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No llores por Amok Scarlet

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Notas del fanfic:

Creo que es una buena historia. Ustedes dirán. Si no se explica todo es porque lo dejo a su imaginación.

Espero les guste, si es así espero sus comentarios.

¿Por qué lo último que podía ver era un rostro lleno de lágrimas? ¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué no podían estar juntos por más tiempo? ¿Por qué el tiempo se acababa?


“Dios, sé que eres justo. Lo sé, pero no quiero dejarlo, quiero verlo escapar cuando le haga cosquillas, quiero que me grite cuando lo haga enojarse, quiero compartir la cena con él, quiero que nuestras manos se unan cuando nos quedamos mirando a la hora de dormir. Quiero… quiero tantas cosas, pero lo que más quiero es verlo reír una vez más.


Si estás ahí y me estás escuchando, por favor, por lo que más quieras, por todo lo bueno de este mundo y si me tienes un poco de amor, no dejes que sufra, enséñale las cosas bellas de la vida, que disfrute de su trabajo, que entregue su corazón a la persona que lo ame como yo lo amo y si esa persona lo ama más que yo, estaré feliz.


Dale fuerzas para seguir, no dejes que escape un suspiro por mí, no quiero dejarlo solo, si puedes no permitas que se consuma en su dolor. Sé que es difícil lo que pido, él es una persona que se guarda todo, dale a alguien que pueda ver lo que esconde. Alguien que no se rinda, alguien perseverante, que pueda sacarle sonrisas, que lo haga enojar, que lo haga gritar, que pueda hacer milagros.


Muéstrale la vida una vez más. Por favor, no dejes que se derrumbe. Dale todo. Todo. Por favor. Y un último deseo egoísta, quiero verlo sonreír.”


Imploraba al cielo, su cama estaba a lado de la ventana. Las cortinas que separaban una camilla de otra estaban plegadas, se podía ver a los otros pacientes.


Tubitos colgando por el techo y maquinas en la pared, agua, oxígeno y otras cosas más. El olor a medicamentos, jabón antibacterial y otros olores inundaban la estancia. Las visitas estaban con sus pacientes. Hablando, unos peleando, otros cantando y ellos simplemente se tomaban de las manos.


Miraba a la ventana, el cielo azul, las nubes pasar, los rayos del sol atravesando las esponjas en el cielo. Todo era hermoso. Menos, sentir el llanto de la persona que más amaba.


—Sasuke, mírame —lo llamaba. Las manos temblorosas sobre la suya le dolían, no el cuerpo, recaía en su pecho un dolor peor que su enfermedad.


Los ojos rojos, hinchados y húmedos subieron con dificultad al rostro que le suplicaba que lo mirara. Toda su cara tenía rastros de sus lágrimas. Su dulce ángel sufría. No quería eso para él.


—Ven, abrázame—. Sonrió, para él, como siempre lo hacía. El chico se lanzó a la cama cayendo sobre el cuerpo débil que sostenía. Acarició sus cabellos negros, sedosos y delgados. Era una adicción tocarlos.


Los otros pacientes miraban la escena con pesadumbre. Todos ellos eran hombres viejos, ya habían vivido lo suficiente. Conocían la vida como una biblia.


Ver a esos jóvenes así les daba melancolía, les hacían recordar sus momentos de gloria. Aquellos que parecían lejanos. Era raro para ellos ver que dos hombres estuvieran juntos, pero verlos a ellos… era real, no podían ir en contra de algo verdadero.


El amor no escoge, no hay color, país, gustos, género, no hay nada. El amor nace como las flores, hermoso y cauteloso, cálido y brillante, frágil y poderoso, perfecto y complicado. El amor no tenía ojos, ni hablaba, ni escuchaba, el amor sentía. El amor se mueve, no puede estar quieto, no necesita a nadie, no se limita.


El amor es abundancia, riqueza, salud, felicidad. El amor es codicia, lujuria, terquedad, estupidez. El amor es como los diamantes, brillantes si se les cuida y pule, opacos si se les olvida y guarda. El amor es todo y a la vez nada. El amor está lejos de toda realidad. El ser humano no podrá ser capaz de ver todo lo que es el amor. Es incomprensible.


