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La voz de la razón. por LeonSmith

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Notas del fanfic:

Éste fic es un experimento propio. Nunca en mi vida he leído yuri, mucho menos lo he escrito. Sin embargo, veo que muchas chicas logran escribir grandes narraciones de amor entre hombres. Así que, ¿por qué no intentarlo? Espero les guste la historia. 

Notas del capitulo:

No sé qué decir, espero poder empatizar con algunas de ustedes. Muchas personas pueden pasar por ésta situación, no lo sé. Sólo quiero brindarles una buena historia. Espero les guste.

Lucy Banks se encuentra en su bello y cuidado jardín, disfruta de un delicioso té helado mientras admira las hermosas gardenias que ella misma ha cultivado con tanto cariño. Es media tarde en los suburbios, un cálido día de verano.

Ella siempre ha sido una mujer bastante tranquila, disfruta de los pequeños placeres de la vida, tomar café por las mañanas, leer un buen libro, escuchar su música preferida.

Eso fue lo que enamoró a Steven, su amado esposo. Era un hombre leal y protector, una persona hermosa en todos los sentidos. Ella lo extraña con mucha melancolía, aún recuerda el día en el que recibió la noticia. Steven fue un gran patriota, había salvado miles de vidas con su valerosa acción, aunque eso le costó la vida.

Así fue, ella sabía los riesgos que el trabajo de su compañero tenía, pero el amor es algo que une a las personas, sin importar las circunstancias. El general Steven Banks, un héroe de guerra, un gran amigo y el amor de su vida.

Antes de recibir la funesta noticia, ella recibió la mayor bendición de su vida, un pequeño pedacito de Steven, un hermoso bebé de cabello castaño (como su padre) y ojos azules (como los de ella). El pequeño Max era su adoración, con sus tiernos 8 años, se había convertido en la razón de su existencia.

Lucy, ahora una pobre viuda (a decir de sus vecinos), pasa los días enteros cuidando a su amado hijo. Nada les faltó gracias a su querido héroe, agradecía a dios que su marido fuera una persona tan preocupada y previsora, con su cuantiosa pensión tenían más de lo que necesitaban para vivir.

A pesar de sus 30 años, el tiempo no ha pasado por la tersa y apiñonada piel de Lucy, su sonrisa fresca, su sedoso cabello rubio, es una mujer de lo más espectacular, opacada por su vestimenta de ama de casa.

Después de enviudar, nunca le faltaron pretendientes, ella los repelía con educación y cortesía, no tenía intenciones de estar con otro hombre, no después de haber conocido al mejor.

Ha sido un año bastante tranquilo, después de la guerra, cualquier día es una bendición. Su pequeño Max cursa la junior school, cada día se sorprende más por lo rápido que el tiempo pasa. Ella tiene un trabajo de medio tiempo, como mesera de una pequeña cafetería, a unos cuantos minutos de su hogar. No le gusta sentir que pierde el tiempo, sus padres la habían criado para ser una mujer íntegra y servicial.

Sábado, el sol comienza a arreciar sobre su delicado rostro, decide que lo mejor será volver adentro y jugar con su travieso pancake (nombrado así por su fallecida madre, ella y Max tenían la costumbre de preparar unos deliciosos pancakes con frutos rojos).

 — ¡Mira mami! – apenas entra, su pequeño le muestra un chusco dibujo pintado con crayolas.

 — Es hermoso, amor. ¿Qué es? – sonríe por no poder encontrar forma a los desordenados y coloridos trazos.

 — ¡Es un avión! – continúa con el mismo ánimo.

 — Pero qué lindo te quedó, lo voy a colgar en la nevera – camina hasta su cocina y toma un pequeño imán de un cajón.

 — ¡Algún día seré un gran piloto! – el pequeño da saltos de entusiasmo alrededor de la larga falda de su madre.

 — Así será, cariño – contesta con dulzura mientras fija el dibujo a la nevera.

La bella escena se ve interrumpida por el timbre de su puerta, camina con tranquilidad hasta su portal y encuentra un rostro bastante familiar.

 — ¡Tía Sandra! – el alegre pancake se adelanta a su madre y salta para abrazar a la hermana mayor de Lucy.

 — ¡Mira cuánto has crecido! – Sandra, una mujer rubia con semblante más maduro e incluso, penitente, abraza a su pequeño sobrino.

 — Que gusto verte, hermana. ¿Has venido sola?

Ambas caminan hasta la cómoda sala de la casa y se sientan una a lado de la otra, Max aprovecha para servir un vaso de jugo a sus mayores.

 — Sí, Robert está en casa, con su verdadero amor. . . el auto – ambas ríen mientras el pequeño les ofrece un refrescante jugo de naranja.

