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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

¡Afortunado aquel al que los dioses miran con buenos ojos! Puestas sobre él se hallan sus bendiciones y no habrá dificultad que no sea capaz de superar en la vida. Algunos hombres cuentan con esta ventaja, sin aparente motivo destacan entre los demás por sus extraordinarias aptitudes. El caso de los Kirk ya nos era conocido, como descendientes de Apolo cuentan con su apoyo y protección. Sin embargo no son los únicos favoritos de los dioses.

LA MIRADA DE LOS DIOSES


 


                                                                             Sintió náuseas, malestar, como si estuviese enfermo, y eso que sólo un minuto antes se encontraba de maravilla. De pronto notó que iba a vomitar y abandonó lo que estaba haciendo para incorporarse. Rápido, no hay tiempo... pensó para Jadzia apartándolo a un lado. Saltando de la cama, corrió a arrodillarse ante la taza del water, sujetándose el estómago que parecía querer salir por su garganta. Las arcadas eran muy profundas, arrancando todo de su interior. Anton mantenía la boca abierta expulsando el chorro que contenía la cena aún a medio digerir.


 - He llamado a Sam, viene para acá. - Jadzia se ocupó de sostener la cabeza de su novio cuando una tercera bocanada le sobrevino obligándolo a retorcerse en el suelo del cuarto de baño. - Algo te habrá sentado mal, t'hy'la. Te sentirás mejor una vez que lo hayas echado todo.


        El klingon esperó a que terminase de vomitar y le puso la camisa del pijama, Anton había salido de sus brazos completamente desnudo. Una vez abotonada intentó que vistiera también los pantalones.


 - ¿Y mis calzoncillos?


 - No lo sé, perdidos entre las sábanas, supongo.


 - Lo siento, yo...


 - Estás enfermo, no es algo por lo que debas disculparte.


 - Pero te he dejado a medias.


 - Los dos nos hemos quedado a medias, estrella mía. - Giró la cabeza al escuchar unos pasos. - ¿Sam? Estamos en el baño.


        Anton dejó que su novio le subiera la cinturilla del pantalón, cubriendo sus vergüenzas, cuando vio que el doctor no llegaba solo. George se había cruzado con Sam por la galería de oficiales y acabó apuntándose a la visita médica nada más saber que su primo el mayor se encontraba mal.


 - ¿Qué te pasa? - El rubio se agachó para acariciar la frente de Anton bajo los rizos. - ¿Una indigestión? ¿Gripe?


 - Si me dejas hacer mi trabajo, idiota, lo sabremos en un minuto. - Protestó el médico haciéndolo a un lado.


        El pelirrojo tuvo que apartar a George para poder reconocer por encima a Anton, pasándole el tricorder alrededor de la cabeza y sobre el estómago. Algo llamó su atención. Sam golpeó el aparato como si apreciara en él un mal funcionamiento. Luego lo apagó, esperó unos segundos y volvió a encenderlo. La señal que recibía le dejó bastante desconcertado.


 - Bueno, a ver... - Ayudando a Anton a incorporarse lo acompañó a la cama. - Túmbate un momento y vosotros dos... - Volviéndose hacia George y Jadzia les miró con el ceño fruncido. - Salid del camarote, quiero hacerle un chequeo a solas a mi paciente.


        Ninguno de los dos estuvo de acuerdo, ¿esperar fuera? ¿Por qué? George estaba tan preocupado por Anton como el klingon, se resistía a marcharse, lo miró de reojo y le oyó gruñir.


 - Es el oficial médico jefe de la nave, se supone que en estos asuntos él está al mando. - Murmuró Jadzia empujando a George hacia la puerta. - No nos vamos a mover del pasillo, Sam. Hazle las pruebas que necesites. Anton, estaremos ahí mismo, mi t'hy'la.


 - Sammy... ¿qué ocurre? - Anton temió que el alarde de autoridad por parte del médico no se debiese a nada bueno. - ¿Por qué les has echado?