La noticia había llegado de improviso para unos, menos para él. Ya lo sabía, estaba preparándose para ello desde el momento en que se enteró de su enfermedad. Estaba listo cuándo el día llegara. Lo que no espero fue tener a esa persona junto a él. Su ángel, su vida, su amor.


El mundo podía destruirse, eso no le importaba, lo que él quería era que su persona más preciada sonriera. Aun sí él no estaba, lo que necesitaba era verlo feliz. Sin miedo, sin remordimientos, sin tristezas, sin rencores, sin culpas. No se lo merecía, estaba hecho para más, mucho más.


No se sentía culpable por hacerlo vivir esta experiencia, lo habían hablado, antes de tener una relación. No le oculto nada, le contó de su vida, de sus “amores” pasados, la enfermedad que hace un tiempo le habían diagnosticado. No lo obligo a nada, no le privo nada, se lo dio todo, todo lo que tenía. Él lo acepto, le abrió los brazos y lo acurrucó en su pecho.


—¿Mi madre vendrá? —El aroma que desprendía su cuerpo se distinguía del resto. No era algo que pudiera comparar. Su madre tenía uno diferente y éste se le parecía, le daba paz y serenidad, consuelo y amor, había algo más en el de Sasuke. No sabía el qué, le encantaba.


—Um —asintió con la cabeza, su garganta no le permitía hablar, le dolía y ardía. Si lo hacía saldría un sonido desgarrante, no podía.


—Espero que traiga ramen, sabe que me encanta —trataba de calmar la tensión, la situación necesitaba un poco de alegría, no sería el fin del mundo. ¿Era cruel mostrarse alegre en ese momento? No, lo hacía para quitarle poco de la carga que parecía llevar su pareja.


—Lo hará — entendía, no tenían que explicarlo. Era difícil para él, sabía y según él estaba preparado. No podía, no quería, no tenía… no, no, no, era muy pronto. Los doctores hacían dicho siete años, luego cinco, tres, 8 meses… era demasiado rápido. Se le escapaba.


—Sasuke, ¿Podrías darme un poco de agua?


—Sí, espera —el chico salió de la habitación. En ese momento la jarra de agua estaba vacía. Salió en busca de una enfermera.


En cuanto desapareció por la puerta, se cubrió los ojos con el brazo. Suspiró. Tenía que ser fuerte, por los todos. Por sus padres, por sus abuelos, por sus amigos, por Sasuke y por él. Tenía que serlo. Por la tarde lo trasladarían a otra habitación. Lejos de los demás pacientes. Los demás pacientes y familiares no tenían por qué ver la agonía de una persona a punto de morir.


Las personas que mueren, no mueren solas. Una parte de sus allegados se va con él. Hasta el otro lado. Acompañándolo. Al igual que una parte de él se queda. Cuidándolos.


—No te preocupes, él lo entiende —el hombre a su izquierda le hablaba.


—Lo sé —contestó, dejó caer su brazo hasta que su mano llegó a sus ojos. Miró entre ellos, rezó una vez más, no era un creyente como su madre, si creía en un dios, lo veía como alguien sabio, piadoso, amoroso. Dios para él era alguien que no podía hacer milagros, los tenía que hacer la gente. Dios sólo estaba para juzgar y repartir esperanzas. Una imagen que los mantenía cuerdos.


—Debe ser duro, son muy jóvenes para pasar por esto —la mujer enfrente de la camilla del chico escondió su rostro entre sus manos. Compartía el dolor, lo sentía en su cuerpo, se veía en sus ojos. No era el mismo dolor que ellos sentían, nunca podría sentirlo. Le dolía, esos chicos podrían ser sus hijos.


—Mi niño —más oportuno no podría ser. Se vio la figura de una mujer atravesar la habitación. Sus cabellos rojizos la siguieron. Se lanzó al chico rubio postrado en la cama. Lo abrazó y nadie se movió. La mujer que lloraba apretó la mano de su esposo.


Comprendía esa madre. Un hijo es parte de una. Es un pedazo de tu carne. Sufriste y disfrutaste por él. Le lloraste y animaste. Lo consolaste y regañaste. No había amor más filial que el de una madre por su hijo. Y no entendía a los que no tenían ese amor.


