestra nave. - Aclaró Spock viendo la duda en el semblante del centauro. - Vinimos a explorar el planeta y acabamos involucrados en una guerra entre dos tribus de la superficie.


 - No hemos tomado parte, Spock. - Protestó el rubio guardando su comunicador en el bolsillo. - Necesitaríamos salir de aquí, alcanzar algún lugar donde el transportador y la radio subespacial funcionen de nuevo.


 - Nos han visto. Huimos, sí... pero después de salvar la vida de aquel chico con el pelo blanco. - Spock regresó a su postura más vulcana, cruzando las manos por detrás de la espalda y mirando con rostro circunspecto a su compañero. - Capitán, hemos violado la primera directriz... otra vez.


 - ¡Oh, cállate, Spock! - Le chilló enervado. - ¡El muchacho está vivo! ¡No creo que debiera morir! Ya hemos discutido eso... y me diste la razón.


 - ¿Qué? ¡No es cierto! - Las manos se le fueron a la cintura, su capitán tenía también el don de sacarle de sus casillas. - Dije que si pudiera evitar su muerte sin dañar a nadie al hacerlo, lo haría... “si pudiera”.


 - ¡Pudimos! - Remató palmeando su espalda mientras le observaba poner los ojos en blanco. - Amigo Quirón, ¿habitas este planeta? Creía que tu cueva estaba en el monte Pelión, en Tesalia... - Jim se golpeó la frente con gesto de sorpresa. - Un momento... ¡Éste es el sistema Thessalia y he oído a los nativos llamar Phelion al planeta!


 - Fascinante... - Spock inclinaba la cabeza y el cuerpo para observar los cuartos traseros del centauro. - ¿Está aquí solo, señor Quirón? ¿Conocen las tribus de la superficie su existencia?


 - Demasiadas preguntas de las que ya sabéis la respuesta, no hay mucho tiempo. - Quirón agarró a Jim de un brazo y, con un fuerte tirón, lo subió a su grupa. Luego fue a hacer lo mismo con Spock pero éste se había apartado. - Vamos, hijo de náyade... ¡Sube de una vez, no tengo todo el día!


 - Haga lo que dice, Spock. - Le ordenó Jim con una sonrisa retorcida en la cara. - Y agárrese fuerte a mi cintura si no quiere caer de espaldas.


          Cuando la criatura sintió el peso de ambos sobre sus lomos, echó a trotar de vuelta al centro de la gruta. El paseo se hizo largo, incómodo y bochornoso para Spock. Tenía que sujetarse con fuerza a su capitán si no quería acabar en el suelo y eso le obligaba a mantenerse pegado a su piel, oliendo el aroma a loción de afeitado en su cuello, tan intenso... tan condenadamente cerca. Cerró los ojos, el trote del centauro impulsaba su pelvis contra las nalgas de Jim a cada paso... ¿podía un vulcano explotar? Si era posible, sucedería en diez, nueve, ocho, siete...


         Seguía contando para distraerse del roce de los muslos de Spock en sus posaderas, el vaivén de Quirón en la galopada le estaba volviendo loco. Siete, ocho, nueve, diez... Pensaba Jim lamiendo sus labios por dentro con la punta de la lengua sin dejarla asomar.


 - ¿Para qué nos ha traído aquí? - Preguntó Spock cuando el centauro se detuvo y pudo desmontar.


 - Yo adiestro a los héroes, les preparo para lo que vendrá. Tú, hijo de náyade, elige una de esas espadas pues te medirás conmigo y tú... - Lanzando al rubio a través de una puerta abierta en el muro, allí al lado, la cerró con estruendo a su espalda quedando ésta camuflada. - ¡Aprende a reconocerte a ti mismo! - Le gritó al tiempo.


 - ¡Jim! - Se le escapó al verle desaparecer. El vano simplemente ya no estaba.- ¿Dónde ha enviado a mi capitán? ¡Lléveme con él! ¡Ahora! - Le exigió al centauro.


 - Habrás de vencerme primero... o averiguaré si ese anómalo rubor en tus mejillas de debe a que tu sangre es verde, tal y como sospecho. - Le amenazó blandiendo una espada de gran tamaño.