          No hubo respuesta, Sam ni siquiera le miró a la cara. El doctor sacó de su maletín un pad que conectó a un aparato del que salían un par de cables terminados en sendas ventosas. Luego tomó un pequeño frasco de gel frío e, ignorando las quejas, untó un poco sobre el vientre de Anton con un ligero masaje. Después le conectó el transductor y esperó paciente a que la imagen del interior de su abdomen se formase en la pantalla, lo que vio le dejó completamente atónito. Estaba pasmado, aquello no tenía ningún sentido.


 - No puede ser... - Susurró sin apartar los ojos azules del milagro que le mostraba la ecografía. - Anton... no te lo vas a creer pero...


 - Estoy embarazado, ¿es eso? - Preguntó arrebatando de las manos de su primo la pantalla táctil.


        No era muy grande, difícil de apreciar, pero algo borroso latía rodeado de una especie de bolsa allí dentro. El blanco y negro vibraba distorsionando la señal de ultrasonidos recibida. Sam acercó la mano para pulsar un botón azul en el pad. La pantalla se dividió en dos mostrando casi la misma imagen a ambos lados.


 - Esto, a la derecha, es lo que llevas dentro, primo. - El médico parecía sonreír por debajo de su cara de asombro. - Y esto otro, a la izquierda, es el útero de una mujer embarazada de cuatro semanas. ¿Tú qué opinas? ¿Tienes algo que contarme sobre tu herencia vulcana que yo desconozca?


 - Cuando pisé el nuevo planeta que descubrimos en la nebulosa Cabeza de Caballo, lo supe. Algo cambió en mi interior. - Anton estaba llorando, las lágrimas rodaban por sus mejillas sin cesar; los ojos aguamarina, enormes y anegados, brillaban con verdaderos remolinos de emociones encontradas. - Me sentí distinto, Sam... diferente. Allí había algo, lo sé, y éste... - Tragó saliva señalando el bultito palpitante a la derecha de la pantalla. - ¡Éste es el resultado!


 - ¿Y puede saberse por qué narices no me contaste nada? ¿Qué sentiste exactamente, Anton? - Quiso saber el médico retirando las ventosas del vientre de su primo.


 - Un terremoto en mis tripas, dolor y sobre todo calor ahí dentro. Pensé que algo había fallado con el transportador pero vi que Jadzia y George estaban bien así que, como se me fue pasando, no le di mucha importancia. - Anton se incorporó en la cama hasta quedar sentado sobre ella, cruzando las piernas igual que un indio, mirando directamente a los ojos al joven médico. - Más tarde, cuando George regresó a la Reliant y Jadzia y yo nos quedamos obteniendo muestras minerales, volvió a pasar. ¡Calor, Sam, algo me quemaba por dentro, como el Pon f...!


        Se detuvo en sus explicaciones, las mejillas se le tiñeron de rubor y Sam sonrió secándole las lágrimas con la palma de su mano, suavemente.


 - Anton... - Musitó con dulzura. - ¿Hicisteis el amor en aquel planeta? - Su primo asentía en silencio, completamente avergonzado. - Tal vez estés en lo cierto y allí hubiera algo que hizo posible este milagro, quizá se deba a los dioses, como la concepción de tu madre. No lo sé. Lo único que sé es que hay un feto desarrollándose en tu interior y...


 - ¡Quítamelo! Pazhalsta *(por favor) Samuel... ¡Deshazte de esta cosa! - Le suplicó volviendo al llanto, agarrándolo con violencia del cuello del jersey azul de su uniforme.


 - ¿Qué? ¿Cómo puedes pedirme algo así? ¡Anton! - Había gritado el nombre con auténtica rabia, de inmediato bajó el tono intentando aparentar calma, acariciándole las manos a su primo y apartándolas de su uniforme. - Estás hablando de tu hijo, tuyo y de Jadzia... ¡Por Odín que no le haré ningún daño!


 - Pero esto no es natural... ¡Por todos los dioses! - Su voz ronca estaba a punto de quebrarse, se desgañitaba gritando en un susurro ahogado, no quería que Jadzia y George le escucharan desde el otro lado de la puerta. - Soy un hombre, Sam... ¡No puedo estar embarazado!


 - Sin embargo lo estás, Anton. - Sam trató de tranquilizarle. - El abuelo Jim también pasó por esto, no te preocupes... Mira, ¿lo ves? - Le dijo enseñándole las imágenes que había grabado en su pad. - Todo está en su lugar, no hay ningún problema.