—No llores vieja —el hombre viejo tomó a su esposa del brazo, empujándola a su pecho. Si lloraba de esa forma por ver a unos chiquillos, no quería verla cuando el destino los separara. Llevaban 45 años de casados. Tenían hijos y nietos. Una vida bien vivida, con todos sus tragos dulces y amargos. Una buena vida.


—Mamá —su cuerpo respondió al calor de su madre. Enternecedor—. No llores. No puedo perder en este momento.


—Lo hago por ti, Naruto—. Trago con fuerza. Nunca pudo resistir la amabilidad que su madre le otorgaba. Lloró, el pecho de su madre ahogaba la sonora agonía, el sufrimiento guardado, la única persona que podría liberarlo era su madre.


A Sasuke no le permitiría verlo de esa forma y no porque se sintiera avergonzado o no tuviera la suficiente confianza. Esa parte de él ya se la había mostrado. Más era la última etapa, no lo llevaría con él a esa parte de su abismo. No, eso no. Nunca.


 


Se quedó un rato en el jardín. La madre de Naruto estaba con él. Seguro con ella se desahogaría. Lo conocía demasiado bien, era un terco, idiota, torpe, feliz ingenuo.


¿Qué haría de ahora en adelante sin él? ¿Regresar a esa casa vacía? ¿Vivir como antes lo hacía? ¿Seguir su vida como si él no hubiera existido? ¿Qué tenía que hacer? ¡¿Qué?!


Frágil y pequeño se sentía. Su cuerpo encogido tratando de controlar el llanto. Los espasmos revelaban la fuerza de su tristeza. Le dolía el pecho, la garganta, los ojos, la cabeza, le temblaba el cuerpo, su respiración. La persona, la única que podía amar, la única que lo hacía soñar, la única que lo elevaba al cielo, la única que vivía en él era un hombre y era Naruto. Dudaba poder llegar a amar a otra persona, fuera hombre o mujer. Seguro no habría nadie más.


Se acostó en la banca, abrazándose. No quería esto, era mucho. La carga era más pesada de lo que pensaba. Naruto tenía razón. Siempre la tenía.


Le dijo que sufriría, dolería si se quedaba a su lado. Naruto no quería eso para él. Lo quería sonriente, arrogante, vivido. Como era él. No quería apagar su mundo. Sasuke, cuando se entregaba, al igual que Naruto, entregaba todo. Si había paredes las derrumbaba, cualquier obstáculo lo pasaba.


Naruto sabía eso y lo trató de proteger del dolor. Pero no podía hacerlo si Sasuke se negaba. Si ambos se aferraban al otro, así fuera de su sombra lo haría. Y era peor que él amor de un perro. Siempre fiel, siempre pensando en el otro.


 


Después de un buen rato llorando. Ambos se miraron a los ojos. Promesas sin voz se hicieron, promesas que se cumplirían con el tiempo.


—Gracias mamá.


—Siempre estaré contigo —sonrisas brotaron de sus rostros. Su amor se extendía a otro mundo, uno que ellos comprendían.


—Lo sé —sus manos entrelazadas.


—Lo trasladaremos —una enfermera con otros enfermeros interrumpían el silencio que se instaló por unos segundos.


La mujer pelirroja se hizo a un lado dejando hacer la labor de los enfermeros. Sus                   compañeros de cuarto le despidieron. Meses en esa pequeña instancia los habían unido. Se conocían, se entendían. Amigos, compañeros de vida.


—Suerte chico —el viejo gruñón junto a la puerta le despidió. ¿Suerte? ¿La necesitaba? Ese viejo era incomprensible, al menos para él. El resto de los hombres le desearon lo mismo. No dijo nada, solo sonrió.


El camino a su nueva habitación se le hizo eterno. Lo acomodaron en la cama, revisaron su cuerpo, todo estaba en orden. La enfermera le dio la medicina que tenía que tomar. No porque estuviera en sus últimos días iba a dejar de tomarla. Algo que se le hacía curioso y le daba risa.


—Mamá, ¿cómo se lo están tomando los viejos? —Una forma dulce de llamarle a sus abuelos.


—Tsunade quiere destruir todo y Jiraiya trata de contenerla. Se fueron al campo de bateo, a sacar un poco del estrés.


—¿Y papá?


—No quiere comer, no puede dormir. Temo que enferme. Ha estado así desde hace unos días. Antes de que el doctor dijera algo tu padre sentía algo. No pensé que fuera esto ya hora no quiere venir. Tiene miedo y se culpa.