 — Max, ve a jugar al jardín mientras tu tía y yo platicamos – acaricia el cabello de su hijo, él asiente con mucha obediencia.

 — Que buen niño, ha crecido mucho – Sandra sonríe mientras ve al pequeño salir – Bueno, ¿tú cómo has estado?

 — Bien, todo tranquilo.

La mayor puede leer a su hermana con bastante claridad, nota la soledad en sus brillantes ojos ámbar. La observa con detenimiento y le sonríe con incredulidad.

 — Te sientes sola, ¿verdad?

 — No, ¿por qué lo dices? – detesta ser tan transparente, es pésima para mentir.

 — Eres mi hermanita, sé cómo te sientes – se acerca a ella y toma su mano.

 — ¡No!, no lo sabes . . . – pierde su mirada en la gran ventana que da hacia el jardín, sin notarlo, una tímida lágrima sale desde su ojo.

Sandra hace una pequeña pausa, no era su intención hacerla sentir mal. Sabe lo mucho que extraña a su cuñado, ese hombre era tan amable. Viéndola más tranquila, vuelve a tomar su mano.

 — Lucy, no tienes porque pasar sola toda tu vida. Eres muy joven para sentirte así . . .

 — Ya lo sé, pero . . . no me siento con ánimo para volver a empezar algo – baja su vista con pesar – Además, aún amo a Steven, no podría hacerle eso.

 — Querida, Steven fue el hombre más bueno del mundo, pero a él no le hubiera gustado verte así.

 — No lo sé . . .

 — Escucha, mi cuñado estaría feliz de verte plena, alegre. Se lo debes a él, pero en especial, te lo debes a ti misma.

Lucy reflexiona las últimas palabras de su hermana, era cierto lo que decía, se debía ser feliz. Aunque no imaginaba estar con otro hombre, se sentía bastante sola, esa soledad que no puede ser llenada con el amor de la familia.

 — Creo, creo que tienes razón – mira a su hermana y sonríe con timidez.

 — ¡Claro qué tengo razón! Recuerda que yo siempre he sido la más lista – pronuncia lo último con tono altanero y burlón, logrando dibujar una sonrisa en los labios de su hermana.

 — ¿Ahora qué se supone que debería hacer?

 — Yo siempre voy un paso adelante, querida – su hermana alza la ceja con escepticismo, no le gustan los planes de Sandra – He venido a invitarte a salir.

 — ¿A salir? ¿A dónde? ¿Con quién?

 — A cenar. Verás, la prima de Robert tiene una oferta de trabajo en Londres, y pues, Bromley le queda de paso. Planeamos salir a la ciudad, para cenar y beber algo.

 — Tiene años que no salgo – Lucy se siente tan asustada como una adolescente.

 — Precisamente, creo que te haría bien divertirte un rato, tomar un trago, conocer a alguien . . .

Mientras un casi imperceptible rubor se pinta sobre sus lindas mejillas, Lucy queda pensativa, no es tan mala idea salir con su hermana y su cuñado, siempre eran bastante divertidos. Además, sólo por salir no estaba obligada a quedarse con el primer tipo que encuentre.

 — Está bien, te espero hoy mismo en mi casa, a las siete – se levanta, su misión está hecha.

 — ¡¿Qué?! ¡¿Hoy?! – queda pálida por la prontitud de la cita, no está mentalmente preparada.

 — No llegues tarde . . . – la audaz mujer sale de la casa, sin esperar a responder las molestas preguntas y reclamos de su pequeña hermana. Se despide de su querido sobrino y sube a su auto.

Lucy regresa a su casa, bebe un vaso de agua fría se queda parada en medio de la cocina, recargada sobre una elegante barra. ¿Qué debería hacer? Hace mucho que no sale a divertirse, lo más cercano a eso era ir de compras con su hijo.

El pequeño Max la observa con extrañez, nunca había visto así a su madre. Siendo un chico bastante comprensivo y empático, decidió subir a su cuarto para jugar con sus cuantiosos juguetes.

. . .

Dieron las cinco de la tarde y la agobiada ama de casa continúa analizando su problemática situación. Se siente bastante culpable por traicionar la memoria de su marido, juró a sí misma no volver a pensar en otro hombre, de la manera en que pensaba de él. Se levanta de su cama y camina hacia su tocador, se mira al espejo y sonríe por lo bella que aún es. Toma la foto de su amado y la observa, suplicante de respuestas . . .

 — Sí tan sólo estuvieras aquí . . .

Sus ojos se llenan con el brillo de sus lágrimas, se recuesta sobre el viejo mueble y acaricia la imagen del único hombre que ha amado. Sin querer, con el movimiento de sus dedos, descubre una pequeña nota detrás de la fotografía . . .