 - Niet! *(no) Mi barriga no es “lugar” para esa... ¡esa cosa! - Anton negaba con la cabeza, evidentemente aterrorizado. - Y no me compares con dedushka, *(abuelo) él no llevó a mi madre en su vientre.


 - Sí, ya sé... tía Amy se gestó en la nave oscura y esto es diferente pero... - Dejando la pantalla en el regazo de su primo, Sam le sujetó la cara entre sus manos, mirándolo a los ojos con una tierna sonrisa. - Anton, estás tan embarazado como él, más aún, porque tú sí cargas con el feto en tu interior.


 - ¿Y cómo voy yo a... a... parir? - Las lágrimas ahogaban sus palabras, agitándose entre las manos de Sam negaba una y otra vez. - Niet... niet... es imposible...


 - Confía en mí cuando te digo que todo está en su sitio, Anton. - Sam volvió la vista al pad y le señaló la membrana que recubría aquel bultito latente en su interior. - No sé cómo pero has desarrollado todo lo necesario para llevar adelante un embarazo. Aquí están los límites del útero y esto es la placenta, oh... y el cordón umbilical, ¿lo ves?


 - Me matará... esa cosa acabará matándome. - Farfulló mirando las imágenes con auténtico pavor.


 - ¡Nada de eso! Me ocuparé de ti, te monitorizaré cada día, controlaré la gestación a cada paso. - Levantando la barbilla de su primo le miró a los ojos con ternura. - Y cuando llegue el momento te abriré el vientre por aquí... - sus largos dedos de cirujano rozaron el abdomen de Anton dibujando una fina línea imaginaria, - y sacaré a tu bebé sano y salvo. Déjalo en mis manos, primo. Desde ahora mismo eres mi único paciente.


        Deseaba creerlo, confiaba en él y sabía que era tan buen médico como su padre, Alex, o como el abuelo Bones. Sí, se pondría en sus manos. Si los dioses habían planeado aquello para él, ¿qué otra cosa podía hacer? Todo saldría bien, en aproximadamente treinta y seis semanas Sam le practicaría una cesárea y una nueva vida vería la luz... Una nueva vida, pensó Anton.


 - ¿Es mi hijo? ¿Y de Jadzia? - Preguntó de pronto como si la idea acabase de calar en su cerebro.


 - ¿Tienes dudas? Oye, no sé qué habrás estado haciendo por ahí... - Bromeó Sam intentando quitarle hierro al asunto. - Es pronto para saber si será niño o niña pero que es tuyo y de tu novio klingon no me cabe ninguna duda, observa el perfil de su ADN.


        Anton se fijó en las finas líneas captando a simple vista las coincidencias, leyendo unos porcentajes bajo los marcadores destacados en rojo.


 - Cincuenta por ciento klingon, cuarenta y uno coma setenta y cinco por ciento humano, seis coma veinticinco por ciento vulcano y... ¿dos por ciento desconocido? - Anton se extrañó, lanzando una mirada inquisitiva a su primo le interrogó sin necesidad de palabras.


 - Será la parte de Khan. - Respondió entre risas y encogiendo los hombros, restando importancia al dato desconcertante. - Ya sabes que el abuelo volvió a la vida gracias a su sangre.


 - Ya, igual que tu padre, conozco la historia. ¿Y no será que esta cosa es un poquito... “alienígena”, Sammy? - Preguntó con cierto repelús apuntando a su barriga con desconfianza. - Papá es sobrehumano, es decir que sus genes, aunque mejorados, son humanos, ¿por qué no iba a reconocerlo así el análisis?


 - No tengo ni idea, Anton, pero un dos por ciento no debería preocuparte. - Volvió a reír, el hecho de que su primo estuviera embarazado sí que era motivo de preocupación. - Oye... ¿quieres que me quede contigo para ayudarte a contarle todo esto a Jadzia?


        Anton se sobresaltó, no había pensado en eso todavía. Echándose a temblar su rostro palideció de repente.


 - No voy a contárselo... - Susurró apartando a un lado la pantalla donde los resultados del análisis genético pasaron a un segundo plano, regresando la imagen de aquella cosa palpitante en su interior. - Por ahora no. ¡Y tú no abras la boca, Sam! Apelo a tu juramento hipocrático...