—No tiene que hacerlo.


—Lo sé. Desde la muerte de su hermano esta así.


—Entiendo. ¿Dónde está Sasuke?


—Salió a tomar un poco de aire. No ha dormido, ¿verdad? —Asintió con la cabeza —Su madre vendrá por él. Esta noche me quedaré. Necesita descansar.


—Sí —pensar en ello lo frustraba.


 


Dos días más, dos días menos. El tiempo corría, el tiempo no espera. El tiempo cumple con su trabajo. El viento sopla, va y viene. Es frío o cálido. La lluvia puede ser la mejor compañía en noches como estas. En días grises y desesperanzadores. Y cuando salga el sol mañana, la lluvia abra hecho su trabajo. Limpiar el aire y la tierra y llevarse los rastros de los corazones rotos.


Era natural que lloviera, que el cielo se partiera. Cuando los soles se rompen el cielo llora. El cielo calma y el viento se lo lleva. Era normal.


La gente muere todos los días. Miles de personas en todo el mundo dejan de respirar. Miles de personas en todo el mundo dejan familias. Miles de personas en todo el mundo lloran. La pérdida duele, con el tiempo sanara la herida que dejan abierta. Lo que nunca se va es el vacío. Nadie puede ocupar esa parte de alma que se ha ido.


No oía nada. Las palabras que ocupaban su mente “No llores, vive por mí” se repetían una y otra vez como disco rayado. La sonrisa y los ojos tristes se visualizaban nítidos en sus ojos. Lo podía ver.


Se había ido. Se fue. Esa noche en que su padre lo visitó. El padre de Naruto se veía acabado, apagado. El padre abrazaba a su hijo. Le decía cosas y Naruto lo consolaba. A todos los que entraban a esa habitación oscura los consolaba. Se despidió y después de decirle unas cuantas palabras, le pidió que entrara.


Tomó sus manos, le besó los dedos. Lo abrazó. Su rostro le decía todo lo que tenía que decir. Se echó a llorar.


—No llores, vive por mí— le había dicho.


—Eres cruel— lo tomó de la barbilla y lo besó.


—Sonríe para mí. Sabes que no me gusta verte llorar—. Acarició su rostro.


—No me hagas esto —le suplicó.


—Por favor —sus labios temblorosos formaron una sonrisa—. Ese es mi niño. Te amo—. Lo besó una última vez. La última vez que probaría sus labios. No ma que se lo llevaría con él. El bello recuerdo de una vida corta y mágica.


—Te amo — no era capaz de pronunciar las siguientes palabras.


Después de eso se quedó velándolo, la noche parecía larga y terminó con el continuo pitido de la maquina anunciando el final de la vida de la persona en esa habitación.


Llamó a las enfermeras, gritó con todas sus fuerzas, trató de quedarse a su lado, pero no pudo. Veía como trataban de reanimarlo, nada. Su cuerpo se hundió en el piso y su mente viajó a otro mundo.


No podía ser. No era posible. No estaba sucediendo. No había razón. No, no, no, no, no, no, no, no tenía que pasar esto, no, no, no, no, no, no, no…


—¡No! ¡No! ¡No! ¡No, Naruto! ¡Naruto, no! ¡No puedes dejarme! ¡No me dejes solo! ¡No te vayas! ¡No! ¡No! —Sus gritos asustaban a todos los que lo escuchaban. Entraba dentro de ellos y podían sentir el dolor que emanaba de aquel que gritaba.


—¡Cálmenlo! —Gritó el doctor. Enfermeros lo tomaron de los brazos y una enfermera le inyecto un calmante. Lo último que vio fue la cabeza del doctor negando. Alcanzó a escuchar la hora de muerte y después nada. Despertó en una camilla. Sus padres estaban ahí, su hermano tomaba su mano.


Una vez más lloró. Su hermano lo abrazaba. Cuando era pequeño y se lastimaba hacía lo mismo. Le acariciaba los cabellos y le susurraba palabras que lo calmaban.


—Se fue, me dejo. Yo… yo no voy a poder seguir…


—Sasuke… —le destrozaba el corazón ver a su pequeño hermano así. Miró a sus padres sentados cerca de la puerta. Su madre lloraba abrazando a su padre. Su padre, una persona que no muestra sentimientos, expulsaba lágrimas de impotencia. Su familia se desmoronaba en esos momentos.