Querida Lucy:

Si estás leyendo esto, lo más seguro es que ya no me encuentre contigo. Lamento mucho haberte fallado, pero la vida es así, caprichosa.

Quiero agradecerte por el hermoso tiempo que hemos vivido juntos, por las hermosas mañanas a tu lado, las pláticas hasta el anochecer, por tus preciosos labios rojos. Eres la persona que más he amado, más aún por haberme regalado el mayor tesoro de mi vida, nuestro pequeño Max.

Te conozco lo suficiente, seguramente me guardas un devoto luto, mi querida chica preocupada. Quiero que sepas que, aunque me siento un tanto melancólico y hasta celoso por decirlo, eres libre de rehacer tu vida. Eres una gran mujer, no mereces ser prisionera de mi recuerdo.

Quiero que vivas tu vida, conoce gente, haz amigos, enamórate con locura. Yo no soy nadie para pedirte lo contrario, mi más grande deseo es que tú y mi querido Max sean lo más felices posible.

Yo viviré en tu corazón, en las sutiles caricias que dejé sobre tu hermoso cuello, en los eternos besos, en las palabras de amor que dije a tu oído. Tú vivirás en mi ser, en mi alma.

Soy pésimo con las palabras, lo sabes. Sólo quiero sentir la seguridad de que serás una mujer tan viva y alegre, quiero que sigas siendo la mujer de la que me enamoré.

Mi hermosa honey pie, Lucy.

Con una mezcla de tristeza, felicidad y esperanza, se levanta de aquel lugar. Se da una liberadora ducha, y descarga todas sus preocupaciones con la cálida agua. Abre su clóset y toma su vestido favorito, una elegante prenda color carmín, el último regalo de Steven.

Maquilla su fresco rostro, desea lucir hermosa, desea volver a vivir. Al terminar de arreglarse, se mira incrédula ante el espejo, sus delineadas curvas no habían cedido ante el paso de los años. Su piel sique tan firme y tersa, sus labios carnosos rebosan sensualidad, su cabello brilla como el oro, sus ojos arden con el fuego de la decisión.

Toma a su pequeño Max y toma un taxi hasta la casa de su hermana. Toca el timbre y sonríe para sí misma, su pequeño la sostiene de su mano. Al abrir la puerta, Sandra queda impactada, no puede evitar llorar de la emoción, al fin ha recuperado a su hermana.

Su hermana, su cuñado y ella, van en el auto, rumbo a Londres. El pequeño Max se ha quedado dormido en la casa de Sandra, al cuidado de su primo Roland. Las manos de Lucy sudan mientras observa cada vez más luces, se siente el ambiente citadino y todo su glamur. Se siente una estrella de cine.

Cerca de las nueve, llegan a un restaurant, algo lujoso, pero sin perder el ambiente cálido y ameno. Toman su mesa, reservada por su hermana hace un par de días. Los manteles blancos y servilletas rojas, las copas sobre la mesa, las finas cortinas de terciopelo, aquel lugar sí que tiene estilo.

Ella recuerda algo que le inquieta, ¿no se suponía que saldrían con la prima de Robert? Mientras comienzan a ordenar sus platillos, queda pensativa por el asunto.

 — ¿Qué sucede Lucy? – su hermana la observa mientras el mozo sirve un buen vino en sus copas.

 — No tenías que engañarme para salir –responde un tanto indignada.

 — ¿A qué te refieres? – no comprende la acusación.

 — Creí haberte escuchado decir que saldríamos con el pretexto de la visita de la prima de Robert.

Su hermana y su esposo se miran a los ojos y comienzan a reír con complicidad, Lucy se molesta un poco y cruza los brazos. Ellos la miran aún sonrientes.

 — Querida, pronto conocerás a Roxanne – las luces del lugar cambian a una intensidad bastante tenue. La gente se emociona y observan con atención hacia unas cortinas rojas, las cuales resultan ser un telón. Un pequeño escenario se muestra ante sus ojos, al iluminarse, revela a una despampanante mujer. Una hermosa chica de cabello negro, piel blanca y suaves curvas.

 — Lucy, te presento a mi prima . . . – Robert interrumpe su asombro, aquella hermosa mujer es su prima. ¡Su prima es una cantante!

Notas finales:

Hola de nuevo, ojalá les interese seguir la historia. Será una trama madura, de problemáticas reales de una mujer real. Me gustaría saber su opinión sobre el fic, no duden en dejar un review, siempre los contesto y los aprecio.

Soy León Smith, les deseo tardes bajo el sol primaveral, un refrescante jugo de naranja, vestidos elegantes y, sobre todo, muy buenas lecturas. 


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