 - ¡Pero Anton! - Exclamó sorprendido. - ¿De veras pretendes guardar esto en secreto?


 - ¡No hablaremos de ello, Sam! - Le espetó escupiéndole el aliento a la cara, haciendo que el pelirrojo cerrase los párpados.


        Sam se echó hacia atrás, los ojos aguamarina ardían con furia y una abultada vena latiendo en el pálido cuello delataba la tensión que su primo acusaba en ese momento.


 - Por un segundo me ha parecido ver a tu padre... - Comentó buscando sacar una sonrisa de la ajustada boca de Anton sin conseguirlo. - ¡Oh, está bien! No diré nada, tómate tu tiempo. Aunque no lo dejes correr demasiado porque en unos meses será evidente.


 - ¿Cómo que evidente? - Levantando las cejas le miró con cara de bobo. - ¿Qué quieres decir?


 - Joder, Anton... - Sam tomó un cojín y lo remetió por debajo de la camisa del pijama de su primo. - ¡Pues evidente! - Exclamó señalando la ahora abultada barriga. - A veces pareces idiota... Anda, métete en la cama y descansa. A esos dos les contaré una milonga, ya se me ocurrirá algo, tú tranquilo.


 - Sam... - Agarrando su mano la apretó con fuerza. - Ni una palabra, ya veré cómo se lo digo a Jadzia.


 - Hazlo cuanto antes, primo. - El médico se acercó hasta darle un beso en la frente a su paciente. - Y enhorabuena, mamá... - Musitó alejándose, recogiendo su equipo y guardando las cosas en el maletín.


 - ¿Mamá...? - Repitió algo atontado colándose bajo el edredón y deslizando los pies desnudos entre las sábanas, estremeciéndose al sentirlas tan frías. - Ni hablar, no soy una mujer, no puedo ser madre. En todo caso... “papa”... - Pensó para sí, y una tierna sonrisa se le dibujó en el rostro al hacerlo.


          Jadzia y George no tardaron en entrar al camarote, las explicaciones de Sam habían sido breves. El rubio le miraba como tratando de descubrir qué secreto guardaba aquella boquita de fresa tan sonriente.


 - ¿Cómo te encuentras, estrella de mi vida? - Jadzia se sentó en la cama tomando la mano de su novio entre las suyas. - Sam dice que es una gripe estomacal sin importancia, ¿quieres que te traiga una taza de té?


 - No gracias, no me apetece. - Respondió con una fingida debilidad en la voz. - Quiero dormir, ven y acuéstate a mi lado, necesito tu calor mi amada constelación.


 - ¡Por todos los dioses! - Juró George. - ¿Se puede ser más cursi y empalagoso que vosotros dos? ¡Aj, dais asco! Si es sólo gripe me voy a la cama, que te mejores primo. - Para despedirse le dio un beso en la frente sintiendo algo extraño al hacerlo. Miró a los ojos a Anton y descubrió un brillo en ellos que nunca antes había percibido, algo que no supo identificar. - ¿Estás bien? ¿Seguro?


        Anton asintió ocultando en su sonrisa la alegría secreta de saberse embarazado. George se encogió de hombros y se marchó del camarote sin perder ni un segundo: Jadzia ya se había metido bajo el edredón y empezaba a colmar de mimos y besos a “la estrella de su vida”.


 


 


                                                                                            La fiesta en la Pantheion duraría al menos dos semanas, el acontecimiento debía ser celebrado por todo lo alto. Ares, como siempre, parecía el único disgustado entre tanta algarabía. El dios renegó por ver a tan bravo guerrero en semejantes circunstancias. ¿Un r'uustai “encinta”? Gritaba cada dos por tres pero nadie hacía caso a sus protestas; los dioses le ignoraron riendo, danzando y bebiendo el delicioso néctar.


 - Cassie, amada mía... - Apolo la atrajo hasta sentarla sobre su regazo en el trono dorado. - El pequeño ha sido concebido, estabas en lo cierto. Lo que depositamos en el núcleo del nuevo planeta ha obrado el milagro en el vientre de Anton.