—No creo poder… nunca volveré a amar a nadie…


—No digas eso, Sasuke. Algún día encontraras a alguien. Naruto no te culparía por volverte a enamorar


—Lo sé, pero aunque él quiera verme feliz con otra persona, yo no podré serlo si no es él. Así pasen miles de años, yo no querré a nadie que no sea Naruto. Nunca—. Sintió aflicción. Su hermano cumplía su palabra, al pie de la letra. No había quien le quitara la idea, excepto Naruto, él podía hacerlo cambiar de parecer en cuestión de segundos.


 


El entierro termino, todos se retiraban. La lluvia continuaba y él también. No le importaba si lo enterraban vivo. No importaba si la tercera guerra mundial empezaba, nada importaba. Nada tenía sentido. ¿Por qué dios se lo llevó?


Naruto era una de las pocas buenas personas que conocía. Era alguien que no se rendía por nada. Era muy persistente. Tardó tanto tiempo en conseguir que le hablara. Si no lo hubiera negado tanto hubieran disfrutado más tiempo.


Pero el hubiera no existe. Y todo tiene sus consecuencias. Las cosas nunca salen como uno quiere. La vida es así. Ya no tiene cosa llorar. Es más, estaba seco, había llorado tanto. Tanto, que su cuerpo no producía ni una más.


Estaba empapado. Pensaba en lo que haría de ahora en adelante. Los primeros días son los más difíciles. Tenía que vivir porque se lo pidió. Si no lo hubiera hecho, se hubiera aventado del edificio más alto. Y despertaría a lado de Naruto.


No podía hacerlo, ese Naruto le dejo una última tarea antes de irse. Tenía que cumplirla. Cuando lo viera de nuevo lo culparía por dejarlo solo.


—Sasuke, vámonos. Ven a mi casa —uno de sus pocos amigos lo invitaba a quedarse con él. Conociéndolo sabía que se quedaría en ese lugar hasta el amanecer si fuera por él. Habló con sus familiares, pensando que le haría bien un poco de distracción.


—No, me iré a casa —su voz era ronca. Gritar le había acabado la garganta.


—Cuando llegues me llamas —sabía que no podía negarse. Era muy obstinado.


—Sí —se alejó con dudas, le tenía confianza, pero nada le aseguraba lo contrario.


La figura que veía parada en ese lúgubre lugar lo dejaba con desazón. Tenía un sabor amargo en la boca que desconocía.


Llegó a su casa, la miró sin mirarla. Vacío. No había nadie, ni una sombra. Nada. Nada. Nada. Nada.


Calló de rodillas al suelo. Se sostuvo con sus manos. La respiración le faltaba. La visión se nublaba. No quería estar ahí. No quería seguir en esa condición.


Su cabeza iba a explotar en cualquier momento. La presionó, si hacía eso desaparecía un poco. Se tiró al suelo, en posición fetal se pegó a la pared. Estaba fría.


“Respira.” —Se dijo—. “Cálmate” —Así se quedó por un rato, un largo rato.


 


No salía, no comía, no se aseaba, nada. Y aparte de todo esto, estaba enfermo. La lluvia le provoco fiebre, alucinaciones y vómitos. Llevaba tres días así. No respondía llamadas, no respondía a la puerta. Ni siquiera prendía el televisor. Estaba encerrado en sí mismo. No quería saber nada del mundo.


—Naruto —las alucinaciones no lo abandonaban en ningún momento—. No hagas eso, dobe… jajá.


“¿Te estas escuchando?”


—Sí, lo siento —no había coherencia con lo que decía y veía. Viajaba de un recuerdo a otro. Una vivencia que repetía una vez más.


“Ríe más, me encanta cuando me miras así.”


—No, no quiero. Cuando empiezas no te detienes —sus manos trataban de tocarlo, en cuanto lo alcanzaba se esfumaba—. No te vayas.


Por las noches llegaban las pesadillas. Revivía la muerte. Gritaba, se rasguñaba, arrojaba las cosas, destruía otras tantas. Y esa vez llegó a su límite.