        Ante el ataque, el vulcano se cubrió. Saltó y se echó a un lado, rodando después sobre el suelo hasta llegar a la pared donde Quirón colgaba sus armas. No se paró a pensar qué estoque elegía, simplemente tomó la primera empuñadura que vio. Pesaba como un muerto en sus manos, la hoja de forjado acero y el mango con forma de cruz labrado en plata, le fueron difíciles de manejar, aún así resultó perfecta a la hora de quebrar en dos el arma de hierro del centauro.


 - ¡Y ahora llévame con Jim! - Gritó de nuevo, no se oía nada tras la misteriosa puerta que apenas lograba discernir en la pared. Spock tembló por un segundo. ¿En qué andaría metido su capitán?


 - Oh, no... no aún. - Levantando sus patas delanteras las movió en el aire junto a la cabeza del vulcano. - Deja esa barbaridad de espada y toma algo más ligero... como esa pequeña wakizashi. Tienes que practicar.


 - ¿Practicar? ¿Para qué? Te he vencido, hicimos un trato. - Mirando de reojo localizó la espada japonesa que el centauro había mencionado, sólo por si acaso. - Jim podría necesitarme... - Murmuró.


 - Sí, él siempre te necesitará, créeme. - Se mofó por lo que sabía que ocurriría entre ellos. - Pero deja que pase por su prueba solo, como debe ser. Cuando necesite viajar entre universos, reconocerse a sí mismo en otro espacio y otro tiempo, esta experiencia le vendrá muy bien.


 - Adiestras héroes... - Recordó Spock. Estirando el brazo alcanzó la wakizashi y miró a su tutor asintiendo con una ligera reverencia. - Sea pues. Confío en que nada malo le ocurrirá a Jim.


 - Estás en lo cierto, criatura extraña. - Quirón retrocedió unos pasos, dando espacio al vulcano para defenderse. Ya blandía otra arma con su poderoso brazo. - Y dime... ¿es verde tu sangre?


 - ¡Eso tendrás que averiguarlo! - Escupió Spock lanzando una estocada.


 


                             Cuando la puerta se cerró a su espalda, Jim fue consciente de hallarse completamente solo... y perdido. Aquello le aterraba. El estar solo. Desde muy niño temía una muerte así, lejos de sus amigos y seres queridos, solo... como le sucedió a su padre. Cerró los ojos un momento y sintió un escalofrío de terror. ¿Qué era aquel lugar? ¿Por qué le hacía sentirse así?


 - Carol... desapareciste sin más, no sé nada de ti desde hace meses, pero si pudieras oírme ahora yo... - Habló en un susurro, sus propias palabras parecían reconfortarle. - Quisiera pedirte perdón por no estar a la altura, por no saber amarte como mereces. Lo siento si te hice daño. No estoy hecho para el matrimonio, soy un soldado, como te gusta llamarme. Un estúpido soldadito que se mete en líos y que...


        Un terrible gruñido, de bestia inmortal, atronó sus oídos interrumpiendo el ataque de verborrea nerviosa. Jim se estremeció. ¿De dónde provenía el infernal ruido? De su derecha... En tal caso, mejor correr hacia la izquierda.


        Sudaba y jadeaba por la carrera, en su camino le pareció reconocer las imágenes de algunos héroes de la antigüedad. ¿No era aquél el mismo Alejandro Magno? Pasó por su lado como una exhalación, ahora el sonido de la bestia le llegaba débil y lejano. Se detuvo un momento para pensar en dónde se encontraba.


 - Veamos... terreno abrupto, un río sanguinolento ahí abajo... - Murmuró asomado a un acantilado rocoso. - Y lo que parecen ser las almas de célebres violentos como Alejandro Magno... ¡El séptimo círculo del “Inferno de Dante”! ¡La jodida Divina Comedia! ¿Qué hago yo aquí?


 - ¡Gran pregunta... si sabes quién demonios eres tú! - Resonó una voz acercándose a su espalda.


 - ¿Quién eres? ¿Qué quieres?


 - ¿Quién demonios eres tú?


 - ¿Eres un demonio?


 - Soy poeta, para muchos es lo mismo.


 - ¿Virgilio?


 - Dante Alighieri, si no te importa. Virgilio logró escapar y me dejó aquí tirado. ¿A quién buscas?


 - Creo que a mí mismo.


 - Eso es fácil. Sólo tienes que cruzar al otro lado del río, te he visto antes por allí.