 - Y la semilla recogida en la copa dará al fin su fruto. El niño será muy querido por ti, mi señor. - Susurró a su oído con una caricia de sus largos y suaves dedos en la mejilla del dios. - Con el tiempo acabará siendo de tu familia.


 - ¿Es una visión que has tenido? - Apolo comprendió en el guiño de la de los ojos violeta que no revelaría nada más al respecto. - Pero si él ya es de mi familia, lleva mi sangre, como sus padres y sus abuelos, como todos los Kirk, los De Mogh y los Chekov de este universo.


 - Un universo que nunca deja de crecer, como el amor de Zeus por todos sus hijos. - Cassandra sonrió con ternura, desde que había sido madre se mostraba mucho más cariñosa y condescendiente con todo el mundo. - El planeta surgido en la Nebulosa Cabeza de Caballo da fe de ello. Veo nuevos caminos que se abrirán muy pronto, las leyes de la física se pliegan a tus deseos, mi señor.


 - Bueno sí, he pensado que un atajo al sistema solar terrestre no les vendría nada mal a los chicos. - Apolo volvió a torcer la boca con una sonrisa de comemierda. - Los cardassianos nada podrán hacer por atravesar el agujero de gusano que se está creando en la constelación de Orión.


 - Queda lejos de sus fronteras. - Intervino Atenea que no había podido evitar oír a su hermano comentar el proyecto que la tenía tan ocupada últimamente. - El puente de Einstein-Rosen o agujero de gusano, como lo has llamado, cruzará hasta las proximidades de Saturno convirtiéndose en un camino seguro y rápido para ir del cuadrante Delta al Alfa.


 - Lo sé pero no olvides que es necesario creer en nosotros si se desea atravesarlo. - Añadió vanidoso el capitán de la Pantheion. - Sin nuestras “bendiciones” es imposible sobrevivir a tan intensa gravedad.


 - ¿Nuestras bendiciones? - Atenea, con su mente fría y lógica, era incapaz de comprender el componente de humor divino y humano que llevaban las palabras de su hermano mayor. - Simplemente ocurre que Cardassia Prime está al otro lado del horizonte de sucesos.


 - ¡Ay, Atenea Partenos! - Suspiró Apolo con resignación. - Tú siempre tan... “vulcana”, como tu pueblo predilecto. Si levantases ahora una de tus cejas serías igualita que Spock.


 - No te burles de ella, amado mío. - Le reprendió la sacerdotisa pellizcando una de sus mejillas. - Tu hermana está en lo cierto tanto como tú. Los cardassianos no conocen a los dioses, no creen en ninguno, jamás lo han hecho. Están al otro lado de esta realidad y precisamente eso mismo es lo que les impedirá utilizar, o siquiera conocer, el agujero de gusano.


 - Los dioses nunca les han mirado con buenos ojos, Atenea. - Bromeó Apolo refiriéndose a los cabeza de cuchara.


 - Los dioses nunca les hemos mirado, más bien. - Insistió la diosa de la sabiduría tan amante de la exactitud como podría serlo cualquier vulcano.


       Apolo y Cassandra tuvieron que darse por vencidos con la de los numerosos inventos, el sentido del humor de Atenea Polumetis brillaba por su ausencia. Debajo de la consola científica, hacía rato que se había dejado caer por allí preso de uno de sus vahídos por la embriaguez, Dionisio había estado escuchando, sin ser advertido, la reveladora conversación entre sus hermanos mayores.


 - Así que pronto se abrirá una nueva ruta que conecte Orión con la Tierra. - Se dijo feliz, pues su trabajo como oficial de derrota se vería aligerado en consecuencia. - Y Chekov tendrá un nieto, lo cual es maravilloso pero... - Aunque se alegraba por su viejo amigo, Dionisio intuía que algo importante se le estaba escapando. - ¿Qué es eso de que los Chekov y los De Mogh de este universo son también “de la familia”?