En la cocina se arrastraba, buscaba con los ojos cerrados. Se escuchaba el teléfono y el golpeteo de un objeto bastante pesado. Logró ponerse de pie, se sostuvo por unos segundos antes de caer jalando un cajón con él. Los utensilios de cocina se desparramaron por el piso. No se atrevía a mirar. Si abría los ojos tendría ese sueño de nuevo.


El filo de un cuchillo rozó con sus dedos. Buscó el mango y cuando por fin lo tenía en su mano lo presiono en su abdomen.


—Pronto te veré —lo alejó y con fuerza lo empujó dentro. Lanzó un grito. Se escuchó otro. ¿Quién había entrado a su casa? El cuchillo estaba clavado, no lo había soltado. Presionó más fuerte. El dolor no era tan grande como había pensado. Empezaba a dormirse. Sentía que lo agitaban, querían quitarle el arma. No, no, no, ya lo veía, pronto, no faltaba mucho.


—¡Suéltalo!


—¡No! —No pudo decir más. No había fuerzas.


—¡Por el amor de Dios! —gritó otra persona. ¿Quiénes? ¡Qué lo dejaran en paz!


—Vamos tenemos que llevarlo a un hospital —¡No! Él tenía que morir ahí, en esa casa. No tenían por qué hacer nada.


—V-voy —sus ojos empezaron a viajar a un mundo de espirales, colores extravagantes, duendecillos bailarines, fuegos fatuos y quien sabe que otras cosas veía en aquel lugar oscuro.


 


Picaba. Ardía. Necesitaba correr, salir, mover las piernas. Su cuerpo pedía a gritos moverse. Era una sensación extraña. Era desesperante y molesto. Muy molesto. Cómo odiaba eso.


—¡Aghhh…! —no pudo soportar más y abrió los ojos. ¿Dónde? ¿El cielo? No, le dolía el cuerpo. Seguía vivo. Seguía vivo… fracaso en eso y fracaso en lo otro. Casi rompe la promesa. Falló. ¿Ahora con qué cara vería a Naruto?


—¿Q-qué pasa? —Se quedó como tonto mirando al otro lado. Ahora entendía, era gracioso, demasiado para ser verdad. Tan gracioso que no podía parar de reír a pesar del dolor en su abdomen—. ¿D-de qué te ríes? ¿Debería llamar a una enfermera?


—Per-perdón, es algo muy gracioso.


—No te entiendo—. No comprendía el comportamiento de su “amigo”. No era realmente su amigo pero era el amigo de su amigo así que de alguna forma era su amigo, ¿o no?


—Ah —suspiro—. Sigues pendiente de mí, ¿eh? Te lo agradezco.


El otro se quedó callado. Creía que no debía romper el misticismo creado por la imagen de Sasuke mirando al techo. Era algo bello y misterioso. Lo sentía lejano y comprendía —hasta cierto punto— que hablaba con algo igual de lejano y místico. Algo incomprensible e irrompible. Algo que nadie debía invadir.


Después de un rato de silencio Sasuke lo miro con el ceño fruncido. Esa persona era molesta. Uno de los grandes amigos de Naruto. Muy pegajoso y gritón. Muy irritante. ¿Niba? ¿Clima? ¿Kira? ¿Ki…?


—Kiba —dijo después de un tiempo, con la mirada fija en él—. ¿Qué haces aquí?


—¿Qué hago aquí? ¡¿Que qué hago aquí?! —Cerró los ojos antes de responder su propia pregunta —después de darnos un susto de muerte a mí —se señaló —y Sakura. ¿Por qué no iba a estar aquí? ¿Sabes el susto que nos diste? ¡Sakura casi se desmaya de ver lo que estabas haciendo! Si no fuera enfermera… aunque está estudiando apenas… bueno no importa. Nos diste un gran susto. Agradece que fui en ese momento. ¿Quién sabe qué hubiera pasado? —Después de andar gritando bajo la voz, convirtiéndola en un murmullo —Naruto tenía razón. No hubiera pensado nunca en eso, ¡qué bueno que dejo aquella carta! Si no hubiera llegado a tiempo me estaría espantando en las noches. Ya lo imagino—. Comenzó con una voz ronca y amenazante —“Te pedí que lo cuidaras” —hizo ademán de ahorcarse —Uf… También Sakura te ayudó, hizo todo lo que pudo para controlar el sangrado hasta que llegara la ambulancia. Debes agradecerle.