 - El río... - Jim se asomó a sus rojas aguas, la sangre parecía hervir en su cauce. - ¿Es el Flegetonte, que contiene las sombras de los tiranos, los asesinos, los ladrones y los culpables de pecados relacionados con la violencia hacia los semejantes? Mejor ve tú a buscarme, yo te espero aquí.


        El poeta florentino frunció su nariz aguileña, la broma de su rubio y nuevo amigo le hizo sonreír pero no pensaba quemarse otra vez con las aguas del maldito afluente del Aqueronte. Miró a lo lejos y sonrió, la barca de Caronte parecía abandonada en la orilla.


 - Estás de suerte, muchacho. - Se quitó el gorro de color rojo que llevaba cubriéndole una coronilla claramente calva y lo ondeó en el aire apuntando su hallazgo. - Podrás pasar al otro lado sin arder.


       Jim le siguió por el desfiladero, descendiendo con cuidado de no resbalar, hasta llegar a la barca solitaria en la orilla.


 - Date prisa y rema rápido. Caronte debe estar en sus veinte minutos de descanso, no tienes mucho tiempo.


 - Espera... - El rubio subió al bote mirando incrédulo a su interlocutor. - ¿No vas a venir conmigo? ¡Eres mi poeta... mi guía!


 - A mí no me engañas, sé que Shakespeare es tu favorito. ¡No me hagas la pelota ahora! Como si no nos conociéramos, anda que... - Refunfuñó alejándose, perdiéndose de vista tras las escarpadas rocas.


 - Dijo que me vio al otro lado del río... en la otra orilla. Me vio... - Murmuraba pensativo. - ¿Y cómo voy a reconocerme? Si soy yo pero no soy yo... ¿seré diferente?


        Tan absorto estaba en sus trascendentales dudas que perdió el remo en el agua. La madera se quemó y se hundió al mismo tiempo en cuanto se separó del bote. Jim fue a alcanzarla pero el calor de la sangre del río le hizo guardarse de ello.


 - ¡Genial! Ahora irás a la deriva, gilipollas... - Se recriminó a sí mismo.


          Nada controlaba la embarcación salvo la propia corriente del Flegetonte. Jim se relajó esperando a que la situación se solucionara por sí misma, perdiendo la vista en el desolado paisaje de ambas riberas. Pudo distinguir en la lontananza las almas de algún que otro famoso guerrero como Gengis Kan, Napoleón Bonaparte o... ¿Alexander Marcus?


 - ¡Por todos los dioses! - Gritó al verle. El padre de su ex-novia corría desnudo y aterrado, azotado sin tregua por un látigo de cien colas que sostenía la firme mano de un gigante. - ¡No puede ser! ¡Aaaaah!


        Debido a la impresión al reconocer a su antiguo almirante, Jim realizó un movimiento demasiado brusco, coincidiendo con la presencia de unos fuertes remolinos en la corriente al mezclarse las sanguinolentas aguas del río con las de la laguna a la que iba a desembocar. ¿O era de allí de dónde procedía? El torbellino en el líquido elemento hacía imposible discernir cuál de las dos posibilidades era la cierta. Como resultado, Jim terminó cayendo al agua sin dirimir la eterna cuestión: Origen o destino, ¿dónde está la verdad?


        Tenía los ojos abiertos y se hundía sin remisión, por mucho que intentara subir a la superficie agitando brazos y piernas con desesperación. Recordó que nada podía flotar en aquellas aguas salvo la barca de Caronte. El barquero estaría muy lejos, no podría transportar su alma al mundo de los muertos. ¿Qué sucede cuando uno muere ahogado en la laguna Estigia?


         Sin darse cuenta llegó hasta el fondo, donde un fino limo gris se arremolinó a sus pies. Miró a su lado y le pareció que algo se movía en el agua. ¿Qué era aquello? ¡Un tigre! ¿Qué narices hacía un tigre buceando en la Estigia? Dejó escapar el poco aire que le quedaba en los pulmones, unas burbujas salieron de su boca ascendiendo por encima de su cabeza. Entonces, como un milagro, una mano le agarró del jersey y tiró de él hacia arriba. Tal vez el tigre... pero no tenía garras.


         Al volver en sí escupió gran cantidad de agua. Tosió entre convulsiones y vomitó, abriendo la boca después para dar una buena bocanada de aire. Había estado a punto de morir.