        Recordó entonces las palabras de su hermano y, lleno de curiosidad, se apoyó en la consola de Atenea para poder levantarse. Bajo los efectos de la bebida le costaba bastante mantenerse erguido, y eso que tenía mucha práctica en esta clase de situaciones. Trastabillando un par de veces alcanzó el puesto de artillero sin llamar demasiado la atención y, tomando a Ares de un brazo, le llevó aparte para hablarle en privado. El destructor de hombres se dejaba hacer, preso del fastidio y el tedio que todo aquel asunto sobre el embarazo de Anton le provocaba.


 - ¿Qué quieres de mí ahora, loco? - Preguntó con desgana. - A estas alturas ya debes estar como una cuba, ¿me equivoco, Dionisio?


 - Reeeshponde: Kirk, De Mogh y Chekov... ¿qué shh...? ¿Qué igshiñi...? ¿Qué quieren decir todos esos nombres? - Le interrogó arrastrando la lengua de trapo por las palabras, arrugándole el quitón negro al agarrarse de él con los puños cerrados.


 - ¡Ah, vamos...! - Protestó intentando quitárselo de encima. - ¿No lo sabes?


        Ares sonrió al ver, en su mueca de idiota, que su hermano pequeño lo estaba preguntando en serio. Y rió cuando tuvo que sostenerle de los brazos porque otro de sus acostumbrados vahídos se había presentado de repente.


 - Eshtoy bien. - Atinó a decir el beodo recuperando un poco la verticalidad. - ¡Vamos, conteshta de una vez! ¿Qué shiiiñifican esos nombres?


 - Kirk, en lengua inglesa, derivó en “church”... - Le aclaró poniendo los ojos en blanco y dejando la mano en la cadera del borrachín para evitar que se fuera al suelo. - Chekov se convirtió en “tserkov” en ruso y De Mogh, en klingon, significa lo mismo.


 - ¡Iiiigleshia! - Dionisio, espabilándose un poco de repente, entendió lo que su hermano el capitán había dicho. - ¡Todos son su prole! Los hombres que adoptaron ese nombre son... ¡Reconocían su origen como “llamados desde fuera”, “el pueblo de dios”... los hijos de Apolo!


 - Bueno, ¿y te sorprende? ¿Qué más dará el nombre? - Ares golpeó la pelada cabeza hueca del dios del vino con la palma de su mano abierta, desde que Apolo le castigó por bocazas no le había permitido dejarse crecer el cabello. - Como dijo Julieta a su Romeo: la rosa no dejaría de ser rosa y de esparcir su aroma aunque se llamase de otro modo, hermano.


 - Yo tomé a esa rosa, Ares... - Recordó algo, nostálgico con la pesadez de los borrachos que se enredan en el pasado, frotándose molesto la coronilla donde su hermano le había golpeado. - Chekov fue mío. ¿Y ahora me entero de que es hijo de mi hermano? No solamente los Kirk son sus descendientes, los Chekov también, y los De Mogh. Pero dime, Ares... Los klingons... ¿no eran tu pueblo?


 - Lo son y estoy en verdad orgulloso por ello, ¿qué tiene eso que ver? Apolo tomaría a alguna mujer klingon hace miles de años o algo así. Anda, bebamos un poco más de néctar y dejémonos de tonterías. Con suerte nos desmayaremos y no tendremos que soportar toda esta pantomima. - Le dijo haciéndose con dos copas llenas a rebosar. - Yo también tuve a Pavel, y a Khan y a Sulu con él. Me hice pasar por un kazon para colarme en su lecho, ¿lo sabías? ¡Oh, por Eros que aquello sí fue divertido!


 - ¡Oye! ¡Eso tienes que contármelo con más detalle! - Exclamó alzando el cáliz para brindar con Ares. - Y si quieres puedes seguir citando a Shakespeare, hermano. Me gusta como suena en tu voz... - Añadió refiriéndose a lo que había comentado sobre las rosas.


          Todo en la nave oscura era alboroto y alegría, pronto una nueva rosa florecería entre los mortales aunque, en esta singular ocasión y sin que sirva de precedente, la rosa en cuestión resultaría ser inmarcesible. Zeus la había mirado con buenos ojos.


 

Notas finales:

Lo sé, lo sé... llevaba una eternidad sin colgar nada. Consideradlo un parón por vacaciones, las saturnales me dejan exhausta.

 

Feliz año nuevo a todo el mundo.

 

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.

 

 


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