Sasuke se perdió mucho antes de que terminara. ¿Naruto sabía lo que iba a pasar? No, lo conocía bien y por cualquier cosa hato cabos. Previno hasta tal punto, se preocupó de él todo el tiempo. No sabía si era egoísta o no. No podía decirlo. ¿O era él el egoísta?


—Gracias —esa simple palabra calló a al moreno. Kiba estaba demasiado impresionado. Ahora entendía porque Naruto se enamoró de aquel chico. Su corazón hizo TA-DUM TA-DUM, era un tambor en su pecho. Un chico duro y frágil. Guapo, sexy… esto iba para otro lado, además él ya estaba casado. ¿Eh? No, además Naruto lo mataría, aunque fuera en forma espíritu. Oh sí, ya lo veía.


—De nada.


Todo quedo en silencio. Ninguno quería romperlo. Se había establecido cierto entendimiento entre ellos. Se fijó a su alrededor. Era una habitación bastante iluminada donde el único paciente era él. Había un florero y el aroma no era de hospital, algo más dulce estaba en el ambiente. Pero no eran las flores y no veía ningún aromatizante tampoco. Olía a galletas… no le gustaban mucho los dulces, esas galletas… ¿Naruto?


Cerró los ojos. La imagen del rubio revoltoso, sonriente, desastroso, apasionado, le vino a la cabeza. Sus ojos marinos, eran tan profundos, ver sus ojos lo relajaba, lo hipnotizaba, al igual a que a él los suyos, negros. Le decía que lo llevaban al espacio. Le hacían sentir que viajaba a todas partes. En sus ojos estaba el universo. Siempre se mofaba. Le divertía que pensara así de sus ojos. Y lo hacía soñar con el universo del que hablaba cada vez que se miraba al espejo.


“Nunca te dejare solo”


Escuchó la voz susurrarle al oído. Un aire cálido y familiar. Era él. Siempre estaría con él. Siempre. Ahora lo entendía.


 


Los días pasan volando, cuando te das cuenta, ya ha pasado un mes entero, cuando te vuelves a acordar ya ha pasado casi un año. Cuando te cuentan ya han pasado casi diez años. El tiempo nunca para, y nunca lo hará. Nunca.


Estaba saliendo de su trabajo, no quería ir a casa. Estaría llena de gente, irritante, desastrosa, saltarina, gritona, seria, apestosa. De verdad no quería ir. No quería, no quería, no por favor…


En fin, ya estaba ahí, parado enfrente de la puerta. ¿Por qué todo el mundo tenía la llave de su casa? ¿Por qué tenían que reunirse ahí? ¿Por qué al final él tenía qué limpiar? ¿Por qué Naruto, por qué?


Dio la vuelta a la cerradura, respiró profundo y giró la perilla. Empujó la puerta y BAM, ahí estaban los gritos, las risas, los gruñidos, se le vinieron encima.


—¡Tío Sasuke! —Todavía no estaba acostumbrado a los saltitos de los mocosos. Mocosos, manitas sucias y pegajosas, caritas sonrientes y babeantes. No se acostumbraba. ¿Por qué los niños eran así? Y ni se diga de los suyos. Otro par de chiquillos pegajosos.


—¡Papá! —A ellos si los venía venir. Tres años conviviendo con esos pequeños demonios. Angelitos por supuesto. Su comportamiento era más aceptable que el resto de los niños. Claro él los educó, tenían que ser mejores que los demás—. ¡Papá es nuestro!


Quitaron a toda la competencia. Los otros siete niños revoltosos. Su papá era de ellos y de nadie más. Bueno de su otro papá también, pero no contaba en ese momento.


—¿Se han portado bien? —preguntó en general a todos los niños. Asintieron con sus manitas extendidas —Lávense primero y luego los dulces —pareciera que los tenía entrenados. Los niños sabían lo que venía y fue a buscarlo mientras saludaba a todos en el camino.


—Pásame la soda —suspiró. Tenía a todos metidos en su casa.


—¿Podrías decir “por favor”? —refunfuñó Sasuke.


—No es mi estilo —le pasó la soda, total, era un caso perdido.