 - ¿Quién diablos eres tú? - Le preguntó de nuevo el poeta por primera vez.


 - ¡Dante! - Exclamó aliviado al verle.


 - No, ése soy yo. ¿Quién eres tú?


 - Por eso decías que me habías visto. Porque me estás viendo ahora. - Jim se llevó la mano a la cara, frotándosela con paciencia. - “Ser o no ser, ésa es la cuestión.” *(cita de Hamlet) Supongo que el tiempo no pasa en el infierno.


 - Joven amigo, el bardo de Avon *(referencia a Shakespeare) estaba en lo cierto. Si te he visto o te veré, no importa. No importa el tiempo del verbo... importa el verbo: te veo. ¿O era el tiempo lo importante?


 - Tengo que volver... Spock estará preocupado... - Respiraba con dificultad, recuperándose aún del susto de antes.


 - ¡No, espera! - El poeta se puso en pie y quitándose su gorrito rojo lo agitó en el aire con júbilo. - ¡Ya sé qué es lo importante!


 - Está bien... - Rezongó levantándose hasta quedar a su lado, mirándole a los ojos saltones de color castaño. - ¿Qué es lo importante, poeta?


 - Lo único que importa, muchacho, es que siempre sepas quién eres tú.


 - ¡Ah! ¿Y quién soy yo? Un capitán de la Flota Estelar, ¿un soldado? No, un explorador... un descubridor... un tipo solitario, un amigo perdido que teme morir sin volver a ver esas cejas picudas que tanto le... ¡Ah! - Gritó enojado con su propia verborrea. - Pero... ¿qué digo?


 - Si no lo sabes tú... Ven, dime una cosa. - Poniéndose en cuclillas junto al agua de la laguna, volvió a colocarse el gorrito sobre la cabeza. - Ahí abajo... ¿has visto algo?


 - Barro, huesos descarnados, calaveras... ¡Y yo qué sé! ¿Qué supones que tenía que haber visto? ¿Un tigre?


 - Puede ser, no conozco los detalles. ¿Era albino? Los tigres albinos son muy curiosos de ver...


 - ¡Cualquier tigre lo es, más si está buceando en la maldita laguna Estigia! - Protestó irritado. - ¿Sabes que como poeta serás estupendo pero como guía eres un poco una mierda?


        Dante no se dignó a responder ante aquel ataque, limitándose a ajustarse su ridículo gorro rojo con las fosas de aquella inmensa nariz aguileña abiertas y las cejas levantadas. Su gesto era el de la misma indiferencia. Jim pateó el suelo y se disculpó de inmediato.


 - Lo siento, perdona... Es que no sé qué estoy haciendo aquí, quiero volver con mi amigo Spock y regresar juntos a mi nave.


 - Has debido morir recientemente, de lo contrario te habrías ahogado en la laguna. ¿Has pasado por el trance hace poco?


 - Bueno, hará más o menos un año que nos encontramos con Khan...


 - ¿Gengis?


 - Noonien Singh... - Le corrigió. - Sí, morí. Pero mis amigos me salvaron. La sangre de Khan me salvó.


 - El enemigo que te mata te da la vida. Pronto será tu amigo.


 - ¿Khan? Imposible, está congelado.


 - Alguien que ha pasado por lo que tú has pasado, debe saber bien quién es.


        Dante le miraba a la cara, interrogándole con aquellos ojos de huevo tan extraños. El gorro rojo se le ladeó en la cabeza dándole un aspecto algo ridículo. Jim rió entre dientes. Después de lo de antes no quería volver a faltarle al respeto.


 - Sé que soy Jim Kirk...


 - ¡Repite eso! - Le ordenó eufórico.


 - Soy Jim... James... - Tomando aire gritó su nombre a pleno pulmón. - ¡James Tiberius Kirk!


        Su voz, no demasiado grave, sonó sin embargo atronadora entre las paredes de roca, reverberando el sonido mezclado con su propio eco hasta hacerse insoportable al oído. El rubio se tapó las orejas cayendo de rodillas al suelo, sintiendo que todo el séptimo círculo del infierno se derrumbaba sobre él. Los goznes de una puerta gimieron al abrirse. Quirón le observaba desde el otro lado, esperando a que levantara la cabeza y le clavase los ojos azules.


 - Vamos, héroe. Ya estás listo. - Le llamó a su lado. - Tu amigo, el hijo de una náyade, está esperándote fuera.


 - ¡Quirón! - Jim pronunció el nombre con auténtica alegría, ya había tenido bastantes emociones en aquella habitación. - Por un momento pensé que iba a morir...


 - Igual que el otro héroe. - Bromeó refiriéndose al vulcano. - Al final he comprobado el color verde de su sangre, conseguí hacerle una herida pero ya le he curado. Soy médico, ¿lo sabías?


 - ¿Spock está herido? - El rubio sintió un escalofrío.


 - No escuchas, él está bien. - Respondió haciendo sonar el suelo con sus cascos al caminar. - Le he cosido la pierna y quedará como nueva. Ni se nota.


 - ¡Spock! - Gritó llamándolo, saliendo del cuarto mágico que había sido parte de la Divina Comedia de Dante. - ¿Dónde está? ¡Llévame con él!


 - No, encuéntralo tú, yo ya he cumplido adiestrándoos a los dos. - El centauro se dio media vuelta y desapareció por los laberínticos pasillos de la enorme cueva. - Otro par de héroes, Apolo. ¿Hasta cuándo me vas a tener aquí? Quiero volver a casa... - Se quejaba hablando solo por el camino.


      Buscó una pista, algo que le pudiera indicar dónde se encontraba su comandante. La radio subespacial seguía sin funcionar. Jim desenfundó el fáser y echó a andar hacia su derecha. No por nada en especial, simplemente porque tenía que elegir una dirección. Pronto vio las señales de lucha, las espadas tiradas en el suelo, la mancha de sangre verde que le hizo sentir aquel escalofrío de nuevo.


 - Spock... - Susurró con voz temblorosa.


      Siguió el rastro de las gotas de sangre vulcana hasta lo que le pareció una sala de enfermería. Había probetas, redomas, agujas, pinzas y bisturís por todas partes además de la camilla con una manchita verdosa en la sábana blanca que la cubría.


 - Ha estado aquí. Quirón le ha curado la herida... - Siguió pensando en voz alta. - ¡Spock!


 - Capitán... - Respondió la voz serena a su espalda. - He encontrado un camino ascendente, si llega hasta la cima de la montaña donde se encuentra esta cueva, tal vez ahí arriba podamos recibir la señal desde el Enterprise.


 - ¡Spock! ¿Estás bien? Dijo que te había herido en una pierna... - Corrió hacia él y le abrazó, sabía que el otro no le correspondería pero necesitaba hacerlo.


 - Estoy bien, Jim. - Murmuró posando la mano sobre el hombro de su capitán, apretando ligeramente el cuerpo contra el suyo. - Y tú... ¿te sientes bien?


 - Mejor que nunca, Spock... - Musitó con media sonrisa que en nada se hizo sonrisa entera. - Mejor que nunca.


        Se dejó abrazar encantado, parecía que el otro también estaba a gusto, por una vez Spock no se mostraba incómodo. Aquello, tan inusual y placentero, duró sólo un par de segundos sin embargo. Jim recuperó la compostura siguiendo a su primer oficial en la ruta que les llevaría de vuelta a casa.


 


 


 - Apolo, ya está hecho. Spock sabrá defenderse del Minotauro y Jim podrá dar con el otro Jim cuando entre en el Nexus. - Informaba Quirón pulsando la fíbula con forma de trisquel.


 - ¡Bien hecho, amigo mío! - Contestaba el dios desde su trono dorado en el puente de mando. - Te transportaré a la Pantheion en cuanto dejes todo preparado para la siguiente visita de uno de mis descendientes.


 - ¿Quién será, capitán? - Inquirió curioso. - ¿El hijo que la doctora Marcus lleva en su vientre y que está a punto de nacer, o la cosa que esos dos engendrarán dentro de poco?


 - ¡No oses llamar “cosa” a mi pequeña amazona! - La voz de Artemisa le llegó en un grito, la diosa parecía enfadada. - Mueve tus cuartos traseros hasta aquí, Quirón. Tengo una tarea que encomendarte...


 - Sí, mi señora. Quirón, fuera. - El centauro volvió a apretar su fíbula y esperó a que sus moléculas se desintegraran en un haz de luz oscura. - ¡Mierda! La he cagado... - Farfulló temiéndose lo peor. La furia de Artemisa caería sobre su cabeza.


 

Notas finales:

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.

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