—Um —Sacó varias cosas de la alacena antes de poder llegar a los frasco con dulces. Destapó el frasco con calma. Se escuchaban los gritos desde el baño. Esperaba que el pelirrojo se fuera. Le molestaba su mirada.


—Naruto debe estar algo triste —lo miró por un segundo y comenzó a sacar los dulces, repartiéndolos en dos platitos—. No te volviste a juntar con nadie —siguió en su labor —él esperaba que te volvieras a enamorar.


“¿Ahora tú también Gaara?” No lo esperaba —Ya lo sé —una respuesta corta y sin ánimo. Estaba fastidiado. Todos querían que se volviera a enamorar. Qué formara un lazo como el que tenía con Naruto, eso nunca pasaría.


—Adoptaste niños, pero no quieres darles a un padre o madre.


—Papá ama a papá —sus pequeños angelitos estaban en la puerta. No necesito preguntar desde cuándo. Seguro estaban ahí desde el principio —No necesitamos a otro papá. Sasuke tiene a Naruto y él está con nosotros.


El niño y la nena se agarraron a las ropas de Sasuke. Uno a cada lado, como pequeños guerreros que eran. Sabían de su adopción, dos hombres no pueden tener hijos. Sasuke los había elegido entre tantos niños. Y los aceptó a ellos y ellos a él. Así como Naruto los llevó hasta a él. Los habían elegido.


—De acuerdo. Deberías decírselo a tu hermano. No deja de fastidiar —. Era de esperar. Gaara nunca había tocado el tema.


—¡Itachi! —Llamó —Te lo he dicho muchas veces. ¡Al único que amo es a Naruto!


—Pero Sasuke… —salió de su escondite—.


—¡Pero nada! ¡Ahora deja de mandar mensajeros y ven a ayudarme!


Gaara para entonces había desaparecido. Su mirada era escalofriante. Le hacía recordar ciertas cosas. Gaara nunca lo perdonaría, no del todo, por haber querido quitarse la vida. Comete un error y te perseguirá toda la vida. El suyo fue ese y Gaara se lo recordaba. Aunque nunca lo volviera a hacer. Siempre estarían pendientes de él.


Después de ir a su cuarto a cambiarse y comprobar que Itachi hizo lo que había pedido se reunió con los demás en la pequeña sala. Sakura, Kiba, Gaara, Lee, Shikamaru, Tenten, etcétera, etcétera. Todos estaban ahí, apretados pero felices.


Ahora estaba bien, algún día su vida terminaría, pero hasta que no llegue ese día disfrutaría de sus días junto a todas las personas que conoce y conocerá. Porque todos estamos entrelazados. Y algún día lo volvería a ver.


 


—Manchas, parece que Sasuke se está divirtiendo. ¿No quieres renacer y cuidarlo por mí?


—¡Wof-wof!


—Sí, ya sé que no quieres separarte de mí, pero mira. Vas a tener a dos hermosos niños jugando contigo. Te van a sacar a pasear, te darán premios, te bañaran, yo sé que te gustan los baños.


—¡Wof-wof!


—Mira, Emily es una niña muy linda. Tienes que cuidarla, de los niños, mi niña debe tener al mejor, al mejor. Una niña tan apuesta como yo debe tener al mejor.


—¡Wof-wof!


—Y mi niño, Eduard, debe ser más social, se parece tanto a Sasuke. No me equivoque. Ellos nos complementan, aunque ya no estoy ahí. Debes de conseguirle más amigos.


—¡Wof-wof!


—Y a Sasuke, es tan terco, no lo puedes dejar solo. Tú estarás ahí para protegerlo de todo y todos. Y cuida bien la casa.


—¡Wof-wof!


—¡¿Qué?!


—¡Wof-wof!


—¿Ese es el problema? De eso no estoy seguro, pero no te preocupes. Todo estará bien, yo seguiré por aquí. Ve con cuidado y no olvides, no muerdas los zapatos.


—¡Wof-wof!


—Bien, ahora puedo descansar por un momento. Mi ángel, debes sonreír, no lo olvides.

Notas finales:

Um... bueno. Gracias por leer esta historia. Y si quieren dejarme un comentario... espero sus opiniones, es bueno saber lo que piensan los demás. Eso digo yo.

Que tengan un bonito día.

Gracias de nuevo.


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